21. Tu historia, mi historia
Los días se suceden uno tras otro. Las ocasiones en que los caminos de Regulus y Manigoldo se encuentran, son escasas. Por azares del destino, Regulus es elegido para realizar una misión en solitario a Irlanda que le lleva unas semanas. Al volver triunfante, informa al Patriarca y se dirige a su Templo donde cae muerto de cansancio.
—Piccolo Re —le llaman con suavidad moviendo su hombro—, mio piccolo Re.
Abre los ojos más a fuerzas que de ganas. Enfoca el rostro de Manigoldo y sonríe feliz.
—Hola, Mani —bosteza—, te extrañé —asegura estirándose cuan largo es.
—Y yo a ti —le guiña un ojo acariciando su mejilla con moretones—. ¿Estás bien? Sisyphus atendió tus heridas mientras descansabas. Me disculpo por no haber sido yo, pero también he estado ocupado. Dormiste de corrido dos días. Nos preocupaste.
—Vaya, eso es nuevo —se sacude los cabellos de la nuca con bochorno.
—Fue una misión difícil, al parecer —sonríe besando su frente—. Si tienes fuerzas, hoy es nuestro día libre. ¿Quieres aprovecharlo yendo a la playa o haciendo algo divertido?
—¿De verdad? —se sienta rápido. Su entusiasmo se refleja en el brillo de sus ojos, que parecen estrellas—. ¿Y ese milagro? Siempre nos tocan días diferentes para descansar.
—Le cambié el día a Kardia —guiña un ojo.
—¿Otra vez Kardia? —susurra con malhumor—. Lo veo hasta en la sopa.
—No te pongas así —le pica una costilla y lo hace reír—. Es mi mejor amigo, tus celos son innecesarios. Kardia es novio de Dégel y lo sabes. ¿Vienes o no?
Acepta y Manigoldo le concede intimidad a cambio de que se apure. Regulus se da un baño para quitarse el aroma a león, se arregla y sale corriendo al Templo de Cáncer.
—¡Listo! —le avisa asomándose por la puerta—. ¿Nos vamos?
Por toda respuesta, el mayor sujeta una canasta cubierta por un paño. Toma su mano y lo conduce por las escaleras. Saludan a Hasgard y a Shion en su camino por los Templos.
Lo lleva por un sendero oculto a una playa solitaria. El mar es calmo y la tentación, demasiada. Regulus se quita la ropa para ir a nadar.
—¡No te vayas muy lejos! —ordena poniendo una manta en la arena.
Regulus acepta la comanda y disfruta como un pequeño. Adora la sensación del ir y venir de las olas. Se relaja y voltea hacia la playa, notando la ausencia de Manigoldo. Lo busca preocupado. Algo le toma del tobillo y lo hunde. El Santo de Leo se pone en guardia y es "atacado" con un beso.
Emerge en brazos de Manigoldo, con los labios unidos en esa danza que hoy es dulce y cariñosa. Regulus ancla las manos en la nuca del mayor, suspirando de felicidad con ese roce. La temperatura sube y le sonroja las mejillas. Accede al ruego silencioso de Manigoldo y abre los labios. Las lenguas se encuentran y se exploran, causando estragos en ellos.
Un gemido dulce escapa de la garganta juvenil, Manigoldo responde con caricias en la columna. El león atrapa los cabellos del italiano y se niega a soltarlo. Emite un jadeo al contacto de los dientes del otro contra su labio inferior. Manigoldo arrastra el pliegue y lo succiona. Eso provoca una corriente eléctrica que recorre su organismo y se asienta en su miembro.
El león entrelaza su pierna izquierda a la cadera del otro y se frota contra su compañero. Manigoldo le sostiene de los glúteos y lo eleva. Le ayuda a mantener la postura. Los besos se tornan fieros y desenfrenados. Manigoldo restriega sus sexos y lo hace delirar de placer.
—Mani... —susurra contra la boca buscando más de ese delicioso roce.
—Lo sé, pero tengo muchos planes para hoy —resopla frustrado—. Entre los que están el desayunar y después, recorrer Rodorio porque hoy celebrarán un festival. ¿Querrás ir?
—Eso suena fantástico. Es casi como una cita.
—No, mio piccolo, la cita inició desde que llegaste a mi Templo.
