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Capítulo 8: No quería una venganza tan dulce.



Al día siguiente me presenté en el instituto media hora antes de comenzar las clases y, para ser sincera, me sorprendió que ya hubiera tanta gente allí socializando. ¿A qué hora se levantaban en ese país? Pretendía arreglar mi uniforme para que quedase como la mayoría de chicas, pero con mi toque personal. Subí mi falda hasta que me quedó por la mitad de los muslos. ¿Quería piernas bonitas? Pues se las daría. Solté el lazo de la camisa y abrí los primeros botones, dejando al descubierto mi generoso escote. Tenía el pelo suelto y lo sacudí para que se viera mejor, y por último, me puse unos tacones, como había visto a otras chicas llevar. ¿Cómo podían ir así al instituto? No me malinterpretéis. Yo era de las que iba a clase con deportivos.

Me miré en el espejo del baño y terminé de retocar un poco el maquillaje. Si mi abuela me hubiera visto salir así de casa me hubiera cortado la cabeza.

Recoloqué mi mochila sobre uno de mis hombros y salí del baño muy segura de mí misma. Ahora tenía que encontrar a Leo mientras estaba con su barbie psicópata y devolverle la jugarreta. Como había dicho: ojo por ojo. Él era el que había empezado esa guerra, no yo.

Caminé por los pasillos del pabellón y sonreí muy segura de mí misma al percibir las miradas de los alumnos a mi alrededor. Cierto que no tenía mucha experiencia en eso de seducir, pero durante los meses de mi relación con Kevin, había aprendido lo que gustaba a los chicos y pensaba utilizarlo en contra de Leo.

Me paré frente a la puerta de la clase de Historia del mundo contemporáneo, mi primera clase de la mañana, y todavía no había nadie. El día anterior había tenido esa misma asignatura y no habíamos coincidido, así que tal vez tendría que esperar al recreo para poder encontrarme con él.  

Suspiré nerviosa y saqué mi teléfono. Esta vez había aprendido la lección y me lo había llevado a clase. Releí el mensaje que me había mandado Kevin la noche anterior, cuando en Madrid era hora de levantarse para ir a clase.

"No tienes que explicar nada. Confío en ti. Te quiero."

Sabía que él estaba preocupado, pero nunca me lo diría. Para decirme esas cosas estaba Carla, y a veces deseaba que fuera menos directa. 

Me disponía a escribirle una respuesta, cuando oí a alguien aclararse la garganta detrás de mí. Me giré en seguida y vi a uno de los gemelos que me miraba con una leve sonrisa. Poco a poco sus ojos bajaron y subieron a lo largo de mi persona, hasta que su sonrisa se fue tornando en sorpresa. No sabía cuál de los dos podía ser.

―Buenos días ―dije sonriente. 

—Ahora estoy confuso— musitó parpadeando un par de veces. Lo observé cuidadosamente intentando identificar de quién se trataba. ¿Dani? ¿Leo?

—¿Por qué?— fingí que no sabía el motivo, tratando de hacer tiempo para que diera la cara. Sus personalidades eran tan diferentes como la noche y el día, así que en cuanto dijera diez palabras seguidas, sería imposible confundirlos.

—Por un casual...  tú no tendrás una hermana gemela, ¿verdad?

Me miró de arriba a abajo de nuevo y se metió el dedo por el cuello de la camisa intentando soltarse un poco el nudo de la corbata.

—Muy gracioso.— Negué con la cabeza molesta por la burla implícita por mi error del día anterior.

—No, claro... lo que quería decir es... en fin. Buenos días.

Era educado. Debía ser Dani. Sonreí, en parte aliviada.

—Estoy buscando a Leo. Tengo un asunto pendiente con él. ¿Sabes dónde está?

La simple mención de su nombre le hizo oscurecer la expresión. No parecían llevarse muy bien.

—Ah, ahora todo tiene sentido. Leo está en la cafetería— sonrió negando con la cabeza. Por un momento me pareció que estaba decepcionado. Continuó caminando por el pasillo en dirección a su clase. Me miró justo antes de girar la esquina del pasillo. —¡Y está con Sophie, por si te interesa!

—Perfecto. Justo lo que esperaba. Gracias— Sonreí con malicia y emprendí la marcha hacia la cafetería.

