Capítulo 2
Pequeña Miel se encontraba jugando con su sombra. Al parecer, esta no dejaba de seguirla donde fuera que caminara, algo que de vez en cuando le ponía nerviosa. Pegaba pequeños saltos cada vez que la oscura copia de sí misma intentaba alcanzarla, dando manotazos al suelo y provocando que un montón de polvo quedara en suspensión.
Una voz a sus espaldas la llamó, y al voltearse vio a Pequeño Savia mirándola con expresión divertida, crispando los bigotes.
–Veo que sigues con una actitud de cachorra. En cuanto sea aprendiz, vendré aquí para ver como sigues comportándote así.
–Aja –Dijo Pequeña Miel rodando los ojos –. Veamos cómo te verán los demás aprendices cuando les diga ¡Que yo misma te derroté!
Saltó hacía su costado, derribándolo por el impulso. Lo logró mantener inmovilizado por algunos latidos de corazón, hasta que su contrincante se deslizó hacia un lado liberándose de su peso. No tardó en derribarla e inmovilizarla.
–Estás loco si crees que me rendiré.
–Eso lo veremos.
De pronto el peso sobre Pequeña Miel desapareció, dejándola libre. Se puso de pie rápidamente, solo para ver a Pequeña Melada dejando completamente inmovilizado a su hermano.
–Dejaste tu espalda descubierta –Dijo la cachorra mellada con aire de victoria. Se podía notar que ella siempre fue más fuerte que su hermano, y claro, más lista. Sin duda una muy posible futura líder, una contrincante definitivamente.
Finalmente, Pequeño Savia se rindió, por lo que Pequeña Melada se apartó. Era divertido ver a los hermanos jugar, hace mucho no los veía tan alegres después de que su madre se fue a la guarida de los guerreros. Ellos tenían su lecho aparte, y era habitual verlos ahí gran parte del día. Ni siquiera tenían algún padre que fuera a visitarlos. A veces, Pata de Liebre los invitaba a dormir con ella y con sus cachorros, aunque para ser sincera, no le agradaba la idea. Como ellos ya eran más grandes, ocupaban demasiado espacio.
A paso rápido se dirigió con su madre y hermanos, saltando sobre Pequeño Abejorro. No tardó en derribarlo a él y a Pequeña Florida, que se encontraba a su lado. Con un gruñido, los tres empezaron a dedicarse manotazos y patadas a modo de juego. Le encantaban estos momentos, cuando el sol se ponía y jugaba con sus hermanos al lado de su madre. Podía ver a Pequeño Savia y a Pequeña Melada felices, alegres y emocionados, olvidando por momentos a Corazón de Polen. Deseaba que esos momentos duraran por siempre.
Cuando el sol se ocultó, dando paso a la plateada luz de la luna, se sentó exhausta junto a su madre, quien empezó a limpiar su pelaje de manera tranquilizadora. Sus hermanos llegaron a su lado, aun jugando algo cansados. Finalmente, los tres se recostaron, uno al lado del otro, mientras que Pata de Liebre se acomodaba. Le dio una última mirada a Pequeño Savia y a Pequeña Melada antes de cerrar sus ojos para sumergirse a un profundo sueño.
Era extraño. Seguía con sus hermanos, pero en un lugar muy iluminado. Un aroma extrañamente familiar los rodeaba, pero parecía que a ninguno le importaba. Una voz grave sonó, algo extraña. No parecía una voz, más bien parecían pasos.
Despertó de golpe, parpadeando ante la plateada luz lunar que se filtraba por la entrada de la guarida. Una silueta felina se recortaba, algo difícil de ver. Logró identificar a Pequeña Melada por su distinguida figura robusta y grande, sentada, observando el claro.
Estuvo a punto de decir algo, pero prefirió mantenerse en silencio, observando ¿Por qué se había levantado a mirar el claro a mitad de la noche? Era extraño, había una inusual sensación a su alrededor que no logró identificar. Se sentía como si estuviera en el claro a mitad del día, rodeada de gatos. Pero los únicos que había ahí eran las reinas y los cachorros.
Agazapada, camino silenciosamente hacia la cachorra mellada, con la esperanza de descubrir que estaba haciendo, y porque tenía esa tan extraña sensación. La cabeza de Pequeña Melada se alzaba al cielo, iluminada por la tenue luz de las estrellas y la luna. Su expresión parecía triste ¿Extrañaba a su madre? No la culparía, ella también extrañaría a Pata de Liebre si de pronto la abandonara.
Una vez se encontró a aproximadamente siete colas de distancia, oculta por las sombras, agudizó el odio por si la mayor decía algo.
–¿Por qué debería? –Su voz era apenas un susurro –. Quiero estar con todos, me quedaré atrás.
Hubo un largo silencio. Pequeña Miel tenía el pelaje del cuello erizado por la tensión. No sabía que estaba pasando, con quien estaba hablando.