El sonrojo del menor es disfrutado con creces. Un besito dulce antes de volver a la orilla lo deja con ganas de más. El control férreo de Manigoldo lo obliga a serenar los ánimos y disfrutar del desayuno: unas tortitas dulces rellenas de bayas, con café para el mayor y...
—¿Por qué insistes en darme leche? —resopla airado.
—Costumbre —acepta con sonrisa resignada—. Es lo primero que me viene a la mente cuando pienso en ti. Es tu culpa, deberías crecer más.
—¡Ya crecí!
—Claro, tienes una estatura común...
—Sí, la tengo. Tengo el tamaño aceptable, como...
—Como-un duende.
Se le paraliza la mandíbula, si las miradas mataran... Ni por esas, el otro pierde la risa. Se deja caer en la manta con las manos tras la nuca entre las carcajadas del otro. Hace un buen tiempo y el calor empieza a subir. Fue buena idea ir primero al mar, antes de iniciar la jornada.
—Cuéntame de ti, Manigoldo —ruega masticando otro bocado.
—¿Qué quieres saber? —murmura dando un trago al café.
—Tu historia. ¿Quién eres? ¿Cómo era tu familia? Te guardas bien esa parte de ti.
—Ya... De ser otra persona la que me preguntara, le diría que no se meta en donde no le importa —confiesa poniéndose serio—, pero eres tú. Bueno, provengo de una aldea italiana. Lo que sucedió ahí fue... parecido a lo que vimos en nuestra primera misión.
»Después de la plática que sostuve con tu abuelo, los recuerdos me atosigaron. El maestro Sage y yo, hemos cavilado la posibilidad de que hubiera un guardián de las Llaves del Inframundo en mi aldea. Ahora tengo otros conocimientos y, por más que se me escapen algunos detalles, considero que pudo ser así, por cómo se dieron los hechos.
El estómago del menor se cierra. Es incapaz de dar otro bocado. Deja a un lado las tortitas esponjosas y suculentas recordando la escena. Ahora entiende el comportamiento del otro.
»Mis padres y hermanos, cuando se fueron, se llevaron consigo una parte de mí. Los que quedaron, pobladores y otros sujetos que conocí después, me rechazaron y ello forjó con tesón mi cínica personalidad. Me convertí en un raterillo con la habilidad de vislumbrar a los muertos y despreciar a los vivos, hasta que el Patriarca me encontró.
—Algunos dicen que tu carácter era tosco y agrio a tu llegada a El Santuario.
—Por supuesto, pensaba que la vida era una basura y admiraba la muerte. Mi maestro me cambió la mentalidad. Me hizo notar que muerte y vida son parte del cosmos y adopté su filosofía. Entrené, me hice más fuerte y hoy, peleo por la humanidad. Fin de la historia.
—¿Por qué siento que no estás convencido del todo con esos ideales?
Manigoldo le lleva a la boca otra tortita. Regulus la muerde con ánimo sosegado.
—Porque he visto la podredumbre humana. Para prueba, lo sucedido con el rubio. Sin embargo, entiendo el punto de mi maestro y la pequeña Diosa. Hay personas muy valiosas y por ellas, alzo mis puños y enciendo mi cosmoenergía.
»Aunque no fue fácil llegar a ese punto. En mis inicios pensé que el resto de los aprendices eran niños consentidos, frágiles, débiles y sin ideales. Los consideraba incapaces de comprenderme, hasta que te conocí.
—¿A mí?
El Santo de Cáncer posa sus ojos convertidos en fuegos fatuos sobre él. La expresión carente de emociones hiela la sangre del menor. Es como... si mirara a través de su alma.
—A ti... Un pequeño criado por su padre, bajo reglas muy específicas del respeto a los seres vivos y la naturaleza. Espectador de la más cruel desesperación: la muerte de su padre a manos del enemigo. A pesar de ello, sonreía y se esforzaba en sus entrenamientos.
La saliva acumulada en la boca del menor, se niega a pasar por la tráquea. Después de una cruenta batalla, la manzana de Adán se mueve y el sabor amargo yace en sus papilas. Manigoldo extiende la mano, Regulus tensa sus músculos sin saber qué esperar. Un roce dulce en la mejilla lo reconforta y se acaricia contra él, como un gato mimoso recobrando el calor de su ser.
