
17. Prometo ser digno de ti
La Madre Tierra lo sostiene. El frío aletarga sus miembros. La oscuridad lo mantiene entre sus garras. A lo lejos, dos cosmoenergías alteradas chocan entre sí. El viento resultante de la colisión agita sus cabellos.
Un relámpago nace en su corazón y recorre su cuerpo. Regulus abre los ojos volviendo a la vida y su primer impulso es vomitar líquido. Gira de costado y arroja el agua contenida en sus pulmones. A metros de distancia sobre él, dos guerreros combaten.
Tose sacando los últimos fluidos, hasta recuperar el aliento. Levanta la mirada hacia el enorme hueco de la cueva de Jonathan. Se encuentra en el fondo de ella y la atmósfera es opresiva, diferente a como la percibía en el pasado.
Distingue a Manigoldo, la otra cosmoenergía no la reconoce, pero está seguro que es la de un Espectro. Sacude la cabeza y se pone en pie con piernas tembleques. Su armadura descansa en la orilla, brillante, dorada, fastuosa, divina.
—Es hora de pelear —la anima con una sonrisa—. ¡Vayamos a la batalla!
—¿Crees que lucharé contigo cuando te has dejado seducir por las sombras?
Las palabras le golpean el estómago y le roban el aliento. ¿Eso hizo?
»Peleaste por tu egoísta búsqueda personal de obtener venganza por tu amigo y en el proceso, olvidaste los ideales desinteresados de los Santos de Athena, así como su lucha por la humanidad. No te protegeré más. Eres indigno ante mis ojos.
Quiere volver a morir al ser consciente de hasta qué extremos se equivocó. Agacha la cabeza con congoja y sonríe avergonzado de sus propios actos.
—Lo entiendo y lo acepto. Tienes razón, me disculpo desde lo más profundo de mi corazón por haber mancillado tu brillo con mis sombra y veneno —sonríe con amargura—. Aún así, gracias, gracias por el tiempo que me consideraste digno —siente las lágrimas correr por sus mejillas—. Lamento mucho haberte fallado.
Le cuesta resignarse a no ser más un Santo de Athena, le duele en el alma saberse indigno de la armadura de su padre. Eleva la mirada llorosa y se sorbe los mocos. La batalla continúa, Manigoldo pelea con vigor. Regulus deberá retirarse y no estorbar. Da un par de pasos y se detiene en seco. Un relámpago en su cosmos le advierte de una presencia. Por el borde del hueco, entre los rayos de la luna, distingue al enemigo.
Los cabellos rosados traicionan a su dueño. Es Valentine. Éste se prepara para ser el relevo del Espectro que combate a Manigoldo. No, parece que lo atacará a traición. Regulus se niega a permitir tal atrocidad. Aprieta los puños dispuesto a enfrentarse a Harpy, pero sin su armadura dorada podría morir de nuevo.
"No, la armadura no me hace un Santo de Athena, sino mis convicciones. Aún tengo mi cosmoenergía y puedo pelear hasta la muerte. Brillaré y viviré con intensidad. En el peor de los casos, le daré una oportunidad a Manigoldo de derrotar a su enemigo para encarar después a Valentine. ¡Ayudaré a defender a la humanidad y pelearé por mis ideales!".
Salta con agilidad los metros al techo y atraviesa el hueco. Cae frente a Valentine justo a tiempo, antes del ataque traicionero. Regulus se interpone entre Harpy y el Santo de Cáncer, dispuesto a darlo el todo por el todo.
—¡¿Tú?! —grita el Espectro golpeado por la sorpresa—. ¡Te creía muerto!
—Pues ya ves que no —sonríe emocionado, restregándose un dedo bajo la nariz—. Volví. De león, pasé a ser cucaracha —bromea divertido—, pero aprendí que no muero con un golpecito tan débil. ¿Seguimos nuestra pelea? —le llama agitando los dedos índice y medio.
—¡Eres un insolente! ¿Cómo vas a pelear conmigo sin tu armadura?
—No se necesita una armadura para brillar intensamente —asegura adoptando una postura defensiva—. Esta vez, pelearé por mis ideales y defenderé a la humanidad ¡aún a costa de mi propia vida!
—¿Ideales? —desdeña ufano—. ¿Hablas de tu hipocresía en tu trato con ese mocoso?
