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Capítulo 23. 🔥

"No soy un sol, esa luz que ves es una maldita tormenta dentro de mí"

David Sant.

Seth.

Reviso algunos papeles junto a mi padre, bebemos whisky y fumamos un poco.

Mira la pantalla de su celular que empieza a vibrar y sonar sobre el escritorio. Levanta la mirada y por unos segundos tengo miedo de esos ojos llenos de malicia. Baja la mirada y apaga el celular, lo deja sobre el escritorio con enfado.

—Necesito que me hagas un favor —le da un trago a su whisky.

—Favor con favor se paga —una sonrisa de lado se forma en su labios, conozco esa mirada.

Joder Seth tu padre es el diablo.

—Hay un tipo que me ha estado jodiendo unos negocios y quiero que te encargues de él, pero antes ve por su familia y que vea que nadie se mete con nosotros.

—¿Quien crees que te está jodiendo?

—Me temo que es la misma gente que se metió ese día a la casa.

—¿Los rusos? —asiente con la cabeza —. ¿Por qué ellos?

—Estabas con la rubia —dice con obviedad —. Ellos la querían a ella, las veces que los atacaron los rusos era por ella, algo se traen con esa familia y no me importa la razón pero me están pasando a joder a mí, Seth, cada negocio, cada mercancía robada, me están tocando los cojones —resopla molesto.

Sin decir nada me pongo de pie y doy el último sorbo a mi vaso, me limpio la boca con el regazo de la mano y salgo del despacho.

—Sé precavido, no quiero que nadie nos involucre con esto —lo miro por encima de mi hombro y asiento con la cabeza.

La fiesta ha empezado.

Me acomodo sobre el capó del auto negro, me lamo los labios y enciendo el cigarrillo dándole una buena calada. Mis manos están teñidas de rojo, un rojo tan profundo que será imposible quitarlo con agua. Un rojo penetrante, un rojo lleno de llanto y dolor. La sangre empieza a secarse sobre mi piel.

Has entrado en un modo donde sólo te haces daño.

Ignoro a mi subconsciente y sigo disfrutando del veneno que se posa sobre mis labios.

El lugar huele a muerte, gasolina y dolor. La combinación perfecta para una noche perfecta. Para terminar lo que ha empezado.

Veo como mis hombres sacan en bolsas negras los cuerpos de la mujer y los dos niños.

Pobres almas inocentes que tuvieron que conocer a Seth.

Tú cállate no ayudas en nada.

El tipo frente a mi ni siquiera se imaginaba la bonita escena que iba a encontrar al entrar a su oscuro y ya solo hogar. Sus ojos se desorbitaron al ver a su esposa e hijos muertos cada uno en su habitación. «Nunca te metas con un Beckett» fue lo último que dije al darle un cachazo y verlo caer al suelo inconsciente.

Algunas gotas de carmín caen de mis dedos, me sobo la sien y suspiro botando al mismo tiempo el humo que había retenido en mis pulmones. Levanto la cabeza y miro al tipo frente a mi.

Unos treinta y tantos años rondan su cuerpo destrozado, piel blanca, cabello negro con algunas canas que se asoman en la coronilla de su cabeza, enfundado en un elegante traje gris perla. Su camisa —que antes era blanca— ahora ha tomado un color rojo, al igual que mis manos. Sus zapatos negros, están salpicados con sangre, no sé si mía o de él, porque con tantos golpes algunas partes de mis manos se han abierto y el dolor se ha estancado en mis nudillos. Su cara se empieza a hinchar por tantos golpes recibidos. Su labio está roto y sus dientes teñidos de sangre.

Le doy la última calada a mi cigarrillo, viendo como este se consume poco a poco. Retengo el humo en mis pulmones y lo boto a los segundos, este se eleva por encima de mi cabeza, haciéndose uno con el aire del lugar. Me acerco a él, con cautela como lo haría un león con su presa. Me llevo las manos a la espalda y camino a su alrededor. Se queja, se mueve violentamente en su lugar, las cadenas bajo sus pies se sacuden al igual que las maderas que lo sostienen. Quedo frente a él bajo la mirada de mis hombres que solo esperan una señal para acabar con la vida de este pobre cristiano que tuvo la mala suerte de meterse con la gente equivocada.

En cuanto abre los ojos estos se desorbitan, rebobinando lo que ha pasado, buscando con la mirada pérdida, tratando de encontrar una salida —como si hubiese una—, analizando todo a su alrededor hasta que sus ojos dan con los míos. Tiene miedo. Lo sé, lo huelo en cada gota de sudor que emana de sus poros. Se está cagando de miedo.

—Dime quien te mandó —mi voz es ronca y cargada.

—N-no sé de que me hablas. No te conozco.

