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CAPÍTULO 24: EL HADA MADRINA

Aquel auto negro brillante se detuvo frente a la casa, un hombre vestido de oscuro bajó del inmenso coche. Rodeó el vehículo y abrió la puerta para ayuda a descender a una anciana de cabellos plateados. No podía distinguir su rostro para saber qué aspecto tenía. Desde dónde yo estaba sólo alcanzaba a ver que estaba muy bien vestida. El conductor me miró y le señaló en mi dirección. Se acercó un poco a la reja de entrada.

— Buenas noches ¿Podría indicarnos cómo llegar a la casa del señor Edward Masen?—preguntó. Así que venían a la fiesta de los Masen.

—Siga la carretera y tome la desviación por el camino grande, no se perderá. En el pueblo sólo busque la casa más grande que hay en el parque. Se darán cuenta por la fiesta que en este momento debe haber— indiqué, la anciana le susurró algo.

— ¿Están tus padres en casa? Verás, llevamos perdidos bastante rato y mi señora está muy cansada, no distingo entre un camino grande y uno pequeño en este lugar— se quitó el sombrero. —Si nos guían les recompensaremos bien— ofreció. Pero yo no podía ayudarle.

—Lo siento, estoy sola— dije fuerte. — Y no tengo padres.

— ¿Nos podrías guiar tú?

—Lo haría con gusto pero no puedo salir de casa.

—Bueno, gracias— dieron la vuelta para regresar al auto, la anciana estaba a punto de subir pero de pronto dio la vuelta volviendo a mirar hacia mi ventana. Caminó unos pasos hasta la reja, nuevamente

— ¿Cuál es tu nombre niña?— pregunto con una voz muy dulce. Debía ser una viejecita amable, de esas que tejen y consienten a sus nietos.

—Soy Bella. Bueno, Isabella Swan pero todos me dicen Bella— no me respondió. Tampoco se movió de su lugar.

— ¡Jimmy!— llamó a su chofer.

—¿Señora?— contestó su conductor, que había llegado a su lado.

— ¿Por qué no has ido a la fiesta niña?— volvió a preguntarme la anciana.

—Es que… estoy encerrada— confesé.

—Jimmy, rompe esa puerta ¡Ahora!— la oí decir. Me asusté mucho, no debí decirle que estaba sola ¿Y si eran secuestradores? Sé que en las ciudades grandes había todo tipo de gente peligrosa.

— Señora ¿está segura?— preguntó su empleado.

—Completamente segura. ¡Tírala ahora!— gritó. Mi corazón latía a prisa, la dulce ancianita se convirtió de pronto en una malvada secuestradora.

El conductor abrió la reja hasta llegar a la puerta principal, la pateó varias veces, miré en todas direcciones, el policía que me cuidaba se había ido al atardecer y no había nadie que pudiera defenderme.

— ¿Qué hacen?— grité. —¡No pueden entrar así! Mi madrastra los demandará—parecían no oírme, concentrados en echar abajo la puerta.

Dejé de escuchar los golpes y asumí que habían logrado derribarla, los pasos se hicieron más fuertes en las escaleras, los del hombre eran firmes y la anciana parecía subir apoyándose en un bastón.

Apegué la espalda en la ventana cuando escuché los porrazos en mi propia puerta, estaba muy asustada, no sabía que intenciones tendrían o si me harían daño.

—¡Auxilio! ¡Ayuda!— grité a voz en cuello. Pero mi voz se perdió en la noche. Nadie podría oírme

Un último y fuerte golpe se oyó antes que la puerta se abriera. Solté un chillido sosteniendo en mis manos el paraguas favorito de Jessica a modo de arma de defensa. Pero el conductor no entró, se hizo a un lado para dejar el paso a la anciana. Ella entró y me miró fijamente, su cabello era completamente cano, usaba unas gafas redondas. No podía verle bien los gestos pues las dos velas que había logrado encender apenas iluminaban. Ella caminó hacia mí, yo estaba petrificada del susto. Lo único que nos separaba era el paraguas que no me atrevía a soltar.

