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Capítulo 5: Una niña de cabello rojo

Su risa disminuye al mismo tiempo en el que sus giros comienzan a hacer más lentos y, finalmente deteniéndose con la mirada puesta mí. Retrocedo con cautela un par de pasos, hasta que la escucho hablarme, obligándome a detenerme:

— ¡Quieto, ojos verdes!

Tengo el impulso de gritarle furioso y pedirle que deje de llamarme de esa forma. Ese defecto en mis ojos proviene de mi padre, y la detesto.

Reprimo mi molestia y hago lo que pide, me quedo en mi sitio. Se acerca con decisión a mi dirección, dando pequeños saltos y tarareando una melodía que desconozco, mientras agita la muñeca con cada movimiento, al ritmo de la música. Se detiene casi hasta que nuestros cuerpos se unen.

Ahogo un jadeo.

Los mechones rojizos de su cabello parecen estorbarle y los acomoda detrás de su oreja, dejando a la vista seis puntos negros que forman un pequeño triángulo equilátero; justo arriba de su ceja derecha. Me extiende su mano derecha manchada de pintura de colores, sintiendo como su mano fría acaricia mi estómago. Pide que la salude. Dudo si tomarla o no, y tras varios segundos, decido negarme. Me regala una sonrisa, mostrando sus dientes blancos, delgados y largos, como las de un animal. No parece que le haya incomodado mi negación a tenderle la mano.

—Veo que Óscar se ha atrevido a mostrarte esto antes de lo acordado —dice mientras coloca la muñeca de seda en la palma de su mano, en la que antes me negué a saludarla—. ¿Quién ha sido el desafortunado que has estado a punto de matar?

De su mano, surge un fuego de la misma intensidad en la que mi padre quema los leños de la chimenea. Flamas amarillentas y rojas, en segundos terminan por convertir la muñeca en cenizas.

—Era una de mis favoritas —explica, dejando caer las cenizas al suelo y ser esparcidas en todas direcciones por el aire—. ¿Y bien, cuál es tu respuesta?

—Yo...

Miro asombrado como su mano derecha continua intacta después de tener fuego en ella.

— ¿Acaso eres tímido? —Niego con la cabeza—. Entonces responde.

Me quedo callado, sin saber a qué viene tanta insistencia en que confiese que pretendí asesinar a Arturo. Sus ojos grises y vivaces, consiguen intimidarme. Declino y finalmente confieso en un susurro:

—Dijo llamarse Arturo, es... es un niño.

— ¿Motivos?

Arqueo una ceja.

—Todos tienen uno —explica—. Mi padre dice: «Nadie toma entre sus manos una vida humana, sin tener una excusa convincente.» ¿Dime cuál es la tuya?

Mis motivos eran claros. Arturo me acusó de estar loco, corría el riesgo de que contara todo lo que dije en un acto de estupidez y me atreví a pedir una amistad por un solo día, el cual no cumplió. Retrocedo, negándome a decir aquello y antes de que me aparte lo suficiente, me detiene. Ella toma mi mano herida por la quemadura con brusquedad. Sollozo de dolor, y le suplico que me suelte. Al percatarse de la herida, sus dedos fríos la acarician con delicadeza, provocando que los vellos de mi cuello se ericen y me estremezca.

—No... No me toques. —Alejo mi mano.

—La manera tan anticuada en el que tu padre te educa, es similar a la de mi padre —me señala su antebrazo, mostrando rasguños con diferentes medidas y cada una de ellas profundizadas—. Sin duda yo lo merecía. Pero no creo que eso —Señala mi mano y añade—: Sea por algo que hayas hecho mal.

Los rasguños de su brazo son recientes. Y aquello parece no afectarle.

—No insistiré saber cuál es tu motivo —suspira—. Necesitas ver a Max, y terminar con Arturo.

Confuso por ello, pido una explicación, a lo que ella responde con un simple encogimiento de hombros.

— ¿Cómo...?

—Volveremos a vernos, cariño. —AHORA ella es la que se aparta de mí. Sacude su mano, despidiéndose, y desaparece dejando una espesa neblina oscura como la del niño que se atravesó en mi camino.

— ¡Espera...!

Mi grito termina en el viento. La niña de cabello rojo se ha marchado, sin explicar las dudas que dejó en mí.

— ¿Óscar, quien es Max?

Una pequeña hoja seca se posa en mis pies desnudos y la aparto, mientras me pregunto mentalmente: ¿Qué es este lugar realmente? ¿Quién es esa niña?

Veo la quemadura, ella la tocó con mucho cuidado. Sus fríos dedos recorrieron la herida. Me estremecí tan sólo con ese tacto. Ella no podría ser una más como el niño de la casa.

«Una mitad oscura con privilegios, eso es Max»

Responde.

— ¿Qué privilegios? —Pregunto, curioso.

«Es el hijastro de quien controla a todos nosotros. Ella quiere que Max haga uso de su privilegio; arrastrar a simples humanos a la ciudad oscura. Pero no creí que la pelirroja acudiera en persona a pedirte que veas a Max.»

