ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ ᴏɴᴇ
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『 Grata sorpresa, deprimente bienvenida 』
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(Si vienes del libro de Os entonces puedes saltar hasta después del separador.)
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La paz de Tsukishima se vino abajo cuando alguien tomó su hombro. A su derecha tenía sus deberes a medio terminar y a su izquierda estaba la libreta desgastada con los apuntes que indicaban la hora y cantidad de medicina que debía administrar a los híbridos de vigilaba.
Alzó su vista, removió sus auriculares y tuvo que dejar lo que hacía cuando su superior le dio nuevas indicaciones, le pidió que corrigiera los datos de una ficha para internar a uno nuevo y al final le dijo que no se olvidara de almorzar.
El rubio no tuvo más opción que ponerse manos a la obra, abriendo uno de los cajones oxidados de aquel escritorio desgastado y comenzando a buscar entre todas las hojas bien archivadas.
La rutina de un interno normalmente sería una explotación laboral que aprovecha del hecho que no hay que pagarles a los estudiantes que están haciendo su servicio social, pero en su caso se trataba de una especie de trabajo de medio tiempo.
El refugio para híbridos tenía un convenio con el museo, la división de protección de vida silvestre abarcaba también casos de tráfico de especies exóticas. Tanto de animales comunes como de híbridos. Su pasantía había comenzado simple, tal vez algo molesta, el limpiar el comedor y hacer encargos no era exactamente su fuerte. Pero una vez la primera semana acabó, finalmente obtuvo un horario fijo y una tarea en verdad importante.
Asistente de enfermería en el refugio.
Día a día saludaba a los híbridos que se recuperaban lentamente de las heridas de trampas de cazadores o de quienes los odian a muerte. Alas rotas, extremidades amputadas, sentidos estropeados para siempre, colmillos arrebatados. La perfecta muestra de la codicia humana le revolvía el estómago, pero esa no era una razón para mostrar indiferencia en su tarea.
El poder curiosear un poco sin tener que dar explicaciones era ideal, además de que no muchos de quienes estaban heridos tenían ánimos de hablar por mucho tiempo. Eran acuerdos en silencio donde se llegaba al punto medio en el que nadie molestaría a nadie.
Sus favoritos siempre fueron los híbridos de reptiles o derivados de especies acuáticas. El ver como las escamas brillaban o como sus pieles endurecidas servían de protección era tan extraño como fascinante.
A veces cruzando un poco por el valle inquietante.
El último kanji que escribió terminó con una línea imperfecta, la hoja se partió por la fricción y, antes de poder reclamar sobre qué había sido el impacto que le hizo saltar en su asiento, fue llamado en una indicación desesperada.
Se levantó en tiempo récord y salió de la oficina para encontrar el largo pasillo lleno de puertas que llevaban a diferentes salas de operación. Al otro extremo de este encontró a su superior y a la joven doctora llamándolo una y otra vez. Entre ellos había una camilla que apenas se las arreglaba para avanzar gracias a la persona recostada en esta.
Parecía tener un ataque de epilepsia o intentar simplemente librarse de las correas que le rodeaban el pecho y los brazos pues esta no dejaba de sacudirse frenéticamente.
Atravesó el pasillo dando enormes zancadas que para él sólo fueron pasos veloces, su expresión seguía siendo una seriedad pura pero por dentro estaban consumido por los nervios. Esperando no tener que decidir por su cuenta y prefiriendo que le gritaran que debía hacer en una situación así.
—¡Toma sus piernas! ¡Se lastimará si se mueve mucho!—
Siguió la indicación, aprovechando de sus largos brazos para rodear la extremidades que se sacudían con tal energía y fuerza que, de no tener cuidado, podrían lastimar a alguien. Las tomó y entonces se inclinó sobre la camilla para aprisionarlas. Sus lentes se cayeron del puente de su nariz, pero aún así pudo ver como los dedos de los pies de aquel sujeto estaban unidos por una membrana. Así como si fuese un pato o una especie similar.
—¡Aguanta, Kei!— Dijo su superior, quien sostenía los brazos que trataban de alcanzar su rostro para rasguñarlo. Ahora lo que tenían que hacer era resistir hasta que la mujer regresara con un calmante.
Kei distinguió como obligaban al híbrido a extender el brazo para poder inyectarle correctamente el suero. Los segundos que tardaba en hacer efecto fueron eternos para el rubio quien ya había recibido un par de golpes en el rostro.
Entonces los gruñidos y palabras sin sentido se volvieron quejidos amortiguados, la fuerza disminuyó y con eso también liberó su agarre. Sus brazos hormiguearon cuando los alzó para regresar sus anteojos a su lugar, entonces notó lo acelerado que estaba su corazón. Lo nervioso que se había puesto se reflejaba en las pocas gotas de sudor que corrieron por su frente.
Hasta que el híbrido se cansó y hasta que sus esfuerzos cedieron pudo notar las alas negras que se cerraban sobre su cuerpo, rodeando sus hombros hasta cubrirle casi todo el pecho. Se acercó un poco más para notar las marcas de colores cálidos en el puente de la nariz de aquel joven, un par de líneas anaranjadas junto al perfectamente simétrico par de manchas que decoraban cada extremo de los labios.
