20. Promesas
—Ayyy, ten compasión de mí.
—No es para tanto, mio piccolo Re. Yo la pasé peor con tu tío, explicándole por qué me interesa ser tu enamorado. Lo único bueno es que Kardia y Albafica me respaldaron, tal y como lo prometieron. Si hasta tu abuelo me aceptó, ¡¿por qué él se niega en rotundo?!
Se encuentran en el Templo de Cáncer, a mitad de la mañana. El mayor limpia las heridas del joven producto de esa extraña noche, después de un baño bien merecido y por separado porque Regulus se niega a mostrarse en cueros por cuestiones de... timidez.
—Eso fue, auch, genial —celebra vestido sólo con los pantalones y sentado al revés, con el pecho sobre el respaldo de la silla, sirviendo la madera de apoyo emocional—. No creí que tocarías el tema. No me malinterpretes, me refiero a que hacerlo hoy, después de tanto lío...
—Lo prefiero hoy, para aprovechar su estado de agotamiento —dice Manigoldo con desfachatez—. En caso de esperar más tiempo, tu tío adquirirá vigor y me disparará una flecha sin dudarlo. Me inquieta que deforme mi hermoso trasero. ¡Me ha costado mucho ponerlo así de lindo!
¿Por qué esta conducta le recuerda a Kardia con su tía Artemisa? ¡Son iguales de desvergonzados!
—Jajaja, igual mi tío no quedó muy convencido —bosteza mostrando los colmillitos.
—No, pero yo cumplí con pedir el permiso para cortejarte —sonríe triunfal—. Termino de limpiar tus heridas y comes algo. Quiero estar seguro de que no necesito coserte. Reconozco cuando estás inquieto.
—No es por eso —se talla un ojo—. Me pone mal que la herrería esté destrozada.
En su momento, la comitiva terminó en ese sitio que, curiosamente, fue quemado hasta sus cimientos, haciendo imposible recuperar nada. Ni siquiera el cuerpo del padre de Jonathan.
—La pequeña diosa sospecha que fue obra de los habitantes de Rodorio muertos por los Espectros —toquetea un sitio y chasquea la lengua—. Acá debo ponerte un par de puntos, mio piccolo Re.
—Decidieron deshacerse de las pruebas y ahora, el resto de los pobladores se escudan en que sólo escucharon rumores sobre lo mal que se llevaban con los líderes de Rodorio... —murmura acongojado, poniendo la mejilla en su brazo apoyado en la silla.
»Ah, mi deseo de darles justicia era demasiado bueno para ser real. Para colmo, nuestra diosa parece poco convencida en ayudarme con el descanso eterno de Jonathan.
—¿Y cómo te va a ayudar, si ella misma enfrenta una Guerra Santa contra Hades? No puede abogar por el chico con el enemigo.
Un nudo se le forma en la garganta y cierra los ojos apretando el respaldo de la silla. ¿Por qué entonces su abuelo le propuso que hablara con ella? Quizá no previó esa reacción.
—Entiendo...
—Lo lamento, piccolo Re. De cualquier forma, no me quedaré con la duda. Investigaré por mi lado lo sucedido.
—Pensé que la curiosidad sólo me mataba a...
Manigoldo cose la piel con cuidado, callado, concentrado en la labor.
»...mí y... ¡Ay, ay, duele!
—Lo siento, es muy profundo acá —lo empuja al frente, sin consideración a su dolencia, para que se apoye en el respaldo de la silla y continúa su labor.
—¡Ay! ¡No sigas maltratándome o me buscaré otro novio!
—Ah, no —le da una nalgada. Regulus se cubre el trasero, voltea gruñendo y sostienen un intenso duelo de miradas—. Tú te buscas a otro novio y yo lo mando al Yomotsu. Sobre advertencia no hay engaño.
—¿Por qué lo mandarías allá? —se escandaliza—. ¿No es exagerada tu reacción?
—Soporté a un idiota, pero a dos no —alecciona indignado—. Ya te dije lo que pasará.
—¡Nathan no era un idiota! No lo insul... —gruñe con la siguiente palmada en el trasero.
—No hablemos del tema, los celos son míos —le muerde el hombro con algo de fuerza, apretando su cuerpo contra el suyo con posesividad—. Eres un consentido —suspira contra su piel paseando los dedos por el tórax del menor.
La piel del joven se sensibiliza ahí, donde esas yemas acarician y aprietan. Ronronea complacido y aprieta las piernas para evitar que su virilidad se hinche. Por supuesto, ese movimiento no logra lo esperado y se queda con la incomodidad en su miembro.
—No tengo la culpa de que duela —le muestra los colmillos—. ¡Y no me muerdas, piraña!
—Cuando tú me muerdas, te diré lo mismo —lame la zona presionada por sus dientes.
