4. El lago
Durante la semana posterior a la fiesta en su Templo, sus emociones se convirtieron en una maelstrom. Ésta lo arrastró por múltiples inseguridades, tristezas, recriminaciones y miedos. Sumido en ese loop destructor, se mantuvo lejos de todos, irascible y gruñón.
Las razones principales de su desfase emocional eran la decepción por los motivos de Manigoldo para hacer de él su pupilo; así como la frustración por el actuar de su tío, quien pugnaba por controlar su vida, basado en el argumento de que seguía siendo un niño.
Ninguno entendía que, para Regulus, su entrenamiento era una cuestión de honor. Con él, demostraría ser un digno sucesor de su padre y se convertiría en un camarada a la altura de combatir hombro con hombro con los Santos Dorados en la Guerra contra Hades.
Con sus actos, ambos pisotearon su esfuerzo. Por un lado, Manigoldo sólo buscaba complacer al Patriarca. Si nunca tuvo esperanzas en la capacidad o la fuerza de voluntad de Regulus, mentirle fue deleznable.
Pudo esperar a que Su Santidad le ordenara a Hasgard hacerse cargo. Incluso, Regulus hubiera aceptado a Kardia, con sus defectos y locuras. Sin embargo, Manigoldo cubrió por años una vacante vacía que no deseaba, sólo para quedar bien. Eso era patético aún para él.
Por otro lado, su tío... ¿Por qué adjudicarse el papel de dios y negarle a Regulus la oportunidad de ser entrenado formalmente y no con mano trémula, como la suya?
"Me tienen harto con sus hipocresías. ¡Soy un adulto! ¿Cuándo lo entenderán?".
Esa mañana, levantarse resulta ser... complicado. Desde que se convirtió en el Santo de Leo, el sueño lo evade como si tuviera lepra. Ignorando el dolor de cabeza por la falta de descanso, se obliga a salir de su Templo, con el corazón encogido por el abatimiento, el estómago ardiendo por la gastritis y gruesas bolsas bajo sus ojos.
A estas alturas, ni siquiera la cosmoenergía de la manada de Leo lo tranquiliza.
Su objetivo es acudir al Coliseo y entrenar hasta caer rendido. Es imperativo seguir esa línea y estar listo para la batalla, suceda cuando suceda. Si en el proceso, el sueño lo alcanza por agotamiento, será bienvenido. Si no... ya se las arreglará.
En ese orden de ideas, baja al Templo de Cáncer.
—Soy Regulus, pasaré con rumbo al Coliseo —se anuncia según la tradición.
Agudiza los oídos y nada se escucha más allá de su propia respiración. Atraviesa el Cuarto Templo aliviado. Detesta la idea de toparse con su guardián. Los otros tres son pan comido. Shion incluso le saluda con una sonrisa y se preocupa por sus ojeras. Regulus le resta importancia.
En el Coliseo, Hasgard y Cid intercambian golpes. El león se afana en vendar sus puños y terminada la labor, se pone en pie. Baja hacia la arena y analiza a sus probables compañeros de combate.
—Piccolo Re.
El ánimo se exacerba, su cosmoenergía se revuelve y los colmillos sobresalen.
—Lárgate —sisea entre dientes.
—Vamos, quieres entrenar —musita con tono neutro—. Hazlo conmigo.
—Lárgate.
—¿No tienes ganas de golpearme? ¿No deseas desquitarte? ¿No estás ofendido? Ya llevas una semana evadiéndome.
—Lár-ga-te —insiste rechinando los dientes.
—¿Es que el niño está haciendo berrinche? —mete el dedo en la llaga.
—¡NO SOY UN NIÑO! —ruge con los ojos chispeando—. ¿Cuántas veces debo decirlo?
—Te comportas como uno —asegura con sonrisa torcida.
El halo de insolencia de Manigoldo es lo único que Regulus no soporta. Le recuerda a otro ser que conoció en su niñez. Uno portando la armadura oscura. Matando a su padre...
—¿Quieres entrenar conmigo, cangrejo insufrible? ¡Bien! Entrenemos.
