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Capítulo 10: Pactando con el diablo.



Unos quince minutos más tarde, mi abuela entró en la sala, e inconscientemente me encogí nerviosa. Entendí que mi irrupción no había sido bienvenida y el fuego en su mirada me decía mucho más que la parsimonia con la que se dirigía hacia el sofá que había al otro lado de la mesita de té.

—Alicia Ros. Queda absolutamente prohibido interrumpir cualquiera de las actividades que tanto tu abuelo como yo llevamos a cabo a lo largo del día. Y especialmente si has sido avisada con antelación por el servicio que no debes hacer tal cosa. Ellos han sido instruidos para evitar ese tipo de situaciones.

—Lo siento— farfullé amedrentada.

—¿Acaso crees que un "lo siento" es suficiente ante tal muestra de poca educación y descortesía? ¿Tienes idea de lo que puede haber pensado el señor Steinbach cuando te haya visto entrar de ese modo?

—¿El señor Steinbach?— pregunté sobresaltada al descubrir el nombre del invitado de mi abuela. Un escalofrío me subió por la nuca al reconocer el apellido.

—Klaus Steinbach es uno de nuestros socios más influyentes, y estamos negociando algo importante. Tu intromisión ha hecho parecer que no somos capaces de controlar lo que ocurre en nuestra propia casa, y si eso es lo que él piensa, probablemente pensará también que no somos capaces de llevar con orden nuestra empresa. ¿Qué clase de negocios podemos hacer en esta situación?

Una vena se marcaba en la sien de mi abuela según iba alzando la voz. Estaba segura de que su enfado era mucho mayor de lo que aparentaba y la admiré por eso. Controlaba sus emociones y aparentaba exactamente lo que ella quería aparentar. De mayor quería ser como ella... bueno, sin la parte de ser una bruja.

—Y ahora que tienes toda mi atención, dime. ¿Qué necesitabas que era tan importante como para avergonzarme así?— preguntó mordaz. Yo me encogí un poco más—. Y por favor, no te encorves tanto cuando te llamo la atención. Mantén la espalda recta. Pareces una desgarbada.

En seguida me enderecé y luego me maldije mentalmente por obedecerla sin rechistar. Me sentía acorralada, avergonzada y humillada. ¿Por qué tenía que sentirme así? En casa de mi madre nunca me habrían humillado tanto, pero esa mujer tenía autoridad y no fui capaz de reprochar.

—Yo...— empecé a decir con timidez, pero los intimidantes ojos de mi abuela me acobardaban. Sentía como si pesaran cien kilos sobre mí y me asfixiaban. Un sudor frío comenzó a subirme por la espalda y rogué por cualquier interrupción antes de sacar el tema del móvil otra vez.

Alguien llamó a la puerta centrando la atención de mi abuela en ésta y dándome un respiro. Tomé aire aliviada, como si el peso de su mirada se hubiera quitado de sobre mis hombros, y lo eché lentamente.

—Isabel, estoy esperándote en...— la cabeza de mi abuelo se asomó por la puerta. No lo veía muy a menudo, pero parecía mucho más fácil de tratar que la bruja de mi abuela—. ¡Ah, lo siento! ¿Interrumpo algo?— preguntó con media sonrisa.

—No. Sólo estaba esperando a que tu nieta me explicase qué era eso tan urgente que mereció una interrupción durante una importante reunión con el señor Steinbach— contestó ella lanzándome una mirada cruel de soslayo.

—Entiendo.

Mi abuelo entró en el cuarto y se paró junto a nosotras. Puso la mano en el hombro de mi abuela y la miró detenidamente. Ella, sin decir nada, se puso en pie y resoplando exasperada, se marchó... ¿pero qué...?

—Alicia...— dijo mi abuelo en un suspiro mientras tomaba asiento en el sofá donde antes había estado sentada mi abuela.

Sentí que al salir mi abuela, el cuarto se hizo un poco más grande. Mi abuelo era diferente. Sin embargo era la primera vez que iba a tener una conversación con él desde que había llegado a aquella casa y me sentí bastante incómoda. Los criados ya me habían advertido de que se trataba de una persona mucho más afable que mi abuela, pero ¿por qué hasta ahora no había hablado conmigo? ¿Por qué siempre estaba recluido en su despacho?

