8. Confianza
🅰🅳🆅🅴🆁🆃🅴🅽🅲🅸🅰
𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐜𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐚𝐥𝐭𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐭𝐮𝐫𝐛𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞
𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐡𝐞𝐫𝐢𝐫 𝐥𝐚 𝐬𝐮𝐬𝐜𝐞𝐩𝐭𝐢𝐛𝐢𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝, 𝐬𝐞 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐦𝐢𝐞𝐧𝐝𝐚 𝐝𝐢𝐬𝐜𝐫𝐞𝐜𝐢ó𝐧.
—Eso es todo lo que sucedió durante la misión, Su Santidad —concluye un solemne Manigoldo, dando fin a la máxima obligación a su arribo a El Santuario: informar.
Regulus y él se encuentran en la Cámara del Patriarca. Con la rodilla hincada ante la máxima autoridad, como dictan las normas de respeto.
—Al menos, me alegra notar que han logrado limar sus asperezas —comenta Su Santidad.
—¿Cómo sabe que lo hicimos? —susurra Regulus por inercia.
—Tu cosmoenergía es serena y armónica con la de Cáncer. En el futuro, mantengan la comunicación. Si vuelven a estresarme porque se enojaron con el otro y no arreglaron sus asuntos, los pondré en penitencia hasta la siguiente Guerra Santa —augura con malicia.
—Sí, Su Santidad —repiten en coro ambos Santos, amedrentados por el aura del mayor.
—Pueden retirarse. Atiendan sus heridas. Tendrán una semana libre para recuperarse.
Regulus obedece la instrucción del Patriarca queriendo salir de ahí lo más rápido posible para evitar otro reto a su conducta. Se incorpora y un grillete en su muñeca lo detiene.
—Su Santidad, Leo desea saber por qué quemamos los cuerpos y no les dimos sepultura.
Su estupor es mayúsculo. En su deseo por descansar, se olvidó de ese detalle. Le sonríe agradecido, demostrando cuánto valora el empeño de Cáncer por tratarlo como un adulto.
—Ah, eso. ¿Por qué consideras prudente tratar el tema frente a él?
—La próxima vez que salga a una misión, sabrá qué hacer si encuentra algo parecido.
El Patriarca se cruza de brazos meditabundo. El estómago de Regulus se encoge y la expectativa le hace temblar las manos con aprensión.
Manigoldo sacó la cara por él y lo puso en un sitio privilegiado. Le otorgó la confianza para informarle los pormenores más importantes de la misión. Ahora debe hacer honor a ese gesto y mostrarse firme.
—En eso tienes razón. ¿Fue testigo de algo que pueda servirnos de base?
—No. Conforme a sus instrucciones y en cuanto percibí la congregación de almas en un mismo lugar, lo mandé al otro extremo para evitarle la impresión. Al rastrillar la zona, observé las mismas prácticas relatadas por mis compañeros. Los más corpulentos varones fueron separados y puestos en una pila. Todos mostraban los signos.
—¿Qué... qué signos? —susurra Regulus con un nudo en la garganta.
La opresión de su pecho aumenta con el semblante ríspido del Patriarca.
—Signos, señales de una práctica antigua que creímos extinta —declara con voz fría el anciano—. Sacrificios a Hades hechos por los Espectros para acelerar su resurrección.
Los goznes de la quijada de Regulus desaparecen y ésta cae sin control. Un aroma extraño penetra sus fosas nasales. Es el aroma del espanto.
—¿Eso... existe?
—Sí, los cuerpos presentan heridas macabras, decapitaciones, miembros amputados, etcétera —detalla el Patriarca—. Es sólo la cima de lo que te puedes encontrar.
Una gota de sudor recorre su sien. Manigoldo se cruza de brazos con gesto duro y Regulus hunde los puños en sus bolsillos para controlar su temblor por el impacto de la noticia.
—En el último de los pueblos, además encontré extracciones de órganos en unos cadáveres: ojos, lengua, corazón, hígado —aprieta las mandíbulas—. Incluso, un par de bebés fueron sus víctimas.
—¡¿Be...bés?! —jadea mareado ante tanta atrocidad.
