15. Las dos figuras
—¡Regulus, espera!
Heracles se interpone antes de que alcance la salida del Templo de Leo. El joven intenta apartarlo frenético, con el nudo de la espantosa posibilidad de llegar tarde, acampando a sus anchas en su garganta.
—¡Por favor, déjame pasar!
—¿A dónde vas con tu cosmoenergía desbordada y errática?
—¿No lo sentiste? ¡Está en todo el Templo!
—¿De qué hablas? ¡Nada ha pasado en el Templo!
Es imposible, Regulus sacude la cabeza. La manada, pero sobre todo Heracles, debió captar la advertencia.
—¡La cosmoenergía! ¡El relámpago! ¡La voz!
Su nerviosismo le juega en contra, la siniestra figura de la ignorancia se levanta ante ellos y coloca una venda en los ojos del semidiós, de la manada.
—Regulus...
—¡Tengo que ir! ¡Déjame ir! ¡Corremos peligro!
—¡Regulus, espe...!
El menor utiliza su velocidad para traspasarlo y sigue adelante haciendo oídos sordos a sus reclamos. Su piel se estremece de pánico con la expectativa de llegar tarde. Si el veneno arrecia empujando a las nubes y él todavía sigue en camino... la tormenta se desatará sin que haya alguien para impedirlo.
Su papá confía en él, por eso le envió esos sueños. ¡Debe salvar al bosque!
En el Templo de Leo, Heracles permanece quieto con los puños apretados y el entrecejo fruncido. Una espantosa punzada en su intuición le advierte del peligro. Los pasos metálicos de alguien le hacen consciente de la presencia de otro Santo de Leo acompañándolo.
—Heracles, ninguna cosmoenergía ajena al Templo se manifestó. ¿De qué relámpago habla? ¿Qué voz le ha advertido? ¿Qué amenaza se avecina para que corra desesperado?
—Es inútil —susurra apesadumbrado el hijo de Zeus asumiendo el cruel papel de un simple testigo de las acciones del actual portador de la armadura de Leo—. Lo lamento, Ilías. Tu hijo se dirige ahora mismo a un encuentro con su destino.
Ambos Santos se miden frente a frente, compartiendo la incertidumbre por el más joven.
»No puedo entender por qué no te ve o te escucha. ¡Eres parte de la manada! Estás atado al pacto. ¿Cómo es que nunca ha preguntado por ti?
—Tengo un leve presentimiento del motivo —musita entornando los ojos—. Me preocupa más que desde el anochecer, su estrella empezó a titilar —levanta el rostro al cielo.
—¿Crees que...? —se interrumpe, incapaz de completar la frase, con los pelos de punta.
—Quieran las Moiras darle la oportunidad de regresar con vida —susurra Ilías preocupado.
Las dos reminiscencias de los Santos de Leo permanecen impotentes en el umbral del Templo, atados al mismo por un pacto que les prohíbe aventurarse lejos de sus muros. Sabiéndose incapaces de auxiliar a quien ahora más los necesita.
—¡Por fin, Asterión! ¡Por fin llegó el día en que se pondrá a prueba tanta charlatanería!
El aludido asiste a la desenfrenada algarabía con un mal presentimiento. El escenario es oscuro y teme el resultado de los acontecimientos establecidos a capricho por un ser desalmado e insensible, motivado por el aburrimiento.
»Veremos de qué está hecho. Por fin mis planes han rendido sus frutos. Aquí se juega el todo por el todo y el mocoso ha jugado con ventaja todo este tiempo. ¿Será que disfrutaré de su tan anhelada muerte? ¡Quiero tanto que lo maten de una vez y por todas!
Asterión aprieta las mandíbulas y contiene las ganas de lanzar un ataque contra la mano que acaricia su nuca. Sus plegarias se elevan hacia el universo, rogando por darle claridad al joven que ha visto madurar a base de esfuerzo y convicción todos estos años.
Sumido en la completa desesperación, el Santo de Leo baja las escaleras hacia el Templo de Cáncer sabiéndolo de antemano vacío. Su loca carrera lo lleva a Géminis y Tauro, cuyos guardianes están juntos en misión. Eso da como resultado tres Santos ausentes y un Santuario vulnerable. Le alivia percibir la cosmoenergía de Shion y acude a su vera raudo. Al llegar a Aries, lo llama a gritos.
—¿Sucede algo, Regulus? —aparece el mayor con premura, limpiándose las manos por estar trabajando a deshoras de la madrugada en la armería.