—A ver... déjame adivinar. Se trata de tu teléfono móvil— dijo alzando una ceja divertido. No lo había dicho como una pregunta, sino como una afirmación. —Ya le dije a tu abuela que eso le daría problemas. —Lo miré sorprendida a la vez que avergonzada. ¿Tan predecible era? —Alicia, llevo más de cincuenta años casado con tu abuela y sé sobre ella algunas cosas más que tú— lo miré con atención—. Es una bruja, pero si te amoldas a lo que ella quiere, te llevarás muy bien. Al principio es difícil tragarse el orgullo, pero ceder es lo más inteligente, créeme.

—¿Y ya está? ¿Sólo debo ser una sumisa que agacha la cabeza y obedece todo lo que ordene? Eso no es justo... 

—El sentido de la justicia es algo muy relativo que depende del punto de vista. Sin embargo, tu abuela nunca va a querer nada que sea malo para ti. ¿Tan difícil es hacer lo que te pide?— se pasó la mano por el bigote y sonrió.

—No se trata sólo de eso. Es una cuestión de orgullo.

—Ah, el orgullo. No podía faltar, como buena nieta de tu abuela. Puede que os parezcáis más de lo que creéis.

—No voy a poder vivir en una casa en la que se me prive de todo. Tienes que entenderme, yo tenía una vida antes de todo esto y no he sido educada así. Soy rebelde y si algo no me gusta, lo digo. Y si creo que puede hacerse mejor, también. Y si me obligan a hacer algo con lo que no estoy de acuerdo, me enfado... es lo típico.

—Lo sé. No te estamos pidiendo que acabes con esa vida que tenías. Sólo tienes que posponerla hasta que puedas compararla con la vida que te ofrecemos ahora. ¿Qué te parece durante seis meses?

—Demasiado tiempo. ¿Un mes?

—Veo que has heredado el gen negociador —se rió. —Dejémoslo en dos meses. Al menos tendrás tiempo suficiente para poder comparar.

Sonreí y acepté.

—¿Por qué has tardado tanto en venir a verme, abuelo?— pregunté triste. —Todo habría sido mucho más fácil desde el principio haciéndolo a tu manera. —Él me devolvió la sonrisa, pero pude percibir que no llegaba a sus ojos.

—He estado algo ocupado últimamente, pero te prometo que pronto te dedicaré más tiempo— contestó. 

Se puso de pie y se sentó a mi lado. El olor a la colonia que siempre usaba me alcanzó de lleno y por unos instantes mi mente viajó al pasado, cuando era pequeña y me sentaba en sus rodillas me encantaba su perfume.

—Ten paciencia con tu abuela. Tampoco ha sido fácil para ella. Recuerda que eres su única nieta y se siente impotente. Nosotros sólo tuvimos un hijo varón, que por cierto, hasta que conoció a tu madre fue un joven muy fácil de criar, y me temo que no sabe cómo tratar a una chica adolescente. Tal vez su método parezca un poco...

—¿Dictatorial?— la palabra que usé para completar la frase de mi abuelo le arrancó una sonrisa tierna.

—Bueno, no quiero ser yo quien lo diga.

Tomé aire y lo eché lentamente. Me sentía algo mejor después de hablar con mi abuelo. Seguía molesta, pero ya no estaba enfadada. Mi abuelo era un auténtico aplacador de iras. Un negociador experto.

—Por cierto...— añadí—. Me he hecho amiga de los hermanos Steinbach y estamos planeando una excursión. Quería saber si tengo vuestro consentimiento.

La cara de mi abuelo se tensó por un instante, pero en seguida sonrió.

—Vaya... veo que no han perdido el tiempo— se rió, pero más bien parecía una tos—. Me parece bien, Alicia. Si tú realmente quieres ir con ellos, no seré yo quien te lo impida, y dudo mucho que a tu abuela le parezca mal.

—Estupendo— me contuve de decirle a dónde sería nuestra pequeña excursioncilla. A pesar de lo bien que se portaba conmigo, no quería convertirlo en cómplice involuntario de mi nueva travesura.

Le di un abrazo agradecida y me marché. Tener a mi abuelo allí era lo mejor que podía haberme pasado. ¿Cómo pudo casarse con una bruja como mi abuela?