— ¿Renée?— preguntó suspirando. No entendía porque llamaba por el nombre de otra persona, si yo le había dicho el mío. Menos que use el nombre de mi madre. —Renée— volvió a decir. —Eres igual a ella, su mismo rostro, sus mismos ojos, hasta tu voz se le parece. ¿Tú eres la hija de mi Renée?— preguntó. Mi corazón se aceleró mucho. El miedo había cedido paso a la sorpresa.

— ¿Usted conoció a mi madre?— pregunté bajando mi improvisada arma. Necesitaba preguntarle de dónde la conocía a mi mamá. ¿Por qué la llamaba “mi Renée”? Sabía tan poco de ella.

—Claro que la conocí, desde que nació. ¡Ella era mi hija!— unas gruesas lágrimas cayeron de sus ojos, humedeciendo su rostro. Entonces aquella anciada ¿Era mi abuela?

Me acerqué poco a poco hasta estar a su alcance, sus ojos eran igual a los míos, marrón chocolate y sus facciones no me daban miedo.

—Entonces tú eres…

—Soy Marie Higginbotham, tu abuela— no pude resistirme ante sus palabras, sin recordar que estaba llena de cenizas y el vestido sucio, la abracé con mucha fuerza. Tanto tiempo pensé que no conocería a mi familia materna, que estaba sola en el mundo desde que papá se fue.

Imaginé tantas veces que los padres de mamá no me querían porque se casó con Charlie. Por Dios ¡tengo una abuela!

Lloré de felicidad, al fin había encontrado a la familia que nunca conocí. Bueno ella me había encontrado a mí.

— ¿Dónde está Charlie? ¿Dónde está tu padre?— preguntó más seria, limpiando sus lágrimas.

—Desapareció hace unos meses, sé que algo le pasó, papá no me abandonaría, él me quiere mucho— sollocé.

— ¿Y porque estás encerrada?— su voz se hizo más dura.

—Mi madrastra y su hija… no querían llevarme a la fiesta de los Masen— limpié mis lágrimas.

— ¿Edward Masen es el dueño de esa casa donde se realiza aquel baile?— yo tenía más curiosidad por saber porque andaba buscando a Edward.

—Si ¿De dónde conoces a Edward abuela?— me salió natural el decirle así, ella sonrió.

—No lo conozco. Hace unos días me llegó una carta a casa muy extraña. Decidí venir hasta aquí para estar segura de lo que decía. La firmaba Edward Masen. ¿Qué edad tiene? ¿Es un hombre mayor? ¿Y por qué está tan interesado en ti?— me llenó de preguntas y no sabía que decirle.

— ¿Me dejas ver la carta?—  pedí. Abrió su bolso de cuentas y sacó de ella un sobre. Me lo extendió con algo de duda en su rostro.

"Señores Higginbotham:

Me atrevo a escribirles sin conocerlos y sin estar seguro de si esta carta está dirigida a las personas correctas.

En el pueblo de Irvington de la ciudad de Indianápolis vive Isabella Swan. Bella como la llamamos todos los que la queremos.Ella es huérfana de madre y recientemente su padre ha desaparecido dejándola al cuidado de su madrastra, una mujer de mal corazón que sólo ha hace sufrir.

He podido acceder a su acta de nacimiento, el nombre de soltera de su madre es Renée Higginbotham y sé que era originaria de Chicago. Si ustedes tienen algún vínculo familiar con Bella les rogaría que pudieran contactarme, sólo escríbanos al apartado postal que figura en el sobre. Mi familia y yo estamos dispuestos a negociar su custodia.

Gracias por todo.

Edward Masen"

Mis ojos se llenaron de lágrimas al leer aquel papel. ¡Edward!

—Edward te escribió… por eso estaba en la oficina de correos cuando sufrió el accidente. Tengo que ir a verlo abuela— dije sollozando.

—Aún no me has contestado quien es Edward Masen jovencita— me pidió con un tono sobre protector.

—Edward es el muchacho más apuesto y maravilloso del mundo. Es mi mejor amigo de toda la vida, me ha cuidado y protegido siempre. Me sacó del bosque cuando mi madrastra se olvidó de mí, salvó a Querubín, mi cordero, cuando lo vendieron y compró todos mis animales aunque lo acusaron de robo. Y estoy segura de que me sacará de aquí pronto— todas las imágenes y recuerdos de él llegaron a mi mente, si Edward era mi compañero, era el mejor.