—Sí, escuche por favor, no hay tiempo. Se acerca el enemigo, debe alertar al Patriarca.
—¿Cómo dices? —cuestiona sin aceptar la realidad—. No siento ninguna cosmoenergía.
—Créame, vendrá —dice manoteando de impaciencia—. Busquen mi cosmoenergía, señor Shion. Yo los llevaré a donde está el enemigo —le ruega con la mirada.
—Regulus, espera —le toma del brazo para controlar su ímpetu—. Dame una explicación.
—No hay tiempo, cuando las nubes lleguen a las aldeas aledañas, lloverá —señala hacia afuera del Templo—. Las gotas son veneno y matarán a todo ser vivo.
—¿Cómo sabes eso? —aprieta su agarre con gesto preocupado.
—Créame, por favor —lo toma de los brazos a su vez—, señor Shion, créame. ¡Lo sé!
El Santo de Aries guarda silencio analizando las variables con rapidez. Se dirige a la entrada del Templo de Aries, Regulus lo sigue y le señala las nubes visibles a lo lejos, gracias a la luz de la luna llena. El viento agita las ropas y los cabellos con fiereza. Shion toma la decisión.
—Le informaré al Patriarca y cuando todo pase, nos explicarás todo al detalle.
—¡Gracias! —le sonríe con alivio.
—Vete y Regulus... —le llama con seriedad—, no cometas ninguna imprudencia.
—¡No, señor Shion!
Pletórico por obtener la confianza del muviano, Regulus corre hacia las nubes, ubicando a través de ellas el lugar donde se desarrollará la batalla. Tras de sí deja una estela de su cosmoenergía para ser localizado por sus compañeros. Sus pasos le llevan hasta el bosque y se introduce en el ecosistema con una inquietante expectativa.
La garganta se reseca. Los detalles de su sueño lo persiguen como perros al acecho. Consciente de la línea de los acontecimientos, su probable destino se erige como una muralla inquebrantable: aquí inicia todo, aquí muere en manos de esas dos figuras.
Una execrable calamidad se aproxima y el viento se engruesa en respuesta. Regulus se fuerza a mantener la calma, a pesar de conocer su destino. Se alecciona bajo la premisa de que, al conocer las líneas del futuro, trabajará en desdibujarlas y llevar la victoria a su bando. No hay lugar a errores, encontrará la estrategia para vencer al enemigo.
Sus pies le llevan al sitio donde las nubes se arremolinan con vigor y al llegar, el corazón se salta un par de latidos. Bajo sus pies, un enorme círculo creado por la erosión aguarda silencioso. Lo conoce demasiado bien.
Éste es el hueco por el que los rayos del sol y la luna entran a la cueva del ojo de agua que Jonathan le mostró.
La cueva secreta se encuentra metros abajo de sus pies.
En el interior de la misma percibe el cosmos de varios Espectros. Éstos caminan a través del sendero oculto que desembocará a las inmediaciones de Rodorio. La invasión a El Santuario ha empezado antes de tiempo.
Su pecho se abre de par en par como una puerta a la dimensión del dolor. El tormento lo impregna en cada poro, negándole la coherencia al divisar una figura familiar.
¡Es el ejército de Radamanthys! ¡En Rodorio!
La cabeza le punza, la respiración se torna errática, su mente alcanza una epifanía: existe una sola forma de terminar esta ofensiva y es a través de la venganza.
La hiel se asienta a sus anchas en su boca y le acompaña el sabor metálico de la sangre emanando de su lengua rasgada por sus dientes. La nariz está incapacitada para soportar el humeante aliento de la furia. Su sensatez se apaga. Su cosmoenergía oscila indignada.
—¡¿DÓNDE TE OCULTAS RADAMANTHYS?! —ruge desenfrenado.
El ruido de una rama al romperse llega a sus oídos. Regulus voltea de golpe hacia ella con los puños apretados, listo para destrozar a quien sea el insensato que se esconde a sus espaldas. De entre las sombras, distingue unos cabellos rubios y la figura de su enemigo, ataviado con el manto protector de los Espectros.
La luna se digna a filtrar sus rayos y en un segundo, la realidad se impone a la fantasía.
—Así que fue él quien mató a tu padre. Ya lo sospechaba... Tu padre fue un obstáculo y como tal, debió ser quitado del camino. Lo siento por ti, Regulus.
Un mazo lo parte en dos. Lo inesperado de la situación le produce náuseas. Al trastabillar, con el talón izquierdo aprecia el borde de la caverna. Se paraliza mientras la figura avanza.
