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17.1 Los dos indignos [Cumpleaños de Manigoldo]

FLASHBACK

Estas acciones suceden en el bypass del capítulo Úsame y el del Orgullo del León.



El cuerpo le duele, el costado le punza. La cabeza le pesa más de lo normal. ¿Se emborrachó y sufre la llegada de la desgraciada resaca? No, no es eso, entonces ¿cuántas Agujas Escarlata o Rosas Sangrientas recibió en el entrenamiento?

"Esos stronzos nunca tienen consideraciones conmigo, su veneno sigue tan espeso como al principio de nuestros encuentros".

El Santo de Cáncer levanta un párpado y el techo de su Templo le da la bienvenida. Alza el otro y se voltea de lado. El aroma de su almohada le llama la atención. Restriega la cara contra ésta y lo identifica: bosque en plena primavera.

"Regulus"  sonríe como idiota. Sería imposible olvidar esa fragancia, la lleva impregnada en el hipotálamo y lo acompaña en sus noches solitarias. Es un maldito degenerado.

Sus ojos se abren al máximo al recordar lo sucedido hace poco. Se incorpora de golpe y un latigazo de dolor lo tumba. Aprieta los ojos con la herida del costado. Debió abrirse por las acciones sucedidas.

Regulus. El piccolo apretado contra su cuerpo, buscando hambriento sus besos, sus caderas afiebradas y lujuriosas acoplándose a las suyas... Sus adictivos gemidos, su sonrojado rostro, su satisfecho grito en el orgasmo y su tierna sonrisa al cobijarse entre sus brazos, seguro y confiado para descansar de la faena placentera.

"Joder, porca miseria!"  suspira, se mordisquea el labio inferior de las ganas provocadas por esos recuerdos. Se relame y gruñe por el sabor dulce grabado en sus pliegues. Regulus.

Un rostro más aparece. Ese stronzo de Rodorio queriendo entrometerse. Ah no, eso no lo permitirá. Es ahora o nunca. Necesita hablar con Regulus y aclarar los puntos. Debe saber los sentimientos que despierta en él.

Lo busca bajo la luz del atardecer y la soledad le responde. Se restriega los cabellos con irritación. ¿Dónde se metió ese díscolo? El dolor en el costado se incrementa. Bufa revisando la herida. Sangra la muy puta. Debe curarse, pero antes... ¿por qué se fue?

La puerta se abre, la sonrisa alegre se pierde en sus labios al identificar a su ¿invitado?

—Eres tú —susurra decepcionado.

—Claro que soy yo —responde el Santo más bello de El Santuario—, ¿a quién esperabas?

Regulus.

—¿Vienes solo? —otea tras él, quizá el chico lo llamó y viene tras él...

Sus esperanzas se hacen trizas cuando Albafica cierra la puerta.

—Sí, Kardia está haciendo algo, vendrá después.

Un chasquido de lengua manifiesta su incomodidad. ¿Dónde está ese piccolo? ¿Por qué se fue antes de que despertara?

—Sí, ya sabes, pasa, eres bienvenido —ironiza con la confianza del otro.

Albafica ha cerrado la puerta tras de sí, dejado un bulto en la mesa y saca su contenido sobre el mueble: comida, remedios, vendas.

—Gracias —susurra con cinismo—, debo revisar tus heridas.

—No, ya lo hago yo.

—Con tu habilidad, seguro se infectarán y Su Santidad dará el grito en el cielo. No, gracias, me haré cargo.

Manigoldo resopla y desvía el rostro, contrariado por sus preguntas sin respuesta relacionadas con un inocente joven.

—Y yo dije que...

—Ya basta, Manidiota —gruñe con su cosmos alterado—. ¡Deja el orgullo a un lado! Estás hablando conmigo, no hay necesidad de que finjas entereza. No te juzgaré por una herida.

Cáncer se restriega las manos en el rostro. Se rasca la nuca y reniega por el dolor en el costado debido al estiramiento. Porca miseria!

     »Te dije que ese último Espectro te pegó con ganas y tu orgullo te ganó.

—Sí, sí —repite con hartazgo—. Ese imbécil, pero lo mandé directito al agujero que lo cagó.

—¡Deja la vulgaridad! —exige malencarado.

—Si ya me conoces, ¿para qué me provocas?

El Santo de Piscis pone los ojos en blanco y se concentra en atender las heridas del otro. Al retirar la camisola, ladea la cabeza.

—¿Quién te curó?

—Pues... alguien —rumia celoso de su intimidad compartida con Regulus—. ¿De verdad nadie viene contigo? ¿No viste a alguien de camino acá?

—Ya te dije que no y no. Hoy estás más impertinente que de costumbre. Debería darte una tunda por despreciar el esfuerzo de quien se preocupó por ti. ¿Qué hiciste para quedar así?

