12. El orgullo del león
—¡Iagh, demasiada dulzura para mí! —reclama con absoluto desagrado—. Necesitaré lagos y lagos de agua para bajar este empalago.
Asterión pone los ojos en blanco. ¡Nada le satisface! Si el cachorro no arregla las cosas, malo. Si las arregla, es un empalagoso. Si estalla, es un orgulloso. Si duda, es un inepto.
¡¿Quién puede entender esa mente?!
»A menos que...
Una corriente eléctrica pone en guardia a su compañero. Ese tono de voz augura problemas.
»¿Y si le ponemos algo de sal a esto? —planea con una sonrisa maliciosa—. Oh, sí. Veamos qué fichas podemos mover... Quiero que el chico pierda estabilidad, ya me harté de tanta buena suerte y me encantan los finales trágicos.
Asterión tensa la mandíbula y se aguanta las ganas de reclamar. ¿Por qué le gusta hacerlo sufrir? ¡Por fin es dichoso! ¿Por qué le afecta su felicidad?
Sigue sus pasos con fastidio, hay días en que desearía lanzarle un peñasco y hoy, decide buscar una montaña que pueda romper esa cabezota.
El calor de los brazos a su alrededor es delicioso y protector. Al levantar los párpados la piel blanca se muestra generosa. Frente a él y recargado sobre el costado izquierdo, Manigoldo duerme profundamente. Por primera vez desde que lo conoce, ha bajado todas sus defensas con Regulus y se muestra indefenso y muy atractivo, en opinión del joven.
El león traga saliva al recordar lo sucedido y se le llenan las mejillas de rubor. Su corazón se detiene un segundo al notar la camisola del otro manchada de sangre en la zona de la herida. En algún momento, debió abrirse.
La desazón lo gobierna. Debe atender a Manigoldo y curarlo. Con seguridad fue su culpa al sentarse sobre él y... restregarse. El recuerdo del placer obtenido con ese movimiento descarado lo abochorna y algo cobra vida en el centro de sus piernas. Se lleva las manos para aplacar esta nueva reacción de su cuerpo desatada por el magnetismo del canceriano.
Con cuidado de no despertarlo, se levanta de la cama. Manigoldo murmura algo en sueños y abraza la almohada que el chico usó. Aspira el aroma y restriega la cara contra la tela ronroneando complacido.
El menor sonríe como idiota.
Sonrisa que desaparece al activarse sus alarmas con la aproximación de una cosmoenergía familiar. Albafica. Oh-oh. Él nunca sale de su Templo a no ser que... ¡venga a Cáncer!
El pánico lo devora. ¿Qué debe hacer? ¿A dónde ir? Ocultar su cosmos es lo primero, seguido de escapar de las acomodaciones sin despertar al otro y antes de ser descubierto por el Santo de Piscis.
Gracias a la diosa, logra un éxito rotundo.
En el camino rumbo al Tercer Templo, se imagina lo que puede suceder como Albafica sospeche que algo pasó con su otro trío.
Porque Kardia es uno y Manigoldo es otro y Albafica es el otro más. ¡Qué lío!
¿Y qué es Regulus de Manigoldo? O sea, hicieron eso. Siendo objetivos, Regulus se lo besuqueó y todo lo... demás.
Su respiración se altera y es incapaz de mantenerse estoico porque... se le echó encima a Manigoldo, le robó un beso y luego, lo abrazó con las piernas como garrapata y...
"Úsame y disfruta" recuerda su voz, su mirada, su sonrisa dedicada a él. No a Albafica o a Kardia... a él, a Regulus.
Su cabeza punza por la preocupación y tantas ideas sin sentido. Sus manos tiemblan, sus piernas se agitan con golpeteos tensos de su talón derecho en el piso. Por fortuna, el Templo de los gemelos está vacío y puede quedarse en el interior meditando sus acciones.
El cosmos de Albafica elevándose iracundo gobierna el Templo de Cáncer. ¿Será que descubrió lo que hicieron? ¿Ahora qué va a hacer? Albafica seguramente ya cuestionó a Manigoldo y él dijo la verdad.
El Santo de Piscis terminará indignado, le dirá a Kardia y ambos, porque Albafica no se quedará atrás, le exigirán a Regulus saber por qué besó a Manigoldo y le reclamarán el abuso cometido sobre el canceriano porque son un trío, no un cuarteto y... y...