— ¿Y qué edad tiene?

—Es un año mayor que yo.

—Oh bueno, temí que fuera un hombre mayor. Entonces ¿es tu novio?— sonrió muy complacida.

—No— sentí mis mejillas arder. –Es mi mejor amigo y mañana va a marcharse a Chicago, los Masen querían llevarme con ellos pero mi madrastra los demandó y me encerró aquí, un policía me vigila en el día para que no me escape— mis lágrimas volvieron.

— ¿Te tienen encerrada con policías? ¿Y qué es lo que haces todo el día?— se enfureció, sus cálidos ojos se volvieron fieros.

—Hago todo tipo de trabajos, limpio, cocino, trapeo…

— ¿Te convirtieron en la sirvienta de la casa?

—Bueno, con mi trabajo pago mi comida. Pero quería tanto ir a la fiesta de Edward, ya debe estar por empezar— suspiré al imaginarlo con un traje que le quedaba perfecto, en la puerta de su casa esperándome.

—Irás, claro que irás.

—Mírame abuela, Jessica mi hermanastra me echó cenizas y rompió mi mejor vestido, no puedo ir así— agaché la cabeza, no quería que Edward me viera tan desarreglada.

—Tenía la esperanza de que la carta fuera cierta, que tuviera una nieta que no conocía. Tantos años pensé que estaba sola, que no tenía a nadie más mundo. Calculé que no tendrías más de 16 años, mi Renée murió muy joven. He comprado ropa para ti en la ciudad que está cerca. Jimmy, trae la valija rosa por favor— llamó a su conductor.

— ¿Me compraste un vestido?— sonreí.

—Bueno, fueron seis pero creo que el azul servirá para hoy. Tienes que darte un baño ahora mismo—

Corrí al baño feliz, me arrojé encima los cubos de agua fría, no tardé mucho en tener mi piel limpia y mi cabello lavado. Incluso me atreví a usar los productos que Jessica usaba. Mi sonrisa no se borraba, me envolví en una toalla mullida y me sequé el cabello, lista para ponerme lo que mi abuela me había comprado. Las cosas sucedían como el cuento de la Cenicienta, sólo que esta magia tomaba más tiempo pero sé que era magia lo que había traído a mi abuela a mí cuando ya casi había perdido la esperanza. Era la magia del amor de Edward.

Contuve la respiración cuando vi aquel vestido, era el mismo que unos meses atrás estaba el mostrador de la ciudad. El vestido francés.

—Abuela, es precioso pero sé que cuesta mucho, no puedo ponérmelo. A veces soy muy torpe, no quisiera echarlo a perder— le confesé susurrando sobre mi torpeza.

—Si la torpeza se hereda, recibiste una buena dosis de desastre de mi parte. Tu madre era igual, me echó a perder más vestidos de los que puedo recordar— sonrió. —Eres mi nieta, la última Higginbotham que queda, estos trajes no son suficientes para ti. Tendrás mejores cosas en adelante. Ahora date prisa o no verás a tu príncipe azul— me apuró. Sonreí al escucharle decir eso. —Lo siento pero no traje zapatitos de cristal— dijo triste cuando me abrochaba los botones.

—Tengo los que me regaló la mamá de Edward en mi último cumpleaños— rebusque entre las cosas de Jessica hasta que las encontré, eran tan bonitas que hacían juego con el vestido.

—Siéntate, intentaré peinarte. Hace tanto…— susurró, quitándose de su cabello una hermosa peineta de plata. Sus manos eran suaves, vagamente recordaba que alguna vez me peinaron así. Cepilló mi cabello suavemente. Me lo ajustó con horquillas mientras murmuraba algo sobre secadores y tenacillas.

