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Capítulo 13: El Tour de los ricos


Cuando entré en la habitación me quedé pasmada. Era increíble. Jamás me había hospedado en un hotel tan lujoso.Los muebles eran de estilo victoriano. Una sola silla de aquellas desprendía más lujo que mi casa entera... es decir, mi casa donde solía vivir antes de que todo se volviera un desastre.

 Me asomé a la ventana y admiré la hermosa vista del ocaso de Madrid. No tenía ni idea de dónde estaba exactamente, y tampoco en qué hotel estábamos, ya que había estado discutiendo para conseguir que borraran la maldita foto y no lo había visto. Ni siquiera había un sobrecito de esos que tienen cepillos de dientes con algún nombre o una dirección que me diera una pista. Supuse que a ese nivel de lujos no necesitaban publicitarse.

Frente a la enorme cama había una puerta doble que llevaba a una especie de salón y en el centro había una mesita con una botella de cava y bombones. Por todos los cielos, ¿sabían que en la habitación había una menor de edad? 

Sólo había una cama, así que supuse que las habitaciones eran para una sola persona. Me alegré de no tener que compartir cuarto con las amigas de Dani. No parecían malas personas, pero no había nada como tener intimidad propia.

Unos toques en la puerta llamaron mi atención y me acerqué a abrir. El salón estaba bastante lejos de la entrada, así que me apresuré. ¡Aquella habitación era enorme! Sin duda habría podido vivir allí con mis padres... de nuevo ese pensamiento me atormentaba.

Abrí la puerta y un Steinbach me sonreía ampliamente. Lucía una ropa distinta. ¿Se había arreglado tan rápido?

—¿Lista para salir a pasear?

—¿Ya? Pero si no he abierto ni la maleta. Necesito ducharme, ponerme ropa para salir, maquillarme un poco...

—Ya, claro. No sé de qué me sorprendo. Eres chica, después de todo. Tienes veinte minutos. Estaremos esperando abajo.

—¿Y cuál será el plan? Es por arreglarme mucho o poco.

El Steinbach, que casi seguro que era Leo, me miró de arriba a abajo con una sonrisa maliciosa. 

—Hemos pensado salir a dar un paseo y tomar algo por ahí. No estaría mal verte bien vestida. Hay algunos vestidos colgados en el armario que te gustarán.

—¿Pero cuándo vamos a ver a Kevin? —No sabía qué se había creído, pero yo no había ido de viaje de fin de semana. Tenía un propósito en mente y con ese fin había viajado hasta allí.

—Paciencia, princesa.

—No me llames...

—Depende de lo que ocurra —me interrumpió. —Tal vez cenaremos donde él trabaja... o no. 

—¿Cómo sabes dónde trabaja? —inquirí preocupada. 

—Mi querida Alice, cuando hago algo, lo hago bien. ¿Qué creías?

En cuanto dijo eso, se dio media vuelta y se marchó. Me quedé mirándolo unos instantes y un mal presentimiento empezó a atormentarme. Sólo había pasado cuatro días fuera. No era posible que él me fuera infiel. Imposible.

Miré el reloj. ¿Me había dado veinte minutos? Sólo por molestar, tardaría cuarenta. Cierto, estaba ansiosa por ver a Kevin, pero le vería de todas maneras. Molestar al "mandón" de Leo me resultaba más tentador.

Tras una relajante y gratificante ducha, me coloqué el albornoz y me enrollé una toalla en la cabeza. El baño era enorme. La ducha estaba a la izquierda, y sólo ésta era del tamaño del cuarto de baño de mi antigua casa. Me paré frente al espejo y arreglé mi pelo. Resoplé molesta. Necesitaba un corte de pelo urgente. Me calcé las pantuflas que había en una esquina y caminé hasta el armario. Al abrirlo encontré algunos vestidos bastante bonitos, pero no eran de mi estilo.

