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CAPÍTULO 15: PRINCESA DE CUENTOS DE HADAS

En cuanto llegaron me acerqué, tomé las riendas del caballo y lo llevé cerca del establo, le quité la vara que lo unía al coche y dejé libre a Pedro el caballo de Charlie. Luego me acerqué a la puerta de la cocina, estaba entreabierta y pasé sin decir nada. Fui directo al fogón a encender el fuego.

—Has vuelto— dijo la señora en cuanto la yesca encendió. —Tenía la esperanza que no lo hicieras. Vete a tu habitación y arréglate, los Masen no tardan en venir por ti— torció la boca en un gesto despreciativo. — Hasta mi sobrino preguntó si irías a tu fiesta. Qué mal gusto tiene Mike— una sonrisa burlona apareció en su rostro por un instante. —No quiero oírte gritar nunca más o no seré tan condescendiente— me miró fijamente como si intentara apuñalarme con sus ojos. Bajé la cabeza y corrí a arreglarme. Me encontré con Jessica saliendo de nuestra habitación pero fingió que no existía. Como siempre.

Me puse uno de los vestidos que todavía no había usado, traía unos guantes y un sombrerito a juego. Me sentía como una de las heroínas de las novelas de Jane Austen, quizás Elinor Dashwood, que vivía esperando que Edward Ferrars fuera por ella. Sonreí y lo deseché de mis pensamientos.

No pasó mucho tiempo cuando escuché el carruaje de los Masen deteniéndose en la puerta. Bajé despacio porque el vestido era largo y tenía miedo de enredarme en él. Jessica también estaba lista, atravesó el salón y abrió.

—Hola venimos por ustedes— nos sonrió la señora Elizabeth –Bella, ¡qué bonita estás!— se acercó a abrazarme. – ¡Feliz cumpleaños linda!— dijo poniendo en mis manos una pequeña cajita.

—Gracias… no debió…

—Claro que sí y quiero que los uses hoy— pidió con mucho cariño. Lo abrí con cuidado, eran un par de pendientes de color plata con pequeños cristales. Bellísimos.

—Gracias, son preciosos.

—Me los regalaron cuando cumplí tu edad, fue el mejor año de mi vida los dieciséis son especiales— sonrió recordando.

—Pero yo no puedo aceptarlos— dije sorprendida. Me miró con curiosidad. —Son joyas de su familia, no debería deshacerse de ellas. Tal vez las quiera para su nieta— intenté sonreír.

—Eran para mi hija pero ya ves que sólo tuve a Edward. Y tú eres como mi hija Bella, estoy segura que no irán muy lejos de todas formas— me sonrió con una mirada algo divertida.

Me sonrojé al recordar lo que Alice me había dicho. Quizás debería olvidar aquella incómoda conversación con mi prima. Dejé que me pusiera los pendientes. Se alejó un poco para observarme.

—Te ves muy linda. Debemos irnos— me tomó de una mano.

Agradecí que mi madrastra no hubiera bajado para despedirnos. Jessica que parecía molesta, subió al carruaje con nosotras. Me sorprendió no ver a Edward allí.

Ya estaba pensando en él otra vez. Le demostraría a Alice que no tenía razón, de ahora en adelante iba a estar más consciente de mis palabras y no hablaría más de lo necesario de mi amigo.

— ¿Y Edward no vino con usted?— Jessica preguntó muy interesada.

—Ha preferido quedarse y terminar algunos detalles— respondió su madre.

—Su hijo es muy amable y bien educado— alabó mi hermanastra.

—Gracias, he procurado educarlo lo mejor posible.

— ¿Es cierto que se irán a Chicago dentro de unos meses?— preguntó Jessica

—Sí, espero que no sea por mucho tiempo— suspiró la señora Masen.

—Pero es una gran ciudad, hay muchas cosas que en un pueblo tan pequeño ni siquiera se pueden ver. Y hay coches, no estas carretas tiradas por animales— Jessica parecía más entusiasmada que Elizabeth.

—El ruido me da dolor de cabeza. No me gustan los autos— respondió la madre de Edward.

Llegamos a su casa en minutos, Edward estaba esperándonos para ayudarnos a descender. Jessica bajó último, aprovecho para tomar su brazo y no quiso soltarse de él.

—Jessica serías tan amable…— pidió mi amigo haciéndole ver que quería soltarse de ella.

—Qué traje tan elegante, Edward. ¿Dónde lo compraste?

