18. Luces y sombras
—Cuando dije que sería digno de tí, ¡no significaba ayudarte a sepultar el cuerpo del rubio! —blasfema Manigoldo iracundo.
Regulus rueda los ojos dentro de sus cuencas y continúa caminando hacia el ojo de agua, donde yace su amigo.
—Ese rubio, como tú dices, se llamó Jonathan y tú y yo tenemos mucho que ver con su muerte —informa con las mandíbulas apretadas.
—¿De qué hablas?
El Santo de Cáncer se detiene y Regulus se obliga a imitarlo. A regañadientes, se reconoce que es el momento de hablar.
Conteniendo al máximo sus emociones sólo reflejadas por su voz quebrada, le cuenta a Manigoldo la historia de su amigo, siendo puntual en los aspectos que llevaron a su muerte. Ni siquiera oculta cómo Jonathan culpó a Manigoldo de su desgracia.
El italiano escucha atento, al inicio de brazos cruzados y, conforme el relato avanza, su postura varía hasta que se restriega la nuca pensativo.
—Por eso, considero que merece un digno entierro. ¿Crees que me equivoco?
—Tiene sus luces y sombras —susurra pensativo—. Sin embargo, algo me causa ruido. Eso de que yo le eché la culpa de la destrucción del camino hacia El Santuario.
—¿Qué sucedió cuando me fui? En ambas ocasiones, Manigoldo.
—Pues... —musita chasqueando la lengua—, digamos que la primera vez, casi lo mato. Es cierto, presenciar que casi te besa, me llevó a la locura y desaté mi cosmos. Lancé un golpe y digamos que... —susurra con un rubor en las mejillas—, pues le pegué a la pared de tierra que se encontraba en el camino de Rodorio hacia El Santuario. ¿La recuerdas?
Regulus jadea y parpadea sin control.
—¡¿Que hiciste... qué?!
El otro se limita a encogerse de hombros.
—Salió lo que salió...
—¡¿Rompiste la pared?! ¿Fuiste tú?
—Pos pa' qué te digo que no, si sí... —exhala con pesar, restregándose con fuerza la cara con la palma—. Nunca supe cuán celoso soy hasta que sucedió.
—¡Grandísimo cangrejo descocado!
Manigoldo alcanza a detener el ataque feral y bloquea los manotazos a la velocidad de la luz. Su suerte se acaba y recibe uno bien puesto en el antebrazo izquierdo.
—¡Ay! Deja de pegarme.
—¡¿Cómo que destruiste el muro?! ¡En el entrenamiento siempre me jodiste con que controlara mis puños y no me dejara llevar por mis emociones en presencia de un inocente!
—Pues se me fue... —sisea malhumorado—. De cualquier forma, Su Santidad se enteró y me mandó a arreglarlo. Por eso ahora hay una pared de ladrillo. Yo la construí...
—¡Esa pared! —susurra y su hipotálamo le trae un recuerdo—. ¡Por eso Jonathan la señalaba!
—¿Cuándo?
—La última vez que nos vimos los tres. Decía que era tu culpa.
—Pos sí, lo fue —susurra incómodo—. Yo lo rompí..
—Y le echaste la culpa a Jonathan...
—No, sólo dije que... —se detiene y abre los ojos al máximo—. Porca puttana! Mientras trabajaba, uno de los ancianos del pueblo y un grupo de hombres me preguntó por qué era yo el que hacía un trabajo tan indigno de mi estatus y, preso del frenesí, les dije que era un castigo impuesto por Su Santidad porque el hijo del herrero me sacó de quicio...
El mundo cae encima de Regulus sin piedad y le quita el aire. Traga saliva con un bronco sonido y sus manos tiemblan.
—¡Tomaron eso de excusa para atacarlo, Manigoldo!
—¿Yo qué iba a saber que reaccionarían así contra el chico y su padre? —sisea frenético.
Ambos Santos caen en la cuenta de lo acontecido. Manigoldo resopla iracundo y dirige una mirada hacia Rodorio con resentimiento.
»Me haré cargo de ello... Lo prometo.
—No, vamos primero con Jonathan. Démosle una sepultura digna y, después, hablemos con Su Santidad. De seguro, él hará algo más prudente porque nuestras emociones nos impedirán ser imparciales.
—¿Cuándo creciste tanto, mio piccolo Re? —indaga acariciando su mejilla.
—Cuando me morí. Aprendes mucho cuando estás en el otro lado.
La cruz de madera hecha por Manigoldo y decorada con una corona de flores formada por Regulus, es el único testigo mudo de quien en vida fue un chico caído en la desgracia.
