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Capítulo 3. Voces y juegos

He pasado más de una semana pensando en el ofrecimiento de Óscar. «Sólo un juego y podrás deshacerte de mí.» fue lo que dijo antes del amanecer. Una y otra vez, me he repetido mentalmente si tendré el valor suficiente para hacer algo así.

Esto es malditamente tonto, no podría hacer algo así. Y si me negara, Óscar estará siempre a mi lado. Suspiro con pesar.

Tomo una pequeña piedra y la arrojo al río, molesto. Se supone he venido aquí a pensar, a librarme de mi familia por un momento. Pero no puedo. Al llegar a casa, Matthew continuará conmigo, un padre alcohólico y una madre, la única que sabe que aún existo en casa.

Mi padre volverá a enojarse por mi impuntualidad. Debería estar en casa; esperando su llegada, junto a mamá e intentando ser el hijo que quiere. Puede que hoy haya tenido un mejor día y no se desquite conmigo. Sonrío esperanzado.

Ayer fue amenazado en el trabajo. Recorte de personal, eso fue lo que dijo mi padre durante la cena. Ser amenazado con un despido... descolocó a papá totalmente, arrojó lo que vio a su alcance y gritó enfurecido, posiblemente esta vez los vecinos lograron escucharlo. Espero ese despido sólo fuera una amenaza.

— ¿Qué estás haciendo? —Escucho una vocecita.

Volteo, buscando el origen de la voz. Diviso a un pequeño niño a un lado de mí mirándome con curiosidad. Su cabello oscuro cae sobre su frente, casi ocultando sus ojos azules. Su suéter beige tiene el estampado de un carro de carreras. Y unos pantalones azules. Se mira asimismo, al ver que lo hago. Desvío la mirada.

— ¿No lo ves? —Levanto una nueva piedra del suelo y se la muestro, molesto—. Arrojo esto al río —lanzo la piedra.

— ¿Puedo hacerlo? —Pregunta, sentándose a mi lado—. Parece divertido.

—Sólo si tú no estás aquí, lo es —gruño—. Vete de aquí —siseo, molestándome aún más su presencia.

—Quiero jugar —insiste.

Lo menos que deseo en este momento, es a un niño molestándome. Resoplo. Me quedo callado, resignado a tenerlo sentado a mi lado. Por un momento el niño olvida que está conmigo y arroja las piedras al rio, sin dirigirme alguna palabra. Lo observo de reojo, preguntándome cuando fue la última vez que conservé con alguien de mi edad e insertáramos una conversación donde congeniáramos con nuestros gustos. Mis compañeros de clase me temen por permanecer callado todo el tiempo, los niños de mi calle dejaron de jugar conmigo cuando mi padre les prohibió que se me acercaran.

El objetivo de mi padre es que actué como un hombre, y eso lo dejó claro la última vez que me propinó una bofetada. «Tener la apariencia de un niño, no significa que actúes como tal.» ¿Cómo se supone actúa un adulto?

He observado a los adultos con discreción, veo sus comportamientos en distintos escenarios; al estar molestos estallan de furia, golpean, blasfeman y al estar felices abrazan, sonríen, se divierten. Conozco sólo el lado molesto, deduzco que eso espera que sea. Pero NO consigo entender porque mi padre desea que me comporte a su imagen. Rasco mi nuca e intento deshacerme de estos pensamientos.

— ¿Tu nombre? —Detiene su mano justo antes de arrojar otra piedra.

—Arturo —Responde, confuso de que haya decidido hablarle—. ¿Y el...?

— ¿Estas solo? —Quiero saber.

Arturo niega y me informa que sus padres se encuentran no muy lejos de aquí, preparando una comida familiar al aire libre.

— ¿Entonces qué haces aquí? —Continuo. Tomo una piedra y la arrojo, imitándolo—. Deberías estar con ellos.

—Sólo paseaba y ahora juego, iré después —se encoje de hombros.

Miro el cielo pintado de naranja y el sol en un punto más bajo, en pleno atardecer. El agua se agita con lentitud, veo bolsas y botes, ser arrastrados a través de agua y disiparse.

Estoy perdiendo tiempo aquí.

— ¿Arturo, tienes amigos? —Me pongo de pie. Sacudo la tierra y basura de mi pantalón—. Amigos de verdad. —le aclaro.

Frunce el ceño. Se mantiene pensativo, puede que descartando a los niños con los que ha jugado, a sus compañeros. Arturo levanta la mirada y responde:

—No, creo que no.

— ¿Quieres tener un amigo, por un día? —Propongo sin pensarlo.

Sus ojos azules se iluminan ante la idea y asiente contento.

—Debes saber que los amigos no juzgan y apoyan, sin importar lo que sea —sonrío con malicia, Arturo podría hacer esto más fácil para mí, puede ser él, lo que he venido a buscar: Un desahogo.

— ¿Qué significa eso? —Me limito a responder, con un simple encogimiento de hombros.

Camino de un lado a otro, intentando pensar como confesar algo tan grave a un completo torpe, puede que nadie crea las palabras de un niño de esa edad. Sería tonto decírselo, ¡maldición! ¿Cómo se me ocurre pensar que esto...?

