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16. El bosque envenenado


La electricidad lo recorre, un chispazo perfora su corazón y lo incorpora con un tremendo espasmo. Abre los ojos con el pánico a flor de piel. Grita aterrorizado y se agarra la cabeza entre alaridos con el conocimiento de su muerte impregnado en su alma.

De cierta forma se percibe como el asesino de Jonathan. Lo condenó a un estado de completo desasosiego y no conforme con eso, lo abandonó a su suerte.

El herrero murió en manos de los líderes de Rodorio y su hijo, deseando la muerte y traer la justicia a Rodorio, abrió las puertas del Inframundo a cambio del descanso eterno y placentero de su padre, a pesar de su carácter hosco e intransigente. Un descanso digno que nunca será real.

Jamás conocerá la verdad de Jonathan, ni aquello que le orilló a pensar que pactar con el Ejército de Hades era su única alternativa. Nunca verá de nuevo su rostro, ni escuchará su voz. Nunca compartirá su tiempo y jugará con él olvidando sus tribulaciones.

Porque a pesar de todo, de sus defectos y el equivocado proceder por sus sentimientos no correspondidos, Regulus siente que debió prodigarle un trato diferente a Jonathan en deferencia a sus cuidados y compañía de años.

Sin embargo, lo abandonó y siente que su indiferencia lo instó a matarse.

Tenía razón Jonathan cuando dijo que ellos no defienden a la humanidad. Son hipócritas.

Ruge presa de la locura, de un dolor inconmensurable. Grita y golpea el piso entre llantos descontrolados, con su cosmoenergía estallando sin pudores.

¡Lo mató, lo mató!

¡Lo mató por no saberse comunicar! ¡Por no preguntar antes de juzgar!

Su tío tenía razón. Albafica también. ¡Es un inmaduro!

—¡NATHAAAAN!

Su dolor se vierte como agua de río en una vasija, incontenible, eterno, sin ataduras. Se reprocha y en el acto, lleva la penitencia. Nada puede arreglar las cosas con Jonathan. Lo dejó a su suerte, el chico actuó en consecuencia llegando a su punto culmen: obtuvo la muerte, pero no la paz eterna porque el herrero sufrirá el tormento eterno.

Está seguro de que Valentine le hará pagar, como lo hará con el mismo Regulus. A él, lo llevará con Radamanthys y entonces...

Levanta el rostro y abre los ojos. Enfrentándose a su destino aciago, esperando y temiendo encontrar la imagen de Valentine o de Radamanthys. En cambio, una luz lo ciega. Lleva las manos a los ojos y desvía el rostro. Gime trémulo y tiembla sin control alguno.

—Tenía la esperanza de que nunca llegaras a mí.

Una mano acaricia los cabellos rubios. Regulus jadea por la inmensa paz que le ofrece. Solloza desesperado y se cubre la cara entre convulsiones violentas. Nada cambia en los primeros minutos, la mano sigue dando confort en su cabeza. Después, lo envuelven en un círculo tibio y afectuoso.

El cachorro se aferra a él, trémulo y agobiado. Haciendo a un lado su pánico de saberse muerto, aprovechando este momento de catarsis y contención, antes de enfrentarse a la dura realidad. A su partida a Cocytos y su entrevista con Radamanthys.

     »Suéltalo... déjalo ir —le aconsejan con caricias repetitivas ahora en su espalda—. Esto es un aprendizaje. Para eso es la vida, para acumular experiencias y reconocer tus errores.

—¿M-m-morí? —susurra desalentado, entre hipidos—. ¿E-estoy muerto?

—Sí, lo estás.

—¡E-es... y-yo! —los lamentos lo sacuden sin piedad—. ¡Fallé! ¡Les fallé a todos! ¡Soy un inútil! ¡Es cierto lo que dijeron, soy indigno de ser un caballero! ¡Me dejé llevar por mis juicios! ¡Soy un imbécil!

