59
Astra. 19 de septiembre del 2017, el Olimpo.
En el pasadizo olvidado, Astra se mantenía en silencio. Los guerreros tenían sus armas levantadas, listos para atacar.
Cualquier ruido produciría un eco enorme que alertaría a cualquier enemigo de que ya sabían sus planes, y más encima, que los estaban esperando.
No había costado mucho convencerla de guiar al equipo cinco por los pasadizos, ella había pasado toda su infancia oculta en ellos, y en más de una ocasión se había topado con la puerta sellada con hierro que daba hacia la montaña.
Una salida de escape oculta, eso eran los pasadizos, cada lugar en todo el Olimpo contaba con una puerta secreta que llevaba a aquel espacio entre las paredes.
Unos ligeros golpes sonaron del otro lado de aquella pieza de hierro incrustada al mármol lleno de polvo que conformaba las paredes y el suelo.
—Preparen sus armas —murmuró Nathan, el líder del equipo cinco.
Su voz apenas había sido audible, pero el sonido chocando con las paredes había hecho que llegara hasta los oídos de los guerreros de su equipo.
Astra tensó su arco lo más que pudo, su aljaba, llena de largas flechas filosas, colgaba a su espalda. Muchas aljabas más estaban posicionadas en lugares específicos entre aquellas paredes por si las flechas llegaban a agotarse.
Todos se mantuvieron alerta, agudizando sus oídos para poder percibir cualquier tipo de sonido.
Tik, tik, tik, tik…
Un repiqueteo apenas perceptible inundó el lugar, un leve sonido, cómo el de las agujas de un reloj en movimiento.
Al otro lado de la división entre la montaña y el pasadizo, unos pasos apresurados se escucharon, cómo si huyeran, solo eran dos personas.
Eso significaba que…
—¡Atrás, todos aléjense de aquí! —gritó Astra con desesperación.
Todos reaccionaron al instante, entendiendo el por qué de dicha orden.
Habían implantado una bomba para destrozar la piedra que rodeaba el hierro y tener acceso al pasadizo, lo que, en resumidas cuentas, les daría paso directo al Olimpo.
¿Cómo diablos sabían de ese lugar?.
La bomba estalló, pedazos de mármol y piedra salieron volando por todas partes y direcciones.
Un trozo de hierro filoso iba en dirección a uno de los guerreros del Olimpo, Astra se interpuso y el filo le rozó el costado derecho cuando lo empujó.
Su armadura se rompió en esa zona, y pronto un poco de sangre empezó a brotar de la herida.
El polvo dejó de flotar dándole paso a la claridad del exterior. Pronto escucharon gritos de guerra y muchos pasos dirigirse a ellos.
—¡Ataquen! —exclamó Nathan.
Elizabeth Thompson. 19 de septiembre del 2017, el Olimpo.
Los gritos de guerra sonaban en todas partes, venían por la izquierda y por la derecha, quizás también vinieran de su propia cabeza, aterrada por la situación actual.
Una mano suave se posó en su hombro, volteó a la defensiva, pero se topó con Zeus.
—¿Porqué no estás en la batalla? —cuestionó Elizabeth—. Los dioses le darían un fin definitivo a todo esto —su ceño se frunció automáticamente.
—Los dioses no podemos estar en esas guerras, nuestros poderes son grandes, si uno de nosotros pierde el control o se deja llevar por la ira… sería el fin de todo lo que conocemos —explicó tranquilamente, cómo si la guerra no fuera lo que en verdad podría ponerle fin a todo lo que conocemos, Elizabeth supo que era para no ponerla nerviosa—, pero tú… tú puedes controlarte, sálvanos, Elizabeth.
Sacó una espada de su cinturón, era dorada, de oro sagrado, aquel material que Evan había descrito cómo irrompible y deseado por muchos.
Era un material que sólo los mejores guerreros podían tener bajo su poder, si alguien que no lo mereciera lo tenía, el brillante dorado cambiaría a un negro tan profundo como la obsidiana mostrando que su alma y poder ya no eran controlados por la bondad y el deseo de salvar, sino por el odio y las ganas de matar.
Pese a que cambiara de color, el material seguía manteniendo su fuerza, y era muy peligroso si alguien del otro lado lo tenía.
La espada tenía un pomo sencillo, pero en la punta tenía una gran piedra de un azul eléctrico que parecía brillar hasta en la más profunda oscuridad. La espada estaba formada por tres filos en forma de rayo que se enlazaban entre sí hasta terminar en una punta filosa.
Elizabeth pasó su vista del arma a los ojos de su padre, tan similares a los propios que la veían con confianza.
—Tómala, Elizabeth. Es el arma que me acompañó en la batalla contra Cronos, sé que nos vas a poder salvar —posó su mano en su hombro mientras la contraria le extendía la espada.
Un grito que sobresalió de los otros la sacó de sus pensamientos, tomando la espada rápidamente y sintiendo como una fuerte descarga eléctrica que recorrió su brazo por completo.
Miró a su padre a los ojos pero aquello no duró demasiado ya que pronto se volteó y empezó a trotar.
—Te necesitan en el pasadizo, Elizabeth —escuchó decir a Zeus.
Sus pies se dirigieron hacia ese lugar, ahí dónde los gritos eran más fuertes, de dónde había provenido el temblor. Había sido una bomba.
No tardó mucho en encontrar una entrada hacia el pasadizo, una que estaba detrás de un cuadro en el pasillo, las paredes y el techo estaban llenos de telarañas, y en el piso había demasiado polvo y algunos trozos de mármol caídos, por la explosión o la antigüedad, la albina no lo supo.
