2. FELIZ NAVIDAD, CHRISTOPHER
✨CHRISTOPHER✨
Sabía que trabajar en Navidad iba a ser buena idea. Justo porque Nochebuena es ese momento en el que todos esperan que nada fuera de lo normal ocurra, menos una extracción en un museo. Debe ser un día de paz y felicidad, lleno de ilusión y reuniones familiares. Una noche inolvidable. Siempre lo es (para otros), pero esta noche está superando todas mis expectativas. No solo por el grupo de idiotas armados que han asaltado el Met, así interviniendo en mis planes, sino también por la mujer que, literalmente, me ha complicado el trabajo con su testarudez, sarcasmo, y esos malditos tacones que hacen más ruido del que haría una yegua caminando en un suelo de porcelana.
Amelia White.
Lo primero que he sabido de ella, ha sido su nombre. Lo segundo, que es exactamente el tipo de persona que tiene un don para hacer las preguntas equivocadas y estar en el lugar equivocado, justo en el momento exacto en el que las cosas se van al infierno. Por supuesto, mi misión era clara: entrar, ejecutar el trabajo y salir. Pero entonces, esos cabrones han atacado el museo. Aún no sé por qué cojones me sorprende, ya que el Custodio me lo advirtió claramente. Me advirtieron sobre ellos y... sobre ella.
Cuando la he visto en el ascensor, he sabido al instante quién era, aunque he de decir que en persona gana más que en una foto. Llevo vigilando a la morena desde hace horas, y cuando he escuchado sus gritos, discutiendo con el gerente, lo he visto claro. Ella sería un problema.
—Amelia White, ¿verdad? —le he preguntado mientras la estaba agarrando del brazo para arrastrarla lejos del desastre.
Su mirada confusa me ha confirmado todo lo que necesitaba saber: no tiene ni idea de lo que está pasando, y no sé por qué, pero presiento que va a querer tener idea. Lo va a querer saber todo. No, esto no será fácil. Nada será fácil a partir de ahora. En realidad, lo fácil hubiese sido acabar el puto trabajo por el cual estoy aquí.
—¿Cómo sabes mi nombre? —me ha preguntado.
—No hay tiempo, debes venir conmigo.
¿No hay tiempo? Mala elección de palabras. Ese ha sido mi primer error. No he debido darle explicaciones. La chica ha decidido interpretar eso como una invitación a un interrogatorio y no como una advertencia para salvar su vida.
—¿Qué has dicho? —espetaba mientras intentaba librarse de mi agarre, minutos atrás.
Me he mordido el labio para no cagarme en todos los muertos. No había tiempo para discutir con una mujer obstinada, así que he apretado el paso y la he llevado a través de los pasillos del museo, alejándola de los hijos de puta que estaban tomando el control de la galería principal.
Nota mental: La próxima vez, procura elegir un objetivo que no hable tanto.
Quedo en guardia a la vez que barro con mi vista los enormes ventanales de la cafetería en la que la he obligado entrar. Las luces parpadean en los ventanales y un Papá Noel de plástico está dando vueltas lentamente en una esquina.
—Patético... —mascullo enfadado mientras huyo de su mirada y pido un café para ella. Yo no tomo, ni alcohol, ni café, y en realidad, no tomo nada que no sea agua.
Mientras espero en la barra cutre de la cafetería, saco el móvil del bolsillo y tecleo un mensaje rápido: "Misión 1 alcanzada. Misión 2 abortada". Cuando regreso con la taza, la veo agitada, mirando a todos los lados. Coloco delante de ella la taza, pensando en cuál será la jodida respuesta al mensaje que acabo de enviar. Sé que todo estallará en la sede, y los escudos no tardarán en buscarnos.
—¿Pretendes que me tome un café contigo? —Su voz interrumpe mis pensamientos.
No sé si está de broma, si esta mujer es o bien despistada, o finge serlo.
—No, conmigo no... —hablo serio—. Solo que te lo tomes.
—¿Y por qué lo haría?
—Porque te necesito despierta. —Me inclino sobre ella, obligándome a no poner los ojos en blanco—. La noche será larga.
—¿Larga? —Pestañea incrédula—. Será la tuya, porque yo me largo.
Se levanta bruscamente del asiento, pero agarro su codo y la siento con rudeza de vuelta en la silla de los cojones, con los músculos tensos.