—Sí y no.

Regulus desgarra su alma entre lágrimas y gritos. Se aferra a quien lo sostiene mientras se estremece al reconocer sus falencias. Su mente se llena de imágenes de Jonathan, su padre, su tío, sus amigos y compañeros...

El rostro de Manigoldo se muestra en su memoria y lo rompe por completo.

Por fin, con la peor experiencia y a costa de su vida, comprende sus consejos.

—Morí por perder el control. ¡Soy un imbécil! ¡Todos tenían razón!

—Es cierto, te negaste la victoria al dejarte llevar por el exabrupto —le besan la coronilla—. Fuiste un insensato y desechaste las señales de advertencia. Fuiste arrogante al pensar que los demás estaban equivocados y creíste tener la razón absoluta.

     »Fallaste porque te dejaste envolver en la maelstrom de la culpabilidad y el reproche, de la ira desmedida y los deseos de venganza. Te mató la pérdida de los estribos, como bien dices y previó tu tío durante todos estos años. Incluso, ¿recuerdas lo que Albafica te aconsejó? Ahora mismo él se reprocha no haber sido más contundente en su advertencia.

La voz calmada penetra en su mente, arrancando tiras de dolor y auto-recriminación.

—¡Mi señora Athena... mi tío... mis compañeros! —se angustia—. Perdóname, papá —le dice apoyándose en él—. ¡Perdóname por pisotear tu legado! —le ruega al hombre.

—Ya ni llorar es bueno —lo estrechan más—. Por otro lado, yo no soy tu padre. Creí que lo habías entendido.

El sentimiento de impotencia por las primeras palabras se ve opacado por el estupor. Alza la mirada con pánico en cada fibra de su ser. La luz emanada del rostro de su protector le destroza la visión. Se obliga a bajar la cabeza y la sacude apretando los párpados. Intenta escapar y lo estrechan más.

     »Yo no soy tu enemigo —aclara con solemnidad—. Tsk, debo ser sincero y reconocer que, al principio, lo fui. Quiero creer que lo superé. De lo contrario, no estaría aquí.

—¿Q-quién... e-es usted? —balbucea encogido, a la defensiva y con temor.

—Dedúcelo tú con lo que sabes —le desafió—. Por otro lado, no tiene importancia. Ahora debes ir al Inframundo. Valentine te llevará ante Radamanthys y no sé si el Juez te espera con buen ánimo. Deberás descubrirlo por ti mismo.

La inicial preocupación por la identidad de ese desconocido queda relegada con la certeza de su ida a Cocytos. Athena perderá a un custodio y todo por su arrogancia de creer que sabía la verdad. Pisoteó el legado de su padre y además, Jonathan se dirige a un destino aciago, donde jamás disfrutará de una paz eterna, sino un sufrimiento perpetuo.

—No quiero ir... —susurra con aflicción—. N-no quiero ir, n-no quiero dejar a los demás y me preocupa Nathan...

—Deberías dejar de pensar en los demás y concentrarte en ti —alecciona—. A finales de cuentas, ese afán desmedido por demostrar tu habilidad y madurez ante los otros, fue lo que te metió de cabeza en este trance.

La absoluta verdad de su error le abruma. Se aprieta los cabellos, negándose a la realidad.

—P-por favor, p-por favor, tengo que regresar, tengo que volver. ¡Tengo que ir y ayudarlos!

—¿Ah sí? —le cuestiona con cinismo—. ¿Y cómo los ayudarás si estás repleto de veneno?

Intrigado, pasea la mirada por su cuerpo y se encuentra con unas gruesas costras sanguinolentas dañando su piel, extendiéndose toda ella. De nuevo y por instinto, voltea hacia la luz. Grita por el impacto doloroso en sus retinas y aleja la cara.

     »Lo lamento, me olvidé, ya me cubro —musita con tono neutro.

—¿Qué me está sucediendo? —implora la comprensión de su estado físico.

