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CAPÍTULO 33: EL TUTOR

Mucha gente me ha impresionado desde que llegué a Chicago pero ninguna como aquel sujeto de dos metros que llegó aquella mañana. Estaba en mi balcón terminado de cepillarme el cabello, cuando vi a alguien abrir la reja, llevaba puesto un sobretodo que rozaba el piso junto a la nieve casi derretida y le cubría la cabeza con una capucha. Me llamó la atención su piel extremadamente blanca y sus reflejos. Apenas me le quedé mirando, se detuvo y elevó la vista para verme.  Me quedé petrificada, con el cabello suelto, aún en bata y descalza. Se detuvo, hizo una pequeña reverencia y continuó su camino perdiéndose hacia la puerta principal.

Me vestí rápidamente para bajar a investigar. Sabía que hoy debía llegar mi nuevo tutor y por lo que la abuela me dijo era enorme. Cuando descendí, mi abuela estaba con él, conversando amenamente.

—Isabella, mi niña, acércate— me llamó. Llegué a su lado, volví a asustarme cuando él se levantó. –Déjame presentarte al señor Cudmore, espero que lleguemos a un buen acuerdo y sea tu nuevo tutor. Esta pequeña, es Isabella, mi única nieta— estiré mi mano para aceptar la suya, ahogué un grito cuando él se inclinó para besarla.

—Encantado Isabella— cuando sus ojos me miraron algo se revolvió en mi estómago. Quizás era hambre pero aquel hombre me intimidaba y a la vez me tenía fascinada.

—Es un gusto— saludé intentando acallar mis nervios.

—El profesor ha vivido en varios lugares, ha terminado su contrato con los Crowley hace poco.

—Así es, he sido el tutor de ambos jóvenes Crowley por un año, ahora que ya están en la universidad de Michigan, pueden seguir adelante sin mí.

—Y usted ¿Ha enseñado a mujeres?— pregunté.

—Sí. Tuve la oportunidad de educar a dos señoritas. Una de ellas perteneciente a una pareja de gemelos de los Bright, Alec y Jane, ella está ahora trabajando en los negocios de su familia. Y la hija menor de los Platt, Johanna, ya casada, creo que con el heredero Marshall.

Cuando nombró el apellido Platt, llamó mucho mi atención. Ese era el apellido de Esme. Pero ella es casada, así que deduzco que aquella a quien él enseñó puede ser familia política de la amiga de Carlisle. Quizás este nuevo tutor pueda saber algo sobre Esme, no pierdo nada con intentar preguntarle.

—Sus recomendaciones son muy buenas, quisiera saber si usted tiene donde quedarse en la cuidad, aquí dice que residió donde los Crowley.

—Efectivamente, preferí mudarme allí ya que los jóvenes necesitaban de mis servicios no sólo en el área escolástica. También practicaban remo, tiro al blanco y equitación y yo he participado en competencias deportivas desde mi niñez— respondió cortésmente. Me abrumaba su lenguaje culto y sus modales perfectos.

—Pero luego de salir de allí ¿Consiguió residencia?— siguió insistiendo mi abuela.

—Aún no, actualmente me hospedo en un hotel.

—Si usted gusta, podría brindarle un lugar para quedarse, creo que mi nieta necesita también practicar deportes. Yo en mi juventud fui una buena jinete— suspiró mi abuela.

—Sería un honor poder mostrarle a la joven Isabella, nociones deportivas— mi cuerpo se tensó. ¿Yo remando o lanzando flechas? Este tipo estaba loco. Lo único que quería es que me enseñe todo lo que debo saber para poder entrar en la universidad y ser escritora. Y si de paso puede mostrarme más literatura, yo estaría muy agradecida pero todo eso en la comodidad de nuestra biblioteca, que para aventurera, basta mi mente.

Así, el Profesor Cudmore, terminó instalado en casa. Algo que a mi novio no le resultó agradable. Ni a mi papá, que lo veía con malos ojos. Creo que en parte se debía a que mi nuevo tutor no era sociable, tenía un semblante bastante severo.