Su respuesta me asombra más y no dudo en preguntar por ella.

— ¿Tú, la conoces?

«Sólo de vista. Realmente no sé quién es y, no se nos tiene permitido preguntar sobre ella.»

Asiento.

— ¿Qué se supone que haga?

«Hacer lo que ha dicho: Buscar a Max y asesinar a Arturo. Sólo continua caminando y sin notarlo lo encontraremos.»

—No puedo creerte. Has dicho que Max es una mitad, no puedo buscar una cosa como esa —veo como pequeños niños de diferentes edades comienzan a aparecer entre las casas, asomando sus cabezas y manteniendo su mirada gélida y siniestra en mí—. Ellos... están aquí.

«Si te incomodan, camina ahora y aléjate. Si tenemos suerte, Max se cruzará en nuestro camino.»

Sin protestar, comienzo a caminar, alejándome.

Cada una de las calles en las que me he adentrado, se han extendido y conducido a un nuevo lugar que desconozco.

Pronto logro ver un auto varado en la carretera. Curioso, corro hacia el auto. Al estar más cerca, noto el estado en el que se encuentra. El neumático trasero está pinchado, la puerta del copiloto abierta, el cristal de la puerta está completamente rota. Me aproximo más, cuidando no pisar los pequeños vidrios del suelo. Asomo la cabeza dentro del auto, lamentándolo hacerlo. Los asientos delanteros están cubiertos de un rojo carmesí, mechones de cabello rubio arrancados desde su piel con violencia y bañados en sangre. Cubro mi boca con las mangas de mi sudadera y retrocedo con lentitud.

Algo frío y húmedo, toca mi tobillo con fuerza. Bajo la mirada al suelo, asustado. Un brazo mugriento ha salido debajo del auto y pronto su cuerpo queda al descubierto. Suelta mi tobillo y se pone de pie.

—Sangre de portador, una lástima. —Su voz ronca e infernal, provoca que me estremezca.

—Óscar... esa cosa... —dudo que haya hecho lo correcto el venir en su búsqueda.

«Es él. Es más aterrador de lo que recordaba»

Asiento. Un niño mucho más alto que yo, se coloca a unos pasos de mí. Lleva ambas manos a su cabello oscuro y lo sacude, salpicándome gotas de sangre en gran parte de mi rostro y ropa. Limpio con las mangas de mi sudadera, las gotas de mi rostro.

— ¿Es el nombre de la mitad que tienes en ti? —acomoda su cabello hacia un lado.

—Sí —respondo, intentando sonar indiferente a sus palabras.

Me observa con malicia. Asiente, relamiendo sus labios, limpiando las manchas de sangre en él. Trago saliva y explico quién me pidió que lo buscara:

—La niña de cabello rojo...

—Shh... Ya estuvo aquí. Sé lo que necesito —sonríe, mostrando los colmillos delgados y pequeños, que tiene como dientes—. Me comentó que no lo asesinaste —chasqueo la lengua—, debes saber que lo que es iniciado se termina. Eso es una regla. El niño, ya ha contado todo a sus padres y, debo traerlos a todos.

— ¿Qué quieres decir? —Mi pregunta provoca que su sonrisa se ensanche y carcajee.

—Lo sabrás. Sígueme, ya están aquí.

Confuso, decido seguirlo manteniendo mi distancia de él. Me limito a quedarme callado y observar como Max saluda a quienes están dentro de la oscuridad de las casas. Comenta distraídamente que los niños son inofensivos ante los portadores, que no había motivo para que yo les temiese.

—Son amistosos, y feroces a su vez con el resto de sus hermanos, cuando se trata de pelear por un alimento —a una distancia prudente nos sigue una niña quien sostiene entre sus brazos a un bebé desnudo—, mírala, ella no tiene el deber de cuidar a ese engendro, y aun así cuida de él mientras el portador permanece en el mundo de los vivos al cuidado de sus padres. ¿Entiendes? Mientras tú permanecías con tus padres, Óscar fue criado por una de ellas.

La palabra «engendro» resuena en mi cabeza, esa palabra la usa mi padre cuando se refiere a mí.

— ¿Y los adultos?

—Es mejor no cruzarse con ellos, son peligrosos hasta para los más pequeños. Ellos no concurren la ciudad oscura, pero debes en cuando vemos caras viejas por aquí. —Max consiguió dejarme aún más confuso de lo que ya me encontraba.

El resto del camino lo recorremos en silencio, siempre siendo observados y seguidos por las mitades oscuras. Tiempo después, Max se detiene.

—Están dentro —señala con gesto serio, la única casa en buen estado.

Estando frente a la puerta, Max gira varias veces la perilla de la puerta, sin conseguir abrirla con éxito.

—Mira esto —me pide. Observo alucinado como golpea la puerta y la arroja dentro. Sonríe mientras me señala el umbral—. Abierto.

Sus ojos se tornan amarillentos, relame sus labios y, desaparece dejando la MISMA neblina espesa y oscura.

