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Capítulo 8; Reír por no llorar

Sofía se había quedado muda delante de la puerta, con un neceser en la mano, una toalla en la otra y vestida con lo que suponía sería un pijama. Prim había empezado a hiperventilar en cuanto la puerta se abrió. ¡No podía tener tan mala suerte! ¡Había querido huir de Finnick para toparse de pleno con su novia!

Las dudas empezaron a reflejarse en su cara en cuanto Sofía dirigió su mirada de ella a Alison. ¿Las habría escuchado o había soltado la bomba antes de que ella se encontrara en un radio razonable para oírlo?

― No… no sabía que estaba aquí ―dijo por fin Sofía―. ¿Acabas de llegar? ¿Sabes dónde se ha metido Finn? ―preguntó hacia Prim. Sin embargo, ella no se veía capaz de decir nada. Y justo cuando iba a decir algo, Alison se adelantó.

― ¡No! ¡Claro que no acaba de llegar! ―dijo con la voz demasiado alta. Luego se aclaró la garganta y añadió―; En realidad vino ayer por la noche. Sus padres estaban tan enfadados con ella que no se atrevió a ir a su casa. Somos amigas desde hace mucho y no iba a abandonarla. Pero como tú habías ocupado la habitación de invitados le dije que se quedara a dormir en mi habitación.

Prim estaba alucinada. ¿Cómo podía mentir con tanta inocencia? Y con esa naturalidad. Alison era increíble. Le daba miedo comprobar que podía llegar a mentir con tanta facilidad, lo que la llevó a preguntarse cuantas mentiras habría dicho sin que nadie se hubiera percatado nunca.

― Vaya… ¿Así que… no sabéis donde ha pasado la noche Finn, no? ―dijo con la voz apagada. Sin duda se lo había tragado, pero la decepción en la voz fue notable―. ¿Qué ocurrió cuando os separasteis? ―preguntó Sofía dirigiéndose a Prim.

Prim intentó con todas sus fuerzas relajarse y contestar con toda la naturalidad de la que fue capaz.  Que no fue mucha.

― Bueno… es… nada. No... No nos llevamos muy bien ―dijo de forma entrecortada. Luego se aclaró la garganta―. Es decir… no… no pasó nada. Nada de nada. ¿Por qué debería haber pasado algo? Estaba enfadada y…

― Y se marchó a pasear cerca del bosque, verdad Prim? ¿No me contaste ayer que intentaste tranquilizarte en tu lugar favorito?  ―Prim solo atinó a asentir con la cabeza.

Alison era un sol rescatando a la gente de apuros. Si no fuera por ella habría seguido parloteando hasta acabar diciendo algo que no debía.

― Estoy preocupada… Tus padres fueron muy amables de decirle a Annie que se quedara a dormir en su casa. Pero tengo la sensación de que debería, no sé, haber hecho algo más por la madre de Finn. O ir a buscarlo en lugar de aceptar tu invitación, Alison.

― No te preocupes, Finn a veces reacciona de ese modo y no suele aparecer en toda la noche. Por eso Johanna le dijo que se quedara a dormir en su casa. Yo solo me adelanté preguntándote si querías quedarte en la mía para que no se sintiera obligada a quedarse en la suya propia por ti. Sé que te habrías sentido peor si hubiese sido ese el caso ―dijo Alison comprensivamente.

― Ya… pero aun así… ―dijo para luego mirar a Prim―. Vosotros fuisteis amigos antes, ¿no? ¿Por qué está enfadado contigo?  Al principio pensaba que exageraba, pero después de lo de anoche…

¿Que por qué está tan enfadado con ella? Se preguntó Prim con ironía. Porqué te deseo, Prim―recordó―. Sí, eso era lo que él había dicho… ¡Dios! No podía contestar. No podía ni siquiera mirarla a la cara. Sofía no se merecía eso, puede que su perfecta forma de ser la sacara de quicio, pero no se merecía que la engañaran. No obstante, se veía incapaz de confesar…

― No lo sé. Hace tiempo que… no nos llevamos bien. Siento que tuvieras… que presenciar el numerito de ayer ―dijo sin embargo.