Se muerde la lengua y pone todo su empeño en disimular. Piensa en Kardia en bolas, eso evita que su amiguito allá abajo se despierte con las imágenes de su pequeño atrevido gimiendo mientras apretaba su miembro contra el suyo. Joder, ¿sabe Regulus lo sexy que es?

—Pues... si ya me conoces... —contesta ambiguo.

"Deja de ser un degenerado y no pienses en cuánto anhelas que te use para satisfacerse. ¡Te van a descubrir!" se reprende hastiado. "¿Dónde se metió? ¿Por qué se fue?".

Las manos del jardinero se ocupan en quitar las vendas previas y, en un mortero, aplasta varias hierbas curativas. Manigoldo soporta la compañía ante la expectativa frustrada de salir de ahí rápido y buscar al motivo de sus preocupaciones.

¿Y si su ausencia se debe a que se arrepintió de besarlo? La mera idea lo paraliza.

"¿Será así? Joder... ¿Por qué no fui despacio? Todavía es muy joven para comérmelo de un bocado por más delicioso que sea el sabor de su piel".

—¿Qué piensas?

—En que soy un imbécil —susurra sin filtro, metido en sus pensamientos.

Nada explica la ausencia del menor, sólo ese pensamiento: se arrepintió... ¡Se arrepintió!

Manigoldo fue demasiado rápido, le dio demasiado de sí y ahora el chico tiene dudas. Porca puttana!

—También, pero ¿qué más?

—Me aproveché de Regulus —murmura apesadumbrado, dándose cuenta de la magnitud de sus actos.

Eso es, se aprovechó de su inocencia, de su virginidad porque, la pequeña diosa lo maldiga, está seguro de que Regulus jamás besó a alguien antes. Sus torpes actos son suficientes para sustentar esa conclusión. Su miedo por tener un orgasmo, confundiéndolo con otra función fisiológica...

Virgen, el chico es virgen, tal y como lo sospechaba. Porca miseria!

Un chispazo en la cosmoenergía de Albafica activa su sentido de autopreservación. Reacciona a tiempo para levantar sus defensas. Ambos se enfrascan en un duelo de miradas. El análisis de Piscis es exhaustivo, recorre su anatomía y después, la cama.

—¿Hiciste qué? —susurra entre dientes, conteniendo un estallido.

Por instinto, traga saliva. El movimiento de la manzana de Adán dirige los bellos orbes hacia su cuello y los párpados se abren al máximo con la vista fija en un sitio.

En un segundo, su amigo se convierte en un rival de cuidado. Manigoldo acciona, más el otro le gana la contienda con celeridad, por culpa de su herida. Los pelos de la nuca son apresados por una garra inclemente y algunos se desprenden de su cuero cabelludo con el tremendo revés que lleva su rostro a escasos centímetros del de Albafica.

—¡¿Me quieres explicar por qué tienes un moretón en el cuello, Manidiota?! Eso no estaba ayer que te dejé aquí dentro —sisea como una venenosa serpiente.

Las bellísimas facciones se transfiguran con rabia e indignación. El color de sus mejillas es propio de la provocación aceptada por un frenético defensor de la inocencia. Ante tremenda acometida, Manigoldo jadea con el pinchazo en el costado y le cuesta hablar.

     »¡¿Cómo es eso que te aprovechaste del gatito?!

El acusado blasfema iracundo. ¡No estaría así de mantener las manos en su sitio!

—N-no es lo que piensas —intenta explicarse manteniendo la cabeza quieta.

El otro sigue con sus cabellos en la mano. De moverse, se quedará calvo...

—¡¿Que no?! —sisea enajenado—. ¡NO ME QUIERAS VER LA CARA DE IMBÉCIL!

Las cosmoenergías se elevan prestas para el enfrentamiento. Por mero instinto de conservación, Manigoldo llama al único que podría traer la calma a su Templo: Kardia.

—¡Espera, espera! ¡Déjame explicarte!

—¡Te estás tardando! ¡Ese gatito no merece un abuso! ¿Qué te hizo para que lo injuriaras?

—Joder, ¡suéltame, Alba!

La garra afloja su sostén, pero se queda cerca de la fisionomía canceriana, quizá listo para el siguiente round. La tensión de Albafica alcanza picos preocupantes.

El italiano acelera su pensamiento para encontrar las palabras adecuadas, antes de agotar la paciencia del otro. Sabe bien cuánto le disgusta el abuso y la vejación de los inocentes.

—Tienes dos minutos para explicarte, Manidiota.

—Yo, yo... Porca puttana!