El Santo de Cáncer le coloca una mano sobre el hombro. El calor de la palma le brinda apoyo emocional. El joven león suda frío con los recuerdos de aquél bebé siendo puesto por Manigoldo en los brazos de una madre. ¿Él también sufrió esas vejaciones? ¿Por eso lo cubrió con una manta?
¿Por eso el Santo de Cáncer no quiso separar los cuerpos de los aldeanos? De haberlo hecho, las heridas quedarían expuestas y quién sabe cómo habría reaccionado Regulus al descubrir a qué grados llega la maldad de los Espectros.
—Lo lamento, piccolo Re. No quise ocultarte la verdad. Sin embargo, esto es lo que a últimas fechas nos ha movido por diferentes sitios del mundo. Donde acontece esta calamidad, los Espectros se muestran más cruentos y sádicos.
—Por eso es importante analizar primero el terreno, eso te dará pistas de cómo proceder —advierte el Patriarca—. En la antigüedad, se quemaban los cuerpos para evitar la putrefacción del ambiente.
—Se ha comprobado que los cuerpos sin tocar por los sacrificios, también se convierten en focos de infección con el mero transcurso del tiempo —informa un lúgubre Manigoldo—, y al ser sepultados, pudren la tierra. Por eso, lo mejor es cremarlos.
Regulus sostiene su cabeza con una mano ante las alevosas acciones cometidas con el objetivo de traer al mundo a un dios execrable que arrasará con la humanidad.
¿Hasta qué grado llega la locura de los Espectros?
La salida de la Cámara del Patriarca es acompañada por una punzada tremenda en la sien y un estómago revuelto. Sus dedos entumecidos agradecen haber dejado la Pandora Box en su Templo al llegar porque de lo contrario, serían incapaces de colocarla en su espalda.
—Hey, piccolo Re, ¿estás bien?
—Sí —responde con las emociones a flor de piel—, soy un Santo de Athena. Ya deberías saberlo y dejar de tratarme como a un niño que...
Un potente zape le sacude la cabeza y hasta las ideas. Se lleva las manos al sitio del impacto y muestra los dientes al osado.
»¡¿Quién te crees para pegarme así?!
—¿El putazo [1] fue suficiente para sacarte del salón de la estupidez o necesitas otro? —alza la mano con elocuencia—. Ganas no me faltan.
El reclamo de Regulus se apaga. Sus puños caen y, sobrepasado por la agitación, los hunde en sus bolsillos. Un relajado Manigoldo pasa a su lado, bajando las escaleras.
—¿Sólo me pegaste porque tenías ganas? Ni parece que sigas débil.
—Te pegué para sacarte las emociones del cuerpo. Dejemos algo en claro: no está mal tener miedo o indignarse por las barbaridades cometidas por el enemigo —explica mientras caminan juntos—. Lo que está mal, es morder la mano de quien se preocupa por ti.
Su lengua se pega al paladar y la respiración se detiene al darse cuenta de que, otra vez, lo acusó por algo que autopercibe debido a su inseguridad. ¿Cuándo aprenderá?
»Jamás dije que fueras un niño y, tras la muestra de confianza que te otorgué frente a Su Santidad, lo mínimo que merezco es que dejes a un lado tu comportamiento engreído.
Presa de la autocensura, el joven mira hacia otro lado. Manigoldo bosteza mostrando los colmillos y se sacude los cabellos de la nuca.
—Lo sien...
—Ni se te ocurra disculparte. Ya te dije que eso no sirve, ni calma mis ganas de darte otro zape por terco —reniega chasqueando la lengua—. Una cosa es que te haga la broma de darte leche para tu crecimiento y otra, que al momento de ser camaradas, te vea como un mocoso que babea almohadas.
—¡Oye! ¡Yo no babeo almohadas!
—Según tú —asegura impertinente—. Eso no significa que mi reclamo esté equivocado. Trabaja en eso.
El joven exhala con fuerza aligerando su ánimo y mientras, agradece el recuperar estos momentos de absoluta franqueza con Manigoldo. De alguna manera, él siempre sabe qué hacer para hacerlo sentir seguro y reconfortado, poniéndole un alto a sus tribulaciones.
Los Santos bajan las escaleras al Templo de Piscis. Por fortuna, Manigoldo mejoró en los últimos días. No está del todo recuperado, pero al menos camina solo y sin tropezarse. En el rellano, encuentran a Albafica revisando un listado con gesto serio.