»Descubrí a alguien capaz de comprender el sentimiento de que entrenar, significaba evitar la humillación de sólo ser un asistente en el exterminio de los Espectros. Mientras adquirías aptitudes para detener un ataque mortal o marcar la diferencia, desee permanecer a tu lado y enseñarte, llevarte a conocer tus límites y prepararte para el momento en que pelearas por tu vida o la de otros. En el proceso y sin reconocerlo, te robaste mi corazón.
El rojo engalana las mejillas juveniles. Unos dedos se acomodan en su nuca y una fuerza le impulsa al frente. Los labios se unen trémulos, con sabor a amargura y dolor. La tristeza se desvanece con la caricia, compartiendo un sentimiento y un destino inevitable.
»Hoy, puedo decirte que ti amo, mio piccolo Re. Ti amo con cada fibra de mi ser. Te vi crecer, superarte, romper tus límites y sonreír a la vida. Si algo detesto, es la idea de que toques el Inframundo. Más que eso, aborrezco la idea de que Hades atrape tu pureza.
—Eso será inevitable.
—No, por lo que entendí a tu llegada y gracias a los rumores, Ilías evitó ese destino. Tu padre se encuentra habitando en la naturaleza, donde Hades no logrará tocarlo jamás. Y ese, es el destino que ambiciono para ti. Empero, desconozco la fórmula para que lo logres.
—También yo. Mi padre me dio algunos consejos y sigo tan bloqueado como el primer día.
—¿Eso fue por el veneno que se albergaba en ti?
Llega el momento de la confesión. Regulus baja la cabeza y mira sus manos.
—Dijiste que me consideraste un igual, un ser en búsqueda de entrenamiento para no quedarse sólo mirando. Es cierto. Aquella noche fatídica —pausó para serenarse—, mi mayor odio no fue contra Radamanthys o contra mi padre por ocupar mi lugar y recibir el golpe mortal. Ese no fue el verdadero motivo.
Manigoldo aguarda paciente, esto es importante para el amor de su vida y como tal, merece su absoluto respeto. Su única labor consiste en acompañar y compartir la carga.
»Mi rencor y odio eran contra mí mismo. Contra el Regulus indefenso, inocente y confiado que volvió para complicar el combate de su padre. Pienso que mis acciones hicieron eso y no tiene sentido ahondar en ese juicio sobre mi persona porque todavía no lo acepto del todo. Me concentro en prestar atención para purgar esas emociones negativas y aceptar su muerte.
—La muerte es el destino inevitable de todo aquél que nace —susurra con practicidad.
—Sí, pero hay de muertes a muertes.
»El punto es que me perdoné y con eso, purgué el veneno de mi corazón. Acepté la verdad: mi odio no iba contra Radamanthys, él fue un instrumento. Mi resentimiento era contra mí, por mi incapacidad de defender a la persona más importante de mi vida. Por ello, acepté que era un chico inepto para encarar al enemigo. Acepté mis falencias y las abracé.
Su lugar cambia de sitio. Manigoldo lo atrapa contra su tórax desnudo y lo sienta sobre sus piernas. Regulus se ve contenido contra una orografía clara y cincelada a conciencia. Se acurruca contra ella poniendo la oreja sobre el corazón del otro, arrullándose con el sonido.
—¿Qué harás si vuelves a encontrarte con Radamanthys?
Otra vez esa pregunta. Lo sucedido con Albafica se instala en su psique y se niega a largarse. Se obliga a analizar la situación de dientes para afuera porque en su estómago, ese tema le causa un tremendo dolor.
—Vengaré a mi padre.
El Santo de Cáncer arquea una ceja. Regulus alarga la mano y acaricia esa zona queriendo ser maduro, pero es complicado. Se orienta hacia el razonamiento por encima de la emotividad.
»Me lastima una cosa: mi padre no era débil como alardean los Espectros. Estaba enfermo. Le demostraré a Radamanthys lo que es un verdadero Santo de Athena sano. Le haré tragar sus palabras y daré honor a la muerte de mi padre, quien, en sus propios términos, dio fin a una vida consumida por la tuberculosis y al final, mataré a ese bastardo como a un perro.
—Ilías murió salvando a la persona que más quería —susurra con mucho tiento el Santo de Cáncer.