¡Agujas y Rosas!
Un escalofrío lo recorre de pies a cabeza y le deja de regalo una piel de gallina. El color huye de su rostro al reconocer que lo suyo, fue un abuso. Se aprovechó de la situación y lo besó primero, se lo abrazó todo, el otro reaccionó y... y... ¡El león terminará como alfiletero!
"Diosa, sálvame de mi estupidez. ¿Dónde quedó el: le dejo las cosas y me largo? ¿Por qué tenía que besarlo para demostrarle que no quería besar a Jonathan y...? ¡Ayyy!".
El pánico le activa las piernas hacia la única persona capaz de comprenderlo: Cid. Él tiene la entereza para no juzgarlo y le dará un buen consejo. Su cosmos lo ubica en el Coliseo, al lado de Hasgard. ¡Debe ir con él!
Sus pies adquieren una velocidad apremiante.
—¿Estás bien, Regulus?
El menor se paraliza en Aries al toparse con Shion. Su mera presencia le cierra la boca. Además, ¿qué le va a decir? ¿Hice... hice... algo con... Manigoldo? ¡¿Qué va a pensar Shion de él?! ¿Que es... un abusador de heridos? ¿Eso será un delito en El Santuario? Es mejor callar para no echarse la soga al cuello.
—S-sí, voy al Coliseo.
—De acuerd... ¡Hey, no corras tan aprisa!
¿Que no? ¡La vida se le va en ello! Teme quedar agujereado gracias a las Agujas y Rosas. Además, ambas son famosas por su veneno. Se imagina muriendo entre estertores y charcos de sangre y a él le gusta vivir. ¡Debe vivir! Quiere hacer muchas cosas.
En el Coliseo, sus ojos no divisan a Cid. Al preguntar, Hasgard le dice que partió a Rodorio. Regulus maldice su mala suerte. Hoy carece del permiso de abandonar El Santuario y además, le falta serenidad —y un poco de valentía—, para encarar a Jonathan.
Su única alternativa es perder el tiempo y esperarlo, ¡como si sus ocupaciones se lo permitieran! Hoy debe entregar un informe a Su Santidad antes del anochecer, sobre la última misión de Hasgard y le falta terminarlo.
Blasfemando a todas las criaturas de la creación, se obliga a regresar a su Templo. Al llegar a Géminis, se le forma un hueco en el estómago. Ruega porque Manigoldo y Albafica no lo detecten y justo, percibe la cosmoenergía de Kardia acercándose con la velocidad de un cometa. ¡Una cosmoenergía ardiendo al máximo!
Oh-oh.
¡Se armó la gorda!
¿Qué hacer, qué hacer, qué hacer? Camina en círculos. Puede pasar hacia su Templo y evadirlos. Imposible, Kardia es el Santo más rápido de El Santuario. Apenas perciba su cosmos, estirará la mano, lo sujetará del cogote y lo levantará para...
¡Agujas y Rosas!
Se golpea el rostro con las palmas. ¿Por qué se quedó? ¿Por qué no hizo caso a Manigoldo cuando le dijo que se largara? ¿Por qué fue tan terco?
La diosa se apiada de él regalándole una idea: apagar por completo su cosmoenergía y pasar por Cáncer sigiloso, sigiloso y así, llegar a su Templo y atrincherarse. ¡Eso es!
Para cuando Kardia y Albafica pasen por Leo, fingirá estar ocupado con el informe de Su Santidad, lo cual no es mentira y... y después verá qué hacer cuando deba atravesar sus Templos para dejar el trabajo.
¡Es más, se apurará para irse a la Cámara del Patriarca antes de que vuelvan!
Para ese momento puede que hable con Cid y él le ayude a encontrar una solución a su dilema sin arriesgar su pellejo por culpa de "Agujas y Rosas".
¡Gracias Diosa!
Cierra sus ojos y se concentra en seguir el plan. Desaparecer su cosmoenergía. Percibe la diferencia en el ambiente y sus pies prosiguen el trayecto.
"Yo puedo hacerlo, saldré avante de esto" se promete.
Al llegar al Templo de Cáncer, los ánimos en las acomodaciones privadas se equiparan a un volcán en plena erupción. Los cosmos del trío fluctúan con vetas cargadas de irritabilidad. Ninguno da su brazo a torcer. Regulus se alegra porque con esa atmósfera irradiada atravesará sin ser detectado el Temp...