—Me alegra verlos. Regulus, ¿podrías darle esto a Shion? —le ofrece el papel—. Está en el Templo de Libra.
El aludido extiende la mano, un grillete con dedos le impide tocarla. Manigoldo le aleja la extremidad poniéndose enfrente de Albafica.
—No seas ermitaño y deja de mandar a Shion a traer tus víveres —alecciona con un chasquido de lengua—. En media hora te espero en mi Templo y te acompaño a Rodorio.
Si las miradas mataran, los hermosos orbes de Albafica se convertirían en Rosas Sangrientas y dejarían inerte al Santo de Cáncer. Éste arquea una ceja con irreverencia, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón con desafío.
Regulus hierve de curiosidad. La relación entre su ex-maestro y el Santo de Piscis es un misterio. Se atacan sin consideraciones, pero cuando Albafica lo busca, el otro deja cualquier actividad, incluso el entrenamiento de Regulus, para atenderlo. Además, en el pasado, Albafica trató de hacer recapacitar a Leo con lo de su mentoría. ¿Qué los une?
—Manigoldo, no te pregunté a ti —arrastra las palabras con tirria.
—Necesito distraerme, ponte de modo o ¿acaso el gran Albafica me dejará tirado porque le es más importante arreglar florecitas? ¿Será que sólo te acuerdas de mí cuando estás urgido y cuando es al contrario, me ignoras? ¿Te volviste tan egoísta durante mi ausencia?
El color de las mejillas del Santo más bello imita a las rosas de su jardín. El listado de víveres se arruga bajo su puño y los estilizados hombros se tensan hostiles.
—Estás lanzando piedras a un nido de avispas —advierte con los ojos entrecerrados.
—No me quitas el sueño, avispita, y si tan desesperado estás, te pongo el trasero para que me ensartes mejor. Comparado con Kardia, tu aguijón no es tan largo.
—Eres un deslenguado —rechina los dientes obstinado—. Si a esas vamos, el tuyo es tan grande y peligroso como el de una ameba.
—Sí, lo que digas. Media hora, Alba —camina con desparpajo a la salida—, y no me jodas de nuevo con lo de Shion porque volverás a buscar tus florecitas en la colina de Yomotsu.
—¿Cuándo dejarás de meterte en lo que no te importa? —se cruza de brazos inconforme.
—Me meto porque me importas, stronzo [1] —resopla orgulloso girándose hacia él, mientras su índice lo señala—, y Kardia piensa igual. Somos un trío. ¿Lo olvidaste? Dentro de los derechos y obligaciones que eso contrae, está el ayudarnos y nos castra tu obsesión por enclaustrarte. Recuerda: lo ermitaño no te hace más atractivo.
La cosmoenergía del caballero más bello de El Santuario fluctúa. Regulus controla el impulso de salir corriendo. Hay días en que Albafica es aterrador. Hoy, es uno de esos.
—Entonces espero que hayas descansado bien estas últimas noches... —susurra injuriado—, porque después de Rodorio, terminarás exhausto.
—No, no descansé. El saberlo, ¿te tocará el corazón? —sonríe despectivo—. Lo dudo. Pensé que Kardia se había hecho cargo durante mi ausencia, pero ya veo que sigues caliente —susurra metiéndose el meñique en el oído.
»Aunque presuma, ese stronzo no te aguanta el paso como yo. Si debo mantenerme despierto toda la noche para que accedas a salir de aquí —le guiña el ojo derecho con socarronería—, me sacrificaré y nos damos el gustito.
El único en contra de eso, es Regulus. ¡No lo cuidó todo el camino para que termine muerto por agotamiento con Albafica haciendo... haciendo...! ¿Qué van a hacer?
—Tampoco es que seas de larga duración, Manigoldo —desprecia con altanería.
—Hieres mi corazoncito —finge tristeza—. Sólo no le digas a Kardia cuando vuelva de su misión porque se pondrá celoso y nos meterá su Aguja Escarlata por el culo. No sé por qué le enerva que nos juntemos cuando él no está. Es su culpa por irse de misión —pone los ojos en blanco—. Yo no me pongo sensible porque ustedes aprovechan cuando me largo.
