CAPÍTULO 38: CUANDO TODO LO QUE CONOCES SE DESVANECE
Desobedeciendo todos aquellos consejos de mi abuela Marie, las conversaciones cortas con papá y aún las recriminaciones de Alice, seguí adelante en mi afán por hacerme de un nombre y una reputación en la literatura. Con cada logro, cada concurso ganado, ver mi nombre en el cuadro de honor o mis bitácoras en el diario universitario, mi camino se alejaba de aquello que por tantos años había soñado de niña. Pensé que llegar a la cima me traería la tan ansiada felicidad pero a cada paso siento que me quedo más sola que nunca.
A pesar de mi aparente racionalidad y mi mente práctica no estaba preparada para contemplar aquella fotografía en la sección de sociales. En la tercera fotografía más vistosa aparecían Edward Masen y Rosalie Hale del brazo, acompañando a una pareja de novios que acababa de casarse,
Así que al final de cuentas esos dos van a terminar juntos de todas formas. Los Hale han insistido tanto para que su rubia heredera se una a Edward Masen. Es la única hija que les queda porque a Jasper lo han desheredado y no se acuerdan más de él.
—Y tanto que decías que no se gustaba— le recriminé a Alice cuando entró, le mostré la fotografía.
—¡Si usó mi vestido!— saltó mi prima y me arrebató el diario matutino. –Yo lo diseñé ¿Te gusta?— preguntó volviendo a mostrar esa imagen horrible.
—No— dije levantándome de mi asiento para ir al comedor por una taza de café. Ya es hora de alistarme para ir a la facultad, debo entregar un ensayo para un amigo de ciencias que va a participar de la feria que dará lugar pronto en la ciudad.
—Pues a Rose le queda muy bien, aunque me gustaría que se apreciara el color, es una pena que los retratos sean tan grises. El azul le sienta de maravilla— mi enana prima seguía admirando su trabajo sin una gota de culpabilidad por ayudar en ese romance.
Siento que es una traición de una forma sutil claro está, Alice es libre de hacer lo que guste con la gente que considere apropiada
—¿Ya andan juntos?— me atreví a preguntar a riesgo de escuchar algo que me lastimaría.
—¿Rose y Edward? Bueno, sí se acompañan en eventos para que los señores Hale la dejen tranquila. Pero no creo que vuelvan a salir más en estas páginas... Edward... tiene que viajar— dijo sin darme más explicaciones. O quizás quería que corra tras ella para seguir preguntando, cosa que desde luego no hice.
Apenas me di cuenta que faltaba una semana para mi fiesta, con tantos trabajos y la organización de la feria me había olvidado por completo que estaba casi por cumplir los 18 años. En un mismo día tuve que hacer la última prueba del vestido, ajustar los zapatos, elegir entre dos tipos de guantes que me gustaban mucho y cambié las joyas que llevaría puestas. Va a ser un fin de semana sin poder tocar un libro o sentarme a seguir escribiendo, tendré docenas de personas a mi alrededor diciéndome que hacer o que elija algo, por suerte la enana va a ayudarme.
Aquella noche llegó demasiado pronto, mientras me colocaba los pendientes, la imagen que me devolvía el espejo me dejaba desesperanzada.
Soy yo.
Sin mi sonrisa habitual, con unas ojeras apenas aclaradas con el maquillaje. Mis ojos no brillan de emoción, no siento cosquillas en mi estómago ni estoy muerta de miedo aunque en el salón haya al menos 150 personas esperándome.
¿Qué me ha pasado?
¿He crecido? ¿Así se siente ser un adulto? ¿Madurar implica que tu corazón ya no sienta?
Estaba a punto de dejar que una lágrima se me escape cuando la puerta sonó.
—¿Bella puedo pasar?— la voz de la abuela me sacó de esas tonos pensamientos, trayéndome de vuelta a la realidad.
—Pasa abuela— me levanté porque ya no soportaba verme a los ojos.
—Hija, Edward no va a venir— se sentó donde segundos antes yo había estado observándome. Aunque la noticia no debería mellar mi serenidad fue un duro golpe a mis sentimientos. Esos que hasta el momento había escondido en una esquina de mi corazón porque quería hacerme más fuerte.
—Eso está bien, supongo. No recuerdo haberlo invitado— dije tomando polvo para el rostro.
—Se ha ido a Milwaukee— susurró con la misma mirada de preocupación de Alice, días atrás. ¿Debo preguntarle para que me diga porqué está tan triste?
—Qué bien. ¿Ya es hora de bajar?— insistí en ser testaruda.
—La escuela de medicina lo ha puesto en un programa acelerado de prácticas pre profesionales— insiste esta vez sin que yo la presione.
—Aún le falta un año para las prácticas— dije sin importarme que debo hacer como en no me interesa.
—Bella... la guerra es inevitable. Alemania tomó demasiada ventaja estos años y se rumorea que ha invadido Polonia...
—¿Qué tiene que ver eso con Edward?— pregunté algo más ansiosa.
—Todas las facultades de medicina están apresurando a los alumnos...
