Capítulo 3: Escapando de la realidad.
Llegó la hora de la cena y me fui hacia el salón donde la criada, que se llamaba Evarista, me indicó. El salón era grandísimo. Una enorme mesa, elegantemente decorada, repleta de deliciosos manjares se extendía frente a mí y sentí cómo mi estómago empezaba a resentirse, pero no me permití ceder a las debilidades del cuerpo, pues la sombra de la tristeza y la impotencia lo ensombrecía todo.
En la otra punta de la mesa estaban sentados mis abuelos, o supuse que eran ellos, porque no me acordaba de cómo eran. Cuando era una niña pequeña los había visitado cada año durante las vacaciones con mis padres, pero dejamos de visitarlos cuando yo tendría unos ocho años. De ahí que pensara que se habían muerto. Nunca más hablamos sobre ellos. Ni siquiera recordaba que la casa fuera tan absurdamente gigante.
—Buenas noches, Alicia— dijo mi abuela con frialdad sin levantarse de la mesa— Llegas tarde. La cena se sirve a las siete en punto, no a las siete y diez.
Miré mi reloj y marcaba las siete y cinco. Le lancé una mirada molesta, pero no me digné a contestar. ¿Esa era la bienvenida que me daba? La estancia allí iba a ser peor de lo que pensaba.
—Bienvenida, querida— dijo mi abuelo con una sonrisa— No hagas caso a tu abuela, hoy está un poco malhumorada.
Le devolví la sonrisa y me sentí agradecida por su comprensión. Al menos mi abuelo no parecía un monstruo de hielo cruel y despiadado, como cierta mujer sentada a su lado.
Me senté en una silla vacía que había frente a unos platos, tan alejada de ellos que ni siquiera sentía que estuviera comiendo en compañía de alguien. Comencé a cenar y mi abuela se aclaró la garganta llamando mi atención.
—En esta casa se bendice la comida.
Me pareció el colmo de la hipocresía, pero tenía hambre y no quería alargar más mi tormento. Tras la bendición de los alimentos, mi abuela me miró con una sonrisa fingida.
—¿Qué tal ha ido el viaje? Lamento no haber podido ir a recibirte, pero somos personas muy ocupadas.
—Ha ido bien —me limité a responder mientras llenaba mi boca de comida. No sabía qué estaba comiendo, pero estaba delicioso.
—Me alegra oírlo. Andrew me ha dicho que has salido al jardín a pasear.
—Sí. —fruncí el ceño. No me gustaba que me controlasen tanto.
—¿Te gustó?
—Sí... bueno. No sabía que podía entrar cualquier persona. Creí que era propiedad privada.
—¿Cualquier persona? ¿A qué te refieres?
—Pues estaba tomando el sol junto al lago y vi a un mirón en un árbol— intenté explicar a mis abuelos lo más tremendamente posible, la aventura con el muchacho de ojos azules, pero mi abuelo empezó a reír.
—Debe de tratarse de un Steinbach, seguro. Nuestra casa y la suya no están separadas por vallas, sin embargo, del exterior nos separan altos muros con cámaras de seguridad y alambradas eléctricas. No creo que nadie de fuera haya entrado, querida.
—¿Un Steinbach?— recordé ese apellido. Andrew lo había mencionado, pero todo era tan nuevo que del mismo modo que entró por mis oídos, salió.
—Son nuestros socios y vecinos. Ya tendrás tiempo de conocerlos mejor— dijo mi abuela con un brillo sospechoso en los ojos que no me gustó nada.
—De acuerdo.
Terminamos de cenar, y mi abuela, después de limpiarse la boca con una servilleta con tanto cuidado que me pregunté si realmente se había ensuciado, ella volvió a centrar su atención en mí.
—Mañana empezarás tus clases.
—¿Tan pronto?— protesté. —Ni siquiera tengo un buen nivel de inglés.
—Eso no será un problema. Te he inscrito a un instituto bilingüe y la mayoría de sus asignaturas se imparten en español, pero pronto necesitarás habituarte al inglés.