—Yo jamás te he mordido —susurra con ojitos entornados.
—Que te acuerdes —completa con una sonrisa. Disfruta del azoro en las facciones del otro—. ¿Se te olvidó tu primera vez aquí? Porque yo no —se acaricia el cuello.
—Y-yo n-no te m-mordí... —sacude la cabeza acorralado.
—¿Estás seguro? Entonces quizá la mordida que tenía me la hizo Kardia —canturreó.
—¡¿Dejas que Kardia te muerda?! —se le acelera el corazón y la bilis sube a su boca.
Manigoldo se carcajea y lo abraza con cariño, besando la coronilla dorada.
—¿Sabes cuánto me gusta verte así, todo rojito y... celoso? —le susurra en la oreja.
—¿Celo...so? —abre la boca y sacude la cabeza—. No, no, yo no soy...
—Kardiaaaa me quiere mordeeer —canturrea desafinando a propósito para acentuar la broma.
—Ashhh —se cruza de brazos todo ceñudo—, me comeré a ese insecto como se atreva. ¡Ya lo dijo el abuelo, es una araña peluda!
—Esa araña peluda te pinchará la lengua con la cola.
—La morderé antes de eso —golpea el aire con el índice.
—Te indigestará.
—¡No me importa!
—Ce-lo-so —canturreó.
A Regulus le dan ganas de morderlo. Se conforma con empujarlo y se reacomoda.
—Termina de coser o me dormiré aquí —pide mientras se talla un ojo—. Estoy cansado.
—De acuerdo —accede no sin antes besar la piel de la nuca haciendo ronronear al león.
Manigoldo, con sumo cuidado, da el último punto y se dedica a desinfectar el resto.
—Auch...
—¿Quién diría que el prodigio de Leo es un llorica con los curetajes?
—¡No lo soy! —refunfuña y sisea con el antiséptico en la herida.
Sus acciones provocan las risas de Manigoldo. Regulus voltea y antes de hacer nada, el otro se muerde el labio inferior.
—¡No hagas eso! —le tapa la cara con la mano.
El otro le muerde la palma. El menor la quita y ofuscado, le da la espalda con un calor asentándose en su vientre y más abajo, producto de la mera imagen de esos dientes apretando la carnosidad de ese labio que él quisiera probar. Manigoldo aprovecha para cubrir las heridas con las vendas cuidando de no lastimarlo más.
—Listo, ahora sí puedes comer algo —lo abraza con cariño.
—Tengo más sueño que hambre —se talla un ojo—. ¿Será feo si mejor duermo?
—No, supongo que los niños necesitan dormir —le guiña coqueto.
—¡No soy un niño! Ya tengo dieciocho años —le pica la nariz con el dedo—. Eres imposible.
—Quizá, pero si tienes sueño, ve a la cama, anda —le da un par de palmadas en la cadera.
El menor se pone en pie, se estira y gime al escuchar el sonido de sus músculos y huesos acomodándose. Se truena el cuello y sonríe complacido. Camina hacia la puerta mientras el mayor recoge el material de curación.
»¿Y tú a dónde vas? —indaga ceñudo.
—A mi Templo, a dormir —parpadea inocente.
—No, no, de ahora en adelante, duermes ahí —señala su lecho.
—¿Estás loco? —se sonroja hasta los pies—. ¡Es como si fuéramos...!
—¿Novios? —completa con diversión—. Pensé que eso querías. Porque lo somos. Nos comportamos ahora como un par de novios. ¿Eres consciente de ello?
El sonrojo se vuelve generalizado, la timidez invade al león y lo convierte en un tierno gatito.
—S-sí, pero mi tío apenas aceptó que estemos juntos. Esto de la cama... —dice tímido.
—De acuerdo —exhala con un encogimiento de hombros—, si es muy pronto para ti, lo acepto. Ahora, corre. Porque como te agarre antes de que llegues a Leo, te acuesto conmigo.
—N-no serías capaz —traga saliva.
Manigoldo se pone en pie como una bestia en acecho. Regulus desaparece a la velocidad de la luz. Las carcajadas del Santo de Cáncer se escuchan hasta el Templo de Leo cuyo guardián, ofuscado, se mete en su cama y se cubre hasta la cabeza con las mantas.
»Ese cangrejo descocado... ¡Un día lo haré sopa! —resopla indignado.
La jornada empieza tarde. Se hubiera quedado dormido un par de horas más de no ser porque algo lo hace despertar y no es el único que se altera con el evento.
El evento proviene del Onceavo Templo y se convierte en la emoción más terrorífica de su vida. ¡Ni en el ojo de agua se percibió tan amedrentado!
La explosión de una cosmoenergía fría hasta el punto de congelación es la cereza en el pastel.
—¡¿INSULTASTE A LA DIOSA GEMELA?!