El Santo de Leo permite las lágrimas resbalar por sus mejillas aceptando su partida y jurándose jamás cometer el mismo error mientras sus manos desnudas, aplanan con cariño la tierra que cubre el cuerpo del occiso.
A su lado, las solemnes armaduras de Leo y Cáncer, así como Manigoldo, hacen una guardia de honor silenciosa. Para su sepulcro, eligieron uno de los claros más pacíficos y llenos de flores del bosque. Regulus y Jonathan lo usaban para jugar a la pelota o a las escondidillas. De alguna forma, la extraña atmósfera asfixiante del ojo de agua convenció al joven león de no sepultarlo en sus inmediaciones.
—Está hecho —susurra con sonrisa dulce—. Aquí descansarás, Nathan. Elegí bien el sitio, ¿verdad? Sé que el ojo de agua nos gustaba, pero ahora me parece aciago y tenebroso. Puse tus flores favoritas y te envolví en mi capa, para que te lleves algo mío.
Su voz se rompe mientras las lágrimas resbalan sin cesar.
»Desdigo tus palabras, ahora que sé la mayor parte de la verdad. Fuiste un buen amigo, uno de los mejores que he tenido. Tu sacrificio no caerá en saco roto. Buscaré la forma de que tu padre y tú, puedan alcanzar la paz eterna, así como la justicia, tal y como querías.
Coloca con reverencia la segunda corona de flores sobre el centro de la tumba. Las acaricia con suavidad, queriendo impregnar en ellas su cosmoenergía para que duren aún en su ausencia.
En ese acto, deja en esta tumba sus culpas y su resentimiento, los momentos aciagos y la tristeza ocasionada por su pésima comunicación.
»Me llevo nuestros buenos momentos, el cariño que siempre me tuviste y la protección que, hasta el final de tus días, me prodigaste. Ahora comprendo qué te motivaba y te pido perdón por mis errores. Te agradezco el tiempo compartido a mi lado, la alegría que me entregaste a manos llenas y tus consejos. Gracias, Nathan. Gracias por estar conmigo.
Se rompe en sollozos, jadeando sin control, apretando sus puños ante la tumba de su amigo muerto y su mandíbula se tensa con cada exhalación dolorosa.
»Te extrañaré por un tiempo, amigo mío... Prometo venir a visitarte, hasta que la muerte me lleve a tu lado y podamos seguir compartiendo buenos momentos.
Su llanto continúa y la luz de la luna llena se intensifica, cayendo sobre la tumba como la caricia de un ser querido, alumbrando el epitafio escrito en la madera por la eternidad.
"Aquí yace Nathan, un amigo leal y un hijo ejemplar.
Quieran los dioses velar su sueño en la paz eterna que tanto deseó".
Su regreso a El Santuario es agridulce. Los viejos muros parecen tan diferentes ahora. Regulus comprende que nada ha cambiado, es él quien lo hizo. Su paso por el Templo de Aries es silencioso, su guardián espera en la Cámara del Patriarca. A su lado, Manigoldo lo acompaña respetando su serenidad.
Tras sepultar a Jonathan con sus propias manos, Regulus encontró la calma interna y se nota en su comportamiento. Aspira aire sin esa dolencia constante en su corazón y su mente libre de prejuicios trabaja en orden.
Sin embargo, es hora de enfrentar un nuevo reto. Dar su informe al Patriarca y a su diosa. Hacerse responsable de sus actos y aceptar las consecuencias de ello.
En el Templo de Leo, un aire agita sus cabellos. Suspira con alivio percibiendo la cosmoenergía de Hércules y se alegra de volver a su hogar. Un par de palmadas fantasmales en su hombro le llenan de ánimo y le devuelven la sonrisa.
"Gracias, aprendí la lección" les comunica a través de su cosmoenergía.
"Me alegra" le responde Hércules. "Te esperamos para celebrar".
El joven Leo asiente con ánimo y al salir de su Templo, se aligera su semblante y sus pasos se vuelven firmes hacia la Cámara del Patriarca.
—Bienvenido, Santo de Leo. Me alegra que vuelvas de una pieza.
—Gracias, mi diosa —susurra el joven con la rodilla hincada—. A mí también me alegra volver con ustedes.
La diosa Athena, Sasha, permanece sentada en su silla. A su izquierda, el Patriarca la custodia. Haciendo doble fila, los Santos de Oro aguardan pacientes su explicación. Regulus toma nota de la presencia de Hasgard y Aspros, quizá volvieron más rápido, instados por el ataque a El Santuario.
De igual forma, las miradas elocuentes de Sisyphus y Albafica son suficiente anuncio de su próximo castigo por sus imprudencias.
