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⚔️ 7 ⚔️

Elizabeth Thompson. 21 de octubre del 2007, Portugal.

Elizabeth corría por los pasillos del gigantesco hospital en camino a la habitación de su abuela, luego de once meses de ir diariamente a ese lugar ya se sabía perfectamente los pasillos, las habitaciones, e incluso de vez en cuando pasaba por la sección de infantes para divertirse un rato con los otros niños.

La señora Thompson, luego de ver nuevamente a su hija y conocer a su nieta, había mejorado un poco, dándole así más tiempo con sus familiares. Claro que no se había curado, y tampoco parecía que iba a hacerlo, pero tenía más tiempo ahora.

O bueno, en esos momentos, ya no contaba con mucho.

Por su parte, la pequeña albina había tenido una gran mejoría en su aspecto físico, había ganado un poco más de peso por la comida que su abuela se había encargado de comprarle, ahora vestía ropa decente e incluso de marca en varias ocasiones, y su piel y rostro se había vuelto más hermoso por las nuevas proteínas, vitaminas y el mejor entorno que estaba teniendo.

Sin duda alguna, la ida a conocer a la señora había beneficiado a Rosalía y a su hija, ya que también la mujer tenía una mejor salud, había dejado el trabajo para, según ella, cuidar de su madre, y también estaba viviendo en la increíble mansión de la mayor. Aunque aún no podía usar el dinero como quisiera ya que no era suyo todavía.

La peliblanca corría de forma saltarina, una sonrisa adornaba su rostro ya que un amigo suyo le había hecho un dibujo y quería mostrárselo a su abuela y madre.

Su alegre rostro fue reemplazado por una mueca de preocupación y confusión mientras sus pasos se detenían cuando notó a las enfermeras entrar y salir de la habitación de la señora Thompson de forma apresurada, su madre, que se encontraba en el pasillo, se acercó a la pequeña para acariciarle la espalda.

—¿Qué le pasa a abuelita? —preguntó tristemente.

—Ella está... siendo tratada por los doctores, pero estará bien —mintió y sonrió hipócritamente.

Elizabeth estaba por responder pero un doctor salió con una mueca de pena.

—Lo lamento, la señora Marta Thompson murió el veintiuno de octubre a las tres de la tarde con treinta y cinco minutos.

Rosalía asintió tranquilamente mientras la albina empezaba a lagrimear, procesando la información pese que había entendido a la perfección lo que sucedía.

Se aferró al vestido de la mujer y sollozó fuertemente, su cuerpecito temblaba levemente y sus ojos parecían haberse oscurecido pese a las lágrimas que los inundaban.

Arsen Makri. 21 de octubre del 2007, el Bosque Oscuro.

En el Bosque Oscuro, Arsen, Astra y Astrid, caminaban tranquilamente con armas en manos, llevaban varios meses en la misma misión y aún no podían conseguir la cabeza de ese maldito minotauro.

No se habían encontrado con nada interesante hasta esos momentos, quizás alguna sirena en un lago que se conectaba con el mar atreves de una cueva submarina, e incluso anfisbenas* y basiliscos*, pero nada más.

—¡Por Zeus! —exclamó Astrid pateando una roca—. Llevamos once meses y aún no encontramos a ni un solo minotauro.

—Tranquila —Astra intentó relajar a su hermana—. Recuerda que no son muy fáciles de encontrar, y por el momento, yo creo que es mucho mejor que no nos encontremos con uno.

—¿Y estar en este bosque hasta la eternidad? ¡Ni loco! —dijo un Arsen alterado.

En verdad, era mucho mejor si no se encontraban a un minotauro en esos momentos como decía Astra, pero dicen que los deseos se cumplen y los mayores se estaban por arrepentir de haber dicho lo que dijeron.

Una enorme bestia apareció frente a ellos, sus piernas eran como las patas traseras de un animal, su torso y brazos eran como los de un humano, y su cabeza era la de un toro.

Su piel era marrón con una delgada capa de pelaje, tenía músculos por todas partes y de su nariz colgaba un aro de hueso blanco con un poco de sangre seca, combinando con los dos enormes y afilados cuernos que sobresalían de su cabeza justo al lado de sus orejas.

Medía alrededor de tres metros, y eso era más del doble de las alturas de los jóvenes que se posicionaban frente a él con armas en manos y posiciones de lucha.

Astrid al instante tensó su arco, cerró un ojo y apuntó al cuello del minotauro intentando atravesar la piel, pero solo se clavó levemente haciendo que la bestia la arrancara con furia. No había causado más daño que el que a ellos les causaría una aguja.

Estaban en problemas.

La batalla llevaba ya una media hora, los tres niños tenían varios golpes y cortadas en el cuerpo, pero la bestia que se imponía ante ellos, con trabajo tenía un corte en el antebrazo que Arsen le pudo dar.

—¡Ya no tengo flechas! —Astrid estaba desesperada.

Arsen observó a sus amigas con preocupación, su corazón estaba acelerado y su mano dolía por estar empuñando su espada por tanto tiempo y dando golpes a la nada con el filo de la misma.

Los tres estaban cansados, se sentían sin energías, pero aún así, Astrid no se iba a dar por vencida.

—Largo.

—¡¿Qué?! —Arsen volteó a verla con el ceño fruncido antes de volver a intentar atacar al enemigo.

—¡No te vamos a dejar! —gritó Astra.

—¡Váyanse! Iré pronto, ¿bien? ¡Pero largo!

Como pudo, Astrid empujó a ambos en dirección al Olimpo, se volteó justo a tiempo para esquivar un ataque del minotauro que la hizo tropezar.

Arsen y Astra empezaron a correr lo más rápido que sus piernas les permitían, planeaban pedir ayuda apenas llegarán pero no dejaban de sentirse unos cobardes.

No querían irse y abandonar a su amiga y hermana, enserio, pero sabían que el otro no se iría amenos que ellos lo hicieran. No tuvieron otra opción.

En unos minutos que parecieron horas llegaron, Ares miró que solo eran dos y con el ceño fruncido caminó hacia ellos.

—¿Dónde está...? —fue interrumpido.

—¡Astrid está ahí, peleando con el minotauro. Llama a alguien! —el grito de Arsen lo alertó.

Inmediatamente, Ares mandó a llamar a varios guardias, y con el alboroto, más semidioses y la mismísima Atenea llegaron al lugar.

—¡Mamá! —Astra se acercó a su madre llorando y la abrazó.

Los guardias llegaron en unos minutos, y el dios de la guerra preguntó exactamente dónde se había quedado Astrid.

Sin embargo, cuando Arsen estaba por responder, una chica salió del bosque a pasos lentos y cansados. Con su mano derecha arrastraba una cabeza desde el cuerno, su cuerpo estaba jorobado y lleno de heridas.

Apenas salió por completo, el cuerpo se desplomó en el suelo tiñendo de carmesí el pasto. Ambos niños y la diosa se acercaron junto a un curandero.

El hombre puso su dedo índice y corazón en el cuello de la pequeña verificando sus latidos. No había nada.

—P-perdió mucha sangre... no... no lo logró —dijo muy apenado—. Astrid Spanos, de la casa de Atenea, ha muerto.

Anfisbenas*: serpiente con una cabeza en cada extremo de su cuerpo.

Basiliscos*: serpiente poseedora de un veneno mortal, puede matar incluso con una mirada.

[ EDITADO ☑️ ]

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