—¡Siéntate! —Me acerco a su oído—. Tan solo pon un pie fuera de aquí, y estarás muerta, ¿entiendes?
—¡Ohhh! —Se lleva una mano a la boca y se sienta como si estuviera en trance.
—Y ahora bébete el puto café.
Veo que se lleva la taza a la boca, temblorosa. Entonces, noto su mirada vidriosa, como si estuviera reprimiendo las lágrimas. Me aparta la vista y, por un momento, estoy a punto de tocar su hombro, pero retiro la mano deprisa.
—Muerta... —repite—. ¿Me acabas de decir que me... ?
—Yo no. —Me apoyo en el respaldo de su silla con una mano y la estudio por un momento. No tiene sentido mentirla, pero tampoco podría contarle la verdad.
—Ah, eso es bastante reconfortante.
—No sé si te gusta el café solo o si prefieres... —Miro en dirección a la barra y a la camarera.
—¡Preferirías que me dijeras ya qué coño está pasando! —exclama, mirándome con dureza.
—Digamos que... —aclaro mi voz y dejo el maletín rectangular en una silla, sin perderlo de vista— trabajo para una agencia que se ocupa de casos clasificados.
—¿Digamos? —Alza una ceja—. ¿O trabajas o no trabajas?
—¡No me jodas! —siseo con el rostro contraído, a la vez que me desplomo en una silla, justo enfrente—. Deja ya el sarcasmo para otro, ¿estamos?
—¿Qué tipo de casos? —prosigue en un tono más dócil con ambas manos bajo su barbilla.
—Que no son de dominio público.
—¿Como robos en el Met?
—Exacto.
—¿Y cómo encajo yo en esto?
—Hay gente interesada en ese cuadro que restauraste.
Eso parece desconcertarla y, por primera vez, la veo dudar.
—¿Estás hablando del Resplandor de Athar? —Le da un sorbo lento a su café y se frota las manos.
Sin querer, me distraigo con la manera en la que tensa la boca y en sus gruesos labios. Pienso que son especialmente carnosos y sensuales, pero cuando ella agranda los ojos, esperando por mi respuesta, le aparto la vista, como si me sintiera intimidado. ¿Yo, intimidado?
—¡Ehhh! —Chasquea los dedos delante de mi cara—. ¿Qué quieres decir con eso de que hay gente interesada?
—Que estás en la mira, eso es justo lo que quiero decir.
—¿En la mira de quién?
—Personas peligrosas. —Me rasco la frente.
¿Qué cojones podría decir?
Ella guarda silencio por un momento, procesando mis palabras. Pero, por supuesto, la calma no dura mucho.
—¿Y tú? ¿Eres peligroso?
¡Jesús! La miro fijamente, sin poder creer que me está preguntando eso. No tiene ni idea de lo peligroso que puedo llegar a ser, de hecho.
—Solo cuando me obligan —le respondo, evasivo.
Noto que ella pone los ojos en blanco, pero hay algo en su expresión que me hace pensar que no está tan asustada como quiere aparentar.
—Ajam... cuando te obligan.
—¿Un trozo de bizcocho, señor? —interrumpe la camarera de pelo canoso, que en este instante nos mira con alegría y se seca las manos en su delantal.
—¡No! —gruño, impaciente—. No queremos bizcocho.
—Vale... perdón. —El rostro de la mujer mayor se contrae por mi respuesta ruda, pero todo esto me está sacando de quicio y jamás he estado en una situación semejante. Estar sentado en la misma mesa justo con... quién no debo. ¿A quién se le ocurre?
—Discúlpelo, señora —dice la morena antes de que yo abra la boca—. La Navidad no le sienta muy bien, usted sabe, de pequeño recibía carbón porque se portaba fatal, un verdadero niño travieso, aunque no me sorprende nada, él...
—¿Has terminado ya?
Junto las manos bajo mi barbilla y sonrío secamente, asistiendo al intento de broma que ella acaba de soltar a mi costa.
—¡Oh, entiendo! —dice la camarera—. Al señor no le gusta la Navidad. Pero un bizcochito y un chocolatito se lo puede tomar cualquiera.