La silueta de los ojos que permanecían cerrados por el sedante hacían parecer que todo el tiempo tenía una expresión preocupada. Así pasaba lo mismo con las cejas claras que apenas eran visibles.
Tsukishima suspiró, ganándose una palmada en la espalda por parte del mayor.
Sin siquiera saber qué especie tenía en frente supo que se trataba de un híbrido exótico.
Ese día fue cuando "(T/N)" llegó al refugio luego de ser rescatado unas horas atrás.
Un día deprimente, donde la tormenta vuelve pesada la ropa al empaparte y en el que no encuentras ánimos de seguir con tu rutina. No dejas de sorber tu nariz y todo el mundo está de mal humor por los planes arruinados, así se podría definir su tarde.
Tsukishima casi resbala al empujar la puerta de vidrio con su espalda mientras sus brazos trataban de cubrir inútilmente su mochila. Se quejó por el impacto, tembló por la temperatura y estornudó por la incomodidad en su nariz, pero finalmente se encontró bajo techo.
Al emparejar la puerta el universo se ahogó en el sonido amortiguado de las gotas cayendo ferozmente contra el pavimento y los ventanales. El olor de la humedad exterior se combinaba armoniosamente con el aroma de la limpieza rigurosa de la recepción, y si se concentraba podía alcanzar a olfatear la peste de los medicamentos, el típico aroma de hospital mezclado con cierto olor característico que no encontrarías en otra parte.
—Buenas tardes.— Le dijo a la nada, mas por reflejo que por saludar realmente a alguien. Cambió sus zapatos y retiró su sudadera mojada antes de atravesar el segundo par de puertas que separaba la entrada con el pasillo lleno de habitaciones asignadas.
Sus pasos resonaban tanto que la incomodidad creció, sólo unos segundos antes de que el ambiente volviera a la normalidad mientras más se acercaba a la zona donde se encontraba la cafetería y la oficina principal. Voces animadas que llevaban conversaciones cotidianas.
Al final del pasillo una silueta apareció, inmersa en lo que estuviese leyendo y levantando la mirada cuando su bien pulida percepción del espacio le hizo encontrar a Kei hasta el otro extremo. El joven alzó su brazo para saludar y buscó acercarse a la oficina nuevamente, o al menos esas fueron sus intenciones hasta que la mujer habló de manera entusiasta para llamarlo.
—Tsukishima-kun, llegas justo a tiempo.—
—¿Necesita ayuda en algo?—
—Oh, no, no. Gracias, eres muy... — La mujer revisó de nuevo los papeles que traía consigo e involuntariamente se acomodó los anteojos. Sus ojos se abrieron por ja sorpresa fugaz que pronto se disipó.—, pero ya que lo mencionas, se me ocurre algo. Sígueme.—
Una edificación que por fuera parece una prisión, pero que por dentro es más animado de lo que esperarías. Hay jóvenes cuidadores que llevan prácticamente las mismas tareas que los enfermeros en los hospitales convencionales, tal vez menos rigurosas al tratarse de vigilar a aquellos que se encontraban recuperándose y que a su vez estaban algo resentidos con los humanos, pero la intención era igual de noble.
Ambos respondieron al saludo temeroso de un híbrido quien apenas abría la boca al hablar, sus palabras casi siempre eran balbuceos con poca dicción, pero nadie podía recriminarle al respecto. Después de todo, el haber perdido sus caninos debía ser algo traumático que no quería dejar a la vista.
Se los habían arrebatado. Sus dientes permanentes nunca regresarían.
Ahora estaba en proceso de pasar por una operación para recibir unos unos postizos, pero aún así había un daño que nunca podría ser reparado. Uno emocional.
Dentro de una habitación con la puerta abierta pudo ver fugazmente a otro de ellos, un robusto pero ya mayor híbrido que no disfrutaba de interactuar con los demás. Estaba pintando en silencio, sin llamar la atención de nadie a menos de que encontrases extraño ver las puntas de sus dedos vendadas.
Un oso al que le habían arrancado las garras. Esperando a que su vida se consuma dentro de la tranquilidad que aquellos muros le brindaban.
Kei conocía de memoria todos los casos dentro del refugio, sumando pequeños detalles de las historias que había escuchado por parte de ellos. Su empatía no era visible, y además sabía que algo así de sensible no debe ser mencionado con tanto descuido sólo por una curiosidad.
Sabía por lo que todos habían pasado, de todos menos de uno.
Él no tenía nombre. Nunca le dieron algo así, no lo necesitaría.
Y por lo mismo la doctora recurría a cariñosos apodos maternales para llamarlo a pesar de que no respondiera.
El recién llegado seguía sin dar señales de estar por despertar pronto. Recostado boca abajo, con sus alas temblando por reflejo de vez en cuando de maneras fugaces y espontáneas. Su cuerpo subía y bajaba un par de centímetros cada vez que respiraba, tan lento que parecían no hacerlo en primer lugar.