—¡¿Tú?! —agita las ideas en la esperanza de encontrarle sentido a la situación—. ¿Qué haces aquí? —da varios pasos hacia él por impulso—. ¡Es peligroso! ¡Vete ya!
—No, no lo es —la figura avanza vestida de blanco. La luz plateada de la luna llena muestra sus rasgos matizados por una resolución enfermiza—. Ellos están aquí, gracias a mí.
La revelación lo sacude hasta sus cimientos. No puede creer tal aberración a la naturaleza, a la humanidad.
—¿Q-q-qué? ¿Por qué? —se adelanta hasta zarandear al rubio—. ¡¿Por qué harías eso, Nathan?!
—Porque es el momento perfecto para la purificación de Rodorio —sonríe con tanta seguridad, que le provoca escalofríos.
La diestra de Jonathan se alza para alcanzar su mejilla. Regulus retrocede tres pasos, la piel de sus manos le quema después de haber tocado al rubio. Su instinto de supervivencia le recuerda la entrada de la cueva en el piso, a sus espaldas. Retroceder demasiado, significará caer varios metros de profundidad al vacío.
El de blanco avanza con ansias ocultas, en su afán de tocar a Regulus, quien lo evade.
»En cuanto a ti, no estoy dispuesto a dejarte en manos de ese imbécil... ¿Por qué lo permitiría? Eres demasiado puro para ser manchado por su maldad.
—¡Estás loco de atar, Nathan! —vocifera exasperado—. Además, tú no pudiste llamarlos.
Las risotadas rompen el silencio. De esa garganta proviene la desgracia.
—Eres tan inocente... ¿Quién crees que los ayudó la última vez? —cuestiona desequilibrado, con ojos llenos de una certeza aplastante—. Mi abuelo, por supuesto. ¿De qué otra forma los espectros llegarían tan lejos y en tan poco tiempo, sin ser detectados?
—¿Q-qué? —se lleva una mano a la frente asustado—. ¿Cómo un simple hombre puede ostentar tal poder? ¡Nadie en Rodorio tiene cosmos! ¡Son personas comunes y corrientes!
Jonathan se acerca hasta quedar frente al Santo de Leo. Su mirada muestra un desequilibrio mental y su sonrisa grotesca hiela la sangre. Regulus reconoce la sensación del miedo. Nunca se enfrentó a alguien con tanto tormento marcado en su rostro inocente.
El hijo del herrero insiste en su afán de tocarlo, Regulus se aleja inquieto por su mera presencia.
—Por eso es que pudimos acercarnos. Ustedes, los Santos Dorados, no saben la verdad de los mitos —exhala neutro, con los ojos cargando una verdad indiscutible.
»Los misterios de las Llaves del mundo de los muertos nos fueron heredados de generación en generación —ladea la cabeza con los ojos entornados—. Somos sus guardianes —manifiesta irónico—. ¡Y vivimos en la cara de Athena! Sólo ella es ciega a nuestro poder.
—¿Por qué los ayudas? ¿Acaso no sabes que los Espectros quieren destruir a la humanidad? —plantea para hacerlo entrar en razón.
—Porque cuando nuestro señor Hades llegue, nosotros seremos recompensados. Vendrá con su espada justiciera y ejecutará a este mundo decadente. Él traerá la paz eterna.
—¿Cómo crees que el dios del Inframundo será benevolente con un traidor a su raza?
Jonathan exhala con paciencia y ladea la cabeza con una sonrisa pesarosa.
—Una persona como tú no lo entendería, Regulus. Eres demasiado lineal y has vivido con una venda sobre los ojos. Tu carácter alegre demuestra cuán bien te ha ido en la vida. Te falta conocimiento sobre la verdad tras los actos de los dioses.
—¿Qué verdad? ¿De qué estás hablando? —reclama exasperado—. Nathan, Hades te engaña bajo falsos argumentos. Nuestra diosa quiere defender a la humanidad, a los inocentes. ¿Qué te impide comprenderlo?
—¿Nos defiende? ¿Athena defiende a los inocentes como Medusa? —se carcajea con ganas—. ¡Ella la transformó en el monstruo del mito y Medusa es un nombre de tantos que cayeron en el olvido! ¿Y a sabiendas de ello, sigues de su lado? —acusa rencoroso.
Se sacude las prendas y ruge con vehemencia:
»¡Athena es la que actúa bajo el doble discurso y la hipocresía! Con una mano finge pelear a tu lado por la humanidad que ignora con desdén y con la otra, te abandona a tu suerte en Cocytos. ¿Acaso me negarás que Athena nunca te ayudó a encontrar a tu padre?