La cafetería es cálida y acogedora, llena del sonido suave de villancicos. Desde cualquier otra perspectiva, podría ser el refugio perfecto en una noche nevada. Pero no, claro que no. Porque yo no estoy aquí para disfrutar de un jodido chocolatito y un bizcochito. Estoy aquí porque acabo de fallar una maldita misión. La primera. Nunca en mi puta vida he fracasado, y eso tan solo me hace querer golpear la mesa y hacer que las dos se callen. En cambio, aprieto el puño y respiro hondo.
—Gracias, señora, pero no queremos nada, ¿se lo digo en otro idioma para que lo entienda? —Miro a la camarera amenazante y esta de momento se retira, sin decir nada más.
—Pues, no hacía falta ser tan borde, ¿sabes? —Veo que la chica junta los labios como si estuviera molesta.
—¡Y tú tampoco tan irónica!
—Te aguantas. —Se cruza de brazos—. Te pagan por ello, imagino que es tu trabajo aguantarme.
—Lo es... —mascullo—. Y me parece que pediré un aumento de sueldo.
Cualquiera la aguanta..., pienso.
—Entonces, déjame ver si lo he entendido —continúa con ese brillo inusual en sus ojos de color café, agitando las manos y mirándome con una mezcla de desafío y escepticismo—. Tú trabajas para una agencia secreta que salva al mundo, y yo, una restauradora que gana poco más de mil dólares mensuales, soy alguien tan importante que necesitas salvarme de los tipos malos.
¡Menuda mujer! Coloco los codos en la mesa, tratando de decidir si vale la pena entrar en detalles.
—Más o menos. Primero, te estás poniendo demasiado dramática y segundo... no salvo al mundo.
Todo lo contrario... me digo a mí mismo.
—¿Dramática? —Se inclina hacia adelante y me mira fijamente—. ¡Acaban de asaltar el Met, me has secuestrado, y has hecho estallar una jodida bomba!¡Una puta bomba! Y te atreves a... —Me mira horrorizada— ¿hablar de dramatismo?
Miro la barra mientras aprieto su muñeca violentamente y le lanzo una mirada amenazante, ya que está alzando la voz demasiado y temo que alguien la escuche.
—Técnicamente, no ha sido un secuestro. Es... una extracción.
—¡Oh, genial! Claro, eso lo arregla todo —replica con sarcasmo mientras retira su mano rápidamente—. ¿Y qué narices es una extracción?
Aprieto mis dedos enlazados bajo mi barbilla con calma, o al menos finjo que estoy tranquilo, pero la verdad es que no lo estoy. No puedo dar un paso en falso, y ya lo estoy jodiendo todo dandole tantas explicaciones a esta mujer.
—Mira, White, estoy aquí porque esos tipos que acabas de ver en el museo tienen un interés particular en ese cuadro... y ahora en ti —le digo encabronado—. Así que mi trabajo es mantenerte con vida mientras desarmo este maldito lío. ¿Lo entiendes ya?
Ella cruza los brazos y se recuesta en la silla, lanzándome una mirada que claramente dice: "No me convence una mierda tu discurso".
—¡Ohhh! —dice desafiante—. ¿De verdad quieres que me lo crea? Porque si esto termina siendo algún tipo de trama en la que el puto Papá Noel está detrás de todo, ¡juro que me tiro por la ventana!
Miro el ventanal de la cafetería sin querer, siguiendo la dirección de su brazo.
—Tranquila, no estamos en una película de Hallmark. Aunque si lo estuviéramos, serías la protagonista rebelde y gruñona, que odia a Papá Noel.
Ella frunce el ceño.
—No odio a Papá Noel.
Joder. ¿Por qué seguímos hablando de Papá Noel? Ni siquiera existe.
—Lo daba por hecho. —Muevo la cabeza, trazando un círculo imaginario con la mirada, y sigo hablando—. En realidad, pareces de las que adornan el árbol de Navidad en agosto.
—Y tú de los que elige trabajar en Nochebuena porque no tiene a nadie quien le aguante y se siente solito.
Eso me saca una sonrisa, aunque trato de ocultarla tras mi puño, que llevo a la boca disimuladamente. Mis facciones vuelven a endurecerse y algo en mí me dice que frene ya. Que pare con esta mierda de diálogo sobre la Navidad. ¿Por qué demonios me sale bromear con ella? ¿Por qué?