—Lista, ven conmigo— tomó mi mano parame acercarme al espejo de cuerpo entero que estaba junto a la cama de Jessica. No quería mirarme, tenía miedo. Decidí encarar mi reflejo pero la que estaba ante mí era otra muchacha. Con un vestido deslumbrante y el cabello peinado. Sólo los ojos que me miraban eran los mismos de siempre. “Edward si me reconocerá”  dije mentalmente.

—Eres tan hermosa como mi Renée— mi abuela había empezado a llorar, la abracé cariñosamente para calmarla. –Ahora te llevaré a ese baile, llegarás en un Rolls Royce a falta de carroza. Y quiero verte bailar con ese tal Edward Masen.

— ¿En serio? Pensé que no querías— intenté no llorar.

—Ya he sufrido suficientes años por oponerme a un amor, no cometeré el mismo error dos veces. Y tus ojos no mienten. Tu amas a Edward ¿no es así?

—Si abuela, con todo mi corazón— confesé.

—Entonces ¿Qué esperamos?

Bajamos las escaleras lentamente, salimos hacia la noche fresca. Antes de subirme en ese elegante auto me volví a darle una larga mirada a la casita de piedra que por tantos años llamé hogar. No sabía si la volvería a ver algún día.

Subí al coche con temor pero descubrí que era más cómodo que viajar en carreta y mucho más rápido.

— ¿Abuela entonces soy Isabella Swan Higginbotham? ¿Ese es nuestro apellido?— se me hacía raro, siempre fui sólo Bella Swan. Y lo seguiría siendo Swan pero me intrigaba saber sobre la familia de mi madre.

—Somos los Higginbotham de Chicago, una de las familias más importantes. Tenemos muchas propiedades en todo el país y en Inglaterra de dónde era originario tu abuelo. Financiamos  grandes instituciones como la Universidad de Michigan, el Museo, La Biblioteca Pública y otros centros culturales. Tu abuelo era un asiduo lector y mecenas de todo aquel artista que lo necesitara— el auto se detuvo y mi corazón saltó.

—Izquierda o derecha señorita Isabella?— preguntó el conductor.

—Derecha,  gracias— le indiqué.

—Cuéntame más de ti Bella, ¿Cómo ha sido tu vida? Tengo tantas preguntas que hacerte— abuela tomó mis manos.

—He vivido desde niña en este pueblo, es muy bonito. Tenía varios animales, yo misma los cuidaba, asistía a la escuela local hasta hace poco. Tengo muchos recuerdos hermosos aquí.

— ¿Entonces has sido feliz? ¿Antes de que tu padre volviera a casarse?

—Sí he sido muy feliz, no hace mucho que ellas vinieron a vivir con nosotros.

—Si hubiera sabido de ti antes— suspiró.

—No, creo que llegaste justo a tiempo, cuando más te necesitaba— le sonreí. El auto se detuvo, mi corazón volvió a acelerarse.

—Tranquila, entraremos juntas.

— ¿Por favor abuela, dime que esto no se acabará a media noche?— apreté su mano con fuerza porque estaba muy nerviosa.

—No mi niña, no dejare que esto se termine nunca. De ahora en adelante viviré feliz, ayudándote a que tú lo seas. Tendrás todo cuanto has soñado, todo lo que pueda darte.

—Todo lo que quiero esta noche es… bueno tu sabes…— me sonrojé.

—Sí, el príncipe— se carcajeó al verme avergonzada.

Ella bajó primero del auto y yo la seguí, tuve mucho cuidado de no pisar lodo. Las puertas de la casa de los Masen estaban abiertas de par en par, mucha gente había salido a ver el imponente auto en el que habíamos llegado. Todos nos miraban y murmurando entre ellos.  La señora Elizabeth se adelantó a recibirnos.

—Buenas noches— saludó asombrada mirando a mi abuela.

—Buenas noches soy Marie Higginbotham de Chicago y ésta es mi nieta.

—Bienvenidas— la señora Masen se veía aturdida, yo no la miré a los ojos. Como buena anfitriona nos cedió el paso, su esposo nos alcanzó cuando entrábamos a la casa. Mi abuela conversó con ellos muy poco inventándose una historia mientras yo buscaba con la mirada a Edward.