Regulus entorna los ojos. No logra entender del todo el meollo de la discusión. Lo único visible es la desaprobación de Albafica. Sin proponérselo, el joven león se queda prendado del atractivo del Santo de Piscis con las mejillas ardiendo por la humillación.
—Son un par de idiotas. Su necesidad de estar conmigo es enfermiza.
—¿Qué esperabas? Tú nos calentaste primero, ahora enfrenta las consecuencias de tus actos. Media hora. Iré contigo a Rodorio. Lleva el dinero.
Manigoldo zanja la discusión y aprieta el paso. Regulus lo agradece porque la cosmoenergía de Albafica alcanza picos preocupantes de ferocidad.
El Templo de Piscis queda atrás. Al león le hormiguea la lengua y por más empeño que pone en mantenerse sin intervenir, termina cayendo en el pecado de la curiosidad.
—¿Por qué pasas las noches con el señor Albafica?
—Ya lo escuchaste, somos un trío.
Un trío, eso significa que son tres personas unidas por... algo. ¿No? Regulus se rasca la nuca con suspicacia. Detesta ese presentimiento de que algo se le escapa.
—¿Y... qué hace un trío durante las noches?
Las risas de Manigoldo se escuchan hasta el Coliseo. El mayor se soba la nuca con desparpajo y sus ojos se convierten en dos fuegos fatuos, insondables y eternos. Regulus sospecha que la respuesta no llegará.
Avanzan hasta el Templo de Acuario. Por los rumores de El Santuario, su guardián se fue de misión con Kardia para asegurar su bienestar, como ya es costumbre. Después de traspasarlo y a una distancia prudente, el Santo de Cáncer retoma la plática.
—La confianza se brinda con ciertos límites y esta pregunta toca aspectos personales de Kardia y Albafica. Te recomiendo que lo preguntes cuando estemos los tres.
Eso no resuelve nada. La impaciencia llega a su máximo nivel. Comprende el respeto de Manigoldo por la reputación de sus amigos (aunque la de Kardia sea peor que la del Cancerbero), pero la duda lo carcome.
—Entonces... ¿es como un secreto entre ustedes?
Manigoldo encoge los gruesos hombros con indiferencia.
—Sí. También es algo que a muchos les disgustaría saber. Dégel sería el primero en ofenderse, por ejemplo, y Shion, es otro que daría el grito en el cielo. Ahora que lo pienso, mejor guarda silencio de lo que presenciaste en el Templo, por favor.
Tanto misterio lo deja disconforme. Algo que nunca pudo soportar, es quedarse con la duda. Rescata una idea válida: el trío justifica las ausencias nocturnas de Manigoldo durante su entrenamiento, sus reuniones frecuentes con Kardia y sus bostezos interminables. A finales de cuentas, los otros no lo dejan dormir...
—De acuerdo —susurra nada convencido—. Por cierto, quería hablar de algo contigo.
—¿Qué te pasa por la mente?
Se detienen afuera del Templo de Capricornio. Regulus se extraña por ello y al percibir el cosmos de su tío en compañía de Cid, comprende el motivo. Es ahora o nunca. Una vez entren al Décimo Templo, su tío de seguro le pedirá que se quede y Manigoldo partirá.
—Lo del lago. Dijiste que una enorme cosmoenergía me atraía al fondo. ¿La recuerdas?
Es el turno del Santo de Cáncer para desconfiar. Se cruza de brazos y mira al costado.
—Sí, lo platiqué con Su Santidad al día siguiente que sucedió, pero...
—¡¿Lo sabe Su Santidad?!
—¡Por supuesto que lo sabe! —rechina los dientes—. ¿Acaso crees que dejaría pasar tremendo suceso sin contárselo a quien dirige el ejército de la pequeña diosa?
El joven león se talla la mejilla alarmado, sin saber qué decir.
»De cualquier forma, Su Santidad lo habló con la pequeña diosa y ambos reforzaron las defensas. No sé si me consuela que ese cosmos fuera ajeno al de un Espectro, pero te recomiendo que no vayas al lago, a menos que sea en compañía de alguien.
—¿Por qué te lo guardaste? —reprocha incómodo con su secretismo—. Pude ir allá antes.