—Puedes levantarte, Leo —ordena el Patriarca—. Aries nos dijo que aclararías todo después del ataque. Nos tiene confundidos la parca explicación que le diste. Además, hay dudas que esperamos resolver porque por ejemplo, tu rastro de cosmoenergía se perdió.
—¿Por eso no llegaron antes? —se rasca la nuca y se toma un tiempo mientras se pone en pie—. Pues... el ataque lo vislumbré en mis sueños.
—¿Sueños? —se interesa Sasha—. ¿Qué viste?
—Vi... —exhala con fuerza—, me vi en el bosque y de pronto, un fuerte viento se agitaba trayendo nubes oscuras. Éstas en algún momento chocaron y soltaron su carga. La lluvia era negra y carcomía todo a su paso —relata frunciendo el entrecejo—, marchitaba la naturaleza, erosionaba el suelo, ensuciaba el agua y mataba a los animales.
»De alguna manera supe que las nubes traían veneno del Inframundo y atacarían a la tierra. Usé mi cosmoenergía para destruirlas y aunque creí alcanzar mi objetivo, la amenaza continuó y no supe cómo detenerla. Después, vi a un enemigo de blanco, con aura negra y a otro de negro, con halo blanco. Ambos se acercaban a mí y... —se detiene abriendo los ojos.
No, no puede ser... ¿o sí?
—Prosigue, por favor —le pide Sasha después de una larga pausa.
—A-acabo de caer en cuenta que... —susurra rascándose la oreja—, q-que... que no era una advertencia para El Santuario —se pone más rojo que la grana—. Era p-para mí.
Gracias a su experiencia vivida razona que la figura negra es Jonathan. La oscuridad de sus vivencias lo gobernaron hasta llegar a sus límites. La figura blanca es... ¿él?
—Si me permiten —pide la palabra Sisyphus—, a pesar de lo que se pueda pensar sobre los sueños de Regulus y del extraño acontecimiento donde perdimos su cosmos, éste nos dirigió con exactitud al punto de origen de los Espectros. Incluso, pudimos evitar bajas y destrozos, gracias a su temprana convocatoria.
—Lo tomo en cuenta. ¿Qué más viste en tus sueños, Regulus? —se interesó Sasha con sonrisa amable.
—V-vi... v-vi a... —la mira con reservas—, vi al señor Apolo, mi diosa —revela temeroso.
Los Santos se sobresaltan y recelan de ello, Regulus voltea hacia Manigoldo. A pesar de su gesto alterado, le hace al menor un ademán para que mantenga la compostura.
—¿Cómo lo viste?
—É-él me dijo que mi cosmoenergía no era la respuesta para deshacerme de la amenaza del Inframundo y... él... él siempre me dio advertencias previas.
—¿Qué tipo de advertencias? —intervino el Patriarca con suspicacia.
El ambiente en la Cámara es apabullante. La desconfianza de sus camaradas pesa en su espíritu. Regulus se obliga a seguir su promesa y aclarar todo. De lo contrario, teme las consecuencias de su silencio.
—É-él... me decía que apresurara el paso, que... me preparara y conociera mis límites, que consiguiera a aquél que me llevaría a la luz y buscaba mi bien, que... —traga saliva—, aprendiera de mis debilidades y reforzara mis lazos y... una vez me buscó en el lago, mientras flotaba.
—Con que era él —susurra el Patriarca atando cabos.
—¡Casi lo ahoga! —blasfema Manigoldo.
—N-no, él me dijo que casi me ahogué porque tú rompiste nuestra conexión.
El Santo de Cáncer da un paso atrás, golpeado por la noticia. Tanto sufrimiento... por culpa del propio italiano.
—¿Conexión? —indaga el Patriarca—, ¿cómo pueden tener una conexión?
—Él... —se le atoran las palabras—, me dijo que vive en mi corazón.
También le advirtió que el enemigo también vivía con ellos en su corazón. Ahora lo entiende, era el veneno que albergaba en su interior.
A su alrededor, los Santos Dorados dialogan con recelo. Las desavenencias se presentan, el nerviosismo se incrementa a niveles exorbitantes.
—¿Cómo puede otro dios hablar y guiar a Regulus? —exige saber el cizañoso Aspros.
—¿Cómo debemos interpretar eso? —se preocupó Shion.
—¡Basta! —puso orden Manigoldo—. No estarán insinuando que Regulus le rinde culto a Apolo, ¿verdad?
La culpabilidad cubre los rostros de la mayoría de los Santos. El león se soba las manos y se cuestiona sus propios actos. Él actuó de buena fe.
—Si tan sólo pudiéramos saber por qué Apolo lo eligió —musita Cid con practicidad.
—Para eso, se debería invocar al dios —declara Aspros—, y no sé si la única persona que podría hacer el milagro, esté dispuesta —le dirige una mirada elocuente a la diosa Athena.