Se toma su tiempo para meditar y analizar al detalle sus acciones con el Santo de Leo. Su encuentro sexual fue demasiado intenso, supone, y lo confundió. Por ese motivo brilla por su ausencia y se marchó sin esperar a que despertara para dialogar al respecto.

Ya conoce esos exabruptos, los vivió en carne propia estos años y hoy... le juegan una mala pasada. ¿Por qué se durmió? Debió quedarse despierto para capear el temporal posterior. ¿Cómo se le ocurrió que el chico aceptaría tan fácilmente su entrega pasional?

Es sólo un inocente y él, un maldito degenerado y aprovechado.

—Alguien está frustrado —suena la voz del Santo más veloz de El Santuario—. ¿Podemos calmarnos?

Nunca antes Manigoldo agradeció tanto ese rasgo característico de su amigo, como ahora.

—Kardia —rechina los dientes Albafica—. ¿No dijiste que tenías cosas por hacer antes de venir? Te desocupaste rápido...

—Manidiota me llamó y por fortuna, ya venía para acá. ¿Qué pasa?

—Eso es lo que Manidiota está por decirme —susurra impaciente.

Es complicado poner en orden sus pensamientos y aceptar su error. Tiene claro que echó por la borda su oportunidad de oro. ¡Pudo iniciar algo con Regulus y lo asustó!

—Yo... yo... —exhala con resignación—. Tengo ganas de darme una patada en el culo para mandarme al Yomotsu y quedarme allá por la eternidad.

—Huy —se ríe Kardia de su expresión—, ¿y eso? ¿Qué estupidez hiciste?

Manigoldo se rasca la nuca y se queja por la dolencia. Albafica exhala con rabia, zapateando el piso con su pie derecho y los brazos cruzados, a punto de darle un buen golpe, lo presiente.

—No quiero hablar de eso —lo corta tosco.

—¡Ah no, ahora nos lo dices, Manidiota!

—Alto, Alba, alto... —calma los ánimos Kardia—. ¿Estás seguro, Mani? —sonríe con maldad—. Tienes un moretón aquí —señala el cuello.

Porca miseria! —se lleva la mano a la zona, no sabe cuándo se lo hizo Regulus—. ¿Es tan visible?

—¡Atrapado! —lo señala con diversión—. ¿Con quién te revolcaste?

—Con el gatito —suelta el cretino de Albafica.

La sorpresa atrapa a Kardia y su fuerza lo descuenta de un golpe. Boquea una y otra vez, fuera de su elemento. Sus ojos pasan de uno al otro y vuelta al primero. Sus cabellos se mueven frenéticos al sacudir la testa. Al final, manotea con la cosmoenergía exacerbada.

—¡¿CÓMO QUE TE REVOLCASTE CON REGULUS, MANIDIOTA?!

El canceriano se cubre la cara con las manos, ¡lo que le faltaba! Que el otro se tomara las cosas a mal, en lugar de empatizar con su desesperación y su culpabilidad. Porca miseria.

—Yo tampoco lo entiendo —reclama Albafica—, toda la misión me aseguraste que estaba equivocado con mis suposiciones. ¡¿Cambiaste de parecer en menos de 12 horas?!

¿Por qué tenía que recordar justo ahora? Él le insistió que su reacción con el rubio de Rodorio era producto de los celos y el canceriano, como imbécil que se respeta, lo negó en rotundo. Si él mismo nunca aprobó sus fijaciones degeneradas por Regulus, ¿cómo podía tomárselo a bien Albafica?

—Y-yo... p-pues...

—¡Manidiota estúpido! —ladra Kardia y lo sacude de la camisola—. ¿Cuándo decidiste romper nuestra regla de no tocar?

Sus manos son insuficientes para friccionar la piel de sus mejillas y controlar su colapso nervioso. Rememora el diálogo durante una borrachera con el otro, hace dos meses atrás. Manigoldo quedó en no tocarlo. ¡Era un crío! ¿Cuándo le pareció buena idea comerse de un bocado al virginal Regulus?

"Cuando me besó. Ahí perdí toda la coherencia. Quise tenerlo conmigo en todos los aspectos posibles y sin barreras. Llenarme de él, de sus besos y caricias, pensando que quizá, nunca más tendría otra oportunidad como esa y tendría una chance de conquistarlo".

     »¡Apenas cumplió 18 y tú ya te lo recetaste! ¡Pudiste decirnos y te habríamos ayudado a controlarte antes de cometer tremenda estupidez!

—¡No lo pensé! —explica preso del remordimiento—. Yo... yo... no lo pensé, sólo... Porca puttana!

Su derrota es mayúscula. En labios de sus amigos sus acciones suenan desmesuradas. Desconoce la fórmula para serenar a un desconfiado Regulus y demostrarle cuán importante es para él. Porque lo es, al paso del tiempo y con sus constantes encuentros, Regulus se convirtió en la única persona por la que daría su vida sin dudarlo.

