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JENNIFER

Buenos Aires. Argentina.

13 de enero del 2020.

JENNIFER

Nací en Ciudad de México, y viví allí toda mi infancia, hasta que un problema con una vieja amiga arruinó mi vida e hizo que mis padres se separaran y me mudara a esta ciudad con mi madre cuando tenía catorce años. Desde entonces, mi situación ha estado mejorando, mi madre tiene un buen puesto en la embajada mexicana y yo, graduada con honores y con una beca en una de las mejores universidades de Argentina, además de tener unos maravillosos amigos que me han apoyado en todo. Pero mi vida volvería a tenerme una sorpresa.

Como era costumbre, salía de mi casa temprano a hacer una hora de ejercicio, Pero esta vez dos hombres vestidos con traje elegante y que no tenían más de treinta años se acercaron a mí.

– Jennifer, ¿Cierto? – me dijo uno de los hombres.

– Si, ¿Algún problema? – les dije confundida.

– Para nada, solo te queríamos decir que has sido escogida para formar parte de un grupo de jóvenes que cambiarán el destino de la humanidad–

– ¿Esto es acaso una broma? –

– No Jennifer, todo lo que vas a escuchar en un momento es cierto–

– Bien, los escucho–

– Mi nombre es Horus, y mi compañero es Hermes, somos dioses antiguos y necesitamos tu ayuda y la de otros como tú para poder ganar una guerra entre dioses que ponen en peligro a la humanidad–

– ¿Esto es una broma? Porque tengo mucho que hacer y no quiero atrasarme– les respondí alejándome de ellos.

Repentinamente, Aquel hombre apareció delante de mí poniendo su mano derecha en mi frente. Entonces, comencé a ver diferentes escenas muy reales de lo que parecía ser una batalla en una ciudad clásica griega en donde varias criaturas lanzaban diferentes poderes como si se tratase de una película de ciencia ficción que mataban a los soldados que luchaban en un gran plaza, además de unas bolas de fuego que caían por toda la ciudad. Un rato después, la escena desapareció y caí al suelo, mis ojos me pasaban y un ligero dolor de cabeza comenzó.

– Lo que te dijo mi compañero no es mentira– dijo aquel hombre. – Lo que viste ocurrió ayer, el mundo está en peligro y necesitamos tu ayuda–

– ¿Qué me hiciste? – le pregunté asustada y fatigada mientras intentaba levantarme.

– Te compartí algunos de mis recuerdos, es una de las ventajas de ser un dios–

– ¡Horus! ¡Sabes que tienes prohibido el mostrar tus poderes en frente de los humanos! – le gritó furioso el otro hombre mientras me ayudaba a levantarme.

– Tenía que hacerlo o no nos creería–

– Mira su estado, sabes que algunos humanos no soportan la carga neuronal, la pudiste matar–

– Era un riesgo que estaba dispuesto a correr–

Mientras ellos peleaban, yo logré llegar a una de las bancas del parque. Mi estado no era el mejor, mi vista se nublaba varias veces, me sangraba la nariz, además de que no podía moverme rápidamente y para rematar, un gran dolor de cabeza me invadía, parecía un zombi cuando caminaba.

– Horus, mira lo que hiciste– dijo Hermes preocupado acercándose hacia donde yo estaba pasándome un pañuelo. – Debemos llevarla a un Hospital–

– ¿Y qué diremos? ¿Qué yo utilicé parte de mi poder en ella pero que no lo resistió? Será mejor que la llevemos al puesto de control a las afueras de la ciudad, allí sabrán que hacer–

– Bien, ruega que no le haya ocurrido nada permanente–

Hermes me alzó y me cargó en sus brazos hasta una camioneta negra. Durante el viaje, perdí la movilidad de mi cuerpo que temblaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica, sinceramente no había estado en este estado nunca. Un par de horas después, llegamos a un complejo de seis cabañas con una gran cabaña de madera que parecía estar protegida por un gran número de soldados en el centro.

– ¡Necesitamos una camilla! – gritó Hermes.

De inmediato, me colocaron en la camilla entrando a toda velocidad en una de las cabañas.

– ¿Qué le pasó? – preguntó uno de los médicos.

– Horus utilizó su poder de transferencia de recuerdos con ella–

– Saben que se les tiene prohibido utilizar sus poderes en el mundo humano–

– Fue algo de gran importancia– dijo Horus en su defensa.

– Bien, ahora esperen en esa sala, nosotros nos encargaremos ahora– dijo el médico mientras entraba en una sala de urgencias.

– Muy bien, necesito saber su pulso, también necesito que le hagan un escáner de su cerebro– ordenó el médico.

Inmediatamente, un grupo de enfermeros comenzaron a conectarme al monitor de electrocardiogramas.

– Señor, su pulso es bajo–

– ¿Es posible suministrar el sedante? –

– Si, pero solo una dosis baja, la mataría si se la aplicamos completa–

– Bien, tenemos que trabajar rápido. ¿Ya salió el resultado del escáner? –

– Si, tenemos daño en parte derecha del cerebro–

– ¿Es grave?

– No señor, es algo que se puede arreglar–

– Bien, apliquen cinco mililitros del sedante – dijo el médico.

De inmediato, sentí un pinchazo en mi brazo izquierdo. Unos segundos después, mi vista se nubló y poco a poco dejaba de sentir mi cuerpo hasta estar totalmente dormida.

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