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14. Agujas y Rosas



Sentado frente a la mesa de su habitación, con el cuenco de frutas a medio consumir, un apático Regulus mueve la comida con el tenedor. Como ya parece ser costumbre, el descanso se negó a tocar a su puerta y como resultado, la cabeza le retumba.

Los acontecimientos del día anterior cimbraron sus estructuras y pusieron en entredicho sus juicios sobre las personas con quienes se codea. El último comportamiento de Jonathan resulta diametralmente opuesto al del joven que creyó conocer. Su afán de lastimarlo en su venganza contra Cáncer, le parece justificado para un enemigo.

La palabra de por sí suena desmesurada si pone en la balanza los momentos compartidos. Jonathan fue un sostén y un escape cuando su vida en El Santuario se tornó oscura y agria, pero lo de ayer lo desestabiliza.

¡Es que no entiende a Jonathan! ¿Por qué alberga tanto odio por Manigoldo para lastimar incluso a Regulus? ¿Acaso fueron la rabia y humillación, los motores para orquestar una venganza absurda y exagerada? ¿Esa revancha fue resultado de un exabrupto propio del rechazo a su amor?

Son muchas las incógnitas sin respuestas. De algo está seguro: en su afán de mantener separadas su vida con Jonathan y la de El Santuario, Regulus entrecruzó poca información. Eso trajo como resultado que Jonathan desconociera muchas de sus vivencias como Santo de Athena, incluso se guardó todo lo de Manigoldo. En cuanto a sus compañeros, con excepción de Yato, los detalles de su amistad e incluso, la existencia del hijo del herrero, son un misterio.

Además, las reuniones con Jonathan cayeron en una burbuja donde las únicas desavenencias versaban en cuándo podían verse y qué hacer esos días. Ellos mantenían una buena relación hasta... lo del intento de besarlo.

"Qué difícil es reconocer la verdad. Conozco muy poco de Jonathan, sólo compartimos gustos, escapadas y juegos. El resto, como su vida con su padre o bien, el paradero de su madre, es un completo misterio. Jonathan me ocultó fases importantes de él y, en mi decisión de separar El Santuario de mis escapadas, no quise profundizar más para no motivar preguntas sobre mi vida como Santo de Athena".

Ahondar en esto le llevará la vida. La única solución es hablar con Jonathan y Regulus le exigió mantenerse lejos. ¿Se sobrepasó con ello o fue lo más prudente? Ahora mismo le faltan ganas de buscarlo porque le sobran los reproches y en esa tormenta descontrolada, no solucionará nada.

Unos golpazos en la puerta asustan sus cavilaciones y lo levantan un par de centímetros de su asiento. Al otro lado de la madera, las cosmoenergías alteradas de Kardia y Albafica aguardan. Por un momento, Regulus otea alrededor para buscar una ruta de escape segura o barajea la posibilidad de fingirse dormido. Ya puede imaginar quién lo ajusticiará...

¡Aguja Escarlata!

Una gota de sudor resbala por su columna ante tal posibilidad macabra.

—¡Abre la puerta o la tumbo! —ladran con impaciencia—. Puedo sentir el cambio en tu cosmoenergía y no permitiré que te escapes de ésta. ¡Abre, te digo, o abriré a patadas!

La sorpresa por la apoteósica exigencia se desvanece con la identificación del dueño de la voz, quien golpea de nuevo desaforado y activa al león. Éste se apresura a la puerta y obedece la comanda, no sin antes tragar saliva y colocar su mejor careta de tranquilidad aunque sus ojos lo traicionen revelando su incertidumbre.

—Buenos días para usted también, señor Albafica —pronuncia con voz serena, sorprendiéndose hasta él mismo por tal control.

—Albafica a secas —remarca con el hermoso rostro sonrojado y los ojos brillantes por la rabia—, así discutimos este asunto entre iguales.

Tras él, Kardia aguarda recargado contra la pared, con los brazos y los tobillos cruzados. La escena es inverosímil. ¿Cuándo cambiaron los papeles? Juraría que Kardia era quien perdía los estribos y Albafica se controlaba. ¿Qué está sucediendo?

—De acuerdo, ¿quieren entrar o lo discutimos aquí?