—Hay guardias en la zona. Te hubieran regresado en cuanto pusieras un pie en las cercanías. Además, intenté decírtelo cuando nos encontramos en las escalinatas del Templo de Tauro. ¿Lo recuerdas? Me mandaste al Inframundo con eso de "no hagas cosas malas que parezcan buenas".
Las mejillas del león se ponen rojas. Otra vez sus exabruptos le jugaron una mala pasada.
—Lo sien...
—No te disculpes, ya te dije cómo solucionas todo. Sólo intenta estar alerta. De cualquier forma, han pasado meses desde ese episodio o ¿volviste a experimentar algo parecido?
—No.
—Pues entonces será como dijo la pequeña diosa, llegaste en el momento y lugar equivocado. Quizá era alguien que, al sentirse acechado o por cualquier otro motivo, decidió atacarte. Sin embargo, se lo dije a Su Santidad: si bien el cosmos te hundía en el lago, no percibí agresividad o intención alguna de matarte. Fue muy raro todo eso...
—Además, yo me dormí.
—Esa es otra cosa por lo que descartamos el ataque —exhala ofuscado—. Te entrené para identificar las intenciones del enemigo. Si seguiste dormido es porque tu cosmos nunca percibió que quisieran dañarte.
—¡Qué raro!
—Sí, de cualquier forma, te repito: no vayas ahí si no es en compañía de un Santo Dorado. Si a mí me costó arrebatarte de ese cosmos, de nada servirá que lleves a Yato o a Tenma.
—Sí —musita pensativo. De cualquier forma, realiza sus actividades lejos de la zona. El único sitio parecido al lago, es el ojo de agua y nunca percibió un cosmos enemigo o rastro de él—. Pues, eso es todo, Manigoldo. Ahora enfrentaré a mi tío y...
—Cuéntale todo, también sabe sobre los sacrificios. Dará el grito en el cielo, pero con Cid al lado para serenar los ímpetus con su objetividad, logrará aceptarlo —aconseja acariciando sus cabellos con cariño—. Yo iré a bañarme para recibir a Albafica.
—Sí, gracias, Manigoldo y por favor, cuídate. ¿Quieres? Acabas de regresar y sigues débil.
—De nada, piccolo Re y no te preocupes, Albafica ya lo sabe —comenta relajado—, no por nada conoce al dedillo mi cosmoenergía —baja un par de escalones—. Sólo está jodiendo.
»Ah —se detiene y gira hacia el chico—, no olvides que me debes algo. Mañana te quiero poniendo en práctica tu disculpa. Su Santidad dijo que Kardia y Dégel vuelven en dos días, tienes tiempo para adelantar con los otros.
—Sí, cuenta con eso.
En cuanto entran al Templo de Capricornio y piden permiso para atravesarlo, se separan porque Sisyphus, tal cual predijo Manigoldo, solicita su presencia. La partida del Santo de Cáncer le deja una sensación de sosiego y la esperanza de relacionarse sin fricciones en el futuro, mientras tenga la fuerza para controlar sus exabruptos la próxima vez.
Porque conociendo el carácter de ambos, sobrarán ocasiones para poner a prueba la engreída personalidad del león.
—Pues no me gusta nada que te hayan contado sobre los sacrificios.
Leo, Sagitario y Capricornio se encuentran sentados en la mesa de las acomodaciones del último, compartiendo la comida y la bebida. Regulus literalmente devoró lo servido en su plato y ahora disfruta de un racimo de uvas mientras los otros sobren el vino traído de las tierras del español.
—Sisyphus, estás mal —interrumpe Cid—. Regulus debe saber qué puede encontrarse para reaccionar en consecuencia. ¿Cómo te niegas a que conozca un dato que le podría salvar la vida?
El cuestionamiento pone en jaque al Santo de Sagitario. Éste se muerde la lengua visiblemente renuente y ofuscado por la lógica infalible del otro.
—Lo siento, sobrino. Es... complicado. Las acciones de los Espectros son inmundas y las personas no deberían ser usadas para ese propósito perverso.
—Lo sé, tío, pero el señor Cid tiene razón. Aunque Su Santidad le ordenó a Manigoldo que me mantuviera lejos de esa experiencia, es mejor que me entere.
—Sí, sí —susurra el otro con ánimo escrupuloso.
—¿De qué tienes miedo, tío?
Sisyphus se soba la sien con los dedos, en un intento de alejar las preocupaciones.