Pequeña Mellada dio un largo suspiro. Su mirada calló en el otro extremo del campamento. Pequeña Miel alcanzó a ver la guarida del curandero, con sus frías paredes de piedra extendiéndose y enredaderas cubriendo la entrada.
Esto definitivamente es muy extraño. Sentía que algo andaba mal, algo no encajaba. Aunque de por si no tenía ni la menor idea de que estaba pasando, algo dentro de ella le decía que algo no estaba bien, casi como un instinto.
Los bigotes de la cachorra mellada se crisparon, como si alguien le hubiera pisado la cola.
–Odio esto, realmente lo odio –Dijo finalmente –. Quiero estar con mi hermano, con Pequeña Florida, Pequeña Miel y Pequeño Abejorro ¡Me dejaran atrás!
Sus susurros estaban llenos de resentimiento, mientras que su mirada estaba perdida en alguna parte del cielo salpicado de estrellas. Su expresión delataba una profunda desazón, mientras sus garras se enterraban en la suave tierra.
Finalmente dio un largo suspiro.
–Está bien, lo haré, pero no por ustedes, sino por mi hermano, nada más.
Sin decir más, se levantó y dio media vuelta en dirección a su lecho, donde Pequeño Savia dormía pacíficamente, sus costados subiendo y bajando de manera continua.
Pequeña Miel se quedó paralizada, aun oculta entre las sombras, mientras observaba en silencio como la cachorra mellada atigrada se recostaba. No se atrevió a respirar hasta un largo rato después, cuando se aseguró de que sus costados indicaran que ya estaba en un profundo sueño.
Con rapidez, se movió nuevamente junto a su madre y hermanos, disfrutando de su calidez. No tardó en caer en un profundo sueño, cayendo a la oscuridad mientras por instantes olvidaba lo que recientemente había pasado.
La luz de la mañana le llegó directamente al rostro, despertándola. De mal humor se volteó para acomodarse de nuevo, dando un respingo cuando algo pesado cayó sobre ella.
–Pequeña Miel, ¡Despierta! ¿Piensas dormir toda la mañana? –La molesta voz de Pequeño Abejorro sonó junto a su oído, provocando que gruñera.
–¡Quítate de encima!
Se sacudió a su hermano y se levantó de un salto, mirándolo enfadada. No había dormido bien después de haber visto a Pequeña Melada, afectando severamente su humor. Si fuera por ella, le habría arrancado las orejas para que se callara de una vez.
Con la mirada buscó a Pequeño Savia y a Pequeña Melada al percatarse que no estaban en su lecho. De pronto varias preguntas la azotaron a la vez ¿Cuánto tiempo llevaba Pequeña Melada levantándose en medio de la noche? ¿Con quién estaba hablando? ¿Por qué tenía esa extraña sensación? Aunque sabía que no podía preguntar directamente ya que se enteraría de que la estaba espiando, las zarpas le picaron por encontrarla cuanto antes.
Sacudiendo los pedacitos de musgo que se le habían pegado en el pelaje, salió a la entrada de la guarida a paso rápido, consciente de los llamados de sus compañeros de camada.
No tardó en encontrar a ambos hermanos. Juntos iban caminando hombro con hombro desde la guarida del líder. La expresión de Pequeño Savia era extraña, como si hubiera visto que a una presa le salieron alas y hubiera salido volando. Estaba desconcertado. Pequeña Melada, en cambio tenía una expresión tranquila, con ojos caídos y la mirada perdida en sus pasos.
Cuando llegaron a la maternidad, Pequeña Miel los recibió con una mirada amigable, escondiendo con esfuerzo sus preguntas ¿Qué, por el Clan Estelar, estaba pasando?
Se sintió bastante tentada a preguntar qué pasaba, pero si lo hacía, probablemente sospecharían que estuvo espiando a Pequeña Melada la noche anterior ¿Pequeño Savia lo sabía? ¿Por qué se veía tan desconcertado?
Otra vez un peso cayó sobre ella, provocando que se desmoronara con un resoplido. Su hermano le había sacado el aire al caer sobre ella a modo de juego. Logró zafarse a duras penas, dándose la vuelta para contraatacar. Ambos cachorros se entrelazaron en una pelea de juegos, fingiendo una batalla real.
–Cachorros siendo cachorros, no como nosotros, que pronto seremos aprendices ¿Cierto Pequeña Melada?
Pequeño Savia le dirigió una mirada divertida a su hermana, quien se limitó a dar un asentimiento rápido.
Por alguna razón, ver la expresión de la cachorra casi aprendiza le daba un peso en el estómago, parecía desconsolada y triste, sin embargo, no sabía por qué. Lo más probable era que tuviera que ver con lo que escucho la noche anterior, aunque aún tenía sus dudas.
Pequeño Abejorro dio lo que al parecer era un rugido, lanzándose sobre el cachorro mayor y derribándolo. Sus grandes patas grises le daban manotazos de juego mientras intentaba mantenerse en equilibrio. Su hermano siempre tuvo el problema de tener patas muy grandes, desequilibrándose a veces. Su madre decía que era muy probable que sería un gran gato cuando creciera, aunque eso no lo salvó de las burlas de sus hermanas.