— ¿Sabes de qué parte de Italia es?— preguntó Edward aquella tarde luego de haber sido presentado.

—No. No lo sé, le pediré a mi abuela sus referencias— le sonreí.

—La mafia es italiana— murmuró mi novio intentando sonreír.

—Los espaguetis también— contesté. Ambos rompimos a reír.

—Te he extrañado— acarició mi rostro, me sentí flotar cómo cada vez que me demostraba su ternura.

— ¿Y me recuerdas en medio de tanto... enfermo?— volví a abrazarle.

—Las clases no me permiten por ahora tener el mismo ritmo de antes en el hospital. Empiezan muy temprano y se prolongan hasta la tarde. Almuerzo en la facultad, un día de estos quiero llevarte a conocer dónde estudio princesa, el anfiteatro es hermoso. Hay esculturas de Hipócrates, Hipatia, Darwin... todo es increíble.

—Claro que iré, Edward. Estoy tan feliz por ti. ¿Pero y el hospital?

—Sólo le ayudo a Carlisle los miércoles y viernes que salgo a las cuatro. Y los sábados por la tarde.

—Sabes, el nuevo tutor que tengo, le enseñó a un familiar de Esme— dije intentando predecir su reacción.

— ¿Así?

— ¿Pero debe ser familiar de su esposo no?— me sentía mal por no demostrar mis verdaderas intenciones pero Edward estaba tan hermético con ese tema que me desesperaba.

— ¿Por qué?— parecía que todo aquello no le interesaba mucho.

—Si se llama Platt debe ser familiar de su esposo— me encogí de hombros.

—No, ese es su nombre de soltera. Su esposo se apellida Evenson— dijo acomodando sus pertenencias. Parecía que el tema no le era tan indiferente.

—Edward ¿Qué le pasó a Esme?— pregunté sin poder contenerme. Me miró a los ojos, muy serio.

—Perdóname princesa pero eso es algo que yo no puedo decirte— tragué saliva al ver sus expresión atormentada.

— ¿Es que no confías en mí?— agaché la cabeza sin esperar su respuesta. Era obvio que no, que a pesar de haber compartido una vida juntos, ser amigos desde la infancia, no era digna de su confianza total.

— ¡Claro que sí! Pero intenta comprenderme. Es un secreto profesional.

—Pero tú no eres médico— volví a mirarlo a los ojos.

—Aun así, no debo— dejé pasar el tema desviando la conversación a los deportes que mi abuela estaba ansiosa que practique.

—Tengo miedo de caerme en el lago— confesé.

—El remo no es tan malo, lo practico cada verano desde que venía acá a pasar las vacaciones. Y tú sabes montar muy bien Bella— me sonrió.

—No me veo en traje de baño moviendo los remos en medio del lago Michigan— dije con sarcasmo.

—Espero que no te exijan usar traje de baño— respondió en tono de advertencia, me hizo sonreír. —Creo que podemos alquilar caballos para ir a montar. Es algo que solíamos hacer ¿Recuerdas?— preguntó.

—La mayoría de veces me llevabas en Pegaso— se me humedecieron los ojos al recordar. –Extraño la vida de pueblo— me quejé.

—Yo también pero tenemos muchas cosas que hacer, amor. De solo imaginarme las tareas que me han dejado creo que se me olvida hasta mi nombre— bromeó.


Mis horarios fueron establecidos por el tutor. Cuatro horas por las mañanas trataríamos temas educativos. Literatura, historia, lingüística e idiomas. Y por las tardes, dos veces a la semana debía practicar remo en el club. Alice se incorporó a algunas clases de historia y cultura general pero ella también tenía su propio horario para ir a sus clases de arte.

—Me he inscrito de un curso de patronaje, ya estoy aprendiendo a dibujar, ahora debo saber hacer ropa. En un mes entraré a practicar con una costurera— parecía feliz mientras daba color a unos bocetos.

— ¿Todo eso te piden para entrar en esa escuela de diseño de modas?— pregunté.

—Sí, son muy exigentes Bella. Nadie me va a enseñar a dibujar o cortar tela allí, debo ir sabiendo todo eso de antemano. Incluso debo saber coser, bordar y conocer la evolución de los vestidos a través de la historia.