—De que esas imágenes te impidan descansar. Hasgard tuvo fuertes pesadillas después de su primera experiencia y Asmita tuvo que intervenir para serenar su mente.
—Oh...
Sisyphus bebe el resto del vino y juguetea con el recipiente. Regulus observa de reojo a Cid, éste mantiene el silencio. El tema es alarmante y ominoso. Eso le lleva a otra cuestión: ¿debería platicarles de sus sueños sobre el bosque? El rictus de su tío lo desanima a tocar el tema. Quizá en otra ocasión, cuando esté menos perturbado.
—No es fácil pasar el mal trago y mucho menos si eres sensible —opina Cid con la ecuanimidad que lo caracteriza—. Deberás controlar tus emociones durante el episodio y tener la mente fría porque, por ejemplo, a Dohko lo atacaron mientras procesaba la escena.
—Por eso te digo que debes controlar tus exabruptos, Regulus —comenta Sisyphus con terquedad—. Esto saca de quicio incluso al más calmado de nosotros y tus estallidos te harán presa fácil.
—¿Sabes tío? Tienes razón.
Esas dos últimas palabras dejan sin habla a los mayores. Regulus se obliga a profundizar en el tema, dejando a un lado su ego.
»Cuando fuimos al pueblo, me quedé pasmado frente a la pila de cadáveres. No podía creer tanta muerte y crueldad en un solo sitio. Tan así, que Manigoldo me hizo consciente de los Espectros acechandonos. No quiero pensar en lo que habría sucedido de estar solo y ser testigo de las heridas de los pobladores. Como dices, habría sido presa fácil.
Su cuerpo tiembla ante la expectativa. Una mano se posa sobre su hombro. Su tío lo atrapa en un abrazo y le besa la cabeza. Regulus se refugia en él, cerrando los ojos, permitiendo que la cosmoenergía del Santo de Sagitario regule la suya.
—Desdigo mis palabras —susurra Sisyphus—, agradezco que te acompañara Manigoldo y que esta vez, fuera precavido. La verdad, desconfiaba de él... hasta lo desconozco.
—Ya te dije que son sólo prejuicios tuyos —acusa Cid—, debes darle más mérito.
—Es difícil, sabes cómo es Manigoldo.
—Porque lo sé, te digo que tus recelos son infundados. Manigoldo no es un inconsciente, al contrario. Es previsor y le gusta tener control de su vida. No por eso desconfíes de él.
—Su vida personal es una locura absoluta.
—Su vida personal es eso, personal, y mientras se muestre como un compañero digno y certero, deberías guardar tus inseguridades y dejar de moldear la opinión de los demás con respecto a la reputación de Manigoldo. Míralo desde otra perspectiva, te sorprenderá.
—No entiendo qué le conoces tanto, Cid. Cada vez que sale el tema, lo defiendes.
—Porque yo sí he compartido misiones con él y lo tengo medido.
—Es difícil creer en él cuando se codea con Kardia. Ese es otro inconsciente.
—No son inconscientes, sólo tienden a ser más... —busca la palabra—, atrevidos. Además, Kardia también está con Dégel y a este último no lo juzgas igual.
—Dégel es diferente. Tiene los pies bien puestos en la tierra.
—Manigoldo también. Le tienes tirria desde que se ofreció como mentor de tu sobrino y, me disculparás, pero considero que hizo un buen trabajo.
Sisyphus frunce los labios con obstinación y desvía el rostro. Regulus ladea la cabeza aún acomodado contra su pecho y sonríe.
—Sí, hizo un buen trabajo, tío.
—Casi te mata tres veces. No una, tres.
—Sí, pero ahora conozco mejor mis alcances y cómo contrarrestar los ataques. Admito que esos tres errores fueron mi culpa y tú jamás me habrías llevado a esos límites.
—Claro que no, eres mi sobrino —reniega malhumorado.
—Y eso habría hecho que me hicieran más daño los Espectros en esta misión. Pude salir casi ileso gracias a mi entrenamiento con Manigoldo.
Sisyphus exhala desconsolado y se restriega la nuca aprensivo. Cid le ayuda a alborotar más sus cabellos en un gesto de camaradería y apoyo incondicional.