—Gracias.  Me lo hizo el sastre del pueblo. ¿Me permites?— trató de zafarse pero ella no se lo permitió.

—Bella, déjame escoltarte— Mike tomó mi brazo, yo estaba algo fastidiada, así que me dejé llevar.

—Estás muy bonita, en serio— dijo el sapo, digo Mike. Apenas le sonreí.

—Quita tus manos de mi prima— Alice lo apartó de mí para abrazarme. –Feliz cumpleaños otra vez, tengo un regalo para ti—me llevó dentro y fuimos hacia un rincón de la casa donde había una caja muy grande llena de obsequios.

—Edward quiere que abras los regalos más tarde pero sé que necesitarás mi regalo en este momento— me miraba con tanta alegría que no pude evitar sonreír y rasgué el papel. Era un bolsito, algo extraño lleno de brillos con aplicaciones de varios tipos  telas. —Lo vi en una revista francesa ¿sabías que toda la moda está cambiando? estos vestido son del siglo pasado. Pensaba hacerte un sombrerito con plumas pero tal vez es muy atrevido para un pueblo y no estaba tan segura que quisieras ponértelo. Me reí muy fuerte al imaginarme un sombrero con plumas de gallina. Me vería ridícula.

— ¿Que es tan divertido?— Edward llegó con nosotras. Por fin había podido apartar a Jessica.

—Pudiste deshacerte de la garrapata— sonrió Alice, su comentario me hizo soltar otra carcajada. — Ahora te dejo con Bella, voy por los aperitivos—Alice se alejó de nosotros.

Hubo un silencio algo incómodo, me repetía mentalmente que era culpa de mi prima por hacer que piense cosas que no son. Me sentía tan tonta.

— ¿Puedo darte un abrazo de cumpleaños?— mi amigo me sonrió.

—Claro, el de esta mañana no cuenta. Gracias por todo—le sonreí y me lancé a sus brazos. Alejaría todo los pensamientos extraños de mi mente, éramos los mejores amigos del mundo, nada cambiaría eso.

—Par de tórtolos, sírvanse un canapé. Edward trae algunos juegos de mesa para divertirnos— sugirió mi prima.

—Está bien. Bella ven conmigo— Edward tomó mi mano, subimos las escaleras corriendo, cómo siempre hacíamos. Pero en lugar de dirigirnos al estudio bajamos por las escaleras que daban a los cuartos de servicio, pasamos por ellos y seguimos caminando hasta llegar a la parte trasera de su casa donde tenían algunos animales. Allí en un corralito con mucha paja estaba mi cordero. Edward abrió la puerta y lo llamó. Vino directamente a sus brazos y lo levantó del suelo.

—Si te ensucias el vestido, Alice me matará pero puedes acariciarlo— me acerqué,  toqué su cabecita. No estaba asustado, parecía estar adormilado.

—Gracias Edward. Pensé que lo perdería— me puse triste al recordar aquella mañana.

—No iba a dejarlo por allí, también lleva mi apellido ¿recuerdas? Ahora vamos por los juegos y después tendrás que abrir tus regalos— me sonrió.

Cuando dejó a mi cordero sobre la paja, se volvió a mirarme. Se veía tan apuesto, radiante. El traje que traía era el mismo de su cumpleaños, me causaba gracia que Jessica no lo haya notado.

Me acerqué a mi amigo, hoy había sido mi héroe. Le di un tierno beso en la mejilla y me abracé a él.

—Gracias, gracias. ¡Gracias Edward! Te quiero mucho, eres más que un amigo… eres como mi hermano— no dijo nada, tampoco me correspondió el abrazo. Me separé de él para regalarle una radiante sonrisa. Pero tampoco me la devolvió.

— ¿Un hermano?— preguntó como si no le agradara. —Pues… Gracias— no quiso mirarme,  me hizo señas para volver. Subimos a su habitación por los juegos de mesa, tomamos varios y los llevamos al salón. Nos reunimos en grupos, durante varias horas nos entretuvimos. Éramos un grupo numeroso. Emmett, los Hale, Alice, Mike, Jessica y algunos amigos más de la escuela. Cuando me di cuenta ya había oscurecido, entonces Elizabeth apareció en el salón con un bonito pastel color rosa y muchas velas encendidas de las que salían pequeñas chispas de colores. Entonaron la canción de cumpleaños y apagué las velas. Debía pedir un deseo. Rápidamente el rostro de mi papá llegó a mi mente, deseé de todo corazón que estuviera bien, donde sea que esté. Ojalá vuelva pronto, lo extraño tanto.