—¿Por qué los ricos son tan pijos para vestir? —Agarré uno negro con los hombros descubiertos y atado al cuello. Seguramente, en alguna de las súper modelos que acompañan a Leo normalmente, el vestido habría quedado corto, pero yo no era muy alta, así que, por suerte, no enseñaba demasiadas piernas. No me apetecía tener al idiota de Leo haciendo comentarios estúpidos. 

Me puse unas sandalias con tacón y con mi cabello todavía humedecido por la ducha, salí de la habitación y me planté en el pasillo. En cuanto escuché cerrarse la puerta detrás de mí, el corazón empezó a latirme a toda velocidad. Estaba a punto de ver a Kevin. No me lo podía creer. Entonces me pasó por la mente la conversación que había tenido con Dani en el avión. ¿Hasta qué punto estaba dispuesta a pagar si resultaba que Kevin no era como yo creía? Con todo lo que me había dicho iba a ser complicado no darle vueltas al tema. Había estado con Kevin por varios meses y nunca me había dado motivos para dudar de él. Siempre estábamos juntos. Éramos la pareja perfecta y todos lo sabían. No había lagarta que se atreviera a seducirle porque sabían que él me pertenecía...  pero ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar Leo para probar que su teoría era cierta y ganarme como esclava? Me dio un escalofrío sólo de pensarlo.

—¡Aquí estás! —La animada voz de April sonó a mi espalda y me sobresalté. Me giré a mirarla y lucía bastante sencilla, pero aún así se veía adorable. Usaba una falda negra bastante ceñida que le llegaba a la rodilla con una sandalias llenas de pedrería y una camisa de tirantes en rosa. El pelo lo llevaba atado con dos trenzas a cada lado. 

—Hola... —dije amedrentada al ver la siniestra figura de Lulú detrás de ella. Vestía completamente de negro. Usaba un corpiño con encaje y un pantalón de piel tan apretado que marcaba los huesos de sus delgadas piernas. En los pies usaba unas botas militares y el pelo negro-azul y lacio le caía hasta la cintura. Sus ojos estaban tan maquillados que parecía una vampiresa. 

—Te ves guapísima, me encanta tu estilo —dijo April rodeándome y examinándome de arriba a abajo.

—Gracias... supongo. Vosotras también vais muy guapas.

—¡Sí! Tenemos estilos completamente diferentes, pero lo vamos a pasar genial —exclamó sonriente mientras alzaba un brazo. —Dani ha dicho que iremos a un restaurante a tomar algo y luego, posiblemente iremos a bailar. Estoy muy emocionada por conocer tu país, Alice.

Sin esperar una respuesta, se dio media vuelta, alzando sus dos trenzas y comenzó a caminar. Lulú me miró con el ceño fruncido antes de seguir a su amiga. Escalofriante.

Las seguí hasta el ascensor y cuando las puertas estaban a punto de cerrarse escuchamos una voz que llamó nuestra atención.

—¡Esperad!— Una mano se coló entre las puertas del ascensor y éste se abrió inmediatamente. —Pensé que no llegaba— dijo uno de los gemelos sonriente al introducirse en el ascensor. 

A pesar de la amplitud del habitáculo, me sentía ligeramente aprisionada entre la pared y el Steinbach junto a mí. Me aclaré la garganta para ver si lograba llamar su atención y se apartaba, pero sólo conseguí que me mirase sonriente.

—¿Te importa? Invades mi espacio personal— intenté empujarle, pero no se movió del sitio.

—No. Creo que estoy justo donde quiero estar. Si te molesta, te apartas tú— se burló devolviendo la mirada a las puertas del ascensor. April se mordió el labio intentando aguantar la risa, pero Lulú sólo frunció más el ceño.

—Idiota. —Me aparté y me puse en el lado opuesto del ascensor, justo frente a Leo. Sólo podía ser Leo. Pero me arrepentí en el instante en que me miró y sonrió de esa manera que hacía que mi interior se volviera loco. Malditas feromonas... 

