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0. Ceremonias y Desastres.







—¡Arden! ¡Arden!—la noche eran gritos y voceríos de mi nombre—. ¡Por aquí! ¡Arden!

Los flashes de las cientos de cámaras lastimaba mi retina, pero me conocía lo suficiente para saber que me querría arrancar los ojos cuando viese en alguna revista una mueca extraña por culpa de eso. Esa noche no podía verme menos que perfecta, aquel revuelo era por y para mí.

El vestido dorado de Alexander McQueen caía alrededor de mis piernas como una cascada de oro y se ajustaba a mi cintura, como lo hacía el brazo de mi prometido, Josh Bash, director de la película que me abrió un espacio entre las nominadas de la noche.

No tenía dudas de que me lo llevaría a casa, di todo lo mejor de mi talento para el papel. Jamás me sentí tan atada a un personaje, me preparé por semanas antes en un aislamiento impuesto por mis deseos de sobresalir, leyendo una y otra vez el guion. Al finalizar las grabaciones, estuve semanas mirándome al espejo, recordando que mi nombre era Arden, no Ana.

—Amor, sonríe—pedí sin parar de posar para las cámaras—. El mundo nos observa.

¿Qué dirán los medios? Otra víctima de Arden Raw, uno más que escapa despavorido de su vida. ¡Por favor! No es mi jodida culpa que ninguna sepa tratarme como me gusta y merezco.

—Lo lamento, cariño—respondió, forzando una sonrisa—. No tengo tu destreza para estos eventos.

—Que tonto eres—acomodé su moño y estreché la mirada a la horda de fotógrafos buscando como salvajes el mejor recuadro—. No es destreza, es mi encanto.

Josh me contenía de ofrecer mis ángulos más favorecedores, así que le pedí que siguiera sin mí. Prefería no tener un accesorio en lo absoluto, que cargar con uno a medias. Lo adoraba, Dios sabía que sí, simplemente que estaba habituado a trabajar detrás de las cámaras.

Suponía que eso es lo que nos unía, lo distintos que podíamos ser.

—Arden Raw, nominada a mejor actriz principal por su papel en la última gran adaptación de Ana Karenina...

—Desde los suburbios de Nueva York, Arden Raw...

—La mujer de las mil caras, Arden Raw...

—Fantástica en la pantalla chica, films independientes. Arden, te apoderaste de Broadway a los trece años y ahora eres la musa de los directores más influyentes del siglo...

Mencionaban mi nombre en todas las direcciones, Maya me dijo que debería conceder más entrevistas, mostrar una faceta más humana que pudiese llegar a las personas. Pese a que me gustaba mantener mi vida fuera de cámara en privado, o al menos, lo más íntima posible, esa noche decidí abrirme un poco más y permitir que mi equipo me arrastrase a los medios que creían convenientes.

—Arden Raw, luces magnífica, cuéntanos, ¿cómo te sientes con toda la atención que recibes esta noche?—finalmente, una voz de genuino interés y admiración—. Debe ser, bueno, abrumador tener millones de ojos sobre ti.

Hice un gesto de agradecimiento con la cabeza y esbocé una sonrisa de apreciación.

—Nada que no pueda manejar—me sinceré y la guapa entrevistadora me devolvió una sonrisa.

—Por supuesto que sí. Arden, de todos los nominados, eres la única que va por el estatus EGOT, de ganar esta noche, volverías a casa siendo la artista más joven en completar esta hazaña—deslizó la vista a la cámara—. ¿Qué tienes para decirle a tus fieles retractores?

Millones de maneras de insultar a alguien apuñalaron mi mente. Conocía los nombres de cada payaso que escribía renglones y páginas enteras hablando pestes y opinando sobre mi vida. A que dedicaba mis ratos libres, con quien sostenía una amistad, a quién le abría las piernas y a las fiestas que asistía.

Eran como sucias cucarachas. Matabas una y nacían varias. Pero hacían parte de mi trabajo y tenía que aceptar que eran ellos quienes mantenían mi nombre relevante y eso, a fin de cuentas, es lo que me ha elevado de en un mundo tan regido y lleno de discordias como era la movida hollywoodense.

—Son como los discípulos de Jesucristo, adoro que escriban sobre mí—me encogí de hombros y sonreí a la cámara—. Alguien tiene que contar mi historia.

—Damas y caballeros, lo oyeron aquí primero—la mujer no podía sonreír más, se le fracturaría la mandíbula—. Todo el éxito para ti esta noche, Arden Raw, te deseamos desde nuestra casa, E! Entertainment Television...

La velada transcurría como tantas otras, llena de saludos hipócritas, miradas de reojo, porque tu sí y yo no. Cuando eres novata, el ambiente nocivo rompía tu seguridad, lo hizo conmigo, estuve expuesta a vicios poco después de mi primera menstruación. Fui señalada, acusada e instigada, llamada puta por gente que doblaba mi edad, ¿por qué? Por tener vagina y la moral de un hombre.

Pisé fondo la noche que descubrí la infidelidad de mi primer amor. Realmente lo amaba, creía que sería el hombre de mi vida, me hallé en mi apartamento traicionada, con el corazón en pedazos y la compañía de botellas de alcohol y una bolsa llena de la muerte en polvo. Maya me encontró a tiempo, apenas me sacaron toda la mierda del estómago, ingresé a rehabilitación un año.