Ese maldito Leo iba a pagar. Era el momento perfecto. Su estúpida broma había hecho daño a Kevin y no podía quedarme de brazos cruzados.

—¡Alicia!— dijo Dani detrás de mí. Me giré para mirarlo un par de segundos. Tenía el ceño fruncido y parecía molesto.— No te fíes de él.

―No lo hago ―respondí. Me di la vuelta y seguí caminando algo más vacilante que al principio. 

¿Me estaba dando un consejo? ¿Acaso era tan obvio lo que quería hacer?  Lo único que odiaba más que mi forma de actuar era a aquel cretino desalmado llamado Leo Steinbach, y eso era lo único que me motivaba a poner un pie frente al otro y seguir caminando.

Llegué a la cafetería y, efectivamente, Leo tomaba algo con su novia. Ella estaba despaldas a mí y no me vio entrar, sin embargo, los ojos de Leo se encontraron con los míos en seguida. De repente sentí que mi estómago se revolvía y toda mi determinación se vino abajo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Di un paso hacia atrás dudosa. ¿Cómo se me había ocurrido algo tan idiota? ¿Y si se reía de mí? Sería lo más humillante que habría hecho en mi vida. 

Para mi desgracia, ya me había visto y era tarde para echarse atrás. Seguí caminando entre las mesas de la cafetería intentando aparentar toda la seguridad que pude, pero sentía mis tobillos flaquear. No había mucha gente. Mejor. Cuantos menos testigos hubiera, más fácil sería desmentirlo después.

Me paré frente a la mesa, miré a la barbie psicópata con una sonrisa de autosuficiencia y luego a Leo, que me observaba de arriba a abajo con la mismísima cara que había puesto su hermano. Si no supiera que eran gemelos pensaría que podía teletransportarse.

Me senté en una silla libre que había a su lado y me crucé de piernas. Me acerqué lo que más pude a su oído dejando ver el escote, que, por supuesto, no le pasó desapercibido y tragó saliva nervioso. Bingo. 

—Gracias por lo de ayer— susurré lo suficientemente fuerte como para que Sophie lo escuchara, mientras acariciaba sus hombros, tras lo cual, como si hubiera sido poseída por algún espíritu travieso que quería arruinarme la vida, le besé en la mejilla, casi rozando la comisura de su boca. Oh, no. Me había metido demasiado en el papel y le acababa de dar un beso a Leo Steinbach. Él me miró tan perplejo como lo estaba yo misma.

Sophie se aclaró la garganta y casi podía ver las chispitas de odio salir de sus super maquillados ojos azules.

Excuse me? ¿Qué es esto? ―dijo negando con la cabeza. ―¿Acaso te has golpeado la cabeza con algo esta mañana?

―¿Te importa? Estamos ocupados... ―le dije con una sonrisa maléfica. Sí, yo podía sonreír así. En alguna ocasión tuve que defender lo que era mío, cuando las bruacas se acercaban a Kevin.

Sophie se puso en pie furiosa y, con un grácil movimiento que sacudió todos los tirabuzones de su melena rubia, se dio media vuelta y se marchó contoneando las caderas mientras caminaba a toda velocidad. ¿Cómo diablos lo hacía para caminar así de rápida con tacones?

Bien. Misión cumplida. Aunque fue un poco decepcionante. Hubiera esperado algo más de dramatismo. No sé. Unos gritos, un tortazo, un "te odio" o algo así... ¡Más sentimiento!

Volví a ponerme en pie mientras miraba cómo Sophie se marchaba. Por suerte no había sido muy difícil hacerla enfadar. Sin embargo, mi verdadero problema estaba sentado a mi lado. La mano de Leo se deslizó por mi cintura y me sentó sobre sus rodillas.

—¿Qué parte de "lo de ayer" fue la que más te gustó? Si quieres podemos repetirla aquí y ahora— dijo acercando su boca a mi cuello.

Su aliento me hizo cosquillas y mi vello se puso de punta. Intenté levantarme, pero me sujetó por las caderas y me lo impidió, para seguir hablándome tan cerca que mi corazón se volvió loco.

—Ha sido un buen contraataque, rubita. ¿Fue mal la charla con tu amorcito anoche? Desde luego te has tomado muchas molestias— Se rió y la punta de su nariz acarició mi mejilla.