—Murió como un Santo de Athena, no me queda duda. Protegiendo y manteniendo su honor, a pesar de su enfermedad. Lo único que quiero vengar es la burla a un Santo.
El mayor lo aprieta contra él. Besa la coronilla de rizos mojados y entremezclados con los granos de arena. Regulus cierra los ojos dejándose llevar por la dulce sensación.
—¿Eres consciente de que el enemigo buscará dañarte, echándote en cara la misma burla? Muchos lo hacen para desbalancearte.
—Lo sé, lo experimenté con Valentine. Él utilizó esa artimaña y me mató. Aprendí de ello, no volverá a suceder. Diré la verdad de mi padre una sola vez y Radamanthys lo sabrá. El universo lo sabrá. Lo que el enemigo haga con esa información, me tiene sin cuidado. Sólo necesito decirlo.
Se aferra a esa idea para deshacer el nudo en su estómago. Es un vano intento pues se afianza más en él.
—¿Qué necesitas entonces para hacerte uno con la naturaleza?
—Paz mental —responde tras pensarlo—. Cuando la obtenga, trascenderé.
—Hazlo. En cuanto tengas oportunidad, no mires atrás y dirige tus pasos a donde perteneces. Desde la llegada de tu abuelo, algo en mí tomó conciencia.
El león alza la vista con curiosidad. Manigoldo tiene la suya fija en un punto indeterminado, lejos de la playa, quizá concentrado en el universo.
»Eres un haz de luz. De Su luz. Presiento que, si Hades te atrapa, algo peor sucederá.
—¿Qué podría ser eso?
—Una guerra de tres frentes. Por lo que cuentan, en la Era del Mito, Apolo se caracterizó por ser un dios rencoroso y vengativo. Capaz de cometer las peores atrocidades cuando se apreciaba amenazado en su orgullo, su vida o sus seres queridos, como sucedió con Pitón. Eso no cambió con el paso de los eones. Lo viste cuando Kardia insultó a su hermana.
La piel del más joven hormiguea y su corazón recibe una sacudida. Muchas incógnitas se forman con esta nueva ficha en el tablero. Levanta la cabeza hacia los haces de sol.
"¿Serías capaz de eso, abuelo? ¿Serías capaz de ir al Inframundo, si Hades me atrapa?".
—Ya que estamos en temas escabrosos, tengo una pregunta para hacerte.
—Uh, dime...
—Regulus, mio piccolo, ¿quieres ser mi novio?
El corazón intenta salirse de su pecho. Lo mantiene en su sitio con una presión de su mano. Su sonrisa se extiende bobísima y le echa las manos al cuello.
—Oh, sí, sí, pero bésame para confirmar que no estoy soñando.
—Uh, qué método el tuyo. Cualquiera pediría un pellizco, pero está bien...
El beso se convierte en una fusión de mentes, almas y cuerpos. Regulus disfruta cada pequeña interacción con Manigoldo hasta que el aliento le falta. Al separarse, acaricia la mejilla del italiano.
—Tiene razón en algo mi tío.
—Ya me dio miedo eso, ¿en qué tiene razón el bobo de tu tío?
—En que me estoy enamorando de ti.
—Entonces cambiaremos eso —asegura divirtiéndose con la expresión confundida del menor—. Me esforzaré en que llegues a la meta y sostengas que me amas. Lo prometo.
—¿Está todo bien, mio piccolo Re?
Sentados el uno al lado del otro, en una banca alejada de la multitud, el joven león mastica el resto de su bocadillo elevando el rostro hacia el italiano. Guarda silencio pensativo mientras analiza a los pobladores de Rodorio disfrutando del festival.
Su felicidad debiera contagiarse, pero él asiste al evento con el corazón duro y carente de emociones.
—¿Está mal que me sienta descolocado por la algarabía de los demás?
—Explícate —conmina mientras bebe un sorbo de vino de un vaso.
—La reconstrucción acelerada del sitio donde estuvo la herrería con el fin de convertirlo en un granero, la negativa de hablar sobre el posible maltrato hacia el herrero y Nathan, es más, el hecho de evitar el tema sobre ellos como si fuera un tema ponzoñoso, me lastima.
—Ya... te duele el afán de Rodorio por olvidarse de ellos.
El estómago se encoge con esa simple idea. El más joven hace a un lado su comida, incapaz de probar otro bocado.