Pasé un año más esperando un libreto, nadie se fijaba en mí, hasta que, cuando me daría por vencida y planeaba mi retiro oficial, recibí la propuesta de Josh.

No podía fallar, tenía que demostrar que Arden Raw podía con todo.

En el set caí por gestos amables, sus constantes y bellas atenciones. Josh apostó por mí cuando nadie más lo hizo. Nadie quería ser el renegado de la sociedad, una mala mirada erige rumores como muros entorno a tu nombre, y a nadie le apetecía trabajar con una paria.

Esa noche era mía, mi momento estelar, y nadie la arruinaría.

La ceremonia transcurría con los chistes del presentador, los discursos. Mis palmas sudadas dolían con los aplausos que tuve para Josh, levantó el premio en mi honor y no pude evitar derramar lágrimas por el azote de emociones y los nervios devorándome.

Pasaron minutos desde que Josh se excusó y me dejó su trofeo a cuidar. Quizás buscaría un baño o un trago, no lo sabía. Me sentía rígida de pies a cabeza, ensayaba mi discurso de agradecimiento una y otra vez, aunque me mantuve lejos de las copas, bebí agua gaseada para menguar la expectativa pero no funcionó y, además, me llenó la vejiga.

Envié un texto a Maya, mi manager, indicándole que necesitaba ir al baño o me orinaría encima cuando subiese a escenario. Pasé por los puestos, saludando con cordialidad a quién reconociese, por primera vez en mucho tiempo, recibí sonrisas y no caras desencajadas de aversión.

—Tienes que apresurarte, la siguiente nominación es la tuya—hablaba con agitación cuando la encontré cerca de las bambalinas—. ¡Vamos! ¡Rápido! Jesús me ayude, solo a ti se te ocurre hacer esto ahora.

Corrí hacia donde me señaló, un muchacho con pinta de mesero custodiaba la puerta, no se movió ni un centímetro cuando tuve intención de ingresar.

—Está ocupado, señorita...

Lo eché a un lado, sintiendo un ardor abarcarme ingle.

—¡Apártate! Es una emergencia—chillé desesperada, empujando la puerta.

La imagen que me recibió, me tumbó el corazón a los pies.

—Arden, cariño...

Josh, mi novio, mi tímido amor, se abrochaba los pantalones, urgido por evitar lo obvio. Frente a él, empotrada encima del lavamanos, se hallaba con el vestido en la cintura Regina Ford, mi vieja amiga, quién vendía información sobre mi vida a los medios.

Mi cabeza procesó el bochornoso espectáculo en segundos, ya había vivido esto, el dolor insufrible y tenaz de la traición.

En esa oportunidad el llanto que enseguida se acumuló en mis cuencas no fue por decepción, fue por ira, la más pura y cruda que había experimentado en un largo tiempo.

Era tanto el peso doloroso asentado en mi pecho, que las ganas de ir al baño desaparecieron. O me había hecho encima y no lo sentía. No lo sabía, estaba enfocada en no sacarles los ojos con las uñas.

—¡¿Cómo se te ocurre hacerme esto hoy?! ¡De todos los malditos días, Josh!—el grito desgarró mi garganta—. ¿Y tú? ¿No tienes nada mejor que hacer que meterte en mi vida, zorra descarada?

—Vámonos, Arden, no hagamos esto ahora—me alentaba Maya—. Después lo resolvemos, después de...

—¿Qué puedo decirte?—la estúpida de Regina me miraba con un orgullo que me revolvía las entrañas de rabia y asco—. Lo hace fabuloso, no me pude resistir.

—Las nominadas son...—se escuchaba por todas partes—. Arden Raw, por Ana Karenina...

—¡Arden, salgamos ya!

Me deshice del agarre de Maya de un halón.

—¡Suéltame!

—Por favor, te ves ridícula—Regina reía como hiena—. Las puestas en escenas déjalas en Broadway.

—Arden, no es lo parece, te lo juro—tartamudeaba el imbécil de Josh.

—Cállate, cállate por Dios no quiero oírte—espeté, aferrada a la estatuilla con tanta fuerza que juraba, podría partirla en dos—. Son unos malditos cerdos traidores, de ti no me sorprende, Regina, pero, ¿tú, Josh? ¿Después de todo lo que hemos vivido? ¿Después de...?

No pude seguir hablando, mi voz se quebró, dando paso a un sollozo feroz. Era injusto, traté de ser mejor. Mejor hermana, mejor tía, actriz, humana, ¿no es suficiente eso para ser siquiera respetada?

—Bienvenida de vuelta a la realidad—Regina bajó del lavamanos de un salto—. Los cuentos solo están en los libretos.

—Y la ganadora es...

Caminó hacia mí con su paso condescendiente y victoriosos, eso era lo que opacaba la horripilante situación. La traición de Josh era un pellizco, comparado a lo que esa mujer en la que cuyos brazos alguna vez lloré sin consuelo, significaba.

Cerré las manos en puños temblorosos a causa del enojo quemándome viva.

—¿Lo ves? Te lo dije—dijo con petulancia, deteniéndose a mi lado—. Nadie podría querer a una puta drogadicta como tú.

—¡Arden Raw!

Sin pensar en lo que hacía, levanté la estatuilla y se la estrellé en la cabeza. El baño se llenó de gritos y el trofeo, de sangre caliente y espesa.

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