— ¿Entonces eres mi amigo? —pregunta, interrumpiéndome.

Se pone de pie, cruzándose en mi camino. Me detengo de golpe, evitando tropezar con él. Es mucho más bajo teniéndolo frente a mí.

— ¿Cuántos años tienes? —levanta el brazo hacia mí, extendiendo la palma de su mano derecha y mostrándome los cinco dedos. Sonrío—. Creo que serás mi amigo —toco ambos de sus hombros.

— ¡Amigo! —Chilla, aplaudiendo.

Ruedo los ojos.

—Cállate. Hacer eso es tonto —Se detiene y entrelaza sus manos, sintiéndose regañado—. Así está bien —Miro a mis lados, buscando a cualquier persona caminar por el alrededor y al comprobar que no hay nadie cerca, pregunto—: ¿Alguna vez has escuchado una voz en tu cabeza?

Niega repetidas veces.

—Yo tengo una voz aquí —confieso con desagrado, señalando mi frente—. Su nombre es Óscar. Cuando anochece o me mandan a la oscuridad, Óscar está ahí; esperando feliz para hablar conmigo —aprieto sus hombros con fuerza—. ¿Sabes lo que tengo que pasar? ¿Sabes lo horrible que es escuchar que hable mal de tu hermano pequeño, y peor aún, que tenga razón en todo? ¿No lo sabes verdad?

Aparto las manos de sus hombros, al notar el gesto de dolor en su rostro.

—Yo... no sé —Balbucea.

— ¡Claro que no!, Sólo yo lo sé —paso la mano por mi cabello y lo miro, decidido a confesarle todo—. Pero pequeño amigo, ahora tú también lo sabrás.

Entreabre la boca, sin saber que responder a mis palabras. No puedo solo. Cargar con estos pensamientos me enloquecerán. ¡Necesito que alguien me escuche!, y entienda como me siento.

—Óscar abrió mis ojos, me mostró... Me mostró realmente quien puedo ser —aprieto mi mandíbula—. Óscar quiere que pague el culpable de mis problemas. A él lo adoran, lo quieren, y eso Óscar me lo recuerda todas las noches. Arturo, tú no entenderías el poder que tiene en mí, las ideas que pone en mi cabeza, las cosas horribles que dice. Soy orillado a la oscuridad, sin siquiera poner resistencia, ¡Maldición! —estallo enfurecido.

Arturo me observa con temor, dispuesto a salir corriendo por mi comportamiento. Respiro hasta llenar de aire mis pulmones y exhalo hasta dejarlos vacíos. Lo repito varias veces, hasta estar de nuevo completamente tranquilo. Acerco mi mano a Arturo con la intención de tocar su hombro, pero este retrocede un paso. Cierro los ojos y asiento para mí mismo. Arturo no entiende lo que me ocurre. Hago mi mano en puño.

—Dijiste que serías mi amigo —le reprendo, abriendo los ojos y mirándolo con furia—. Los amigos te apoyan siempre, así que te preguntaré de nuevo: ¿Eres mi amigo?

—Yo...

— ¡No hables como si fueses retrasado! —Me altero—. Bien, lo siento. No suelo conversar con niños pequeños, me molestan como hablan cuando se asustan —me obligo a sentarme en el suelo y tratar de calmarme. Arturo continúa mirándome atónito e inmóvil—. ¿Podrías sentarte? —pido señalando a un lado mío—. Sólo quiero que alguien me escuche. Has aceptado ser mi amigo por un día. —le recuerdo.

—Así estoy bien —asegura.

—Bien —abrazo mis piernas y pego el rostro sobre mis rodillas—. ¿Entonces, te puedo seguir contando?

—Sí —noto el temor en su voz. No hay marcha atrás, ya le he contado lo suficiente y debe comprender mis motivos.

—Óscar prometió dejarme en paz si hago lo que pide —el frio viento golpea mi rostro y agita mi cabello. Levanto la mirada al cielo, los colores del atardecer han desaparecido y en su lugar las nubes han tomado colores oscuros. El cambio me sorprende, hace poco tiempo podía observar al sol ocultarse con lentitud y ahora el cielo promete una fuerte lluvia. Una pequeña gota de agua cae en mi frente. Bajo la mirada y miro a Arturo—. Entre mis opciones no se encuentra la negación, y lo peor de todo esto, es que quiero hacerlo, sé que si lo hago me dejará libre. Me asusto cuando siento que lo que me pide lo haré feliz, es como ser dos personas al mismo tiempo, uno quiere y el otro se resiste —frunzo el ceño, al ver los cordones de mi zapato desanudados. Los anudo rápido, mientras prosigo—. ¿Suena tonto, no? Saber que está mal, y aun así una parte de mi desea tener su sangre en mis manos —una sonrisa siniestra se forma en mi rostro—. ¿Crees que pueda hacer algo así, sin importar que esté mal?

Levanto la cabeza, esperando su respuesta.

—S-sí. —VUELVE a balbucear.