Jamás intercambies más de dos palabras con el objetivo... , solían decirme. Si lo haces, te olvidarás de quién eres.
La voz de mi instructor, seca y grave, resuena en mi memoria como un eco maldito: Nunca lo olvides, tu vida no es tuya. Tus emociones son un lujo que no puedes permitirte.
Mi mirada vuelve a la mujer, más dura ahora. No puedo evitar recordar aquellos días, sentado frente a ese bastardo que me enseñó todo lo que sé. Una habitación oscura, solo el sonido de su voz y la presión constante de sus expectativas. Entrenábamos hasta el agotamiento físico y mental, noches interminables en las que cada palabra suya era una lección tallada a fuego.
La conexión es tu enemigo. Si bajas la guardia, ellos lo sabrán. Si dudas, ellos lo usarán. No sientas, no pienses más allá de lo que debes hacer. Es tu única ventaja.
Mi mirada vuelve a la mujer y, antes de que pueda seguir con el interrogatorio, mi teléfono vibra en el bolsillo de mi abrigo. Lo saco y reviso disimuladamente el mensaje que me acaban de enviar.
"Cambio de planes, Alfa. Objetivo confirmado en ubicación secundaria. Lleva al sujeto al punto E, los escudos están ya ahí".
Genial. Guardo el teléfono y me pongo de pie, dejando un billete sobre la mesa.
—¿Qué pasa? —pregunta ella deprisa, notando la palidez en mi rostro.
Le agarro el brazo, prometiéndome que no volveré a dirigirle la palabra. No volveré a hablar con ella, más allá de lo justo y necesario. Esto será más fácil de lo que parece. Se la entregaré a los escudos y punto final.
—¿Adónde vamos?
—A un lugar menos cómodo que esto, te lo aseguro.
Le abro la puerta y la empujo por la espalda, no antes de asegurarme de que no hay nada sospechoso fuera. Veo cómo ella mira de reojo las luces de colores que adornan los árboles y farolas, la nieve cayendo en copos suaves mientras los escaparates brillan con decoraciones exageradas. Demasiado vulgar y colorido.
—¡Vaya! Esto sería encantador en otras circunstancia... digno de un paseo romántico —comenta mientras ajusta su bufanda.
Le lanzo una mirada seca, esperando que no se tire toda la maldita noche hablando. No, no puedo desviar mi atención y solo necesito que ella se calle. Curiosamente, parece que ha leído mi pensamiento, ya que esta vez no continúa. Sigo vigilando la calle mientras aprieto más el maletín bajo mi brazo y nos dirigimos hacia una de las estaciones del metro. Es algo premeditado, necesitamos desaparecer entre la multitud, pero claro, esto no es una noche normal, como para desaparecer, así como así. Empieza a oscurecer y es Nochebuena.
—¿No es un poco raro que seas un agente sin un coche, o algo por el estilo? —murmura la chica, cuyo silencio ha durado más bien poco—. Una moto también me valdría, ¿sabes?
Veo que se rasca la frente, nerviosa.
—¿Algo más? —Me giro, asegurándome de que nadie nos sigue.
—No sé —ella continúa, por supuesto—. Es que eso de salvarme y viajar en metro me parece un poco... ridículo.
¿Ridículo?
—Siento no haber traído una limusina.
—Ah, no es necesario una limusina, no soy tan exigente, créeme —dice con una risita que molesta mis tímpanos—. Mientras no sea una bici, está bien.
La ignoro deliberadamente, ya que mi cabeza sigue dando vueltas al mensaje que acabo de recibir. Sé que ellos se han dado cuenta y la quieren, al igual que yo, así que me concentro en vigilar cualquier señal de peligro. Pero es la morena quien nota algo primero.
—¿Y esos tipos que están junto a la máquina expendedora? —susurra en mi oído, haciendo que nuestras narices choquen.
—¡Mierda! —balbuceo.
—Perdón...
Estrecho la mirada, sumamente suspicaz, cuando veo que da un brinco hacia atrás, avergonzada. Me pregunto por qué se porta como si ella misma fuese un agente encubierto, tanto que me quiere hablar al oído. Echo un vistazo rápido. Dos cabrones con con aire demasiado serio no nos quitan el ojo. No hay duda, nos vigilan.
—¿Qué hacemos?
La miro con fijeza.
—Coger el metro y esperar que no les guste el transporte público, como a ti.