Jadea desesperado, apretando los párpados, empuñando las manos al máximo.

—No, señor, no baje la cabeza —exige Albafica—. ¡Esto es tu responsabilidad, Manigoldo! Ahora enfréntala o te meteré un par de Rosas Piraña por el culo. Es más, ¡debería metértelas ya! Mira que mentirme... ¡y en mi cara, Manidiota! ¡Me engañaste!

La culpa se incrementa por sus acciones. Albafica tiene razón, debe hacerse cargo de sus actos y eso significa enfrentar tarde o temprano a Sisyphus. ¿Se habrá enterado para estos momentos? Lo duda, conociendo lo aprensivo de Sagitario y la rebeldía de Leo, pero...

"Estoy jodido".

—Cálmate, cálmate, Albapija, te estás alebrestando.

—¡Vuélveme a decir así y te rebano, Karpito!

—Huy, rebáname todo lo que quieras, pero déjame ensartarte primero —provoca el otro con voz seductora—. Me encanta la cara que pones cuando te la meto...

—¡Imbécil!

La discusión entre sus amigos le roba la poca paciencia restante. Se incorpora metiéndose entre ellos, antes de que su pleito escale.

—¡Ya basta, los dos! ¿Por qué no se van y me dejan solo? —gruñe mirando alternadamente al par de idiotas—. Necesito pensar qué voy a hacer ahora con el chico. Porca putttana! No sé ni qué decirle, ni cómo arreglar esto.

—Puta madre, Manidiota —reniega Kardia—. Si no estabas seguro, ¿por qué lo hiciste?

—¡Por idiota, Karpito, por idiota! ¿Por qué otra razón me metería con Regulus? Porque... Soy un stronzo —la risa del Santo de Cáncer está plagada de auto reproche y burla—. Me dije que no, que con él no... y al final, me dejé llevar por el momento. Porca miseria!

Porque es un degenerado, esa es la verdad. Después de su misión conjunta, se fijó en el chico más puro de El Santuario y se prendó de él. De sus sonrisas, de sus pláticas inocentes, de su candor, de sus brillantes ojos cuando le obsequiaba una figura tallada y de su ímpetu por mejorar cada día, para ser un Santo digno del legado de su padre...

—Eso debiste pensarlo antes de besarlo —increpa Albafica.

—¡Él me besó primero! —suelta sin querer justificarse y al mismo tiempo, reconociéndose su propia debilidad.

Si hubiera sido por él, jamás hubiera llegado tan lejos. ¿O quizá sí? Recordar su rabia al escucharlo decir que deseaba besar a otro, le hizo perder la cabeza.

—¡¿Cómo dices?! —acusa Albafica incrédulo—. ¿Cuándo le crecieron las garras al cachorro? ¡Ja! Su tío de seguro no le conoce esas mañas. ¡Tan inocente que se precia!

"Joder, ¡cómo me miento! Si no me hubiera besado él, yo lo habría devorado ahí mismo para hacerme un lugar en su mente y quedarme con su corazón" recapacita ignorando los comentarios de su compañero.

—¡Abusado por un gatito! —le restriega Kardia entre risitas burlonas.

Mismas que se disuelven al notar la desesperación de Cáncer. Kardia recula y encoge los hombros con indiferencia.

     »Ya está, ya te lo recetaste. Ya déjalo atrás, pero sí te digo, Manidiota, ni se te ocurra pensar que por él, nos abandonarás. ¡Aquí nosotros estamos primero! ¿Entiendes? ¡Nosotros somos prioridad!

—Diré algo de lo que me arrepentiré toda la vida —sostiene Albafica controlando su carácter—: apoyo a Kardia en esto, en que tu trío somos nosotros y él, no entra ni a presión.

La cosmoenergía de ambos Santos se eleva dominante y llena de brío. Eso trae al presente a un distraído canceriano, quien arquea una ceja sorprendido por semejante exigencia. ¿De qué están hablando esos stronzos?

     »¡Nosotros nos quedamos! Tus noches seguirán siendo nuestras y no te compartiremos con él —ríe con desdén—. Bonito me vería yo, dejándole libre el camino al gatito que ni siquiera conoce al máximo tus capacidades en la cam...

—Hey, ¿se están escuchando? ¡Ya lo están emparejando conmigo y sólo nos manoseamos!

Él todavía está digiriendo su estupidez, en cómo abordar a Regulus y estos idiotas ya están pensando más allá. Además, ¿cómo pueden ser tan posesivos?