Resoplé aliviada.
—Lo que más me preocupa es que debes aprender a ser una señorita cuanto antes. No creo que podamos casarte con esas maneras que tienes —dijo como si estuviera hablando del tiempo que hacía.
—¿Casarme? Pero si sólo tengo diecisiete años.
—Querida, llevas prometida desde que tenías cuatro años.
—¿Qué? ¿Prometida? ¿De qué estás hablando?
Mi abuela me repasó con la mirada entrecerrando los ojos pequeños y marrones, como si fueran uvas pasas. Cada vez que yo decía o hacía algo que no le gustaba ponía esa cara.
—Alicia, eres la heredera de todo nuestro imperio. No puedes casarte con cualquier mosca muerta— se rió como si hubiera hecho un chiste gracioso. —Tu padre ya cometió ese error y prefirió irse con tu madre antes que ser nuestro heredero. Pero al no tener más hijos, necesitamos a quien siga nuestros pasos y engrandezca todo por lo que hemos luchado en la vida. Por eso hemos decidido hacernos cargo de tu educación.
—Esto es muy fuerte... o sea. ¿Estoy aquí para heredar todo esto?— hice un gesto con las manos incrédula. Todos los problemas económicos de mi familia estaban solucionados. Pagaría un billete a Carla y otro a Kevin y los traería a vivir a la mansión. Había espacio de sobra para todos. Sonreí como una tonta y mi abuela apretó los labios molesta.
—Sí. Más o menos, eso es lo que quiero decir. Pero para ello, debes casarte con quien yo te diga. Será la condición.
—Ah, no. No, no, no, no. Yo ya tengo novio— expliqué como si a alguien le importasen mis sentimientos.
—¿Novio? El incompetente joven con el que te relacionabas en Madrid ha pasado a la historia. Alicia, querida, tienes que buscar gente que esté a tu altura. No puedes elegir a cualquier patán.
—¡No hables así de mi novio!— grité furiosa mientras golpeaba la mesa y me ponía en pie.
—¡Cierra esa boca mal educada! En esta casa tú haces lo que se te manda y punto. No tienes elección. —Mi abuela había empezado a alterarse, pero en seguida recuperó la compostura.
—Ah, ¿no la tengo? Eso está por verse.
Me di media vuelta y fui a mi dormitorio. Ignoré a mi abuela que no paraba de gritar mi nombre, pero no podía seguir escuchándola. El simple hecho de oír su voz me irritaba muchísimo. Mi paciencia había llegado a su fin. Me encerré en mi habitación y di un portazo con todas mis fuerzas. Esperaba que lo hubiera escuchado desde el salón. Aquel año iba a ser muy largo... mucho más de lo que había imaginado.
¿Qué clase de marido tendría mi abuela preparado para mí? ¿Qué futuro me esperaba viviendo en aquella casa? Tenía que salir de allí como fuera. Me escaparía, volvería a Madrid y le diría a Kevin que nos escapáramos juntos, o quizá me iría a casa de Carla a vivir.Cualquier cosa antes que pasar un segundo más en aquella casa horrorosa.
Cogí mi teléfono e intenté llamar a Kevin para contarle lo miserable queme sentía. Ni siquiera vi qué hora era. La voz de mi adormilado novio se escuchó al otro lado del teléfono.
—¿Diga?
—¡Kevin! Soy yo... Escucha...
—¿Ali? ¿Sabes la hora que es?— no me había parado a calcular la hora.
—Lo siento pero es que...
—¿Te importa si te llamo cuando sea de día? Estoy muy cansado. He estado estudiando hasta tarde.
—Sí, claro. Lo siento.
—Te quiero, princesa. Hasta luego.
—Adiós.
Tomé aire lentamente y luego lo exhalé. Repetí la operación varias veces hasta que logré ahogar las lágrimas. No soportaba vivir así, y tenía que ponerle remedio cuanto antes.
