19. La luz protege a sus rayos
La luna llena brilla con intensidad, a pesar de lo cercano de la Aurora. En la tierra, su gemelo ataca a Kardia por haberla insultado. Ella no se queda atrás. Dispuesta a dejar una importante enseñanza, despliega una poderosa luz plateada. Ésta surca la distancia y alcanza al humano al mismo tiempo que el cosmos de Apolo lo impacta.
Una Athena presa de las emociones, asiste a la pérdida de uno de sus Santos gracias a su lengua larga y retorcida. Ella corre en su dirección, con las lágrimas acumulándose en sus ojos al notar las cosmoenergías de los gemelos alcanzando a Kardia y ella sabiéndose incapaz de protegerlo a tiempo.
Regulus se queda paralizado, impotente ante tal despliegue de poder. El resto de los presentes tragan saliva atónitos con el alma en vilo, temiendo la muerte del custodio.
El Santo de Escorpio es cubierto por las luces doradas y plateadas. Su piel se estremece con las diferentes temperaturas, cálido y helado, en simultáneo.
Una poderosísima energía lo recorre y alcanza su corazón.
El órgano se resiente.
Athena lo atrapa antes de que caiga al piso y lo sostiene entre sollozos. Sus manecitas se mueven buscando heridas en el cuerpo del Santo.
—Kardia, Kardia, por favor, ¡no te mueras! —grita con el terror impregnado en la voz.
El Santo de Escorpio se mantiene estático. Ella gimotea angustiada, hasta que se queda mortalmente quieta. Kardia abre un ojo y comprueba su cuerpo, sin contar sus cabellos erizados por una extraña electricidad y su corazón helado, está ileso.
Por primera vez en su impulsiva existencia, Kardia suelta el aire con alivio.
—¡Kardia, eres un idiota! —brama Athena sacudiendo a su guardián—. ¡Deja de asustarme!
Los restos de la cosmoenergía de Apolo se desvanecen con la firme barrera plateada cubriendo al humano. De los rayos de luna cayendo a la tierra, una figura aparece preparada para la batalla.
Los atenienses se sorprenden al descubrir la identidad de tan determinado ser, quien resulta ser un... ¿perro?
Regulus ladea la cabeza y no es el único. Shion y Albafica jadean asombrados ante el visitante inesperado que gruñe con el pelaje del lomo erizado, mostrando los gruesos y filosos colmillos en dirección a... Apolo.
—¡¿Me puedes explicar por qué defiendes a este insensato después de haberte insultado, Artemisa?! —brama el dios desviando el rostro hacia la luna con el ánimo caldeado.
El astro brilla con vigor y el perro ladra con fiereza.
»¡Tú cállate! —ordena Apolo señalando con el índice al osado, quien no pierde la valentía y sigue en pie de guerra, defendiendo a Kardia—. ¡No, hermana! ¡No le dispensaré el insulto sólo porque te rescató en la Época del Mito! —sisea en dirección a la luna.
El joven león asiste a un espectáculo increíble. Su abuelo parece discutir con su gemela, quien no se digna a presentarse, mientras el perro (sin duda un galgo) sigue dispuesto a ofrendar su vida a cambio de mantener a Kardia sano y salvo.
»¡¿Cómo lo justificas con tanto fervor?! —sisea el dios—. ¿Que qué espero de un barbaján como él? ¡Dos dedos de frente! Al menos, ¡algo de sentido común!
La luna sigue brillando conforme es increpada por el dios gemelo. Mientras tanto, Athena ayuda a Kardia a sentarse después del susto. Éste le limpia las lágrimas con sus manos.
—¿De verdad estás bien?
—Creo... que sí. Al principio sentí mucho calor y luego, el frío lo contrarrestó y me rescató.
—¡Eres un insensato! —acusa la diosa y le da una palmada en el brazo—. ¡No vuelvas a insultar a mi hermana! ¡No me asustes así!
—¿Yo qué sabía que se refería a su hermana? —justifica sobándose el golpe.
—Ahora —susurra pensando rápido—, pídele una disculpa a Artemisa por haber dicho semejante leperada —ordena cruzándose de brazos tozuda.
—¿Quieres que me disculpe con otra diosa? —jadea ofendido—. ¿Cómo es eso, pequeña?
—Y hazlo rápido, no quiero que Apolo te tome como enemigo. Es cuestión de... —le susurra al oído—, protección. Él la ama y no permitirá que nadie la insulte. ¿Entiendes? Tú harías lo mismo si alguien me insultara. ¿Me equivoco?
Kardia rueda los ojos dentro de sus cuencas y exhala con impaciencia. Una mirada a su diosa, le hace consciente de que no tiene más opciones.
—Si eso es lo que quieres, pequeñita...
Sin embargo, él es Kardia... el Santo de Escorpión y eso de las disculpas es una falencia de su personalidad ya aceptada y superada, con la que vive plácidamente, así que...
»Oh, querida diosa de la luna —exclama con más énfasis del requerido—. Os pido que me disculpes por haber usado vuestro nombre para... para... —se rasca la nuca y le dirige una mirada de auxilio a Athena.
La chiquilla entiende su predicamento.
—No era tu intención insultarla —le susurra ayudándolo.
—¡Ah sí! No era tu intención, que diga, mi intención insultarla, oh, diosa de la luna. Prometo portarme bien —pone una mano sobre su pecho haciendo teatro—, y ser un buen niño de ahora en adelante, ¡amén!
La luna brilla intermitentemente, casi fascinada con semejante disculpa que...
—¡Ni tú te crees eso! —acusa Apolo rechinando los dientes.
—Mientras ella me perdone... —susurra por lo bajo un díscolo Santo de Escorpio.
Athena le acompaña la osadía con una sonrisita cómplice. Los haces de luz plateada siguen cubriendo protectoramente a Kardia. Éste interpreta, gracias a la sensación agradable dejada por esos rayos, que ha sido perdonado.
—Me parece, querido hermano, que nuestra hermana ha aceptado la disculpa —opina Athena fingiendo una inocencia poco creíble.
—¡Diosas! ¿Quién las entiende? —brama el gemelo con malhumor—. Ay, Artemisa. Cada reencarnación de esta araña peluda, te hace perder la cabeza. ¿Por qué lo proteges?
La luna mantiene sus rayos benefactores sobre el objeto de la disputa, mientras su gemelo niega con la cabeza hastiado.
»Sólo por esta vida, cerraré los ojos y dejaré pasar su existencia. Toma en cuenta que lo hago para complacerte. Ahora, ¿puedes llevarte a tu bestia? Se te escapó otra vez.
La bestia, que diga, el galgo ladra y, antes de ser atrapado por los rayos plateados, alcanza impulso y salta encima del joven león. Éste cae de espaldas con el cuadrúpedo lamiendo su cara y meneando el rabo frenético. Las risas del joven apaciguan el miedo de los otros, quienes ya lo imaginaban comida de perro al notar su cambio de dirección.
—¡Asterión, compórtate! —ordena Apolo en el acto.
El perro de pelaje gris con reflejos plateados lo ignora y sigue degustando con entusiasmo el helado sabor león. Regulus manotea y sacude las piernas.
—¡Me hace cosquillas!
—Galgo de... —susurra Apolo hastiado—. Arte, ven por tu perro o lo cocino a fuego lento.
Asterión se detiene al escuchar la amenaza y le muestra los colmillos a Apolo. Éste lo ignora con la vista fija en la luna. Regulus aprovecha y se desprende del enorme galgo.
—Así que tú eres de quien me debo cuidar —musita acariciando su cuello con cariño.
Asterión ladra contento y menea el rabo acariciando su mejilla contra la cabellera del joven.
»No pareces tan feroz —musita admirando su figura estilizada y sus músculos fuertes.
—Recuerda esas palabras cuando estés metido en una cacería con Artemisa —opina Athena acercándose para mimar al galgo—. Hola, bello. Hacía mucho que no te veía. Gracias por proteger a Kardia.
Asterión ladra entusiasmado y se deja acariciar por la diosa, dirigiendo de soslayo miradas llenas de resentimiento hacia Apolo. Éste parece ajeno a la interacción de sus familiares. Cubierto por los rayos de la luna, pareciera dialogar con su gemela.
—Pues hasta ahora, Asterión ha sido muy lindo conmigo —observa Regulus mientras repasa con la mano la bella efigie del galgo—. Además, protegió a Kardia.
—Sí, pero ya lo viste con Apolo. Desde la Época del Mito, jamás se llevaron bien —hace notar Athena, antes de indagar preocupada—. ¿Por qué debes cuidarte de Asterión?
—Porque Arte ha vuelto a su arcaica maña del inmiscuirse en las vidas ajenas —informa Apolo—. Asterión, te llaman. Vete de una buena vez. Ya prometí respetar la vida de la araña peluda, mientras mi hermanita respete la vida de mi nieto.
El perro muestra los colmillos y gruñe erizando el lomo, listo para morder. Apolo acumula su cosmoenergía en su palma sin titubeos. De inmediato, los rayos de la luna caen sobre el galgo y éste desaparece.
El joven león se entristece. Ni siquiera pudo despedirse del bello animal.
—¿Por qué Artemisa iría tras la vida de Regulus?
—Te repito, querida hermana, que Artemisa ha vuelto a las andadas y sigue la vida de su sobrino como si fuera una obra de teatro. Así que a veces, le sobran las ganas de aventarle una sandalia para hacerle notar que sus acciones son erradas.
El aludido se sonroja hasta la médula. Athena exhala con pesar y encoge los delicados hombros acariciando la mejilla del guardián del Quinto Templo.
—Es cierto, hay días que hasta yo, tengo ganas de ajusticiarte. Debes ser más prudente.
—Sí, mi señora —susurra apenado.
—Volvamos a lo nuestro —musita Apolo guardando la compostura—. Para asegurarme de algo, visitaré la cueva. ¿Quieres guiarme Regulus?
—No, señor —sacude la cabeza—. Si no es una orden de mi diosa, no lo puedo acompañar y... desde que llegamos, me siento muy mal. No entiendo por qué. Antes no era así.
—Ya veo —asiente y desvía el rostro a su hermana—. Dale la orden de que me acompañe.
—¿No escuchó que se siente mal? —increpa Manigoldo con ganas de partirle la cara.
—Eso se debe a que percibe la putrefacción del sitio, algo que antes ignoraba por el veneno alojado en su corazón —explica con paciencia—. Esto no lo enfermará a futuro.
—¿Y si te equivocas? —sisea Manigoldo tuteando sin temores a Apolo.
—Lo curaré —musita sin inmutarse por la "falta de respeto" hacia él.
—¿Mi Santo estaba envenenado? —se asusta la diosa, preocupada por Regulus.
—Sí, por eso le mandé las premoniciones. No te preocupes, lo ayudé a extirpar el veneno.
Regulus desea que lo trague la tierra porque no deja de sentirse abochornado y baja la cabeza. En realidad era un veneno que él mismo provocó, sólo que su abuelo ni se digna a aclararlo para ¿protegerlo?
—Si mi diosa me lo permite —musita con bochorno—, me gustaría ayudar a su hermano. Así purgaré mi ofensa al no ser precavido con Nathan y por contagiarme con el veneno...
Athena guarda silencio y gira para enfrentar al Patriarca, confiando en su experiencia.
—Consideraría prudente la ayuda de Regulus y no para purgar un error imposible de evitar, sino para resolver lo que nos diezma, mi señora. De continuar las invocaciones de las puertas del Inframundo, tarde o temprano el enemigo nos hará más daño del que ya sufrimos.
—De ser así, te autorizo a ir, Regulus —accede tras meditarlo.
—Sí, mi diosa —hace una reverencia.
—Si me lo permiten, también los acompañaré —se adelanta Manigoldo.
—Me parece bien, él puede ver a través del velo entre la vida y la muerte —acepta Apolo con rapidez—. Mientras estamos ocupados, recomiendo mandar una comitiva a la herrería para revisarla, quizá puedan encontrar algo.
—Bien, resolvamos esto de una buena vez —dice Athena convencida—. Sin embargo, querido hermano...
La diosa se levanta a sabiendas de que sus siguientes palabras pueden granjearse una declaración de guerra, pero es necesario... No, le es imprescindible asentar una base.
—¿Sí?
—Nos debes una disculpa.
—¡¿Qué estás diciendo?! —gruñe con la cosmoenergía alterándose.
—Atacaste a uno de mis Santos en mis dominios, sin provocación válida.
—¡¿El insulto a nuestra hermana no te parece suficiente?! —ladra frenético, con los ojos dorados y los cabellos cubriéndose con su cosmos.
Athena levanta la barbilla con determinación. Debe ganar esta guerra y para ello, debe ser inteligente para hacer valer su punto de vista.
—Entiendo que el insulto fue inapropiado, pero tu reacción fue exagerada. ¡Querías matarlo!
—¡Es lo menos que se merece por insultar a mi gemela!
Athena aspira profundo y se obliga a mantener la calma. Apolo está a punto de estallar y Regulus descubre, en carne ajena, cómo se ve él mismo cuando pierde el control... Ahora entiende sus exabruptos, son cuestión de... ejem... herencia y lo equivocado que está al dejarse llevar por sus emociones.
—Sin embargo, pudiste pedirme que yo me hiciera cargo del castigo, como su diosa que soy —asevera Athena con voz neutra—. Te advertí que la invitación a mi Santuario dependía de que tus acciones fueran pacíficas y el ataque a mi guardián dista de cumplir esa condición.
Apolo aprieta los puños y sus mandíbulas se tensan hasta el punto de ruptura. El dios arrogante rechina los dientes.
—No hagas esto, Athena.
—¿Cómo entonces puedo invitarte de nueva cuenta, Apolo? Esto es cuestión de protocolo. A cualquier otro dios, lo habría sacado de mis terrenos a patadas, pero eres mi querido hermano. Espero de ti, que te comportes a la altura de las circunstancias.
El dios es acorralado. Regulus teme una reacción agresiva y, en pos de devolverle el favor, se aventura a abogar por él.
—Mi señora...
—¿Sí, Regulus?
—Manigoldo me enseñó que unas palabras son insuficientes para demostrar el arrepentimiento, pues se las lleva el viento. ¿Le parecería mejor que... mi abuelo hiciera algo por El Santuario?
—¿Algo como qué? —se interesa la diosa.
—Pues... como... ¿ayudarnos a revelar este misterio?
—Pensé que lo hacía para tener un permiso y visitarte después —susurra Athena.
—Lo veremos en la marcha, aún hay que investigar —zanja Apolo tomando la salida proporcionada por su nieto—. ¿Vamos de una vez o esperaremos a que me salgan arrugas?
—Es extraño no descubrir un sitio así, tan cerca de El Santuario —musita Manigoldo.
Se encuentran en el interior de la cueva, la pesada atmósfera inquieta a los tres exploradores. Manigoldo recorre el sitio con la mirada, su cosmoenergía fluctúa inquieta. En comparación, la de Apolo se mantiene en guardia, presto para cualquier eventualidad. La intriga gobierna a Regulus. Le es extraño percibir las emociones a través de los cosmos.
—Usaron la brujería para ocultarlo —aclara el dios—. De otra forma, no puedo explicarlo.
—Estos parecen ser los restos de una puerta —dice Manigoldo señalando el piso.
—Yo vi una abierta en cuanto llegué —explica Regulus—. De ella salían los Espectros.
—Sí, pero ésta parece vieja, muy vieja...
—Nathan me dijo que abrieron una cuando falleció mi padre. ¿Se habrá referido a esa?
—Así que por eso no nos dimos cuenta del ataque hasta que fue muy tarde. Aparecieron de golpe y demasiado cerca de El Santuario.
—Acá hay otra —les avisa Apolo tocando el piso—. Esta sangre es... —aprieta los labios.
El dios oscurece el semblante, su cosmoenergía tiembla de cólera y quema la sangre.
»Sigamos buscando —les conmina tenso.
Manigoldo intercambia miradas discretas con el dios. Apolo niega de forma imperceptible con la cabeza. El Santo de Cáncer se muerde los labios con frustración sospechando algo. A espaldas de Regulus, el dios el dios pone una mano en el hombro el Santo de Cáncer. Manigoldo es sacudido por una descarga emocional al percibir la congoja y el pésame en ese gesto.
Apolo se separa sin llamar la atención. El Santo de Cáncer crispa los puños y a escondidas, observa a Regulus con el corazón encogido.
El león ignora esto sumido en su afán de buscar más pistas. De forma inconsciente, evade un sitio, pues su corazón se sacude cada que se acerca a él. Manigoldo lo nota la tercera vez que el león esquiva la zona y se acerca a investigar.
—Vengan aquí.
—¿Qué pasa, Santo de Cáncer?
—Esta pared, hay demasiados espíritus atados a ella —la señala—. ¿Pueden verla?
—No, me lo impide la brujería. La mayor parte de este sitio está en brumas para mí, gracias a la potestad de Hécate. Me estoy cuestionando si venir fue la mejor opción...
—Al menos entiendes lo que está pasando —opina Manigoldo—. Es más de lo que nosotros podríamos hacer al respecto.
—Yo no quiero acercarme ahí, Manigoldo —dice Regulus frunciendo los labios—. Me aterra.
—No la percibo aterradora —dice con tono neutro—, pero acepto que la sensación es agobiante y deja un peso indescriptible en las emociones.
El Santo de Cáncer palpa la superficie de la roca mientras los otros dos mantienen la distancia. Un mecanismo se activa al empujar una piedra. La pared se abre. Manigoldo la presiona y encuentran un camino alumbrado por teas.
»Por acá.
Los vellos del león se erizan. Regulus sigue a los otros porque le asusta quedarse solo, puesto que sus instintos le instan a regresar a El Santuario lo más pronto posible.
El pasillo es larguísimo, plantas marchitas decoran las paredes y gruesas telarañas cubren el techo. La humedad se filtra por sus armaduras y el eco de los pasos es el único sonido acompañante. Después de unos minutos de camino, acceden a una cámara interior.
La palabra "grotesco" se queda corta para describir la escena sacada de un cuento de los hermanos Grimm [1]. Sacrificios animales y humanos decorados con diversas hierbas y objetos estrafalarios, ofenden la moral e indignan a la justicia. Regulus se estremece de horror al descubrir que algunos son muy recientes. Eso significa que Jonathan...
—No entiendo por qué Nathan hizo esto —susurra intimidado hasta la médula—. ¿Tanta sangre fría albergaba en él?
—La necesidad lo obligó —explica Apolo revisando los restos—. De cualquier forma, tu amigo sólo sacrificó animales. Supongo que no tuvo el valor para matar a una persona.
—¿Ya se olvidaron de que entregó a los líderes de Rodorio? —interviene Manigoldo—. Al final, cayó en la trampa. No fue por su mano, pero el resultado es el mismo, los sacrificó. Nada me saca de la cabeza que por eso, los Espectros fueron retorcidos al matar a esos hombres.
—Sólo una diosa maligna podría exigir esta clase de pago —musita Regulus con resentimiento y los puños apretados.
—¿Qué es para ti un dios maligno, querido nieto? —se interesa Apolo.
—Uno que nace siendo así y exige sacrificios para todo, abuelo —responde señalando lo que les rodea—. ¿No conoces el término?
—Sí, pero no lo comparto —se encoge los hombros—. Para mí, no existen los dioses malignos o benignos per natura.
—¿Cómo puedes creer eso, abuelo? —increpa apretando los puños—. Ah, claro, me olvidaba que tú también eres un dios. Todos son iguales —musita con amargura.
—Me parece que te confundes, querido nieto. Por eso lo diré de otra forma —murmura tranquilo y sin tomarse a pecho la crítica—. El Santo de Cáncer, ¿es maligno por arrancar las almas de sus enemigos y enviarlas al mundo de los muertos?
—Esa es mi técnica, ¿qué tiene de malo? —se pone a la defensiva Manigoldo—. ¿Por qué me mete a mí? —rumia rascándose la nuca incómodo.
—Para darle mayor apertura de mente a mi nieto —explica neutral—. La habilidad de Cáncer podría darle esa categoría a los ojos de los demás. Podrían pensar que, desde su nacimiento, es maligno. ¿No lo crees, Regulus?
—Entonces... —susurra Regulus llegando a una conclusión—. ¿No hay dioses malignos?
—La Potestad sobre la que gobernamos no nos convierte en malignos o benignos por descarte. Soy el dios del sol, de las artes, de la música, de la purificación, de la luz verdadera. ¿Por todo eso soy un dios benévolo? No, el Mito me ha caracterizado como un dios voluble. Por otro lado, Athena es la diosa de la sabiduría y la guerra. ¿Por eso es una diosa neutral? No, porque la sabiduría y la guerra pueden ser buenas o malas.
»¿Dónde está lo maligno por naturaleza? Para mí, lo que hagan los hombres con ese don caracteriza a esa Potestad como maligna o benigna. ¿De quién es la culpa? ¿Del dios que posee dicha Potestad o de los hombres que disponen de ella?
—Pero... su brujería siempre tiene que ser acompañada de sacrificios, ¿no es así, abuelo?
—La diferencia estriba en que la magia de la sangre siempre es más poderosa que la derivada de las ofrendas provenientes de Gaia, como plantas o cualquier alimento que venga de la tierra. Si eligen el sacrificio humano o animal, es para lograr su cometido con celeridad y menos trabajo. Ahí está lo maligno, en lo que eligen para ejecutarlo.
—¿Y qué dice tu teoría de los Ctónicos, abuelo? —se interesa Regulus con pésimas intenciones.
Manigoldo asiste en silencio a la discusión, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión insondable. Nada en él muestra si está a favor o en contra del razonamiento de Apolo, lo que intriga a Regulus.
—No por ser los dioses del Inframundo, son malos. Ellos rigen sobre sus Potestades.
—Thanatos es el dios de la muerte —gruñe irascible—, y se ensaña con los humanos.
—Thanatos es el dios de la muerte tranquila —aclara puntilloso.
—¿Qué diferencia hay? —musita Regulus—. Es la muerte a finales de cuentas.
—Te equivocas, nieto mío. Hay una diferencia gigantesca. Thanatos es el responsable de aquellos que mueren de viejos o porque sus hilos fueron cortados por la venerable Átropos, habiendo cumplido su papel en el Tapiz.
»En cambio, las Keres son las diosas de las muertes violentas. Ellas rigen sobre las muertes de los hilos que son cortados antes de tiempo por la injerencia de alguien, como por ejemplo, los soldados de una guerra. Cuando ustedes mueran, no será Thanatos quien venga por sus espíritus, serán las Keres. Esa es su función en el universo y no por ello son malignas por naturaleza. Cada dios desempeña su papel. ¿Qué le dota el cariz de maligno?
—Siguen siendo malignas —hace hincapié Regulus—. La humanidad siempre les teme, no importa quién venga por ti al final.
—Alto, alto —interviene por primera vez Manigoldo—. Separa de tu pensamiento tu incapacidad de aceptar que todo ciclo de vida forzosamente termina con la muerte. En eso debo estar de acuerdo con tu abuelo —rumia con desagrado—, porque no es culpa de los dioses. Es el hombre quien pone la etiqueta de maligno o benigno, según su incapacidad de aceptar el duelo resultante de la muerte de un ser querido.
—Eso no justifica los ataques de Thanatos y esta guerra absurda —estalla el joven león.
—Ahí hablamos de la personalidad del dios —retoma la palabra Apolo—. En eso, sí te doy razón porque hablamos entonces de la forma en que el dios ejecuta su Potestad.
»En cuanto a lo absurdo depende del punto de vista —explica Apolo sin alterarse—. A los ojos de mi tío Hades, tú eres el maligno porque defiendes a la humanidad. A los ojos de ustedes, es mi tío porque quiere destruir a la humanidad. A ojos de otros dioses y los míos, cada uno tiene sus razones válidas.
—La humanidad es buena, ¡debe ser protegida! —sostiene Regulus.
—Bien, ¿y qué me dices de aquellos que provocaron esto, es decir, los líderes de Rodorio? —señala los sacrificios con absoluto disgusto—. ¿Merecen ser protegidos?
—No todos somos así —musita menos beligerante.
—El hombre hace con nuestras Potestades lo que quiere. En la Época del Mito teníamos derecho a castigarlos, como lo sucedido en el mito de Lycaon y su aberrante práctica de comerse a sus invitados humanos. Desde que mi querida hermana tomó la tarea de cuidar a la humanidad, nos prohíbe hacerlo. Ya la oíste, aunque encuentre al culpable, no puedo ejecutarlo porque mi venida está supeditada a no ejercer acciones violentas.
—Así que te dedicas a mirar —le reprocha restregando sus manos.
—Hago lo que Athena decidió —le contradice Apolo—. ¿En qué estoy mal? Una guerra con mi hermana es impensable. Al menos, mientras tú sigas vivo. En cuanto mueras...
Apolo sonríe con beligerancia. Los Santos de Athena tragan saliva. Esa mueca de absoluta determinación por destruir a la humanidad les provoca escalofríos.
—Mi padre te dijo que me dieras una oportunidad y no la he desperdiciado —hace notar el menor— ¿No podrías hacer eso con el resto de los hombres, abuelo?
—No todos son como tú —clarifica acariciando sus cabellos—. Además, no me refiero a destruirlos a todos, sólo a un puñado.
Regulus frunce los labios impotente, Manigoldo intercambia miradas con el dios comprendiendo a qué se refiere y pone una mano sobre el hombro del león para serenar sus ánimos. Queriendo cambiar el tema, el Santo de Cáncer revisa la enorme mesa.
—Éste es un altar, por acá pudo estar el libro, ¿no crees?
—Sí, pero... está vacío —dice Apolo y le muestra un hueco—, parece ser que lo movió de su sitio. ¿Lo traía consigo cuando invocó la puerta, Regulus?
—No, abuelo. La invocó sólo con mi sangre y unas palabras.
—Entonces se sabía el hechizo de memoria.
Apolo revisa unos frascos ubicados en una mesa cercana. Presta especial cuidado en los de contenido líquido de color rojo. Separa unos cuantos y al llegar al último, su cosmoenergía se incendia.
»Aquí estás... —lo sostiene encolerizado—. Bien, me llevaré esto. Hemos terminado.
—¿Eso es todo? —indaga Regulus—. ¿No haremos más?
—No, se han llevado el libro y desconozco dónde quedó. Vayamos con Athena, creo que sé cómo redimir mi exabrupto con El Santuario.
—Abuelo, ¿por qué te tomarías tan a pecho lo que sucedió con Jonathan? Me confundes —reniega rascándose la nuca.
—Mi querido niño —le acaricia la mejilla—, la luz protege a sus rayos.
El rostro de Regulus muestra su absoluto desconcierto.
»Cuídate y recuerda tu promesa de brillar —le besa la frente.
—¿Abuelo? —no alcanza a terminar cuando es teletransportado.
—¿Qué hiciste con Regulus? —exige saber el Santo de Cáncer, poniéndose en guardia.
—Lo mandé con mi querida hermana y tú irás también, en cuanto terminemos de afinar un par de puntos.
—¿De qué quieres hablar? —se cruza de brazos.
—No le digas nada de lo que descubriste antes. Regulus acaba de purgar su odio por el asesinato de su padre. No necesita saber que, después de la muerte de Ilías, su sangre fue cosechada por estos sujetos y usada hoy para abrir la puerta al Inframundo.
—Entiendo —se acaricia la barba—, ¿se lo dirás algún día?
—Cuando la guerra termine —promete con solemnidad—. No me perdonaría si mi nieto combate con esa herida en el corazón.
—¿Qué harás con esos malditos? Entiendo a medias el punto justiciero de Jonathan y tengo mis dudas sobre si los otros miembros de su clan siguen a rajatabla el título de defensores de la humanidad. Considero que no son formas de protegerla, si matan a todos los que se encuentran a su paso... ¿qué quedará?
Apolo entorna los ojos compartiendo el punto de vista de Manigoldo.
—Artemisa asegura que los sacrificados para abrir las puertas, son personas que han infringido daño a inocentes. Los marcados, es decir, los decapitados y amputados, fueron humanos que abusaron de su autoridad o bien, de su fuerza. Por otro lado, los cuerpos de los inocentes que fueron muertos en el proceso, pudren la tierra porque sus afrentas sólo se lavan con fuego.
—Por eso debemos incinerarlos —susurra Manigoldo comprendiendo—. ¡Qué escalofriante!
—Lo es, por eso es más raro que Jonathan haya marcado como sacrificio a Regulus, porque él era un inocente o que haya usado la sangre de Ilías. Tiene sentido que se sacrificara el propio Jonathan, pues él había hecho daño. Esto no me cierra... Casi parece que los usó para que el ejército de Hades perdiera la contienda contra ustedes.
—Tengo que investigar la verdad sobre Jonathan y su padre —afirma Manigoldo—, hay algo aquí que tampoco me termina de convencer.
—De acuerdo. Yo tengo mis dudas de cómo proceder con los miembros restantes del culto. Tampoco sé cuántos de ellos siguen vivos y sus ubicaciones exactas. Deberé hacer equipo con mi hermana para facilitarme las cosas.
Ambos guardan silencio meditando el escenario desplegado por esta nueva información. Manigoldo bufa cruzándose de brazos.
—Se me ocurre que —dice el Santo de Cáncer mientras frunce el entrecejo—, puedes detener a los que queden. Hablaré con la pequeña diosa para decidir qué acciones tomar y después de la Guerra Santa, nos encargaremos de los abusivos.
»Aunque comprendo la motivación de Regulus, el culto en lo general y Jonathan en lo particular, actuaron mal y se cegaron ante las circunstancias. Nada justifica traer al Ejército de Hades a Rodorio y a ninguna parte del planeta.
—Coincido en que Jonathan actuó equivocadamente. Sin embargo, fue la única salida que, en su desesperación, vislumbró. No lo justifico, sólo relato los hechos. Estoy enfurecido en su contra porque usó la sangre de Ilías y Regulus para abrir las puertas.
»Sin embargo, mi nieto lo sigue considerando su amigo. Por ese cariño inocente, pienso darle el beneficio de la duda al chico. Eso no quita que intervenga y busque al resto del culto para deshacerme de esos terribles libros.
—Entiendo el punto de Jonathan. Si no fuera por Regulus, ni siquiera habría ayudado a enterrarlo o a confeccionar su cruz —murmura hastiado—. Sin embargo, respeto su dolor, lo acompaño y lo reconforto, por más que no empatice con él. Ese chico... nada me quita de la cabeza que también tenía su lado oscuro.
Apolo sonríe con satisfacción.
—Mi nieto eligió bien a su compañero.
—¿Me halagas? —ladea la cabeza y sonríe con arrogancia.
—Decir la verdad no es un halago —encoge los hombros—. De cualquier forma, es la primera y la última vez que nos toparemos las caras. Vamos con Athena. Debo establecer las condiciones de mi trato con ella.
—¿Qué clase de trato? —se pone en guardia.
—De alguna forma, la sangre de sus caballeros se ha convertido en un objeto valioso para estos hombres porque no necesitan más sacrificio que dejarla correr. Para colmo, ustedes la riegan como si fuera agua. Así que me haré cargo de quemar su sangre por el tiempo que dure esta la Guerra Santa.
—¿Y qué quieres a cambio?
—Será mi pago por mi ofensa a El Santuario. Ya lo de los libros lo usaré para conseguir permiso de convivir con mi nieto —asevera tajante—. No busco enemistarme con nadie, sólo me interesa Regulus.
—Deberías apoyar a tu hermana —propone caminando con él a la salida.
—No. Me niego a hacerlo cuando ella permite que este tipo de alimañas —señala la cámara—, sigan vivos. Por más que Jonathan tuviera justificación, actuó mal.
—Entiendo... pues, vamos con ella. Supongo que vas a destruir esto.
—Sí, tenlo por seguro. No permitiré tal aberración en la tierra. Adelántate y avísale que voy en camino, me haré cargo de no dejar rastro alguno de esto.
El Santo de Cáncer es teletransportado a la presencia de su diosa.
Apolo mira encolerizado cada objeto, sacrificio y signo de insanidad, entremezclado con el deseo de venganza y una justicia enfermiza. Su cosmos se eleva al infinito y funde la roca al rojo vivo, evaporando el pequeño ojo de agua. No satisfecho con eso, permite que esa sección de la tierra se hunda en las profundidades, de donde nunca más volverá a emerger.
—Estás vengado, Ilias... nadie más hará mal uso de tu sangre, ni de la de Regulus.
—Gracias, Apolo, y gracias por cuidar de mi hijo —susurra en las líneas de la naturaleza aquél que fue nombrado.
NOTAS DE LA AUTORA
[1] Hermanos Grimm — En algún momento de la historia, los cuentos de los hermanos Grimm se tergiversaron y se convirtieron en lo que hoy conocemos. En sus orígenes, eran lecciones para los niños y sus finales eran macabros, casi como cuentos de terror.
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