Traté de mantenerme firme y miré en otra dirección. ¿Por qué el maldito ascensor tardaba tanto? Por fin la puerta se abrió y salí rápidamente, dando de bruces con alguien. Empecé a disculparme, cuando percibí que era Dani.

—Lo siento —dijo mientras me sostenía por los hombros para que no perdiese el equilibrio por culpa de los tacones. —¿Estás bien?

—Sí, sí, perfectamente... —me solté de sus brazos y sonreí. Qué bien olía.

—¿Dónde demonios está tu amigo el lechoso? Se nos va a hacer tarde —protestó Leo hastiado abriéndose paso entre Dani y yo. Era terriblemente irritante.

—¡Aquí estoy!— Sean se acercó alzando los brazos con dramatismo. —¿Es que no podéis vivir ni diez minutos sin mí? 

En cuanto llegó a nuestro lado, pasó el brazo por los hombros de Lulú y la atrajo hacia él. A pesar de todo el maquillaje que tenía, y porque April me había puesto sobre aviso, pude ver sus mejillas sonrojarse.

—Listo. Estamos todos. ¡En marcha! —anunció Dani sonriente. 

Los hermanos Steinbach se habían encargado de contratar un microbús para desplazarnos a  donde quisiéramos ir, con un chófer incluido. El interior era bastante completo, con asientos de cuero y una mesa en el centro. ¿Por qué no escatimaban en gastos? Probablemente esa excursión les estaba costando más cara que el salario de diez años de Kevin.

Él trabajaba en el taller de su padre entre semana, pero los sábados y domingos trabajaba en un bar hasta altas horas de la madrugada. Se llevaría la sorpresa del siglo al verme allí. Estaba ansiosa y mi amplia sonrisa y mi buen humor me delataban. 

—Oye, Ali, ¿cómo es tu novio?— preguntó April con curiosidad.

—En el móvil nuevo no tengo fotos nuestras, y tampoco puedo acceder a las redes sociales, pero creo que aquí tengo una foto. —Abrí mi monedero y saqué una que nos hicimos en un fotomatón de un centro comercial. Él sonreía mientras yo le besaba la mejilla. 

—Es muy guapo —dijo ella observando la foto y asintiendo con la cabeza.

—Vaya con la mosquita muerta. No está nada mal— se rió Leo mientras me quitaba la foto.

—¡Devuélvemela!— me abalancé sobre él para recuperar mi preciada posesión, pero en un descuido acabé a horcajadas sobre sus piernas. 

Por un instante se quedó desconcertado, pero en seguida sonrió con picardía. Nerviosa, me aparté tan pronto como había conseguido arrebatarle mi tesoro y coloqué el vestido en su sitio. Tal vez no era tan largo como yo creía.

—La verdad es que es guapo. Te lo tenías muy callado. —April me guiñó un ojo y yo sonreí ruborizada. Intentaba convencerme de que el motivo por el que me sonrojaba era el cumplido, pero ¿a quién quería engañar? A mí, desde luego, no.

—Ah, mi dulce e inocente Alicia— se rió Leo—. Déjame informarte de que los guapos son los más propensos a la infidelidad.

—¿Por qué insistes?— protesté harta.

—Saben que son guapos y se aprovechan de ello para calmar "los instintos carnales"— continuó hablando ignorando mi creciente enfado. Sin embargo, y muy a mi pesar, al escuchar su insinuación, enrojecí y a él no le pasó desapercibido. —Y por lo que veo, vosotros todavía no os habéis "estrenado"— apuntó con malicia haciendo la señal de las comillas con los dedos.

Aunque mi primer impulso era preguntarle cómo demonios lo había sabido, conseguí controlar mi curiosidad para no quedar como una niña impresionada por la perspicacia de su oponente.

—¿Todavía no os habéis acostado? —preguntó April sorprendida.

—No— admití bajando la mirada. — Somos novios desde hace apenas unos meses y... no me siento preparada.