—Esta vez tu treta no funcionará —dibuja en el aire la ubicación exacta de las estrellas de la constelación de Leo—. Ya perdoné mis errores, extirpé ese veneno y fue gracias a ti —sonríe pletórico.
—¿De qué hablas? ¿Cómo puedes sonreír y estar tan confiado después de que te maté?
—No lo entenderías. Para eso, tendrías que explorar tus limitaciones y abrazar tus carencias —le guiña el ojo diestro—. Prepárate Valentine, es hora de volver al Inframundo.
—No me superaste antes y no lo harás en esta ocasión, ¡león hipócrita! —se posiciona para el ataque alzando su cosmoenergía.
—No soy el mismo Regulus que peleó contigo la primera vez —asegura confiando en ello, en la ligereza de su cuerpo, en su cosmoenergía armónica, en la serenidad de su mente abocada en un solo objetivo: defender a la humanidad.
—¡No creo que hayas cambiado demasiado en cinco minutos!
—¡Entonces ven y compruébalo! —desafía convencido de sus palabras—. ¡RUGE COSMOS! —exclama con valentía—. ¡Elévate hasta el cielo y conviértete en la luz que brillará en el Inframundo!
—¡No eres más que un chiquillo! —sisea llevado por sus emociones—. ¡Te mataré y esta vez, me encargaré personalmente de que nunca escapes del Cocytos!
—Entonces ¡cobraré cara mi vida! —incendia su cosmos al máximo—. LIGHTNING BOLT!
—GREED THE LIFE!
Los dos cosmos recorren la barrera del tiempo y espacio con la violencia de una bomba atómica desatando un viento atroz al impactar contra el otro, arrancando árboles jóvenes desde la raíz, obligando a los animales del bosque a guarecerse de la apoteósica pelea.
—¡Error, con estos ojos soy capaz de analizar y memorizarlo todo, incluso tu técnica! —grita aprovechando los huecos en el Greed de Valentine.
Regulus lanza su puño poniendo en él todas sus expectativas, brillando sin limitaciones, presto a darle fin a esta invasión a El Santuario. Es el responsable indirecto de traer a Valentine a estas tierras y por ello, se toma personal el salvaguardar a los pobladores de Rodorio y sus alrededores.
»¡Regresa al Inframundo a donde perteneces, Harpy!
En sus nudillos, percibe el momento exacto en que atraviesa la armadura de Valentine. En contrapartida, el puño del enemigo va directo a su corazón. Regulus sonríe sabiendo que morirá aquí. Lo acepta, pues esta vez, morirá como merece.
"Dejaré mi luz en la memoria del universo" piensa emocionado hasta la médula, con lágrimas en los ojos de absoluta felicidad.
El golpe lo repliega metros atrás y lo estampa de espaldas contra un árbol, que se parte en dos. Cae al suelo y admira la belleza del cielo estrellado. Se ríe a carcajada batiente por la maravillosa estampa que lo llevará a la muerte y se interrumpe con múltiples toses motivadas por una dolencia atroz en el pecho.
Baja la mirada y boquea... ¿esto sobre su tórax no es?
—¡¿Qué... qué... qué...?! —sacude la cabeza y grita de felicidad—. ¡¿De verdad me perdonaste?!
Se sienta de golpe admirando el peto de la armadura de Leo protegiendo su pecho. Un rayo de luz le llama la atención y la ve frente a él, hermosa y magnífica. El resto de la cloth se separa y lo cubre de pies a cabeza. Regulus no cabe en sí de gozo.
»¡Gracias! —la acaricia con lágrimas en los ojos—. Gracias por darme otra oportunidad.
—Defendiste a la humanidad con las manos desnudas, eso demuestra valor y nobleza. Superaste mi última prueba.
El llanto le ciega y se obliga a limpiarse las gotas de sal.
—Gracias, prometo ser digno de ti —musita solemne y aliviado por este giro de la vida.
¡La armadura le ha perdonado! Seguirá combatiendo para salvar a la humanidad, al lado de sus camaradas y algún día, superará sus limitaciones para enfrentar al verdadero enemigo: Hades y su frenético deseo de destruir el mundo.
Un sonido a sus espaldas le alerta. Manigoldo se retira del lugar. En las cercanías de Rodorio, las cosmoenergías de Shion y su tío Sisyphus disminuyen de intensidad.