La voz indignada del Santo de Acuario resuena en todo El Santuario gracias al viento.
Regulus agradece tener las mantas a la mano porque la caída de temperatura es digna de epopeya. Desde una de las ventanas, observa copos de nieve desprendiéndose de las nubes congregadas sobre El Santuario. Motivado por la curiosidad, se cubre con una de las cobijas más gruesas y sale a su Templo para asomarse a la salida que conduce a Virgo.
Una cosmoenergía le advierte de otra presencia antes de tener contacto visual. Manigoldo aparece corriendo a todo gas, poniéndose en el camino unos guantes y un gorro invernal.
—¿A dónde vas?
—A rescatar lo que quede del soldado caído, por supuesto —informa acomodándose la bufanda sobre un grueso abrigo—. Es parte de mi trío, tengo obligaciones y defenderlo del legendario dragón de hielo, es una de las principales. ¡Te veo al rato, abrígate bien, no salgas así!
—¡Ten cuidado, no te vayan a hacer paleta a ti también!
Manigoldo se detiene al décimo escalón y deshace el camino. Le sujeta la nuca y le da un beso con sabor a naranja y café. Regulus suspira de emoción y sonríe embobado.
—Ahora sí, me voy —le guiña el ojo—. ¡Si no vuelvo en media hora, lleva agua hirviendo contigo porque la necesitaré! —advierte y sale raudo en dirección al Templo de Acuario.
—Dudo que te sirva, cangrejo descocado —susurra observando las nubes—. ¡Qué helada y es apenas septiembre! Se nota que el señor Dégel está furioso.
Se retira a sus acomodaciones y, en el camino, se encuentra a Hércules.
—Hola, Regulus. ¿Estás bien?
—Sí, perdón por lo de la mañana, pero tenía mucho sueño.
—Lo notamos.
La manada se conglomera a su alrededor, algunos lo felicitan, otros le reprochan con la mirada. Regulus se toma el tiempo para informarles lo sucedido en la última noche. Los ex Santos de Leo dialogan y comentan entre ellos conforme sigue el relato.
—Eso fue lo que pasó —concluye con tranquilidad—, ahora puedo entender más las cosas.
—Ya veo —murmura Hércules observando a su diestra un lugar vacío a ojos de Regulus—, pensamos que nada ajeno al Templo te activó, pero con este nuevo panorama... Suponemos que en realidad, cuando recibiste la armadura de Leo e hiciste el pacto, ya traías la cosmoenergía de Apolo dentro. Por eso nunca la percibimos como ajena.
—Eso tiene sentido —susurra abrigándose más, pues la tormenta fuera de El Santuario arrecia—, mi abuelo ya vivía en mi corazón y yo lo confundí con mi padre.
Su rostro pierde la serenidad y se marca con la decepción. Ha intentado buscarlo y nunca lo encuentra, ¿qué le falta? Su abuelo le dijo que lo lograría, pero también le aconsejó decirle a Athena sobre Jonathan y no funcionó.
—Eso me llama la atención —comenta Hércules cruzado de brazos—, ¿por qué lo confundiste con tu padre? No recuerdo que mi hermano tenga el mismo tipo de cosmoenergía.
—¿Tu... hermano?
—Apolo es mi medio hermano... En realidad, todos son mis medios hermanos. Somos hijos de Zeus, ¿lo olvidaste?
—Oh, cierto —susurra con la boca abierta—. Entonces, ¿tú eres también mi tío abuelo? ¿Como mi diosa?
—Mira, ¡qué chiquito es el mundo! —comenta alegre y le pone un brazo sobre los hombros con camaradería—. Hola, sobrino.
—Hola, tío —sonríe pletórico—. Pues, en cuanto a la cosmoenergía de papá y el abuelo... yo la creí parecida y, a decir verdad... —exhala con pesar—, reconozco que de alguna forma, desde su muerte, perdí el recuerdo de cómo se sentía.
Hércules abre los ojos como platos, desvía el rostro hacia el hueco vacío, como hace siempre que algo le desestabiliza. Regulus soporta el peso de su desazón a duras penas.
—¿Has intentado conectarte con la naturaleza?
—Sí, pero es inútil. Incluso, le enseñé un poco al señor Dohko cuando me lo pidió. Siento que él lo logra más que yo porque no percibo nada... no es como papá me lo platicó.
Con los ojos fijos en el hueco vacío, el primer Santo de Leo musita:
—Algo te lo está impidiendo. ¿Y si eres tú mismo?
—Ya mi abuelo extirpó el veneno. Así que no tiene sentido. ¿Qué me falta? —inquiere desesperado—. ¿Por qué no puedo encontrar a mi padre?