—Entonces ten por seguro que ya habrá caído— se rió Leo.

—¡No seas cerdo! —empecé a sentir la vergüenza y la ira apoderarse de mí— ¿Acaso importa si lo hemos hecho o no?— exclamé tan roja como un gambón.

—Importa— sentenció Sean, que hasta ahora no había tomado parte en la conversación.

—Sí, yo también creo que importa— le apoyó April.

—¿Pero qué estáis diciendo?— exclamé escandalizada.

—Lo siento mucho, pero estoy de acuerdo. Es un factor importante en la fidelidad el haber sellado la relación— aportó Dani. No me lo podía creer.

Por inercia miré a Lulú, que miraba por la ventanilla del microbús aparentando no escuchar la conversación.

—¿Tú también estás de acuerdo?— pregunté sarcástica. Ella me miró alzando una ceja.

—Prefiero no opinar— se limitó a decir aunque pude percibir que lo decía para no herirme, porque concordaba con los demás.

—¿Cómo podéis pensar así? Sois unos pervertidos. ¡Todos! —Me crucé de brazos intentando disfrazar mi vergüenza con indignación.

—Si te sirve de consuelo, yo pienso que si se trata de amor verdadero, no tiene por qué existir ningún tipo de roce físico para que pueda soportar la distancia— dijo por fin la dulce voz de Dani.

Lo miré agradecida, pero su hermano le empujó riéndose.

—Tú eres un halagador embustero.

Empezaron a pelearse como niños y yo aproveché para salir de la conversación y apartarme a un lado. No me gustaba que siguiéramos hablando sobre lo que yo hacía o no con Kevin.

El microbus se detuvo en una calle céntrica y todos bajamos. Aquella plaza me resultaba familiar. Era la plaza donde estaba el bar en el que trabajaba Kevin. Empecé a caminar más deprisa para llegar al destino cuanto antes.  Unos metros más hacia delante podía ver a Kevin atendiendo a los clientes de la terraza del bar. ¡Estaba ahí mismo! Alcé la mano para llamarle y hacerle señas, cuando sentí un tirón del brazo y Leo me rodeó completamente ocultándome de la vista de mi amado. Intenté empujarle, pero me agarró de ambas muñecas y me detuvo.

—¿A qué viene tanta prisa, rubita? ¡Tenemos que asegurarnos de que te es fiel antes de que te vea, si no, no tiene sentido. —Estaba demasiado cerca. Mi pecho estaba completamente apoyado en su abdomen y aunque intenté apartarme, no me lo permitió.

—Suéltame, cretino. He entendido el concepto.

Cuando recuperé la movilidad de mis brazos, me senté junto a Leo en un banco poco iluminado desde donde podíamos ver perfectamente a Kevin pero él no nos identificaría fácilmente. El resto del grupo se había aproximado al bar y se habían sentado en una de las mesas libres. Kevin se acercó a ellos y empezó a tomar nota de lo que querían tomar.

—Daría lo que fuera por estar ahí con ellos —murmuré mientras los miraba esforzándome por no abalanzarme en sus brazos en aquel instante.

Leo no contestó. Sólo miraba su reloj una y otra vez. ¿Por qué estaba tan callado? no era normal en él.

Volví mi atención hacia mi novio y se me heló la sangre al ver a una preciosísima chica de curvas deslumbrantes acercarse al bar. Su larga melena rubia envolvía una hermosa cara que parecía retocada con photoshop. ¿Realmente existían seres humanos así? Tenía un ceñidísimo y escaso vestido negro que apretaba cada una de sus curvas perfectamente colocadas en su sitio. Al verla caminar con esa sinuosidad me sentí ridícula al pensar que podía haber sido de algún modo atractiva con aquel burdo intento de seducir a Leo. Miré mi vestido negro y, al lado de ella, parecía más una bata que un vestido.

Entonces se acercó a Kevin... No... No, por favor...

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