Corrió hasta la zona sur del pasadizo, justo donde Astra le había dicho que estaba la salida sellada con hierro, sus zapatos resbalaban continuamente con el polvo y las rocas que se atravesaban en su camino, y el sonido de espadas chocando entre sí cada vez era más fuerte.
Pronto alcanzó a divisar a los guerreros que luchaban con fuerza y determinación, habían unas manchas de sangre en el suelo pero nada que indicara que alguien iba ganando.
Su mirada llegó a Astra, estaba tan concentrada luchando con una mujer más baja que ella que no se dio cuenta del arquero que le apuntaba a la distancia, a no más de seis metros.
Elizabeth se apuró a apuntar al aire, con las manos sudorosas con miedo a fallar, y justo cuando el arquero soltó la cuerda ella también lo hizo. Ambas fechas chocaron y cayeron al piso.
Elizabeth sonrió con alivio para luego buscar al arquero en el lugar de antes, pero ya no estaba. Buscaba una brillante cabellera plateada, no debía ser difícil de encontrarla, pero curiosamente lo era.
Atrás de ti. Le dijo una voz en su cabeza.
Se agachó rápidamente y el filo de una espada paso por encima de ella cortando la punta de su trenza.
Volteó su cuerpo a tiempo para cubrirse con su espada de un golpe dirigido a su columna, sus dientes rechinaron por la fuerza del impacto tan repentino en sus brazos. El chico no pareció sentirse igual.
Tenía unos ojos tan oscuros cómo la obsidiana, su piel estaba bronceada y parecía tirar destellos dorados, cómo si estuviera besada por el sol.
Una sonrisa sensual, salvaje y triunfal tiró de sus comisuras, el tatuaje en su hombro se tensó cuando movió su espada con gran velocidad haciéndola reaccionar.
Sabía que le podría ganar sin problemas, pero no sabía que Elizabeth había notado su punto ciego.
Su pierna izquierda estaba totalmente desprotegida, la usaba para impulsarse hacia adelante en cada cierto tiempo y tomar más fuerzas en su ataque.
Sus ojos negros se volvieron dorados por un segundo, mostrando su naturaleza de semidiós.
—E-eres un… —murmuró Elizabeth, incrédula.
Retrocedió por un ataque del peliplateado, cayendo hacia atrás sobre su espalda y notando que la había alejado de los otros guerreros.
Él elevó su espada e intentó partirle la cabeza en dos, pero ella rodó, llenándose de polvo y clavándose pequeños trozos de mármol en la piel.
—Deberías concentrarte y dejar de pensar en tonterías —su voz era relajada y confiada, gruesa y ronca, él era un guerrero de pies a cabeza en todos los sentidos, y si no fuera un guerrero que luchaba en el otro lado, ella lo catalogaría como un hombre atractivo—. Pero sí, soy el descendiente de la diosa del amanecer, claro que no uno directo, soy su bisnieto, lo único que heredé de ella son los ojos.
Para su fortuna sólo había heredado eso, si enserio fuera su descendiente directo, él podría controlar la luz y la cegaría al instante, dándole la ventaja y pudiendo matarla en cualquier segundo.
—La mayoría de guerreros que Rosé entrenó, son descendientes lejanos de dioses que tienen rencor hacia su línea de ascendencia. Aunque claro que nosotros aún tenemos la fuerza de un guerrero en nuestras venas, por eso aún le servimos —con cada palabra, él movía su espada de forma ligera y elegante, pero estaba tan afilada que un roce de ella su piel se rebanaría cómo mantequilla.
Elizabeth retrocedía a cada segundo, evitando lo más posible estar cerca de él.
—El sol es dorado, no plateado —gruñó Elizabeth en un intento de distraerlo mientras evitaba un repentino ataque violento.
—En realidad es blanco, quizás cómo tu piel.
Unos pasos se acercaron a toda velocidad, él elevó su espada apuntando al cuello del desconocido. Él alzó los brazos en una muestra de sumisión.
—Ella es mía —dijo, mirándola de reojo.
—En realidad es de Rosé, te recomiendo llevársela antes de que acabes matándola. Ella se asegurará de tomar tu vida a cambio —mencionó en voz tranquila, sin casi notar el filo de la espada en su cuello—. Nosotros nos encargamos de estos idiotas, llévala.
Mientras ellos hablaban, Elizabeth buscaba su espada con la mirada, al encontrarla no muy lejos de ella actuó rápido.
Hizo que el chico de piel dorada cayera golpeándose la mandíbula con el suelo cuando pasó sus pies enfrente de los ajenos en una zancadilla.
La sangre empezó a brotar de su mandíbula, los trozos de mármol filosos se clavaron en su barbilla cortando la piel de la misma. Y el golpe le golpeó tan fuerte los dientes que sus labios y encías empezaron a sangrar en exceso.
—Maldita perra —gruñó, por primera vez, sin ese tono de superioridad en su voz.
El chico que había interrumpido se apresuró en sacar su arco y apuntar con su flecha, sus manos temblaban. Mientras hacía eso, el peliplateado se levantaba lo más pronto posible y Elizabeth agarraba su espada.
La cuerda del arco se tensó y Elizabeth apuntó con su espada. En su mano izquierda una pequeña esfera de relámpagos tomó forma y la piedra de su espada brillo aún más fuerte, dándole corriente a todo su cuerpo y fuerza a su magia.
—Muévanse un centímetro… —amenazó—, y sus malditos cerebros quedarán fritos.
[ EDITADO ☑️ ]
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