Volví a mi habitación y saqué el nuevo teléfono de la caja. Me sorprendió ver que ya estaba programado y listo para usar. Intenté acceder a las redes sociales de Kevin y Carla y, tal como había dicho Evarista, no aparecían. Molesta, dejé caer el teléfono sobre la cama y después me eché sobre ésta. Dos meses para demostrar a mi abuelo que nunca podría preferir esa vida antes que estar en España con mis amigos. No me pareció mal trato. 

Entonces, una musiquilla cutre llamó mi atención. El teléfono nuevo empezó a sonar. ¿Quién demonios era? En la pantalla parpadeaban las letras "número desconocido". ¿Quién podría tener este número de teléfono, si ni siquiera yo sabía cuál era? Ni siquiera había pasado media hora desde que había recibido el teléfono.

—¿Diga?

—Hola, rubia— oí la voz de la pesadilla que se había convertido en salvación.

—Hola, Leo— contesté. Noté cómo la sangre tiñó mis mejillas de un tímido color rosado y suspiré para intentar calmarme.

—¿Tienes tiempo para vernos ahora?

—¿Cómo has conseguido este número?— pregunté antes de responder a su pregunta. 

—¿Dónde está tu educación? ¿Qué es eso de responder con otra pregunta?— contestó divertido.

—No tiene gracia. Ni siquiera yo sé el número.

—Cierto. La diferencia está en que tú no eres el omnipotente Leonardo Steinbach— dijo muy pagado de sí mismo.

—Por suerte para mí— murmuré divertida.

—¿Tienes tiempo para vernos o no?

—No estoy segura de querer verte— disimulé. Me reí al escucharlo resoplar.

—Entiendo. Tal vez yo no esté seguro de querer hacer planes para llevarte a ver a noséquién para luego escucharte llorar por los rincones porque se ha olvidado de ti.

Kevin. Mi punto débil.

—Vale. Sí. ¿Dónde quieres que nos veamos?

—Estoy esperándote en el lago, donde nos vemos siempre.

—En seguida estoy ahí.

Finalicé la llamada y llené mis pulmones de aire. Un montón de mariposas traviesas revoloteaban por mi estómago. Debían ser porque iba a poder volver a ver a Kevin mucho antes de lo esperado.

Dibujé una sonrisa en mi rostro y me fui directa al punto de encuentro. Tal vez caminé demasiado rápida para ir a ver al susodicho idiota, pero el tema que nos traíamos entre manos me importaba demasiado. Parecía incluso que estaba ilusionada, pero la sonrisa se me borró de la cara al ver al "todopoderoso" Leo en bañador saliendo del lago...

Tragué saliva nerviosa e, inconscientemente paseé mi mirada por sus marcadas abdominales, por el contorno musculoso de sus hombros, por el brillo del agua sobre su piel dorada... No. Me había sonrojado de nuevo.

—Ah, ya estás aquí— se echó sobre una toalla bajo el sol—. Siéntate. No seas tímida. No te voy a morder... a menos que me lo pidas— Aquello último lo dijo con una sonrisa traviesa que me atravesó el corazón.

Me senté sobre una raíz de árbol que sobresalía bastante del suelo y que estaba a cierta distancia de él.

—Puedes acercarte más— añadió alzando una ceja divertido.

—Estoy bien aquí. ¿Qué tienes que decirme?— dije escuetamente.

—¡Ah... qué temperatura tan buena hace! ¿No te apetece darte un baño?

Fruncí el ceño.

— No. ¿Es eso lo que querías?

Leo se rió, y su risa sonó como los ángeles del cielo. ¿No podía tener una personalidad acorde con su físico? Incluso me conformaría con un físico acorde con su personalidad podrida para que no me volviera tan loca.

—En realidad no, pero no pasa nada por relajarse un poco... Mírate. Ni siquiera te has quitado el uniforme de la escuela.

Miré mi atuendo y me fastidió admitir que tenía razón. Con el problemilla del teléfono ni siquiera había pensado en cambiarme de ropa.

—Dime lo que quieres, Leo— dije más enérgica para evitar que volviera a cambiar de tema.

—Está bien, está bien— dijo riéndose mientras se incorporaba un poco y se recostaba de lado, mirando en mi dirección.