"Fratercula arctica". Se leía en letra cursiva sobre el pequeño pizarrón al borde de la cama.
—Hola, querido, ¿qué tal te encuentras?— La mujer hablaba con normalidad, confiada en que estaba siendo escuchada a pesar de no recibir respuesta. Kei entró detrás suyo y se quedó pensando en su debería cerrar la puerta o no. Al final lo hizo, con tanto cuidado que parecía una exageración.—. Lo estás haciendo muy bien, sigue así.— Dijo, con una sonrisa tan melancólica como aliviada. Seguía soltando frases motivadoras y reconfortantes mientras revisaba cosas básicas, sus reflejos, el estado de algunas heridas que habían tratado, todo parecía estar en orden excepto la constante expresión preocupada e incómoda que permanecía en el rostro del chico inconsciente.
—¿Qué pasó con él?— Preguntó, notando cómo gran parte de su espalda y piernas tenían puntos teñidos por algunos golpes que apenas comenzaban a desaparecer. Las alas que estaban a medio cerrar tenían una apariencia extraña, maltratada, tanto que parecían ser puntiagudas y robustas en lugar de suaves y delgadas.
La mujer suspiró.
—¿Ves esto?— Sus manos tomaron con cuidado el extremo de una de las alas hasta desplegarla casi por completo, dando una mejor vista del estado de la última cortina de plumas.—. A las aves domésticas se les suele cortar un poco la longitud de estas plumas para que no puedan volar, pero en todo caso seguirán planeando con normalidad— Kei dio un paso para acercarse pero en ese preciso momento un par de plumas sueltas y sus restos cayeron a sus pies, alarmándolo.—. Parece que quisieron hacer lo mismo con él, pero no sólo fueron cortadas— No podía notarse a primera vista por el color de sus alas, pero su superior le dejó ver con claridad. El estómago del rubio se revolvió por la repulsión.—. Les prendieron fuego, incluso tiene algunas quemaduras en las raíces. Puede que las plumas en esta zona no le vuelvan a crecer.—
Cómo si de verdad estuviese consciente el híbrido reaccionó devastado retrayendo su extremidad, flanqueando por el dolor que le atormentaba desde la punta hasta la base que se unía a su espalda. Si pudiese hablar no podría dejar de quejarse por el constante malestar.
La mujer se disculpó con él para luego dejarlo reposar en paz.
Y, sin tener nada que decir al respecto de aquel diagnóstico simplificado, Kei no hizo más que aclarar su garganta antes de hablar de nuevo.
—¿Entonces hay que agregarlo al horario de medicación o... ?—
—Ah, no te preocupes por él ahora. No necesitará nada de eso hasta que despierte— Sus manos eran expresivas, se movían al compás de su explicación luego de tantos años de tener que darse a entender usando una mascarilla que cubriese su rostro.—. Les diré a los chicos que vengan algunas veces al día para ver qué todo esté en orden— Ella misma comenzaba a hacer un pequeño horario en su teléfono con las horas para revisarlo. Su eficiencia se reflejaba en la manera en la que su entrecejo se fruncía y le relajaba dependiendo a lo que estuviese haciendo.—. Lamento haberte traído de la nada, pero supuse que querrías saber lo que pasó luego de esa caótica bienvenida, ¿me equivoco?—
No estaba del todo mal con su deducción, pero cualquiera sentiría curiosidad por la situación luego de una primera impresión así de violenta.
—Yo también me encargaré de cuidar de él.—
—Muchas gracias.—
Tsukishima asintió a una última instrucción antes de salir del cuarto, logrando finalmente llegar a su puesto de trabajo.
No iba a hacer nada por ellos que no fuesen las indicaciones que sus superiores le daban. Cuidaría de ellos y haría todo a su alcance para cumplir con su deber.
Un extraño sentimiento familiar atacó su pecho, irritándole más de lo que esperaría.
"Sólo es una pasantía".
Qué déjà vu tan amargo.
Puede qué tal vez las personas realmente tengan la capacidad de sentirse apasionados por más de una cosa a la vez. Intentaba mentalizarse con aquella idea diariamente hasta hacerla parte de él, y hasta ahora todo parecía funcionar como siempre.
Sólo esperaba no estar equivocado al respecto, porque entonces su sentido de pertenencia se volvería aún más confuso.
Y lo último que necesitaba en ese momento era cuestionarse las cosas más pequeñas que le rodeaban.
Abrió un par de cajones y sacó la pesada libreta de anotaciones usando ambas manos. Al dejarla caer sobre el escritorio un agudo chirrido de la madera vieja soportando el peso alcanzó a escucharse hasta el rincón más alejado del refugio, ya sin importarle a nadie.
Posó su mejilla en la palma de su mano y miró hacia la ventana, buscando las palabras adecuadas para escribir aquel reporte diario. Entonces se percató de que había dejado de llover, con el persistente olor a humedad apoderándose del mundo en ese momento.
Ojalá eso signifique algo bueno para variar.
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