10. Sacrilegio.
La sorpresa estalló en mi cerebro al fijarme que, oculto debajo de la capucha del suéter negro, se asomaba la enigmática mirada verdosa del padre Aurelio.
Revoleé la vista por los alrededores, esperando tener un vistazo de Straw.
Mi pulso retumbó cuando capté un vestigio de su ropa salir del restaurante, conté seis puestos de venta de comida, ropa y artesanía separándonos, y percibiendo la brutal subida de adrenalina, tomé la muñeca del padre y lo arrastré de regreso a la salida, sin embargo, se soltó de mi agarre para ejercer presión en mi codo y cambiar el rumbo de nuestros pasos.
─¿Qué demonios hace usted aquí?─cuestioné, perpleja por el cambio de ropa usual. Vestido con ese conjunto deportivo parecía un ciudadano promedio y normal─. ¿No estará espiándome, Padre? ¿Qué ocurre? ¿No puede dormir sin tenerme cerca?
Recibimos primeras miradas, no segundas, hecho que me desconcertó y alivió. Estaba tan acostumbrada a tener la atención que cuando no pasaba, sentí que fallaba en algo. Pero era lo último que necesitaba.
─¿Dónde dejaste a tu cita? ¿huh?─interrogó con dejo amargo de mofa─. ¿Ya te aburriste del pobre Oliver?
Eché un vistazo hacia atrás, la sangre se congeló en mi rostro al atisbar al idiota de Straw escrutando cada rostro que pasaba cerca de él con un cuidado enfermizo, esperando encontrar mis facciones en algún rostro para dispararle el flash sin temor ni vergüenza.
Giró el rostro y antes de que pudiese verme, me escondí detrás de la corpulenta figura del padre. Solo cuando estuve segura que movió sus ponzoñosos ojos lejos de mí, me decidí a retomar la caminata entre la marea de vehículos, buscando con desespero la vieja pick up del padre Aurelio.
─Lléveme a la iglesia─pedí, se detuvo en seco, exudando confusión. Resoplé con frustración─, ¡ahora! ¿Qué no escuchó?
Me subí de un salto al vehículo, tras avisarle mi paradero al señor Williams, aproveché la estabilidad de la señal en la vía para marcar a Nueva York.
─Maya, Matthew Straw ha venido hasta aquí, ¡sí! A este pueblo...
🎞✟ 🎞✟ 🎞
Sentí sobre la cara una mirada fría y crítica, vigilando la interacción.
Bebí el trago del vino para aliviar el estrés que el casi encuentro me generó, devolviendo el gesto de desagrado hacia el Cristo crucificado. Seguro el disparo de tensión me revolvió la cabeza, empezaba a ver irrealidades.
Luego de la conversación de Maya, el padre Aurelio extrañamente amable, encendió unas velas para iluminar el espacio, desde que llegué tomé asiento en la primera butaca para contarle lo que pasó. O lo que casi se concretó. Aunque se rehusó a tenderme un poco de vino, la amenaza de ir en busca del reportero le hizo ceder. De los dos, era él el más interesado en mantener la calma en la congregación, mi equipo armó un plan B en el inoportuno caso de que me viese descubierta, quedar como el alma de buenas y santas intenciones no era la vía más creíble, pero en algo tendría que ayudar.
─¿Estás completamente segura de que no te vio, Arden?─interrogó─. Mírame a la cara cuando te hablo.
Le hice caso, me topé con la plácida imagen de su ceño fruncido enalteciendo el furor de su mirada. En situaciones así lo detestaba, todo sería tan sencillo, la estadía, el trato entre los dos, si tuviese el estómago abultado y la línea del cabello en retroceso.
Pero... ¿vestido como un hombre mundano? Dejé de ser yo la tentación más intensa y arrolladora.
─Estoy segura, salí del restaurante antes de que pasara─respondí─. No tiene de qué preocuparse, por ahora. Conociendo a Matthew, no se cansará hasta dar conmigo. Me pregunto como demonios consiguió la información de mi paradero.