—Sí me conoces y a mi padre también. Solo quiero saber quién te mandó. Solo una palabra tuya bastará para terminar este sufrimiento y así poder reunirte con los tuyos —me trato de mantener lo más relajado posible. Pero me conoces y sabes que eso dura poco.

—Ya te dije que no sé de qué me hablas —escupe sangre a mis pies, unas gotas salpican mis amados Gucci.

—¡Mierda! Estos son mis favoritos —miro mis pies y después lentamente mi mirada sube hasta él —. Mira cabrón no me sigas tocando los huevos porque me va a valer madres quien seas y toda la puta gente que tengas atrás de ti, solo eres uno más, un empleado más en toda esta mierda —espeto.

—Tú igual Beckett —la lámpara arriba de nosotros se mueve por el repentino viento que golpea la puerta de la cochera. Me río un poco, sarcástico.

—Yo no tengo jefes, soy mi propio jefe. No dependemos de nadie que nos chasqueé los dedos y nos diga que madres hacer, mi padre es su propio jefe. No como tú y los demás que están abajo de esta cadena. Solo dime lo que quiero saber —aprieto los dientes —. Ya viste que no tengo piedad por nadie —con la cabeza señalo los cuerpos de su familia —. Y ya no hay nada que me detenga para acabar contigo —sus pies no tocan el suelo y debe estar cansado de estar en esa posición por tanto tiempo. Pero más me estoy cansado yo de que no suelte ni media palabra este imbécil. Lo que me gusta de los rusos es que siempre tienen a la gente más fiel, a los que nunca van hablar eso es de admirar, porque saben que toda su porquería se quedará con ellos.

—Tú lo has dicho niño. Yo ya no tengo nada que perder ellos eran mi vida, pero tú si —retrocedo un paso —. Hagamos un trato, olvidamos esto y nos repartimos lo que le hemos quitado a tu padre. Así nadie pierde —una sonrisa de lado se dibuja en sus labios. Está desesperado por querer salir de aquí. Pero se la ha pelado.

—¿Me estás proponiendo traicionar a mi padre? —me acerco más a él y asiente con la cabeza —. Sabes que eso nunca lo haría —dos pasos más —. Jared será un hijo de puta, pero es mi padre —un paso más y quedo frente a él. Benji se acerca y me ofrece una pistola la cual agarro y miro que tiene solo una bala.

—Cuídate Beckett y cuida a toda la gente que te rodea porque el día que terminen contigo irán por cada una de las personas que significan algo para ti— me harto de las palabras sin sentido de este imbécil y una bala en la cabeza es lo único que lo silencia.

—Limpien todo —les ordeno a Benji y los demás que empiezan a bajar al inútil ese. Del bolsillo de mi camisa saco la cajetilla y enciendo otro cigarrillo.

Papá tenía razón, ellos están detrás de Nelly y su familia y ahora ella me ha arrastrado hasta este maldito agujero, Ileana está en riesgo si se queda a mi lado, es mejor que siga lejos, no quiero que a ella le hagan algo, jamás me perdonaría si algo le llega a pasar.

Ileana.

Veo el último mensaje que le mandé a Seth, de eso ya unos días, no sé que está pasando, no sé porque actúa así, la última vez que nos vimos lo pasamos muy bien, estuvimos hablando por mucho tiempo y yo...yo creí que a él le gustaba estar conmigo tanto como me gustaba a mí estar a su lado.

—¿Has sabido algo de Seth? —salgo de la casa hacia el jardín trasero donde está mi hermano tomando el sol —. Hace días que no sé nada de él.

—No ha ido al trabajo.

Dixon está trabajando en el club de Seth, dice que la paga es buena y ha dejado el trabajo con mi padre, parece que a mi hermano le gustan las cosas clandestinas y oscuras.

—Eso ya hace días, quien se hace cargo es Castiel, de Seth ni sus luces.

Me siento a su lado y de inmediato nota el cambio en mi rostro porque se acomoda y se sienta frente a mí.

—¿No has hablado con él? —niego con la cabeza —. ¿Ni un mensaje?

—Nada —le digo.

—Ileana te dije que no te hicieras ilusiones con Seth, es una mala persona, no te merece, eres mucho para él.

—¿Por qué lo dices? —levanto una ceja.

—Porque es cierto, es una mala persona hermana y si te acercas a él solo vas a terminar más dolida de lo que ya lo estás.

—No estoy dolida.

—No me engañas, él te gusta y que se haya alejado de ti te duele, para mí mejor que no esté cerca de ti.

—Eso no es justo, soy yo quien decide con quien salir y con quien no ¿No lo crees?

—Sí, pero no con Seth, con él no.

—No entiendo el maldito afán tuyo por decir eso de él, por no explicarme porque no quieres que me acerque a él —me alejo de mi hermano con pasos fuertes.

—Ileana, espera.