Los ojos se llenan de lágrimas y una opresión se asienta en su pecho. Su corazón se desgarra ante su mayor tortura. Saberse imposibilitado de lograr un milagro y su reencuentro con Ilías, cada vez más lejano, lo azota con el látigo de la frustración.
—No sé, Regulus. De verdad, no logro entender por qué no ves a tu padre cuando está tan cerca de ti...
—Quizá él no quiere verme —concluye con un nudo en la garganta.
—¡No! —brama el león mayor—. Tu padre quiere que logres verlo, es su mayor anhelo.
—No lo creo, de lo contrario...
El primer Santo atrapa sus antebrazos y lo obliga a mirarlo. Sus ojos son vehementes.
—Créeme, confía en mí. Tu padre espera impaciente el día en que por fin, puedan estar juntos de nuevo.
—Entonces, ¿dónde estoy fallando? De verdad, he tomado días para concentrarme sólo en eso. ¡Ustedes lo han visto!
—Sí, pero sigue siendo un misterio... Esperaba que con este nuevo brillo en tu cosmoenergía pudieras lograrlo.
—Hablas como si estuviera cerca de mí —murmura apesadumbrado.
Hércules se contiene de girar su rostro hacia la efigie de Ilías, de pie a su lado. ¿Para qué mortificar al chico con ese conocimiento?
—¿Quién sabe? Puede que lo esté y por algún raro motivo, no puedas verlo. No pierdas la esperanza, Regulus.
—Es lo único que me queda...
—Nada de que Kardia es inocente. Inocente mis polainas, ¡se tiene bien merecido que Dégel lo metiera en un ataúd de hielo!
Regulus escupe el té y tose desenfrenado. Su tío le palmea la espalda haciendo que expulse el líquido de los pulmones.
—Basta, Reg, no quiero que te ahogues, sobrino. ¡Apenas logré recuperarte anoche de las garras de ese Espectro y tú quieres volverte a entregar al Inframundo!
—Lo siento, tío —jadea pasándose el paño por la boca—, pero ¿el señor Dégel metió en un ataúd de hielo al señor Kardia?
Cid se acomoda en el comedor del Noveno Templo bebiendo su café cargado. Fuera, el frío sigue desatado, señal inequívoca de que nada calma al Santo de Acuario.
—Como lo oyes —musita el español con una pequeñísima sonrisa—, por lo que escuché hasta mi Templo, y eso ya es decir mucho de Dégel, fue un mediodía cargado de confesiones a diestra y siniestra. Kardia le dijo hasta de qué color usa las calzas y hubo varios aspectos que irritaron al extremo al ecuánime de Dégel.
—¿Como qué? —se interesó bebiendo con cuidado un pequeño trago de su infusión caliente y reconfortante.
—Como que las noches que Dégel lo creía emborrachándose o de parranda con Manigoldo, resulta que las usaba para entrenar con Albafica.
—¿Qué tiene eso de malo? Son un trío de entrenamiento —musita contrariado.
—¿Que qué tiene de malo? —rezonga Sisyphus—. ¡Kardia volvía malherido y el que sufría sus dolencias era Dégel! Varias veces tuvo miedo de que se le muriera ahí. ¡Y era por andar de pícaro jugando al "te enveneno, me envenenas"!
—Ah...
—Sí, "ah". "Ah" fue lo único que Kardia dijo cuando terminó metido en el ataúd —les confía Cid con cierta preocupación—. Lo que no sé, es cómo lo vamos a sacar de ahí.
—¿Vamos? Me suena a manada, yo no pienso ayudar. Es más, le faltó Manigoldo.
—Tío, ¿por qué Mani?
—¿Crees que ya me tragué eso de que quiere pretenderte? —sisea malhumorado—. Oh no, sobrino. Ese contigo no me convence, es inapropiado porque...
—Deja que ellos decidan por sí mismos, Sisyphus.
—Cid, no te metas —sisea con los ojos convertidos en saetas.
—¿Quieres que hablemos entonces de lo inapropiado que es cierto Demonio para ti?
La boca de Sisyphus se cierra a cal y a canto. Regulus asiste intrigado por la nueva ficha arrojada por el Santo de Capricornio que ha resultado mortalmente efectiva. Su tío guarda silencio con las mejillas sonrojadas y en actitud sospechosa.
El Santo de Sagitario baja la cabeza compungido, aceptando su responsabilidad en esto. Analiza a su sobrino y le quita los diferentes adjetivos que le impiden verlo a detalle, como que ya dejó de ser un niño, es un Santo de Athena capaz de... de...
—¿Te estás enamorando de Manigoldo? —interroga precavido.
Regulus le sostiene la mirada y al mismo tiempo, su cosmoenergía fluctúa con la de su tío calmando y relajando los ánimos del mayor. Empieza a comprender que puede hacer eso.
