Capítulo 2: Conociendo a mis verdugos
Al llegar al Aeropuerto de Los Ángeles, en seguida encontré a un hombre alto sosteniendo un cartel en el que ponía mi nombre. Fui hacia donde estaba él. Tenía el pelo gris y usaba traje de chaqueta. Parecía muy serio.
—Esta soy yo— le dije parándome justo delante de él. Me miró y no sonrió.
—Bienvenida, señorita Alicia— dijo con un ligero acento inglés y haciendo una leve reverencia. ¿Qué demonios hacía?
Incómoda, le seguí cuando empezó a andar hacia la salida. ¿Señorita Alicia? ¿Qué se había fumado aquel hombre?
—Tengo que recoger mi equipaje— le recordé.
—No será necesario, señorita Alicia. Su equipaje ya ha sido recogido y transportado a la casa de sus abuelos.
—Ah...— me sorprendió el servicio del aeropuerto. ¿Acaso hacían eso con todos los viajeros?
Subí en el coche, que resultó ser una limusina. Los asientos de cuero beige brillaban como si estuvieran recién puestos.
El hombre se sentó en el asiento del copiloto y otro hombre con el característico sombrero de chófer puso en marcha el coche tan pronto como se aseguró de que estábamos listos. No demoró en emprender la marcha y el silencio me empezaba a resultar incómodo.
—¿Cómo te llamas?— pregunté al hombre que había venido a recogerme. Ni siquiera sabía cómo debía dirigirme a él. Parecía alguien importante.
—Yo soy Andrew. Soy el asistente personal de su abuela.
—¿Mi abuela tiene asistente personal?— pregunté sorprendida —¿Y la casa está muy lejos?
—No, señorita. Estaremos ahí en una hora.
—¿Una hora? ¿Y eso no es estar lejos?— si una hora no era estar lejos, no quería pensar en el viaje que nos esperaba cuando fuéramos a un sitio que sí lo estuviera. Lo que estaba claro era que las distancias no eran iguales en Estados Unidos que en España.
Tal y como Andrew prometió, en una hora estuvimos en la casa. La boca se me abrió de par en par cuando vi la enorme e imponente puerta de forja de la verja exterior. Cuando la limusina paró frente a ésta, se abrió automáticamente y nos dio paso a un pasillo de piedras a través de un gigantesco jardín lleno de grandes árboles.
El coche avanzó muchos metros más, hasta que llegamos a la puerta de la casa, en lo alto de una pequeña colina, en el centro del jardín.
—¿Pero de qué tamaño es este jardín?— lancé una pregunta retórica, observando asombrada por la ventanilla, pero Andrew respondió.
—La propiedad de la familia Ros colinda con el jardín de los Steinbach. Está separado por un bosque. Habrá en total unas diez hectáreas de jardines, incluyendo el lago y el arroyo.
No entendía mucho de números y hectáreas, así que guardé silencio. Andrew me miró por el espejo retrovisor y con una sonrisa de autosuficiencia me lo explicó.
—Eso son más de cien mil metros cuadrados.
—¡¿Qué!?— ahora sí lo había entendido. —Pero esto es gigantesco.
Andrew sonrió al haber conseguido su propósito de impresionarme. ¿Qué clase de abuelos era los que tenía? Y si eran tan absurdamente ricos ¿Por qué diablos nunca habían hecho nada por ayudarnos en los momentos de dificultad económica?
El coche se detuvo frente a la puerta de la casa. Bueno, casa era una forma de llamarlo, porque aquello era como diez casas juntas. ¿Cómo podía ser tan grande? Allí debía de vivir mucha gente.
Tomé mi equipaje de mano, sin poder cerrar la boca todavía. Había una enorme fuente en una redonda que había frente a la puerta de entrada. Bajé del coche, que dio la vuelta y se fue por donde había venido. Miré a mi alrededor y, en verdad, aquello era un paraíso. Si fuera un hotel, estaría valorado en más de siete estrellas, seguro.
Subí por la escalera de mármol, siguiendo a Andrew, que llamó al timbre, y en pocos segundos, una señora muy grande, vestida con un uniforme de criada, nos abrió la puerta.
—Bienvenida, señorita Alicia. Espero que haya tenido un buen viaje.
—Hola— contesté a secas alzando mi mano en forma de saludo.
Todavía no me había recuperado del Shock, cuando entré en la mansión, que por dentro era tan impresionante como por fuera. Entramos a un amplio recibidor muy luminoso con un pulcro y brillante suelo de parqué y bonitas columnas blancas que hacían interesantes arcos hacia el techo. En el centro colgaba una trabajada lámpara de araña con brillantes piedras que reflejaban toda la gama de colores del espectro de luz. Por todas partes había, lo que me parecieron, carísimas obras de arte, tanto cuadros, como esculturas, y a juzgar por la apariencia de aquella casa, seguro que todo aquello era auténtico.