No termina de decirlo cuando Manigoldo lanza el primer ataque. Fuerte, poderoso, sin consideraciones. Regulus lo evade con rapidez, gracias a la adrenalina fluyendo por su cuerpo. La cosmoenergía se alinea con sus deseos, el león combate como si fuera la última vez. Es una batalla de territorio, para asentar bases y demostrarle a Manigoldo su habilidad.
El Santo de Cáncer lo lleva de nuevo a los límites. Regulus los saborea y se regodea en ellos. Acelera su velocidad, ataca sin piedad. El otro evade, contiene y devuelve cada técnica con la sapiencia de quien le conoce sus secretos. No por nada, fue su mentor.
El combate continúa, ninguno cesa en su empeño. Regulus utiliza la mayor parte de su cosmoenergía para limpiar su orgullo pisoteado. Para demostrarle a Manigoldo quién es, por qué la armadura de Leo lo eligió, por qué debió creer en él, en lugar de convencerlo de ser su maestro sólo para obedecer una orden de Su Santidad y ocupar un lugar vacío.
En un momento, aprovecha un descuido. Evade los múltiples golpes y lanza el puñetazo. Conecta la mandíbula de Manigoldo y lo manda al otro lado del Coliseo. Regulus se queda en pie, limpiándose la sangre de la boca, escupiendo al suelo la sobrante combinada con la saliva, sonriendo con satisfacción. Lo ha logrado. Le ha demostrado su valía.
—Es todo para mí, iré a bañarme.
Abandona el Coliseo, convencido de su victoria. A su juicio, Manigoldo recibió su merecido. De reojo, nota al Santo de Cáncer levantándose y sacudiéndose el polvo. Los cobaltos de Manigoldo prometen que esto no ha terminado. Regulus sigue un impulso infantil y apresura el paso para ocultarse y evadir una charla insulsa, tomando el camino hacia el bosque cercano a El Santuario.
A su paso, se deleita con el aire puro, el aroma del musgo, los árboles y la naturaleza. Helios calienta su cuerpo, la luz lo ilumina y le devuelve la paz. Sus pies le llevan por senderos inexplorados hasta llegar a un hermoso lago. Se maravilla con la estampa del lugar y no duda en desprenderse las ropas para meterse en las aguas refrescantes.
Se da el permiso de retozar como un niño, recuperando esos momentos en que acompañó a su padre, donde su vida consistía en disfrutar, flotar en el agua con el sol sobre la cara y el sonido del bosque devolviéndole la paz y la estabilidad.
"Necesitaba esto, fueron muchos años lejos de aquí, de mi centro de estabilidad, de mi corazón" medita con la cara al cielo. "Esto es parte de mí y yo soy parte de esto".
Los ojos se le cierran, los oídos se concentran en el acuático sonido de la corriente del agua, su cosmoenergía se une a la del bosque.
Sin ser consciente de ello, Regulus se vuelve uno con la naturaleza.
𝐔𝐧 𝐞𝐬𝐭𝐫𝐞𝐦𝐞𝐜𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐥𝐞 𝐬𝐚𝐜𝐮𝐝𝐞. 𝐀𝐛𝐫𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬 𝐲 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐩𝐢𝐞 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐛𝐨𝐬𝐪𝐮𝐞, 𝐩𝐞𝐫𝐜𝐢𝐛𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐨𝐬𝐦𝐨𝐞𝐧𝐞𝐫𝐠í𝐚 𝐝𝐞 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐯𝐢𝐯𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐲𝐚 𝐬𝐞𝐚 𝐚𝐧𝐢𝐦𝐚𝐥 𝐨 𝐯𝐞𝐠𝐞𝐭𝐚𝐥, 𝐬𝐮𝐬 𝐚𝐫𝐢𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐲 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐨𝐬𝐢𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬. 𝐄𝐥 𝐬𝐢𝐭𝐢𝐨 𝐞𝐬 𝐮𝐧 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐯𝐢𝐯𝐨, 𝐜𝐚𝐦𝐛𝐢𝐚𝐧𝐭𝐞, 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫𝐨𝐬𝐨.