Lo vi, estaba sentado con la mirada perdida en un rincón. Se veía ojeroso aun así lucía como un príncipe de cuentos. Traía un perfecto smoking negro con pajarita incluida. Sonreí, al recordar que no le gustaban.  Quería acercarme y decirle que estaba aquí pero mi abuela seguía conversando con los anfitriones.

—Querida, ve a buscarte una bebida, debes estar sedienta— me mandó adivinando mi impaciencia. Hice una reverencia, mirando al piso. Ninguno de los señores Masen me habían reconocido.

Caminé los pasos que me separaban de Edward, lentamente porque no quería echar a perder este momento con una de mis entradas triunfales sacando brillo al piso. A unos escasos metros de él, una figura se interpuso bloqueándome.

—Edward bailemos. Es de muy mala educación rechazar a una dama— Jessica lo tomó del brazo. Sentí  muchos deseos de golpearla, de hecho lo haría si no hubiera tanta gente esta noche. Han sido meses de soportar sus humillaciones, sus frases hirientes y sus desplantes. Y me debía un vestido.

—No me toques— Edward retiró su brazo con brusquedad. –No tengo deseos de bailar y menos contigo— le dijo de forma hosca.

—Ya te dije que Bella no quiso venir, dijo que no quería despedirse de ustedes.

—No te creo.

—Edward entiendo que Bella te guste pero mañana te vas a la ciudad. Apenas llegues a Chicago te vas a olvidar de ella, no seas aguafiestas— le reclamó.

—Es que nunca entendiste nada. Te lo diré para que te quede claro: Yo amo a Bella. No importa lo que hagan tu madre y tú, volveré por ella—sus palabras me dejaron clavada al piso. Estaba aceptando su amor por mí en público. Bueno no había mucha gente alrededor pero no tuvo reparos en decirlo en voz alta.

Después de aquella confesión Jessica se marchó ofendida, tal vez no le gustó ser rechazada de esa forma. Llegué al lado de Edward.

—Hola— dije en un susurro, mi voz no ayudó, salió algo ronca porque tenía la garganta seca.

—Hola— respondió por compromiso y sin mirarme.

— ¿Bailas?— pregunté algo más firme.

—Lo siento yo no...— levantó la vista hacia mí para mirarme con esos ojos verdes tan hermosos. Se le veía confundido, lentamente se levantó de su asiento, se acercó a mí y sin decir palabra, me abrazó con fuerza.

— ¡Princesa! Te amo princesa—mi corazón bombeaba agitado, no me esperaba esa reacción.

—Yo también te amo Edward— le confesé aferrándome a él.

—Pero ¿Cómo? ¿Qué paso?...— se trababa al hablar intentando acariciar mi rostro, mirando mi vestido, mi cabello.

—Si bailas conmigo te cuento— le sonreí. Me regaló una espléndida sonrisa, ofreció su brazo para llevarme al centro del salón. Tomó mi cintura y me acercó más que de costumbre hacia él.

—Es un sueño tenerte así. Estás… tan bonita, quiero decir, eres preciosa pero con esa ropa… ¿de dónde?…— no lo dejé terminar.

—Digamos que hoy ocurrió algo inesperado— sonreí muy feliz.

— ¿Algo inesperado?

—Sí. He venido con mi abuela— en su rostro se volvió a formar una sonrisa.

— ¿Tu abuela Swan o Higginbotham?— preguntó.

— ¡Lo recordaste! Fuiste tú el que le envió la carta. ¡Te quiero tanto!—  dije echándole los brazos al cuello.

—Han sido dos días deplorables pero pude recordarlo todo princesa. Y no sabía qué hacer, me sentía tan impotente— la música empezó, recordé que bailamos esta misma pieza en su cumpleaños.

—Bailemos, mi abuela quería verme bailar contigo— le dije mirando hacia dónde la había dejado. Ella nos miraba sonriendo, los padres de Edward estaban confundidos.

Dimos muchas vueltas siguiendo el ritmo de la música, Edward me hacía girar. Se veía radiante con aquel brillo en los ojos que tanto me gustaba. Yo también sonreía, disfruté cada segundo que duró la pieza. Al terminar caminamos para sentarnos y poder seguir hablando.