—Eso se oye complicado— dije mirando una de las revistas que siempre la veía cargar. —¿Quién es Chanel?— pregunté, al ver a una mujer vestida de hombre en la portada.

—Ella es la máxima revolucionaria de la moda, la mujer más audaz, atrevida y decidida que conozco— dijo con mucho ímpetu.

— ¿La conoces?— pregunté asombrada.

—No personalmente pero he oído que pronto vendrá a América. Es francesa. Voy a entrar a esa Escuela de Diseño y Moda de Illinois apenas esté lista y voy a conocerla— mi prima hablaba con tal vehemencia que me convenció.

Así poco a poco Alice dejó de venir a mis clases, adentrándose en su propio mundo, Edward sólo me visitaba dos veces a la semana y los domingos salíamos. Mientras tanto yo me esforzaba por estar atenta a cada clase que mi tutor me daba. No era sólo escucharlo, yo debía participar, compartir con él mis opiniones y memorizar datos importantes pues en cada clase me bombardeaba con preguntas.

Su trato era amable cuando no estábamos en la biblioteca, sin embargo en las horas dónde debía aprender, era implacable. Y como me lo temía empezamos a asistir al club para que yo aprendiera a remar. Al inicio me pasé dos semanas sin tocar el agua, familiarizándome con los botes, los remos, las cuerdas. No disfrutaba aquello, el primer día que pude subir a un bote, me caí dos veces. No encontraba mi centro de gravedad como mi profesor me enseñaba. Y sincronizarme con él fue casi imposible. De hecho yo no tenía ninguna esperanza en el deporte para mí.

Edward reclamó las clases de equitación los domingos, salíamos hacia Hammond a pasear por los alrededores de la otra casa que teníamos. La primavera estaba en su apogeo, salir a cabalgar me ayudaba mucho a despejar mis ideas. Las clases eran fuertes, mi profesor no me dejaba descansar en la semana.

Un día me atreví a tocar el tema de Esme con mi preceptor. Me armé de valor.

—Yo conozco a la señora Esme Platt ¿Tiene alguna relación con la señorita Johanna Platt a la que usted enseñó?— pregunté en un intermedio. Él se quedó pensando un momento.

—Es su hermana mayor— susurró. Al parecer el tema tampoco era de su agrado.

—Supe de su lamentable accidente en la navidad pasada pero no he podido visitarla— tomé un sorbo de mi jugo de arándanos, aunque me costó pasarlo. Estaba mintiendo, haciendo una jugarreta para averiguar por un motivo puramente morboso. No tengo derecho, lo sé, sin embargo no es saber de ella lo que me preocupa sino la razón por la que mi novio se empeña tanto en ocultarlo. El profesor me miró muy serio sin ninguna expresión que yo pudiera descifrar.

—Creo que ya no está en la ciudad, supe que viajó al norte— se levantó del sofá y fue directo al estante de libros por una gorda enciclopedia. ¡Oh no!

—Espero verla alguna vez— fue mi último intento por sacarle algo. Suspiré.

—Sería mejor que no— dijo tajantemente antes de empezar con la lección de geografía. ¿Qué les pasaba a los hombres? Me dediqué a estudiar porque el siguiente otoño debía hacer mi primera tentativa con la universidad. Aunque también tenía otra alternativa, mi tutor me habló de talleres literarios abiertos a todo público. Quizás si no soy admita este año podría llevar algún curso que me permita mejorar mi narrativa.


Habían pasado seis meses desde que llegué a esta ciudad, llevo más de tres estudiando regularmente bajo la tutela del profesor Cudmore. En este tiempo él ha sido estricto en cuanto a mi educación, sobre todo con la literatura inglesa y alemana en las cuales ha hecho hincapié. Apenas tenía tiempo por las noches para leer. Su trato para conmigo era más amable, se había suavizado mucho. Fuera de los estudios me llamaba Bella como todo el mundo. Pero ni así logré sacarle más sobre Esme. Mi tutor era riguroso en cuanto a sus horarios. Empezábamos y terminábamos las clases cual ingleses. Igual con las clases de deportes. Tuvo que hacerme caso y desistir de intentar enseñarme tiro al blanco cuando casi le clavo una flecha al empleado del country club. Sin embargo, sé que cada sábado a las cinco en punto abandonaba la casa y no regresaba hasta el domingo a las ocho de la noche. No sé si tiene familia aquí en Chicago, es tan hermético como las potes de jaleas que hay en casa.