»La batalla no ha terminado —musita y apresura el paso tras el Santo de Cáncer.
—Ya terminó —sigue caminando—. El último Espectro acaba de ser eliminado por tu puño.
—¿De verdad? —baja la cabeza pensativo—. Señor Manigoldo, ¿por qué no intervino?
—Era tu pelea y más te valía no caer ante ese Espectro o yo mismo te iba a matar.
—¿Cómo dice usted? —frunce el entrecejo—. ¿Me mataría?
El Santo de Cáncer se detiene en seco. Regulus se choca con él. Se contiene un gemido dolorido, pues ha estampado la nariz contra la coraza del otro. Se la soba con la mano. De reojo, observa los puños muy apretados de Manigoldo.
—¡ERES UN IDIOTA! —brama volteandose mientras lo toma de los brazos y lo sacude—. ¡¿Qué demonios hiciste para que la armadura de Leo te abandonara y cómo pudiste perder ante ese Espectro?! Estabas muerto, ¡muerto! —le tiemblan las manos—. Muer...to.
La reacción de Manigoldo lo desconcierta. Parece desquiciado ante la idea de su deceso. El tormento desdibuja las facciones del Santo de Cáncer, quien abre la boca para decir algo y termina por apretar fuerte los labios. Lo libera con frustración, se voltea y sigue su camino con pasos broncos, levantando polvo bajo sus pies.
¿Qué acaba de ser eso? Regulus no entiende nada y ¡le frustra tanto!
—Señor Manigoldo...
—¿Qué quieres ahora? —arrastra las palabras.
—¿Por qué le importo? —manotea—. ¿Por qué se altera tanto con lo sucedido? Soy un Santo de Athena, en cualquier momento podría morir y...
—¡NO! —vocifera girando y se acerca hasta golpear el pecho de Regulus con el índice—. No morirás hasta que... —se detiene.
—¿Hasta que qué? —arquea una ceja.
—Olvídalo —resopla sacudiéndose los cabellos—. Haz lo que quieras —ordena y sigue su camino hundiendo las botas en la tierra—. Es más, ¡vete con el rubio ese a... a... follar como conejos!
El recuerdo de Jonathan le estruja las tripas. Sin embargo, debe aclarar las cosas de una vez antes de que pierda la oportunidad. Después irá con Jonathan...
—¿El Espectro te golpeó la cabeza y gracias a ello te volviste tonto? —sisea malhumorado.
—¡¿Cómo dices?!
Aprovechando el alto total de Manigoldo, el joven acorta las distancias, se pone de puntitas, pega su nariz contra el otro y resopla colérico.
—¿Por qué me iría con Nathan a follar? O sea, estás bien tonto de remate, tantos golpes te afectaron la... —le dan un violento coscorrón—. ¡Ayyy!
Se cubre la cabeza con las manos y lo mira rebelde. Alza la barbilla y le gruñe.
»¿Por qué mejor no me dices la verdad, Manigoldo? ¡Luego te quejas que soy yo el que se calla todo y no quiere hablar, cabeza hueca!
—¡Cabeza hueca la tuya! —pierde los estribos—. ¡Tú eres el que me besa y luego me da la espalda para irse con ese rubio!
—¿Yo te doy la espalda? Esto es el colmo. ¡Tú fuiste el que le dijo a Kardia que te metiste conmigo por imbécil! Que yo... que yo... ¡no era el indicado! —lo empuja humillado.
El rostro del Santo de Cáncer palidece como los muertos. Regulus exhala con malhumor y pasa al lado suyo hacia el sitio donde yace Jonathan, rumiando sobre cangrejos y su férreo anhelo de arrancarles las patas.
—Espera, por favor —sujeta su muñeca—. Debemos hablar de esto, al menos, déjame explicarte —su voz es sosegada.
—¡Ahora no quiero! —sacude su brazo terco—. Tengo cosas qué hacer. ¡Espera tu turno!
De lo contrario, terminará dándole de golpes y la armadura le abandonará otra vez. Es mejor concentrarse en lo apremiante, como darle una sepultura adecuada a Jonathan e investigar lo sucedido en Rodorio.
—Si las palabras no funcionan, entonces no me dejas otra opción.
—¿De qué habl...?