—Esto es como un sueño— volvió a sonreír. — Entonces no vas a quedarte en el pueblo ¿verdad?— preguntó desesperado.

—No lo sé, aún no hemos hablado de eso. No creo que quiera dejarme aquí.

—Ojala que te lleve a vivir a Chicago y estemos tan cerca— su voz sonaba ansiosa y eso me gustaba mucho.

—Hola ¿nos conocemos?— la voz nasal de Jessica me quitó la sonrisa que traía. Ya no le tenía miedo, ni a ella ni a su madre. En realidad nunca se los había tenido, sólo había intentado ser buena obedeciendo lo que me decían para evitar problemas.

—Claro que nos conocemos Jessica— su mirada estaba perdida en mi vestido nuevo.

— ¿Si? No te recuerdo para nada. ¿Edward puedes bailar conmigo ahora?— preguntó ignorándome.

—Ni ahora ni nunca Jessica, lo siento— dije él muy serio. – ¿Bailamos otra vez princesa?— me preguntó tomando mi mano.

— ¿Princesa?— murmuró la rubia. Yo me limité a sonreír.

— ¿Sabes algo Jessica? Las hadas madrinas si existen— le guiñé un ojo cuando me miró sorprendida. Abrió sus enormes ojos azules, estaba segura que me había reconocido. Me alejé de ella del brazo de Edward.

—Quiero conocer a tu abuela— me susurró al oído, nos dirigimos hacia ella que seguía al lado de los señores Masen.

—Pero miren a quien tenemos aquí. Edward Masen imagino— saludó abuela apenas llegamos.

—Si abuela, él es Edward. Edward, ella es mi abuela Marie Higginbotham — los presenté.

— ¿Pero su nieta ya conocía a nuestro hijo?— preguntó el señor Masen.

—Oh querido, no te has dado cuenta que es nuestra Bella— le dijo la señora Elizabeth abrazándome a su esposo. –Estás preciosa hija— me susurró oído.

— ¿Bella? ¿Bella Swan?–el señor Masen me miraba de arriba abajo sin poder creérselo.

—Isabella Swan Higginbotham — corrigió mi abuela. –Tengo entendido que mañana se trasladan a Chicago— respondió.

—Bueno sí. Mañana vamos a la ciudad, nos quedaremos un día allá y tomaremos el tren a Chicago pasado mañana— afirmo el padre e Edward sonriéndome.

—Nosotras también partiremos mañana por la tarde. Tengo algunos asuntos que arreglar primero.

— ¿Entonces si se llevará a Bella verdad?— preguntó Edward feliz.

—Claro que sí, de ahora en adelante vivirá conmigo, yo resido en Hammond no me gusta la ciudad pero tenemos otra casa en Gold Coast en la Avenida Lakeshore en donde seguro nos instalaremos ya que Bella debe estudiar.

—Eso es maravilloso, nuestra casa está en la Av. Michigan, muy cerca— sonrió la señora Masen apretando mi mano.

— ¿Isabella?— la voz de mi madrastra me quitó felicidad por un momento. — ¿Qué haces aquí?— gritó sin tener el mínimo respeto a sus anfitriones.

—¿Esta es la esposa de Charlie? — preguntó mi abuela furiosa. Sólo asentí, Edward me abrazó en señal de protección.

—Isabella Swan, regresa a casa ahora mismo o traeré a los policías para que te lleven a rastras— la señora Amanda parecía a punto de saltar sobre mí.

—Así que tú eres la madrastra— dijo mi abuela.

—Soy su tutora legal y exijo que ella salga de esta casa ahora mismo. No sé quién sea usted pero seguro que no querrá problemas con la ley ¿verdad?

—Yo te voy a dar líos con la ley, mujercita— mi abuela se plantó frente a mi madrastra. —Bella no se va de aquí— mi abuela la desafió.

— ¿Y quién es usted para decirme que hacer con esa niña?

—Soy la abuela materna, la que por derecho debe tener su custodia. Y por cierto la dueña de la casa dónde vives— yo no entendía a qué se refería.

—Bella no es dueña de esa casa, es mía por derecho de matrimonio— gritó la madre de Jessica.