No es como si fuese complejo dar con ella, pero si pagué una alta cifra para mantener el anonimato, tuvo que desembolsillar una cantidad superior para que revelaran mi pasajera dirección.
El padre apoyó la espalda baja en la mesa dónde desarrollaba su sermón dominical.
─Considerando la situación, lo más apropiado sería que permanezcas en el templo la siguiente semana─demandó con severidad─. Tampoco considero que sea apropiado que te relaciones demás con los feligreses, forjar relaciones más allá de un saludo y despedida cordial traería inconvenientes. Espero comprenda, señorita Raw.
Le miró con absoluta consternación. ¿Qué pretendía? ¿Encerrarme desde el amanecer hasta el anochecer en el ático?
─¿Usted quiere que enloquezca, no es así?─bufé, acercando la copa a mis labios─. Si lo dice por Oliver, no tiene de que preocuparse, dudo que quiera volver a verme luego de haberlo abandonado a mitad de la cena. Pero no dejaré de tratar a Sophie, ella me agrada.
Asintió, concediendo la rotunda decisión. Vaya, al menos vería la luz del día.
─Puedes hacerlo dentro de estas paredes, le pediré a sus padres que venga al templo para que ayude con el mantenimiento del corral.
─Claro, que encantadora idea para pasar una tarde de chicas: limpiar mierda de gallinas─rodé los ojos─. No, y menos con esos demonios con plumas, no tengo deseos suicidas.
No alegó, no respondió. El chispeo de las llamas de las velas se impuso sobre el silencio en el ambiente, nada denso o pesado, pero cargado de cosas que queríamos decir. Lo supe puesto que no dejaba de cincelar los rasgos de mi rostro, admirando las líneas y surcos con un cuidado embelesador.
Tenía atascado un por favor, pronto me iré, ¿por qué lo hace tan difícil? Venga por mí, acérquese. No lo diría, me negaba a ser yo la que diese el paso, lo hice la primera vez resguardada por su mirada en el confesionario, era su turno de demostrar lo evidente, lo que le provocaba y anhelaba.
Consumí el último trago de vino, considerando aniquilar la tensión de la noche y el poder de su presencia con mi juguete favorito. Qué decepción. Terminaba sin el buen Oliver ni el inmaculado padre Aurelio.
Degusté el rastro del sabor clavándole la mirada antes de decidir ponerme de pie y dirigirme al feo ático.
─¿Qué tanto me ve?─sondeé con una pizca de altivez─. ¿No querrá disculparse, padre?
Descruzó los brazos para apoyar las palmas en el filo de la mesa. Me sentí atravesada por la rebelión disputándose en su mirada, fija en la mía.
─Sí, es lo que quiero─aceptó y luché por mantener la mandíbula en su sitio.
─¿Estuvo bebiendo?─proferí, incrédula. Estreché la mirada con astucia─. Padre, no creo que sea sano que se acabe la reserva de vino de un año en una semana, digo, a mi no me interesa, pero si está tan absorto en mantener en pie esta iglesia...
─No he bebido nada, Arden y por esa razón he pensado con claridad que no te he dado el mejor de los tratos─rebatió mi acusación con una inesperada revelación.
─Por favor siga─le incité─. Me interesa lo que dice.
A la expectativa de lo que saldría de su boca, le miré bajar despacio los tres escalones que le brindaban una ventaja mayor en nuestra diferencia de estatura.
Mi corazón se sacudió con cada paso que se aproximaba. Lento, tanteando la insufrible distancia dispuesta en medio de los dos. Sabía, como si pudiese leer su mente, la disputa que ocurría en su cabeza. Deseo y respeto. Fe. Satisfacción. El debate de nunca acabar.
Se detuvo a dos escasos pasos de mí, mi piel se erizó cuando el aroma de su piel me impregnó los sentidos. El perfecto estimulante para encenderme. Lo recordaba perfectamente, las notas amaderadas, a whiskey e incienso. Aquel aroma no se iría de mi reserva de recuerdos en mucho, pero mucho tiempo.