—Hora de los regalos— repetía Alice dando pequeños saltos, tomó mi mano y me acercó a la gran caja.

Los abrí uno por uno, Mike me regaló una muñeca de porcelana muy hermosa, yo tenía sólo dos muy viejas y casi se le habían borrado la cara. Ésta tenía un vestido de gala lleno de lentejuelas, me la quedé mirando un rato, era preciosa.

—Gracias Mike, es muy bonita— le di un abrazo en agradecimiento.

Rosalie y Jasper me regalaron un vestido nuevo, algo moderno llano y a cuadros. Era moderno pero tal vez lo usaría para salir los domingos, si es que alguna vez me dejaban salir. Emmett me regaló unos guantes. Jessica un par de pañuelos que parecían usados. También habían unas cintas para el cabello, mas guantes, una peineta de nácar y al fondo quedaban más de 5 regalos. Abrí uno rectangular. Rasgué el papel con cuidado, era un libro de cuentos, con las letras doradas en la pasta con forro de cuero. Levanté la vista pues sabía exactamente quién era el único que podría regalarme algo así.

Edward estaba sentado mirándome pero sus ojos estaban perdidos en sus pensamientos, me acerquen a él.

—Es precioso, te lo agradezco mucho— le sonreí.

—Lo que sea para mi pequeña… hermanita— dijo con una sonrisa forzada.

Yo quería que sea el mismo de siempre, que se le pase el mal humor, la tristeza y la apatía que últimamente no le dejaban ser feliz. Quizás estaba así porque sabía que pronto iba a marcharse a una nueva ciudad e iniciar una nueva vida.

Dentro de mi caja de obsequios había también un frasco de colonia, un chal tejido con hilo muy fino y por último un par de zapatos preciosos, con pequeñas piedrecillas brillantes incrustadas. Parecían zapatos de princesa. Me di cuenta que no tenía nada con que ponerme esos zapatos.

—Ese regalo es mío— dijo Elizabeth entrando al salón.

—Gracias, son como…

—Para una princesa de cuentos de hadas— sonrió Alice acercándose a verlo seguida de Jessica.

El juez Masen entró en la casa en ese instante y todos olvidamos los obsequios y nos pusimos de pie para saludarlo.

—Buenas noches con todos. ¿Dónde está la cumpleañera?— preguntó, di unos pasos para que me viera.

—Felicidades Bella, ya eres oficialmente una señorita— me dio un abrazo, junto a una sonrisa y se marchó a su despacho.

—Creo que ya es hora de irnos— le dije a Jessica que seguía entretenida jugando dominó.

—Vete si quieres, yo todavía me voy a quedar— se negó, fui en busca de Alice.

—Alice ya debo marcharme, hace mucho rato que anocheció.

—Sí, entiendo. Espera que te prepare un buen trozo de pastel para que lleves— sonrió

—No es necesario…

—Claro que sí. Con lo poco que comer, además la bruja querrá probarlo— sonriendo cortó el pastel para servirlo en pequeños platos. Llamó a una de las mucamas para que los repartiera a los invitados.

— ¿Sabes porque Edward está tan callado?— pregunté.

—No sé. Yo lo vi muy feliz todo es día, especialmente después que trajo a tu cordero.. ¿No le has dicho algo que lo se ponga así?

—No. Estaba muy contento hasta que…— recordé nuestra última conversación.

—Hasta que…— me animó.

—Bueno le dije que era como mi hermano.

—Bella. ¡Bella! ¿En serio lo quieres sólo como a un hermano?

—Lo quiero muchísimo Alice, le tengo mucho afecto. Me encanta estar con él, jugar, leer, montar a caballo. Además sé que es muy guapo, eso es obvio pero…

— ¿Pero? Vamos, escúpelo de una buena vez.

—Se va a ir Alice. Tal vez no nos volvamos a ver. Él hará su vida lejos de aquí, será un abogado importante. Y quizás hasta se case con Rosalie Hale— suspiré.

—Eso no va a pasar si tú no quieres— me dijo muy segura mientras envolvía el pastel.

—Claro que sí. Sé que voy a sufrir mucho, si trato de verlo como a un hermano tal vez me duela menos.