—El veneno ha llegado a la superficie y es el verdadero causante de tu muerte.

—¡Creí que era el bosque quien sería envenenado!

—¿Y qué es el bosque, sino una representación de tu persona, de todo tu ser?

Tiene sentido, los sueños son manifestaciones del inconsciente y ahora puede comprender los alcances de los mismos. El dolor de sus retinas aminora.

—¿Cuándo me inyectaron el veneno?

—La noche en que Ilías falleció —el encapuchado se aleja de él—. Ahí empezó tu martirio.

Regulus hace memoria del momento, sin comprender lo sucedido.

—¿Quién me envenenó? Nadie en esa noche tenía ese poder.

—Lo tenía alguien y se llama Regulus.

—¡¿Yo?!

Sigue el camino del encapuchado con sus orbes. El sitio en el que se encuentran es un vasto salón vacío, de marfil y oro. Se pone en pie descubriendo la debilidad de su cuerpo. Cae al piso presa de una dolencia suprema. Las llagas se abren, segregando pus y un aroma fétido.

—Fuiste tú el que se inyectó veneno la noche en que la estrella de Ilías cayó y lo fuiste diseminando por tus venas al paso del tiempo. con cada error en tu juicio.

Se levanta a duras penas, con las fuerzas mermando a cada momento. El veneno sigue su curso, ennegreciendo su piel, sometiéndolo a un tormento absoluto.

—¿Y-yo? —traga saliva—. ¿C-cómo pudo ser?

—Piensa, Regulus —ordena con voz neutra—. ¿Qué sucedió esa noche?

—Radamanthys... Ese infeliz... ¡Ese maldito asesinó a mi padre! —ruge presa del odio y la desesperación—. ¡Lo asesinó a sangre fría!

Un dolor se extiende por su corazón, cae de rodillas paralizado por la afección y descubre asustado el aumento de heridas por su piel. Sacude la cabeza sumido en la ignorancia. Se aflige y llora por la quemazón creciente. Rasguña el piso queriendo alejar esa sensación y...

Una trémula luz se enciende en él. Los ojos se abren y levanta la cabeza hacia el otro.

     »¿Acaso... acaso el veneno es... es mi odio por Radamanthys?

—Reafirmo a medias, el por qué superé la ofensa de tu nacimiento —su risa es amable.

—¿Quién es usted, señor? —susurra amedrentado.

—¿Te importa más hablar de eso o regresar con tus camaradas?

La respuesta es lógica. El joven eleva las pupilas llenas de súplica hacia la figura enfundada de pies a cabeza en un manto dorado.

—Por favor, quiero volver. Por favor, ¿podría ayudarme?

—No puedo hacerte volver.

Regulus sacude la cabeza, preso de la ira y el resentimiento. Las heridas se expanden y la sangre fluye negra, espesa, como las gotas de agua en las nubes de sus sueños.

Un momento, esas nubes se desvanecieron con su Lightning Bolt, pero...

—Mi cosmoenergía no fue suficiente para curarme... ¿Qué me faltó entonces?

—Descubrir el verdadero sentido de la palabra "brillar" —comenta casual.

Una ceja se arquea y las dudas desdibujan las facciones de su rostro.

—Ya lo hago, soy un Santo de Athena. Mi cosmoenergía brilla...

—Sí y no. Es insuficiente, tú lo viste. Nunca pudiste combatir a las nubes y las dos figuras te mataron por tus falencias.

¿Cómo sabe eso? ¿Cómo sabe de su sueño? Ahora cae en la cuenta de que antes opinó del bosque como si supiera de qué hablaba Regulus. ¿Quién es él?

     »¿Sabes por qué la vida de los hombres brilla más que la de un dios, Regulus?

—No, señor. Nunca consideré que un hombre brille más que un dios.

El encapuchado hinca una rodilla frente a él y le acaricia con calidez la cabellera.

