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Título: “Charlotte Green”.

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La pregunta del jóven me dejó atónita, no esperaba que me hiciera semejante pregunta. Quería salir corriendo, quizás venir aquí a impartir clases cuando aún no resuelvo mis problemas personales no fue buena idea...

—¿Me dirá la respuesta profesora? —Inquirió él con un tono de voz profundo y preocupado. ¿Por qué a él le interesa saber qué me pasa?

—Debe irse Storm, o perderá sus clases. —Le dije con seriedad, deseaba que se fuera y que me dejara sola.

La mirada que me lanzó mi estudiante me alarmó, era de furia y desesperación. Él realmente deseaba saber la verdad de porqué me había puesto a temblar en su presencia; pero eso es asunto mío, son mis problemas personales y a él no tienen porqué interesarle.

—Me iré, pero tarde o temprano usted me dirá lo que en verdad le preocupa y aterra tanto, adiós profesora Crownstone. —Dijo antes de salir definitivamente del salón.

Solté un suspiro de alivio y me detuve a calmarme, mis latidos estaban desbocados y mis manos temblaban pero, esta vez no son de miedo sino de asombro. ¿Por qué te preocupas por una desconocida jovencito?

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Después de algunas clases llegó el horario de almuerzo, tuve que ir con la secretaria de la directora, Edith, y preguntarle dónde se encontraba la oficina de la doctora Green. Caminé por los pasillos que me llevarían a la enfermería, afuera se escuchaba el feroz viento que movía las hojas de los árboles. Una tormenta, en Canadá esto no sucedía pues era solo nieve pero nunca agua... Extrañaba esa sensación, probablemente sea lo que más extraño de Londres, las lluvias intensas. Por lo menos las lluvias las puedo disfrutar en cualquier sitio, especialmente un sitio como lo es el estado de Idaho de los Estados Unidos.

—Buenas tardes, ¿dónde queda la oficina de la doctora Green? —Pregunté a un hombre de cabellos rubios que traía puesta una bata blanca y en sus manos llevaba varios documentos de  diferentes colores.

—Buenas tardes, la oficina queda a mano derecha, en el pasillo estrecho que ve ahí. —Me contestó él al señalar con su cabeza el pasillo.

—Gracias. —Dije y continúe mi camino.

Las luces del pasillo estrecho parpadeaban y dejaban una atmósfera horripilante, tal parecía que en cualquier momento un zombie me mataría o peor aún, mi esposo me encontraría y mataría... De solo pensarlo se me erizaban los bellos; me abracé a mi misma antes de tocar la puerta metálica con cristal borroso. A los segundos me abrió la puerta la doctora, su oficina era muy moderna y diferente. No habían ventanas aunque el aire acondicionado no permitía que hiciera calor, computadoras de distintos tamaños habían pegadas en una pared y su escritorio estaba repleto de hojas y plumas.

—Pensé que no vendría. —Comentó ella al cerrar la puerta y caminar hacia su escritorio.

—Usted fue clara en que quería verme. —Dije yo al quedarme de pie mirando todo a mi alrededor.

¿Desde cuándo una doctora tiene un cuadro de hierro con distintos tipos de armas? ¿No se supone qué los médicos curan? La doctora Green carraspeó y la miré apenada, sus manos acomodaban las hojas esparcidas por su escritorio para dejar un espacio para colocar mis manos si se me antojaba. Ella se levantó después de guardar las hojas en una gaveta y quitó una manta blanca de encima de lo que parecía ser un sofá negro. No sé si podría llamarse sofá, pues tiene aspecto de las camas especiales que usan los dentistas.

—Tome asiento. —Ordenó Charlotte al regresar a su asiento con sus tacones dándole música al suelo.  —Si la llame aquí es obviamente para conversar.

—Claro, es lo que estamos haciendo desde que entre. —Le dije y ella sonrío. Su sonrisa era extraña, del tipo sarcástica. —Usted dirá.

—Primero, deja de tratarme de usted, al parecer tenemos la misma edad y en segundo lugar, tú serás la que va a hablar.

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No comprendí sus palabras, más bien pestañeé varias veces pero ella no hablaba. Más bien, esperaba a que yo dijera algo.

—¿Nunca haz estado frente a una psicóloga en plena sección? —Me preguntó con aburrimiento y yo con pena asentí. —Te ordené que vinieras porque necesitas hablar de tus problemas, digo así podrías dejar de parecer una niña nerviosa frente a tus estudiantes.

La miré con detenimiento, quería saber a dónde quería llegar con sus palabras cargadas de veneno pero... Eran ciertas, sus palabras eran dolorosas como la verdad, como el veneno.

—¿Por qué tendría qué hablarle de mis problemas? —Pregunté y la doctora Green soltó un suspiro de cansancio.

—Seré breve, para impartir clases uno tiene que estar completamente cuerdo o por lo menos fingir que lo esta. —Comentó. —Quiero ayudarte a calmar tus miedos, no me importan los traumas que cargas, yo solo necesito que te deshogues o esos jóvenes te van a machacar toda.

Medité sus palabras; quedé en la conclusión de que no perdía nada contándole mis miedos porque, quizás y únicamente así yo podría volver a estar en paz conmigo misma. El problema era confiar, para yo hablar necesitaba saber de ella y se que jamás me haría daño con la información de mi vida... Aunque esto quedaría descartado ya que sería una falta a su ética médica, ¿no?

—Para hablar necesito confianza. —Dije y ella asintió.

—Perfecto. —Dijo antes de ponerse de pie y caminar con el resonar de sus tacones hasta quedar frente al cuadro de hierro con armas. —Mi nombre ya lo sabes, noté que lo leíste en la placa que me identifica y también noté que mi cuadro fue lo que más captó tu atención al entrar aquí dentro.

Asentí al girarme para verla; me parecía chistoso el contraste de su azabache cabello y el puro de su vestimenta... Era como si ella fuera una Morticia Adams pero que forzadamente debía vestir de blanco gracias a su profesión.

—Me gustan las armas, las colecciono desde pequeña. ¿Vez esta espada? —Preguntó ella al agarrar con sus manos una espada larga y con el mango plateado abrazado por una serpiente de ojos esmeralda. —Me la regaló mi esposo antes de llegar aquí.

Ella se acercó a mí con su espada, se veía hermosa y filosa.

—Mi esposo es Erick Austen, aún no nos hemos casado pero ya para mí es mi esposo. Llevamos años juntos, aunque andamos siempre peleando. —Comentó ella mientras caminaba de un lado a otro con una sonrisa plasmada en sus labios. —Soy psiquiatra y estoy aquí terminando unas prácticas, me falta solo un mes para graduarme y poder irme de aquí.

—¿No te gusta RavenThur? —Le pregunté y ella se quedó de pie frente al cuadro, colocó la espada en su sitio y se volteó hacia mí con una mirada fría capaz de helar al más ardiente de los fuegos.

—Digamos que a nadie le gusta estar en un sitio lleno de bestias. —Dijo ella.

Me quedé en silencio, ¿a caso se refiere a los lobos que me recibieron ayer en mi llegada a los territorios?

—Ya tienes bastante conocimiento sobre mí, pero eso sí... Aún no sabes exactamente la verdad. —Comentó ella al sentarse frente a mí.

—¿A qué te refieres? Deja de andar con rodeos. —Dije con un poco de molestia.

—Tú vas a contarme tus problemas y yo... Te diré exactamente todo lo que quieras saber de RavenThur y sus bestias. —Contestó con una sonrisa macabra de oreja a oreja.

Fin del capítulo.

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