Manigoldo lo jala hacia él y sella impulsivamente sus labios con los suyos.
Regulus se estremece. ¡Soñó tanto con volver a probar esa boca! Jadea con el corazón desbocado. El mayor ronronea al sentirlo corresponder. Le atrapa la cintura posesivamente, lo pega al cuerpo con celo y la lengua dominante busca la suya.
Regulus le concede el permiso con sumisión, entreabre su boca despacio y gimotea complacido con el baile desatado.
La lengua del mayor se mueve dentro de Regulus, arriba, abajo, juega con la otra, la incita, la saborea. Mordisquea el labio inferior, lo relame. Manigoldo se vuelve más temperamental, exige todo de Regulus y lo eleva con las manos en los muslos hasta su altura.
Las lenguas juegan húmedas, con sonidos vulgares y lascivos. Exploran sus bocas, succionan los labios. Ellos jadean, sonríen, se muerden otra vez y el rico gemido de Regulus desata la locura.
Manigoldo lo acomoda mejor, lo atrapa entre la muralla de su cuerpo y el tronco de un árbol. Lo sostiene y lo obliga a entrelazar sus piernas en las fuertes caderas del mayor. Lo estrecha con una ansiedad febril. Regulus se sujeta de esos gruesos hombros o perderá el equilibrio producto del mareo por el placer que lo embarga. Sus alientos se fusionan y sus respiraciones se agitan. Los gemidos y jadeos, se convierten en la única música del lugar.
Tras un buen rato, se separan jalando aire, sonrojados, tan agitados como ninguna batalla librada podría igualar. Sonriendo felices, con una emoción fuerte asentada en sus pechos.
—Porca miseria! —logra decir entre jadeos—. Te necesito conmigo, me dije que no, contigo no, porque eres —sus ojos le recorren con ahínco y urgencia, su mano derecha le acaricia la mejilla—, eres la inocencia hecha carne, piccolo Re. Temía mancillar tu pureza, temía... —su cabeza cae derrotada—, ser la persona más inapropiada de todas.
—¿Y no pensaste en que yo querría justo eso de ti? —le increpa levantando su rostro golpeado por la sorpresa—. No sé por qué, no sé cuándo empezó, pero mi corazón se agita al saberte herido, extraño tu voz o tenerte cerca. Sólo sé que me duele tu indiferencia —se le resbalan las lágrimas—. ¡Eres un idiota, Manigoldo! —le golpea el hombro.
—L-lo siento... —se relame los labios avergonzado por su conducta.
—¡No hagas eso! —más tarda en decirlo, que en volver a buscar el beso.
Esta vez, sus gemidos tardan más en apagarse, el menor reniega por primera vez de su armadura, la misma que le impide restregarse contra las caderas de Manigoldo. El otro le dispensa besos en las secciones del rostro no cubiertas por el casco. Se miran afiebrados, anhelantes, esperanzados en esto que los une.
—Así que te gusta verme relamer los labios —sonríe torcido, de esa forma que agita las entrañas del león—. Interesante —musita coqueto y esta vez, se mordisquea el inferior.
—¡Basta de hacer eso! —reniega frustrado y acude de nueva cuenta a su boca.
Manigoldo gruñe complacido, entre risas y sonidos lascivos, húmedos, de succiones y algunos mordisquitos provocativos. La pareja demuestra lo que siente sin acordarse de que el mundo sigue girando.
»¿No me vas a bajar al piso? —susurra con una sonrisa, aún apresado entre el árbol y él.
—No, me va mejor así —le guiña el ojo derecho coqueto—. El cuello ya no me duele de tanto agacharme a la altura del suelo.
—¡Eres un patán! —le da un golpecito y provoca las risas del otro.
—Por supuesto que lo soy —logra hablar entre risas—, pero así te gusto, ¿no es así?
—S-sí —reconoce abochornado—. Manigoldo —susurra con voz trémula—, ¿t...te gusto?
El mayor resopla y se revuelve los cabellos de la nuca.
—No, no me gustas.
El corazón del joven se paraliza y sus ojos muestran su dolor.
»¡Déjame terminar antes de pensar nada! —lo reprende gruñendo—. No, no me gustas. Gustar es poco para lo que siento por ti. Me encantas, me fascinas, deseo que estés a mi lado todo el tiempo... Joder, mio piccolo Re, me muero de celos sólo de pensar en ese rubio y...