—No estoy seguro de cómo se siente eso, pero reconozco que Manigoldo me despierta emociones desconocidas. Tengo el presentimiento de que mi camino está a su lado.
—¿Cuándo creciste tanto? —susurra acariciando la mejilla del menor con resignación.
—Siempre crecí frente a tus ojos, pero te negaste a reconocer la realidad.
El abrazo entre ellos expresa lo que sus corazones callan: sus miedos, inseguridades, desasosiegos y carencias. Después de todo comprenden la verdad de sus angustias.
En algún momento, ambos combatirán al enemigo con resultados azarosos. Morir fue, es y será, el pan de cada día en El Santuario. Lo único tangible y seguro, es que deben aprovechar el tiempo y amarse sin prejuicios, dudas o preocupaciones. De lo contrario, llegará un momento en que la batalla final los alcance y se arrepentirán de sus actos.
—Viviré el presente contigo, Reg. Sólo... comprende que te cuide tanto y que me comporte como un intransigente con ese... descocado —exhala restregándose las manos—. ¿De verdad él toca tu corazón? ¿Está a la altura de tus afectos?
El más joven esboza una sonrisa capaz de transmitir las emociones entremezcladas, potentes y desquiciadas como sólo el amor tiene la facultad de ser.
—Manigoldo es el único hombre que toca cada fibra de mi ser y mi cosmoenergía. El único capaz de mirar a través de mí y aceptarme como soy. Es perfecto para mí, con sus defectos y manías. Me encantaría envejecer a su lado y cuidarnos los achaques —ríe emocionado.
El mayor asiente metiendo esas ideas en su cabeza, como saetas en un carcaj. Es difícil aceptar un cambio radical, pero si ama a Regulus... deberá trabajar en ello. Rápido, fuerte y sin excusa alguna. Necesita ser el tío digno de su sobrino para seguir a su lado.
—Entonces lo respetaré, sólo... no deseo que termines lastimado.
—Esa es una ilusión, tío. Estamos en una guerra, ¿quién no saldrá lastimado?
El escenario futuro es trágico. Tapar el sol con un dedo es una tontería. Sisyphus aprende ese día cuánto maduró su sobrino y por fin, lo suelta.
Por más que duela, por más que se angustie, Regulus tiene derecho a vivir su vida como él quiera. Y debe respetarlo.
—Entonces, sé feliz con él. Sólo por favor, no me vengas a preguntar cómo es el sexo.
—¿El qué?
—Yo te explico, Regulus, yo te explico —se ofrece Cid con una sonrisa ladeada.
El siguiente día es ajetreado. El entrenamiento, las guardias, ayudar al pueblo de Rodorio con los destrozos, organizarse... Ni siquiera logra encontrarse un momento con Manigoldo.
El aroma de las rosas le advierte de esa presencia. Regulus barajea sus opciones y opta por encarar la situación con la madurez recién obtenida. Permanece en la explanada del Coliseo y aguarda paciente cualquier situación preparada por el destino.
—Regulus...
—Hola, señor Albafica —saluda con sonrisa tímida.
—Albafica, a secas. Necesito que esta plática permanezca en igualdad de condiciones.
Las piernas le tiemblan y las manos se le enfrían ante esa perspectiva. Nada en el rostro del Santo de Piscis augura un buen porvenir.
»¿Recuerdas lo que te dije en tu Templo, cuando Kardia me acompañó aquella vez? ¿Cuándo fue, hace tan sólo dos días?
—S-sí... lo recuerdo.
El Santo más bello del Santuario acorta la distancia entre ellos. En esta ocasión, su armadura brilla por su ausencia. El ánimo de Regulus se empequeñece y en su lugar, el aroma dulzón de las rosas se incrementa y lo envuelve.
De reojo, percibe algunos pétalos elevándose con el viento y duda de sus opciones.
—¿Y a qué se debió que fueras muerto por uno de los Espectros?
La pregunta produce una sensación alarmante y lapidaria en la piel del león. Por un momento, Albafica se alza como un nocivo agente de la destrucción.
Regulus se esfuerza en mantener la calma.
—A que... me dejé llevar por las emociones.
¿Para qué negar la realidad? Hacerlo es equivalente a retroceder en su aprendizaje. Regulus encara la situación con valentía, reconociendo sus fallos.
—¿Y qué te dije al respecto?
—Lo recuerdo, pero ¿por qué mejor me preguntas qué aprendí a costa de mi propia vida? Porque en algo llevaste la razón: no fue misericordioso.
Una delgada ceja se eleva como única reacción. Albafica cruza los brazos frente a su tórax y guarda silencio. Regulus aprovecha el entretiempo otorgado para aclarar el punto.
»Nunca me excusaré, pero ahora entiendo mucho mis arranques. Mi comportamiento y mis pensamientos. Mis miedos y cuestionamientos. Aprendí por qué me exigía tanto y estoy trabajando en variar la senda hacia el camino correcto.