—Te lo agradezco. Saber que un amigo cree que soy capaz de hacer algo así, sirve de algo —me levanto del suelo.

Comienzan a caer gotas de agua con más continuidad. Busco la mochila donde anteriormente la arroje al llegar. Al verla a unos metros de mí, digo en voz baja:

—Entonces, ¿Crees que debo asesinarlo pronto?

Arturo retrocede, provocando que caiga al suelo sobre su trasero. Me apresuro a acercarme y extender mi mano para ayudarlo a ponerse de pie.

— ¿Te ayudo? —Niega con la cabeza.

—Loco...

— ¿Qué dijiste? —alejo mi mano.

Acaba de llamarme loco. ¡Cómo se atreve a llamarme de esa forma!

— ¡No estoy loco! —gruño. Resisto el impulso de golpearlo y obligarlo que se retracte de su acusación—. No eres un buen amigo. Los amigos no juzgan y, peor aún, no intentan acusar a su amigo de esa forma —le riño—. ¿No somos amigos?

— ¡No! —intenta alejarse de mí, arrastrando su cuerpo, con temor.

Me acerco con lentitud; pateando las piedras hacia él, golpeándolo. Lleva las manos a su rostro, cubriéndose.

Sonrío, al ver un pequeño corte cerca de su ojo, y la sangre manchando su mejilla.

—Es una lástima que no cumplieras lo acordado. Sólo pedí tu amistad por un día, ¡Y no lo lograste! —escupo con odio. Lo obligo a ponerse de pie, y caminamos al rio —. Apuesto que no sabes nadar.

Sus ojos azules se cristalizan, inundándose de lágrimas. Comienza a llorar. Suplica que lo deje marcharse; se resiste a ser arrastrado. Refuerzo mi agarre en su brazo y tiro de él. Pronto el agua alcanza a cubrir mis rodillas, nos adentramos al lugar más profundo.

No es conveniente que hable de esto a alguna persona. No puedo descartar la posibilidad de que alguno consiga creerle.

—Lo que te ocurra, será tu culpa —el agua alcanza su barbilla, y desesperado extiende los brazos y los sacude.

La lluvia termina por empaparme.

— ¡No...! —Grita. Al soltar su brazo, su cuerpo se hunde.

Cierro la boca, tomo aire por la nariz antes de meter la cabeza bajo el agua. Arturo extiende las manos en un inútil intento de elevarse a la superficie. Lo tomo del cabello y tiro de él, atrayéndolo a mí. Salimos, él escupe el agua que se ha metido en su boca y sus gritos de auxilio comienzan, volviéndolo más insoportable.

Sin soltar su cabello, hundo su cabeza al agua.

—Deja... Deja de gritar —entrecierro los ojos, evitando que el agua que salpica entre a mis ojos—. ¿No sabes nadar? —Saco su cabeza a la superficie—. Pobre Arturo.

— ¡Papá...! —Hundo su cabeza, dispuesto a arrebatarle su vida.

Él no puede contar nada y, no lo hará si está muerto. No me culparé por esto. No lo haré. Me digo decidido.

— ¡Arturo! —Escucho un grito.

Sobresaltado por esa nueva voz, dejo a Arturo. Miro a un hombre correr con dirección a nosotros. ¡Me ha visto!

— ¡No digas nada, Arturo! Puedo encontrarte si lo haces, mocoso —lo amenazo. Salgo rápidamente del agua en sentido contrario del hombre.

Él sigue vivo, podría contar sobre Óscar, sobre mis planes. Tomo la mochila con rapidez y miro detrás. El hombre saca a Arturo del agua, colocándolo en la orilla,

No me quedaré. Comienzo a correr cuando la lluvia se intensifica junto con el viento. Sonrío por ello, podré excusarme por llegar mojado.

Entro a casa por la puerta trasera, dejo la mochila tirada en la puerta y corro subiendo las escaleras. Tomo ropa limpia en mi habitación y me ducho para evitar un resfriado. Al salir completamente limpio de la habitación, escucho la puerta principal ser azotada y la voz de mi padre, quejándose por la lluvia. Aliviado porque mis padres no hayan notado mi impuntualidad, me dirijo al cuarto de Matthew.

Abro la puerta con cuidado de no despertarlo. Camino de puntillas, para que los crujidos del suelo de madera sean intrascendentes. Coloco las manos en los barrotes de la cuna.

Suspiro, al notar que no ha servido de nada entrar con cautela. Matthew está totalmente despierto, con la mirada en la pared gris del techo.

—Hola, hermanito —sonríe y patalea con ímpetu, mientras una carcajada infantil resuena en la habitación, al hacerle cosquillas en su estómago—. No tienes idea de lo que tu maldita ternura provoca.

Acaricio con los nudillos de mi mano izquierda, su mejilla. Escucho el grito de papá, pronunciando mi nombre y pidiendo que baje ahora. Me inclino hacia Matthew, lo suficiente como para colocar mis labios cerca de su oído y susurro:

—Buenas noches, Matthew —Deposito un beso en su pequeña mejilla sonrosada, como despedida.

Salgo de su habitación dejando la puerta entreabierta. 

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