—Para ello, debería buscar las invocaciones correctas en los viejos libros porque dudo que funcione algo como: "Apolo, necesito que me expliques lo que pasó, por favor. Te doy permiso de venir hasta acá, si acudes en son de paz" —comenta la diosa con desencanto.
—Temo, mi señora —interviene el Patriarca—, que nunca la escucharía. Además, sería peligroso siquiera que se digne a presentarse para justificar su proceder. Desde la Época del Mito se conoce la fama que lo caracteriza. Apolo es demasiado... particular.
—Me niego a ofender a Apolo con una solicitud que él podría tomar como... absurda —declara Athena—, y arriesgarme a que lo considere un insulto. Busquemos otra opción.
Tal comentario provoca variopintas respuestas en los Santos de Oro: el entornar de ojos en Albafica y Shion. La risita desdeñosa de Aspros. El silencio incómodo de Hasgard y Asmita. La mueca ácida de Kardia. La preocupación de Manigoldo, Sisyphus y Dohko. El análisis de Cid y Dégel, así como un pesar en el corazón de Regulus.
—Una vez que dejamos en claro que el dios no vendrá a salvar el pellejo de Regulus —sostiene Aspros—, la otra opción es quitarle el crédito y concentrarnos en por qué obedeció a un dios que no era nuestra señora Athena —desliza con malicia el argumento.
El joven león baja la mirada sin saber qué decir para convencer al resto, pero sobre todo, a su diosa. Ésta conversa con el Patriarca en murmullos inaudibles para el resto.
—Regulus, te conmino a ser sincero y explicarme qué te motivó a obedecer a un dios al que no juraste fidelid... —se interrumpe con un doloroso jadeo, llevándose una mano al pecho.
A través del Universo se desliza una cosmoenergía ajena a El Santuario con dirección a la Cámara del Patriarca. La temperatura del sitio se incrementa conforme esa monstruosa presencia se aproxima, traspasando sin conflictos las barreras creadas por la misma diosa.
Los Santos advierten el peligro que implica esa cosmoenergía y se ponen en guardia, formando una barrera dorada frente a Athena.
Un punto de luz se origina en el centro de la puerta principal. Regulus aprieta los ojos en el acto reconociendo su brillo. Sus compañeros no son tan afortunados.
La pequeña luminosidad se incrementa y se extiende al máximo en un santiamén. Los Santos gimen por el efecto, cegados por el fulgor incandescente y sufriendo el calor agobiante emanado de esa presencia.
—Bendita seas, Palas Athena —musita una voz masculina con timbres de lira, cadenciosa y musical—, nacida tú sola del venerable Zeus —entona un cántico que atemoriza los corazones y los conmina a rendirle pleitesía.
»Divina, afortunada diosa, sacudidora de ejércitos, de valeroso ánimo. Inefable, ilustre, renombrada, virgen marcial, liberadora de males y divinidad victoriosa. Convocado por tu voluntad, acudo a tu presencia. Así fue, así es, hecho está.
Regulus abre sus ojos con cuidado, maravillado por el canto, agradecido de ser espectador de tal hecho divino. El hermano mayor de Athena se presenta con una larguísima y holgada túnica blanca. Sobre su pecho, un collar de oro descansa con elegancia y en su frente, una tiara dorada con el símbolo del sol lo corona.
Su rostro es serio y adusto contrasta con el Apolo afable que lo guió con paciencia y mano cariñosa durante su purificación. Su rostro atractivo y de rasgos finos, es el marco de unos magnéticos ojos azules grandes y angulados. Sus cabellos cortos, rojos, rizados y abundantes, se mueven al compás de su cosmoenergía, fluctuantes, aumentando y disminuyendo la intensidad de su coloración desde el rojo bermellón, hacia el dorado.
El león comprende que ésta, es su verdadera apariencia y en sus sueños, el dios proyectó la parte benévola de su ser, como relatan los poetas de la Grecia antigua.
—Oh, bendito Peán —corresponde, después de un titubeo, la diosa Athena y se incorpora en todo su esplendor—. Tú, que me honras brillantemente. Tú, el amado, el arquero de Sagitario. Tú, que nos das voces puras en los oráculos proféticos y tienes los confines del cosmos entero bajo tus ojos. Tú, que cuidas el principio y el final y haces que todo florezca. Me alegra tu presencia y me complace tu bellísima voz de lira. Así fue, así es, hecho está.
Ambos dioses se inclinan después de tan elaborados y vetustos saludos. Los Santos Dorados aguardan expectantes.
—Me convocaste y aquí estoy. ¿Qué deseas que te explique, querida hermana?