—No, entraremos porque odiaré que alguno de nuestros compañeros pase y se sienta en el derecho de meterse donde nadie le llamó.

Regulus permite el paso franco. Albafica avanza y un Kardia relajado lo sigue.

—Yo que tú, me ponía la armadura —aconseja por lo bajo el Santo de Escorpio—, dudo contener a éste por mucho tiempo —sonríe con sadismo.

—¡Te escuché, Kardia!

—Por eso lo dije, Alba —aclara rascándose la sien—. Espero que te moderes o Su Santidad nos mandará al Yomotsu como se dé cuenta de que estás aquí en pie de guerra.

Regulus cierra la puerta y se cuestiona el hacer o no, caso de la recomendación. Albafica luce sus ropas de diario. En cambio, Kardia ostenta su armadura y una tensión endurece la línea de su boca.

Los dos invitados forzosos toman asiento en la mesa, Regulus recuerda las reglas de etiqueta y se desplaza por la cocina sirviendo un par de vasos con agua.

     »Agua —sisea Kardia—, no la tomaría ni para los hongos de mis pies.

—Al grano, gatito...

—No me digas gatito, soy Regulus, aunque te cueste más trabajo.

—¡Mira el tamaño de esas bolas! —se admira Albafica—. Ya que estamos en ese plan, explícame qué carajos te pasa con Manigoldo.

Kardia ignora la trifulca verbal, concentrado en acercar el cuenco con fruta abandonado por Regulus, para trinchar con su larguísima uña índice un trozo de manzana y mordisquearlo. La mera imagen de la Aguja Escarlata desata la inquietud del más joven.

—No sé de qué me hablas.

—¡No te hagas el inocente!

—Si no me explicas, ¿cómo quieres que me defienda?

—Tiene razón el cachorro —interviene Kardia masticando con cadencia—, son muchas las metidas de pata y ya no sabe cuál de todas nos trajo hasta aquí —se mofa con malicia.

—¿Nos trajo? Tú te uniste sin pedir permiso.

—Nos trajo porque no permitiré que uno de mi trío termine en el Yomotsu, cortesía de Su Santidad. Es parte de mis derechos y reconoce que estás muy alebrestado hoy, Alba.

El más bello de El Santuario aprieta las mandíbulas. La naricilla se frunce y el entrecejo se arruga. Esa cara mortífera asustaría a los mismísimos Jueces del Inframundo y Regulus debe hacer uso de todo su entrenamiento para quedarse ahí y no salir corriendo.

—Manigoldo y tú —aclara a regañadientes el Santo de Piscis—. ¿Qué te pasó por la mente para tratarlo como a un guiñapo? ¿Ah?

—¿Yo lo trato como a un guiñapo? —reacciona a la defensiva—. ¿De cuándo acá?

—Desde que se revolcaron en el Templo de Cáncer. Desde ese día, no te basta con despreciarlo, que hasta lo enfrentas con tu otro pretendiente. ¿Te excita eso?

—¡Un momento, un momento! —exige poniendo las palmas al frente—. ¿Yo lo desprecié? Oh, no. ¡Él no quiso estar conmigo! Dijo que era un error y ustedes salieron con que no importaba qué hubiera entre nosotros porque estaban primero. ¿Quién despreció a quién?

Es el turno de ambos Santos para respingar y azorarse ante la acusación. Intercambian miradas y les toca ponerse a pensar bajando las velocidades de su malhumor.

—¿Escuchaste lo que hablamos en el Templo de Cáncer ese día? —tantea Kardia el terreno con latente inquietud.

—¿Hablarlo? Por la diosa, ¡lo gritaste, Karpito! Y Albapija no se quedó atrás.

—Ah.

Regulus asiste, por primera vez, a la incomodidad compartida por los mayores. Mientras Albafica se mordisquea el dorso del índice, Kardia se rasca con la Aguja Escarlata la oreja.

—Igual, no tienes permitido usar esos apelativos con nosotros —sostiene el Santo de Piscis—, es algo... íntimo.

—Tan íntimo como cada vez que no dejas dormir a Manigoldo por las noches porque te lo follas —suelta el veneno por la boca, preso de una ira desmesurada por la mera idea de que Albafica y Kardia sean el trío del otro.