Pequeño Savia contraataco colocándose sobre sus dos patas traseras y dejando caer su peso sobre el cachorro gris, finalmente inmovilizándolo. Pequeño Abejorro lucho un rato para salir, pero finalmente se rindió.
–¿Ves? Solo cachorros –Se burlo el cachorro dorado atigrado dibujando una pícara sonrisa de burla.
–Quiero verte decir eso cuando crezca y sea más grande que tú –Refunfuño el cachorro gris poniéndose en pie una vez el agarre del mayor se aflojo. Infló el pecho pretendiendo verse más intimidante, aunque Pequeña Miel creía que más bien se veía como un pequeño cachorro intentando verse valiente.
Pequeña Florida se acercó al grupo, sentándose junto a Pequeña Miel. Miraba divertida la escena, crispando los bigotes de la risa. Algo que compartía con ella, era el enorme gusto por ver como su hermano se enojaba y refunfuñaba sobre que algún día sería más grande y glorioso que todos, a pesar de que actualmente era el más pequeño.
Desvió su mirada a Pequeña Melada. Ella estaba mirando a su hermano con una sonrisa, que, a su parecer, se veía más triste que divertida. Un montón de preguntas volvieron a girar en su mente, medio mareándola ¿Por qué estaba triste? ¿Qué había pasado anoche? ¿Para qué habían ido a ver a Estrella Blanca? ¿Pequeño Savia tenía algo que ver? Quería más que nada saber que le pasaba, después de todo, ella y Pequeño Savia eran como otros dos hermanos, ya que pasaban la mayor parte del tiempo con ellos por la ausencia de Corazón de Polen.
Como siempre, el día paso rápido entre juegos y retos por parte de los cachorros, riendo y dando chillidos de batalla. Era un día normal, sin embargo, se sentía demasiado extraño, como si eso realmente no tuviera que estar pasando, como si algo estuviera realmente mal. Cada vez que miraba a Pequeña Melada, esa sensación aumentaba más y más, hasta el punto de que lo único que quería era correr a preguntarle que, en el nombre del Clan estelar, estaba pasando. No se atrevió a preguntarle a alguna reina o contarles a sus hermanos, con solo pensar en eso su estómago se revolvía.
Tres días pasaron así, con aquella duda picándole las zarpas. Pequeña Miel fácilmente hubiera pensado que pasaron lunas, con esa sensación molestándola con cualquier cosa que hiciera.
Y finalmente, Estrella Blanca llamó a una reunión de clan al inicio del alba para anunciar a los nuevos aprendices.
–Pequeño Savia, Pequeña Melada, vengan aquí –Llamó con su grave y resonante voz a través del claro.
Pequeña Miel hacía un gran esfuerzo por mirar a través de la multitud desde donde estaba, ya que no se les permitía a los cachorros acercarse más.
Logro alzar la cabeza para ver a ambos hermanos caminando uno al lado del otro. Pequeño Savia iba a la delantera, con la cabeza alta y la mirada brillando con emoción. Justo detrás, iba Pequeña Melada un poco más lento, con el paso firme y una mirada decidida. Por fuera, parecía realmente simple, pero Pequeña Miel sospechaba que en su interior había una enorme guerra de emociones, aun sin tener idea del porqué.
El líder se aclaró la garganta.
–Con el inicio del alba, nos hemos reunido aquí y ahora para nombrar a dos nuevos aprendices. Pequeño Savia, hasta que recibas tu nombre de guerrero, serás conocido como Zarpa de Savia. Tu mentora será Vuelo de Cuervo. –Se detuvo un momento para esperar a que la gata negra se acercara –. Vuelo de Cuervo, confío en ti para que le transmitas tu paciencia e inteligencia en los momentos más difíciles a tu nuevo aprendiz.
La elegante gata negra se acercó a Zarpa de Savia con calma, agachándose para poder chocar narices. El gato dorado atigrado no se molestó en evitar saltar hacia delante de forma muy poco digna, sin desaparecer aquel brillo emocionado en sus ojos.
Varios gatos, incluyendo a los cachorros, vitorearon los nombres del aprendiz y de la mentora con alegría. Pequeña Miel no veía el momento en que nombraran a Pequeña Melada, olvidándose por un momento del malestar que sintió por ella antes. Seguramente sería una increíble guerrera, y quizá, una increíble líder.
Estrella Blanca volvió a hablar.
–Pequeña Melada –Dijo bajando su mirada hacia la gata mas pequeña. A diferencia de su hermano, era muy poca la emoción que se podía encontrar en sus ojos –. Hasta que recibas tu nombre de curandera, serás conocida como Zarpa Melada. Tu mentor asignado será Pelaje Lluvioso.
Dibujo de Zarpa Melada hecho por AleMan1213
¡Muchas gracias!
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