𝐇𝐞𝐥𝐢𝐨𝐬 𝐛𝐫𝐢𝐥𝐥𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨, 𝐥𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐢𝐥𝐮𝐦𝐢𝐧𝐚 𝐚 𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬. 𝐋𝐨𝐬 𝐬𝐨𝐧𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐥𝐞 𝐚𝐫𝐫𝐮𝐥𝐥𝐚𝐧. 𝐋𝐨𝐬 𝐚𝐧𝐢𝐦𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐢𝐚𝐝𝐨𝐬. 𝐄𝐥 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐫𝐞𝐲 𝐬𝐞 𝐬𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐡𝐨𝐠𝐚𝐫. 𝐇𝐚 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐭𝐨 𝐚 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐭𝐞𝐧𝐞𝐜𝐞.
𝐄𝐥 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐜𝐚𝐦𝐛𝐢𝐚, 𝐬𝐞 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐯𝐞 𝐯𝐢𝐨𝐥𝐞𝐧𝐭𝐨, 𝐚𝐠𝐫𝐞𝐬𝐢𝐯𝐨, 𝐩𝐨𝐭𝐞𝐧𝐭𝐞. 𝐀𝐫𝐫𝐚𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐡𝐨𝐣𝐚𝐬, 𝐩𝐚𝐥𝐨𝐬 𝐲 𝐩𝐨𝐥𝐯𝐨. 𝐋𝐨𝐬 𝐚𝐧𝐢𝐦𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐡𝐮𝐲𝐞𝐧 𝐭𝐞𝐦𝐞𝐫𝐨𝐬𝐨𝐬, 𝐥𝐚𝐬 𝐧𝐮𝐛𝐞𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚𝐧 𝐫á𝐩𝐢𝐝𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞. 𝐎𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚𝐬, 𝐚𝐦𝐞𝐧𝐚𝐳𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚𝐬.
"𝐄𝐬𝐭𝐨 𝐲𝐚 𝐥𝐨 𝐯𝐢 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬, 𝐞𝐧 𝐦𝐢𝐬 𝐬𝐮𝐞ñ𝐨𝐬" 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐭𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐢𝐧𝐪𝐮𝐢𝐞𝐭𝐮𝐝. "¿𝐄𝐬𝐭𝐨 𝐞𝐬 𝐮𝐧 𝐬𝐮𝐞ñ𝐨?".
𝐋𝐚𝐬 𝐧𝐮𝐛𝐞𝐬 𝐬𝐢𝐠𝐮𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐜𝐮𝐫𝐬𝐨, 𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐠𝐥𝐨𝐦𝐞𝐫𝐚𝐧, 𝐬𝐞 𝐠𝐨𝐥𝐩𝐞𝐚𝐧. 𝐋𝐨𝐬 𝐫𝐚𝐲𝐨𝐬 𝐢𝐥𝐮𝐦𝐢𝐧𝐚𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨. 𝐋𝐚 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐬𝐞 𝐜𝐢𝐞𝐫𝐧𝐞 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚. 𝐋𝐚𝐬 𝐠𝐨𝐭𝐚𝐬 𝐧𝐞𝐠𝐫𝐮𝐳𝐜𝐚𝐬 𝐞𝐦𝐩𝐢𝐞𝐳𝐚𝐧 𝐚 𝐜𝐚𝐞𝐫. 𝐄𝐫𝐨𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐧 𝐥𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐦𝐚𝐫𝐜𝐡𝐢𝐭𝐚𝐧 𝐥𝐚 𝐧𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚𝐥𝐞𝐳𝐚, 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐚𝐦𝐢𝐧𝐚𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐚𝐠𝐮𝐚𝐬, 𝐞𝐧𝐟𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧 𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐚𝐧𝐢𝐦𝐚𝐥𝐞𝐬.
𝐄𝐧 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐛𝐨𝐬𝐪𝐮𝐞, 𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬 𝐬𝐚𝐜𝐮𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐳𝐚. 𝐎𝐛𝐬𝐞𝐫𝐯𝐚 𝐬𝐮𝐬 𝐛𝐫𝐚𝐳𝐨𝐬 𝐲 𝐬𝐨𝐛𝐫𝐞 𝐬𝐮 𝐩𝐢𝐞𝐥 𝐬𝐞 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐧 𝐡𝐞𝐫𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐯𝐚𝐫𝐢𝐚𝐬. 𝐒𝐞 𝐚𝐛𝐫𝐞𝐧 𝐥𝐞𝐧𝐭𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐫 𝐠𝐫𝐮𝐞𝐬𝐚𝐬 𝐜𝐨𝐬𝐭𝐫𝐚𝐬 𝐬𝐚𝐧𝐠𝐮𝐢𝐧𝐨𝐥𝐞𝐧𝐭𝐚𝐬.
𝐄𝐬 𝐥𝐚 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐞𝐧 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐯𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨, 𝐭𝐫𝐚í𝐝𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐈𝐧𝐟𝐫𝐚𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨. 𝐔𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐬𝐭𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐳𝐨𝐭𝐚𝐧 𝐥𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚 𝐲 𝐚𝐬𝐞𝐬𝐢𝐧𝐚𝐧 𝐚 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐥𝐨𝐬 𝐬𝐞𝐫𝐞𝐬 𝐯𝐢𝐯𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬.
𝐘 é𝐥, 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐦𝐞𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐠𝐫𝐚𝐧 𝐭𝐨𝐫𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐥𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚. 𝐄𝐬 𝐞𝐥 ú𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐛𝐚𝐬𝐭𝐢ó𝐧.
𝐂𝐨𝐧 𝐞𝐬𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐜𝐢𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚, 𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬 𝐞𝐯𝐚𝐥ú𝐚 𝐥𝐚 𝐚𝐦𝐞𝐧𝐚𝐳𝐚. 𝐋𝐚𝐬 𝐧𝐮𝐛𝐞𝐬, 𝐝𝐞𝐛𝐞𝐧 𝐝𝐞𝐬𝐚𝐩𝐚𝐫𝐞𝐜𝐞𝐫. 𝐄𝐥𝐞𝐯𝐚 𝐬𝐮 𝐜𝐨𝐬𝐦𝐨𝐞𝐧𝐞𝐫𝐠í𝐚 𝐚𝐥 𝐢𝐧𝐟𝐢𝐧𝐢𝐭𝐨, 𝐥𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐜𝐞𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐲 𝐛𝐫𝐚𝐦𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐩𝐨𝐭𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚:
—𝐄𝐥 𝐫𝐮𝐠𝐢𝐝𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐥𝐞ó𝐧 —𝐩𝐫𝐞𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐮 𝐠𝐨𝐥𝐩𝐞—. 𝐋𝐢𝐠𝐡𝐭𝐧𝐢𝐧𝐠 𝐁𝐨𝐥𝐭!
𝐄𝐧𝐯í𝐚 𝐬𝐮 𝐭é𝐜𝐧𝐢𝐜𝐚 𝐡𝐚𝐜𝐢𝐚 𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨. 𝐋𝐚𝐬 𝐚𝐥𝐠𝐨𝐝𝐨𝐧𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐬 𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐜𝐢𝐛𝐞𝐧 𝐲 𝐞𝐥 𝐯𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐬𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐯𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞 𝐚𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐚𝐜𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐜𝐨𝐬𝐦𝐨𝐞𝐧𝐞𝐫𝐠í𝐚.
»𝐂𝐨𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬𝐚 𝐞𝐬 𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐮𝐞𝐬𝐭𝐚 —𝐬𝐨𝐧𝐫í𝐞 𝐟𝐫𝐨𝐭á𝐧𝐝𝐨𝐬𝐞 𝐞𝐥 í𝐧𝐝𝐢𝐜𝐞 𝐛𝐚𝐣𝐨 𝐥𝐚 𝐧𝐚𝐫𝐢𝐳.
𝐂𝐨𝐧𝐭𝐢𝐧ú𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥𝐥𝐨, 𝐥𝐢𝐛𝐞𝐫𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐚𝐬 𝐧𝐮𝐛𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐨𝐥 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐨, 𝐝𝐞𝐬𝐚𝐩𝐚𝐫𝐞𝐜𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐚 𝐚𝐦𝐞𝐧𝐚𝐳𝐚.
—𝐏𝐚𝐫𝐞𝐜𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬 𝐥𝐨 ú𝐧𝐢𝐜𝐨, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐚𝐬í, 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐨 𝐦í𝐨.
𝐋𝐚 𝐩𝐢𝐞𝐥 𝐝𝐞 𝐥𝐞ó𝐧 𝐬𝐞 𝐭𝐨𝐫𝐧𝐚 𝐝𝐞 𝐠𝐚𝐥𝐥𝐢𝐧𝐚. 𝐋𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐥𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐧𝐮𝐜𝐚 𝐬𝐞 𝐞𝐫𝐢𝐳𝐚𝐧 𝐲 𝐬𝐞 𝐚𝐛𝐫𝐞𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐚𝐧𝐝í𝐛𝐮𝐥𝐚𝐬. 𝐕𝐨𝐥𝐭𝐞𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐫𝐚𝐩𝐢𝐝𝐞𝐳 𝐞𝐧𝐜𝐚𝐫𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐚 𝐞𝐬𝐚 𝐯𝐨𝐳. 𝐋𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐜𝐞 𝐭𝐚𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢𝐝𝐚...
—¿𝐏𝐚𝐩á? —𝐬𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚𝐥𝐢𝐳𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐜𝐫𝐞𝐝𝐮𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝—. ¡𝐏𝐚𝐩á!
𝐂𝐨𝐫𝐫𝐞 𝐡𝐚𝐜𝐢𝐚 𝐥𝐚 𝐟𝐢𝐠𝐮𝐫𝐚 𝐜𝐮𝐛𝐢𝐞𝐫𝐭𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐮𝐧𝐚 𝐜𝐚𝐩𝐚 𝐝𝐞 𝐩𝐢𝐞𝐬 𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐳𝐚. 𝐄𝐬 é𝐥, ¡𝐞𝐬 𝐈𝐥í𝐚𝐬! 𝐒𝐮 𝐩𝐚𝐩á 𝐥𝐨 𝐚𝐠𝐮𝐚𝐫𝐝𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨, 𝐜𝐨𝐧 𝐮𝐧𝐚 𝐬𝐨𝐧𝐫𝐢𝐬𝐚 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐚 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐥𝐚𝐛𝐢𝐨𝐬 𝐛𝐚𝐣𝐨 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐩𝐮𝐜𝐡𝐚. ¡𝐒𝐮 𝐩𝐚𝐩á!
—𝐏𝐫𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐚𝐭𝐞𝐧𝐜𝐢ó𝐧 𝐚 𝐭𝐮 𝐚𝐥𝐫𝐞𝐝𝐞𝐝𝐨𝐫, 𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬. 𝐄𝐬𝐜ú𝐜𝐡𝐚𝐭𝐞, 𝐞𝐬𝐜ú𝐜𝐡𝐚𝐥𝐨𝐬, 𝐦𝐢 𝐧𝐢ñ𝐨. 𝐃é𝐣𝐚𝐭𝐞 𝐠𝐮𝐢𝐚𝐫 𝐚𝐥 𝐬𝐢𝐭𝐢𝐨 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐜𝐭𝐨. 𝐑𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐚: 𝐜𝐨𝐧𝐜é𝐧𝐭𝐫𝐚𝐭𝐞 𝐚 𝐭𝐮 𝐚𝐥𝐫𝐞𝐝𝐞𝐝𝐨𝐫, 𝐚𝐛𝐫𝐞 𝐭𝐮𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬 𝐲 𝐦𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫á𝐬.
—¡𝐏𝐚𝐩á! —𝐥𝐨 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚.
𝐄𝐥 𝐣𝐨𝐯𝐞𝐧 𝐚𝐥𝐚𝐫𝐠𝐚 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐨. 𝐀 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐩𝐚𝐬𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐚, 𝐞𝐥 𝐨𝐭𝐫𝐨 𝐬𝐞 𝐚𝐥𝐞𝐣𝐚 𝐦á𝐬 𝐲 𝐦á𝐬.
—𝐍𝐨 𝐜𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐞𝐧 𝐭𝐮 𝐞𝐦𝐩𝐞ñ𝐨, 𝐦𝐢 𝐧𝐢ñ𝐨.
—¡𝐏𝐚𝐩á, 𝐧𝐨 𝐭𝐞 𝐯𝐚𝐲𝐚𝐬, 𝐧𝐨 𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐣𝐞𝐬!
—𝐄𝐬𝐭𝐨𝐲 𝐨𝐫𝐠𝐮𝐥𝐥𝐨𝐬𝐨 𝐝𝐞 𝐭𝐢 —𝐬𝐨𝐧𝐫𝐢ó 𝐩𝐥𝐞𝐧𝐨—. 𝐄𝐬𝐭𝐨𝐲 𝐦𝐮𝐲 𝐟𝐞𝐥𝐢𝐳 𝐝𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞𝐚𝐬 𝐞𝐥 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐋𝐞𝐨.
—¡𝐏𝐚𝐩á!
𝐋𝐨𝐠𝐫𝐚 𝐚𝐥𝐜𝐚𝐧𝐳𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐭ú𝐧𝐢𝐜𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐨 𝐜𝐮𝐛𝐫𝐞 𝐲 é𝐬𝐭𝐞 𝐬𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐯𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞. 𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬 𝐧𝐨 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞 𝐜𝐫𝐞𝐞𝐫𝐥𝐨. 𝐓𝐚𝐧 𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚 𝐲 𝐭𝐚𝐧 𝐥𝐞𝐣𝐨𝐬. 𝐂𝐚𝐞 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐩𝐫𝐞𝐬𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫𝐢𝐚 𝐲 𝐥𝐚 𝐥𝐨𝐜𝐮𝐫𝐚.
»¡𝐏𝐚𝐩á, 𝐩𝐚𝐩á! ¡𝐍𝐨 𝐭𝐞 𝐯𝐚𝐲𝐚𝐬, 𝐩𝐚𝐩á! ¡𝐍𝐨 𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐣𝐞𝐬! ¡𝐓𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐢𝐭𝐨, 𝐩𝐚𝐩á!
𝐑𝐚𝐬𝐠𝐮ñ𝐚 𝐥𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚 𝐡ú𝐦𝐞𝐝𝐚, 𝐝𝐞𝐣𝐚 𝐬𝐮𝐫𝐜𝐨𝐬 𝐞𝐧 é𝐬𝐭𝐚, 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐬𝐮𝐜𝐢𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬, 𝐬𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐠𝐫𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐝𝐨𝐬. 𝐄𝐬𝐜𝐚𝐫𝐛𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐚𝐜𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐩𝐞𝐜𝐡𝐨, 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐝𝐨𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐞𝐧𝐧𝐞.
—𝐀𝐩𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐨, 𝐧𝐨 𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 —𝐥𝐚 𝐯𝐨𝐳 𝐩𝐫𝐨𝐯𝐢𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐩𝐞𝐜𝐡𝐨.
𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬 𝐥𝐞𝐯𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐳𝐚 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫𝐨𝐬𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐥𝐞 𝐢𝐦𝐩𝐢𝐝𝐞 𝐯𝐞𝐫 𝐦á𝐬 𝐚𝐥𝐥á. 𝐒𝐞 𝐜𝐮𝐛𝐫𝐞 𝐞𝐥 𝐫𝐨𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐨, 𝐞𝐯𝐚𝐝𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐚𝐬í 𝐞𝐥 𝐡𝐚𝐥𝐨.
—¿𝐏𝐚𝐩á?
—𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐚 𝐬𝐮 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨. 𝐀𝐩𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐨, 𝐩𝐫𝐨𝐧𝐭𝐨 é𝐥 𝐥𝐥𝐞𝐠𝐚𝐫á 𝐲 𝐭𝐫𝐚𝐞𝐫á 𝐝𝐞𝐬𝐭𝐫𝐮𝐜𝐜𝐢ó𝐧.
—¿𝐐𝐮𝐢é𝐧 𝐞𝐬 𝐞𝐥 𝐞𝐧𝐞𝐦𝐢𝐠𝐨?
—𝐋𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐞𝐬, 𝐥𝐨 𝐯𝐢𝐬𝐭𝐞, 𝐯𝐢𝐯𝐞 𝐜𝐨𝐧 𝐧𝐨𝐬𝐨𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐭𝐮 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳ó𝐧.
—¡𝐍𝐨 𝐞𝐧𝐭𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨!
—𝐋𝐨 𝐡𝐚𝐫á𝐬 —𝐥𝐚 𝐯𝐨𝐳 𝐬𝐞 𝐚𝐥𝐞𝐣𝐚𝐛𝐚, 𝐬𝐞 𝐚𝐩𝐚𝐠𝐚𝐛𝐚—. 𝐀𝐩𝐫𝐞𝐧𝐝𝐞 𝐝𝐞 𝐭𝐮𝐬 𝐝𝐞𝐛𝐢𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬, 𝐫𝐞𝐟𝐮𝐞𝐫𝐳𝐚 𝐭𝐮𝐬 𝐥𝐚𝐳𝐨𝐬.