Sofía parecía querer hacer más preguntas, pero gracias a Dios, o mejor dicho, gracias a Alison, no pudo añadir nada más.

― ¿Qué querías? ―preguntó con una sonrisa. Sofía miró su neceser y se obligó a sonreír.

― ¡Oh, cierto! Quería saber si podía ducharme ―preguntó educadamente. Alison asintió y señaló la puerta que había un poco más hacia la derecha.

― La segunda puerta ―dijo sin más. Sofía le dio las gracias y salió cerrando la puerta tras de sí.

Prim dejó escapar un suspiro, se tiró en la cama y se tapó la cara con las manos.

― Soy lo peor ―murmuró.

Alison se quedó quieta mirando a la nada. Luego volvió a mirar a Prim y otra vez a la nada.

― Tía… dame un segundo que todavía estoy flipando…

Y a pesar de la situación, Prim empezó a reír. La risa fue tan contagiosa que al final las dos terminaron riéndose a carcajadas encima de la cama. ¿Por qué reían? Ninguna lo sabía. Pero de lo que sí estaban seguras era que sentaba mejor reír que plantearse la situación en la que Prim se había metido.

Sí. Sin duda, muchísimo mejor.

Lejos de allí Finnick se apresuraba a ir hacia su casa. Llevaba la camisa desabrochada, los pantalones un poco por debajo de la cintura y no llevaba calzoncillos. Al parecer los había perdido en algún lugar que no lograba recordar. La chaqueta colgaba de un brazo y los zapatos los llevaba desabrochados.

La luz de su casa estaba apagada. Su madre debía estar durmiendo todavía, y Sofía seguramente también. Al recordar a su novia, Finnick sintió una punzada de culpabilidad. No porque se arrepintiera, sino porque la había engañado desde el principio sin apenas ser consciente de ello. Por mucho que conociera a la mujer más hermosa del mundo, Prim seguiría siendo la única mujer capaz de hacerle arder de ese modo. Sofía era muy hermosa, tal vez incluso más que Prim. Sin embargo, a pesar de que había pensado lo mismo en el Capitolio, había sido ver a Prim y no ser capaz de ver a ninguna otra. Lo que no entendía era el porqué. ¿Por qué se sentía de ese modo?

Intentó entrar por la puerta trasera para evitar que nadie se diera cuenta. Pero pronto se percató de que no había nadie. Ni su madre, ni Sofía. Mejor, se dijo, más tiempo para pensar qué decir. Sin embargo, antes tenía que hablar con Prim.

Se duchó en un momento y recordó, mientras el agua resbalaba por unos músculos adoloridos por la pasión de anoche, como acarició el cuerpo de Prim como si fuera su más preciado tesoro. Como había deseado ese momento, como la había deseado.  Su solo recuerdo le provocó tal erección que se vio obligado a cambiar el agua caliente por una de bien fría.

Angustiado y preocupado por lo que pasaría de ahora en adelante, se vistió lo más rápido que pudo y bajó las escaleras. Estaba a punto de ir hacia la cocina cuando la puerta se abrió y entró su madre. Finnick se quedó quieto mirando la puerta. Annie lo miró un segundo para luego adoptar una expresión aliviada y tierna. Sin poder decir nada, Annie se acercó a su hijo y lo abrazó con lágrimas en los ojos.

― ¡Dios mío, gracias! ―dijo mientras lo abrazaba con fuerza. Finnick le acarició la cabeza con suavidad mientras le decía palabras tranquilizadoras.

¡Eso, Dios! ¡Haz que me sienta peor! ―Pensó Finnick mirando hacia arriba con rencor―. Annie se apartó un poco y lo miró a la cara, pudo comprobar que su cabello estaba mojado y que tenía ojeras. Seguramente no habría dormido en toda la noche.