—Derechos que vendiste hace una semana en Indianápolis. Tengo acciones en ese banco querida,  los papeles de "tu casa" ya están en mi cuenta. Así que te quiero fuera de la casa de mi nieta mañana mismo o tendré que demandarte— la cara de mi madrastra era un volcán a punto de estallar.

No sabía que había hipotecado mi casa. Seguramente porque pensaba mudarse en cuanto pudiera deshacerse de mí. Me sentí feliz al saber que mi casa no se quedaría en poder de esas mujeres.

Sentí una pequeña mano tomar la mía. —Esto se pone bueno, yo le apuesto a la viejecita— a mi lado estaba Alice con una gran sonrisa.

— ¿Dónde estabas?— pregunté ya que no la había visto cuando llegué.

—Con mi Jass, lo siento pero yo también estaba viviendo mi propio cuento de hadas— confesó murmurando en mi oído. De reojo miré que Jasper estaba de pie a unos pasos de mi prima.

—Usted no tiene derecho. ¡La justicia no me dejara desamparada!— se defendió mi madrastra. Para entonces mucha gente se había aglomerado a mirar lo que sucedía.

—Oh no, señora ¿Trelawney? ¿Stanley? ¿Swan? porque con cada apellido has ido dejando deudas tras de ti. Casas hipotecadas, letras firmadas, pagarés y cheques sin fondos. Me encargaré de que no puedas pisar una boutique decente por el resto de tu vida. Quizá no pueda darte tu merecido hoy pero llevarás una vida miserable, de ahora en adelante tendrás que trabajar para comer— el rostro de Jessica que estaba al lado de su madre, se descompuso, retrocedió asustada.

Menuda cobarde, yo le había aconsejado que aprendiera a cocinar, lo iba a necesitar más pronto de lo que había pensado.Trabajar no era malo, sólo para ellas parecía ser un castigo.

—El Juez no lo permitirá— fue lo último que le oí decir, antes de verla desvanecida. Jessica impidió que su madre se diera contra el piso, algunas personas la ayudaron a llegar a uno de los sillones.

—Eso lo veremos— dijo mi abuela, regalándome una sonrisa. – ¿Y quién es esta muñequita?— reparó en Alice.

—Es mi prima Alice abuela. Alice ella es mi abuela, vino por mí, Edward le escribió—dije muy contenta. Alice se acercó a abrazarla.

—Encantada señora, que bueno que llegó, Bella la necesitaba a gritos— le confesó.

— ¿Eres sobrina de Charlie?

—Sí pero no conozco a mi tío, llegue yo solita de New York hace poco, trabajo con los Masen, viví unos días con Bella allí en esa prisión donde vivía, casi me matan de hambre— se quejó.

— ¿Entonces querrás ser la acompañante de mi nieta? Nos vamos a Chicago, Bella necesita compañía— le ofreció. Alice dio un par de saltitos de gusto.

—Claro que acepto, Chicago es ahora la capital de la moda, si alguna vez puedo recuperar mi herencia montaré una gran boutique— decía mi mejor amiga y prima también.

—Te ayudaré en ello— las dos parecían haberse hecho muy buenas amigas. Sentí unos brazos rodearme.

—Ven conmigo princesa— Edward me tomó de una mano y subimos al segundo piso. Llegamos a una terraza preciosa dónde su madre acostumbraba a tomar el té. Mi amigo se veía nervioso, pensativo, algo distante. Me dio miedo verlo así, quizás no le había gustado tan emperifollada como iba. Quizás quería decirme algo que no me gustaría.

—Sé que es muy pronto para decirlo, sé que somos muy jóvenes. Aún nos falta crecer pero yo… yo quería…— se veía tan lindo cuando hablaba atropelladamente. Mis dudas se marcharon, él quería declararme su amor. Pero con tanto que había hecho por mí, no tenía la menor duda que me amaba. O tal vez, quería pedirme que fuera su novia, Alice dice que eso está bien.

— ¡Cásate conmigo Bella!

El aire abandonó mis pulmones, mi corazón se detuvo por un instante. No pude más que abrir la boca e intentar no caer en shock cuando lo vi poner una rodilla en el piso, tomar mi mano y mirarme con devoción.