—Pues más vale prevenir que lamentar —asegura Kardia—. Nunca me ha gustado ser plato de segunda mesa y me importa una mierda si el gatito levanta el rabo para que lo ensartes. ¡Nosotros te vimos primero! Total, quizá y hasta sólo sea cuestión de un acostón y te olvides de él en unos cuantos días.

—¿Días? —reclama Albafica—. Le das demasiado crédito a este idiota, ¡como si no lo conocieras!

El sonrojo permea las mejillas del canceriano y sacude sus cabellos con nerviosismo. Tarde se da cuenta de sus movimientos reveladores y gruñe por lo bajo. En eso tiene razón Albafica, lo suyo no es de días... lo suyo es permanente.

—Cierto, no deja de ser un Manidiota —se carcajea Kardia—. ¡Meterse con Regulus sin pensarlo primero! ¿A quién se le ocurre?

—¡A Manidiota! —exclaman al unísono Escorpio y Piscis.

El canceriano camina en círculos impotente ante este nuevo escenario. No quiere perder a Regulus y le juega en contra la impetuosa personalidad del joven. ¿Qué estará pasando por esa cabecita rebelde?

—¡Ya basta de burlas! Veré qué hacer... —asegura con más fuerza de la necesaria—. Debo poner en orden todo... No puedo deshacer lo que pasó, debo responsabilizarme por ello y buscar una solución práctica.

—Sí —gruñe Kardia—, pero ya lo sabes: nada de abandonarnos. Que le quede claro al gatito o yo mismo voy y le meto una Aguja Escarlata ¡para que sepa por qué somos tu trío!

—Y si con eso no entiende —susurra Albafica con malicia—, iré con Sisyphus y le explicaré al detalle por qué debe mantenerse lejos de ti...

¡Son un par de imbéciles! Ya se fueron por las ramas. Manigoldo los abandona porque de lo contrario, terminará mandándolos a Yomotsu. Se mete en el baño y se echa agua en la cara para bajar sus ánimos y concentrarse en su próximo actuar.

Unos cuchicheos detrás de él, le hacen consciente del intercambio entre sus amigos. La pequeña diosa quiera que dejen el tema por la paz, suficiente tiene con su culpabilidad. La cosmoenergía de Regulus está oculta. De seguro volvió a su jueguito de pasar desapercibido. ¡Cómo odia cuando hace eso!

Sin oportunidad de ubicar al objeto de sus anhelos y hablar serenamente con él, vuelve a regañadientes a su habitación. Camina a su cava oculta y saca un par de ánforas.

El solícito Kardia se apresura a ayudar y llevar ambas a la mesa. Albafica se resigna a unirse al momento y consigue los vasos. Se distribuye el vino entre los presentes y Kardia suspira tras el primer trago.

—Definitivamente, nada como tu vino, maldito cangrejo.

—Cállate —murmura terminando el contenido de su vaso, sirviéndose otro.

—Hey, hey, soy Kardia —se toca el pecho—, no Shion que te sermonea o Asmita que no sabe para qué se usa la verga o Sisyphus que te mataría si te metes con... su... pero ¡ya te metiste con Regulus! Te van a ensartar bien ensartado —estalla en risas.

Manigoldo olvida su dolencia y le tapa la boca con su palma. Si las miradas mataran...

—¡Cállate, stronzo! —ordena amenazante—. ¿Entendiste? ¡Cá-lla-te! ¡Alguien te puede escuchar!

Kardia le muerde la palma. Al forcejear, el costado se resiente y aúlla iracundo. Le lanza una venenosa mirada al Escorpio y Kardia muere... a carcajada batiente.

—¡De todos los que pudiste encamar, tenía que ser él! —siguen las risas–. ¡Qué idiota eres!

Manigoldo se restriega el rostro con las manos. Tiene razón, de todos los que pudo elegir, hizo lo que le reclamó al rubito de Rodorio: mancilló al ser más puro. Quiere matarse ahí.

—Ahora sí, explica todo —propone Albafica mientras trae unos higos—. ¿Qué hiciste con el gatito?

—¿Creen que voy a hablar con ustedes después de semejante escena de celos que me hicieron? —sacude la cabeza—. Ni loco.

—Ah, es que se lo contarás a Shion para recibir El Sermón —acota Kardia masticando un higo—. No, mejor Hasgard y que te corte los huevos por tocar al chico. Quizá con Aspros, aunque él correrá a decírselo al arquerito. Asmita... ese sólo sabe que tiene una porque mea. Dohko correrá a decírselo a Shion y otra vez tendrás sermón.

—Si vas con Sisyphus, te capa —prosigue el acomedido de Albafica—. Cid te cortará en pedazos por meterte con el gatito. Dégel... no, para eso mejor te digo a ti, Kardia, porque se volvió un pervertido desde que te lo encamaste —le acusa con el índice.