Soy bastante curiosa, no puedo negarlo, a veces quisiera seguirlo y ver hacia dónde va. Pero es una idea descabellada que ni Alice me apoyaría. Ahora que pienso en mi prima, ya está lista para presentar sus documentos en la escuela de diseño de modas, llevaba meses bordando, cosiendo, pintando y haciendo patrones de ropa. Incluso jamás se pone los trajes que compramos sin hacerle modificaciones o darle su toque personal. Tampoco deja que yo salga sin accesorios a juego para verme más elegante. Y le escribe mucho a su novio, cada carta que envía va perfumada y con bellos adornos dibujados por fuera. Jasper ha venido en dos ocasiones a verla, no puede ausentarse tanto tiempo, el viaje en tren le demora casi un día. Rosalie ha estado con nosotras en cada visita de su hermano, está algo triste porque su padre no la deja estudiar. Ella sueña con ser maestra pero tiene miedo de desobedecer, incluso se ve con Emmett a escondidas. Nos contó que están buscándole un buen partido entre los potentados bancarios de la ciudad. Pero que si eso ocurre se fugará de casa, espero de todo corazón que no tenga que hacerlo.

Poco a poco me estoy haciendo al ritmo de la ciudad. Mi abuela ya se ha olvidado de ese asunto de la mafia y me deja salir al centro eso sí, con el chofer. Jamás sola.

Una tarde de sábado salía de comprar una lapicera cuando divisé a lo lejos a mi tutor. Su alta figura destacaba del gentío. Sabía que el conductor de mi vehículo estaba entretenido resolviendo su crucigrama, eché a andar tras mi instructor, pocas calles más allá entró en un café. Me detuve frente a aquel lugar donde también vendían pasteles y entré cómo si fuera casual. Pedí una rebanada de tarta para llevar y mientras me lo preparaban, a través de las vitrinas lo busqué entre los comensales. Me llevé una enorme sorpresa al verlo sentado al lado de Esme. Era ella, bastante más delgada casi no la reconocí. Había cambiado muchísimo, sus ropas no eran las de antes, no vestía de diseñador ni su cabello estaba perfectamente cepillado. Parecía tan frágil. Antes de marcharme logré ver que le entregaba una carpeta a mi profesor.

¿Por qué se citarían en un café? ¿Qué es lo que ese par se traían? Con razón que él no quiso decirme nada de ella, la conocía muy bien, incluso mejor de lo que mi novio debía saber. De inmediato me fui al hospital, sabía que Edward debía estar allí. Era extraño, algo me decía que no debía correr a comentarlo pero era Edward, mi novio, mi mejor amigo.

Llegué cuando él estaba en el consultorio pesando a una mujer. Esperé afuera no quise interrumpir su labor. Cuando la paciente entró al consultorio interior, me anuncié.

—Hola amor— dije, mostrando mi mejor sonrisa nerviosa.

— ¡Princesa!— me saludó muy contento.

—Necesito hablarte unos minutos— dije mientras mis pies estaban inquietos.

—Espera— dijo con su rostro invadido por la duda. Yo no solía presentarme en un hospital público a media tarde del sábado.

Le avisó a Carlisle y me llevó a la cafetería. Pedimos un café que sabía horrible y nos sentamos a conversar.

— ¿Qué te trae por aquí Bella?— preguntó.

—Esme Platt— dije sin rodeos.

— ¿La has visto?— me preguntó cambiando su sonrisa por una mirad de preocupación.

—Sí, la acabo de ver ¿Qué le pasa?

—Está pasando problemas, princesa.