—Vete a la mierda —le digo mostrándole el dedo de en medio.

Estoy cansada de esto, de ser para todos la chica buena que no se mete en problemas, la que evita los conflictos, estoy harta que mi propio hermano me oculte cosas y crea que yo soy una estúpida.

Me cambio de ropa y me voy a trabajar, necesito pensar en otra cosa que no sea Seth y el traidor de mi hermano, necesito dejar de pensar en ese rubio sexy que muchas veces coqueteó conmigo.

Llego y me estaciono en el lugar de siempre, abro la puerta y cuando doy un paso afuera del auto agarro mi bolso que está en el asiento del copiloto. Siento un tirón y sin imaginármelo alguien me pone de frente contra el auto, coloca mi mano detrás de mi espalda y la otra la lleva junto con la suya hacia el techo del auto.

—¿Creíste que te ibas a poder alejar de mí? —su voz. Esa maldita voz que me estremece cada que la escucho en mis sueños —. Eres una maldita zorra —espeta.

Su erección se aprieta contra mi espalda y su aliento rancio me golpea el rostro, con un movimiento agarra mi otra mano y golpea mi rostro contra el auto, oprime con su mano mi cabeza haciéndome daño.

—Eres una maldita zorra que se está metiendo con un tipo que ni siquiera conoce.

—Claus —le suplico con la voz llena de miedo, me tiembla, todo mi cuerpo es un manojo de miedo. Las piernas me tiemblan y siento que en cualquier momento voy a caer al suelo —. Por favor, recuerda como terminó la última vez.

—No me importa —espeta y de nuevo se aprieta a mí —. No me importa si termino muerto, tú eres mía Ileana, desde el primer momento que te vi fuiste mía y siempre lo serás.

Las esquinas de los ojos me pican, estoy a punto de llorar, no quiero que él me vea débil, no quiero que sepa que su presencia me aterra y que cada que pienso en él siento tanto miedo.

—Déjame en paz Claus, vete, olvida lo que pasó entre nosotros, solo...olvídame.

—¡Es que no lo entiendes! No puedo olvidarte —por un momento su voz tiembla —. Te necesito, eres mía —repite y siento en mi mejilla su lengua, su aliento es de alcohol rancio —. Eres mía Ileana, mía.

Siento que me suelta y me detengo del auto para no caer, las lágrimas que había estado reteniendo por fin caen en un río interminable, mis hombros se sacuden y me pongo una mano en la boca para acallar mi llanto. Volteo a ver detrás pero no hay nadie, solo un estacionamiento lleno de autos pero sin ni una persona.

De nuevo me apoyo en el auto e intento calmarme, de nada me sirve entrar en pánico y perder el control, eso no me ayudará, tengo que pensar en que hacer con Claus, como hacer para que me deje en paz y se olvide de esa maldita obsesión que tiene conmigo. Es un maldito psicópata que lo único que está buscando es la muerte.

Es lo único que él se merece, morir.

Dios ¿Qué está pasando conmigo? Yo no soy el tipo de persona que le desea la muerte a alguien, ni siquiera a Claus que es tan hijo de puta.

Claus se merece arder en las mismísimas llamas del infierno.

Sacudo la cabeza para alejar estos malos pensamientos de mí, tomo respiraciones para poder pensar mejor, mis manos aún tiemblan y mi pecho sube y baja rápido. Claus no me dejará en paz y temo que no lo haga hasta que no consiga lo que más quiere: yo.

Nelly.

La televisión está encendida, Nate sigue arriba arreglando las habitaciones del tercer piso, no sé que quiere hacer con esas habitaciones, solo somos nosotros dos. Miro el anillo que rodea mi dedo y sonrío al ver el gran diamante, Nate es tan lindo que a veces creo que no lo merezco, él es tan noble y yo soy...yo soy una mala persona que no puede dejar el pasado atrás y que lo único que quiere es venganza. Me parezco tanto a Seth, él acabó con todo lo que lo rodeaba solo para vengarse de mí, perdió muchas cosas y eso es lo que temo me pase a mí, que pierda al amor de mi vida por esta estupidez.

Suspiro y bajo la mano para ver la pantalla.

—En otras noticias —dice la reportera —. Hoy la policía de Nueva York ha recibido una llamada anónima, informando que a la orilla del Río Harlem cerca de Bailey Ave había al menos cuatro bolsas negras con lo que parecían ser cadáveres. El departamento de policía se dirigió de inmediato a la zona, la cual se acordonó ante las miradas curiosas de quienes pasaban por el lugar. Forenses informaron que eran cuatro cadáveres, dos menores de edad y dos adultos, por lo poco que se sabe y que la policía ha querido compartir con nuestros compañeros llevaban en el agua al menos unas veinticuatro horas. Parece que la mafia está involucrada en este homicidio. Sabemos que los rusos y la mafia de Nueva York han estado en constante guerra, pero este acto solo nos deja ver que no importa ya quien se meta con ellos, todos pagarán las consecuencias, desde niños hasta amas de casa —la reportera niega con la cabeza —. Les seguiremos informando de este caso.