—Sé que no tengo aún nada que ofrecerte, nada que haya conseguido por mí mismo y que me tomará un tiempo establecerme para poder hacerme cargo de ti. Pero necesito pedírtelo, es lo que más deseo. Bella, te amo, te he amado toda mi vida. Me harías el extraordinario honor de ser mi esposa — me olvidé de respirar, de pensar… No tenía dudas, yo lo amaba igual o más. Sabía que era pronto para hablar de matrimonio pero si quería, con todo mi corazón, si quería ser su esposa algún día.

—Claro que acepto Edward— por fin pude reaccionar, soltando las lágrimas que se agolpaban en mis ojos. —Seré tu esposa, lo prometo— se puso en pie y me abrazó, tomó mi rostro entre sus manos y me besó con tanta ternura que sentí que me faltaban fuerzas para seguir de pie.

—Yo también lo prometo Bella, un día tú y yo nos casaremos. Por ahora me conformo con que seamos novios— dijo sonriéndome.

— ¿Novios? Esa es una gran responsabilidad señor Masen, no creo ser capaz de sobrellevarlo— le dije muy seria, su mirada cambió asustado. —Estoy bromeando Sir Edward, no me imagino otro novio que tu— lo atraje para poder abrazarlo y oír su corazón acelerado.

—Princesa traviesa— suspiró. — Sabes que ahora muchas cosas van a cambiar. Iremos a una ciudad enorme,  tendremos que estudiar mucho, adaptarnos a otro lugar completamente distinto de este pueblo, con otras costumbres…

—Lo sé Edward, sólo espero que tu amor no cambie— susurré.

—Claro que va a cambiar. Crecerá más y más cada día.

El traqueteo del tren era algo agradable, miraba a través de las ventanillas como pasaban veloces los árboles que lucían de un color marrón dorado. Estábamos terminando el otoño, pronto llegaría el invierno y las primeras nevadas. El manto blanco cubriría el paisaje verde que llevo en mis recuerdos. Los pastos, las bayas y los frutos silvestres que tanto me gustan desaparecerían. Y no estaría aquí cuando vuelvan a renacer.

Este tren me lleva a una nueva vida, lejos de todo lo que me es conocido. Sólo pude hacer un pequeño equipaje de recuerdos, mi casita edificada con piedras, mis animales, aquellos atardeceres que podía observar trepada al gran morero que crecía al lado del cobertizo. Con aquellas memorias presentes en mi corazón, debo empezar mi nueva etapa. Estaba llena de miedos, esperanza e ilusiones, todo mezclado aquí en mi pecho.

La abuela  me miraba cada tanto. Ella iba sentada frente a nosotras. Alice y yo estábamos muy juntas, hablando sobre lo nuevo que veríamos en la ciudad. Los señores Masen iban unos asientos más adelante frente a Emmett  y Edward que leía un periódico de hoy.

No podía creer a dónde me iba y me preguntaba una y otra vez si podría adaptarme. Pero ya no había lugar para mí en el pequeño pueblo donde nací. Rezaba porque papá encontrara un camino que lo traiga de vuelta. Algo muy dentro, me decía que lo volvería a ver.

( Y mientras Bella volteaba a ver a Edward acercarse a ella, no pudo observar  en el borde del bosque a una figura conocida que caminaba en contra del rumbo del tren. Una figura que apuraba el paso con desesperación)

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Esta historia la escribí hace algunos años para mi hija, solía contarle cuentos con los personajes de crepúsculo, ella me animó a hacer mi primer fic y publicarlo.

En el original de Bellicienta, este capítulo era el final, posteriormente hice una secuela que nunca llegué a terminar que narra las aventuras de Edward y Bella en la gran ciudad. La borré cuando pasó el tiempo y no pude escribir muchos  capítulos.

Sin embargo, subiré los capítulos que tengo, no cómo una secuela, sino continuando la historia. No son más de diez, intentaré hacerle un final para wattpad.

Así que este no es el final, mañana subiré el siguiente. Gracias por leer.

PATITO

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