Miré sus abdominales apretadas bajo la piel húmeda. No había ni un gramo de grasa sobre ellas. Él parecía darse cuenta de hacia dónde iban mis ojos y se echó hacia atrás ligeramente sin dejar de mirarme a los ojos.

—Mañana es sábado, así que no hay clase. Vamos a aprovechar el fin de semana para hacer nuestra pequeña excursión— tragué saliva nerviosa ante la idea. —Como el viaje es tan largo vamos a tener que salir esta madrugada, así que descansa todo lo que puedas para que estés lista para el reencuentro con tu amigo.

—Novio— interrumpí enfadada.

—Lo que sea. Nada mejor que un sábado para saber en qué ocupa su tiempo libre.

—Él tiene una vida muy ocupada con el trabajo y los estudios.

—Me parece estupendo, rubia.

—¿Quieres parar de llamarme rubia?

—¿Cómo te gusta que te llame? ¿gatita? ¿princesa?

—Me conformaría con que me llames Alicia...

—No. Demasiado aburrido para mí. Prefiero...

—Si cuando estemos allí descubrimos que me quiere tanto como yo a él y que estás en un terrible error, ¿me dejarás en paz?

—¿Y perderme toda esta diversión?— dijo risueño. Me miró por unos segundos, observando mi expresión de profundo odio y se aclaró la garganta, adoptando un semblante más serio— De acuerdo. Si es de confianza, cosa que dudo, te dejaré en paz.

Me puse en pie y me acerqué a él para ofrecer mi mano como señal de que nuestro pacto estaba consolidado. Él la tomó. La tenía fría y húmeda. Entonces dio un tirón inesperado y caí sobre él. Rápidamente me dio la vuelta y me vi tendida sobre la toalla y él sobre mí. Las gotas de agua de su pelo caían sobre mi frente y de no ser porque estaba en shock, le habría abofeteado hasta hacer sangrar su cara bonita.

—¿Qué estás...?

—¿Y qué gano yo con el trato?

—¿Qué?

—Si resulta que yo tengo razón y tu chico no es más que un chico como todos los demás... te convertirás en mi esclava durante un mes entero— su voz suave acarició mis oídos y mi respiración acelerada apenas me dejaba hablar. El corazón me latía como un loco y no era capaz de ordenar todas las palabras que querían salir de mi boca. Era como si un millón de insultos quisieran salir a la vez y ninguno se pusiera de acuerdo para ser el primero en empujar a aquella mala bestia que tenía encima... ¿Por qué mi cuerpo no reaccionaba? ¿Por qué me quedaba ahí tendida mirándolo a los ojos?

—Trato hecho— me encontré diciendo. ¿Acaso había perdido el juicio? ¿Realmente era tan grande mi confianza en mi novio?

Leo se apartó y yo me puse en pie a la velocidad del rayo. Mi uniforme se había humedecido ligeramente y, por inercia, me lo sacudí, intentando colocar todo, incluida mi dignidad, en su sitio.

—Saldremos esta noche de madrugada, aprovechando el fin de semana— dijo mientras volvía a echarse sobre la toalla despreocupado, como si no hubiera pasado nada. —Prepara tus cosas. Te mandaré un mensaje cuando estemos listos y te recogeremos en tu casa.

—¿Hoy mismo? —exclamé sorprendida.

—¿Por qué no? ¿Hay otra cosa mejor que hacer este fin de semana? —preguntó con indiferencia.

—Tenemos exámenes la semana que viene. Me vendría bien estudiar un poco y...

Leo me dedicó una mirada de incredulidad antes de volver a acomodarse en la toalla.

—Vamos, Alice, ¿lo dices en serio? ¿Es que crees que te van a suspender algún examen?

—No, pero...

—Relájate. Lo pasaremos bien. Ya tendrás tiempo de estudiar.

No respondí. Di la conversación por zanjada y, sin decir nada más, me fui a toda velocidad de allí. Estaba tan avergonzada que no sabía dónde esconderme. ¿Cómo me había dejado abordar así? ¿Por qué había aceptado semejante trato? Cierto que, si yo tenía razón, valdría la pena... pero cabía la posibilidad de que... No. No quería ni pensarlo. Kevin me era fiel tanto como yo a él...

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