Después de su acusación, Regulus vaticinó una incomodidad mayor, un titubeo, un bochorno, un algo del par... Sin embargo, su reacción es diametralmente opuesta.

La perplejidad compartida es relevada por una carcajada estridente. La misma resuena por cada rincón del Templo de Leo y alcanza proporciones titánicas.

—¡El gatito piensa que tengo el mal tino de follarme a Manidiota! —celebra Albafica con repelús mezclado con algarabía—. ¡Ni en sus sueños más húmedos lo tocaría! ¡Capaz de que me contagia su estupidez y mis rosas dejarán de ser mortíferas!

—¡Por la pequeña diosa! Albapija con Manidiota, esto se lo tengo que contar a Dégel...

El aire se envicia para el joven y su aroma es nauseabundo. El estómago se le revuelve con la mera idea de que, otra vez, erró. Porque eso parece con la reacción del par.

—Alto, alto, ¿qué no son su trío?

—Sí —responde Kardia aspirando y sacando fuerzas para controlarse—, lo somos.

—¿Entonces? ¿Acaso no lo ensartan?

—¡Por supuesto! —afirma Albafica—. Es parte de nuestro acuerdo.

—¿Entonces? —exige Regulus desaforado—. ¿Dónde está el error?

—¡En el "con qué" lo ensartamos! —afirma Kardia—. Yo sólo uso esto...

Su larga y curvada Aguja Escarlata se mueve con elocuencia. En tanto, Albafica materializa una de sus Rosas Sangrientas uniéndose a la demostración de adminículos.

—Agujas y Rosas... —susurra el pequeño con pánico—. ¿Me están bromeando?

—Claro que no, gatito —sostiene Albafica desapareciendo su arma por excelencia—. Somos un trío, sí, pero un trío de entrenamiento.

Trío de entrenamiento. Trío de... entrenamiento.

La lucidez atraviesa su cerebro con la potencia de un relámpago. La corriente resultante pone de gallina su piel y su respiración se acelera.

—P-por eso... n-no... lo c-comparten... —susurra con las piezas cayendo en su sitio.

—¡Así es! —exclama y le da un golpecito en la frente con el índice—. ¿Por qué compartir a quien sigue siendo mi mejor carta para entrenar? El único capaz de soportar mi veneno...

—¡Hey, hey! ¡Yo también lo soporto, Albapija! —debate el otro golpeando el pecho del Santo de Piscis con su uña carmesí—. Dame el mérito que merezco.

El aludido pone los ojos en blanco y deja caer sus párpados a media asta.

—Kardia, ambos sabemos que te cuesta y por ello, tardas más en recuperarte. Manigoldo lleva años entrenando conmigo. Es más, de tanto que termina ensartado, me parece que ya es inmune a mi veneno y me lo pone más difícil cada noche.

—Alto, alto —exige el menor con las ideas revoloteando—. ¿Por qué si son trío de entrenamiento y no otra cosa, nadie más lo sabe? ¿Por qué se ofenderán el señor Dégel y el señor Shion si se llegan a enterar? —repite lo dicho por Manigoldo aquél día que volvieron de su misión juntos—. ¡Esto no tiene sentido!

Albafica se encoge de hombros.

—Lo sabe Su Santidad, por obvias razones. Si no, nos descuartizaría a todos por ocultarle algo tan importante —asevera el Santo de Piscis—. Y en cuanto a lo otro, porque alguien y no digo quién, pero mis ojos lo están mirando, las primeras veces que entrenamos, terminó exhausto y en el Templo de Acuario para bajar su padecimiento.

—¡Albapija traidor! ¡Eso no se dice!

—Si ya sabe el inicio, que sepa el final —razona con lógica—. Esto te lo callas, gatito, porque el día que Dégel se entere de esto, ¡se la congela! Y no hablo de su Agujita o su corazón, sino del pito de Kardimbécil.

El Santo de Escorpio lleva las manos a su entrepierna y la cubre por instinto. Regulus parpadea y comprende ese argumento lúcido.

—Mantendré el secreto —acuerda con solemnidad—. ¿Por qué de noche?

—Porque hay menos probabilidad de que alguien salga lastimado en el fuego cruzado —continúa el más bello de El Santuario, echando atrás su sedosa cabellera—. Los aprendices descansan mientras nosotros entrenamos.