—Obvio, por eso Dégel es mío —le guiña un ojo—, pero le das mucho crédito. Ese ya era retorcido desde antes de juntarse conmigo, no como tú, que te fuiste haciendo a nuestro modo al paso del tiempo. ¿Has pensado en decirle al Patriarca, Manidiota? —suelta la carcajada por la cara del otro—. ¡Te daría buenos consejos!

El aludido sacude tanto la cabeza, que pronto despegará de sus hombros y saldrá volando.

—¡Ni loco! Mi mentor me torturará, me latigará y después, me sacará las tripas y me mandará a por ellas al Yomotsu —se relame los labios, el recuerdo de Regulus tocándolo y su adictivo sabor persiste

Por un momento, se arrepiente de sugerir el vaso de alcohol. El dulce regusto desaparecerá y él no tendrá otra oportunidad de apreciarlo. Dejar de comer se convierte en una opción. Exhala compungido y derrotado por igual.

—Te pegó con ganas —murmura Albafica con el vaso en la mano—. ¿Cuándo le dirás al gatito que lo amas?

—No lo amo —responde en automático—. Soy su amigo.

—Oh, claro. ¡Y en el Tártaro, los titanes quieren libertad! —se burla Kardia con ganas.

Manigoldo deja caer la cabeza, se choca la frente con la madera y ni por eso se aleja. Restriega la piel del cráneo en la superficie y gimotea frustrado.

—Vamos, ya tomemos en serio esto —aconseja Albafica—. ¿Qué vas a hacer?

—¡No lo sé! —explota y se frota el rostro impaciente—. Nunca fue mi intención acercarme. Ese chico me robó el piso después de la misión a los Cárpatos. Creció demasiado y tuve la dicha de acompañar esa madurez, pero siempre que estábamos juntos, me sentía un maldito degenerado por fijarme en él como... ¡Es muy joven!

—Lo sé, sin embargo, en el amor no mandamos —suspira Kardia con nostalgia—. Me dije algo parecido con Dégel: era mi camarada, el que tomó la responsabilidad de curarme, mi consejero y el más elegante de todo El Santuario, nada qué ver conmigo... y mírame.

—Te atacó con ganas, alacrán con corazón de marinero —se burla Albafica divertido.

—¿Y a ti, florecita? No me salgas con mamadas, bien enculado que estás con Shion.

—Tú cállate y no metas a Shion en esto, Kardiputo.

—Ahora sí te indignas, Albapija —se gana un manazo del otro y ríe divertido—. Bueno, al grano. ¿Qué vas a hacer, Manidiota?

—Nada, no sé cómo arreglar esto. No sé si le intereso a Regulus, para empezar —suspira, el recuerdo del chico le embrutece y deja a un lado el vaso de alcohol—. Su ausencia en el Templo dice mucho, se fue sin hablar conmigo y ahora no puedo sentirlo. Estoy jodido.

—Bastante, tanto que no quieres beber —observa Albafica con sonrisa torcida—. Sin embargo, la vida es muy corta para estar lamentándose. Más para nosotros —remueve el líquido en el vaso—, y el gatito es... demasiado lindo y tierno para dejarlo solito.

—Por eso le declaré mi amor a Dégel. quería vivir a su lado el tiempo que nos restara. Piénsalo ¿qué pierdes? —le sonríe empático—. Yo te hago espalda con Sisyphus.

—Somos dos —apoya Albafica—. No será la primera vez que abogue por ti con el arquero.

—Sisyphus me tiene sin cuidado, es Regulus —exhala con fuerza—. Lo veo y algo estalla en mi pecho, pero al mismo tiempo, siento que es muy joven y es un lienzo en blanco. Temo llegar y pintar en él con demasiada dureza y dejar cicatrices profundas.

—Entonces, pinta un paisaje hermoso en él —propone Albafica con dulzura—. Imagina que es tu terraza y con el amor con que creaste ese espacio para ti, toca su vida. Una sola pizca de ese amor, será suficiente para hacerlo feliz aún después de muertos.

Se relame los labios y juguetea con el vaso. Su terraza es el único sitio creado por y para él. Regulus es el chico que amó en silencio y cada paso que dio en su desarrollo personal y como Santo de Athena, lo enorgullece.

—Él desata emociones muy intensas en mí. Por eso no quería acercarme, es... tan joven.

—Sí, sí, ya lo dijiste y me aburres —interrumpe Kardia impaciente. Desvía el rostro al cielo estrellado mostrado por la ventana—. No es tan chico, ya cumplió los 18 años. Sigue diciendo eso y alguien llegará, mirará sus virtudes y se lo llevará. Entonces, te quedarás solo por indeciso.

El vaso se rompe, Kardia se sorprende por la expresión homicida de Manigoldo. Éste se quita los cristales enterrados en la mano con desdén y su cosmoenergía brillando agresiva.

     »Así que ya alguien apareció... ¿Quién es?

—Un mozuelo de Rodorio —murmura Albafica risueño—. El atrevido le besó las mejillas y por poco los labios...

—Llegué a tiempo —refunfuña celoso.

Las risas de sus amigos le dejan muchas ganas de abrir las puertas del Yomotsu y meterlos ahí, sin boleto de regreso. Después decidirá cómo excusarse con el Patriarca.

—¿Qué dijo Regulus de él? —se interesa Kardia.

—Que era un amigo —rueda los ojos dentro de las cuencas.

-–Los amigos no se besan.

—Eso le dije yo, pero él parecía tan... —analiza el momento de nueva cuenta y exhala con pesar—, errático, confundido, herido... sí, estaba herido. Porca miseria! No lo noté a tiempo.

—Y hoy, ¿qué pasó? —susurra cotilla Albafica—. ¿Hasta dónde llegaron?

—No quiero hablar de eso con ustedes —sonríe con amargura—. Es... un momento mío.

—Te entiendo —sonríe comprensivo Kardia—. Lo mismo pienso de mis momentos con Dégel. No quiero compartirlos con nadie. Me disgusta la idea de que alguien note cuánto amor me genera con una sola de sus miradas glaciales o de sus gestos elegantes.

—Uh, amor, estás sepultado y de cabeza, Karpito.

—¿Te mordiste la lengua, Albapija? Tus sentimientos por el borreguito no distan de los míos. ¿Acaso no se iluminan tus ojitos cuando lo ves?

—Cállate, Karputo —refunfuña arisco.

—Ahora sí te disgustas, pero ya te digo, eres muy sencillo de leer, Albachango.

—¡Que no me digas así! —lo pellizca con ganas.

—¡Ay! Tienes la mano muy larga...

Manigoldo medita esas palabras. Sí, él tampoco quiere mostrar ese lado al resto de sus camaradas. Una cosa son estos dos, su trío de entrenamiento, y otra cosa los demás. Sobre todo Sisyphus, quien sigue desconfiando de él. Detestaría que le meta ideas estúpidas a Regulus y lo aleje de su lado con sus confabulaciones.

—Regulus... su inocencia fue latente mientras estuvimos juntos.

El par exhala con desgana y mantienen el silencio durante unos minutos.

—Entonces el otro sí es su amigo, tal y como te dijo —musita Albafica y bebe un poco más de vino—. Deberías ir por él, decirle lo que sientes y que él elija. Nunca te comportaste mal con él. ¿No es cierto?

—No, jamás lo busqué con fines sexuales o amorosos —exhala con alivio—. Me mantuve en mi lugar de mentor y fui lo más frío que pude. Después de la misión en los Cárpatos, adopté el papel de amigo. Sin embargo, cada día deseaba aprender algo más de él, convivir a su lado, tener recuerdos lindos juntos.

—Te entiendo... Querías demostrarle que no eres un bastardo hijo de puta —afirma Kardia.

—Tú sabes cómo es que nos encasillen en ese sitio. De los dorados, somos los de peor reputación. Cid, Dégel, Sisyphus, Shion, Hasgard... Joder, hasta Asmita y Albafica son dignos representantes. Dohko es una moneda al azar, pero se comporta. Tú y yo...

—Sí, sé lo que dicen de nosotros y Regulus es la inocencia con patitas —concuerda Kardia—, pero por fortuna, no somos Aspros.

—Yo paso desapercibido porque soy...

—¡Un ermitaño, Albapija! —afirma el par al unísono.

El más hermoso de El Santuario se indigna y sus mejillas adoptan un tono carmesí. Los otros ríen divertidos al sacarlo de sus casillas.

—En fin... —jadea Manigoldo apretando su vaso—. Me mantuve distante, en mi papel de mentor o amigo, sin acercarme más. Temía mis reacciones. Vamos, ni siquiera le permití entrar en mi hogar —traga saliva—. Hoy lo conoció y metí la pata...

—Vaya que te contuviste —admira Kardia y frunce los labios—. Le devuelvo la confianza a Albafica y apoyo su consejo: déjalo elegir. Él sabrá qué quiere de ti...

—Entiendo —sonríe con amargura—. Es... un maldito tiro al aire —ríe con cinismo—. Dudo que me elija, dudo que le guste, tengo miedo de ser sólo... un... impulso.

—Nadie se deja llevar por un impulso si no hay algo detrás —asegura Albafica.

—¿Y entonces por qué se fue sin hablar conmigo primero?