—Entonces sí has pensado en él de otra forma— aseguró.

—No he dicho eso, tú me confundes— me desesperé.

—Bueno, a ver si puedes pensar que Edward es tu hermano ahora. Mira esa lagarta allí— seguí su mirada, Jessica estaba coqueteando con Edward. Por centésima vez. Aunque él apenas parecía prestarle atención su rostro. Me acerqué con cautela, si había algo que de verdad me enfurecía era que ella lo trate así, como si fuera de su propiedad.

—Aún me debes un paseo a caballo Edward. Me gustaría mucho que me lleves a casa esta noche. Hay luna llena— acarició su brazo y se le acercó lo bastante cómo para que mi amigo se ponga nervioso.

—Mejor las llevo en carruaje, debe hacer frio— le respondió.

—Contigo no sentiré frio, eres muy cálido. ¿Me llevas Ed?— condenada ofrecida. ¿Que se había creído?

—Edward, quiero despedirme de tu mamá ¿Me acompañas?— me detuve delante de él, tendiéndole una mano. Me miró, asintió y tomo mi mano sin decir nada. Jessica me miraba furiosa, le sonreí disimuladamente y caminé con mi amigo.

—Gracias. No sabía cómo quitármela de encima— murmuró mientras avanzamos.

—Yo no vi que hicieras nada por alejarla— le reproché.

—Es que ella tiene razón. Le debo una cabalgata.

—Pero es de noche. No pensarás llevarla ¿verdad?

—Hoy no, tal vez mañana pase por tu casa a buscarla.

—Pues que te aproveche el paseo— me alejé buscando a Elizabeth para despedirme.

No tardamos en subir al carruaje yo llevaba más de la mitad del pastel conmigo. Apenas me despedí de mi amigo. Todo se estaba echando a perder, no sabía porque, tenía una sensación de malestar, un fastidio que no sabía cómo interpretar.

Deseaba que todo fuera como antes, cuando podíamos correr de la mano o escondernos en un armario para poder leer lejos de los demás.

Llegué a casa y me cambié de ropa, me metí a la cama aún triste por todo lo ocurrido. Antes de dormir quise leer un poco,  tomé el libro de cuentos que me había regalado Edward. Lo abrí para buscar una buena historia. Pero de entre sus páginas cayó un papel. Lo recogí del suelo, lo desdoblé con cuidado. Era su letra, yo conocía bien la caligrafía de Edward.

"Princesa que escapaste de un cuento, quiero ser tantas cosas para ti. Rescatarte de los dragones, de las brujas hechiceras.

Trepar una alta torre o desafiar al mal. Estar contigo en todas tus aventuras de cuentos de hadas y también en el mundo real.

Las palabras que no he dicho o las frases que no escribo son sueños reprimidos, letras sin sonido, tan lejanas, tan extrañas.

Sólo quédate conmigo, sonríe para mí, tómame como tu príncipe o tu vasallo, cómo el mago o el sapo encantado pero sigue siendo mi princesa de cuentos de hadas, no quiero estar lejos de tu vida. Sólo tú me haces soñar despierto, sólo tú me haces volar sin alas, sólo tu… me haces escribir estas palabras"

Mi corazón se detuvo un instante para volver a latir fuerte y desbocado. No podía pensar con claridad, me senté en la cama muy confundida. Nuevamente acerqué el papel a la luz de la vela. No tenía firma, ni destinatario. Pero era su letra, no había dudas. ¿Lo había escrito para mí? ¿Lo había dejado a propósito para que lo encuentre? ¿Y qué quería decir? “Las palabras que no he dicho o las frases que no escribo” Todo mi mundo se puso de cabeza.

—Bella puedes apagar esa luz— balbuceó Jessica removiéndose entre sus cobijas. — Mañana Edward vendrá a buscarme muy temprano para ir de paseo. No quiero tener ojeras— refunfuñó. Di gracias porque estuviera de espaldas yo creía que dormía desde hace mucho rato.

— Si Jess, lo siento.

Guardé el libro en mi mesita pero aquel papel lo puse con cuidado entre mis cosas personales, junto a las joyas de mamá. No sabía si alguna vez le mencionaría que lo había leído.  Pero de algo estaba muy segura, a partir de ahora ya no vería a Edward de la misma forma. Y eso me causaba miedo.

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Bella va descubriendo nuevos sentimientos. ¿Podrá hacer que Edward no se vaya?

PATITO

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