Permanezco de pie, frente el umbral, sin saber realmente que hago con una persona mucho peor que yo. Aquel niño, asesinó a esas personas dentro del auto, no tengo duda de ello. No consigo entender como esto es posible. Ese auto no debería estar aquí. Yo no debería estar aquí. Maldigo a Óscar por traerme a este lugar.

Max aparece frente a mí en ese momento, con el cuerpo y ropa, bañada en sangre. Sostiene entre sus manos el brazo desprendido de un cuerpo humano adulto.

Permanezco sin decir una sola palabra, observando como las gotas de sangre resbalan por el brazo y caen respectivamente al suelo. Mi propia vida peligra a lado de Max. Como pude ser tan estúpido y creer en las palabras de Óscar.

— ¿Acaso tu rostro refleja temor? —No respondo. No puedo hacerlo—. Los portadores no temen. Ellos son fríos. Amenos que estos tengan visitas constantes de su oscuridad...

—Yo no...

—SÍ. Vamos crío. Actúa como quien eres realmente —gruñe, acercándose—. Toma su mano y salúdalo —Max extiende el brazo ensangrentado—. ¡Hazlo!

Insiste al ver mi negación. Con la mano izquierda tomo su mano y aprieto con firmeza. Max asiente, satisfecho. Alejo mi mano con rapidez y suelta el brazo, dejándolo caer en el suelo de madera.

—En una hora amanecerá. Termina con el niño antes de ese tiempo —señala las escaleras—. Él me vio y corrió a su habitación. Lo he comprobado.

Al abrir la puerta de la habitación, encuentro a Arturo sentado en el rincón de la esquina a un lado de la ventana; abrazando sus rodillas y sollozando. Entro a la habitación encontrándome con decenas de dibujos pintadas con inexperiencia, pegados en la pared, los juguetes de Arturo tirados en todas direcciones...

—Demuéstrale lo que tu padre hace contigo, dile que su vida está en tus manos y acabarás con ella. —susurra Max, a un lado de mí.

Confuso por haber mencionado a mi padre. Grito pidiendo una explicación:

— ¡¿Quién te habló de él?!

Ignorando mi pregunta, Max se encamina hacia Arturo.

— ¡Mira esta cosilla! —Lo toma del cabello y lo pone de pie—. ¡Acaba con él! —Me extiende un cuchillo y lo arroja al suelo frente a mis pies—. ¡Tómalo!

Ante su mirada de furia, tomo el cuchillo, con manos temblorosas.

Max arroja de una sola patada a Arturo al suelo, estampando su rostro. Arrastrando su cuerpo, Arturo intenta meterse debajo de la cama. Max me señala al niño con diversión. Camino a la cama y lo tomo del tobillo, arrastrando su cuerpo a un lado de la ventana.

— ¡Mamá! —Grita, cerrando los ojos con fuerza.

—Arturo —susurro.

Me arrodillo frente a él. Dejo el cuchillo a mi lado. Limpio con mis pulgares sus mejillas humedecidas. Su pijama azul con pequeños estampados de carros me recuerda a la ropa que vestía cuando lo conocí. Limpio el sudor sobre su frente, mientras pregunto a Max—quien continua detrás de mí—, en voz baja.

— ¿Cómo puedes saber sobre mi padre? —Arturo aumenta sus sollozos—, ¿Cómo trajiste a su familia a este lugar? —Agrego, aún más confuso.

—Leemos pensamientos, Óscar debió contártelo ya —escucho cosas caer al suelo—. No hay una buena explicación para lo segundo. Únicamente pienso en algún humano y este aparece aquí. Es simple. Es un privilegio de parte de mi padre.

Arturo abre los ojos.

—Te acusó de estar loco, es lo mismo que un enfermo sin arreglo ¿verdad? —Me provoca Max—. Dime niño, ¿Acaso no lo odias, por tener mejor familia que tú? ¿Ser hijo único? ¿No ser golpeado por su padre? ¿Ser...?

— ¡cállate! —Furioso, tomo el cuchillo apretando el mango con fuerza, sin importar el dolor de mi mano. Tiro su cabeza hacia atrás, dando acceso a su cuello y colocando el cuchillo en él. Cierro los ojos y susurro—: Lo mereces. —Dichas esas palabras, deslizo el cuchillo con fuerza sobre su cuello; salpicándome el rostro de sangre y dejando caer su cuerpo sin vida al suelo.

Permanezco sentado en el rincón de la habitación, con la mirada perdida, sosteniendo en mi mano el cuchillo ensangrentado. Puedo escuchar a lo lejos, risas, ruidos y objetos golpear el suelo.

—Le pedí que no dijera nada. —Intento justificar mi acto.

Dejo caer el cuchillo al suelo y me cubro el rostro con las manos, ¿Qué es lo que acabo de hacer?

—Funcionaron las provocaciones —escucho la voz ronca de Max—. Buenos días.

Busco con la mirada a Max en la habitación, sin lograr encontrarlo. Él ya se ha desvanecido,dejándome solo a lado del cuerpo sin vida de Arturo.  

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