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CAPÍTULO 1: EXTRAÑAS VISITAS

Hoy no había visto a Edward. Era sábado y no teníamos clases.  Salí de casa y recorrí más de dos kilómetros buscando pastos frescos. Mi oveja Blanca había dado a luz la noche anterior. Era un lindo corderito blanco como el algodón. Aún no le había puesto nombre. Blanquita no podía salir a pastar y éste regalito la pondría muy feliz.

 Todavía recuerdo cuando mi papá me la obsequió. Era tan pequeñita y suave que instintivamente quise protegerla. Y ya se convirtió en madre.

Pronto me dejará jugar con… Sigo pensando en un nombre para el pequeño cordero. Seguro si consulto un libro de historia le encontraré algo adecuado.

En estos pensamientos estaba cuando divisé mi casita. Era pequeña y de dos plantas. Toda hecha de piedra. Mis padres la construyeron con la ayuda de la gente del pueblo. Fue su regalo de bodas comunitario.

Es preciosa, no quiero vivir en ningún otro lugar. Es mi refugio y mi palacio. Aquí me sentía como una princesa. Mi habitación estaba en el segundo piso y yo soñaba despierta que era una princesa atrapada y mi príncipe venía a rescatarme. Unas veces era La Bella Durmiente y otras Rapunzel, hasta una vez me imaginé como "Blanca Nieves" pero no había madrastra malvada. Solo éramos Charlie y yo. Mamá había muerto cuando yo era pequeña, casi no la recordaba.

Al llegar a la puerta de la casa oí un ruido, como el que hace un tronco al caer. Dejé el pasto al lado de la puerta y corrí a la parte trasera donde teníamos los corrales. Vi a dos mujeres. Una alta y bien vestida y la otra joven, como de mi edad.

La más joven había tirado el cerco y una de mis vacas estaba fuera de su corral. Corrí a detenerla, la pobre vaquita se veía asustada ya que no solemos tener visitas, salvo un apuesto muchacho que hoy no había venido.

— ¡Cecilia!— Grité. — ¡Vuelve aquí!— Me puse frente a ella y me reconoció, dio la vuelta y entró otra vez en el corral. Subí el tronco y cerré la puerta hecha de palos.

— Oh lo lamente— Dijo la chica. – No sabía que ese tronco protegía la puerta.

— No hay problema— le respondí. – Mi nombre es Bella ¿Buscas a alguien?— les pregunté

— ¿Charlie Swan vive aquí?— esta vez fue la otra mujer la que habló, era alta y con la nariz respingada, vestía ropas oscuras pero finas.

— Si, tardará en llegar un par de horas, ha ido al pueblo para…

— Está bien, no me interesa saber más. Le dices que la señora Stanley vino a verlo. Estaré en el pueblo, me alojo en casa de mi hermana, la señora Newton.

— Yo soy Jessica— dijo la joven mirándome muy raro. Observaba mis ropas de arriba abajo.

— Jess, no perdamos más el tiempo, se hace tarde— la mujer mayor la llamó.

— ¿Madre iremos caminando?— respondió. Así que eran madre e hija… Stanley y parientes de los Newton.

— Bueno, no hemos encontrado quien nos lleve ¿verdad? Aun no tenemos carruaje hija, así que camina— la señora apuró el paso.

— Nos vemos— dijo Jessica

— Adiós. Que les vaya bien— respondí, aunque ninguna volteó para responder.

Eran extrañas, seguramente gente de la ciudad. ¿Pero de donde conocerían a papá?

Me apresuré a traerle el pasto a Blanquita, ella lo recibió con mucho agrado, estaba hambrienta. Eso me recordó que yo tampoco comía desde hacía varias horas. Así que fui a casa a prepararme algo. Un poco de leche y pan me calmarían

No hacía ni 5 minutos que había entrado cuando llamaron a la puerta.

Cuando la abrí, no pude evitar sonreír. El chico más guapo de todo el mundo estaba en mi puerta.

— Hola Bella— saludó y mi corazón latió con prisa.

— Hola Edward. ¿Qué te trae por aquí?

— Bueno fue Pegaso el que me trajo, aunque no es la razón por la cual estoy aquí— sonrío.

Pegaso su caballo blanco, realmente hacía honor a su nombre. Los dos parecían sacados de una leyenda griega.

— ¡Bella!— gritó sacándome de mis pensamientos, ya los imaginaba volando entre las nubes.

— ¿Dime?— Le dije volviendo a la realidad y me encontré con un ramo de margaritas frente a mí.

— Son para ti— ofreció, no pude evitar sonrojarme.

— Gracias no debiste molestarte.

— ¿Molestarme?— Sonrió. —Valió la pena solo por ver tus mejillas. Es que hoy no hay escuela y pues me sentí raro de no verte— se encogió de hombros.

— Son lindas, ¿quieres pasar?— pregunté

— Otro día, tengo horas fuera de casa, mamá debe estar preocupada— sonrió torcidamente como tanto me gustaba. En realidad todas sus sonrisas eran hermosas pero esa era mi favorita.

— Bueno adiós— me despedí.

Lo vi subir a su caballo de un salto. Eran hermosos, los dos. En mis fantasías siempre me rescataban de los monstruos malvados. Aunque él solo era mi mejor amigo y no debía tener esos pensamientos.

Sé que algún día se iría a estudiar lejos, cuando termináramos el colegio. Seguramente sus padres lo enviarán a una gran universidad para que estudie leyes igual que el juez Masen. Eso me ponía triste, dejar de verlo me haría sufrir.

Puse las flores en un jarrón muy bonito, una de las pocas cosas que trajo mi madre de su hogar.

Mi padre me contó que ellos se conocieron en una ciudad muy lejos de aquí. "La ciudad de los vientos" me dijo, durante un invierno en una pista de patinaje. Ella cayó literalmente sobre él y fue amor a primera vista. Pero mi padre era pobre y ella venía de una familia muy acaudalada, cuando mi abuelo supo de su romance, mandó a golpear a mi padre. Mi mamá se enteró y le pidió a papá que la llevara con él.

Así es como vinieron aquí y se casaron. Cuando mi madre murió él viajó a la tierra de mi madre para avisar a su familia pero no lo recibieron. Y nunca habíamos sabido nada de la familia de mamá. Pero mi papá tenía miedo, lo veía en sus ojos. Yo era la viva imagen de mi madre y él temía que la otra familia me quisiera apartar de su lado, afortunadamente no sabían nada de mí.

 Y yo era feliz aquí. Tenía amigos, muchos animalitos, mi papá era bueno conmigo y también estaba Edward. Sí, realmente era muy feliz.

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