― ¿Dónde has estado? ¿Y Prim? ―dijo Annie preocupada―. No ha regresado, ¿sabes algo de ella? ¡Parece que no hayas dormido en toda la noche! ¿Estás bien? Cuéntame que…

― Mama, mama, mama… ―dijo acunando su cara. Cuando Annie empezaba a hacer preguntas significaba que estaba muy preocupada y no podía pensar qué pregunta era la más adecuada o cuál quería saber antes. Y sabía que eso solo hacía que se sintiera peor―. No ha pasado nada, ¿vale? Estamos bien. No te preocupes. Ha sido… una pelea sin importancia.

¡Claro! ¡Porque lo realmente importante es lo que ha pasado luego! ―lo reprochó su consciencia―.  

― ¿Estás seguro? ¿Prim ha estado contigo? ―preguntó inocentemente.

Si tú supieras… ―volvió a decir su consciencia ―.  ¡Calla! ―se reprochó él mentalmente―.

― Bueno, no. Nos separamos… anoche y… creo… creo que se fue con… con su amiga, Rose. Sí, diría que se fue en esa dirección.

― ¿No la acompañaste? ―dijo Annie.

― Sí, bueno. Más o menos. Estábamos enfadados ―Luego Finnick se fue hacia la cocina y abrió la nevera para comer algo―. ¿Quieres algo para desayunar? ―preguntó distraídamente.

― Sí. Así comeremos juntos y podremos hablar.

― ¿Hablar de qué? ―preguntó Finnick inocentemente mientras se sentaba delante de su madre.

― De lo que realmente ocurrió ayer, hijo.  

¿De verdad creías que se lo iba a tragar? ―dijo una voz irónica en su interior. Finnick suspiró y le pegó un bocado a un trozo de pan―. ¡Tenía la esperanza! ―contestó a su consciencia―.

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 Lunes por la mañana.

Después de un domingo evitando cualquier pregunta, Prim se sentía realmente agotada. En cuanto se marchó de casa de Alison, después de una muy corta charla, Prim se fue a su casa a enfrentarse a sus padres. Alison no había insistido en que le contara más detalles. Le había explicado lo suficiente para que se hiciera una idea del problema en el que estaba metida. Aunque claro, como había bebido demasiado no es que recordara mucho, así que lo que le conto era, probablemente, todo lo que podía contarle.

Sus padres, sin embargo, era otro tema…

                Cuando entró en casa encontró un silencio que no le gustó en absoluto. Intentó llegar hasta su cuarto sin que nadie se diera cuenta, pero por desgracia los gemelos estaban despiertos…

                Sus padres estaban tan enfadados que en realidad fue más positivo de lo que creía. Apenas la habían dejado hablar. Su padre no paró de hacer preguntas sobre la noche anterior, pero las preguntas parecieron más un modo de seguir reprendiéndola. Su madre, sin embargo, se mantuvo callada hasta que Gale terminó de hablar… o gritar. Y cuando terminó, sin que ella hubiese tenido que responder absolutamente nada, su madre se acercó y la desarmó con un abrazo.

                ― ¿Estás bien? ―preguntó con ternura. Prim asintió con la cabeza consciente de que pronto llegarían las preguntas que sí tendría que contestar―. ¿Qué ocurrió anoche? ―Tal vez llegaron demasiado pronto.

                Prim se respaldó en la historia que ya había inventado Alison. Que se había enfadado tanto con Finnick que se había ido a pensar y luego se quedó en casa de su amiga a dormir. Johanna la miró intentando saber si mentía, y aunque pareció que la creía Prim sabía que constataría la versión con Alison.

                El resto del día se aisló en su cuarto, incapaz de salir. Si salía seguramente vería a Finnick. O a Sofía, que era peor. No se veía capaz de afrontar las consecuencias de sus actos. No todavía. Así que llegó el lunes. Teóricamente el lunes era día de clases, así que no podía escaquearse. Eran las siete de la mañana cuando salió de casa. Quería tener tiempo para llegar tranquila. Necesitaba aire.

                El sol empezaba a despuntar por las colinas. Era un paisaje realmente precioso. Como tenía una hora, se sentó en el césped y contempló el sol salir. Aunque solo fue un momento se sintió genial. Como si no hubiese ocurrido nada.