Yo estaba paralizada. No podía conectar el cerebro con el sistema nervioso para que ordenase a mis piernas moverse.

—Hueles bien— dijo. —Es una pena que tanto esfuerzo no vaya a tener los resultados que esperabas. ¿No te dije ya que Sophie no es mi novia? Me da igual si se enfada.

Maldita sea. Era verdad que me lo había dicho. ¿Por qué no lo recordé antes de hacer el ridículo de aquella manera?

Me zafé de sus brazos y sin mirarlo a la cara, completamente avergonzada, salí de la cafetería. No miraba por dónde iba, así que choqué contra algo. Espera, los objetos no te sujetan cuando estás a punto de caer al suelo.

—¿Estás bien?

—Dani.

Estaba tan avergonzada por mi comportamiento que no quise hablar con él. Me quité los malditos zapatos y me fui corriendo hasta encerrarme en el baño más cercano. Pensaba quedarme allí hasta que tuviera fuerzas suficientes para volver a afrontar el mundo.

En teoría yo era la que quería vengarse, pero fui la tonta que salió humillada, para no variar. Ese Leo era despreciable. Saqué los zapatos del uniforme que traía en la mochila y me los puse. Coloqué la falda en su lugar y abroché los botones que me faltaban. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? Seguro que ahora los rumores volarían como la pólvora y destruirían la reputación que ni siquiera había empezado a construir.

Golpeé con la cabeza la puerta del cubículo del baño donde me estaba cambiando mientras decía todas las palabras malsonantes que se me ocurrieron, desahogando mi rabia. Segundos después escuché unos golpecitos en la puerta y, avergonzada por tener testigos de mi arrebato, abrí. Dani —o imaginaba que era él— me miraba alzando una ceja.

―Tienes una boca muy sucia ―dijo aguantando la risa.

—No deberías estar aquí— murmuré mientras me secaba las lágrimas. Agradecí haber usado máscara de pestañas resistente al agua.

Me observó unos instantes y yo intenté ponerme en pie y recolocarme la ropa correctamente para conservar algo de dignidad, aunque con el lamentable estado en el que me encontraba, era complicado.

—Mi hermano es imprevisible. Dice que estaba deshaciéndose de Sophie  y tú sólo le has ahorrado el trabajo— dijo apoyándose en el marco de la puerta.

—Vaya... qué oportuno ―rodé los ojos. Esa era mi suerte.

—¿Te gusta mi hermano?— preguntó de repente.

—¿Qué dices? Es el ser más despreciable que hay sobre la faz de la tierra— sentencié furiosa por el simple hecho de que se lo plantease.— Sólo quería vengarme por una jugarreta que me hizo ayer, pero no contaba con el factor "ruptura inmediata".

—Ya veo. Bueno, mi hermano nunca ha estado con una chica en serio. Sophie es la que más le ha durado, y créeme, es porque ella es insistente hasta la saciedad. Está dispuesta a hacer lo que sea por no perderlo.

—Me parece estupendo. Son tal para cual. Además, como te dije, yo tengo novio. No estoy interesada en cretinos infantiles e inmaduros como él.

Dani sonrió satisfecho por mi respuesta.

—¿Necesitas que te acompañe a clase? Va a empezar en seguida— preguntó cambiando de tema.

—No. Ya sé llegar a esa clase.

—¿Estás segura? Para mí no supone un problema.

—No... —Después del show de la cafetería, sería mejor desaparecer del mapa al menos durante una semana. O como mínimo, que no me vieran con ellos—Prefiero ir yo sola.

—Si es por el tema de tu novio, tranquila, yo respeto. No tengo esas intenciones contigo.

Por fuera, sonreí agradecida. Por dentro sentí como si me hubieran caído dos piedras de cien kilos con la palabra "culpa" y "decepción" escritas en ella. ¿Qué era lo que quería mi corazón? Amaba a Kevin, de eso no tenía duda... ¿Qué era ésto que me hacía sentir Dani? ¿Por qué sus palabras me habían decepcionado? No podía ser amor. Tal vez algún capricho de niña inmadura al ver un juguete nuevo, inteligente, amable y... sexy... Yo no era así. Yo no iba a ceder tan fácilmente.

