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2. Cambio de rumbo


"𝐄𝐥 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐬𝐨𝐩𝐥𝐚𝐛𝐚 𝐢𝐦𝐩𝐢𝐝𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐬𝐮 𝐚𝐯𝐚𝐧𝐜𝐞. 𝐋𝐨𝐬 á𝐫𝐛𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐬𝐞 𝐦𝐞𝐜í𝐚𝐧 𝐚 𝐬𝐮 𝐚𝐥𝐫𝐞𝐝𝐞𝐝𝐨𝐫, 𝐥𝐚𝐬 𝐡𝐨𝐣𝐚𝐬 𝐢𝐦𝐩𝐚𝐜𝐭𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐫𝐨𝐬𝐭𝐫𝐨. 𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐚𝐝 𝐬𝐞 𝐚𝐜𝐞𝐜𝐡𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐛𝐨𝐬𝐪𝐮𝐞. 𝐄𝐥 𝐟𝐫í𝐨 𝐜𝐚𝐥𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐡𝐮𝐞𝐬𝐨𝐬. 𝐑𝐞𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢ó 𝐞𝐥 𝐡𝐨𝐫𝐦𝐢𝐠𝐮𝐞𝐨 𝐨𝐫𝐢𝐠𝐢𝐧á𝐧𝐝𝐨𝐬𝐞 𝐞𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐲 𝐝𝐞 𝐚𝐡í, 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐫𝐫𝐢ó 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐬í.

𝐃𝐞 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐧𝐞𝐫𝐚, 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐥𝐚𝐳ó 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐧𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚𝐥𝐞𝐳𝐚 𝐲 é𝐬𝐭𝐚, 𝐥𝐞 𝐡𝐚𝐜í𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐦𝐢𝐞𝐝𝐨.

—𝐀𝐩𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐨, 𝐧𝐨 𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐚 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 —𝐞𝐬𝐜𝐮𝐜𝐡ó 𝐝𝐞 𝐧𝐮𝐞𝐯𝐨—. 𝐂𝐨𝐧𝐬𝐢𝐠𝐮𝐞 𝐚𝐥 ú𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐛𝐮𝐬𝐜𝐚 𝐭𝐮 𝐛𝐢𝐞𝐧, 𝐚𝐪𝐮é𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐞 𝐥𝐥𝐞𝐯𝐚𝐫á 𝐚 𝐥𝐚 𝐥𝐮𝐳.

𝐋𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐥𝐨 𝐚𝐥𝐞𝐧𝐭𝐚𝐛𝐚. 𝐋𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐦𝐚𝐫𝐜𝐚𝐛𝐚 𝐬𝐮𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐨𝐬".



—¡¿Te dormiste vestido y sucio?!

—¿Ah?

Levanta la cabeza adormecida, pesada y aún en brumas. Es la segunda vez que tiene ese sueño y escucha esa voz. Desconoce quién es, por qué lo hace. De qué le advierte...

Le sorprende la luz de la mañana entrando por la ventana. ¿Ya amaneció? ¿Cuándo, que no se dio cuenta de ello?

—Regulus, ¿estás bien?

—¿Ah?

Abre los ojos, enfoca a su tío y le dedica una sonrisa. No tiene respuestas para sus preguntas sobre el sueño y es mejor dejarlas para después. En soledad, para su propio análisis.

Se sienta, se marea y vuelve a caer en la cama. Su tío se acerca presuroso.

—Ese idiota se sobrepasó contigo. ¡Mírate cómo estás! Todavía tienes sangre y lodo.

Parpadea rápido, se sienta por segunda ocasión y talla su rostro para deshacerse de la modorra. Respira profundo y frunce el entrecejo.

—Tío...

—¿Qué pasa?

Lo ve buscar algo entre sus pertenencias. Por el sitio, el material de curetaje.

—¿Por qué nunca me entrenas seriamente?

—¿Qué dices? —detiene su búsqueda.

—Nunca me llevas a conocer mis límites.

Sisyphus se cruza de brazos —su postura defensiva por excelencia—. Regulus no está dispuesto a ceder en esto.

     »Quiero pelear en la siguiente Guerra Santa. Lo sabes, ¿verdad?