—Jonathan está muerto —susurra con un nudo en la garganta.
Manigoldo parpadea sorprendido por la revelación. Hace el amago de hablar y Regulus le pone los dedos en los labios.
»Necesitamos hablar de eso, pero... primero quiero terminar de aclarar lo nuestro.
—De acuerdo, ¿quieres... que... estemos juntos? —indaga analizando sus reacciones con inquietud.
—S-sí, pero c-cómo, es decir, c-como amigos... —se interrumpe jalando aire.
—¡Los amigos no se besan, Regulus! —resopla indignado—. ¡Creí que ya lo sabías!
—Y ya lo sé —alcanza a responder—, no me dejaste terminar de hablar.
—Está bien —pega su frente a la suya—. Habla, dime qué idea pasa por esa cabecita tuya.
—Pues... pues... —se frustra por el bochorno, se cubre de rubor el rostro—. ¡No sé!
El Santo de Cáncer estalla a carcajadas, Regulus se ofende. El mayor le dispensa besos dulces en la carita, el chico le mordisquea el labio inferior con un poco de coraje. Eso desata otro ósculo húmedo y temperamental, que los deja con las piernas temblorosas y una fuerte incomodidad entre las piernas.
—Acordemos que esto te gusta, esta cercanía —dice el mayor con una sonrisa coqueta—. Estos besos y ¿lo que hicimos en mi Templo? —gime al recordar—. ¿Eso te gustó?
—Ah, ah, p-pues... p-pues —gruñe iracundo cuando Manigoldo sonríe malicioso—. ¡Deja de burlarte de mí! —se altera nervioso.
—Es que te ves tan lindo, que no puedo evitarlo —susurra con cariño, maravillado de tenerlo cerca—. Me encanta ver tus mejillas llenas de rubor y tus labios húmedos por mí.
—¡Más bien te encanta ponerme nervioso! —le reclama más agitado.
—Por supuesto, me encantas todo tú —le toma la barbilla—. Sólo conmigo, piccolo Re, es lo único que pido y te ofrezco lo mismo, fidelidad. ¿Está bien?
—Yo no quiero que estés coqueteando con las doncellas —hace un puchero.
—Ah, ¿por eso me aventaste la piedra en tu fiesta?
—¡TE LO GANASTE...! —se detiene al notar su ímpetu. Se tapa la cara con las manos—. Y luego está lo de tu trío. ¿Sabes lo mucho que me confundió saber que te ensartaban y después, que me explicaran qué significaba eso?
Las carcajadas de Manigoldo ofenden al joven león. Éste le golpetea los hombros sin mucho afán de hacer daño, como mera liberación de tensión.
—Ya veo tu nivel de celos —dice entre risitas—. Me gusta saberte celoso —besa su mejilla.
—A mí no me gusta verte así —se angustia—, no lo hagas.
—De acuerdo, no lo haré y te prometo que lo de Albafica y Kardia sólo es mero compañerismo. Somos trío de entrenamiento y nada más. Cada uno tiene a su pareja —pega su frente y sonríe feliz—. Gracias por darme la oportunidad de estar contigo no como amigos, mucho menos como mentor y alumno. Sólo tú y yo...
—¿D-de verdad crees que... —se traba con las palabras—, que... te gusto?
—¿Por qué piensas que no? —se separa para prestar atención a sus gestos.
—Dijiste qu-que y-yo no era el i-indicado —saca el veneno de su pecho.
—Entiendo —se detiene un momento—. Regulus, eres el ser más increíble que he conocido en mi vida. Te aferras a la vida y luchas por tus ideales. A pesar de tu odio por Radamanthys, tu alma es pura. Eres la inocencia con patitas y melena —exhala fuerte.
Regulus mantiene el silencio, comprendiendo el lugar que tiene en la vida de Manigoldo. Aprendiendo a escuchar sin interrumpir para conocer toda la verdad, pero todavía le falla.
—¿No crees que es muy feo de tu parte ponerme tanta responsabilidad en los hombros?
—¿De qué hablas? —arquea una ceja sumido en la incomprensión.
—Soy el ser más increíble, la inocencia hecha persona, el niño prodigio —enumera sus apodos—. ¿Y cuándo puedo ser alguien que se equivoca? ¿Cuándo puedo ser una persona normal que pierda la inocencia?