La morena abre la boca consternada y quiere añadir algo más cuando agarro su mano con fuerza, pero no le doy tiempo y, por suerte, el metro llega justo a tiempo. Enseguida nos mezclamos entre la multitud y tiro de su antebrazo hacia el fondo del vagón. Aprieto el puño cuando observo que, mientras el tren se pone en marcha, los hombres también han subido, siguiendo nuestros pasos.
—Esto se pondrá interesante... —murmuro en voz baja.
La mujer me mira con una mezcla de miedo y frustración.
—¿Interesante? Lo más interesante de todo esto es que aún no me has dicho tu nombre y que alguien ahí fuera ha mandado a esos hombres y...
Me doy cuenta de que se está poniendo nerviosa de nuevo. Eso hace que dé un brinco hacia atrás y abra los brazos, nerviosa.
—Tranquila, White —le digo con una mueca de irritación y me acerco a ella, de modo que su espalda roza la ventana que está justo detrás—. No estarías viva ahora mismo si no fuese por mí.
—¿Hasta cuándo me lo restregarás?
—Hasta que cierres la boca —finalizo—. Y, créeme, no te gustaría que decidiera cobrarme el favor que te estoy haciendo y que tú... —Apoyo una mano en el cristal, acorralándola en una esquina— no valoras.
Mantengo el aire en mis pulmones por un largo instante. De hecho, un instante que me parece interminable. Inconscientemente, mi vista baja a sus labios y quedo distraído con el movimiento acelerado de su pecho contra el mío. Maldigo mi existencia. Cuando tienes a traficantes de arte detrás de ti, una tipa inquisitiva al lado que está sumamente buena, y la Navidad como telón de fondo, sabes que no será una maldita noche normal. Además, Amelia White no es alguien que se quede al margen, observando. Y hay algo peor, aún. En la siguiente media hora tendré que hacer tres cosas: no volver a mirarla de este modo, tolerar su carácter y también... aguantar esos malditos tacones.
Feliz Navidad, Cristopher, me felicito a mí mismo con sarcasmo.
Qué suerte la tuya.
AVANCE:
Amelia
El aire frío nos corta como cuchillas. Cada aliento es un suplicio, cada segundo, un recordatorio de que el frío podría matarnos. Tiemblo mientras le miro, en un intento desesperado de entrar en calor. Pero es inútil. El hielo está ganando.
Y él está ahí, parado como si el frío no lo tocara, como si fuera inmune a todo.
—¿Qué haces? —Mi voz tiembla.
No responde, solo camina hacia mí. Cada paso suyo es un golpe a mi sistema nervioso. Cuando mi espalda choca contra la pared metálica, el frío me hace jadear, pero es su presencia es lo que verdaderamente me paraliza.
—Te he preguntado qué... demonios... estás... haciendo.
—Mantenerte con vida. —Su tono es bajo, rasposo, cargado de una intensidad que hace que mi corazón dé un vuelco.
—Estás loco... —susurro cuando coloca sus manos a ambos lados de mi cabeza, encerrándome.
—Esto no es una negociación, White.
Intento decir cualquier cosa que me devuelva el control, pero las palabras se atascan en mi garganta cuando él se inclina. Su aliento cálido roza mis labios, y entonces todo estalla. El beso es un asalto, feroz y devastador, como si él estuviera dispuesto a arrancarme el alma. Su lengua me invade implacable, y sé que su objetivo ha cambiado, y ahora tan solo quiere dominarme. Empujo contra su pecho, intentando resistir, pero él atrapa mis muñecas con una sola mano, levantándolas por encima de mi cabeza.
—¡No es justo! —le grito—. ¿Quieres hacerlo para no morir aquí congelados, solo para entrar en calor?
—¿Quieres que te diga yo lo que no es justo? —ruge endemoniado, apretando más mis muñecas contra el metal frío—. Que eres la única persona que puede destruirme en este mundo, pero aún así... eres la única mujer que deseo. ¿Y sabes lo que eso significa?
Suspiro vencida, sabiendo que este momento era inminente y que el frío es una simple excusa.
—Que seré tuya aquí y ahora, Christopher —respondo, ardiendo en sus brazos.
—No —sentencia mientras acaricia mi cuello—. Que serás mía para siempre, Amelia (...)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro