22. Amor con sabor a salsa
—El señor Albafica murió.
Con la mirada perdida, sus dedos acarician una rosa roja, flagrante y soberbia. Los resquicios de la cosmoenergía de Albafica se transformaron en estas bellas flores, una por cada persona importante en su vida.
Regulus fue uno de los afortunados en recibir el último vestigio del Santo más bello del Santuario.
Gruesas lágrimas se acumulan en sus ojos. La nariz le pica y su pecho se congestiona. A sus espaldas y a pesar de ser las dos de la madrugada, Manigoldo se esmera en cocinar en el Templo de Cáncer, después de un día de locos.
La fragancia de las especies y las hierbas aromáticas penetra el olfato del más joven, su familiar esencia debería proporcionarle calma.
Debería.
Regulus traga saliva sin encontrar las palabras para consolarse y mucho menos, hacer sentir mejor a su compañero. Esta noticia le pegó con potencia desmesurada a Manigoldo. No por nada Albafica era parte de su trío de entrenamiento y nadie esperaba que fuera, justamente el más bello de El Santuario, la primera vida arrebatada por esta cruel Guerra Santa.
Llega a la memoria de Regulus su último encuentro: Albafica atravesaba el Templo de Cáncer, luciendo gallardo su armadura y asegurando que volvería para clavarle una Rosa Sangrienta a Manigoldo por sugerir que "debería aprovechar el asedio y acorralar a Shion tras un pilar para darle duro con su espinita o mínimo, meterle la lengua hasta la garganta".
—Desde que empezaste a entrenar, sabías que ese podría ser nuestro destino —resuena la voz parca del custodio de Cáncer, sacándolo de sus recuerdos sin piedad.
El joven desvía el rostro hacia él, incrédulo por su comportamiento tan... tranquilo. ¿Cómo logra parecer insensible cuando él percibe en lo profundo de su cosmoenergía su tremebundo dolor y su rabia eterna por la pérdida de uno de sus mejores amigos?
—Sí, pero... bien sabes lo difícil que es decir adiós. Además, no pudimos estar mucho tiempo con él por su sangre envenenada. Shion lo teletransportó y se le cremó de inmediato, para evitar un accidente y otra pérdida.
—La pequeña Diosa decidió ese destino para Albafica —musita dejando caer los vegetales trozados en la sartén—. Al menos, todos fuimos testigos de su funeral. Es algo que pocos podrán presumir en Cocytos.
El recuerdo de los once Santos rodeando la pira humeante, escuece la herida de su tierno corazón. Un nudo se forma en la garganta y le borra cualquier palabra en los labios.
¿Hace cuánto que Albafica le enfrentó por lo sucedido aquella fatídica noche en el ojo de agua? Quizá 8 ó 9 días atrás.
Después de ello, se reunieron en el Templo de Cáncer dos ocasiones, acompañados de Kardia y Manigoldo, donde se concentraron en menesteres insignificantes, como afianzar su relación de casi amigos y desarrollar con brío, la de enemigos del trío de entrenamiento.
"No, no, no, Gatito.
Ya te dije, de Lunes a Viernes y el Domingo, el Cangrejo estará con nosotros.
Tú puedes hacer lo que quieras con él, el resto de las noches".
Recordar su discusión acalorada porque "el resto de las noches" significaba "el sábado", le forma una tibia sonrisa acompañada de un lacerante pinchazo en el pecho, al no haber encontrado la respuesta al cuestionamiento de Albafica sobre su venganza.
Regulus desaprovechó el tiempo asentando su relación con Manigoldo y ahora...
Nunca podrá decirle a Albafica a qué conclusión llegó. Si pudo superar este sentimiento desgastante o el veneno lo tendrá apresado hasta quién sabe cuándo.
Además, dicho de paso, tampoco encontró respuestas sobre su habilidad de desaparecer su cosmos en la naturaleza.
Es como si... el descubrir que el rumor del Despertar de Hades dejó de ser tal y se convirtió en una avasalladora realidad, hundiera a Regulus en el torbellino de la difícil aceptación de que, su presente y el tiempo de paz condicional, se le escurren como agua entre los dedos, mientras se vuelve imprescindible el levantar las defensas de El Santuario.
El depresivo ambiente anticipa el cruel destino: el fin ha llegado. La Guerra entró a El Santuario con la fuerza de mil huracanes y arrancó de raíz a la rosa que embellecía el lugar.
De alguna manera, la cosmoenergía del Santo de Leo lo anticipó. Estos días previos al fallecimiento del Santo de Piscis, Manigoldo y Regulus permanecieron cerca del otro.
Al contrario de lo esperado por Sisyphus o cualquier otro que los conozca, repartieron sus momentos entre sus allegados, dando independencia a su pareja. Pero, en cuanto podían y más aún, en las noches después del entrenamiento con el trío, compartieron hasta la vivienda.
Esta última semana, se volvió costumbre buscar a cualquiera de ellos en el Templo de Cáncer, cuyos muros son el sostén de su corazón y la terraza, es su refugio favorito.
Con este último lugar en mente, Regulus decide hacer una locura: lleva su rosa y la de Manigoldo al jardincito, elige un sitio y, mientras se limpia las lágrimas con el dorso de la mano, las planta en la tierra cuidando de no lastimarse.
El adiós de Albafica tiene espinas y a pesar de ello, es lo más bello que apreció en su vida.
Siguiendo los consejos de su padre, impregna parte de su cosmoenergía en las rosas para darles vigor y le ruega a la naturaleza que les permita vivir por siempre en ese fértil jardín.
—Llora por él, mio piccolo Re, por tus sentimientos y tu nostalgia. Albafica era un buen Santo, pero más que eso, era un hombre solitario debido a su propia técnica. Esta guerra le forjó un carácter y aún así, se dio la oportunidad de formar vínculos fuertes. Algo que el enemigo nunca apreciará como es debido.
—Lo sé, esa chica de Rodorio lloraba desconsolada durante su funeral.
Incluso, a pesar de la ecuanimidad de los rostros de Manigoldo y Kardia, el joven león pudo percibir su agonía por el adiós de su mejor amigo. Ni hablar de Shion, quien de vez en vez, se deshacía de sus lágrimas a base de teletransportación.
»De cualquier forma, no quiero llorar. Ya no. Quiero concentrarme en las cosas pequeñas y acompañarme con la belleza del mundo. Sé que el señor Albafica querría que siguiera sonriendo. Estas rosas me lo reafirman.
—Eso me parece bien. A Albapija le gustaban tus risas y tus bromas, por más bobas que fueran y deja de decirle "señor", él te consideraba un igual, casi-casi el hermanito que nunca tuvo. Por desgracia, le faltó tiempo para afianzar la relación contigo.
Por instinto, el italiano alarga la mano y entrelaza sus dedos con los griegos. Regulus se muerde la lengua al elucubrar las palabras inadecuadas.
—Prométeme que... —calla mientras busca y busca en su mente, porque pedir un imposible podría condenar al otro.
—Combatiré con todas las fuerzas de mi cosmoenergía —interrumpe Manigoldo conociendo sus pensamientos—. No me dejaré nada en el tintero. Nadie presumirá en el Cocytos que peleó mejor que yo.
La rotunda firmeza en el Santo de Cáncer incrementa la fe de Regulus. Esta vez, esta noche, la muerte pasó muy lejos de sus Templos. ¿Seguirá esta racha de suerte?
Se obliga a sepultar esas ideas. Se lo prometió a sí mismo: sonreír. Debe sonreír y ser optimista. Nadie conoce el futuro aunque, hablando de eso, su abuelo no lo ha vuelto a contactar. ¿Estará bien? Por otro lado, es un dios. ¡De seguro lo está!
—Bueno, ¿qué hay de cenar?
—Fideos, ¿qué más?
—¿Otra vez fideos? —rueda los ojitos—. ¿No sabes hacer otra cosa, Mani?
—Es mi comida favorita y justo reniega aquél que siempre lame su plato.
—E-es que... e-es que... —titubea rojito de la pena—. ¡Sabe muy rico!
—Entonces entra, siéntate, cállate y come.
Le es servida una buena dotación de fideos con salsa. Regulus toma el queso y lo desmorona con gesto agridulce. Es hora de hacer caso a sus propósitos por más dolor que albergue su alma ante la rara sensación de saber el Templo de Piscis vacío.
—Nunca entendí cómo es que tienes tan buena mano para cocinar y para hacer crecer las plantas —susurra con el mero propósito de hablar de algo.
—No sé, varias veces me lo pregunté, pero nunca quise decírmelo porque soy un desgraciado al que le gustan los misterios y éste, es uno de los más grandes.
Regulus deja caer la cabeza a su costado analizando la frase. ¡Manigoldo es genial!
»Me parece que Démeter, la diosa de la agricultura, me favorece... De otra forma, no me explico cómo mis manos dan vida al mismo tiempo que arrebatan las almas.
Manigoldo desvía la mirada con elocuencia hacia su fértil jardín. Sin duda, es digno de ser comparado con los Campos Elíseos.
»Vamos, come... necesitas nutrir tu cuerpo.
Con esfuerzo supremo, el rubio comienza la ingesta. Por fortuna, la comida de Manigoldo y su familiaridad, lo consuelan y de a poco, el apetito se abre camino.
Pero... ¿Qué pasará cuando Manigoldo no esté?
¿Quién le brindará contención?
Esa inquietud lo persigue como perro enrabietado los siguientes dos días. A su alrededor, el gesto adusto de sus compañeros enrarece el ambiente. La única certeza es que, basada en las estadísticas de las Guerras anteriores...
La mayoría morirá.
Sin alzar la voz, Regulus se descubre cuestionando las chances de los Santos Dorados para salir airosos de esta Guerra.
Kardia está en duda debido a su enfermedad y mucho teme que, si él muere, el custodio de Acuario siga sus pasos. El amor entre ellos puede ser contraproducente. Cid es otro con grandes posibilidades de salir vivo. Incluso, Asmita, por la potencia de su cosmoenergía. Su única inquietud es...
Manigoldo.
"Por favor, no quiero verlo morir. Es lo único que pido, no estar juntos cuando uno de los dos se vaya".
Es egoísta su sentimiento, lo reconoce. Sin embargo, su corazón se niega a soportar una experiencia así. Ya estuvo presente cuando su padre falleció. Basta, no más.
"Morir solo y pelear lejos de quienes amo. Es mi único deseo".
El ambiente de la terraza es perfecto. La paz del aroma de las hierbas y el viento suave agitando sus cabellos, con el firmamento sobre su cabeza, le dotan de energía y esperanza.
El joven abraza sus piernas y apoya el mentón en sus rodillas, aguardando la llegada del Santo de Cáncer. A últimas fechas, el Patriarca lo está llamando para afinar los detalles de una estrategia. Una de la que nadie, ni el propio Regulus, conoce sus entresijos.
"Hacerme uno con la naturaleza" medita durante su soledad. "¿Cómo es que lo logro sin encontrarme a mi padre en el proceso?".
Se estira sobre la manta. Sus palmas se restriegan sobre la piel de su rostro con frustración. La respuesta se escapa del entendimiento.
La luz de la luna cae sobre él. Los vellos de su epidermis se erizan al percibir la cosmoenergía albergada en ella.
—Hola, tía —saluda con solemnidad—. ¿Puedo decirte tía?
Detalla la figura del astro posicionado a miles de kilómetros de distancia y disfruta con su esplendor y el halo enigmático.
»Si soy un prodigio gracias al icor de mi abuelo corriendo por mis venas, ¿por qué no puedo encontrarme con mi padre?
Su pregunta carece de respuesta. Su tía parece ajena a sus inquietudes o quizá, lo ignora. El joven león acepta la negativa de Artemisa con serenidad. Sin embargo, como buen terco, decide hacer algo para solucionar sus dudas.
Cierra los ojos y se concentra en desaparecer su cosmoenergía. Rehace su acostumbrado ritual y esta vez, utiliza su Sexto Sentido para encontrar el camino que lo lleve con Ilías.
La piloerección de sus brazos y la fortísima electricidad acumulada en sus palmas lo agarran con la guardia baja. En su mente, vislumbra el flujo de energía vital, tan parecida a las estrellas en el firmamento, destellando a intervalos.
Viaja a través de ella, recreando en su psique las reminiscencias de un camino familiar. Su esencia sube las escaleras hacia el Quinto Templo y penetra en él.
En ese trance, encuentra la cosmoenergía de los legendarios Santos de Leo y entra en comunión con ellos. El flujo de Hércules es vigoroso y potente, por lo que su presencia impide distinguir con certeza a los otros.
Por azares del destino, Regulus percibe el brillo ansiado por tantos años. Dura menos que un relámpago, pero lo reconocería aún atrapado en el Cocytos.
Es Ilías... en su Templo.
¡Está ahí!
Un revés energético lo lleva a impactarse contra el piso y lo oprime contra él. El azoro se entremezcla con el dolor. Su mano recoge gotas carmesíes de su nuca.
¿Qué ha ocurrido? ¿Quién lo rechazó con tal violencia?
Se activa y la fuerza de sus piernas lo lleva a su Templo ignorando la dolencia de su cuerpo. Lo atraviesa con el corazón frenético y la lengua llena de cuestionamientos.
—¿Regulus?
—¡Hércules! —jadea frenético—. ¡Sentí a mi padre! ¡Lo sentí aquí! ¡Aquí!
El héroe pelirrojo desvía su mirada a su derecha. Al lugar vacío, como es su costumbre. Regulus recorre el sitio con impaciencia, en su afán de encontrar aquello que se desvanece de su percepción sensorial con el avance del tiempo.
—¿Qué buscas?
—¡A mi padre! Lo sentí, pero ahora no lo encuentro. Y apenas pude hacerlo, algo me golpeó lejos, como si...
—Como si no quisiera que lo encontraras —completa el primer Santo de Leo.
Los intestinos de Regulus se retuercen con ese entendimiento. Hércules entorna los ojos meditando ese nuevo escenario.
—Sí, tienes razón ¿M-mi padre se n-niega? —titubea con el estómago hecho nudo.
—Te he dicho hasta el hartazgo que no es así. ¿Acaso tu experiencia no te enseñó que juzgar sin conocer todas las versiones de la misma historia, es tu talón de Aquiles?
La piel se estremece con la vehemencia de Hércules y al meditar las opciones restantes, logra un entendimiento mayor.
—Entonces, si mi imposibilidad de encontrarlo no se basa en que él se me oculta, ¿por qué no puedo verlo?
El pelirrojo cruza los gruesos brazos sobre su pecho con el rostro satisfecho por el sendero tomado por el más joven.
—Esa es la cuestión... Ahora, debemos descubrir el por qué.
—Pues, si mi padre no es quien me golpeó apenas unos instantes —le muestra las yemas de los dedos impregnadas con su sangre—, ¿quién se niega a que me contacte con él?
Antes de seguir esa línea, una estocada certera y mortífera atraviesa su corazón. Sus manos pierden la fuerza y su garganta se cierra impidiendo la emisión de cualquier sonido.
A la distancia, percibe la anulación de un cosmos y la pacífica esencia restante, se hace una con el universo.
—Señor... Asmita...
Se ha ido.
Los tobillos flaquean, las rodillas reciben el golpe contra el suelo y las manos sostienen apenas su peso. Sus ojos se convierten en ríos de agua salada.
Regulus se esfuerza en no aferrarse al dolor de la pérdida mientras el espíritu de Asmita se aleja del mundo de los vivos, y se niega a mirar atrás.
—Mio piccolo Re...
El joven se distrae de su guardia en las inmediaciones de El Santuario y sonríe a su compañero. Sus pies acortan la distancia y sus manos lo estrechan contra él.
—Hola, Mani.
—Es hora, Su Santidad me ordenó que te lleve a descansar.
—Todavía puedo seguir un par de horas.
El guardián de Cáncer alborota los rubios cabellos con una sonrisa torcida.
—Sí, pero eres un chico con una estatura común. Necesitas comer y descansar para crecer.
—No soy un crío, Mani.
Se cruza de brazos ofendido. El Santo de Cáncer sonríe y lo atrapa contra su tórax.
—No, no lo eres, pero me gusta consentirte y pensar que si te alimento, crecerás y no tendré nunca más ese dolor de nuca por agacharme hasta el piso para besarte...
—¡Mani!
Las risas de ambos se mezclan con el consuelo de permanecer juntos una noche más. La cruel expectativa se cierne sobre ellos y los cubre con su espeluznante sombra.
¿Cuánto tiempo más podrán seguir juntos? Las muertes de Albafica y Asmita lo persiguen sin cesar. ¿Cuándo caerá el primero de los dos? ¿Quién será?
"No pienses en ello, disfruta de tu tiempo a su lado" se reprende luchando contra la desazón. "Ni él, ni yo, merecemos llorar al otro mientras conservemos la vida".
Unos labios se posan sobre su frente, los brazos lo envuelven contra un refugio tibio y protector.
Regulus se desprende de las lágrimas con ayuda de manos amorosas. Bajo sus sentaderas y piernas, el lecho de su propia habitación lo sostiene y le proporciona la seguridad de saberse en un sitio familiar.
—Parece que fue hace un instante cuando perdimos al señor Asmita y de pronto, hace unas horas, la vida del señor Hasgard fue arrebatada por el enemigo...
»Se fue protegiendo a Tenma —susurra con voz quebrada—. También mi tío yace en su Templo herido... ¿Por qué la guerra es tan cruel? ¿Por qué no puedo utilizar mi cosmoenergía para proteger a mis seres amados?
La pérdida del Santo de Tauro lo resquebrajó tanto o más que el conocimiento del ataque hacia Sisyphus. Sus manos son incapaces de mantener la cordura y tiemblan con frenesí.
—Mio piccolo Re, una guerra es una guerra y su característica principal se aboca en conseguir el triunfo a base de la pérdida de vidas humanas.
Esas palabras son lógicas, las comprende y razona con la psique, pero no logran deshacer el nudo en su garganta y mucho menos, las emociones revueltas de su estómago.
—P-pero... el señor Hasgard... él... ¡Él no merecía morir así!
Su llanto es contenido por el Santo de Cáncer. Se encuentra incapaz de soportar tanto dolor, tanta pérdida y mucho menos a resignarse al hecho de no compartir más con ellos.
—Nadie merece morir así. Llora para exterminar estas sensaciones que te corroen, pero al amanecer recuerda que cada uno murió por proteger sus convicciones.
—Proteger una humanidad que se afana en destruirse y fomenta la guerra contra el otro —susurra lleno de rabia y desazón.
Su garganta le pesa y su pecho fragmentado se niega a repararse. Son tantas las partidas y poco tiempo para asimilarlas...
»¿Por qué, Mani? ¿Por qué protegemos a esta humanidad?
—Porque hay personas que valen la pena —afirma sosteniendo el rostro del joven entre sus manos, acariciando con sus pulgares las mejillas–.
»¿Qué pasará con los niños de Hasgard si los abandonamos? ¿Qué pasará con la jovencita que Albafica defendió del Juez? ¿Qué pasará con nuestros compañeros sobrevivientes? ¿Merecen el destino del desprotegido?
El recuerdo de Nathan daña más su corazón herido. Se oculta de la vida en el cuello de Manigoldo y jadea incapaz de encontrar una razón para continuar la batalla.
La vorágine de fallecimientos lo manduca con sus gruesos colmillos. Cada muerte de sus compañeros es como un tarascón que se lleva sin piedad un pedazo de él.
—Llévame a un sitio donde pueda olvidar esta realidad que me aplasta como un elefante hace con una hormiga.
—Escapar de tu realidad no te dará la fuerza para continuar peleando.
—¿De qué sirve llorarlos y dejarme el alma en las lágrimas? ¡No me queda nada para pelear si estoy agotado por el recuerdo de sus pérdidas!
—Entonces, te daré un recuerdo que te dé fuerzas para continuar.
Los labios de Manigoldo se unen a los suyos, la suavidad de éstos se fricciona contra la agrietada piel de los pliegues mordidos hasta el hartazgo para paliar tanta desesperación.
Regulus se entrega a esta perfecta demostración de afecto y se emborracha en el estallido cálido de su corazón al sentir la cercanía de su novio.
El italiano lo besa con dulzura y cariño, derribando a cada segundo las estructuras de agonía y sufrimiento. Las lenguas se entrelazan y bailan cadenciosas, el sabor de la saliva del otro provoca una insatisfacción que se hace física.
Las manos de Regulus se desplazan por la piel italiana en dirección hacia el norte. Bajo las yemas de los dedos percibe la sedosidad de los cabellos. Su respiración afectada por el llanto, se agita con un nuevo sentimiento, el de la pasión.
Manigoldo se aleja cuando la respiración falla, su rostro sonrojado es delineado por los orbes del joven león y le forma una sonrisa pequeña.
—Cuando más triste estés, recuerda mi amor por ti —aconseja con cariño—. Nada en el mundo romperá esto que siento y me provocas. La guerra terminará y cuando lo haga, volveremos a la paz. Ten paciencia y pelea con el corazón. No olvides tus ideales, mio piccolo Re.
La lección es apreciada y resguardada a cal y a canto. Regulus hace suyas las palabras de su amado a pesar de su luto.
—Mani... siempre sabes qué decirme para sacarme del abismo.
El cangrejo le guiña el ojo derecho.
—No por nada eres mi pareja, mio piccolo. Sé lo que necesitas. Ahora, vamos a presentar nuestros respetos en el funeral de Hasgard...
—Vamos —susurra sacando fuerzas de flaqueza—, no faltaría por nada en el mundo, el señor Hasgard siempre fue un ejemplo a seguir.
Exhala con fuerza y se obliga a recuperar la esperanza.
»¡Voy a extrañar tanto sus consejos y su risa!
—¡No!
Termina sentado en la cama, el corazón le late en los oídos, la respiración desquiciada le roba el oxígeno y las sienes le punzan como si grandes agujas penetraran en la zona.
La camisola se le pega al cuerpo, la sudoración excesiva recorre con gruesas gotas su epidermis. El joven león se lleva una mano al rostro y tiembla ante el recuerdo del sueño.
¿Sueño? Eso fue una pesadilla y se sentía tan... real.
—Mio piccolo Re...
La voz de un recién despierto Manigoldo se transforma en un bálsamo y al instante, el joven termina acurrucado contra el otro, haciendo caso omiso a su empapada humanidad. Es contenido en un abrazo firme, contra un pecho musculado y unos besos se dispensan sobre su cabeza.
Por un momento, agradece haber cedido en esto de dormir juntos después del fallecimiento de Hasgard. Le hace bien sentir a su novio a su lado durante la noche.
»Fue un sueño... sólo fue un sueño —dice mientras lo arrulla.
Lo sabe, pero ¡fue tan real!
Acerca su puño a su rostro y lo analiza con minuciosidad. La sangre y la sensación de penetrar la coraza de ese guerrero sigue ahí. De cerrar los ojos, podría rememorar el momento en que impactó con su técnica el pecho y atravesó de cabo a rabo el cuerpo del bastardo, llevándose en el proceso, el órgano central del sistema circulatorio.
Él se robó el corazón de Radamanthys. Él, Regulus, lo... ¿mató?
La sensación lo abruma. Un presentimiento le persigue como perro implacable: matarlo será una crasa equivocación.
Las imágenes de Nathan abriendo las puertas del Inframundo se conglomeran en su limitada cavidad racional. Se le unen las emociones virulentas de la presencia de Hades en El Santuario y las consecuencias de ello, entremezcladas con las vivencias de sus misiones en las aldeas, con aquellas cruces, las coronas de flores y los juguetes a los pies de éstas...
Cada una de esas escenas está motivada por un sentimiento de furia y deseo de cobrar el daño.
Tanta muerte y odio diseminados en el mundo y todo por...
¿Por qué y para qué?
Su corazón se rinde y colapsa con tanto dolor. Su mente se niega a analizar una variable más: la venganza ¿es propicia? ¿es válida? ¿es... justificable?
Queda el instinto, la urgencia por hacer a un lado lo que daña su alma y consolarse con la única persona que adora con cada partícula de su ser.
Mientras el italiano procura levantarse, Regulus aprovecha el cambio de posición y lo empuja hasta tenderlo en la cama, en el afán de sacudirse las malas energías producto de su pesadilla.
—¿Reg?
—Escuché que los besos son una forma de comer... —susurra con voz ronca—, y hoy quiero cenar cangrejo.
—Cenar cangre... jajajajaja.
La boca del menor encuentra la de su compañero. Regulus se concentra en disfrutar de la sensación de tenerlo a su lado, contra su piel, a sabiendas de que el tiempo es oro y quizá mañana, si los acontecimientos siguen así, sea el día en que alguno de los dos abandone el mundo de los vivos.
»Reg... —susurra entre jadeos, dejando hacer al joven—. ¿Estás seguro de esto?
—Sólo sé que quiero estar contigo como... esa vez, después de mi cumpleaños —jadea evadiendo una mirada directa.
Manigoldo atrapa su rostro con las manazas llenas de callos y heridas en diversos puntos de sanación. Sus cobaltos lo recorren con intensidad y exhala al reconocer en el griego su propia angustia.
—Quizá, esta vez, no pueda contenerme y te empuje a ir más allá de tus límites...
—El señor Cid me habló sobre el s-sexo —dice nervioso, con un nudo en la garganta—, creo que... que puedo con ello.
La expresión de Manigoldo se vuelve pícara y risueña.
—Uh, si Cid te habló del sexo, no quiero saber qué consejos te dio, tomando en cuenta que era pareja de Hasgard.
—¿E-eran p-pareja? —jadea con los ojos y la mandíbula abiertos de par en par.
—Claro, ¿por qué crees que Cid está tan cabizbajo desde su muerte?
El joven león analiza en retrospectiva la situación planteada. Su mente se ilumina al comprender los cambios en la cosmoenergía del custodio del Décimo Templo.
—¿Hay alguien que no esté relacionado con otro en El Santuario? —susurra con el corazón atrapado en las garras del espantoso panorama desplegado ante él.
—¿Importa? —contradice con calma—. Creí que querías cangrejo para cenar...
La sonrisa torcida del Santo de Cáncer estremece al joven león. Éste traga saliva dudando de su propuesta. Manigoldo, notando este titubeo, se lanza de lleno y busca sus labios prodigando besos suaves y cariñosos.
»Siempre podemos conformarnos con estos roces, mio piccolo Re.
Un ronroneo escapa de la garganta de Regulus, éste ancla sus dedos en las hebras del cabello de su compañero y se entrega abriendo la boca ante la insistencia de la lengua italiana. Ésta penetra buscando la del griego y la invita a jugar. Se entrelazan o pelean con ahínco por el dominio del momento.
Un par de gotas de saliva resbalan por la comisura de Regulus al tiempo que unas grandes manos se afianzan de sus caderas y lo acercan a un cuerpo maduro, dotado de una musculatura firme y caliente.
Un corto circuito se origina en su entrepierna al contacto con la otra, un gemido escapa mientras su organismo se irriga con una deliciosa electricidad. El placer lo marea y su respiración se agita.
—Creo que... no me conformaré con... sólo besos —susurra ansioso, recordando lo experimentado la última vez que estuvieron así.
Deseaba repetir las acciones que lo llevaron a esas cimas del placer. Le urgía abstraerse de la realidad y concentrarse solamente en su novio.
—¿Y entonces?
Las manos del joven viajan con rapidez hacia el único sitio prohibido, debido a su timidez. Sus dedos tiemblan al contacto de la tela y se aferra a su coraje momentáneo para desabrochar los pantalones del pijama de su compañero y deshacerse de ellos.
—Ah...
—¿Sólo "ah"? —susurra intrigado y al mismo tiempo, sabedor de su atractivo—. Por un momento, pensé que podrías decir algo más interesante —sonríe socarrón.
El más joven es incapaz de separar la mirada de las caderas masculinas de su pareja y lo que se encuentra en ellas. El italiano aprovecha para deshacerse de su camisola y, sin mayor aspaviento, las prendas yacen abandonadas bajo la cama.
»¿Te gusta lo que ves?
—N-no sé si... —dice y traga saliva al carecer de las palabras para comunicarse—. No sé...
—Me conformo con eso, por ser tu primera vez —sostiene guiñando un ojo.
La estampa del miembro de su novio, con las venas recorriendo su extensión y la punta rojiza húmeda y brillante, le quitan el habla. Comparado con el suyo, es más grande y largo. Quizá por los años de diferencia o quizá porque Manigoldo es así. Por un momento, le aterra la perspectiva relatada por Cid:
"El pene entra por el ano, buscando ese punto donde el pasivo siente placer".
¡Eso no le va a caber! ¡No, señor!
Ante la perspectiva, frunce el esfínter y niega con la cabeza, presa del susto.
Eso no le entra, no le entra o... ¿sí le entra?
La diestra del italiano acaricia la mejilla de su novio y ladea su cabeza para prodigarle un beso pasional y feroz. Le quita el aliento entre movimientos de lengua, pequeños mordiscos y succiones desquiciadas, llevándose consigo cualquier inquietud.
Regulus se deshace en esas atenciones y se descubre acorralado entre el lecho y la constitución física del canceriano. Sus manos se levantan y se deleitan con el tacto de la epidermis contraria.
Con impaciencia y cierto morbo, recorre al otro, fascinado con sus valles y abismos, con su firmeza y calor. Se descubre extasiado y cada roce le provoca un placer inquietante en su propia virilidad que despierta de poco en poco y se endurece haciéndolo perder la razón.
Los labios del italiano encuentran sus puntos débiles: el labio inferior, sus clavículas, sus caderas y, conforme la temperatura del encuentro se eleva y las prendas del más joven desaparecen, en las corvas e ingles del león.
—¿Puedo quitarte los calzoncillos? —susurra en algún momento, mientras juguetea con su ombligo y sus uñas causan estremecimientos al recorrer la parte interna de sus muslos.
—Uh, s-sí... Ah, Mani...
La última prenda es jalada hacia abajo. El joven se sonroja al notar la humedad en la tela. Se cubre la cara con las manos y como un rayo, baja una, salvaguardando su miembro de la mirada de su novio.
—¿Reg?
—¿S-sí?
—¿Planeas tener la mano ahí toda la noche?
—¡S-sí!
Un resoplido le abre un ojo, Manigoldo le dedica una mirada irónica, con la ceja izquierda arqueada y un brillo divertido en lo profundo de sus cobaltos.
—Eso es respetable... —sisea poco convencido.
Los ósculos continúan, más atrevidos que antes. El griego respinga cuando los labios italianos atrapan una de sus redondas esferas colgando en su entrepierna, olvidadas en el afán de cubrirse el pene. La sensación de ser engullido en esa cavidad húmeda y caliente le provoca gemidos intermitentes y sus sienes se perlan de sudor.
La otra esfera es atendida al poco y en algún momento, una parte de ambas es succionada al unísono. Regulus ruge extasiado y se lleva las manos al rostro olvidándose de cubrir sus partes pudorosas.
Tarde se da cuenta de su desliz. La lengua de Manigoldo inicia un viaje desde la base de su miembro, restregándose con vehemencia y gula hasta la punta. El joven tiembla de pies a cabeza arrasado por el intenso placer.
Y nada se compara al momento en que su corona es atrapada por los labios de Manigoldo. La forma en que lo hunde en esa boca, la sensación de esas paredes alrededor de él, constriñendo y liberando su miembro, lo llevan a un punto álgido.
Abre bien las piernas para darle albergue a su torturador. Como si el grueso jadeo y el arqueo de su cuerpo al momento en que la punta de su miembro es apretada, no fueran señales suficientes de su gozo absoluto, las uñas se encajan en el cráneo de su pareja al tiempo que lo empuja, deseando hundirse profundo y rápido.
—Mani...
Resopla con violencia al ser abandonado, Manigoldo ha decidido ocupar su tiempo en otro sitio y el joven reniega con vehemencia.
»S-sigue... Mani, s-sigue...
Los labios del italiano viajan por sus testículos, llegando al perineo y bajando más. Regulus golpea la cama y arquea las caderas llevando una mano a su miembro, apretando, buscando algo...
—Así, haz esto.
Manigoldo le enseña a tocarse, a acariciar su piel sensible desde la base hasta la punta. Le muestra una técnica para consolarse a sí mismo y al mismo tiempo, mantener el calor de su cuerpo mientras él se deleita en saborear un orificio demasiado íntimo.
—¡Mani!
—Shh... tranquilo...
La timidez lo gobierna, ¡es... es...!
¡Qué vergüenza!
El italiano abre mejor las piernas del joven y en el proceso, alza sus caderas. Regulus se encuentra con las rodillas sobre sus hombros y ante la postura desvergonzada, se tapa la cara controlando el impulso de alejarse.
»Está bien... mio piccolo Re, mírame.
Los ojos se liberan de los dedos y observan con indecisión.
»Me gusta verte así... me pones bien duro —sonríe fascinado—. Es... erótico... placentero.
—¿P-por qué t-te gusta?
—Porque eres tú, en tu más bella fachada... en tu gloriosa desnudez y puedo deleitarme en ella mientras te prodigo placer.
—¡Qué lindo se oye! —susurra con un nudo en la garganta.
—Porque lo es... Déjate llevar. Confía en mí...
Tras un momento de indecisión, el joven asiente con la cabeza. Manigoldo lleva la diestra del griego hacia su propia virilidad y le insta a masturbarse a sí mismo.
»Mantén el calor mientras te preparo... Estarás bien, te lo prometo.
Un movimiento de manos, un líquido raro y aceitoso es diseminado por su esfínter. El joven tiembla con anticipación, apresando los labios con los dientes debido a las lamidas y succiones de su novio en sus testículos. Éstas suben hacia su miembro al tiempo que los dedos italianos impregnados con ese líquido, se afanan en juguetear con su esfínter, relajando la zona, dando masajes.
Al mismo tiempo, su glande es llevado de nueva cuenta a las profundidades de la boca de Manigoldo. La cabeza de su novio sube y baja con habilidad. El rubio ni siquiera rechista al sentir un dedo hundiéndose en su ano.
Regulus muerde su puño soportando la incomodidad de sentirse y saberse explorado en un sitio cuasi prohibido, pues está concentrado en el placer absoluto de esas paredes orales cerrándose alrededor de su glande.
Infinidad de gemidos y palabras entrecortadas surgen de sus labios. Se arquea demostrando cuán bien le hacen sentir y un corto circuito lo asusta.
—¿M-Mani? —jadea sorprendido por la intensidad.
—Déjate llevar —ordena suspirando emocionado—, déjate llevar... es parte de todo...
Otra vez ese pinchazo de grueso placer lo alborota. El joven gruñe mostrando los colmillitos, guiando sus caderas hacia esos dedos hundidos en él. La incomodidad inicial se esfuma y su único propósito es restregar más esos dígitos contra ese punto tan delicioso.
La boca de Manigoldo vuelve a las andadas. Estimulado en dos vías: su miembro y ese sitio en su ano, Regulus escala rápido la cima del placer y cae en las delicias del orgasmo.
Sus gemidos y jadeos llenan la habitación, así como su líquido blanquecino es arrojado sin consideraciones al interior de la boca de su novio, sin que el joven lo perciba siquiera, hundido en esa marea de lánguida y fascinante satisfacción.
Reposa de la agitada experiencia contra las mantas, abrazando una almohada. Manigoldo le da su espacio y le permite recostarse boca abajo.
El joven león supone terminada la sesión, como la última vez. Se azora al percibir a su compañero explorando su espalda, besando su piel, acariciando sus costados.
—M-Mani... —susurra sonrojado—, m-me siento... raro.
—Estás sobreestimulado —informa sin abandonar sus haceres—, es más fácil excitarte.
—Uh...
Los gruesos pulgares de Manigoldo hacen círculos en sus ingles, separando sus piernas. Regulus hunde el rostro en la almohada dispuesto a disfrutar de las acciones de su novio. Se arquea y mueve instintivamente la cadera al ser masturbado en su miembro de forma continua y apasionada.
—Eso, disfruta...
La voz de Manigoldo lo estremece. De ser otra persona, su relajación sería nula, pero es el Santo de Cáncer. Le confiaría su vida y en este momento, sólo atina a apoyar las rodillas en el lecho y balancear las caderas mientras el mayor juguetea con su pene y testículos.
Sus ojos se abren con la introducción del pulgar italiano en su esfínter. Por instinto, empuja sus paredes internas para sacar el objeto extraño de su cuerpo.
Un apretón en su glande le hace olvidar su propósito. Un quejido escapa al ser invadido por dos dedos ahora.
—M-Mani...
—Déjate llevar... estoy preparándote, mio piccolo Re. ¿Acaso no te gustó hace rato?
—Mhm...
—Entonces déjame hacer. Concéntrate en mi mano sobre tu miembro, lleva la tuya y tócate mientras hacemos el amor.
—¿Me haces... el amor? —susurra echando atrás la cabeza al rodear su corona con la mano.
—Sí, te hago el amor. Lo nuestro ya no es sexo, hay sentimientos de por medio...
—¡Qué lindo se oy... ahhh!
Sus ojos se abren tremendos al ser atravesado de nueva cuenta por otra cota de placer.
Los dedos de Manigoldo se esfuerzan en prodigarle razones para dejarse hacer mientras el joven se desgasta la garganta entre gemidos y jadeos con cada sensación deliciosa recorriendo cada parte de su anatomía.
Pronto, se encuentra moviendo las caderas de atrás a adelante, empalándose esos dedos con frenesí, mientras su mano se niega a separarse de su miembro y Manigoldo se ocupa de volverlo loco apretando sus testículos, besando su cuello o incluso, al darse cuenta de lo erógeno de su nuca, dispensando mordidas suaves que hacen las delicias del joven.
—Ah, ah... l-lo siento... l-lo... s-siento v-venir —advierte con un rugido liberador.
Su miembro expulsa el líquido mientras él hunde el rostro en la almohada, mordiendo la tela para controlar su temperamento y el insoportable hormigueo en su epidermis.
Es demasiado placer para adaptarlo o acostumbrarse a él.
—Respira profundo...
Es imposible, los jadeos superficiales y desquiciados lo gobiernan. Ni en sus más crueles entrenamientos de la mano de este italiano, sufrió una descompensación así. Es su cuerpo manifestando el amor por Manigoldo el que lo somete y gobierna a su antojo.
—M-Ma... ¡ni!
Los ojos se le abren tremendos, lleva una mano a sus glúteos y empuja el cuerpo del mayor con repelús.
»¡¿Q-qué... haces?!
—Entro en ti —susurra mordisqueándose el labio inferior, aguantando las ganas—. Te penetro... ¿acaso no dijiste que Cid te había dicho en qué consistía el sexo?
—¡S-sí, p-pero...!
—¿Pero?
Manigoldo se detiene con la mitad de su miembro hundido en el más joven. Dispensa caricias apaciguadoras por la tierna piel de los glúteos y muslos del griego, fascinado con su suavidad y firmeza.
—Creí que yo te lo haría a ti...
El puchero desata una risotada cruel y despiadada. Manigoldo se sacude los cabellos con la mano, mientras niega con una diversión absoluta.
—¡Y en el Tártaro, los Titanes quieren libertad!
—¡Mani!
—No pidas imposibles y déjate llevar —susurra contra su oído, acariciando sus costados.
—No... es... ahhh, just... uh...
Se olvida de sus negativas. En algún momento, la penetración ha llevado el glande de Manigoldo hacia ese punto específico y el roce desperdiga corrientes eléctricas que suben el nivel de excitación, dispensando a la vez, una satisfacción avasallante.
El joven aprieta las mantas y sin razonar, echa atrás las caderas chocando contra las del italiano y restregándose contra ellas.
—Jo-der —sisea su novio con voz ronca—, así... así, mio piccolo.
—Ah... me... me gusta...
A pesar de la incomodidad, de la dolencia poco comparable a las heridas sufridas por la guerra, el joven se limita a seguir las indicaciones de Cid al pie de la letra: concentrarse en el placer. Olvidarse de lo demás para dejarse llevar y grabar una bonita experiencia de su unión con Manigoldo.
Es fácil lograr el objetivo, su novio se esmera en ser paciente y llevarlo de poco en poco a experimentar nuevos escenarios de disfrute. Los besos y mordisquitos en su nuca le enloquecen, aunados a las caricias pasionales en su tórax y genitales.
Los labios se unen en la escalada de la excitación, el gozo se irriga por su epidermis y se acumula en la punta de su glande. Su mano se ancla a los cabellos de su novio y gimotea contra su boca mientras el orgasmo lo parte en dos y las oleadas le dejan sin aliento, desmadejado y bien satisfecho contra la cama.
En algún momento, Manigoldo se une a esa escalada de emociones sexuales y lo aprieta contra él mientras inunda su interior, dispensando besos y caricias amorosas. El joven león sonríe maravillado por la pasión compartida y bosteza sin vergüenza.
Es arropado contra unos brazos musculosos y un pecho duro, pero cálido que le envuelve como si fuera lo más preciado para él.
Así es como se siente Regulus al lado de Manigoldo: amado, apreciado y contenido.
—Descansa, mio amore —susurra contra su oído—. Duerme, velaré tu sueño.
—Ajá... —dice quedándose dormido—. Mani...
—¿Sí?
—¿Siempre... siempre es así?
El italiano se incorpora con una mano sobre el lecho, queriendo analizar las facciones de su amado.
—¿Así cómo?
—¿Como si el universo se rompiera y se reconfigurara alrededor de nosotros?
El italiano dispensa un beso cariñoso y emocionado contra los labios del heleno, quien sonríe enamorado y tan satisfecho como un gatito tras comerse toda la leche.
—No, sólo pasa exclusivamente con nosotros...
—Bien, me alegra. Me disgustaría saber que lo experimentaste con otros.
Las risas de Manigoldo le provocan un gruñido molesto.
—Descansa, mi celoso león... —susurra besando su mejilla con cariño y amor—. Descansa, mio amore y ten por seguro que nadie, absolutamente nadie me hizo, hace o hará sentir como tú.
Regulus sonríe complacido y se refugia en el tórax de su amado cangrejo a sabiendas de que por hoy, ha tocado el cielo con los dedos y el universo es benevolente con su amor.
Mañana... mañana será otra historia.
—Celintha, la aprendiz de Hasgard dejará El Santuario. La muerte de Hasgard la afectó más de lo que creíamos. Al menos, sus otros dos aprendices, Teneo y el chiquito, Salo, se quedan para seguir su entrenamiento.
Regulus es recibido en el Templo de Cáncer con esa noticia. Es culpa suya por entrar sin anunciarse. Los dos Santos en la mesa del comedor, al notar su presencia, se ponen en pie arrastrando sus sillas en el proceso.
Desde la muerte de Asmita y sobre todo, con la de Hasgard, el joven león ha variado su carácter. La introspección y la alarma lo acosan.
—Mio piccolo Re —susurra preocupado por él.
A pesar de la inquietud por sus compañeros fallecidos, el corazón del león se derrite con esas conductas y atenciones hacia su persona. Gracias a ellas, conoce el alcance del amor que Manigoldo le prodiga.
—Debería sentirme desesperado por las pérdidas sufridas. Primero Albafica, luego el señor Asmita, el señor Hasgard, mi tío convaleciente y ahora, se va Celintha —susurra cabizbajo—. Pero no puedo tapar el sol con un dedo.
Kardia encoge los hombros con desparpajo, demostrando con esa actitud aparentemente superflua y arrogante, por qué es el mejor amigo de Manigoldo. Sin embargo, bajo la superficie, Regulus nota su cosmoenergía ardiendo en ansias de medirse con el enemigo.
—Lo único que te queda, es vivir al máximo. Nunca un obstáculo sirva para apagar tu fuego.
—Gracias por el consejo, señor Kardia.
—Kardia, dime Kardia porque la próxima vez, te meteré el "señor" por...
—Siéntate, mio piccolo Re —interrumpe Manigoldo—. Te serviré algo de comer.
—Leche, sólo quiero leche.
—Ah, bueno —se burla Kardia—, eso significa que mejor me largo.
—Stronzo![1] Nada de que te vas, no es lo que piensas...
El Santo de Escorpio camina a la salida sin mayores aspavientos.
—No, no, porque ahora que lo dice Regulus, es hora de darle la leche a Dégel —se burla.
—¿El señor Dégel toma leche? —pregunta con inocencia.
Las risas de Kardia son memorables. Le sacude la cabellera rubia al pasar a su lado y sale. Regulus rasca su nuca con gesto contrariado.
»¿Qué fue eso?
—Nada, nada... —rumia entre dientes Manigoldo—. Y dices que no eres inocente —se admira de su carácter levantando los vasos de la mesa—. ¿De verdad no quieres cenar?
—Tengo el estómago cerrado, no pude pasar un solo bocado en el día. Me preocupa mi tío.
Manigoldo le obsequia un beso dulce, de piquito. Regulus suspira con alivio, reconociendo cuánto echaba en falta el contacto de su novio. Le encanta cómo lo comprende y reacciona a sus estados de ánimo para consolarlo.
—Tu tío estará bien, una flecha no lo detendrá. Se está tomando su tiempo para digerirlo. Volverá más fuerte que nunca y quizá, con soluciones en la cabeza. Así es tu tío.
Regulus se desconoce. Esta guerra le afecta sobremanera y agria su buen carácter. Debe esforzarse en mantener la sonrisa y no dejarse llevar por las emociones de sus compañeros. La mayoría camina con el gesto adusto y contrito. La preocupación se palpa y la inquietud por el mañana se ha convertido en un monstruo.
Él se esfuerza a seguir con el ánimo alto para serenarse.
—Pues... ¿harás fideos?
—¿Otra vez fideos, no sabes otra cosa? —finge exasperarse.
—No —le muestra la lengua—, y esta vez agrega más salsa. Mientras, pondré la mesa, después te daré tu premio por obedecerme —dice ufano.
—Interesante, me das amor siempre y cuando le eche más salsa a los fideos...
—Claro, es amor con sabor a salsa —sonríe divertido—, porque es lo que mejor te sale.
—No creo, sé de otras cosas que me salen mejor —menciona con elocuencia y una mirada pícara—, pero antes de darte la leche, me pondré a trabajar —dice fingiendo resignación—. Sacaré el pan del horno.
—Leche, leche —refunfuña malhumorado—, no quiero más leche.
—Si tú lo dices...
—Calla, apúrate y yo haré lo mío.
Si bien el joven es un tronco para entender el doble sentido, sonríe emocionado de pasar otra noche con su amado Manigoldo. Además, las maniobras cotidianas lo relajan.
Con la mesa lista, Regulus limpia las acomodaciones y de paso, la terraza. Le pone agua a las plantas y sonríe con la increíble belleza del sitio.
En uno de los rincones, las rosas de Albafica crecen con vigor. De cierta forma, se aprecia acompañado por él, sabe que el Santo de Piscis sigue vivo en esas flores, como Asmita cada vez que medita y Hasgard cuando sigue sus consejos.
Ellos no se van, siguen con él, mientras los recuerde...
—Es tan bonito todo.
—Siempre podemos cenar en la terraza. Lo sabes.
—Uh, te tomo la palabra y traslado las cosas.
Tarareando una canción aprendida de Manigoldo, hace lo vaticinado y después, toma asiento con la vista fija en el cielo estrellado. El sol se ocultó hace mucho y mientras está la comida lista, Regulus medita qué traerá el día de mañana.
Los pensamientos se espantan como palomas temerosas alzan el vuelo, a la llegada de dos cuencos servidos hasta el ras con un alimento que le hace agua la boca.
—Listo, buen provecho.
—De verdad, nunca me hartaré de comer fideos —promete hincando el diente al primer bocado—. Mmmh, está tan bueno —se relame con algo de salsa en los labios.
—¿Mejor que mis mamadas?
Se ahoga.
Manigoldo se apresura a golpear su espalda con cuidado.
»Hey, hey, todavía no te doy y ya te estás ahogando. ¿Cuándo aprenderás a...? ¡Ayyy!
Despega la cadera del pellizco volador. Chasquea la lengua y alza la mano amenazante.
»Te voy a dar.
—¡Ni cos...quillas! —jadea recuperando apenas el aliento—. ¡Te fascina ahogarme!
—Si supieras cuánto me fascina ahogarte, dejarías de repetirlo.
El mayor se muerde el labio inferior. Regulus sigue esos blancos dientes apretando y se le reseca la garganta. Cómo le gusta ese gesto, lo enciende más rápido que fuego a las hojas.
—Ay, ya basta —reniega soltando el tenedor—. Te ahogo o me ahogas, pero ya.
Sin más, le cae encima. Tiene la suerte de que Manigoldo reaccione rápido y lo atrape, si no... Termina con el culo sobre la mesa y el mayor entre sus piernas mientras se prodigan un tórrido beso. El aroma a hierbas lo reconforta y le trae paz.
—Eres lo mejor que me pasó en la vida, mio piccolo Re.
—Y yo ti amo, mi cangrejo exasperante.
Bajo sus manos, el mayor se paraliza. Regulus abre los ojos buscando la falla. La manzana de Adán de Manigoldo se mueve con fuerza y un sonido indica el trago de saliva.
—¿Me amas?
—S-sí... —se relame tímido y con las mejillas rojas.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé, pero lo siento aquí —presiona su mano en el pecho—. Sé que amo cada parte de ti, tu forma de ser indiferente con los demás y relajado con nuestros amigos, como si nada te pudiera alterar. Tu forma de cuidarme y consolarme estos últimos días, a pesar de tu profundo dolor que bien disimulas.
»Tus palabrotas y frases morbosas, pero sobre todo, el brillo de tus ojos y tu risa. Amo tu risa y esas miradas que me dedicas como si fuera... —se le atoran las palabras.
—¿Como si fueras qué?
—Lo único que necesitas en tu vida.
Manigoldo lo atrapa entre sus brazos hasta quitarle el aliento por la fuerza constrictora de sus extremidades. En lugar de quejarse, Regulus disfruta este momento al máximo y lo graba en su memoria.
—Justo es eso, Regulus. Eres la medida perfecta para mí. Lo único que necesito en mi vida para ser feliz.
Sella esas palabras con un beso donde se deja el alma. Regulus corresponde con cada fibra de su ser engarzada al amor sembrado, cuidado y cosechado por el Santo de Cáncer.
Ahora puede comprenderlo: el amor no nace espontáneamente, el amor es una hermosa flor que se cuida cada día como hacen ellos, en este cortísimo lapso de tiempo que les concede la guerra.
—Y tú, eres lo único que necesito en la mía. Ti amo, Manigoldo —susurra llevando de nueva cuenta sus labios a los del otro.
—Ti amo, mio piccolo Re —ronronea levantándose para llevarlo a la cama y demostrar con actos, la intensidad de su sentir.
¡Hola, mis Paballed@s!
Pues bienvenid@ al final de nuestra historia.
Agradezco mucho que me hayas seguido hasta acá y sobre todo, tu amor vertido en tus lecturas, comentarios y estrellitas. Me encantaron cada vez que publicaba y los veía crecer.
Vimos a este chico crecer a trompicones, golpes y un sinfín de aventuras. Sin embargo, creció. A veces mal, a veces bien, pero ya está.
Ja, sí, esto ni yo me lo creo. Si te soy sincera, me encantaría cerrar aquí la historia, con ellos siendo felices a pesar de todo, pero...
Te tengo "buenas" noticias: nos vemos el Martes 13...
El siguiente capítulo lo tengo terminado desde hace más de... pufff, como 6 meses ya. ¡Es increíble cómo pasa el tiempo!
Será la antepenúltima entrega de este fic y por fortuna, como puedes notar, ¡logré terminar éste a tiempo para que lo leas rapidito!
Por otro lado, ya tengo el esbozo del final y si bien, no termina de ajustarse a mis requerimientos, lo estoy acomodando a base de prudencia y mucha empatía (para los que no saben, "prudencia" es un cincel marca jumbo y "empatía" es una maza para golpear) xD.
Te leo el próximo Martes y ¡te mando besos, abrazos y una canasta de chocolates!
Los vas a necesitar... xD
NOTAS DE LA AUTORA
[1] Stronzo — En italiano significa "idiota, estúpido".
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