Le tiemblan las cuerdas vocales y se le quiebran las palabras. Se esfuerza en mantener la calma mientras Albafica permanece erguido como un juez, sin darle tregua.
»Mis arranques un día me costarán la vida, algo así dijiste. Son palabras más o menos parecidas a las de mi tío y a las de muchas personas más, pero nadie me preguntó qué sentía, por qué me lastimaba tanto o me negaba a encarar los motivos de mis exabruptos. De haberlo hecho, quizá habría llegado a la verdad sin necesidad de morir.
—¿Y cuál es esa verdad?
—Soy un Santo de Athena para que nadie más muera frente a mí.
—Muchos lo harán.
—No —dice sacudiendo la cabeza—, ese no es el punto. Mi padre murió porque yo no tenía la fuerza para... —se atraganta—, para...
Exhala con fuerza y los ojos convertidos en dos pozas de agua. Un dolor se apodera de su tabique nasal por las lágrimas contenidas.
»Fui un inútil, nunca pude defender a mi padre de ese bastardo. Nunca pude... pelear a su lado —suelta por fin con la garganta afiebrada.
—Eras un niño.
—¡¿Y qué?! Mi abuelo era un recién nacido cuando se enfrentó a Pitón para defender a su madre y a su gemela.
—Es diferente, él es un dios.
Es un débil argumento para la avasalladora corriente de recriminaciones que lo inundan.
—No, no hay diferencia. Si su icor corre por mis venas, entonces puedo hacerlo. De cualquier forma, ya sucedió. Ya pasó, lo único que me queda es... vengarlo.
—¿Qué vas a vengar?
Ese cuestionamiento le alebresta los ánimos. Regulus le muestra los colmillos al Santo más bello y éste ni se inmuta.
—¡Su muerte, claro está! ¡Su muerte!
—¿Tal y como lo hizo Aquiles contra Héctor en la Ilíada?
—¡No hay punto de comparación entre Héctor y el bastardo de Radamanthys! —asevera apasionado—. Héctor era un enemigo honorable...
—El honorable Héctor —ironiza con desfachatez—. "El domador de caballos" fue un falto de carácter y se dejó llevar por los sentimientos ocasionando indirectamente la caída de Troya. De haber obligado a Paris a encarar su error desde el inicio, otra habría sido la historia o quizá no, porque los helenos querían destruir la ciudad y obtuvieron el pretexto perfecto.
»Pongamos otro ejemplo, uno que te hará sentirte identificado porque ambos comparten temperamento: Leónidas, el Rey espartano que plantó cara con sus 300 en las Termópilas a un ejército monstruoso.
—¡Era diferente!
—¿En dónde está la diferencia?
—En... en... ¡Jerjes quería esclavizar al mundo! —sostiene temblando.
—Los espartanos tenían esclavos, ¿se te olvida el punto? Los espartanos, de haber podido lograrlo, habrían conquistado Grecia y someterían a los helenos a su credo. Un credo en el cual, tus defectos físicos eran sinónimo de muerte inmediata y sólo vivías para la guerra.
Se le cierra la garganta y las neuronas corren en direcciones contrarias dentro de su psique.
»Si hubieras matado realmente a Valentine, habrías dado pie a que sus afectos te consideraran un bastardo y desearan vengarse de su muerte. Esto es la Lex Talionis...
—Ojo por ojo...
—Y todos ciegos.
El shock es brutal, sin oportunidad de reaccionar, el Santo de Leo es testigo del camino tomado por Albafica, rumbo a las escalinatas que conducen a los Templos.
»Por más que te pese, Gatito, te recuerdo que esto es una guerra. Al momento en que adquieres una armadura, conoces tu destino más probable: morir en manos de alguien. La venganza es una idea infantil e inmadura que sólo se les permite a aquellos que no son participantes en la contienda.
»Ya quedó claro con Aquiles, quien por cierto, fue ayudado por nuestra diosa a matar a Héctor, el protegido de tu abuelo, cabe agregar. Después, Aquiles usó el cuerpo de Héctor como trofeo. Si no estás familiarizado con eso, lee la Ilíada.
El joven sacude sus rubios cabellos procurando entender el punto de Albafica. Su boca es amarga y su corazón late desequilibrado.
—Entonces... ¿debería perdonar a Radamanthys? ¿Me estás diciendo eso?
—No, te estoy diciendo que las venganzas siempre terminan con dos muertos. El que cae en manos de las armas y el que sobrevive a medias, porque nunca se deshace de ese veneno —sisea malhumorado—. Tú sabes cómo quieres seguir, Gatito.
Y sin decir más, Albafica continúa su camino dejando tras de sí a un Regulus trabado en un nuevo escenario atroz.