—¿Los van a enviar a Europa?— dije sin creérmelo. —¡Eso es al otro lado del mundo! ¡No tenemos por qué intervenir!— grité recordando un ensayo que estaba redactando sobre el posible conflicto europeo. Claro que estoy al día con las noticias, solo me he descuidado de los diarios por una semana porque la condenada fiesta me ha absorbido.
— Carlisle Cullen se fue a Inglaterra el mes pasado...
—Él es inglés— dije encogiéndome de hombros.
—Se unió al cuerpo médico del ejército Británico— mientras la escuchaba hablar las cosas parecían hacerse más serias.
—Espero que esté bien. Carlisle y Edward, espero que... Ya es hora de bajar abuela, cuanto antes mejor y terminará más pronto— dije sintiendo dificultad al respirar.
—Realmente me arrepiento de haberte sacado de aquel pueblo— dijo mirándome, no me había dado cuenta que tenía los ojos llenos de lágrimas. –Es hora de bajar— se enjugó el llanto y salió con la cabeza en alto.
No recuerdo mucho de cómo empezó el baile, mientras mis pies se movían al compás de la música y mi cuerpo bailaba con distintas parejas, mi mente estaba atrapada en una serie de situaciones. América no podía entrar en una guerra europea, la historia nos demostró en la gran guerra que era mejor no intervenir y solo cuando la paz mundial peligró, decidimos inclinar el peso de la balanza a favor de la libertad.
—¿Te encuentras bien?— preguntó papá mientras bailaba conmigo.
—Claro que sí— obligué a mi rostro a sonreírle.
—Claro que no— contestó sin lugar a réplicas. –Él no va a venir— susurró en mi oído.
La noche seguía avanzando y aunque no quise hacer oído de las palabras de mi padre, cada cierto tiempo volteaba a ver la puerta, esperando una presencia que le daba completura a mi niñez, alguien que sé que aun necesito en mi vida pero que empujé a alejarse de mi con el afán de sentirme madura e independiente.
La gran fiesta de mi adultez acabó y me obligué a agradecer a cada invitado antes de irme corriendo a mi habitación a descargar estas lágrimas acumuladas por el peso de la trsiteza y la incertidumbre.
La feria que iba a dar lugar en nuestra ciudad se vio ensombrecida por las noticias alarmantes de Europa. Disminuyó la cantidad de expositores internacionales, los salones preparados para las exposiciones apenas se llenaron porque cuando hay vientos de guerra, la gente se asusta.
Los meses corrieron con rapidez, día tras día luché para contener las dudas que me asaltaban ante el inminente cambio en ambiente social. La gente estaba cada vez más preocupada, los negocios cerraban y la bolsa de valores empezó a demostrar una caída como no se veía en más de una década las cosas empezaron a ponerse feas conforme pasaba el tiempo y algunas empresas decidieron cambiar el rubro de sus trabajos para fabricar armas
Nuestra sociedad cambio de pronto. El Chicago floreciente que encontré cuando llegué de mi pueblo nunca había estado tan gris y falto de color. Día a día los titulares eran más alarmistas hasta que por fin una mañana de invierno al irme a la facultad pude divisar desde mi coche el anuncio formal de la guerra. Mi corazón se paralizó, decidí decirle al conductor que me regrese a casa, que me sentía indispuesta para ir a estudiar hoy.
Encontré a mi abuela en el salón, muy preocupada mirando hacia el jardín interior.
—He visto el diario...— murmuré. Instintivamente me escondió una carta y me miró pensativa. —¿Abuela?— susurré en forma de pregunta mientras me acercaba.
—Bella, no he querido preocuparte porque estabas muy entusiasmada con aquella feria...— murmura con la voz quebrada. –Los Masen, van a viajar— dice algo confundida.
—¿Viajar? ¿A dónde?— pregunté preocupada. Hace meses que no los veo, he sido tan ingrata, no he visitado a Elizabeth a pesar que fue tan buena conmigo.
—Inglaterra, para empezar...— sigue aturdida.
—¿Para empezar? ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?— volví a insistir esta vez más nerviosa.
—Edward... ha desaparecido. Estaba apoyando a un pelotón francés junto a Carlisle cerca del Canal de la Mancha. Hace un mes que no tienen noticias suyas, es posible que lo hayan tomado de rehén o que...
—¿Quiénes?— grité.
—El ejército alemán, Bella. Por si no lo sabes, ahora se libra una guerra sangrienta al otro lado del mundo y ya nada es igual. Es solo cuestión de tiempo para que América entre a ella y con eso volverá otra vez el miedo y el pánico.
Mi corazón dejó de latir, me dejé caer al sofá que estaba a mi lado. Lo he sabido hace semanas pero mi optimismo me hacía rechazar todo tipo de pensamientos bélicos y desde mi pluma personal pensaba que las guerras lejanas no nos afectarían en lo más mínimo. Qué ilusa fui. ¿En qué tonta niña caprichosa me he convertido?
—Voy a salir— dije antes de ahogarme en mis lágrimas. Necesito remediar lo que hice, necesito hacer algo que de verdad sienta que está bien. Todo cuanto me rodea va a dejar de existir, esta paz, la tranquilidad de Chicago, la rutina de la universidad. Necesito hacer algo pronto, antes de se desvanezca todo lo que conozco y pierda a Edward para siempre, si es que no lo he perdido ya.
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