                Poco después, se levantó del césped y empezó a caminar bordeando el bosque. Si un poco más adelante lo atravesaba, llegaría antes, pero prefería rodearlo. Total, no tenía prisa.

                De repente, unas manos la cogieron por detrás y le taparon la boca a la vez que la ocultaban en el bosque. Alguien la apoyó contra un árbol con la mano todavía en su boca, impidiendo que gritara. Sin embargo, al instante vio esos ojos azules y supo quién era; Finnick.

                ― Primero, lo siento ―dijo bruscamente―. Segundo, tenemos que hablar―. Prim dijo algo contra su mano, sin embargo, no se entendió nada―. Y tercero, lo sabes.

                De un manotazo, Prim se quitó la mano de él de encima. Lo miró con los ojos entrecerrados, y realmente furiosa.

                ― ¡No hay nada de qué hablar! ―gritó―. ¿Es que no te quedó claro ayer que no quería verte? ¿O es que no salir de casa no fue un indicio suficientemente elocuente?

                ― No es cuestión de querer, Prim, es cuestión de deber. No podemos hacer como si no hubiera ocurrido.

                ― Sí, sí podemos. No voy a decirle nada a nadie porque ni siquiera me acuerdo de lo que pasó, fue un error, ¿vale? Tú estás con Sofía. ¿Acaso no te importa que se entere?

                ― Tiene que enterarse. Tarde o temprano lo hará. Prefiero que lo sepa por mí y no por terceros ―dijo Finnick con los ojos fijos en los grises de Prim.

                ― ¡Vaya, que caballeroso! ¡Lástima que no lo fueras tanto la noche anterior! ―Finnick suspiró.

                ― ¡Mierda, Prim! ¡No quise aprovecharme de ti de ese modo y lo sabes! ¡No pude evitarlo!

                ― ¿No pudiste evitarlo? ¡Tú mismo dijiste que estaba borracha! ¿Acaso no te importaba que yo no fuera consciente de nada? ¿No lo tuviste en cuenta o es que te importa una mierda que hayamos sido amigos?

                ― ¡Claro que me importa! ―Finnick bajó la mirada. Tenía razón, era un capullo―. Me importa mucho, Prim. Por eso quiero arreglar las cosas. Si no me importaras ahora estaría en el Capitolio, pero he esperado a que salieras de casa para poder hablar contigo. Voy a decirle a Sofía lo que ocurrió.

                ― ¡No! ―gritó Prim con los ojos desorbitados―. ¿Estás loco? ¡Por muy repipi que me parezca no se merece esto!

                ― ¿Y sí merece que la mienta? ―dijo con el ceño fruncido.

                Prim se apartó de delante de Finnick de un empujón. Empezó a dar vueltas con las manos en la cabeza.

                ― ¿Por qué tuviste que hacerlo? ¿Por qué me besaste? ―dijo enfurecida―. Jamás debí dejar que lo hicieras No debería haber ocurrido.

                ― Sabes tan bien como yo que era cuestión de tiempo que esto ocurriera ―Prim lo miró a los ojos, unos ojos preocupados.

                ― No. Tú me… me odias. Siempre buscas cualquier excusa para…

                ― Tú lo has dicho, excusa ―Finnick se sentó en la copa del árbol y apoyó los brazos en sus rodillas flexionadas―. Debo reconocer que ha sido culpa mía. Si te hubiera confesado desde el principio lo que me hacías sentir en lugar de ocultártelo… nada de esto habría ocurrido.

                ― ¿Qué dices? ―dijo Prim confundida a la vez que se acercaba a él―. ¿Por qué… me dijiste… que me deseabas?

Finnick rió irónicamente.

― ¿Solo recuerdas eso? ―Prim intentó recordar el resto de la conversación, pero era bastante borroso. Cuando despertó el mismo día por la mañana era más claro que ahora―. La he fastidiado bien, ¿eh? Prim. Te he deseado desde que empezamos a distanciarnos.

Prim se quedó estática a la vez que lo veía levantarse y mirarla a los ojos.