—Si no me dices algo Edward, no te diré con quien la he visto hace un rato— dije en tono amenazante. Mi novio se frotó el rostro y masajeó el puente de su nariz. Eso significaba que estaba llegando a su límite de tolerancia pero iba a tener que soportarme y además decirme la verdad.

—Esme está separándose de su esposo— dijo despacio moderando sus palabras. Se veía que había mucho más detrás de todo eso.

—La vi con mi tutor. Estaba tomando un café con el señor Félix pero no sé... está muy desmejorada— me sentí fatal por comentar sobre su vida personal.

— ¿Con tu tutor?

—Sí a mí también  me sorprendió cuando lo vi reunirse con ella— dije asombrada.

— ¿Lo viste? ¿Estás siguiendo a tu profesor?— preguntó asombrado.

— ¡No! Bueno no intencionalmente. Lo vi en la calle y me dio curiosidad, además entré a ese café para traerte pastel— dije mostrándole mi cajita deliciosamente decorada.

— ¡Estás mintiéndome! ¿Desde cuándo me compras pastelitos?

—Está bien, sé que no soy una novia detallista. Pero quería saber qué hacía mi tutor y con qué clase de personas sale. Y allí estaba la señora Esme, le dio una carpeta con papeles seguramente...

— ¿Tanta curiosidad tienes que haces esto? Bella, es su vida privada. La de tu tutor y la de Esme.

—Ella se ve mal, Edward. ¿Qué me ocultas? ¿Acaso crees que no soy confiable?— le reclamé un poquito subida de tono.

—Lo eres— la voz suave de Carlisle me hizo enrojecer. Aquí estaba yo de fisgona y entrometida. ¿Qué va a pensar de mí? –Eres una persona confiable pero yo mismo le pedí a Edward que me guarde el secreto— se sentó a nuestro lado. Edward se removió en su lugar visiblemente abochornado.

—Lo siento Carlisle, no quise ser entrometida— intenté disculparme.

—Lo que voy a decirte no debe salir de nosotros— suspiró.

— ¡No por favor! No me cuentes— estaba tan arrepentida de mi indiscreción.

—Es necesario, no es bueno que esa duda quede entre ustedes— volvió a mirar detrás de mí, midiendo si nuestras voces llegaban a la mesa contigua. –Esme está pasando un gran problema. No puedo entrar en detalles infames sólo te diré que ella es víctima de su esposo. Está intentando separarse tras haber perdido a su bebé— su rostro demostraba el dolor que aquella verdad le causaban. Mis ojos se humedecieron, un tanto por lo que le sucedía a Esme y otro gran porcentaje por la vergüenza que me causaba el haber orillado a Carlisle a decirme algo que no tenía previsto.

—Lo lamento mucho. Yo... sólo es que... la vi con mi tutor y quise saber— sollocé.

—No conozco a tu tutor y no tengo más contacto con la señora Evenson, Esme Platt como tú la conoces. Por favor Bella, se discreta— hizo un amago de sonrisa se levantó y se marchó. Aún estaba impactada con la noticia, miré a Edward todavía avergonzada.

—Perdón— susurré.

—Ahora que ya lo sabes, espero que estés tranquila— dijo sin verme a los ojos. –Debo terminar mi turno. Nos vemos mañana— se despidió dejándome sentada en aquella cafetería.

Ay si el arrepentimiento matara, estaría agonizando. Qué torpe he sido, por mi curiosidad indiscreta ahora mi novio está molesto y su preceptor debe creer que soy intrusa. Y todavía no puedo sacar de mis pensamientos la duda de porqué la señora Esme, Platt o Evenson, se reúne con mi tutor. No es abogado, quizás conozca algún ex alumno que lo sea. Pero no me importa ¡Ya Bella deja de meterte donde no te llaman!

**********************

Sí Bella, deja de estar de curiosa. Me alegra que Alice esté trabajando duro por lo que tanto quiere. También Jasper, Edward, Emmett y Rose.

Espero que tanto alargar la historia no las aburra, pronto sabrán el desenlace de sus aventuras en la gran ciudad.

Gracias por leer

PATITO

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