Athena es prudente, conocedora del carácter explosivo del dios. Dirige una mirada al Patriarca y éste ordena a los Santos abrir la comitiva. A regañadientes, los once guerreros rehacen la formación en dos filas, a la defensiva por el dios ubicado al final de ella.
El único que sigue en su sitio, frente a Athena y el Patriarca, es Regulus.
—Es de mi particular interés, conocer los motivos por los que has ayudado al Santo de Leo.
—La luz procura a sus pequeños rayos —su mirada azul eléctrico se posa en el menor de los Santos—, querida hermana.
Una pesada loza cae sobre los hombros de propios y ajenos al tema. Los Santos se remueven inquietos. Regulus mantiene su postura frente a la diosa, sacando la casta.
—Consideraría una amabilidad de tu parte ahondar en el tema, querido hermano.
—Las venerables Moiras unieron los hilos de Ilias y mi más pequeña hija, Arkhes, después de la misión de tu Santo de Sagitario en Delfos. Regulus es el unigénito nacido de ambos. En ese entendido y como lo manifesté antes, Regulus es un haz de mi luz.
El aludido palidece al comprender por fin, el misterio de su origen. Su madre es Arkhes, la amada hija de la Luz Verdadera y Apolo entonces es...
—Ahora entiendo el origen de su prodigio —asiente ella con una caricia en su barbilla—. Dime, querido hermano, ¿también despertaste esta cosmoenergía que muestra hoy?
—El mérito es todo suyo —aclara con orgullo nada disimulado—, querida hermana.
—Por otro lado, me intriga conocer sobre estos actos y tu relación con mi Santo de Leo...
—Querida hermana —su voz toma un cariz ríspido—, te pido que hagas a un lado los posesivos y los títulos que me insultan cuando te refieras a mi nieto. Si deseas considerarlo como algo tuyo, te ofrezco la opción de recordar que es tu sobrino nieto —su mirada es incendiaria—. Puedes decirle "querido sobrino", si te complace mejor.
—Querido hermano —busca las palabras—, entiendo tu postura, pero no la comparto. Regulus decidió ser un Santo Dorado y por ende, está bajo mi comanda y cuidado.
—Esa parte está grabada en el tapiz de las caras hijas de Nix, las venerables Moiras, y aún no existe alguien en la creación capaz de hacerles frente. Eso no significa que me agrade.
—¿Significa que te ofenderás conmigo porque tu nieto eligió ser parte de mis Santos?
Se alteran los ánimos. A diferencia del resto, los dioses mantienen la calma, calibrando al otro para responder de la mejor forma posible y evitar el inicio de otra Guerra Santa.
—En este tema, ni a tu favor, ni en tu contra, querida hermana. Por otro lado, mi motivación para intervenir, se debió a mis visiones. En lo que respecta al futuro del tapiz sobre la actual Guerra Santa, vislumbré una luz en ella y no es la mía. Mi papel termina hoy.
—¿Nunca más volveremos a encontrarnos, señor? —musita desconsolado Regulus mientras, de forma inconsciente, se adelanta un paso.
—No comprometeré a mi querida hermana. Mi última participación es aquí y ahora. El resto, sólo puede ser decisión de ella.
—Entiendo —susurra el león y retrocede el paso atrás sin atreverse a más, con un dolor tremendo en el corazón.
—Sin embargo, antes no te importó pedir permiso para intervenir en sus sueños.
—Lo reconozco y acepto, querida hermana. Sin embargo —sus ojos se elevan con seriedad—, obedezco lo plasmado en el tapiz de las venerables Moiras, que se me reveló a través de mi don de la profecía. Hasta tú, querida hermana, debes comprender mis circunstancias. Ni siquiera tú podrías oponerte a que cumpla La Voluntad del Tapiz.
El tono intransigente del dios levanta polvo entre los Santos. La mayoría se tensa al percibir el insulto velado en sus palabras.
»De cualquier forma —prosigue Apolo desdeñando la reacción de los guardianes—, de no haber advertido a mi nieto, tendrías ahora mismo a los Espectros en tu Santuario.
Athena es prudente y despliega su cosmoenergía calmando los ánimos de sus Santos. En sus manos yace una situación tan explosiva como la mismísima pólvora y pone su empeño en evitar cualquier chispa que traiga la desgracia.
—¿Cómo pudo ser eso, querido hermano? No comprendo de qué forma llegaron tan lejos. Estos sitios son protegidos y resguardados. ¿Cuál fue tu visión?
—Desconozco el método, sólo vi la oscuridad materializarse y caminar en la tierra. La única luz obstaculizando ese avance, era la de mi nieto.
"Entonces... ¿cómo supo de Nathan y su sacrificio?" se cuestiona Regulus.