Pasa a otro reportaje. No sé porque esto me huele a que los Beckett tienen algo que ver con esto.

Escucho pasos en las escaleras y le cambio rápidamente de canal, no quiero que Nate sepa nada de esto, quiero que se mantenga alejado de toda esta mierda.

—¿Qué miras? —baja el último escalón, en las manos trae un trapo con el que se limpia la pintura, se la ha pasado todo el día allá arriba, solo ha bajado a comer y ahora.

Volteo a ver la pantalla y es un programa acerca de como aprender a reciclar.

—Nos muestra como aprender a reciclar —le digo mientras me da un beso en la cabeza.

Lo miro y trae una camiseta sin mangas de color blanco que ahora está salpicada de un color azul claro, unos joger de color negro y unas sandalias del mismo color que también están salpicadas, su rostro también tiene algunas gotas de pintura.

—¿Qué tanto haces allá arriba? —deja el trapo sucio a un lado.

—Limpiando y pintando, llevo una habitación, me faltan dos —suspira cansado.

Se sienta en el reposabrazos del sofá y yo me pongo de pie para acercarme a él.

—Ya deja eso, mañana sigues —le muestro la hora de la televisión —. Sube y ve a darte un baño, mientras yo preparo algo para comer —me coloco detrás de él y masajeo sus hombros.

—Quiero terminar arriba antes de entrar a estudiar.

—¿Ya mandaste la solicitud? —le pregunto sorprendida.

—Lo hice ayer.

—¿Por qué no me dijiste?

—Quería decirte cuando me aceptaran —se encoge de hombros —. Cuando fuera seguro que iba a entrar.

—Vas a entrar, ya verás que sí, vi tus notas y son muy buenas, eres muy inteligente —voltea a verme.

—Gracias —dice y me sonríe —. Tú eres mi ejemplo Mon amour —me dice amor mío en francés —. Si tú pudiste terminar tu carrera yo también quiero hacerlo, también quiero ser otra cosa que solo un mafioso sin un futuro. Si algún día llegamos a tener hijos quiero que ellos se sientan orgullosos de mí.

—Amor —suelto sus hombros y me pongo frente a él —. Eres una hermosa persona —coloca sus manos en mis caderas y me pega a él, yo le quito un mechón húmedo de cabello de la frente y lo hago a un lado —. Yo estoy orgullosa de ti —me sonríe y me da un corto beso.

—Voy a darme un baño, mañana le sigo —asiento con la cabeza, se pone de pie pero antes de irse me da un beso, veo cómo sube las escaleras y se pierde en el pasillo.

Voy a la cocina a preparar algo para que cenemos. Me gusta esta vida, me gusta estar con Nate y no pensar en nada más, en otra cosa que no sea que vamos a comer, sé que no puedo fingir que nada sucede y que allá afuera está a punto de empezar una guerra, pero tampoco quiero irme, no quiero dejarlo, no quiero.

****

El sonido del celular vibrando encima de la madera me hace abrir un ojo, volteo a ver y agarro el celular, aprieto los ojos cuando la luz de la pantalla me lastima las retinas, parpadeo y veo el nombre de Alek, me doy la vuelta y me siento en la orilla del colchón, miro la hora y pasan de las doce de la noche, Nate estaba tan cansado que solo se dio un baño, cenó y cayó rendido.

Busco con los pies las pantuflas, la luz de la calle me ayuda a poder ver, me acerco a la ventana y respondo la llamada de mi primo.

—Dime —hablo bajo para que Nate no se despierte. Está boca abajo, su espalda está descubierta, no se mueve ni un centímetro.

—Está hecho, vamos por la fase dos del plan —asiento con la cabeza.

—Hazlo, me dices cómo les fue.

—Lo haré —escucho a lo lejos cómo las llantas de un coche chirrían y la voz de Camila.

—Nos vemos.

—Nos vemos —cuelgo.

—¿Cariño? —Nate busca con la mano en mi lugar y al ver que no estoy levanta la cabeza y voltea a verme —. ¿Qué haces? —entorna los ojos.

—Me llamó Alek —me acerco a él y dejo el celular encima del mueble.

—Ven, duerme.

Con su brazo rodea mi cintura y me pega a él, cierra los ojos y me da un beso en la sien, apoyo mi mano en su abdomen descubierto y cierro los ojos también.

Odio mentirle a Nate, odio tanto hacer cosas a su espalda, pero no sé en que bando está él y tampoco quiero que elija, todavía no. 

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