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Beom Tae Joo

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La tarde caía lentamente sobre la mansión, envolviéndola en una luz dorada que se filtraba por las ventanas altas. T/N, como cada día, había terminado sus tareas y decidió recoger algunas flores frescas del jardín para adornar los jarrones del salón principal. Mientras arreglaba con cuidado los pétalos de las margaritas que había escogido, una presencia ajena perturbó su tranquilidad.

Desde la sombra de un muro cercano, un hombre observaba, apoyado con desgano y con un cigarrillo encendido entre los labios. Su postura era relajada, pero el brillo en sus ojos tenía un matiz burlesco que hacía que T/N se sintiera incómoda incluso antes de que hablara. Dio unos pasos hacia ella, sus botas resonando en las baldosas del patio, hasta detenerse a solo unos metros.


—Qué dedicación —Comentó con un tono sarcástico, soltando una risita mientras dejaba escapar una bocanada de humo—Parece que te tomas esto demasiado en serio.


T/N levantó la vista, forzando una sonrisa cortés que no llegaba a sus ojos. No tenía intención de responder, pero tampoco quería parecer grosera. Dio un paso atrás y continuó con lo que hacía, ignorándolo en la medida de lo posible.

El hombre, al ver que no recibía respuesta, decidió presionar más. Se acercó hasta quedar frente a ella y exhaló deliberadamente el humo de su cigarrillo en su rostro. T/N tosió, apartando la cara rápidamente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por la irritación.


—¿Qué te pasa? —Preguntó con burla, fingiendo inocencia—¿No te gusta?


T/N lo miró con una mezcla de incredulidad y disgusto. Aunque su corazón latía con fuerza, no permitió que su voz temblara.


—Por favor, apártese. Tengo trabajo que hacer.


El hombre se encogió de hombros, riendo para sí mismo antes de dar media vuelta.


—Qué aburrida eres—Soltó una última bocanada de humo antes de alejarse, dejando a T/N con un nudo en el pecho.


Cuando Beom Tae-Joo llegó esa noche, el aire en la mansión tenía un peso extraño. T/N intentó comportarse como siempre, cumpliendo con sus labores, pero Beom notó de inmediato que algo no estaba bien. Se detuvo en el marco de la puerta del salón y la observó en silencio mientras ella arreglaba las flores en un jarrón.


—¿Pasó algo? —Preguntó con voz baja, pero cargada de autoridad.

T/N se sobresaltó ligeramente y negó con la cabeza, evitando su mirada.

—Nada importante, señor. Todo está en orden.


Beom no insistió en ese momento, pero su instinto le decía que había algo más. Poco después, uno de sus hombres se le acercó y le susurró algo al oído. Beom escuchó en silencio, su expresión cada vez más sombría mientras su subordinado le explicaba lo ocurrido. El ligero olor a tabaco en la ropa de T/N, que ella había intentado disimular, terminó de confirmar lo que necesitaba saber.


—¿Quién? —Preguntó Beom, su voz apenas un murmullo, pero cargada de peligro.


El nombre salió rápidamente. Beom no dijo nada más. Se giró y salió de la estancia, sus pasos resonando en el pasillo con una firmeza que hacía temblar a cualquiera que lo escuchara.


...


El hombre no supo lo que lo golpeó. Había salido de un bar cercano, tambaleándose ligeramente por el alcohol, cuando dos figuras lo interceptaron en un callejón oscuro. Antes de que pudiera reaccionar, lo arrojaron dentro de una camioneta y lo llevaron a un almacén abandonado en las afueras de la ciudad.

Cuando recobró la conciencia, estaba atado a una silla en medio de una sala iluminada por una única bombilla roja que colgaba del techo. El olor a óxido y humedad llenaba el aire, y las paredes estaban salpicadas de manchas que podrían haber sido de cualquier cosa... aunque él temía saber la verdad.

Los pasos de Beom Tae-Joo resonaron en el lugar antes de que su figura apareciera en la puerta. Vestía como siempre, impecable en su traje oscuro, aunque había dejado su chaqueta colgada en una esquina, lo que daba una pista de lo que estaba por venir. Su rostro estaba sereno, pero la sombra en su mirada era suficiente para helar la sangre del hombre.


—Jefe... yo... —Comenzó a balbucear el hombre, sudando profusamente.


Beom no dijo nada al principio. Caminó lentamente hacia él, sus guantes de cuero negro crujían mientras los ajustaba con cuidado. Sacó un cigarrillo de su bolsillo, lo encendió y dio una calada, expulsando el humo lentamente antes de hablar.


—¿Disfrutaste faltándole al respeto a lo que es mío? —Preguntó, su tono tranquilo, casi suave, lo que lo hacía aún más aterrador.

—¡No, jefe! Fue un malentendido, lo juro. No quise ofender a nadie...


Beom se inclinó hacia él, tomando su mandíbula con fuerza para obligarlo a mirarlo a los ojos.


—¿Un malentendido? —Repitió con una sonrisa fría—Déjame explicarte algo: no hay malentendidos cuando se trata de T/N.


Antes de que el hombre pudiera responder, Beom dejó caer el cigarrillo sobre su pierna y lo apagó con un giro lento de su zapato, arrancándole un grito de dolor. La sesión de castigo apenas comenzaba.

Con movimientos precisos, Beom lo golpeó una y otra vez, rompiendo huesos con la facilidad de alguien acostumbrado a este tipo de actos. Cada puñetazo era un recordatorio de que había cruzado un límite que nadie debía cruzar. Cuando los gritos comenzaron a apagarse, Beom sacó un cuchillo de su cinturón y se inclinó hacia el hombre.


—Esto no es solo por lo que hiciste. Es una advertencia para cualquiera que piense siquiera en hacer algo parecido.


El cuchillo se deslizó con precisión por la piel del hombre, dejando cortes limpios que eran más un mensaje que una herida letal. Finalmente, Beom lo dejó caer, ya incapaz de mantenerse consciente.

De vuelta en la mansión, T/N estaba en su habitación, ajena a lo que había ocurrido. Cuando Beom regresó, tenía algunas manchas de sangre en las mangas de su camisa, pero su expresión era tan neutral como siempre. Antes de subir a su despacho, pasó por la puerta de T/N y la vio dormida, acurrucada con una manta. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.


—Estás a salvo —Murmuró, apenas audible, antes de cerrar la puerta con cuidado y desaparecer en las sombras de la noche.

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