Manigoldo traga saliva y desvía el rostro con bochorno.
»Me dejas una gran carga y hoy aprendí que me puedo equivocar muchísimo.
—Ni lo digas, yo... —lo aprieta contra él con fuerza desmedida—, sufrí muchísimo mientras corría rogando porque no fuera tarde para ayudarte porque ninguno de nosotros encontrábamos tu rastro y... —jadea desconsolado.
»He tenido pesadillas desde lo del lago y hoy, cuando volví a encontrarte muerto en el agua —agita la cabeza desesperado—, casi muero de dolor.
»Para mi fortuna, un Espectro llegó antes y pude desquitar mi desesperación con él, de lo contrario, no sé qué habría pasado. No quiero verte morir, no quiero mi vida sin ti...
Sus labios buscan los de Regulus. Se mueven con urgencia, impregnando la desesperación de la pérdida. El ósculo es más firme y demandante. Regulus se acopla a las exigencias mudas y le entrega calma y paz. Lo abraza con fuerza, lo atrae con sus piernas alrededor de las caderas del otro, agradeciendo no haber variado la postura todo este tiempo.
—Mani... —tantea el terreno—. Tú sabes que en algún momento sucederá, ¿verdad?
—Sí —sonríe con amargura—, lo sé. Pocos son los que salen vivos de la Guerra Santa, pero... no quería... —se obliga a serenar sus ánimos—, no quería verte morir sin haber aclarado esto, sin decirte que me importas, que lo sucedido en mi Templo me hizo despertar esperanzas de que me miraras como un hombre para ti, para estar a tu lado el tiempo que nos quede de vida.
Regulus traga saliva con las lágrimas agolpadas en los ojos ante la intensidad de las emociones contenidas en la voz de Manigoldo. El león también las comparte y se abraza más a él, suspirando de alivio por tener una segunda oportunidad de arreglar esto.
—Lo digo por mí, prometo no permitir que una pelea nos separe y arreglaré las cosas en el momento. ¿Está bien?
—Sí, sí, piccolo Re. Prometo perseguirte hasta que te dignes a aclarar las cosas aunque me electrocutes —bromea apenas con un hilo de voz—. Hoy aprendí a las malas, que quizá no tengamos tiempo para hacerlo después —se refugia en el cuello del menor.
El león siente la humedad de las lágrimas de Manigoldo, comprende el nivel de angustia a la que se sometió al encontrarlo ahogado de nuevo. Lo arropa entre sus brazos y hunde sus dedos en la cabellera del Santo.
»¿Crees que... puedas estar conmigo a pesar de mi fama?
—¿Qué fama? —eso lo descoloca.
¿Ahora qué? ¿Será cierto lo que dijo Jonathan? Eso también debe aclararlo...
—Lo que dicen cuando paso —levanta el rostro después de secarse las lágrimas en cubierto—, que no soy digno de ser un Santo de Oro porque mi carácter no es el apropiado.
—Oh, eso... —parpadea una y otra vez.
—Sí, eso... —le mira con incertidumbre y vulnerabilidad.
—Pues... ¿qué no es eso lo más lindo de ti? —inclina la cabeza—, es decir, qué aburrido ser igual a los demás y a mí me gustas por lo que vi en aquella misión y después de ella, fuiste muy decente durante mi entrenamiento y también, por lo que siento en mi corazón.
—¿Y qué sientes en tu corazón, piccolo Re?
—Que te quiero conmigo el resto de mi vida —expresa convencido de ello.
—Eres maravilloso —sonríe—. A cambio, yo te prometo ser digno de ti.
Ambos sellan su promesa con un beso lleno de esperanzas, comunicándose a través de él, el amor que se profesan y que perdurará por los siglos.
¡Hola, mis Paballed@s!
Sólo vengo a decirles que el 14 de julio, el día del cumpleaños de Manigoldo, tendremos un capítulo Extra, donde Manigoldo nos contará lo que sucedió después de celebrar el cumpleaños con Regulus. Justo cuando se le juntó el ganado... err... el trío.
Es un Flashback que publicaré sólo para darnos gusto con los tres alegres compadres y para celebrar el cumpleaños de Manigoldo.
Besos y ¡hasta el domingo!
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