—Lo hace, brilla de forma tal, que un dios jamás tendría palabras para explicar las sensaciones que despierta en él. Es un brillo cuya magnífica y embriagante belleza es imposible de emular —susurra con voz más ronca de lo esperado—. Y cada hombre muestra haces de luz diferentes, como diferentes son sus personalidades.

Sin duda, el encapuchado ha presenciado un momento de tal envergadura, pues lo expresa con absoluto fervor y entusiasmo. El joven casi puede contagiarse de su sensibilidad con el tono de su simple explicación.

     »Ni las artes o la música se comparan con la vida de un humano. Ellos nacen y luchan desde el primer aliento por dejar una huella en el mundo. Crecen ajenos a su destino, sin poderes o habilidades más allá de su propio intelecto y las falencias propias de su especie. Avanzan por la vida y tropiezan. Algunos se quedan en el piso, pero los que se levantan...

El joven no necesita poner sus ojos en el rostro del otro para saber que está sonriendo. Lo deduce gracias al fanatismo impregnado en sus palabras. El encapuchado está exultante relatando una historia y mostrando su comprensión de la vida humana.

     »Esos brillan con mi luz. La Luz Verdadera, aquella capaz de combatir la oscuridad del mismo Inframundo y cuando mueren, se unen a la naturaleza y viven por siempre en las memorias de otros.

Regulus es golpeado con la potencia de la comprensión. Se le humedecen los ojos al saber quien está frente a él, ocultándose bajo la capucha.

—¡S-señor!

La risa de su acompañante es maravillosa, como notas arrancadas con maestría de un arpa. Regulus tiembla ante su presencia, sintiéndose diminuto y al mismo tiempo, asustado.

Pues estar en Su compañía, es una absoluta traición a su diosa.

—No, no lo es, Regulus —acaricia su mejilla con ternura—. Ella no puede enojarse contigo por acompañarme. Equivaldría a renegar de su propio icor [1]. Tu técnica está basada en la electricidad y ésta proviene del rayo. ¿Quién entonces es el maestro del rayo, sino el mismísimo padre de Athena? Mi padre...

Las lágrimas recorren las mejillas de Regulus y baja la cabeza con emociones contradictorias. El veneno le pasa factura, lo doblega y lo deja indefenso.

     »Suelta el odio, suelta el rencor —alecciona con paciencia—. Aferrarte a ellos, es equivalente a pisotear el legado de Ilias. ¿Recuerdas sus últimas palabras?

—É-él me d-dijo que... l-lo buscara...

—Sí, pero también te dijo que esa noche su estrella se apagaba. A él se lo vaticinó la naturaleza. Al mismo tiempo, otra luz apareció en el firmamento. ¿Sabes de quién era?

—M-mía... era la m-mía, señor —llora, llora con cada pequeña parte de su ser maltrecho.

Solloza desgarrado en sus cimientos, ruge de frustración y remordimiento al recordar ese momento aciago en su vida, trascendental en su personalidad.

     »Y-yo lo maté.... Yo fui incapaz de... protegerlo, de... cuidarlo, como hice con Jonathan... fui un inútil... fui un... un... ¡Papá!

Unos brazos lo sostienen y le dan el afecto necesario para purgar lo que más lamenta.

     »¡PAPÁAA! —ruge apretando la túnica del otro—. ¡Papáaa, papá! ¡Perdón, perdón, perdón!

Lo arrullan con paciencia, entonando una dulce nana mientras las lágrimas purgan el dolor alojado en lo más profundo de su corazón. El único órgano capaz de albergar tantas emociones sin romperse de tajo.

     »Perdón, papito, perdón... perdóname por... por... por... Papá... Te extraño, papá... Te necesito tanto —gimotea entre sollozos—. Perdón por dejarte... morir... ¡Perdóname, papá!

     »¡PAPÁAA!

Grita hasta casi reventar sus cuerdas vocales. Ruge su desesperación e impotencia, sin dejarse nada atrás, extirpando el veneno de su dolor y odio...