—Sí, los de Rodorio sellaron esa historia en sus vidas y quieren salir indemnes de lo que fue una atrocidad —menciona con voz ronca por las emociones.
—Atrocidad para ti, para ellos fue algo diferente. Quieren creer que se hizo justicia porque Jonathan trajo al ejército de Hades y con ello, perdieron a sus dirigentes.
Las manos se empuñan con vigor y los nudillos se ponen blancos. Regulus se muerde la mejilla interna con los ojos aguados sin darse cuenta de un pequeño cambio en la dialéctica de Manigoldo.
—Esos dirigentes eran malos con el herrero y Nathan.
—Lo sé —susurra Manigoldo—, lo investigué en la taberna.
—¿De verdad investigaste?
El Santo de Cáncer esboza una sonrisa torcida y sus ojos brillan un instante, antes de convertirse en los espeluznantes fuegos fatuos capaces de arrancar almas de los cuerpos.
—Te dije que llegaría al fondo del asunto. No me quedaría con las ganas de saber por qué Jonathan me acusó de ser el causante de la muerte de su padre. No me gusta llevar cargas ajenas y sin embargo, acepto mi responsabilidad en este asunto.
La saliva se acumula en la boca del chico, pero su manzana de Adán se rehúsa a tragarla.
»Unas copas de más con las personas adecuadas y cantaron como pajaritos. La familia del herrero llevaba apenas tres generaciones en el pueblo. Ninguno confiaba en ellos por el comportamiento del abuelo de Jonathan. Era un hombre espeluznante, por lo que dicen.
—¿Espeluznante en qué sentido?
—En todos. Era inflexible, duro y demasiado vehemente.
—No dista de cómo era el padre, vamos, el herrero. Aunque él era callado.
—Entiendo, cuestiones de herencia... Sin embargo, para los simples aldeanos, fue repelente. Están acostumbrados a dejarse llevar como un rebaño de la mano de los dirigentes y que alguien aparezca para contradecir las reglas fue... aterrador para ellos.
Regulus se pasa el mal trago con un sorbo de agua queriendo contrastar la realidad ajena con su modus vivendi. Él no entiende el punto...
—¿Qué reglas contradecía?
—Aquellas que sometían a las personas a los caprichos de los de mayor poder. El abuelo pugnaba por la igualdad y la resolución de problemas tomado por consenso.
—¿Qué tenía de malo eso? —indaga rascándose la cabeza.
—Nada para nosotros, pero para los dirigentes de ese momento, lo era todo: perder el poder, dejar de llevar una vida repleta de satisfactores sólo por pertenecer a la casta dirigente. Era atentar contra su forma de vida y, por lo que leí entre líneas, desde que vivía el abuelo hasta lo que pasó conmigo y la pared hecha añicos, los dirigentes hicieron todo lo posible por desprestigiarlos.
Regulus recordó entonces los golpes de Jonathan justificados como accidentes en su trabajo por descuidos y le picó la lengua de curiosidad.
—¿Hay... tú... sabes qué les hicieron a su padre y a él?
Manigoldo se acomoda en su lugar con desgana y se rasca la nuca.
—Les hicieron la vida imposible después del deceso del abuelo. De alguna manera, todos sospechaban que la aparición del Ejército de Hades y la muerte de uno de los que más abusaban del pueblo y era constantemente acusado por el abuelo, no era coincidencia.
—Supongo que Rodorio se salvó del exterminio gracias a la intervención del señor Hasgard y de los otros.
—Así es, incluso el sacrificio de Ilías salvó a Rodorio. Sin embargo, a Jonathan y a su padre, les dieron tratamiento de paria. Al herrero le pagaban lo que querían por los trabajos, a Jonathan lo alejaron de los de su edad.
»Llegaron al punto de maltratarlos físicamente. Uno de los hombres de la taberna me lo confesó: a Jonathan lo molían a palos si se acercaba demasiado a alguien e incluso, alguien lo abusó...
Por fortuna, Regulus desconoce todavía el término "abusar", así que lo entiende como una acción donde los pobladores le hacían daño a golpes o con vejaciones.
—Por eso Nathan era un chico solitario —susurra con un dolor en el pecho.
Manigoldo desvía el rostro y con discreción, se limpia una lágrima traicionera.