Miré a la ventana de mi cuarto. No tenía barrotes y estaba lo suficientemente alejado del salón en el que habíamos cenado como para que no se dieran cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Abrí el cristal y observé una hiedra bastante tupida que subía serpenteando por la pared hasta la segunda planta, y cerca de allí, un árbol enorme. No sería muy difícil salir. Ya era de noche y había algo de humedad en el ambiente, así que agarré una chaqueta y dinero para el autobús. Cuando me hubiera marchado, llamaría por teléfono a Carla o a Kevin para que me ayudasen a pagar un billete de avión y se lo devolvería después. Mi lugar estaba en Madrid, con ellos, y toda aquella gente pija no volvería a saber nada más de mí.
Me senté en el alfeizar de la ventana y saqué las piernas. Agradecí no padecer de vértigo. Me agarré a la hiedra y con pasos inseguros, fui sujetándome a ella hasta que llegué a la rama del árbol. Me arañé las piernas varias veces. Hacer aquello con una falda no era lo más inteligente del mundo. Desde la ventana todo parecía mucho más fácil. Tomé aire repetidas veces y me planteé si no sería demasiado tarde para volver e intentar escapar de otra manera.
Un reflejo de luz procedente de mi anillo me devolvió el brío. Tenía que volver con Kevin. No podía casarme con otra persona. ¿Y si querían casarme con un viejo asqueroso? Lo había visto en las películas. La pobre chica que se casa con un hombre que podría ser su abuelo para unir las empresas y engrandecer sus imperios... No. Yo no era esa clase de chica sumisa.
Di un salto y llegué a la rama, pero me arañé también los brazos al agarrarme. Me quedé colgada de las manos y poco a poco fui llegando hasta el tronco del árbol. Cuando llegué al suelo casi lo besé... casi.
Eché a correr como alma que lleva el diablo. Ya no había marcha atrás. Iba a llegar a Madrid como fuera. Viviría para siempre con Kevin y la bruja que tenía el mismo apellido que yo no me lo iba a impedir.
Miré a mi alrededor. ¿Qué dirección debía tomar? Tal vez habría sido inteligente preparar mi escapada un poco más y haber conseguido un mapa y una brújula. Me introduje en el bosque para atajar hasta la puerta de salida ¿Cómo se le ocurría a mi abuela tener un bosque en el jardín? Aun así corrí, dejándome llevar por mi sentido dela orientación.
No sé cuánto tiempo estuve corriendo. Yo diría que casi una hora. En la oscuridad, todo me parecía igual y además, ¡el recinto era enorme! Pero al final encontré la puerta de salida. En ésta había un guardia de seguridad. Tiré una piedra hacia el lado contrario de donde yo estaba, y el guardia, al oír el ruido, dejó su puesto para investigar. Silenciosamente me deslicé hacia fuera del recinto. Estupendo. Entonces encontré una carretera. Suspiré aliviada y empecé a caminar por uno de los lados al azar. "Todos los caminos llevan a Roma", pensé. Pero no, aquello no era Roma, y mucho menos sería tan fácil encontrar mi destino.
Después de un tiempo considerable y una larga caminata a ninguna parte, miré mi reloj y ya eran casi las once de la noche. Me estremecí. La carretera no estaba muy iluminada y la humedad dificultaba un poco la visión. Era la típica escena de una peli de terror. Miré a ambos lados de la carretera y luego a los árboles que la rodeaban. Si quisiera volver a casa de mi abuela, iba a tener problemas para encontrarla, pero ya era tarde. No había vuelta atrás.
Caminé durante mucho tiempo. Al menos durante casi una hora. Los grillos ponían una banda sonora bastante tétrica a mi escenario, pero lo que me asustó de verdad fue el rugido del motor de una moto. En el silencio dela noche se podía escuchar sin problemas desde muy lejos. ¿Sería amigo o enemigo? Quizá me podría llevar a la estación de autobús, o tal vez era un violador y asesino en serie...