—Tiene sentido y ¿por qué el señor Shion no debe saberlo? —inquiere curioso.

—¡¿Qué te importa?! —responde a la defensiva.

—Shion lo matará como se entere de que eligió a Manigoldo y no a él para entrenar. ¡Lleva años buscando una excusa para pasar tiempo y conquistar a la Rosita Salvaje!

—Risiti Silviji —remeda con furia acumulada—. ¡Te daré tu Rosita Salvaje por el culo!

—¡Ya quisieras! —golpea la mesa con las palmas—. ¿Esta noche? —provoca con los ojos brillando de entusiasmo.

—Esta noche nos vemos y te haré pagar todas las que me debes. ¡Terminarás todo ensartado y correrás con Dégel para que te cure!

—Tú serás el que salga directito al Templo de Aries y ojalá que Shion aproveche y ahora sí, te ensarte por el culo, que buena falta te hace una cogida.

—¿Cogida? ¿Qué es una cogida?

La tensión entre los Santos se desvanece. La carcajada de Kardia se asemeja a la frustración de Albafica en cuestión de niveles.

—¿Cómo es que besaste a Manigoldo si no sabes qué es una cogida, gatito?

—¡No me digas gatito!

—Es de cariño —sonríe Albafica.

—¡No lo parecía cuando hablabas en el Templo!

—Por la diosa, Regulus. Ese día estaba ofendido porque Manigoldo dijo que se aprovechó de ti. Casi le meto una Rosa Demoníaca por el culo, ¿por qué no me preguntaste después?

—¿Él... dijo que... se aprovechó de mí?

—Sí, eso dijo.

La cabeza del Santo de Leo cae en picada y sus manos se restriegan. Comprende ahora el misterio del trío, más eso no quita que...

—De cualquier forma, él no me quiere.

—Estás en lo cierto, no te quiere —afirma Albafica.

—¿Entonces para qué me reclamas que lo maltrato? —espeta ofendido y humillado.

El Santo de Piscis arquea una elegante ceja y sus ojos le obsequian el desdén a raudales.

—Porque quizá, un gatito debería vaciar su mente de prejuicios, sacar esa garra que me demostró al inicio de esta conversación y preguntarle a Manigoldo sus razones para considerar que se aprovechó de él.

—No seré tan idiota de preguntar lo que ya sé.

—Entonces serás un gatitonto —asegura revisando el largo de sus uñas.

—¿Gatitonto?

—Sí, estás bautizado desde hoy. Vámonos, Kardia.

Ambos Santos se ponen en pie y se dirigen a la puerta.

—¡Espera! ¿Por qué yo soy un gatitonto si el que no me quiere es él?

—Regulus —susurra Albafica deteniéndose y mirando por encima de su hombro—, aprende a ser valiente en todos los aspectos de tu vida y nunca dudes en enfrentar las cosas. Aunque consideres que tienes la verdad, escucha la versión de las personas antes de juzgar. Permite que la vida te sorprenda.

—¿Y... si nada cambia? —suspira acongojado—. ¿Y si tengo la verdad?

—Entonces estarás seguro de ello, de que la tienes y no dejarás nada al azar —exhala girándose hacia él—. Eso hice ahora, por eso predico con el ejemplo. Te di la oportunidad de defender tu postura y agradezco esta sorpresa tan agradable de comprender qué te motivó a actuar de esta manera.

—Pero Manigoldo...

—Regulus, es la primera y última vez que gasto saliva en aconsejarte esto —susurra con voz que haría temblar a cualquier Juez del Inframundo—. La siguiente vez que cometas el mismo error, llegaré y sin previo aviso, te ensartaré una Rosa Demoníaca. Juro que enfrentaré las consecuencias, pero me encargaré personalmente de que mueras.

—¿Por qué? —jadea dolido.

—Porque tus estallidos desmedidos algún día te llevarán a la muerte y prefiero que sea mi mano la que te mande al Inframundo. Créeme, será más piadoso.



La partida de Kardia y Albafica lo sume en un remolino de razonamientos e ideas, una más disparatada que la otra.

Los consejos del Santo de Piscis lo martirizan y le desdibujan el panorama creado con anticipación.