― Eras una ingenua. Toda tú estabas cambiando, y yo… No lo sé. Estuve confundido mucho tiempo. Entiéndelo, eras mi mejor amiga, no se desea a los amigos, está mal. Así que encontré la excusa para enfadarme contigo el día que saliste de fiesta. No pretendía enfadarme contigo, pero en cuanto empecé descubrí que era el único modo que tenía de hablar contigo sin… ―pero su voz se quebró.

― Sin… ―Finnick elevó la mirada, la cual había bajado al mismo instante en el que empezó a notar sus mejillas arder. Miró esos ojos grises, tan profundos y tan hermosos.

― Sin besarte.

Prim no pudo hacer otra cosa que quedarse quieta mirándole. No había sido solo ella, Finnick había deseado hacer exactamente lo mismo durante todos esos años. Se había sentido como una tonta al pensar en él como algo más que un simple amigo. Incluso se lo negaba a sí misma. Pero al parecer no había sido la única. De todos modos… No. Annie quedaría afectada si descubría aquello, ya no hablar de sus padres. Si Gale o… Johanna se enteraban de esto… No quería ni imaginar qué le harían al pobre Finnick. Y si eso ocurría Annie quedaría destrozada. No volverían a hablarse y sus familias quedarían divididas por un error que no debió suceder nunca.

― Si quieres decírselo a Sofía, díselo, pero en el Capitolio. Nadie debe enterarse de lo que ocurrió la otra noche. Ni mis padres, ni tu madre, ni nadie ―dijo Prim mirándolo a los ojos.

― No podemos ignorarlo. ¡Ha ocurrido!

― ¡No! ―gritó Prim―. A pesar de lo que puedas pensar, aprecio a tu madre como no aprecio a nadie. Si se enteraran habría un conflicto tal que podría separar nuestras familias. Ya conoces a Gale, y a Johanna. Si saben… ―la voz de Prim se quebró y no pudo seguir la frase.

― De todos modos…

― No quiero que nada cambie ―Y entonces una idea le vino a la mente. Una que, seguramente, destrozaría no solo el corazón de él, sino también el suyo―. No sé por qué pasó lo de anoche. Estaba borracha, seguramente… ―Dudó un segundo, pero siguió al instante. Era lo correcto, se dijo―. Me da igual. No quiero saber nada más de esto, porque si esto sale de aquí querrá decir que te has aprovechado de mí estando borracha. Eres mi amigo, o lo eras antes, al menos. Nada más. No te confundas.

Finnick la miró con los ojos abiertos. No… no podía ser… aquella noche ella…

― Esto no ha ocurrido. Te lo repito, puedes decírselo a Sofía si esto te hace sentir… mejor. Pero nuestros padres no pueden saberlo. Y yo no quiero saber nada más del tema. ―Prim se dio la vuelta dispuesta a irse. Sin embargo, aunque creyó que sus palabras bastarían para que él no dijera nada más. Se equivocó.

― Y yo insisto en que esto no puede quedar olvidado ―dijo Finnick con la voz más dura que jamás había escuchado―. No voy a dejarlo al azar, Prim. Voy a lidiar con mis… si quieres dile errores. Pero no lo voy a olvidar ―Prim frunció el ceño y se giró para encarar a Finnick.

― ¿Por qué no, Finn? ¿Qué más da? Es solo deseo, no hay nada más, ¿verdad? ¿O es que ahora vas a decirme que me quieres? ―dijo furiosa sin querer reconocer que muy en el fondo esperaba una respuesta afirmativa.

― No. No voy a decirte que te quiero, Prim. Pero no voy a olvidarlo ―Prim suspiró con fastidio.

― ¿Por qué no? Es una tontería. ¡Ya no soy virgen, qué horror! ―dijo irónicamente―. No soy la primera ni seré la última. No es tan grave ―Luego empezó a irse atravesando el bosque. Al final iba a tener que coger el atajo.

― Podrías estar embarazada, Prim. ¿Eso tampoco es tan grave?

Y entonces fue cuando Prim se quedó helada del todo. No. Eso no es que fuera grave. Simplemente era algo que todavía no había barajado.

¡Dios mío! ¡Embarazada! ¿Cómo era posible que no lo hubiera pensado antes?

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