—-Sí, lo sé.

—¿Acaso no quieres que sobreviva?

Su tío desvía la mirada. El cachorro aprieta los labios con un malestar generalizado ajeno a sus músculos doloridos tras el entrenamiento salvaje.

—Sí, por supuesto.

—Entonces, ¿por qué no me dejas explorar mis límites y superarlos?

—No es eso, Regulus.

—Entonces háblame, no soy un niño.

—Justo eres eso.

—Tío, es injusto —insiste frustrado—. No veo tanta diferencia de edad entre Yato y yo.

Le desagrada la situación. Yato es mejor entrenado que él y todo porque...

¡No, no! ¡Él no es un infante!

Sisyphus le da la espalda con las manos en la cintura. Regulus se levanta y mira su cama manchada con lodo, sangre y sudor. Después la limpiará.

»De Santo a aprendiz, dímelo.

—No quiero que vayas al campo de batalla sumido en una vorágine de venganza. ¿Entiendes que eres lo único que me queda de Ilías?

—Mi padre murió en manos de Radamanthys, ¿lo olvidaste?

—No, estoy consciente de ello. Sin embargo, piensa, Regulus. ¿Qué harás contra Radamanthys?

—Pelear —asegura con brío—, sin tregua ni flaquezas.

—Ahí está el punto: te ciegas, te pierdes. Atacas por atacar, sin pensar o planear tus movimientos.

     »¡¿Cuántas veces lo hemos discutido?! Obedeces más a tus impulsos que a tu raciocinio y gracias a ello, un día de estos no te matará Radamanthys, te matará cualquier otro Espectro —acusa con frustración—. ¡Sigues siendo débil de mente!

—¿Sabes qué tío? Sí, soy débil y seguiré siéndolo mientras tú no tengas el valor de entrenarme como corresponde. El día que encuentres los cojones para hacerlo, llámame.

Los párpados de Sisyphus se desorbitan. Regulus pasa por su lado sin mirar atrás. Entra al aseo, se desprende de las ropas con impaciencia y lava su cuerpo. Sale de ahí, se calza sus prendas de entrenamiento y abandona el Templo de Sagitario sin dirigirle una sola palabra a su guardián.

Baja las escaleras sumido en sus pensamientos, en su futuro. Sisyphus no entiende sus emociones, su ansiedad de hacer justicia por su propia mano. Radamanthys le arrebató a su padre, lo dejó en la orfandad. Algún día volverá y Regulus anhela tener para ese momento, la fuerza para enfrentarlo.

Sacude la cabeza al llegar al Templo de Leo con sus altos muros, los pilares y el piso de mármol. Exhala con pesar y, como cada vez que lo atraviesa solo, llega hasta las acomodaciones privadas y abre la puerta.

El aroma de su padre se ha desvanecido con el tiempo. Sin embargo, retazos de su cosmoenergía siguen en el sitio. Las puede sentir, lo rodean y reconfortan. Es como tenerlo de nuevo a su lado.

"Sigues aquí, papá... sigues aquí. Te extraño tanto".

Cae sobre sus rodillas y después, sobre sus manos. Una lágrima solitaria resbala por mejilla. La sigue otra y otra. Al poco, el llanto desgarrador sacude su pequeño cuerpo.

Hubiera deseado que su padre fuera su mentor.

Hubiera deseado que su padre estuviera aquí y abrazarlo, escuchar su voz, sus consejos.

Hubiera deseado que su padre lo regañara, le dijera sus limitaciones, sus fallos.

Radamanthys le quitó a Ilías y el infinito de posibilidades a su lado. Odia a ese espectro, lo odia con cada átomo de su cosmoenergía.

En su oportunidad, lo hará trizas.

Golpea el piso una y otra vez con los puños, presa de la zozobra, de la ira, de la frustración. Odia esto, odia su vida, odia seguir un camino motivado por la sed de venganza.

Él sólo quiere a su padre con él, quiere la verdad, quiere que su tío lo trate como un ser inteligente, maduro, capaz.

Un sonido cimbra las paredes del Templo y repercute por la eternidad.

Es el rugido del león herido de gravedad, aquél que sólo vive para matar. Del bramido, una sola palabra es entendible en mitad de la ira descomunal plasmada en cada fibra:

—¡PAPÁAAA!



Sus pisadas resuenan en el Templo de Cáncer. Regulus mantiene la cabeza gacha y los puños apretados. Su misión es sencilla: llegar al Coliseo y entrenar.

Entrenar hasta caerse muerto de agotamiento, entrenar hasta alcanzar el máximo de su potencial, entrenar hasta que sea lo último que haga. Entrenar, entrenar y una vez más, entrenar.

—¿A dónde te diriges, piccolo Re?

Agradece ser humano porque de ser león, estaría trepado en el techo, agarrado de uñas y dientes, presa del susto.

A su derecha, entre las sombras, la figura de Manigoldo se vislumbra. Los ojos tienen la coloración de las almas del Inframundo. El Santo de Cáncer mantiene los brazos y tobillos cruzados. Los pies desnudos, un pantalón de lino blanco y... nada más.

La pétrea orografía canceriana, con sus montañas y abismos musculares matizadas por cicatrices en forma de grietas ya curadas, se muestra con osadía ante él. Regulus ha visto fisonomías de campeonato, la de Manigoldo no debería ser diferente.

Pero lo es. Le admira el éxito de un trabajo constante y se descubre con hambre de llegar a ese sitio. Ser parecido a él. Un día, su cuerpo se verá igual y se sabrá realizado.

Manigoldo, de una bizarra manera y desde ayer, se ha convertido en su ejemplo a seguir.

—¡Me asustaste! —le recrimina con el corazón desbocado.

—No entiendo por qué.

El Santo de Cáncer encoge los hombros. Un largo bostezo escapa de sus labios, sin cubrirse la boca y mostrando hasta las muelas.

     »Lo entendería de Kardia, no de mí. Por algo, soy el más guapo de todos Santos.

El cachorro se abstiene de rodar los ojos dentro de sus cuencas ante la arrogancia y la demostración desmedida del orgullo masculino ajeno.

Manigoldo desprende una lagaña de su ojo izquierdo con ligereza. Sin duda, acaba de levantarse. Su cabello alborotado es una señal inequívoca de ello.

Es uno de los pocos que duerme hasta tarde. Le importa poco y nada su obligación de entrenar. Va a sus tiempos, gobernando su vida a su manera.

También le envidia eso.

—Tu vanidad te matará un día —refunfuña con impaciencia.

El Santo de Cáncer lo desconcierta más que Kardia y eso ya es decir mucho.

—Quizá —otro bostezo y los colmillos emergen amenazantes—, y ¿tú? ¿Qué haces por acá?

—¿Me das permiso para atravesar tu Templo, por favor? —opta por ir a lo seguro, la educación.

—No.

—Gracias.

Da media vuelta para volver al Templo de Sagitario. Allá realizará su entrenamiento.

Uno, dos, tres pasos. Un grillete le sujeta la muñeca. Voltea intrigado. No es un grillete, es la mano de Manigoldo y hace la fuerza suficiente para mantenerlo en su sitio.

     »¿Quieres soltarme?

—¿Por qué lloraste, piccolo Re?

—No te incumbe —asegura—. No eres ni mi amigo, ni mi familia.

—Podría ser tu mentor.

Se paraliza como si su propia técnica le hubiera alcanzado. La lengua se le entumece y las manos le hormiguean. No se cree lo que dijo.

Manigoldo ¿su mentor?

¿Alguien le pegó con un mazo?

     »Un pajarito me dijo que te peleaste con tu tío y no te gusta su entrenamiento.

—¡Qué pajarito tan conversador! —comenta con ironía—. No sabía que el chisme fuera el método de entretenimiento de El Santuario.

—Algo así —se relame aburrido.

—¿Me devuelves mi mano?

—No, es muy bonita —le sonríe socarrón.

Regulus chasquea la lengua. Se acerca y atraviesa el espacio personal de Manigoldo. Éste no se mueve, su rostro es una máscara sin emociones.

El más joven se para de puntitas con la intención de acercar su rostro al del otro.

Su disgusto aumenta al reconocer que todavía en esa posición, elevándose varios centímetros, le falta altura.

Su índice sale al rescate y lo acerca hasta casi tocar la nariz del otro.

—¿Me devuelves mi mano, Manigoldo?

—Acéptame como tu mentor, no seas terco —insiste y arquea una ceja. Su nariz toca la punta del índice del menor—. No tienes nada qué perder. Te prometo que llevaré tu entrenamiento al límite. Obtendrás mejores resultados conmigo. No habrá compasión.

—Hasgard puede hacer una labor igual de buena —debate bajando el dedo.

—Hasgard ya tiene tres pupilos y yo ninguno. Eso significa que tendrás toda mi atención. No me compartirás con nadie.

Ese es un buen punto a su favor, pero no resuelve algo.

—¿Por qué te interesa tanto?

—No deseo que el Santo de Leo termine como alfombra para chimenea tras la primera batalla —se mete el dedo a la boca para quitarse algo de los dientes frontales.

—¡¿Cómo te atreves a insultarme así?! —se sulfura mostrando los colmillos.

—No te insulto, hago notar una realidad —encoge los gruesos hombros—. Estás luchando para obtener la armadura de Leo. En algún momento, serás mi camarada —se rasca la nuca—. No quiero débiles en las filas y si puedo meter mano para elevar tu potencial...

Suena tan... lógico. Tan... anti-Manigoldo.

Se pone tieso con la sospecha.

—Me lo pensaré —decide poner eso sobre la mesa.

—No, nada de pensarlo —chasquea la lengua—, es ahora o nunca.

—¡¿Crees que aceptaré sin rechistar?! —ruge inquieto, sobresaltado con la presión.

—Por supuesto —sonríe con arrogancia—. Soy yo, sabes que no hay otro mentor en el Santuario que yo y mucho menos, uno que te lleve al límite como lo hice ayer —le guiña un ojo con insolencia.

—Nunca has sido mentor —resalta lo obvio.

—Ve el otro lado de la moneda, eso significa que me ocuparé de hacer las cosas bien para obtener renombre.

Todo suena tan bien. Demasiado bien. Sabe que hay una trampa, pero no puede distinguir en dónde.

—¿Harás todo lo que esté en tus manos para que obtenga la armadura?

Empieza a negociar. Manigoldo tiene sus puntos, sólo quiere ponerlos en claro y aprovecharse de ello.

El Santo de Cáncer muestra una sonrisa torcida, deja caer la cabeza unos centímetros a la derecha y le dedica una mirada que lo atraviesa de cabo a rabo.

En esos ojos tan azules, Regulus se ve observando el mismo Inframundo.

—No, haré todo lo que esté en mis manos para que manejes tu cosmoenergía a voluntad y obtengas la habilidad necesaria para derrotar a cualquiera que se te ponga enfrente.

Eso le gusta, saber que Manigoldo dará el cien por ciento con él y lo llevará a otros planos de experiencia y habilidad.

     »¿Y bien, piccolo Re, qué respondes?

—Hecho —sella el trato con un apretón de manos, sin más qué preponderar.




¡Hola, mis paballed@s! 

Como lo prometí, llega la segunda entrega de Belleza Inesperada en tiempo y forma. ¿Se nota que programé el capítulo? Naahhh (ironiza).

Eso sí, había dicho a las 6pm, pero decidí ponerlo a las 8am. Así te despiertas y te desayunas el capítulo :D

Pues vamos tomando forma a lo que le molesta a Regulus en mitad de su entrenamiento. Toma en cuenta que me te tomado libertades con el tiempo transcurrido desde que llegó a El Santuario y es justo ahora que Manigoldo está tomando la estafeta para hacerse cargo de él por las razones que ya leíste.

Lo advertí: tomé el canon e hice modificaciones, por eso no establecí cuánto tiempo llevó su entrenamiento para darle oportunidad de que cumpla los 18 años para llegar a lugares interesantes, muahahaha.

Te mando un beso, un abrazo y una canasta de chocolates.

¡Hasta el próximo martes!

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