—Esa... ¡esa es mi tarea! No metas a mi diosa en mi propia búsqueda personal.
—¡Patrañas! —sisea con los ojos llenos de resentimiento—. ¿Cuándo Athena se ha preocupado por los inocentes y desprotegidos? Yo, que vivo en Rodorio, soy testigo de la podredumbre, la violencia y la injusticia. Tu diosa sólo se jacta de ayudar.
»¡Nosotros vivimos en carne propia la decadencia humana y la tortura infinita mientras ella se da una vida de reina y ustedes le besan los pies!
—¡Eso es falso! ¡Athena pelea por nosotros contra los dioses!
—¡Nosotros, los guardianes de las Llaves, somos la verdadera defensa de la humanidad! Somos los rebeldes que se sublevan contra su control hipócrita. Somos los descendientes de todos aquellos castigados por los dioses con sus maldiciones y su absurda indiferencia ante nuestro dolor perpetuo y como tales, ¡merecemos justicia! —brama con vigor.
En la explosión de acusaciones, alcanza a acariciar la mejilla de Regulus. Su tacto húmedo es amargura pura, venenosa e inclemente.
El Santo de Leo aleja el rostro, Jonathan suelta una carcajada enferma, llena de sufrimiento.
»Nunca lograrás entender nuestra motivación. Deberías vivir en carne propia los golpes, las humillaciones y las vejaciones perpetuadas por los hombres, encarnadas en tus propios vecinos y líderes —asevera indignado—. Para destruir las viejas prácticas, nuestro culto apoya al misterioso dios Hades desde tiempos inmemoriales.
—¡Hades traerá la muerte!
—¡Nuestro señor Hades traerá la paz eterna! —afirma convencido hasta la médula—. Por eso mi clan originalmente se trasladó a Rodorio, la villa más cercana al Santuario, mientras mis familiares distraen al ejército de Athena en el resto de Europa.
—Hades no traerá la paz eterna, sino la destrucción —insiste con amargura—. Y empezará por ustedes, como traidores a su raza.
—Error, Regulus —mueve su dedo de izquierda a derecha frente al rostro del otro—. No somos traidores, somos adoradores. Tal y como tú adoras a la asquerosa Athena y su falso amor por la humanidad.
»En cambio, nuestro señor Hades traerá la paz eterna. Los inocentes dejarán de sufrir y los perversos recibirán su justo castigo.
La desazón impregnada en sus palabras revela la verdad oculta. Regulus traga saliva al comprender la firme convicción de su amigo en su credo y adoración a un dios que sólo destruirá sin piedad alguna.
—¿Por qué si sabías que pertenecíamos a bandos contrarios quisiste ser algo mío? —susurra con el corazón sangrando por el dolor de descubrir a su amigo convertido en un enemigo mortal.
—Porque mi padre y yo desoímos el llamado y las lecciones de mi abuelo —susurró acongojado, con los ojos llenos de lágrimas venenosas—. Sin embargo, Cáncer aceleró todo. Sus actos, negados y sostenidos por ti, desataron una vorágine de sucesos que me permitieron entender sus enseñanzas.
—¿Q-qué... q-qué te pasó?
—¿Ahora te importa? —desdeña y ríe a carcajadas cubriéndose la cara con las manos.
Jonathan exhala con pesar, dejando caer los brazos a los costados y le dedica una mirada cargada de significado.
»Debes ser tú quien se sacrifique, Regulus... Lo siento, pero tú eres el sacrificio elegido por este sacro lugar —aclara extendiendo los brazos—. ¡Pudiste entrar! Eso te hace perfecto.
Su mundo se hace trizas, Regulus agita la cabeza sin creerse la verdad.
—¿Por qué deseas mi muerte? ¡Eras mi amigo!
—Era... tú lo has dicho —susurra con ojos marchitos y una absoluta resignación—. Tú me hiciste a un lado. ¿Lo olvidaste? Me pediste que no volviera a buscarte o me arrancarías la cabeza —musita y las lágrimas caen más rápido.
»¡Me trataste igual o peor que ellos! Y sólo quería mostrarte la verdad... —encoge los hombros con desdén—. Es mi culpa. Lo acepto. Me enamoré de tu felicidad expresada cada día que nos encontrábamos y fui egoísta, te quise para mí —se relame los labios—. Te quiero para mí... —jadea con los ojos hechos agua.
