EXTRA
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Beom Tae Joo
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Beom Wiheom con veintidós años, ya no era el niño de mirada dulce y pasos temerosos que solía correr por los pasillos de la mansión bajo la mirada atenta de su madre. Ahora era un hombre imponente, con el porte y los gestos que heredó de su padre, Beom Taejoo. Su cabello negro y ojos grises proyectaban una intensidad casi magnética, y su estructura física era un reflejo de años de entrenamiento y disciplina. Pero lo que más destacaba era su sonrisa. No era una sonrisa de amabilidad; era una curva torcida y espeluznante que asomaba en los momentos más oscuros, justo cuando sus víctimas comprendían que no había escapatoria.
Esa tarde, en un sótano abandonado que servía de base temporal para sus operaciones, Wiheom se encontraba frente a cuatro hombres atados a sillas. Sus compañeros observaban desde las sombras, respetando el espacio del joven heredero. Sobre una mesa cercana yacían herramientas cuidadosamente seleccionadas, un macabro testimonio de la paciencia y precisión de Wiheom.
Con una calma escalofriante, comenzó a tararear una melodía. Era una canción que su madre le cantaba para dormir cuando era niño, una tonada que en otro contexto sería tierna, pero que ahora adquiría un tinte macabro. Sus víctimas, aún con la esperanza de apelar a la piedad, intentaban no temblar al ritmo de esa canción. Cada nota era como un eco en sus almas, una premonición de lo que estaba por venir.
Wiheom pausó el tarareo cuando su teléfono sonó en su bolsillo. Con un gesto casual, se limpió las manos con un pañuelo y contestó.
—¿Quién es? —Preguntó con tono firme y serio, sin molestarse en ocultar su irritación por la interrupción.
Al otro lado de la línea, una voz cálida y familiar contestó.
—Wiheom, cariño ¿Estás ocupado?
Al instante, su expresión se transformó. La dureza en su rostro dio paso a una sonrisa sincera incluso que los que estaban presentes podían ver su aura brillando con flores flotando en su cabeza, una que no mostraba cuando estaba con sus compañeros o incluso con su padre.
—Mamá ¡Qué sorpresa! —Respondió, con una alegría que descolocó a los hombres atados y a sus propios subordinados, quienes intercambiaron miradas incrédulas.
La voz de su madre continuó, preguntándole si comería en casa esa noche y recordándole que había preparado su platillo favorito. Wiheom respondió con una suavidad poco característica en él, asegurándole que iría en cuanto terminara con "Unos pendientes". La conversación se extendió unos minutos más, y cada palabra de Wiheom parecía cargada de cariño y respeto.
—Te quiero, mamá. Nos vemos pronto —Colgó el teléfono y guardó el dispositivo en su bolsillo.
El silencio que quedó en el sótano era abrumador. Los hombres atados se miraban entre ellos, confundidos, mientras los subordinados de Wiheom trataban de procesar el cambio que acababan de presenciar. Pero el tiempo de calma terminó rápidamente cuando Wiheom retomó su posición frente a sus prisioneros. Su sonrisa volvió a curvarse de manera siniestra, y sus ojos recobraron la intensidad cortante de antes.
—Ahora ¿En qué estábamos? —Dijo, retomando su canción mientras los gritos comenzaban a llenar la habitación.
...
Horas más tarde, Wiheom conducía hacia la mansión. En el asiento del copiloto descansaba un ramo de flores cuidadosamente elegido para su madre, junto a una caja envuelta con papel fino que contenía su regalo. Al llegar, los guardias lo saludaron con una inclinación de cabeza, y él respondió con un breve asentimiento antes de cruzar la entrada principal.
En el salón, T/N lo esperaba con una sonrisa radiante. Su cabello estaba recogido, y llevaba un sencillo vestido que resaltaba su elegancia natural. Cuando vio a su hijo entrar con las flores, sus ojos brillaron de emoción.
—¡Wiheom! —Exclamó, acercándose para abrazarlo.
Wiheom, quien en otro contexto era tan frío como su padre, se dejó envolver en el abrazo de su madre, inclinándose para besar su mejilla.
—Son para ti, mamá—Le entregó las flores y el regalo, observando con satisfacción cómo ella se emocionaba al recibirlos.
Taejoo apareció en el marco de la puerta, con su usual semblante serio y una copa de whisky en la mano. Sus ojos grises, idénticos a los de su hijo, se posaron en él con una mezcla de orgullo y aprobación.
—Viejo —Saludó Wiheom, con una sonrisa confiada, mientras asentía hacia su padre.
Taejoo levantó ligeramente su copa en señal de reconocimiento antes de dar un sorbo, dejando que la conversación entre su esposa y su hijo continuara. Desde la distancia, observó cómo T/N acariciaba el rostro de Wiheom con ternura, haciéndolo parecer, aunque fuera por un momento, el niño que una vez había sido.
Esa noche, en la mansión, el peso del legado de los Beom se desvanecía entre las paredes, reemplazado por la calidez de una familia que, a su manera, encontraba su equilibrio entre la oscuridad y la luz.
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