—De acuerdo, le daré una oportunidad a ese cangrejo retorcido, pero ya te digo, es difícil creer en él cuando es tan amiguito de Kardia —zanja bebiendo del vaso relleno por Cid—, y me preocupa más que Albafica esté tanto con ellos. Lo pueden llevar por mal camino...
—¿A Albafica? Imposible —interrumpe Cid—, le das mucho crédito a ese par y tampoco conoces los entresijos de Piscis. No por nada es respetado, sino que temido, en El Santuario. Creí que el único renuente a notar lo peligroso y retorcido que puede ser Albafica en el interior, era Shion. Ya veo que tú entras en la misma bolsa de los ciegos e ilusos.
—Albafica no es peligroso y mucho menos retorcido—defiende Sisyphus—, sólo es un ermitaño con un corazón muy grande. No como el de ese par de bestias. ¡Y no soy un iluso!
Eso le recuerda a Regulus algo y sin pensar bien antes de hacer la pregunta, dispara mientras Sisyphus sobre el vino del vaso.
—Tío, ¿qué es exactamente un trío?
Sisyphus se ahoga. Cid de inmediato le alcanza un pañuelo y le da palmadas en la espalda. El Santo de Sagitario se pone rojo por el ataque de tos.
—¡¿Dón...de escuchaste... eso?! —reclama con espanto y algo de saliva en el rostro.
El joven sigue aturdido con la reacción del mayor. Sus ojos se desvían a Cid y éste le dirige una mirada suspicaz. Los adultos, forman una atmósfera censurable y difícil de soportar.
—Eh... en... —piensa rápido—, Rodorio...
—¿Dónde te estás metiendo para escuchar eso? —se escandaliza.
—Pues... en... ¿la calle?
Su vacilación es interpretada de forma errónea. Mientras él se paraliza por mentir fatal, los otros dos Santos piensan que es por el pánico de ser descubierto en un sitio inmoral.
—Pues... pues... ¡Eso no lo tienes qué saber!
—Un trío son tres personas —zanja Cid con su típica imparcialidad—, unidas por un vínculo que puede ser de cualquier tipo, conforme a sus motivos para nuclearse.
—Sí, lo sé, pero ¿por qué atañe responsabilidades y derechos? ¿Un derecho u obligación sería que no dejen dormir a otro o entre ellos?
—Regulus, deja el tema en paz —gimotea su tío, presa de los escrúpulos.
—Porque quizá, tienen una relación romántica —presupone Cid neutral.
¿Manigoldo en una relación romántica con Kardia y Albafica? ¿Cómo está eso? El chico se rasca la cabeza distraído.
—No entiendo —reniega sin morderse la lengua—, pensé que eso se daba en una pareja.
—¡Cid, no le digas más nada al niño! —exige iracundo y exasperado.
—¡No soy un niño! —aclara belicoso.
—No es un niño y merece saberlo –reitera tajante Cid—. Es raro que sean tres, pero en la antigua Grecia sucedía. En Esparta para no ir lejos, un guerrero tenía a su escudero como amante y por otro lado, a su esposa. Los tres tenían derechos y obligaciones.
—¿Qué derechos?
—A estar con la persona, besarse por ejemplo, tener algo romántico. ¿Entiendes el término "romántico" y lo que implica?
—Sí, claro, en algún momento lo hablé con Yato y Tenma.
Era cuestión de besarse para mostrar amor de pareja e ir de la manita, tocarse y compartir tiempo...
—¡¿Qué cosas hablas con ese par de cabezas huecas?!
Ups, presiente que sus amigos tendrán una de esas conversaciones tensas e intimidantes con su tío. No es justo, él también quiere saber y Tenma les enseña a los otros dos, lo aprendido con Dohko, quien es un mentor libre de prejuicios y responde cualquier duda de su pupilo.
—Sisyphus, basta de sobreprotegerlo —ordena Cid con firmeza.
—No lo sobreprotejo, Cid. Él no debe saber de estos temas —sisea malhumorado.
—Claro, que no sepa nada —dice tranquilo—, y después, lo tendré aquí alebrestado como le sucedió a alguien que estaba mortificado hasta la médula por un mísero empalme, gracias a que otro alguien con másca...
—¡Cid! —censura con el rostro rojo—. ¡Eso es privado de ese... alguien! —censura golpeando la mesa con el puño.