─Te cargué de culpas que no te competen, te señalé injustamente de ser una tentación cuando no hacías más que existir. No debí atarte y encerrarte en el sótano, tampoco acusarte y sobajarte por causar en los demás deseos pasionales─su mirada descendió loentamente de mis ojos a los labios─. Eres la mujer más hermosa que he visto, el verdadero pecado sería no darse cuenta de ello.
Una emoción aleteó en mi pecho. Lo dijo, por su Dios, lo dijo.
─¿Y hace esto... por...?
─Mejorar nuestra convivencia─declaró─. Nos quedan dos meses juntos, Arden, no quiero que te vayas pensando que fui una mala experiencia.
No podría, quise contestarle. Te saltaste y ganaste varios puestos entre las mejores. Lucha por el primero, te reto.
Suspiré y flexioné mis pies descalzos. La tensión me asfixiaba, necesitaba despejarla pronto o acabaría desmayándome. Dejé la copa vacía a un costado de mis botas.
─De acuerdo─dije, acomodándome en la orilla de la butaca─. Agradezco sus disculpas, pero no las acepto.
No pasé desapercibido que se atrevió a desvanecer la sonrisa que le asedió los labios.
─¿Qué es lo que pides para que mis disculpas sean recibidas?─murmuró en un tono tan sutil como ronco.
Separé los muslos y levanté el vestido hasta mostrar el encaje de mi ropa interior.
─Arrodíllese.
Sus ojos me escudriñaron sin recato. Le vi tragar un pesado respiro antes de subir la mirada a mi cara, escupiendo súplicas a través del gesto.
Lucía torturado, un suplicio que disfrutaba maravillosamente.
─Arden, ¿eres consciente de lo que pides?
Apunté al suelo con un dedo.
─Lo quiero de rodillas─sonreí, contemplando el febril resplandor en sus pupilas dilatadas─. Y sé que usted también.
Abrí las piernas un poco más. Acercó una mano a su prominente erección para presionar con fuerza los dedos sobre la tela y sacudirla.
─¿No me lo piensas hacer sencillo jamás, no es verdad?─me reprochó.
Me encogí de hombros, echando a un lado la tela para exponer la humedad en mi sexo.
─¿Qué divertido encuentra en eso?
Mordisqueé mis labios, acallando el gritito de satisfacción rasgando mis cuerdas vocales cuando sus rodillas tocaron el suelo.
Me perdí en la divina sensación de sus manos alrededor de mis muslos.
Los segundos enardecidos de espera se alargaron cuando decidió besar la piel de mi garganta y descender ofreciendo el mismo trato dócil al inicio de mis pechos. Suspiré levemente cuando su boca humedeció la tela cubriendo mis pezones. El padre Aurelio se tomó el tiempo de bajar las caricias de su boca, mientras sus dedos fungían un camino directo a mi entrepierna.
Me sobresalté cuando rozó mis pliegues con la punta de sus dedos cálidos y precisos, pronunciando algo ininteligible con su boca tapada contra mi vestido. Me removí contra el esperado toque, los músculos de mis piernas se endurecieron al sentir el fluir de las sensaciones calientes a través de la columna.
Desplazó más abajo la boca, tomándose el tiempo de rozar aquel centímetro de mi cuerpo que su boca alcanzaba. Recorriendo con consideración mi monte de venus, alzó la mirada, sus ojos verdes ardiendo de una forma fascinante y escalofriante.
─Eres una víbora, Arden Raw─profirió, sosteniendo el pequeño trozo de tela negro para posar un dócil beso sobre mi sexo─. La más seductora y placentera de todas.
El padre bajó la cabeza y una ola de calor me recorrió entera hasta acumularse en mi rostro cuando arrastró la lengua sobre mi intimidad, abriéndose paso entre mis pliegues.