Frente a nosotras se alzaba una bonita escalera de mármol cubierta por una mullida moqueta y con baranda de brillante madera, que se bifurcaba hacia izquierda y derecha. Me acerqué con curiosidad y miré hacia arriba, encontrándome con una bonita bóveda de ventanales que permitían que los rayos de sol iluminasen toda la estancia con calidez. Un toque del que carecía toda aquella sofisticada elegancia.
—Señorita Alicia, su abuela no podrá recibirla ahora, pues tiene una importante reunión, pero a las siete será la cena. La guiaré a su dormitorio para que pueda acomodarse y prepararse —indicó la mujer.
—Sí. Gracias... supongo.
Miré mi reloj y sólo eran las cuatro. Tenía tres horas por delante para hacer lo que quisiera, así que decidí que me ducharía y daría un paseo por el jardín, si es que a aquello se le podía llamar jardín.
La señora me guió por la escalera hasta lo que era mi habitación, tan ostentosa e impresionante como el resto de la casa. Parecía el dormitorio de una princesa. ¿Cuántos años creían que tenía? Unas brillantes cortinas color malva colgaban sobre el cabezal de la cama, que era del mismo color que éstas. Un sillón, también malva, y de apariencia bastante cómoda, lucía exquisito junto al gran ventanal, desde donde se veía el jardín. Incluso había un tocador de madera blanca con los contornos dorados.
Mis ojos se pasearon por la habitación buscando mis maletas, pero no las encontré.
—Disculpa— llamé la atención de la señora que ya empezaba a marcharse con una reverencia— ¿Sabes dónde están mis maletas?
—La señora ha decidido que no necesita nada de los enseres personales que trae de su país. Aquí encontrará todo lo que necesita y más— dicho eso, hizo otra reverencia y salió del cuarto.
—¿Qué? ¿Quién se ha creído que es?— pregunté furiosa gritando al aire. Primero me separaba de mis amigos, mi familia, mi país, mi idioma, y ni siquiera podía conservar mis cosas. Eso era el colmo. Cuando la viera a las siete iba a explicarle que yo me quedaría allí con la condición de que dejase de meterse en mi vida, si no, volvería a mi país.
Al final me duché y cuando terminé me envolví en una toalla y me acerqué al armario. Me sorprendió ver que estaba lleno de la ropa más clásica que había visto en mi vida. Nada iba con mi estilo. Resoplé molesta y cogí una falda blanca con un poco de vuelo que quedaba justo por debajo de las rodillas y una camisa de flores lilas con unas sandalias plateadas. En Madrid nunca me habría vestido así, pero era lo que parecía más cómodo.
Salí al jardín a explorar y en seguida me encontré con el bosque del que Andrew me había hablado. Era muy frondoso y me hacía sentir muy tranquila. Como si todo lo que había pasado hasta ese momento no fuese más que un sueño. Inspiré profundamente y expulsé el aire. Hacía un poco de calor, pero la sombra de los árboles y la brisa me refrescaban.
Paseé y encontré el lago. Me senté en una roca que había junto a éste y subí la falda para que el sol me diera en los muslos. También me abrí los primeros botones de la camisa y los últimos, dejando sólo abrochado el del centro, para que me diese el sol. Me eché hacia atrás hasta apoyarme sobre los codos y me relajé un poco. En verano iba a disfrutar muchísimo allí.
—I could get used to this— escuché una voz masculina hablando en inglés y abrí los ojos sobresaltada, mientras me cubría todo lo que podía. Busqué con la mirada por todos lados, pero no veía a nadie.
—¿Quién anda ahí?— pregunté asustada.
—Aquí arriba, piernas bonitas— seguí la voz, que esta vez habló en un perfecto español, y en una rama del árbol que había sobre mí, vi a un muchacho, que sonreía con picardía mientras no dejaba de mirarme.
—¡¿Qué...?! ¡Voy a llamar a la policía! ¡Pervertido! — vociferé tan furiosa como avergonzada.
—¡No te avergüences! Son preciosas...— me guiñó un ojo.
—¡No te atrevas a decir nada sobre mis piernas! — viendo que sería inútil, resoplé molesta, me levanté de la roca y emprendí el camino de vuelta.
—¡Espera, no te vayas!— gritó el muchacho. Bajó de la rama de un salto, en seguida me alcanzó y me agarró de la mano.— ¿Cómo te llamas?
Al verlo de cerca, vi sus preciosos ojos azules. Cielo santo. Era guapísimo. Sin embargo, estaba tan abochornada que no podía recrearme en su perfecta cara. Lo miré furiosa.
—No te importa, descarado
Tiré de mi mano para recuperarla y me marché sin decir nada más.
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Uy, uy... Este muchacho se toma muchas confianzas... Y parece que a partir de ahora, la vida de Alicia va a ser muy diferente de lo que ella hubiera imaginado. ¿Abuelos ricos? Esto iba mucho más allá.
¿Qué os está pareciendo hasta ahora? Besos y que disfrutéis!! ;)
Alma Mara <3
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