¿Privado? ¿Qué es privado? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué alguien? ¿Quién empalmó qué? Porque empalmar es unir o ligar, ¿no? ¿Qué unieron? ¿Por qué unir alebresta a alguien?
¡Regulus quiere saber! ¿De quién hablan? ¿De qué hablan? ¿Su tío está exagerando otra vez? Ay su tío, es tan escrupuloso que a veces alcanza los límites de lo ridículo.
—No entiendo, me están confundiendo —susurra inquieto—. ¡Expliquenme! —ruega malhumorado.
—Lo importante aquí es —establece Cid sin perder la calma en ningún momento, a pesar de los ánimos revueltos a su alrededor—, ¿a quién escuchaste decir que tiene un trío?
Eso lo mete en un problemón y lo distrae del escenario mostrado por el Santo de Capricornio con el alguien, el empalme y el otro alguien.
La perspectiva de que Manigoldo se entere de que sacó esto a colación con Cid y Sisyphus lo asusta. Sin duda, los castigos durante su entrenamiento serán un paseo benéfico para lo que le preparará por abrir la bocota. Puede jurarlo y si, además, se enteran los otros dos...
¡Aguja Escarlata! ¡Rosas Sangrientas!
La perturbadora expectativa lo paraliza de nueva cuenta.
—A-a alguien, p-pero no tiene importancia —comenta con los nervios a flor de piel rogando porque no le hagan más preguntas—, c-creo que lo e-entendí, aunque...
—¡Basta del tema! —zanja Sisyphus escandalizado—. Hablemos de otra cosa.
Regulus se lo agradece por primera vez. Así puede escapar, que diga, irse.
—Pues, prefiero descansar. De esta plática, saco en claro que deberé entrenar para controlar mis emociones.
—Habla con Asmita —recomienda Cid—, él sabrá qué hacer. De todos, es quien mejor lo llevó, gracias a sus técnicas místicas.
—De acuerdo.
—Antes de que te vayas, ¿qué pasó con Manigoldo? —intervino Sisyphus—. ¿Pudiste arreglar tus asuntos con él?
—Sí, tío. Hablamos y arreglé nuestra relación, aunque me dejó una tarea.
—¿Qué tarea? —indaga alarmado.
—Lo sabrás mañana, tío.
Los mayores intercambian miradas. Sisyphus hierve en curiosidad. Cid encoge los hombros.
—Déjalo ser, Sisyphus. Ya lo dijo: mañana lo sabrás. Vete a descansar, Regulus.
—Sí, señor Cid, gracias, con permiso.
Sale de ahí antes de que su tío lo detenga. Algo tiene claro: Manigoldo, Kardia y Albafica tienen algo romántico. Lo único cuestionable es su propio repudio a la idea.
"¿Por qué me afecta? Tal como dijo el señor Cid, es la vida de Manigoldo. Él decide con quién estar" se dice durante el camino. "Además, ahora todo tiene sentido, por eso se queda tanto tiempo con el señor Kardia y lo que sucedió en el Templo de Piscis es parte de su relación".
Chasquea la lengua con una comezón a flor de piel incapaz de serenar con sus uñas.
"No entiendo por qué estoy tan enojado con el señor Albafica. A finales de cuentas, Manigoldo ya no es mi mentor. Debo dejar de ser tan posesivo con él. Aunque... Ash, debí taparme los oídos con cera, así no estaría divagando en tonterías".
¡Hola, mis paballed@s!
Capítulo nuevo, esta vez casi igual de largo que el anterior. Lo lamento, pero a veces sale como sale.
¿Cómo vas? ¿Lo estás disfrutando? ¿Qué dudas tienes? ¿Algún comentario?
Nos vemos la próxima semana con un nuevo capítulo. Esperemos que las cosas se mejoren aunque te adelantaré algo: presta atención a Kardia y lo que hará cuando Regulus se disculpe con él... Muahahahaha.
¡Besos y gracias por leer!
NOTA DEL AUTOR
[1] Putazo — en México, significa golpazo, es prácticamente un manazo de tremendas proporciones.
[2] Stronzo — en italiano, significa idiota, cabrón, etc.
Créditos de la imagen a su autor. ¡Albafica se ve divino!
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