"Radamanthys es otro guerrero y la venganza, es veneno... Otro tipo de veneno".
Para el atardecer, el cansancio es mayúsculo. Se recarga en una barda disfrutando del cielo con sus rayos anaranjados y rosáceos, anunciando la caída de la noche. Sostiene una ánfora de agua en las manos. Su cosmoenergía le avisa de una persona tras él. Voltea y...
—Dichosos los ojos que te ven, mio piccolo Re —le guiña un ojo.
—Mani —saluda con el corazón saltando de felicidad en su pecho—, ¿qué tal tu día?
—Maravilloso ahora que te veo —recarga la cadera en la barda—, ¿y tú, mio piccolo Re?
—Mejor —se muestra feliz por su presencia, alejando los pensamientos aciagos de su encuentro con Albafica—, me llamó la atención no verte.
—Tuve audiencia con nuestra pequeña diosa, después fui a hacer un par de diligencias. Ya sabes, cosas aburridas y tediosas. ¿Qué estás bebiendo?
—Agua —baja la mirada al ánfora—. ¿Quieres?
—Iugh, no, gracias. Agua ni para el lodo de los pies —soltó una risita—. Prefiero un beso.
—U-u-un ¿beso?
—Sí, me gustaría.
Ceja arqueada, brillo malicioso en los cobaltos, un guiño de ojo. Regulus termina con piernas de gelatina pensando en hacer realidad ese deseo mutuo. Se acerca un paso...
—¡Hey, Regulus! —escucha una voz familiar a la distancia.
—Aunque también me gustaría matar a la mula de tu tío... ¡Es un aguafiestas!
El menor comparte el anhelo. El susto no desplaza el deseo por probar esos labios.
—Será en otro momento...
—¿Lo prometes, mio piccolo Re?
—No necesito prometer lo que mi corazón me exige.
Una sonrisa boba adorna los labios del guardián de Cáncer.
—Vete porque te como. Mañana, planearé cómo mantener ocupado al barbaján de tu tío.
—Mintinir icipidi il birbijin di ti tii —remeda la figura con gesto hastiado—. ¡Qué empalagosos son! ¿No lo crees, Asterión?
El aludido deja caer la cabeza y agacha las orejas con desesperación. Se acomoda en su cómodo cojín buscando dormirse mientras la figura analiza la tierra.
—¿Cuándo dejarás por la paz a mi nieto?
La diosa respinga y, si fuera gato, terminaría sujeta del techo. El gemelo se recarga en el marco de la puerta analizando sus movimientos.
—¡Hermano! ¿Qué haces por aquí?
—No te hagas la inocente conmigo, sabías que vendría desde que protegiste a esa araña peluda —susurra malhumorado.
El ambiente se calienta, Asterión abandona su cómodo lecho y se tiende en el fresco mármol para evitar el aumento de temperatura corporal, acostumbrado a estos exabruptos. Sin embargo, sus ojos siguen cada movimiento del dios, presto a defender a su señora en caso de ser necesario.
La hermosa diosa de la luna avanza hasta su gemelo y le dispensa un abrazo, auspiciada por la intimidad. El otro lo corresponde, prodigando un beso en la coronilla de cabellos rubios mientras aspira su aroma con deleite.
—¿Investigaste?
—Sí y no logro dar con el paradero del libro. ¿Viste algo?
—¿Por qué tendría que ayudar en esto?
Los gemelos se enfrentan en un combate silencioso, son sus pupilas las que intercambian información a diestra y siniestra. Apolo se mira las uñas de la mano izquierda con fingido interés mientras deja pasar el tiempo.
»¿Por qué insistes en ayudar a tu nieto?
—También es tu sobrino y por lo que presencié a mi llegada, te interesa su vida.
—Estoy aburrida, me entretengo en algo.
La diosa se aleja caminando por su templo mientras es seguida visualmente por su gemelo. Se acomoda en un kliné y vuelve su rostro hacia la tierra.
»El libro fue quemado por el chico, antes de la invocación.
Apolo se tensa y acorta la distancia entre ellos sumido en la intriga.
—¿Por qué?
—Jonathan podrá ser un perverso para ti, pero yo lo considero el protagonista de una trágica historia. Es una pena que nuestra hermana esté cegada por sus recelos y se niegue a escuchar a tu nieto.
»De cierta forma, el humano tenía razón: Athena se ha insensibilizado al paso de las Eras y sólo le interesan las Guerras Santas, olvidándose de cuidar de la humanidad como era su trabajo en la Época del Mito.
—Interesante —susurra cruzando los brazos sobre su ancho tórax—, ¿serás tú quien le prodigue descanso al chico y a su padre?
—¿Yo? Por favor —dice con altanería—. No voy a caer en tus triquiñuelas, Apolo. Jamás haría algo a favor de un humano.