—Ya... gracias. Aún así no creo que deba.

Dani no insistió más. Alzó las manos en señal de rendición y sonrió.

—Está bien. Te veo más tarde— y se marchó.

Me quedé en la puerta del baño, apoyada mirando al pasillo. Poco a poco se iba llenando de alumnos. Las chicas con peinados impecables, como si tuvieran a un peluquero en su casa listo para arreglarles el pelo en cuanto se levantaban por la mañana. Lo peor era que la mayoría sí tendría uno. Los chicos, por otro lado, con su estilo, derrochando autoconfianza... Realmente yo no encajaba en aquel mundo. No sé quién cedería antes, mi abuela dándose por vencida al no poder convertirme en la señorita que esperaba, o yo, tirándome por el balcón.

Decidí que pasaría las siguientes horas allí encerrada. Era mi primera semana de clase, estaba segura de que me perdonarían la falta.  No me apetecía ver a nadie y a segunda hora tenía griego. Dani asistía a esa clase, así que preferí no encontrarme con él y su maravillosa sonrisa.

Por suerte para mí, los cuartos de baño eran limpiados antes y después de cada jornada lectiva. Nunca, en toda mi vida, había visto baños tan limpios como aquellos. Me quedé sentada en el suelo del cubículo donde había estado antes y cerré los ojos. Casi me quedé dormida allí mismo.

En cuanto escuché el timbre que invitaba a todos a salir a almorzar, salí del baño y fui directa a la cafetería. Me compraría algo para comer y volvería a encerrarme allí hasta que el chófer me recogiese.

Al caminar por la cafetería,  no pude evitar escuchar a unas chicas cuchicheando. Escuché el nombre de Leo y simulé sacar algo de la mochila para quedarme parada junto a ellas escuchando.

―Un amigo que estaba delante me lo ha contado. Era una chica rubia y vestía como una gal― ¿Una gal? ¿Qué sería eso?― y luego Sophie ha salido llorando de la cafetería.

―¿Crees que Leo habrá contratado a una prostituta?― preguntó la otra compañera escandalizada. ¿Una prostituta? Las miré ofendida.

―Es capaz de hacerlo, pero no creo que lo haya hecho esta vez. Dice mi amigo que la chica parecía joven. Yo creo que era una estudiante de aquí mismo.

—Pues que se prepare, porque estoy segura de que Sophie no se quedará de brazos cruzados...

Decidí que ya había tenido suficientes rumores sobre mí por un día y seguí mi camino. Me compré un bocadillo y un refresco de una máquina expendedora y me senté sola en la última mesa del último rincón de la cafetería. Si intentaba pasar desapercibida, puede que nadie se diera cuenta de que yo era la pelandusca que había estado con Leo esa mañana y con el tiempo acabaran por olvidar el estúpido rumor.

―Mira quién está aquí... ―Escuché una voz que me hizo estremecer. Maldición. ―Si es la señorita piernas bonitas. ¿Qué ha pasado con tu falda? ¿Ha vuelto a crecer?

―Olvídame, Leo ―espeté mirando en otra dirección.

―Ah, eso va a ser difícil.

―Y sobre todo olvida lo que ha pasado esta mañana ―dije poniéndome en pie. Intenté marcharme, pero Leo me cortó el paso.

―Y eso va a ser imposible ―puntualizó guiñándome un ojo.

—¿Te importaría dejarme en paz? —exclamé demasiado fuerte y quitándomelo de encima con un empujón. Eso llamó la atención de algunas personas que nos miraban extrañados y en seguida me arrepentí, pues no sería difícil que encajaran la pieza del puzzle y que supieran que yo era la que había montado ese show por la mañana.

―No te pongas nerviosa, princesa. Ya tendremos tiempo de hablar más tranquilamente sobre lo que ha pasado. 

Por encima del hombro de Leo vi a Dani, que estaba sentado con unos amigos. Nos miraba con una expresión neutral, como si todo eso le fuera indiferente. En cuanto se dio cuenta de que lo había visto mirándonos, siguió conversando con sus amigos. Gruñí molesta. ¿Acaso se había enfadado? Lo que me faltaba. Para un amigo que tenía y lo estaba fastidiando todo por culpa del maldito Leo.

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