Permitir que la vida lo sorprenda, preguntar para alcanzar la verdad absoluta, parece tan fácil al dicho. El hecho es el problema. Sin embargo, Albafica demostró su argumento, él vino al Templo de Leo y lo encaró. Incluso, Regulus aprendió mucho de esta experiencia.

Manigoldo y ellos son un trío... de entrenamiento. En esa tesitura, lo sucedido en el Templo de Cáncer adquiere otro cariz. Los besos y las caricias compartidas fueron... sinceras.

Muy sinceras.

En el tiempo que conoció a Manigoldo, reafirma algo: él nunca lastimaría a un inocente. ¿Por qué le dijo a Albafica que se aprovechó de él, cuando fue Regulus el que empezó los besos y las caricias?

"Cangrejo descocado, ¡me confundes!".

Con el corazón en la mano, se arregla y sale con rumbo al Templo de Cáncer. Debe solucionar esto de una vez y por todas.

—Hola, Reg —saluda Sisyphus apenas el joven pone un pie fuera de sus acomodaciones.

—Tío, hola —sonríe a duras penas.

—¿Estás bien? Sentí a Kardia y a Albafica aquí, pero Su Santidad me mantuvo ocupado. ¿Sucedió algo?

—No, sólo... aclaramos algo.

—Ya... —susurra con dientes apretados—. Es raro que Albafica se exalte tanto. ¿Estás seguro de que no pasó nada malo?

—Estoy seguro. Voy a... —exhala con fuerza—. Iré a aclarar un par de cosas con Manigoldo.

—Así que es cierto.

—¿Qué dices?

—Decían los rumores que te enojaste con él y por eso te portabas tan cortante.

—P-pues... sí.

Sisyphus rueda los ojos dentro de sus cuencas y acaricia la melena de Regulus con cariño.

—Tendrás que esperar a mañana.

—¿Por qué?

—Manigoldo salió a cumplir un encargo de Su Santidad y le tomará todo el día de hoy.

¡Por eso Albafica decidió hablar ahora con él! Aprovechó la ausencia del Santo de Cáncer. ¡Qué pillo!

—Ah... p-pues... de acuerdo —exhala frustrado.

—¿Quieres venir conmigo? Haré el desayuno.

—No, tío. Aprovecharé que es mi día libre y arreglaré mi Templo. Hace mucho que no le paso el trapo.

—Me parece bien, cualquier cosa, búscame.

—Sí, tío. De cualquier forma, no creo que pase nada.



Una línea delicada se desliza por el tiempo y espacio.

La línea se nutre de la energía del universo en su recorrido.

La línea crece y se convierte en un relámpago.

El relámpago extiende su tamaño alimentándose con el cosmos de su remitente.

El relámpago vibra acercándose a la velocidad de la luz al Templo de Leo.

El relámpago golpea el pecho de su guardián e irradia energía a cada célula.

¡Ahora! —ordena la voz en su corazón—. Es la hora, ¡LEVÁNTATE Y VE!

La sacudida eléctrica lo recorre desde su pecho hasta la parte más ínfima de su ser. Despierta hiperventilando, sudoroso y consciente de la exigencia de esa voz.

La de sus sueños.

Se pone de pie tras haberse acostado temprano producto del cansancio al limpiar su Templo y corre a la entrada de su Templo que lleva a Rodorio. Apenas pone un pie en el umbral, una poderosa corriente eólica lo empuja hacia atrás. Regulus cae de espaldas y se golpea la nuca. Por un momento, pierde la conciencia de tiempo y lugar. Cierra los ojos y al abrirlos un segundo después...

Es testigo del escenario más macabro de su existencia.

[...]

Un viento terrible azota el sitio. A lo lejos, las copas de los árboles se mecen y las hojas se levantan con el polvo. La maldad acecha. El frío cala en los huesos. Un hormigueo se origina en sus manos y, desde ese sitio, recorre cada parte de sí.

De alguna manera, Regulus se enlaza con la naturaleza y ésta, le hace consciente de su miedo. El joven león, a su vez, es consciente de su poder reducido, el que lo orillará a perder esta batalla

Las nubes negras se acercan raudas, ayudadas por Eolo. Regulus lo sabe, están repletas de un veneno proveniente del mismo Inframundo.