No tuve más tiempo de dudar. Los faros de la moto me iluminaron y empezó a aminorar... maldita sea... debí haber aceptado el spray de pimienta que Carla me había ofrecido cuando nos despedimos. Sólo por si acaso.
Me quedé quieta como un pasmarote, deseando que pasara de largo, pero no lo hizo. Se detuvo a mi lado.
El cristal del casco era oscuro y no pude ver su cara.
—You look lost, young lady. Do you need help?— dijo en inglés.
—Lo siento, no hablo inglés —mentí. No es que fuera una experta, pero me defendía lo suficiente como para comunicarme.
—Quiero decir que si necesitas ayuda. Este no parece un lugar apropiado para una chica.
Maldición. Hablaba español.
—Sí... —contesté nerviosa. —¿me puede indicar cómo llegar a la parada de autobús?— intenté ser tan cortés como lo había sido él, pero en vez de contestar, se rió. Me dio un escalofrío.
—Claro, si quieres caminar diez kilómetros en la dirección contraria a la que caminas— dijo en un tono jocoso.
—¿Qué? —toda mi determinación se vaporizó en un instante. Al cuerno con mi plan. Sería mejor buscar otra opción.
—¿Eres la nieta de Isabel Ros?— preguntó. Me sorprendió que supiera quién era y me sentí algo más tranquila al saber que no era un desconocido del todo.
—Sí.
—No creo que a ella le guste que su nieta vaya andando sola por la calle a estas horas. ¿necesitas que te lleve de vuelta a casa?— se ofreció.
Lo miré desconfiada, todavía con el casco puesto. Pareció entender mis dudas y se levantó la visera. Apenas podía verle por causa de la penumbra, pero diferencié que tenía los ojos claros, aunque, claro, eso no era tan extraño en yankilandia. Luego miré su moto. No era una experta en motos, pero era evidente que aquella máquina roja era rápida. Dudé. Dudé más todavía. Seguí dudando y al final acepté.
—De acuerdo— me rendí.
Subí a la moto con algo de dificultad. Otra cosa que no recomendaría hacer cuando usas falda es montar en una moto. En seguida aceleró,haciendo que casi perdiera el equilibrio y me cayera hacia atrás. Me agarré a él con fuerza como acto reflejo. Olía a perfume de hombre... Cielo santo ¡Qué bien olía! Su torso era delgado y fibroso. Casi podía sentir los músculos a través de su ropa.
No dijimos ni una palabra en el trayecto. Tampoco era posible en aquella veloz moto, pero la adrenalina provocada por mi escapada y estar subida en la moto con un desconocido, hicieron que mi corazón palpitara como loco.
Llegamos a la espectacular puerta del recinto, donde el guardia al que había engañado, se acercó confuso al verme entrar sobre la moto. Abrió la puerta inmediatamente y el desconocido me llevó hasta la puerta de la casa.
Me bajé de la moto con dificultad y sentí que las piernas me temblaban al poner los pies en el suelo.
—Mi abuela me va a matar— murmuré.
—No creo que te mate, pero seguro que se podrá furiosa— se rió.
—¿Te parece divertido?
—No... bueno, un poco sí. —se rió de nuevo y yo gruñí molesta. —Recuerda curarte todas esas heridas de los brazos y piernas, o parecerás una indigente cuando vayas a clase. No querrás causar una mala impresión...
—Créeme, eso es lo que menos me preocupa ahora.
—Tal vez debería.
El sonido de la moto debió de llamar la atención de Evarista, que abrió la puerta y me miró espantada.
—¡Santo cielo, señorita! Entre antes de que su abuela la vea así.
La enorme mujer me tomó de un brazo y me introdujo en la casa. Me dio tiempo de lanzar una última mirada al muchacho de la moto que hizo un ademán con la cabeza a modo de despedida.
—¡Buena suerte!— le escuché decir antes de desaparecer tras la puerta.
No, no necesitaba suerte. Necesitaba un milagro.
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