—Ahora entiendo por qué me acusó de ser como ellos cuando destrocé la pared y la reacción de los viejos cuando les dije que fue por un exabrupto con Jonathan... —musita apesadumbrado—. Reconozco mi responsabilidad y la acepto.
»Por otro lado, tampoco es que necesitaran mucho. Los dirigentes utilizaban todo lo que tenían a la mano para fomentar ese odio y el desprecio de la familia por considerar a nuestra pequeña diosa como defensora de la humanidad, les quedó como anillo al dedo.
"¿Cuándo Athena se ha preocupado por los inocentes y desprotegidos?
Yo, que vivo en Rodorio, soy testigo de la podredumbre,
la violencia y la injusticia.
Tu diosa sólo se jacta de ayudar.
¡Nosotros vivimos en carne propia la decadencia humana
y la tortura infinita mientras ella se da una vida de reinay ustedes le besan los pies!"
Las palabras de Jonathan se clavan en su psique con la fuerza de mil voltios y sacuden sus cimientos. Regulus entorna los ojos pensativo, apretando las manos y sin darse cuenta, destroza su bocadillo.
»¿Mio piccolo Re? —indaga con un deje de preocupación.
—Mani... ¿Tú... tú crees que nuestra diosa defiende a la humanidad? ¿Crees que nosotros realmente lo hacemos?
—Pues...
Ese titubeo le aprieta el estómago. Un par de lágrimas se acumulan en sus ojos y se muerde la lengua para contrarrestar las emociones con dolor físico. Agradece hablar de esto con Manigoldo, cualquier otro Santo de Oro habría afirmado sin pensar en ello.
—¿Somos tan fanáticos como Nathan y su familia o como los pobladores de Rodorio?
—¿Cómo?
El joven levanta la mirada hacia el cielo pintado con los colores del ocaso. Su corazón martillea con violencia mientras ruega por encontrar la respuesta a sus preguntas.
—Acusamos a Nathan de ser un fanático y traer al Ejército de Hades para lograr su maligno propósito de destruir a aquellos que le hacían daño. Si me pongo en el lugar de Nathan —calla mordiéndose el labio hasta sangrarlo—, yo lo veo como justicia. Como...
—Venganza.
Esa palabra lo destroza e, incapaz de soportarlo, se levanta y sale corriendo de ahí, sin dirección fija, ignorando los gritos de Manigoldo.
"¿Qué harás si vuelves a encontrarte con Radamanthys?"
"Vengaré a mi padre. Vengaré lo único que me lastima...
y al final, mataré a ese bastardo como a un perro".
Sus palabras dichas esa misma mañana, le sumen en un momento de desesperación absoluto y le impulsan a acelerar el paso mientras las lágrimas recorren sus mejillas.
Por su padre, por Ilías, Regulus quiere matar a un hombre... no, a un bastardo como a un perro.
Por su padre, por el herrero, Jonathan trajo al Ejército de Hades a Rodorio para que mataran a los dirigentes con crueldad porque él no podía hacerlo por sí mismo.
¿Dónde queda su ideal de defender a la humanidad si sus deseos sobrepasan sus deberes?
"Nunca lograrás entender nuestra motivación.
Deberías vivir en carne propia los golpes,
las humillaciones y las vejaciones perpetuadas por los hombres,
encarnadas en tus propios vecinos y líderes".
En eso, Jonathan erró. El Santo de Leo puede entender su motivación pues experimentó los golpes, humillaciones y vejaciones. La diferencia recae en el perpetrador. Jonathan hablaba de los dirigentes de Rodorio. Regulus lo encarna en Radamanthys.
Su motivación por hacer arder el Inframundo es infinita. Sus pies lo llevan más y más lejos de Rodorio, hasta llegar a un sitio donde se detiene de golpe.
Un inexpugnable abismo se despliega ante sus ojos.
Un abismo.
Sólo eso queda del ojo de agua.
"Si hubieras matado realmente a Valentine,
habrías dado pie a que sus afectos te consideraran un bastardo
y desearan vengarse de su muerte.
Esto es la Lex Talionis..."
Sus piernas se cansan de sostenerlo y cae de rodillas entre llantos desesperados mientras recuerda su plática con Albafica. Se talla el rostro hasta dejárselo rojo y gime su impotencia elevando la mirada hacia el único astro testigo de su dolor.