Llegando a una comprensión absoluta de sus motivaciones. Su odio no está dirigido a Radamanthys, ni a esa batalla.

Se odia a sí mismo, por ser incapaz de evitar la muerte del hombre que lo engendró y educó. Porque desde el inicio, desde la pérdida de su padre, se odió por haber sido incapaz de ayudarlo. De brindarle apoyo y deshacerse juntos de Radamanthys.

Ahí fue donde sembró la semilla del veneno y al paso de los años, sobre todo con su última grandiosa hazaña con Jonathan, diseminó la ponzoña por todo su ser.

Fueron su impotencia, su reproche y su culpabilidad, los ingredientes reales del veneno. Incrementado por su falta de amor propio, que le llevó a prejuzgar a los demás como medio de defensa para no encarar la verdad absoluta. Lo hizo con su tío, con Manigoldo y hasta con Jonathan cuando le acusó de querer a Manigoldo.

Un Manigoldo que a ojos del rubio, no merecía su cariño, basado en sus propias experiencias.

Sobrepasado al reconocer la verdad absoluta, se hace un bollito entre jadeos acongojados y sollozos desgarradores.

—Mi pequeño —le mecen con cariño—. Mi dulce y pequeño rey... Estoy tan orgulloso de ti, por tu comprensión y aceptación de tus falencias —le besan la cabeza una y otra vez—. Purga el veneno, purifícate.

Las lágrimas siguen cual río en libertad que ha superado el dique. Una gigantesca cosmoenergía, tan parecida a la suya, lo acompaña y lo libera de cada fibra de negra esencia. Su cosmos se regula con el del encapuchado y vibra en una comunión catártica.

Las emociones oscuras se desvanecen con ayuda de la Luz Verdadera, se alejan con cada gota de sal, con cada grito y ruego de una voz que durante años exigió salir y fue apagada por él mismo...

Hasta ahora.

La Luz Verdadera se convierte en su mástil, le arrebata las penas, serenando su espíritu, limpiando su cosmoenergía y le permite descansar sobre sí después de la tormenta.

Regulus suspira aliviado tras descubrir la verdad de sus actos y liberarse de su carga.

Abraza y acepta, en la liberación de ese veneno mortal, el verdadero motivo de su obsesión por obtener la armadura, de demostrarles a los demás su valía, cuán digno era para convertirse en uno de los camaradas y su exigencia porque lo consideraran un adulto, capaz de combatir a su lado y ser tomado en cuenta.

No era a ellos, no era al Patriarca, a su tío, a su padre o a Manigoldo, a quienes quería convencer...

Era a él, que falló una vez, en la más importante noche y de la forma más aberrante.

Era a él, que no se perdonaba la cobardía y el abandonar a su padre por más que él se lo hubiera ordenado.

Era a él, quien falló al desoír los consejos, de calmar sus emociones previo a una batalla. De no ir directo al choque, de hacer oídos sordos a las palabras del enemigo, pero... ¡cuán difícil se vuelve estar en calma cuando las recriminaciones de Valentine eran las mismas que él se hacía!

En la iluminación de sus fallas, comprende que lamentarse por lo sucedido es en vano. Lo hecho, hecho está. El pasado es inamovible, pero su presente puede arreglarse y con ello, mejorar su futuro. Si es que tiene alguno en Cocytos.

Se perdona sus falencias, sus errores y deja atrás su auto reproche, la culpabilidad y la vergüenza por sentirse menos que los demás. Se acepta como es, identificando sus mayores debilidades: su falta de comunicación asertiva y su extrema arrogancia.

En esa tesitura, acepta que su recriminación por la muerte de Jonathan es en vano. De cualquier forma, el rubio jamás le echó la culpa. Al contrario, sabía bien lo que hacía y al final de su vida, también le dejó una enseñanza al aceptar las consecuencias de sus actos.

"Lo siento, pronto comprenderás la verdad. De verdad, perdóname, Regulus.

Perdóname por no ser un buen amigo como anhelabas.

Lamento no haber encontrado otro camino".

Ofrendó su vida dejándole una lección de oro. Llorar por sus errores es una hipocresía. Debe resignarse a su muerte y rogar porque haya aprendido bien de ello y preguntar primero, para evitar después, un desenlace tan trágico con otro inocente.

—Exacto, eso mismo debes tomar en cuenta —susurra complacido dispensando un beso en su coronilla—. Jonathan eligió su camino, tú no tienes injerencia en sus decisiones, pero sí en tus juicios y comportamiento con los demás. Debes forzarte a ser prudente y a buscar la verdad. Me cansé de advertirte: aprende de tus debilidades y refuerza tus lazos.

—Lo siento... de verdad, lo siento —susurra más calmado, después de abrazar su pasado, dispuesto a mejorar su presente.

—¿Acaso no aprendiste de Manigoldo que una disculpa oral no es suficiente? Debes responsabilizarte de tus acciones y afrontar las consecuencias. Muchos te amenazaron con castigarte si desoías sus consejos y de seguro, ahora recibirás más reproches. Deberás también afrontarlos con ecuanimidad porque son las consecuencias de tu tozudez.

El menor baja la cabeza apenado por reconocer los alcances de su vida licenciosa. Esta vez, llegó a extremos inconcebibles. Murió por su propia negación a escuchar consejos y aprender de ellos. Se lo tiene merecido.

     »Incluso, a mi propia hermana le sobran las ganas de ajusticiarte por terco y falto de sentido común —murmura entre dientes—, como si ella tuviera mucho.

—¿Su... hermana? —susurra aprensivo, ocultándose en el tórax del encapuchado, sin atreverse a dar la cara por el bochorno y la culpabilidad.

—Sí, su peor defecto es meterse en lo que no le importa y sigue tu vida como una lectora ávida de saber cómo termina la historia que lee.

—¿Ella... me mira? —jadea asustado con la expectativa.

—Sí, ya perdí la cuenta de las veces en que te quiso lanzar una sandalia, según ella, para acomodarte las ideas —susurra con hastío—. Mientras que no te lance a Asterión...

¿Cómo es que lo mira? Si Él es... entonces Ella es...

Traga saliva con dificultad. Como gato que se precia de serlo, se distrae con la identidad de Asterión. ¿Quién es y deberá temerle? La curiosidad lo mata y lo saca de su refugio.

La Luz Verdadera lo sostiene entre sus brazos y lo arrulla con cariño. Regulus alza la mirada. Sus párpados se extienden al máximo y teme desmayarse por la impresión.

—¡Lo veo! —grita pasmado—. ¡Puedo verlo! —se maravilla—. ¡Puedo verlo, señor!

—Lo sé —su sonrisa se extiende y sus pupilas muestran un afecto inusitado—. Lo has logrado, has sanado y no sabes cuán feliz me siento de haberte dado una oportunidad.

El chico se revisa los brazos. Con extrema felicidad corrobora que las llagas se han ido y con ellas, el dolor de portarlas. Incluso, su cosmoenergía parece diferente, mientras vibra en la misma sintonía que la del otro.

—U-usted quería matarme, ¿verdad? —pone en palabras su mayor presentimiento—. En el lago, cuando lo vi en mis sueños.

—No, ese día desoí todas las advertencias y fui a verte en persona —confiesa al tiempo que entorna los ojos—. Mmh, qué curioso. La desobediencia de los consejos es un rasgo compartido entre nosotros —medita con sonrisa torcida.

     »El punto es que la culpa de tu ahogamiento, fue de tu compañero. Él rompió nuestra conexión y conoces el resultado.

Regulus se mesa los cabellos con una sonrisa apenada. Ahora lo entiende todo.

     »Por otro lado, confieso que esa idea pasó por mi mente cuando eras un niño de pecho —confiesa con los labios fruncidos—. Caí en tu mismo error. Te prejuzgué sin darte oportunidad a que me mostraras tu verdad. Segundo rasgo compartido... Tercero con la falta de sentido común... —musita contabilizando con los dedos y exhala con pesar aceptando su responsabilidad en esto.

—¿Por qué quiso matarme? —quiere saberlo separándose un poco de él.

—Éste no es el lugar para esa conversación, Regulus —lo corta tajante—. Te pido que me des el beneficio de la duda y esperes el momento adecuado para que te lo diga.

—D-de acuerdo —susurra intrigado por esa respuesta.

—Lo que sí te puedo decir, es que deseché esa idea gracias a Ilias... —reconoce con una expresión nostálgica—. Él siempre fue uno con la naturaleza y yo estoy conectado a ella desde tiempos inmemoriales. Eso significa que hoy en día, tu padre está conmigo, así como mi pequeña Arkhes.

Esa es la mejor noticia del día, Regulus olvida su educación y lo avasalla con brío.

—¿Puedo hablar con él? ¿Me dejará hacerlo? ¡Por favor!

—Siempre has podido hacerlo, Regulus. Sólo hace falta que te lo permitas.

—¿Cómo hago eso? Hasta ahora no he podido y eso que ardo de ganas de hablar con él.

—Eso no puedo decírtelo. Debes descubrirlo tú.

Se apaga su entusiasmo al chocar de nueva cuenta con la misma pared. Al menos le alivia saber que puede hacerlo.

—De acuerdo —musita decepcionado—. Disculpe, ¿quién es Arkhes? —se interesó ante la mención del nombre extraño para él.

—Eso lo tienes qué investigar tú —acaricia su mejilla con una sonrisa—. El punto es que Ilias, a través de la naturaleza, se enteró de mis intenciones. Así que habló conmigo de ti, de tu inocencia. Me hizo recordar mi propio nacimiento y razonar que, así como mi hermana y yo no tuvimos la culpa de ser procreados por mi padre, tú tampoco tenías mácula.

     »También me rogó darte una oportunidad para que un día, pudieras demostrarme cuán valiosa era tu vida. Lo reconozco, no me arrepiento de haber desechado esa idea estúpida de asesinarte. Por eso vine hoy...

Las mejillas del león vuelven a llenarse de lágrimas. Su padre lo defendió y protegió hasta de un dios. Cada gota de sal es enjugada por las cariñosas manos divinas.

—¿Usted vino a curarme? —traga saliva aturdido.

—Si bien soy uno de los dioses de la curación, hoy hice uso de otra de mis potestades. La de hacerte consciente de tu falta y lograr tu purificación. Te envenenaste aquella noche. Eso trajo la oscuridad a tu alma y hoy, la purgaste —sonríe fascinado por el pequeño.

     »Por fortuna, comprendes los alcances de tus errores al juzgar a otros. Si bien tu dolor por la muerte de Jonathan te hace consciente de tus faltas, encauzaste bien las razones. Sin embargo, si vine es porque me complaces. Tu vida me hace feliz y quiero también, honrar la de Ilias y ahora, la de Jonathan, quien te dio la lección final a costa de su propia existencia.

—Me pone muy triste haberlos perdido como lo hice.

—No los perdiste, ellos viven en tu memoria. Cuando entiendas eso, superarás tu luto.

—No es fácil —susurra restregando sus manos.

—Nunca lo es, ni siquiera para los dioses que arrastramos asuntos inconclusos. Me pongo de ejemplo: nunca superé lo de mi querida Arkhes y todavía sufro por ella.

—¿La quería mucho?

La Luz Verdadera impregnó su rostro de emociones puras y bondadosas, que Regulus tuvo la certeza de que Arkhes era una mujer digna de admirar y deseó haberla conocido.