El león es el único ser que se interpone a ese enemigo acechando. Las nubes siguen su curso y Regulus sabe el futuro: se conglomerarán y después, se golpearán. Los rayos iluminarán el cielo. La oscuridad se cernirá en la tierra. Las gotas negruzcas empezarán a caer y erosionarán la tierra, marchitarán la naturaleza, ensuciarán las aguas y enfermarán a los animales.

El Santo de Leo observa su piel sana. Lo sabe. Con esta hecatombe, en su piel se crearán heridas varias y después, se formarán gruesas costras sanguinolentas.

Evalúa la amenaza. Las nubes deben desaparecer. No, esa estrategia es un remedio a medias. No servirá de nada elevar su cosmoenergía al infinito y lanzar su técnica. Si bien las nubes la recibirán y el veneno contenido en ellas se desvanecerá, no es suficiente.

Recuerda las palabras de su padre dichas en el lago. Deberá dejarse guiar al sitio correcto, concentrarse a su alrededor y abrir los ojos para encontrarlo.

Las dos figuras aguardarán después de encargarse de las nubes. Esos son sus principales enemigos.

Deberá combatirlos y aprender cómo derrotarlos. Necesita resolver el misterio de cómo hacerlo o, de lo contrario, morirá. 

[...]


Regulus sale del trance, del lapso entre el sueño y la realidad. Entiende por fin lo que se negó este tiempo: cada una de sus fantasías oníricas eran premoniciones.

Estos años y a través de sus sueños, su padre lo ha preparado para este momento.

Una corriente de electricidad le recorre el cuerpo. Lo motiva una comanda: buscar el sitio correcto. Extiende su cosmos e invoca a su armadura. Ésta se acopla a sus extremidades y tronco. Su cabeza es coronada.

El pequeño Rey León del Santuario está listo para la guerra.



¡Hola, mis Paballed@s!

¿Qué te pareció el trío? ¿Pensaste que era un trío sexual? Muahaha. Adoro darle vuelta a las cosas, ya muchos me conocen. 

¿Qué imaginaste que eran los sueños? 

¿De quién vienen?

¿Por qué Regulus los tiene?

Esas preguntas, se resolverán (creo), en el siguiente capítulo.

¡Hasta el próximo martes!

Besos y abrazos y gracias por seguir este fic :D


Spoiler más adelante, yo que tú, no lo leía porque te vas a quedar inquiet@ y ¡todavía faltan 7 días para que actualice! xDDD






[...]


En el Templo de Leo, Heracles permanece quieto con los puños apretados y el entrecejo fruncido. Una espantosa punzada en su intuición le advierte del peligro. Los pasos metálicos de alguien le hacen consciente de la presencia de otro Santo de Leo acompañándolo.

—Heracles, ninguna cosmoenergía ajena al Templo se manifestó. ¿De qué relámpago habla? ¿Qué voz le ha advertido? ¿Qué amenaza se avecina para que corra desesperado?

—Es inútil —susurra apesadumbrado el hijo de Zeus asumiendo el cruel papel de un simple testigo de las acciones del actual portador de la armadura de Leo—. Lo lamento, Ilías. Tu hijo se dirige ahora mismo a un encuentro con su destino.

Ambos Santos se miden frente a frente, compartiendo la incertidumbre por el más joven.

»No puedo entender por qué no te ve o te escucha. ¡Eres parte de la manada! Estás atado al pacto. ¿Cómo es que nunca ha preguntado por ti?

—Tengo un leve presentimiento del motivo —musita entornando los ojos—. Me preocupa más que desde el anochecer, su estrella empezó a titilar —levanta el rostro al cielo.

—¿Crees que...? —se interrumpe, incapaz de completar la frase, con los pelos de punta.

—Quieran las Moiras darle la oportunidad de regresar con vida —susurra Ilías preocupado.

Las dos reminiscencias de los Santos de Leo permanecen impotentes en el umbral del Templo, atados al mismo por un pacto que les prohíbe aventurarse lejos de sus muros. Sabiéndose incapaces de auxiliar a quien ahora más los necesita.



¿Lo leíste? 

¿Qué piensas ahora? Te leo acá --->



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