—Tía... tía... ocúltame, por favor. Ocúltame bajo tu luz y permíteme entender esto que siento a solas. Por favor, cúbreme...
La luna brilla y el frío cae sobre él. Regulus se rompe en mil pedazos comprendiendo cada paso dado hasta este momento. Sus exabruptos originados desde aquella fatídica noche del fallecimiento de Ilías, el veneno acumulado en su corazón por sus falencias y ahora, con lo de Jonathan, su entendimiento de que él también, es un humano egoísta y maligno.
Repleto de un veneno diferente, el de la venganza contra Radamanthys.
Una figura se acerca hasta él, una cabeza se frota contra su hombro y Regulus distingue a su acompañante. Se aferra a él, entre gruesos lagrimones mientras Asterión le sirve de sostén aullando a la luna el dolor que comparten.
Porque el galgo es capaz de empatizar con el león y ambos, purgan esa carga con demostraciones de tristeza.
"¿Cómo puedo acusar a otros si yo mismo hago lo que tanto critico? ¿Cómo puedo liberarme de mis cargas?"
Asterión se limita a lamerle la mejilla mientras Regulus se hunde en ese abismo tan profundo como el mismo que dejó su abuelo del ojo de agua, del sitio que antes consideró su refugio.
—¡¿Dónde te metiste, por las almas del Yomotsu?!
Regulus se consuela en el tórax del Santo de Cáncer y lo atrapa con fuerza. El italiano resopla y corresponde el gesto, rodeando el pequeño cuerpo con sus brazos.
—Fui a meditar.
—De haber sabido que te haría tanto daño al decirte eso, me lo habría callado.
—¿Y cómo entonces habría comprendido los alcances de mis actos, Mani? —refuta seguro en el círculo formado entre ellos—. Necesito esto, afrontar la realidad, darme cuenta de que Nathan, aún muerto, me sigue acompañando en el camino y enseñando con el ejemplo.
—Nithin, Nithin —rumia el mayor sacudiendo la cabeza—. Nunca vas a dejar atrás al chico, ¿verdad?
—No puedo dejar atrás a uno de mis mejores amigos. Por más que sus actos fueran erróneos a mi parecer, ahora comparto más que nunca sus motivaciones.
Manigoldo sacude la cabeza sin alcanzar a comprender del todo. Regulus calla a sabiendas de que esto es un proceso interno y personal. Nadie puede ayudarlo a sanar y a madurar.
Además, está lo de Albafica, esa visión de la realidad es la parte que más le cuesta acomodar porque significa echar por tierra tantas emociones acumuladas por años.
—¿Dónde fuiste? Te me desapareciste de nuevo.
—Podías sentir mi cosmos.
—No, eso es lo que no entiendes —afirma separándose de él—. Hay momentos, como cuando me aventaste la piedra aquél día que obtuviste tu armadura o como cuando dices que pasaste por mi Templo y nos escuchaste discutir a Albafica, Kardia y yo, que no puedo sentirte.
—¿Ni mi cosmos?
—Nada, simplemente, es como si no existieras... no estuvieras ahí...
La perplejidad se apodera de él. Regulus entorna los ojos con este nuevo descubrimiento.
—Sólo... una persona era capaz de eso.
—¿Quién?
—Mi padre, cuando se hacía uno con la naturaleza.
¡Hola, mis Paballed@s!
¡Feliz cumple, Regulus!
Aunque este capítulo salió como salió (mi intención es que ellos tuvieran su primera vez, pero nanay xD), fue hecho con mucho cariño para este chico que me está dando tantas satisfacciones.
Hasta aquí, ¿cómo vamos? ¿Qué piensas de la historia? ¿Hacia dónde crees que va?
Tus respuestas me ayudan para comprender si estoy acertando en la historia y creando en tu mente la idea que busco. Sobre todo, porque estoy jugando a dos bandas, escribiendo la trama y poniendo las migajas que serán determinantes para el final.
Te mando una canasta de chocolates y muchos besos.
¡Gracias por el amor que le das a esta historia!
Ya llevamos 1.440 lecturas O.o y todo gracias a ti.
Nos vemos el martes, creo... porque creo que tendré el capítulo hecho para ese día. Si no, avisaré.
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