"Lo sé porque escucho tus pensamientos impregnados por fuertes emociones".
El más chico respinga y muestra los colmillitos asustado. El mayor le dedica una larga mirada burlona, antes de volver a la solemnidad. Regulus es invadido por un calor inusitado en su pecho, que lo llena de alegría por ser cómplice de esto con su abuelo.
—Entonces... ¿por eso lo enviaste? ¿Para detenerlos? —cuestiona Athena.
—Le advertí a mi nieto de la amenaza. Lo que sucedió ahí, será parte de su informe.
—Habla, Regulus —le concede Athena.
El Santo de Leo aspira fuerte y se aboca a deshacerse de las ideas banales.
—Los Espectros fueron invocados por el hijo del herrero de Rodorio. Él habló de... un culto a Hades y su familia es parte de él. Poseen las llaves y con ellas, abren puertas al Inframundo. Lo hicieron la noche en que murió mi padre y hoy, con mi sangre y...
—¡Blasfemia! —ruge el dios de la luz y la Cámara del Patriarca se cimbra—. ¡Abrir una puerta al Inframundo con mi icor! Es una infamia utilizar la luz para llamar a la oscuridad. ¡Eso no me lo dijiste, Regulus!
La potencia de su cosmoenergía sube la temperatura de la Cámara unos grados. Apolo se contiene a duras penas, con los ojos y cabellos cual corona solar. Los Santos se preparan para cualquier evento, a pesar del calor agobiante suscitado en el sitio.
—Entiendo su punto —asevera el joven confiado en lo experimentado durante su purificación. Su abuelo no le dañará por hablar—, sin embargo, escúcheme, por favor.
—Habla entonces porque nada de esto me place —murmura entre dientes.
—Tengo el presentimiento de que Jonathan me usó para colocarme en primera fila y después, permitirme actuar. ¡Por eso uso mi sangre y después, se sacrificó! ¿No le suena lógico o soy el único que busca razones para perdonarlo?
Apolo frunce el entrecejo y cruza los firmes brazos sobre su amplio tórax. Regulus exhala con alivio, al menos lo está meditando y se nota en la bajada de temperatura del lugar.
Por primera vez, el Santo de Leo asiste a la comunión de su cosmoenergía con las de Athena y Apolo. Por breves segundos, se encuentran y vibran, irrigando corrientes eléctricas que los vigoriza. Al lado de los dioses y gracias a esa interacción energética, Regulus se siente capaz de conseguir cualquier proeza.
—Sin embargo, debiste decirnos esto, Regulus —censura Athena con cierto nerviosismo ante la reacción de Apolo.
—Perdóneme, mi señora, pero acabo de llegar. Estoy empezando a dar mi informe completo —jadea el aludido.
—Te conviene que yo intervenga en este asunto, querida hermana —desvía la conversación Apolo—. Te desharás de la amenaza y yo me aseguraré de que esta afrenta contra mi icor no vuelva a repetirse jamás.
De seguir el ritmo de los acontecimientos, Regulus teme por su amigo y su futuro en el Inframundo. Le preocupa cómo iniciar la plática con su diosa para convencerla de ayudarlo y la reacción de su abuelo le sepulta cualquier esperanza.
—No quiero que cometas algún acto violento en mis dominios. Esos son mis términos, querido hermano —acuerda una inflexible diosa de la inteligencia.
—Mantendré bajo control la intensidad de mi cólera, hasta que me retire de tus terrenos. Mientras tanto, te pido que sea Regulus quien nos guíe al sitio, querida hermana.
—De acuerdo: Escorpio, Piscis, Cáncer, Aries y Sagitario nos acompañarán. También usted, Patriarca —dirige su mirada a Regulus—. Llévanos ahí, Leo.
Leo, no Regulus... La distancia que su diosa pone entre ellos, le hace daño.
El joven siente el tremendo peso sobre los hombros. Son transportados por Shion hasta las inmediaciones de la cueva. Regulus se adelanta y guía hasta señalar el sitio. Algo en su interior le exige salir rápido de ahí, le sienta mal y le revuelve el estómago. Supone que es por las memorias de lo acontecido con Jonathan y Valentine.
—Aquí sucedió todo, éste es el sitio donde Nathan abrió la puerta al Inframundo.
—Ésta es una de las dagas utilizadas para invocar la Potestad de Hécate, no hay lugar a dudas —susurra Apolo señalando el arma, mirando alrededor. Se agacha y con una rama gruesa revisa la tierra, hasta encontrar un rastro—. Aquí fue usada la brujería de Hécate.
—Ella... —dice Athena preocupada, intercambiando miradas con el Patriarca—. ¡Es imposible! Hécate es temida y venerada como diosa de la agricultura, la caza y la pesca.
—El misterio viene con el nombre y tú hablas de la Hécate de Tracia. Yo hablo de la que evolucionó al paso del tiempo bajo mis ojos, hasta transformarse en la vigilante del mundo de los muertos y a quien se le otorgó la guarda y custodia de las llaves de sus secretos.
Apolo sigue rastrillando con gesto concentrado y toca los restos de la puerta por la que salió Valentine. El disgusto marca su boca al reconocer la sangre de Regulus, ahora seca. Con un ademán, la quema. Gira hacia la daga que hizo el corte y la funde con desprecio.
Se acerca a unos árboles, prestando atención a la naturaleza golpeada por los actos acontecidos durante el combate. Se acuclilla, acaricia una de las hojas y separa la mano con malestar reflejado en su atractivo rostro.
—Si me lo permites, voy a destruir esto —se incorpora analizando alrededor.
—¿Estás consciente de que desaparecer el sitio no significa acabar con la amenaza?
—Al contrario, querida hermana. Piensa en esto: ¿por qué aquí y no en otro lado? Definitivamente, éste es un centro de poder natural. De lo contrario, otro sería el origen.
—¿Por qué no lo sentí antes? —se reprocha Athena apretando a Nike en su mano.
—No te ofusques, siempre dijiste que la brujería era un cuento para niños y como para ti priman la lógica y el conocimiento por encima del misticismo y las leyendas, es imposible que la reconozcas, querida hermana. Tú sola te boicoteas.
—Eso dijo Nathan —se pone nervioso al tener la intensa mirada de Athena sobre él—, que mi diosa estaba ciega a su poder. Por eso vinieron a Rodorio.
La aludida frunce el entrecejo y se ofusca. Le ofenden las palabras porque son ciertas.
—Tu lógica analizó que la brujería nunca deja rastros de cosmoenergía, sólo un hedor putrefacto y la sensación de que algo muy malo sucedió —prosigue Apolo—. Eso es muy subjetivo y tú amas lo objetivo.
»La próxima vez pon más énfasis a tu alrededor. Tu primera señal es la ausencia de animales. Éstos se alejan de sitios profanados a sabiendas de que la maldad se oculta ahí.
—¿Cómo es que tú sí lo sabes, querido hermano? Dices que tampoco lo has visto.
—Porque, hasta donde tengo entendido, nuestra hermana ha sido testigo porque la mayoría de los rituales de brujería se realizan bajo su luz, al abrigo de la noche y el anonimato.
»Ella sostiene que los practicantes de la brujería son capaces de sacrificar cualquier cosa, hasta lo que más aman, por obtener lo que anhelan. Eso los corrompe de a poco y entonces —señala el bulto de tierra el rastro de lo que alguna vez fue la cabeza de Nathan y que Regulus y Manigoldo, a duras penas pudieron llevarse—, sus mismos deseos los destruyen.
—Entonces debo buscar sitios sin animales. ¿Ahora qué debo hacer, querido hermano?
—Estoy en ello, debo buscar el libro y deshacerme de él.
—¿Qué libro? —se sobresalta Athena—. ¡¿Hay un libro?! ¿Significa que cualquier persona puede abrir puertas al Inframundo?
—Así es, cualquiera de sus seguidores puede traer a los Espectros a El Santuario en el momento menos esperado.
Athena y el Patriarca sienten perder el piso ante la expectativa de que con tan sólo un libro, todo El Santuario puede ser destruido.
—Lamento ser el portador de tan malas noticias —murmura Apolo introspecto—. La brujería requiere de ciertos elementos. Sólo así, Hécate les permite practicar su Potestad.
—¿El libro estará en la herrería? Dijeron que el chico era hijo del herrero.
—No, querida hermana. Debe estar cerca del lugar de invocación.
—Abajo hay una cueva —comenta Regulus—, quizá tenga más caminos que el de la entrada porque no la exploré toda. Cuando venía, me guiaba Nathan.
—¿Tú tenías relación con el brujo? —interroga Athena y el resto de los Santos, con excepción de Sisyphus y Manigoldo, lo miran con sospecha.
—Sí, fue mi amigo —sostiene con firmeza—. Yo acepto mi castigo, pero antes, permítanme explicarme, por favor.
—No, no hay castigos aquí —interviene Apolo—. De lo contrario, ninguno de los miembros de El Santuario forjará vínculos con personas externas. ¿No lo crees, querida hermana?
Athena medita el escenario plasmado por Apolo y a su memoria llegan los recuerdos de Tenma y Alone.
—De cualquier forma, debiste ser precavido —amonesta la diosa.
—Claro, Regulus —apoya Apolo con intransigencia—. Debiste leerle la mente o sacarle el corazón para verificar si sus intenciones eran buenas o malas. Incluso, pudiste analizar su cosmoener... ah, no, disculpa, los hombres no tienen cosmoenergía. Entonces pudiste darle un tónico para decir la verdad, torturarlo en el peor de los casos o...
—Suficiente, querido hermano —rechina los dientes Athena—, ya entendí el punto.
—Ah, pero yo hablaba con Regulus, querida hermana —sostiene neutral—, no contigo.
Las mejillas de la joven diosa se sonrojan por la ofensa. Apolo se mantiene estoico.
—¿Terminamos con esto, querido hermano? —arrastra las palabras apretando con su diestra a Nike—. Me gustaría escuchar la explicación de Leo.
—Dejemos algo en claro entre nosotros, querida hermana —musita y se acerca a ella—. Mi nieto no es tu enemigo. A pesar de todo, es tu Santo y un firme defensor de tus ideales. Te pido por favor, que no olvides eso.
»Entiendo y comparto tu malestar con este tema, pero te recomiendo que dejes a un lado tu incertidumbre divina y permitas que tus sentimientos humanos te guíen.
—Te estás sobrepasando con tus consejos y me pones incómoda en mi propio Santuario —sisea la diosa a la defensiva.
—Lo comprendo —concuerda meditando su actuar—. Odiaría que te lleves una desagradable experiencia de esta noche y me... me dis...cul...po —rechina los dientes—, contigo por mi conducta inapro... Tsk.
Apolo se aleja acercándose a la orilla del inicio de la cueva, dejando tras de sí a una Athena anonadada y no es la única.
¿El arrogante Apolo se ha disculpado por su comportamiento? ¿Esto es real?
»Disfrútalo, querida hermana, será la primera y la última vez que lo presencies —gruñe con la mirada fija en la luna llena.
Regulus recuerda el comentario sobre su hermana, la apasionada lectora. Entonces la seguridad es aplastante: se refería a Artemisa, la diosa de la cacería. Su gemela.
—¿Qué querías comentarnos, Regulus? —presiona Athena en el afán de saltear el incómodo silencio después de la disculpa de Apolo.
—Pues... —musita con una pequeña sonrisa. Le hace feliz que su diosa acorte las distancias entre ellos con la mera pronunciación de su nombre—, debo explicar lo sucedido con Jonathan, para que puedan comprender mejor su proceder.
—Entonces, habla. Te escuchamos.
No tarda más de media hora en relatar lo sucedido con su amigo, haciendo hincapié en su conducta en lo acontecido durante esa noche y su motivación. El rostro de Athena pierde color en cuanto Regulus calla.
—Ahora menos comprendo lo sucedido en Rodorio —musita Shion con gesto preocupado—. Tres de los ancianos que guían el pueblo fueron masacrados por los Espectros y algunos de los miembros más fuertes también. Pensamos que estaban practicando la misma estrategia que en el resto de Europa, para invocar a Hades.
—¿Invocar a Hades? —interviene Apolo—, ¿cómo es eso?
—Sí, hay pueblos en donde los más fuertes son muertos y depositados en una pila humana, con rastros de heridas mucho más perversas que el resto de los habitantes, quienes son también asesinados. Para evitar que pudran la tierra, debemos quemar los cuerpos, en lugar de sepultarlos.
—Nunca escuché algo así... —musita Apolo intrigado y dirige su atención a la luna llena—. ¿Arte, sabes algo al respecto?
—¿Arte? —repite Kardia—. ¿Arte, la que quiere que la ensarte?
—¡Kardia, no! —advierte Athena.
Es demasiado tarde. La cosmoenergía de Apolo se sale de control y un ataque se dirige a una velocidad inalcanzable hacia el Santo de Escorpio.
Kardia percibe el calor agobiante acercándose hacia él sin que pueda mover un solo músculo. Su corazón resiente tal acometida. El impacto del golpe de Apolo, es imposible de evitar. Un único pensamiento llega a su mente.
"Dégel".
¡Hola, mis Paballed@s!
Ahora sí, ¿quién adivinó el origen del encapuchado? ¿Fui muy obvia?
Pues este capítulo queda para dejar en claro por qué Regulus desde el inicio recibió ayuda y de quién. Esto es por algo que me había comentado CourSiren sobre que deseaba ver a Apolo con Regulus y espero haber hecho justicia.
Por supuesto, es una cara diferente del dios que conocemos todos en el canon y hasta ahora, ¿lo llevamos bien con él?
Agradezco mucho a quienes me leen. Un beso y muchos chocolates.
¡Hasta el próximo Martes!
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