𝐋𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐥𝐞 𝐝𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐧𝐳𝐚, 𝐥𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐥𝐞 𝐛𝐫𝐢𝐧𝐝𝐚𝐛𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐭𝐞𝐜𝐜𝐢ó𝐧.
—¡Regulus, Regulus! —la voz es gobernada por la histeria—. ¡Vamos! ¡Reacciona!
Un corto circuito le vuelve a la realidad. La muerte se escapa por su boca, con gruesas arcadas y un vómito incansable. El joven se coloca de costado, soltando agua una y otra vez.
»¡Grazie, pequeña Diosa! —exclaman cerca de él.
Una mano le dispensa palmadas en la espalda, acompañando cada evacuación oral. El joven sigue tosiendo, con la espantosa sensación de sacar agua por la nariz. El cerebro le duele, los conductos nasales están repletos de líquido y lo suelta de poco en poco.
Varias arcadas más, recupera el temple. Gime sujetándose el estómago, con la cabeza doliente y la tráquea lacerada por el vómito.
»¡Escúchame bien, mio piccolo Re!
Unas manos lo sacuden, le obligan a prestar atención y sentarse. Frente a él, un pálido Manigoldo le comanda atrapado por la desesperación.
»¡No sé qué piensas, pero no se te ocurra suicidarte de nuevo! ¡Debes pelear!
—¿Qué... dices? —balbucea aún dolorido.
—¡Te encontré en el lago, hundido! —le informa nervioso—. ¿En qué estabas pensando?
Antes de comprender las palabras, se encuentra envuelto en unos brazos. Lo estrechan contra un tórax firme y húmedo. Manigoldo lo protege. Regulus aprieta los párpados, se concentra en recuperarse, disfrutando del calor del otro. Uno ajeno a su memoria celular. Se deja arrullar, se sume en ese confort inesperado. Relame sus labios y lo empuja un poco.
»Ni lo sueñes, tú de aquí no te mueves —reniega el otro y lo aprieta sin consideración.
Regulus se queja de dolor. Al tiempo, imagina unos labios colocándose en su coronilla. Porque lo imagina. Manigoldo jamás haría eso. Es... Anti-Manigoldo.
—¡Suéltame, idiota! —exige empujando el tórax del otro cuando reúne la suficiente fuerza.
—¿Por qué habría de hacerlo? Regulus, ¡me sacaste un susto de muerte!
—No es mi culpa —dice enfurruñado cruzando los brazos—. Y te lo tienes bien merecido.
—No te molestaré más —promete con angustia—. Si es lo que quieres, me alejaré de ti, pero no te suicides.
—¡¿De qué hablas, cangrejo tonto?! ¿Por qué me suicidaría?
—Una gigantesca cosmoenergía te hundía en el agua y tú no te defendiste —le explica impaciente—. ¡Y tú nunca te defendiste! —lo sacude—. ¿Tanto quieres alejarte de mí?
—¿Una cosmoenergía? —es lo único a lo que prestó atención.
—¡Sí! Una cosmoenergía te sujetó y te arrastró al fondo del agua. ¿Me puedes explicar por qué lo permitiste?
Regulus parpadea. No es que se niegue a ser franco, más bien es su absoluto desconocimiento de lo sucedido lo que le cierra la boca.
¿Quién quiso matarlo?
¿Su papá?
¿Por qué?
¡Hola, mis Paballed@s!
He aquí la siguiente entrega de este fic y empezamos con los misterios. ¿Quién querría matar a Regulus?
Vimos la otra parte sensible de nuestro Manigoldo a quien le han sacado un susto marca Yomotsu y ha pensado lo peor de lo peor. ¡Que se le suicidaba el crío! Pinche exagerado xD.
Hasta aquí, ¿vamos bien?
Lo que está en negritas siempre será un sueño, un algo que sucede fuera de la vida real. Por eso también le pongo otra letra aunque no me tome bien los acentos o los signos de puntuación. Lo siento por lo desprolijo.
Bueno, ¡nos vemos la próxima semana!
¡Besos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro