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Capítulo 4. Una ciudad oscura

Mantengo mi vista en la puerta asegurada con llave, temeroso que mi padre ingrese y termine lo que inició. Los recuerdos de su mirada escalofriante y aterradora, él arrojándome al suelo, ponerme de pie entre jaloneos y colocar la palma de mi mano en el fuego de la estufa. Todas y cada una de sus amenazas llegan a mi mente como un tornado. Recuerdos, momentos de mi vida, y cada uno peor que el anterior. Limpio la última lágrima de mí mejilla con la manga de mi sudadera negra.

Si su meta es convertirme en el hombre que quiere; uno incapaz de sentir, vivir del sufrimiento de otro y disfrutar hacer el mal, logrará mucho más. Mi madre deberá retractarse de sus palabras, él y yo, no somos iguales. Pronto estará demostrado que soy mucho peor que él.

Abro el cajón del buró que está a un lado de la cama. Tomo el crayón negro. Bajo de la cama y camino hacia la pared de enfrente. Remuevo el cuadro de la fotografía de mi madre, Matthew y yo, enmarcada, y la dejo en el suelo. Las líneas negras que he rayado en la pared quedan al descubierto; una por cada cicatriz en la piel. Toco con las yemas de mis dedos las líneas recientes que hice la noche anterior, y decidido rallo con una línea diagonal las cuatro líneas negras. Dejo caer el crayón al sentir el dolor punzante en la mano, soltando un gruñido. Papá se aseguró que la quemadura se profundizara, ¡Carajo!

« ¿A qué fin realizas esto?»

Pregunta con curiosidad, ajeno a mi dolor, Óscar.

—Un recordatorio. —simplemente es eso, un pequeño conteo.

«No lo necesitas, yo puedo recordártelo siempre.»

Su propuesta me incomoda, y mucho más con ese aire tan alegre, dispuesto a hacerlo. Finjo desinterés y respondo con voz neutral:

—Te lo agradezco. Pero eso es algo que yo mismo puedo hacer. —tomo el crayón del suelo y acomodo el cuadro de nuevo, en su lugar.

«Veinticinco líneas negras.»

Su voz es apenas audible. Asiento. Camino de regreso a la cama. Dejo el crayón en el cajón mientras me siento en la cama, dejando los pies colgando. Levanto la mano, dejándola ser iluminada por la luz de la luna. Observo la mancha oscura de la palma de mi mano derecha. El dolor permanece ahí, punzante e insoportable.

—Contadas desde su nacimiento —susurro para mí mismo.

Veinticinco líneas contadas desde hace más de siete meses, cada línea representando un tiempo, momento, lugar y enojo de papá. Esta tarde enloqueció completamente. Era natural que yo pagara todo por el despido de papá. Tuve que huir de la cocina para evitar que papá, me lastimara aún más.

Alejo mi mano de la luz. Remuevo con cuidado las sabanas y me acuesto, manteniendo mi vista en la puerta de nuevo. No conozco el límite de papá, y no me sorprendería si llegara en este momento y tumbara esa puerta a golpes.

« ¿Me permitirías mostrarte algo?»

— ¿Intenciones? —pregunto, tras soltar un bostezo.

«Equitativo, Bemory. Aclaro que esto no peligra tu vida, si es lo que quieres averiguar.»

Óscar suele ser bromista, burlesco e irritante. Pero poco después de haber aceptado su juego y haya prometido dejarme en paz, es como si hubiese madurado un par de años y lo haya hecho junto con él.

—Bien, muéstramelo. —claudico.

«Debes cerrar los ojos y quedarte dormido. Esto será como todas las noches en las que te he arrastrado al bosque; omitiendo la tortura y las voces.»

— ¿Cómo puedo saber que no mientes? —no podría correr el riesgo de ser engañado y terminar nuevamente en medio de un bosque.

«A la oscuridad no le gusta las mentiras, mucho menos que estos provengan de nosotros; a menos que estas sean dichas a nuestro beneficio, sin herir a nuestro portador o, se nos sea pedido.»

Escucho sus palabras, alucinado por su explicación.

—No... No entiendo. —habla de la oscuridad como si fuera una persona, algo con vida.

«La reacción de cualquier portador. Entenderás todo hasta que te lo muestre.»

Sin responder, hago lo que pide y cierro los ojos...

—°—

Abro los ojos con lentitud. El cielo junto con sus nubes azul oscuro, son lo que logro ver primero. Intento apoyarme con las manos para conseguir sentarme. Al conseguirlo, miro asombrado el lugar que se encuentra frente a mí.

Casas a punto de su completa demolición. Miro atónito la casa a mi lado derecho. El gran parecido con la casa de mis padres es inmenso. Los vidrios de las ventanas están rotas, la puerta abierta mostrándome el gran pasillo oscuro y, el techo y parte de la habitación del segundo piso en el que se supone es mi habitación, está derrumbado. El lugar, las casas e incluso el árbol en el que murió mi gato, se encuentran en el mismo sitio de mi calle.

— ¿Por qué esto se parece a...? —ahogo una exclamación.

Me pongo de pie con cuidado. Me abrazo a mí mismo al sentir el frío viento. Camino a paso lento, mirando a mis lados y reconociendo cada casa de mis vecinos completamente destrozada, y atento de un mínimo ruido que me haga creer que esto no está completamente deshabitado.

«Ante tus ojos está, el lugar que he conocido desde siempre como mi hogar.»

Escucho de nuevo su voz.

— ¿Desde cuándo? —pregunto.

Apresuro el paso al notar algo pequeño tirado a orillas de la calle, a unos metros delante de mí. Me detengo al estar frente a ello. Es una muñeca de seda, mugrienta y descosida en uno de sus brazos. La tomo del suelo.

Miro con desconfianza la pequeña muñeca entre mis manos. Sus pares de ojos están hechas de puntos negros, una gran sonrisa sombría mostrando hojas secas con las que fue rellenada, sin cabello y un pequeño vestido manchado de algún líquido oscuro y viscoso. La lanzo lejos de mí. Eso que tiene el vestido se lo han manchado hace poco.

«He estado aquí desde que naciste.»

Me sobresalto por su voz.

—Calla, Óscar. Esto no está solo. —susurro, desconcertado.

«Por supuesto que no está solo. Éste es el lugar donde viven todos los niños como yo. ¿Acaso no entiendes, después de todas las pistas que te he dado? Somos la oscuridad de los humanos; nacemos junto con nuestras mitades, pero como ley, somos obligados a separarnos de nuestro portador. Únicamente se nos permite estar con el portador, cuando éste está en la oscuridad... Soy uno de tantos que vive acatando órdenes y reglas con el único fin: la paz. Si las circunstancias y reglas, fuesen otras, los humanos nacidos con el regalo de ser portadores, serian la misma oscuridad reencarnada. La humanidad sería un completo caos si todos fuesen asesinos a sangre fría. Bemory, siempre debe haber un balance para garantizar que la humanidad estará a salvo... o eso es lo que nos dicen aquí»

Habla de algo que no puedo comprender.

—No... No sigas —no puedo creer aquello.

Es estúpido y absurdo que su historia pueda ser real. No podría ser lo que dice. Ha sido un error estar aquí...

Me paralizo al escuchar un estruendo. Miro a los lados buscando al culpable. Diviso entre una de las ventanas rotas, el rostro mugriento del que parece ser es un niño.

—Óscar, quiero irme ahora —pido desesperado. El niño se aleja de la ventana y pronto lo veo aparecer de pie junto a la puerta—. En la puerta... hay un niño —trago saliva con dificultad.

Da un paso hacia fuera, y comienza a caminar a mi dirección. Señalo con el dedo índice al niño, éste reacciona deteniendo su paso.

«Es una mitad oscura. No puede dañarte al ser un portador.»

No me tranquiliza eso. El niño sonríe con una mirada gélida y aterradora, mostrando sus dientes largos y amarillentos, sus ojos son mucho más aterradores, brillan en un color amarillo, parece como si tuviera los ojos de una víbora; tal cual lo he visto en algunos libros.

— ¡No te entiendo nada! —grito, sin dejar de señalarlo. Su sonrisa desaparece. Noto su intención de avanzar hacia mí y me adelanto a amenazarlo—. ¡No te acerques! —pido fuera de sí, temiendo que pueda hacerme daño.

Después de eso, él desaparece dejando una neblina oscura en el lugar que estaba. Lamentos, gruñidos y risas, comienzan a resonar en cualquier dirección. Giro sobre mí, buscándolo; sin comprender como es que eso es posible. Debo estar cayendo en la locura, es irreal todo lo que veo, es una más de mis pesadillas.

— ¿Cómo...? —ni siquiera sé muy bien que debo preguntar.

«Kahil: Un don utilizado...»

—Quiero irme. —le interrumpo.

«Dices no entender. ¿Pretendes que nos marchemos, aun sabiendo que tienes dudas? No respondas, conozco la respuesta. Lamentablemente podremos irnos hasta que amanezca; como en todos los sueños.»

—Dijiste que esto no va hacer que me maten —le reprendo—. ¡Esa cosa iba a lastimarme! —estallo molesto.

No sé cómo pude ser tan tonto como para creer que decía la verdad.

«Te repito, no hacemos daño a los portadores...»

Me viene valiendo una mierda lo que signifique portador. Me ha tomado como idiota y manipulado para traerme a este lugar. Resignado, decido caminar sin un destino fijo, ignorando la voz de Óscar tratando de justificar sus actos. Pienso en el niño que minutos antes trató de acercarse a mí; mantiene una apariencia humana, pero esos ojos, los dientes y esa mirada tan... oscura.

Sacudo la cabeza, no necesito más motivos para tener pesadillas, aunque, ya creo estar en una.

Pronto me encuentro caminando en una calle donde los gritos disminuyen conforme me adentro. Observo cada una de las casas. Su estado es igual que las otras: completa demolición. Hay muchos más juguetes infantiles esparcidos a todas direcciones.

Tomo del suelo un cochecito de madera, con una llanta faltante y sigo caminando, mientras juego con las ruedas traseras girándolas. Óscar mencionó que ellos no dañan a los portadores. No puedo ser lo que dice. No quiero ser lo que dice.

Detengo mi paso al notar alguien observándome, me dedica una mirada divertida. Una niña de cabello pelirrojo y vestido oscuro, está al final de la calle, sosteniendo en una de sus manos lo que parece ser un trapo viejo y mugriento, achico los ojos intentando ver con más claridad que es lo que sostiene, ella lo nota, lo sacude y extiende hacia mí, mostrándome que no se trata de un trapo, sino de la muñeca que lancé hace unas horas.

— ¡Ojos verdes, estás aquí! —gira a su alrededor con los brazos extendidos, mientras suelta una risita infantil, asustándome por un momento.

Dejo caer el juguete...

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