—Lo hiciste por Kardia.
—Es diferente, esa es una deuda ancestral.
—Deuda que fue saldada cuando le pediste a nuestro padre que elevara al Escorpión al rostro de Urano.
—Sí, pero la sigo pagando una vez en cada reencarnación —musita tranquila—. Una diosa sabe bien a quién dispensar su favor y sus razones no deberían ponerse en entredicho.
—¿Por qué el chico no merece tu favor?
—No hizo nada que considerase interesante —asevera con cinismo—. Tú piensas que sí porque ayudó a tu nieto en esa empresa y con ello, entregó su vida para formar parte de las defensas de Rodorio mientras que creía salvar a su padre del infortunio. Ahora, ambos sufrirán las consecuencias y sus almas serán atormentadas por la eternidad, negándoseles el derecho de reencarnar.
Apolo dirige una mirada a la tierra y se cuestiona un hecho.
—¿Por qué entonces tu luz cae sobre su tumba?
Ella chasquea la lengua y se cruza de brazos enfurruñada. Apolo guarda silencio y confía en el carácter de su gemela.
»Debió conmoverte demasiado para que le concedieras esa gracia a él, de entre todos los muertos durante el ataque de los Espectros a Rodorio.
—Patrañas... El sitio me gusta, por eso lo ilumino.
—Ya veo... fue mero azar que mi nieto colocara ahí su tumba.
—Sí —asevera tozuda—. Además, no pienso hablar con nuestro tío sobre el chico. Sería una insensatez cuando el humano lo traicionó.
—No, con el tío Hades no, pero... ¿acaso nuestra hermana no está pronta a volver al Inframundo?
Asterión levanta la cabeza reconociendo una fluctuación en el cosmos de su señora. Hay atisbos de culpabilidad y ciertas marcas dignas de un posible ataque.
Artemisa recupera su temple y su ecuanimidad. El fiel galgo se relaja y se reacomoda en su sitio para cerrar los ojos y seguir descansando.
»¿Te irás de cacería?
Artemisa sigue la mirada de su gemelo. Su equipo está siendo alistado por sus doncellas, según sus órdenes.
—Sí, ya te lo dije, estoy aburrida.
—Es curioso que hayas elegido de coto de caza el sitio al que acostumbra acudir nuestra hermana durante su estancia en la tierra.
—¿Cómo sabes eso?
—Arte... soy tu gemelo y te conozco mejor que nadie.
La diosa se pone en pie y lo enfrenta.
—Sólo hablaré con Kore si tu nieto me muestra la luz más bella de esta batalla y, de acuerdo a su conducta, me parece que tiene mucha competencia. He vislumbrado partes del futuro, no por nada soy tu gemela y, en esos retazos, tu nieto no se compara a sus compañeros y le sigo la pista al Santo de Piscis. Él sí me interesa. Si tu nieto brilla más que Albafica, acudiré con Kore. Lo prometo por la sagrada Estigia [1].
¡Hola, mis Paballed@s!
Fue un capítulo largo con muchos aspectos a vislumbrar porque ya empezamos la recta final de este fic. Estoy segura de que ya lo sabías o lo sospechaste desde el principio xD.
Sin embargo, debo advertir que este mes ha sido para mi vida, particularmente pesado. Desde el 28 de mayo estoy corriendo de un lado al otro porque trabajo de Lunes a Domingo. Sí, todos los días, con pocos descansos.
Así que sentarme a escribir ha sido particularmente rudo y estéril. He revisado capítulos, por ejemplo, hoy es 14 de Julio y estoy revisando éste porque me faltan 5 capítulos más...
Lo confieso, me sigue faltando el Final xD. Sé que alardeé de que lo tenía todo, pero al paso del tiempo, este fic ha tenido ciertas "desviaciones" y profundicé muchísimo en Regulus, así que darle un final parco no me va.
Mi personaje no se lo merece, así que... haré mi mejor esfuerzo por escribir los capítulos faltantes, pero si no lo logro, desde ya, te aviso que este fic puede ser que pase a publicarse cada 15 días o quizá, cada 21 días.
Esperemos terminar a tiempo y si no, agradezco desde ya, tu comprensión.
Besitos.
Pd. Me olvidaba decirte, este domingo es el cumpleaños de Regulus y como siempre, lo celebraré con un capítulo. Yo pensé que iba a terminar diferente, pero pos no. Terminó como terminó, jajajaja.
No puedo fallarle a nuestro leoncito y ese día sabes si tienes capítulo para el Martes 06 de Agosto o no xD.
NOTA DE LA AUTORA
[1] Jurar por la Estigia — si leíste mi fic "La Traición Mortal", sabes de qué estamos hablando, pero si no, una promesa por la Estigia es inquebrantable para los dioses.
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