01. SECRET
Norman tiene secretos. Muchos, a decir verdad.
Suele mentirle a la gente sin ningún problema, con una sonrisa amable y su carácter amigable.
Nadie nunca duda de él, nadie nunca lo cuestiona ni lo confronta, porque nadie jamás crearía que fuera capaz de matar siquiera una mosca.
Pero Ray sabía lo idiotas que eran todos.
Porque ese Norman calmado y pacifico solo era una jodida máscara del verdadero Norman.
Un Norman que pocos -o nadie- conocía. Aquel que le gustaba que siguieran sus reglas, ese que tenía los ojos nublados de placer y tenía un castigo por cada mal comportamiento.
El Norman que marcaba su piel, murmuraba su nombre y le sonreía cómplice entre clase.
Ese maldito -verdadero- Norman.
— ¿Que harás esta tarde? —le pregunto, recargándose en el casillero que estaba justo a lado del suyo y sonriéndole amable a un grupo de chicas que pasaban por enfrente.
— Voy a estudiar.
— Podemos estudiar juntos.
— Bien, invita a Emma.
— Me refería a juntos, pero no juntos.
— Ah, era una excusa para acostarnos, ya entendí. —cerró su casillero y se fue en dirección contraria al albino.
— Vamos, Ray, estás más gruñón que de costumbre.
— Tengo muchas cosas que hacer y me estas distrayendo con tus tonterías, es todo.
— Bien, bien, podemos ir a estudiar, de verdad, a tu casa por la tarde ¿que te parece?
— ¿Sin trampas?
— Sin trampas, ¡lo juro!
El menor lo miró serio, recibiendo una de las típicas sonrisas "angelicales" del albino.
— Sin trampas, Norman.
— Seguro.
— Bien, te espero en la salida.
Norman asintió y rápidamente cambió el tema a otro asunto sin mucha relevancia. A ojos de toda la escuela aquello era realmente normal; Norman y Ray paseando por los pasillos del colegio siendo los mejores amigos de la infancia aún con sus actitudes tan contradictorias.
Lamentablemente, ninguno de esos ojos curiosos sabían la verdadera verdad.
El secreto más grande de Norman.
— ¿Como carajos hiciste esto? —preguntó, girándose frente el espejo y repasando con la mirada las líneas rojas recorrer sus omóplatos—. Parece que me metí con un animal.
Ray le arrojó una camisa a la cara y Norman rió bajo la tela.
— ¡Apúrate a cambiarte el uniforme y baja a la sala! Dijimos que íbamos a estudiar.
— Ya voy, salvaje.
— Idiota.
Realmente su relación no había cambiado mucho, fuera de aquellos momentos de intimidad seguían siendo los mejores amigos del universo y no planeaban que un par de hormonas alteradas cambiaran eso.
Se conocían desde niños, junto a su mejor amiga Emma; sin embargo, lo que debió ser siempre una bonita e infantil amistad trascendió a algo más profundo, siendo por fin revelado durante su fiesta de graduación, donde como los "casi universitarios" que eran, infiltraron alcohol y terminaron suficientemente ebrios como para no pensar en sus acciones.
Con el suficiente alcohol en su sistema y el lugar correcto sin muchas personas, terminaron besándose en el baño del colegio y una semana después, cuando se dispusieron a hablar del "pequeño incidente" terminaron besándose sobre el sofá de Norman.
Y luego en su salón de clases, y en el cuarto de Ray, y en la cocina también, y en las escaleras, y en la acera... y-
Bueno, realmente había una larga lista de "pequeños incidentes" que nunca pudieron aclarar sin terminar uno encima del otro.
Pero al final, cuando decidieron darle una dirección a todos esos sentimientos, decidieron convertirse en amigos con beneficios. No comprometerían su amistad, no se relacionarían más haya, no se encadenarían uno al otro pero acudirían a ellos cuando sintieran la necesidad de tener a alguien.
Obviamente nadie sabía de eso, ni siquiera su mejor amiga, y a pesar de lo que pensaban al principio, aquel trato había salido mejor de lo esperado.
Podían tenerse sin ser novios, podían separar la intimidad de su amistad y podían disfrutar en secreto de ese extraño convenio que tenían.
Eran un secreto. No se arrepentían de serlo -por ahora- y tampoco creían estar haciendo algo incorrecto.
— ¿Eso era todo? —preguntó Ray, cerrando el cuaderno de notas sobre la mesa.
— Si, ¿ya repasamos lo del libro?
— Si, fue el primero.
— Ah, ya recuerdo. —Norman se estiró y bostezó. Habían estudiado toda la tarde, pasando de un libro a otro y haciendo anotaciones en sus libretas para no olvidar los puntos importantes. Sus promedios perfectos no se cuidarían por sí solos.
El reloj marcaba las nueve de la noche, la música en el teléfono del albino se seguía reproduciendo y los lapiceros estaban esparcidos por la pequeña mesa de la sala.
— Tomémonos un tiempo antes de limpiar, ¿si? Estoy agotado —pidió, cerrando los ojos y aprovechando que estaba sentado en el piso alfombrado para recargar su espalda a los pies del sofá y dejar caer su cabeza sobre el asiento del mismo— No pensé que fueran tantos temas.
— Fue más tardado de lo que pensé; ¿te quedas a dormir?
— ¿Solo a dormir? —bromeó, sin intenciones de obtener algo más.
— Bueno, podría considerar hacer algo más que dormir si me ayudas a limpiar aquí.
Norman abrió los ojos, girando a verlo sorprendido.
— ¿En serio?
— Bueno, te portaste bien, cumpliste tu promesa de solo estudiar.
— ¿Serás mi premio?
— Vuelves a decir eso y no dejó que me toques en un mes.
— Está bien, está bien —levantó ambos manos en señal de paz—. Yo limpio aquí.
Ray sonrió, dejó un beso en su mejilla y se levantó.
— Te espero arriba.
Y si el cerebro del albino hizo cortocircuito, nadie debería de saberlo.
Como nadie debería de saber que Norman tenía secretos, muchos, a decir verdad.
Pero si se lo preguntan, su secreto favorito era ese de cabellos negros y mirada apática.
Amaba ese jodido secreto.
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