Su aliento se adhería a mí, sus labios acariciaban mis pliegues, los presionaba y frotaba. Estaba tan necesitada del contacto que gemí alto y entrecortado cuando enredé los dedos en su cabello y empujé las caderas hacia adelante, cerciorándome que no quedase espacio entre los dos.
Su lengua inició un plácido vaivén de arriba abajo, pausado, presionando mi clítoris con la punta, una vez tras otra, hasta hacerme clavar las uñas en la butaca y echar la cabeza sobre el espaldar, disfrutando de sus maravillosas atenciones.
─Me va a extrañar, padre Aurelio─emití un gemido roto, incrustando las uñas en su cuero cabelludo─. Pensará en mí el resto de sus días, me encargaré de eso.
Sentí el sólido agarre de sus manos en mis muslos, los separó un poco más y me obligó a cerrar la boca cuando enterró su lengua en mí.
Todas mis invenciones nocturnas sobre él atendiéndome con la experticia de su boca palidecieron frente a la realidad, a lo que hacía, al sinfín de sensaciones que me provocaba con el ir y venir de su lengua experta y codiciosa. Lamía con intensas ganas, mordía con sutileza, frotaba. Me bebía como si me adorara. El padre Aurelio sabía cómo rendirme pleitesías.
Encorvé la espalda y la punta de los pies cuando volvió a hundir la lengua dentro de mí, removí las caderas, jadeando alto tras sufrir las olas de placer chocando contra mis puntos más sensibles. Sujeté mi peso en una mano sobre el banco, levanté mi cuerpo un centímetro para mover las caderas al ritmo de su lengua y navegar el orgasmo que entumeció mis sentidos. Tuve que soltar su cabello o se lo arrancaría de raíz.
Su cálida lengua no me dejó, se apoderó de mí, probándome sin descanso hasta que mis sentidos regresaron. Pero el padre no se separó. Continuó desperdigando besos húmedos en mis muslos.
Sentía la cara arder y mis piernas sufrir espasmos. Había sido excesivamente intenso, delirante.
─Padre, ¿no era usted quien vociferó que no se arrodillaba ante nadie más que su Dios?─me mofé, disfrutando la mirada de escalofríos que me dedicó─. ¿Esto me convierte en su nueva veneración?
Le empujé por el pecho hasta hacerle sentarse en el piso. Bajé de la butaca solo para subirme a su regazo y apretar sus caderas con mis muslos.
Él no se negó, sostuvo mis muslos con fuerza, estrujando la piel como si quisiera castigarme cuando enrollé los brazos alrededor de su cuello y ondeé las caderas, causando una la fricción de mi sexo sensible sobre su dura erección.
Una sonrisa se plasmó en mi rostro con el recorrido de sus manos para alcanzar mi trasero y subir la otra a mi nuca, donde enzarzó sus largos dedos en mi cabello.
─Te detesto, no tienes idea de cuanto te odio─pronunció con fuerza cerca de mi boca.
Delineé sus labios con la punta de mi lengua, extasiada por sentir su figura tensarse debajo de mí.
Este hombre pertenecía a una especie prodigio del arte carnal, sería una completa estupidez no aprovecharlo hasta la última gota que le haga derramar.
─¿Qué quiere? ¿Qué regrese al ático?─tanteé, explorando con mis labios la línea de su fuerte mandíbula.
Ciñó las manos sobre mí con un toque bruto que agradecí volviendo a deslizarme sobre él.
─Haz el intento y te vuelvo a encadenar en el sótano.
Reí y en el instante que quise unir nuestros labios, un grito y un par de golpes se oyeron detrás de la puerta principal.
─¡Padre Aurelio, soy Oliver! ¿Arden está aquí? ¡¿Hola?!
Me separé tan solo un poco de su torso para conectar con su mirada.
Imaginé que me diría que fuese al ático o que me escurra en su habitación, pero colocó un dedo sobre sus labios invitándome a guardar silencio. Me tomó por sorpresa cuando se puso de pie llevándome consigo.
Y sin más, se encaminó al pasillo.
Oliver podría aclarar sus dudas con Jesucristo.
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