—¿Por impulsivo? —remata Kardia—. Lo conocemos y es su peor defecto. Ruego a la pequeña diosa que un día no le juegue una mala pasada en una batalla.

Los tres exhalan con pesar, sabiendo cuántas posibilidades hay de ello tomando en cuenta los exabruptos del joven.

     »Por otro lado, es cierto lo que dice Albafica y te lo digo por experiencia. También Dégel me hizo consciente de eso: nadie actúa por impulso. Piensa en ello, agárrate los huevos, expon tu corazón sin miedo por las consecuencias y enfréntalo. Es la única forma para conocer la verdad de sus labios.

—Está bien, me agarraré los huevos.

—Iughh, huevos peludos —se estremece Albafica.

—¡Ni que los tuyos fueran lampiños, Albachango!

—Karpito, ¡te meteré un par de Rosas Carnívoras por el culo mañana por la noche!

—Y me harás cosquillas, no eres tan grande.

—¡Tú tampoco!

—¡Mi aguijón te arde toda la noche, Albachango!

Manigoldo disfruta del desvío de la conversación y apoya a uno o a otro, según le conviene, agradeciendo tenerlos a su lado.

Al final de la jornada, Albafica termina de curarlo, le da algunos remedios y ambos se retiran hacia sus Templos cuando el trío percibe, por fin, la cosmoenergía de Regulus.

Tras acicalarse, gracias al consejo de Albafica, el canceriano se dirige al Templo de Leo. Le cuesta horrores llegar hasta la puerta cerrada de las habitaciones de Regulus. Concentrándose en sus sentimientos y con el fin de lograr una respuesta favorable a sus intenciones, toca sin recibir respuesta. Desea insistir, pero es muy tarde. Opta por dejarlo descansar y ruega a la pequeña diosa porque el chico piense las cosas objetivamente.

Mañana estará atento a cuando pase por su Templo, tiene que ir tarde que temprano y a él le concedieron una semana de descanso.

¡No hay escapatoria!




Después de la plática sostenida con Regulus en el Templo de Cáncer, la paranoia de Manigoldo le juega una mala pasada. 

Por las noches, se revuelca en el lecho sin saber qué hizo mal. Por el día, Regulus le muestra que ha decidido cerrar la puerta a lo sucedido en su hogar. Sólo le queda a Manigoldo callarse y aceptar la determinación del Santo de Leo.

Verlo de lejos con la sapiencia de lo que pudo ser, le mata. Es sentir el corazón con una herida de muerte. Las noches son peores, despierta con el cuerpo afiebrado y la hinchazón en los pantalones. Lo desea, ansía sentir esos labios en los suyos, sus manos aferradas a sus hombros, explorando sus cabellos. Volverlo a tener pegado a él, buscándolo, pidiéndole más con esa voz quebrada, esos gemidos y ese grito al llegar al clímax.

Al paso de los angustiantes días, la mano se le entumece de tanto jalarse la entrepierna. Su carácter es más agrio que de costumbre. Ni sus amigos pueden darle paz.

Los demás se abren a su paso, temerosos de una reacción desmedida. Su mentor le pregunta qué pasa y él no cede. De cualquier forma, no sabría qué decirle. No puede reconocer ante los demás el amor que se ha convertido en martirio, el sufrimiento que lo muerde a cada mirada de una cabellera y unos ojos de agua llena de vida que sólo lo evaden.

Se equivocó al dejarse llevar. Debió ser prudente, ir paso a paso, conquistarlo de poco en poco, ahora sufre las consecuencias. Y joder, cómo duelen.

Prefiere la muerte a seguir muerto en vida.

"Piccolo Re, te extraño".



¡Feliz cumpleaños, Manigoldo!

Ya sé que este capítulo no es nada lindo como obsequio de cumpleaños, pero es la medida perfecta para hacer notar lo que sucedió en aquella conversación escuchada por el gatito.

Para quien no conoce mi proceso de creación, primero tuve que imaginar la conversación y luego, me aboqué  a escribirla para ser lo más fiel a las personalidades y sólo transferir los diálogos al capítulo de Regulus. 

Por eso, este capítulo fue escrito casi en simultáneo al del Orgullo del León para darle un trasfondo más fuerte. Mi intención era agregarlo como Extra al final de este fic, pero ahora que estoy programando las publicaciones (estoy a 20 y 21 de junio), decidí subirlo para su cumpleaños porque el siguiente, sale de la esfera del protagonismo de Manigoldo.

Confío en que te haya gustado apreciar su relación con su trío y ahora comprendas mejor el por qué le dijeron Kardia y Albafica lo que le dijeron al Manigoldo.

Te mando un abrazo y después de esto, seguiré publicando la continuación del fic...

¡Hasta el próximo martes!


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