—La amaba con todas las fuerzas de mi cosmoenergía. Su pérdida me sumió en una vorágine destructiva. Aún hoy, purgo esos errores —susurra acariciando la mejilla del joven.

     »Por cierto —lo mira con interés—, ¿no querías ir con mi hermana y tus compañeros?

—Ah... ¡Sí! —se pone en pie rápidamente, mirando a todos lados, sin encontrar una puerta para salir—. P-pero... usted dijo que no me podía ayudar a regresar y estoy muerto. ¿No? —se rasca la nuca.

—Y todo eso es cierto —se incorpora en toda su magnífica altura—. No puedo ayudarte. Eres el único que puede resistir el filo de las tijeras de la venerable Átropos con tu cosmos.

Por algún motivo, su mente le trae el recuerdo de lo vivido en su sueño y cómo su cosmoenergía no fue suficiente para romper con la calamidad.

     »Antes no tenías la fuerza para ello —le hace notar con satisfacción—, ahora tu luz es diferente.

—¿Por qué?

—Ya deberías saberlo. Al purgar el veneno de tus falencias y abrazar la verdad que tanto tiempo te negaste a aceptar, purificaste tu cosmoenergía. Ahora puedes enfrentar tus verdaderos límites y superarlos.

—Entonces ¡volveré con los míos! —asegura convencido—. Pero... ¿Y Jonathan? —susurra presa de la congoja—. ¿Terminará sufriendo aún después de muerto? ¡No es justo, mi señor!

—Eso puedes arreglarlo tú... quizá logres un cambio con tus acciones. A finales de cuentas, sirves a mi hermana y ella podrá entender los motivos del chico. Yo que tú, rascaba por ahí —alecciona cómplice.

—¡Bien! Entonces hablaré con la diosa Athena —exclama más tranquilo de saber que su amigo, porque lo es, podrá tener un descanso digno.

—Por cierto, antes de que te vayas —levanta su dedo índice—. Quiero pedirte algo.

—Dígame usted...

—Demuestra a los escépticos cuán valiosa es tu vida —le aprieta los hombros con afecto—, tal y como Ilias me prometió que lo harías. Ahora te toca hacer honor a esa promesa.

—¡Lo haré! —asiente convencido hasta la médula—. Daré todo de mí para conseguirlo, señor —sonríe emocionado—, y gracias por todo. Ah, esto... ¿Volveré a verlo?

Por una extraña razón, desea seguir en contacto. A pesar de saber quién es, su impulso por matarlo durante su niñez y lo que hablan los mitos sobre su carácter, le ha demostrado que se preocupa por él y le entusiasma la expectativa de convivir a su lado.

—Sí, te prometí decirte la verdad del por qué pensé esa loca idea de hacerte daño. Iré contigo y lo sabrás —promete con solemnidad—. Ahora, brilla, mi pequeño. Incendia tu cosmos y convierte tu estrella en una luz capaz de llegar al Inframundo y nunca olvides que te has ganado un lugar en mi corazón.

La única respuesta es el rugido de un poderoso león, cuyo cosmos vuelve a brillar con intensidad en el firmamento.



¡Hola, mis Paballed@s!

Fueron dos capítulos intensos. ¿Qué te parecieron?

Ahora ya sabes lo que hay detrás de los sueños y de quien ve la vida de Regulus. ¿Quién será Asterión? Esa duda quedará resuelta algún día, jajaja.

Espero que haya quedado claro lo de Jonathan. El personaje en un inicio era un traidor de médula, pero al final, cambió tomando vida propia y por eso decidí darle una salida "digna". 

Sí, es un traidor, pero más bien, es un personaje trágico a quien se le cerró el mundo y no encontró una salida prudente o estable. Espero haya quedado claro.

Gracias por seguir esta  historia, por tus comentarios y estrellitas.

¡Hasta el próximo martes!


NOTAS DEL AUTOR

[1] Icor — la sangre dorada de los dioses, que es tóxica para los humanos.

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