»Quédate conmigo, Regulus... —ruega con fervor—, quédate conmigo y vive a mi lado la venida de nuestro magnífico señor Hades. Recibamos juntos la paz eterna...
Regulus se asusta con la expectativa. ¿Cómo se uniría a alguien cuyo único objetivo es traicionar a la humanidad? Él confía en sus creencias, en sus compañeros y su diosa.
Por cierto, ¿dónde están los Santos de Oro? ¿Acaso se han perdido o fueron atacados por los Espectros que salieron previamente? ¡Debe ir a Rodorio! Debe terminar esta charla.
—Nunca me tendrás porque no me gustas, Nathan. Nunca me gustaste y tu creencia es todo aquello que combato. Lo lamento, pero creo en mi diosa, en mis camaradas y pelearé por la humanidad. Por los inocentes. Debo irme.
—Ya veo, con que esa es tu decisión —musita decepcionado y aprieta los labios impotente—. Entonces tu destino será sacrificarte para gloria de nuestro señor Hades.
Jonathan baja la mirada y extiende las manos. Susurra unas palabras ininteligibles con fervor absoluto. Regulus no comprende qué hace hasta que intenta moverse. Es inútil. Se analiza y descubre su cuerpo entumecido, paralizado, a merced del enemigo.
»De verdad deseaba compartir contigo nuestros últimos momentos. Ahora tu nombre se perderá con el tiempo y sólo serás uno más de los habitantes de Cocytos. Y yo, seré bien recompensado. Debiste elegirme en lugar de aferrarte a tus estúpidas creencias, a tu diosa hipócrita, respaldando las injusticias de este orden mundial encarnado en Cáncer mismo.
Jonathan saca una daga extraña de sus prendas, se acerca a Regulus con amargura y le abre la piel del brazo desprotegido por la armadura. La sangre cae a la tierra mientras el rubio recita unas palabras. Regulus está obligado a ser un testigo de este ritual por su inmovilidad.
La sangre sigue un camino hacia la abertura del ojo de agua y se acumula en una zona. Los vientos arrecian, la temperatura cae, las nubes se congregan. La sangre forma las líneas de una puerta con símbolos arcanos y al abrirse, una figura oscura emerge.
Regulus reconocería en cualquier lugar esos cabellos rosas y la armadura que lo cubre. Es uno de los más fieles seguidores de Radamanthys. Su estómago se encoge ante la probabilidad de presenciar la llegada del Juez del Inframundo.
Tras el primero, varios Espectros traspasan el umbral mirando a su alrededor. Regulus se encuentra en el predicamento de si agradecer o no, que ninguno sea aquél Juez cuya mera imagen hace hervir su sangre.
—Cumplí con mi labor, he abierto las puertas para que puedan acceder a Rodorio como quedó establecido, mis señores —ofrece Jonathan con sumisión desmedida.
»Les entrego mi ofrenda —señala a Regulus—. Él es el hijo del Santo de Leo que mataron la última vez que estuvieron aquí. El niño que se escapó. A cambio, ruego encarecidamente que la señora Pandora cumpla con lo prometido.
El líder del grupo recorre el sitio con pereza. Sus ojos dorados se posan en Regulus. El joven león le muestra los dientes, dispuesto a dar pelea, motivando una sonrisa sardónica en el Espectro.
—Sí, sí, quedaste en ello con mi señora Pandora y en cuanto abriste la primera puerta, el pacto quedó sellado —informa con voz lacónica—. Ustedes —comanda al resto de los Espectros—, vayan a Rodorio y únanse a los otros. Ya saben qué hacer. Ahora los alcanzo.
El grupo hace una inclinación y obedece la orden sin rechistar. Regulus intenta detenerlos y su parálisis se lo impide. El Espectro se desplaza unos pasos hacia el ateniense valorando su postura rígida.
»Con que tú eres el nuevo Santo de Leo. Seré bien recompensado —se jacta pretencioso—. Mi señor Radamanthys de seguro tiene planes para ti. Yo, Valentine de Harpy te llevaré con él y le daré una agradable sorpresa.
—¡Primero tendrás que derrotarme! —exclama Regulus con vigor.
—Sólo necesito arrastrarte al portal y...
—Con su sangre abrí el portal, mi señor —informa Jonathan.
—Oh —gruñe disgustado por el cambio de planes—, si sabías que el chico era importante, ¿por qué lo tomaste como sacrificio?
—Su sangre era la única capaz de abrir un portal resistente a pesar de las defensas de Athena. Usted lo vio, el otro colapsó muy pronto en cuanto intentó atravesarlo. Mientras más potente sea la sangre usada para la invocación, se asegura la entrada a Espectros de mayor cosmoenergía, como el venerable Juez.
—Odio que sus portales sean tan endebles —rumia incordiado—. Debiste reforzar los rituales. Los otros Guardianes lo hicieron, ¿por qué tú no? —cuestiona intransigente.
Jonathan recibe el regaño con sumisión y tranquilidad. Pareciera acostumbrado a interactuar con personas rudas y carentes de paciencia.
—Porque los otros Guardianes estaban lejos del escudo de Athena, mi señor. Es más difícil mantener un portal con esa cosmoenergía bloquea...
—Excusas —interrumpe malhumorado—. Por lo que entiendo, si lo usaste de sacrificio, significa que sólo debo matarlo para mantener el portal estable y que mi señor Radamanthys pueda venir. ¿Es así?
—Sí, ahora mismo, está indefenso. Me di a la tarea de atar sus movimientos —susurra Jonathan caminando hacia Regulus, deteniéndose a un lado de él—. Es parte del ritual, alguien con la sangre adecuada debe ser el primero en morir para que el portal se estabilice. De lo contrario, colapsará...
—Deja de parlotear —censura impaciente el Espectro.
El joven rubio repasa con sus orbes el rostro de Regulus y acaricia con suavidad su mejilla. El león le dedica una mirada asqueada.
—Lo siento, pronto comprenderás la verdad —susurra Jonathan con tono neutro—. De verdad, perdóname, Regulus. Perdóname por no ser un buen amigo como anhelabas. Lamento no haber encontrado otro camino.
—Eres despreciable, Jonathan. Ojalá te elijan para los peores tormentos en el Inframundo —susurra Regulus con el dolor de la traición impregnado en cada parte de su voz.
El rubio sonríe con amargura. Los ojos se le llenan de lágrimas y baja la cabeza derrotado, con las manos empuñadas a los costados, apretándose con fiereza.
—Basta de palabrerías —interrumpe Valentine—. Lo mataré con mis propias manos. Ya mi señor Radamanthys vendrá para llevarse su alma y ensañarse con él.
Valentine prepara su mejor golpe. Regulus asiste a su ejecución impávido, con un nudo en la garganta.
La técnica es lanzada contra él. Sus ojos ven a través de ella, podría pararla de tener movilidad. Aprieta las mandíbulas maldiciendo su destino y su falta de sentido común por confiar en un traidor.
"Lo siento, papá. Perdóname por ser tan crédulo".
Su rostro se llena de sangre, su armadura recibe su dotación y un peso extra.
https://youtu.be/8qks6AZzRQ8
Al abrir los ojos y aún sin poder moverse, descubre que es el pilar en el que un Jonathan tambaleante se sostiene de los hombros cubiertos por el ropaje dorado. Su cuerpo sangra de diversas partes, completamente destrozado.
—¡Nathan!
—¡Insensato! ¿Cómo osas interponerte? —sisea Valentine—. ¡El portal colapsará!
Jonathan sonríe con alegría, presa de un estremecimiento masivo y levanta el rostro hacia Regulus, con ojos brillando de satisfacción.
—Creo en ti... Confío... en que encontrarás... a tu padre —susurra con una lágrima rodando por su mejilla—. Tú puedes... derrotarlo. De verdad... te quiero, Reg...
Otra lágrima cae al tiempo que su cuerpo es recibido por la Madre Tierra quien lo sostiene mientras exhala su último aliento. Los ojos de Jonathan permanecen abiertos y una dulce sonrisa se marca en sus labios inertes.
Las acciones de Jonathan son incomprensibles para Regulus. Se lleva las manos a la cabeza y descubre que ha recobrado el control de su cuerpo. Quizá, al morir ¿su amigo? aquello que lo mantenía estático se desvaneció.
—Inútiles humanos —susurra el Espectro de cabellos rosados—. ¿Cómo osan traicionarnos? —su bota aplasta el cráneo de Jonathan contra la tierra y lo convierte en puré—. Te buscaré en el Inframundo y me encargaré personalmente de que sufras por el resto de la eternidad.
Eso mismo fue lo que deseó Regulus, lo que le dijo antes de que Jonathan se ¿sacrificara? por él. El joven león sacude la cabeza con miles de preguntas sin responder. Una furia se asienta en su pecho y sale en forma de un rugido descomunal.
—¡Para eso tendrás que derrotarme! —advierte presa de un dolor inexplicable—. ¡No dañarás a Nathan!
Su instinto de protección florece porque de alguna manera, Jonathan evitó que lo mataran e impidió la llegada de Radamanthys. Aunque sus motivos para ello sean desconocidos, lo ayudó y sus últimas palabras le carcomen el alma.
¿Quién era Jonathan en realidad y por qué hizo lo que hizo? Son dos preguntas que nunca podrá responderse.
—Si ese es tu deseo —desdeña Valentine, quien se prepara para la batalla—. Muéstrame de qué eres capaz.
Las cosmoenergías se incrementan hasta el infinito. Los dos guerreros se disponen a encarar la muerte. Regulus se concentra en utilizar sus mejores movimientos, en ser certero en sus golpes. Valentine se muestra como un rival temible, evadiendo y anulando cada embate del dorado. La balanza se mantiene estable. Ambos son enemigos formidables.
»¿Por qué eres un hipócrita?
—¿De qué hablas?
—Tu doble moral es cuestionable. Primero deseaste que el humano sufriera un tormento eterno y ahora, que te cumpliré el capricho, te opones a que cumpla con tu deseo.
La fuerza de esa verdad le hace dudar. Valentine lo aprovecha, sus golpes acelerados encuentran la humanidad de Regulus con éxito menguado. La coraza del león se resquebraja de a poco mientras cuestiona sus propios actos.
»Ese maldito humano se entregó a nosotros en cuanto aconteció la muerte de su padre a manos de los líderes de Rodorio —asevera Valentine sin cesar sus ataques—. Fue fácil corromperlo y alentarlo a abrir las puertas del Inframundo con la promesa de enviar a su padre a los Elíseos.
»¡Es un imbécil! —se burla a carcajadas—. Nunca consentiremos la entrada de un asqueroso humano en terreno sagrado.
Las verdades ocultas vienen a la luz arrasando a su paso la coherencia del menor. La imagen de Jonathan cayendo en un mar de desesperación del cual Regulus ignoraba, le parte el corazón. Los golpes del rival aumentan su certeza.
—¡Nathan no es un imbécil! —vocifera controlando las lágrimas—. ¡No te atrevas a insultar su inocencia!
—¡El mocoso no era más que una escoria! —se burla sin piedad—. Sólo fue necesario que Cáncer le echara la culpa de la destrucción del camino hacia El Santuario, para darle la excusa perfecta a los líderes que ya miraban con malos ojos al herrero y a su hijo.
»Fue cuestión de tiempo para que esos líderes instaran a los pobladores a atacar la herrería y en el proceso, mataran al padre. ¡El chico tenía razón, su sufrimiento fue culpa de Cáncer!
—¡Cállate! ¡Eso no es cierto! —ruge iracundo, cegado por las lágrimas que resbalan sin control por sus mejillas—. ¡Te haré tragar tus palabras!
Porque de ser cierto, significa que repitió su error. Volvió a juzgar mal a alguien y ahora, ese actuar tuvo consecuencias trágicas.
Ha muerto Jonathan por no escuchar su verdad.
Aún recuerda sus palabras cargadas de desesperación.
"¡Es por él! ¡Todo es por él! ¡Es su culpa!".
"Puedo demostrarlo. Lo hizo ese día que casi nos besamos. ¡Mírame y di que me crees! ¡Por favor, créeme!!
"¡Yo fui la víctima! ¡Ni siquiera sabes quién es él! ¡Es una mala persona!".
¡Esas palabras eran un grito de ayuda! Y Regulus, en su arrogancia de saberse dueño de la verdad, lo ignoró.
Mientras sigue peleando con las emociones a flor de piel, algo en él despierta y le gruñe por sus acciones. Le reprocha no haber escuchado más a su amigo y hacer las preguntas correctas. Sin embargo, la conducta de Jonathan era tan... confusa.
"¿Él te ha tocado, Reg?"
"¿Abusó de ti?"
"¿Sabes por qué jamás lo vi contigo y con los otros aparece en Rodorio con mucha frecuencia? Porque sólo quiere jugar contigo y tú lo dejas con esa venda sobre los ojos que no te quitas para conocerlo como es".
Regulus evade un par de golpes, pero cada vez son más certeros los de Valentine y la sangre escapa de su boca con uno bien puesto en el abdomen.
Se cuestiona lo que nunca sabrá ya. Con la muerte de Jonathan, se llevó a la tumba sus dudas sobre los actos del otro. ¡Debió preguntar! Debió buscarlo y hablar bien con él, en cambio lo sentenció...
"No entiendo por qué en tu venganza, me apuñalas cuando fui más que sincero contigo. Se acabó todo entre nosotros. No vuelvas a buscarme o yo sí te arrancaré la cabeza".
—¿Crees que podrás conmigo? —ríe Valentine evadiendo los golpes, aprovechando la ceguera temporal por el líquido lagrimal—. ¿Tú? ¡Eres sólo un niño idiota como ese mocoso!
—¡Que te calles! —sisea mostrando los dientes—. ¡Deja de decir eso!
—¿Acaso no fuiste engañado por esta escoria humana? —asesta un par de golpes en el abdomen—. ¡Estás aquí y tu pútrida sangre convocó el portal! Ni siquiera se necesitaron grandes sacrificios —evade un golpe hacia su cabeza—. ¡Eres patético como él!
Es cierto, un momento. ¿Es cierto? ¿Fue engañado para ser el sacrificio?
"¿Cuándo Athena se ha preocupado por los inocentes y desprotegidos? Yo, que vivo en Rodorio, soy testigo de la podredumbre, la violencia y la injusticia. Tu diosa sólo se jacta de ayudar".
"Nunca lograrás entender nuestra motivación. Deberías vivir en carne propia los golpes, las humillaciones y las vejaciones perpetuadas por los hombres, encarnadas en tus propios vecinos y líderes".
"Tú me hiciste a un lado. ¿Lo olvidaste? Me pediste que no volviera a buscarte o me arrancarías la cabeza. ¡Me trataste igual o peor que ellos! Y sólo quería mostrarte la verdad..."
La convicción de Jonathan pudo ser destruida si Regulus se hubiera dado a la tarea de leer entre líneas. Sin embargo, su arrogancia al pensar que lo sabía todo y prejuzgar que Jonathan sólo quería herirlo, lo cegó y éstas son las consecuencias.
"Quédate conmigo, Regulus... quédate conmigo y vive a mi lado la venida de nuestro magnífico señor Hades. Recibamos juntos la paz eterna...".
La paz eterna... la paz...
¿La muerte? ¿Eso significaba "la paz" para Jonathan? ¿Morir era la única salida a su sufrimiento?
"Los inocentes dejarán de sufrir y los perversos recibirán su justo castigo".
¡¿Por qué no habló antes con él?! ¡¿Por qué lo juzgó sin escucharlo?!
"Creo en ti... Confío... en que encontrarás... a tu padre. Tú puedes... derrotarlo. De verdad... te quiero, Reg..."
Jonathan se sacrificó por él, para devolverle la movilidad y destruir el portal antes de la llegada de Radamanthys... Le alentó a destruir a Valentine con su último aliento.
¡Jonathan estaba tan desesperado que no encontró otra forma para ayudar a su padre y buscó la paz eterna! ¡Buscó su muerte!
Y él... y él...
Regulus da un par de saltos atrás con la desesperación plasmada en su talante. Con las recriminaciones personales ensañandose con su corazón. Eleva su cosmos al infinito y lo concentra en su puño.
—¡Te enseñaré a respetar a Jonathan! —amenaza determinado—. No volverás a insultar su memoria y con esto, pagaré mis culpas. ¡Vengaré su muerte!
Las imágenes de Jonathan y su propia culpabilidad por no arreglar las cosas a tiempo, plagan su hipotálamo, apagando cualquier instinto de supervivencia y sentido común. Las enseñanzas de Asmita se pulverizan, los consejos de Sisyphus caen en un charco espeso de silencio y la coherencia es apresada por la locura de reconocer que hizo caso omiso a las lecciones de Albafica. Los deseos de venganza priman en la pirámide de las emociones.
—¡Su memoria está al mismo nivel que la de un gusano como los que ahora alimenta!
—¡Te haré tragar tus palabras! —sisea frenético, aprestándose para lanzar su mejor golpe—. Lightning Bolt!
—Greed the Life! —corresponde con la misma intensidad.
Las dos técnicas chocan, los combatientes recorren el espacio tiempo. Sólo uno queda en pie.
El ganador es testigo ufano del viaje del otro cuerpo cayendo al ojo de agua ubicado metros abajo y celebra a carcajadas su absoluto triunfo cuando la armadura dorada abandona el cadáver del cachorro que se creyó león y poseedor de la verdad absoluta.
Regulus, el prodigio, el guardián del Templo de Leo, ha muerto.
Musas, entonen himnos en honor del insensato que prefirió sus propios juicios en lugar de la verdad y murió en vano, diezmando el ejército de Athena.
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