—¿CÓMO QUE TE REVOLCASTE CON REGULUS, MANIDIOTA?
Se sobresalta con el grito de Kardia. Su temperatura cae y el corazón le late al mil por hora. Siguiendo un impulso masoquista y olvidando cualquier precaución, pero sobre todo, instado por su enfermiza curiosidad, avanza para escuchar mejor la plática.
Por fortuna, mantiene su presencia inadvertida y para la oreja ocultándose tras un pilar.
—No lo entiendo, toda la misión me aseguraste que estaba equivocado con mis suposiciones —reclama Albafica—. ¡¿Cambiaste de parecer en menos de 12 horas?!
—Y-yo... p-pues...
—¡Manidiota estúpido! —ladra Kardia—. ¿Cuándo decidiste romper nuestra regla de no tocar? ¡Apenas cumplió 18 y tú ya te lo recetaste! ¡Pudiste decirnos y te habríamos ayudado a controlarte antes de cometer tremenda estupidez!
—¡No lo pensé! Yo... yo... no lo pensé, sólo... Porca puttana!
—No, señor, no baje la cabeza —exige Albafica—. ¡Esto es tu responsabilidad, Manigoldo! Ahora enfréntala o te meteré un par de Rosas Piraña por el culo. Es más, ¡debería metértelas ya! Mira que mentirme... y en mi cara. ¡Me engañaste, Manidiota!
El miedo penetra las fosas nasales del león. Traga saliva al darse cuenta de cuán grande y peligroso se volvió este lío. Escorpio y Piscis parecen a punto de atacar a Manigoldo por su traición. Todo por su culpa, por... besarlo.
—Cálmate, cálmate, Albapija, te estás alebrestando.
—¡Vuélveme a decir así y te rebano, Karpito!
—Huy, rebáname todo lo que quieras, pero déjame ensartarte primero —provoca el otro seductor—. Me encanta la cara que pones cuando te la meto...
—¡Imbécil!
—¡Ya basta, los dos! ¿Por qué no se van y me dejan solo? —gruñe Manigoldo con desespero—. Necesito pensar qué voy a hacer ahora con el chico. Porca putttana! No sé ni qué decirle, ni cómo arreglar esto.
—Puta madre, Manidiota —reniega Kardia—. Si no estabas seguro, ¿por qué lo hiciste?
—¡Por idiota, Karpito, por idiota! ¿Por qué otra razón me metería con Regulus? Porque... Soy un stronzo —la risa del Santo de Cáncer está plagada de auto reproche y burla—. Me dije que no, que con él no... y al final, me dejé llevar por el momento. Porca miseria!
El mundo alrededor de Regulus se desdibuja. Cae en un abismo repleto de decepción y menosprecio por su persona. Con él no. Manigoldo no lo quería a él...
¿Cómo podría quererlo teniendo a Albafica, el más hermoso de El Santuario, o a Kardia, quien lo conoce como ninguna otra persona?
—Eso debiste pensarlo antes de besarlo —increpa Albafica.
—¡Él me besó primero!
—¡¿Cómo dices?! ¿Cuándo le crecieron las garras al cachorro? ¡Ja! Su tío de seguro no le conoce esas mañas. ¡Tan inocente que se precia!
—¡Abusado por un gatito! —le restriega Kardia entre risitas burlonas—. Ya está, ya te lo recetaste. Déjalo atrás, pero sí te digo, Manidiota, ni se te ocurra pensar que por él, nos abandonarás. ¡Aquí nosotros estamos primero! ¿Entiendes? ¡Nosotros somos prioridad!
—Diré algo de lo que me arrepentiré toda la vida —sostiene Albafica controlando su carácter—: apoyo a Kardia en esto, en que tu trío somos nosotros y él, no entra ni a presión.
La cosmoenergía de ambos Santos se eleva dominante y llena de brío.
»¡Nosotros nos quedamos! Tus noches seguirán siendo nuestras y no te compartiremos con él —ríe con desdén—. Bonito me vería yo, dejándole libre el camino al gatito que ni siquiera conoce al máximo tus capacidades en la cam...
—Hey, ¿se están escuchando? ¡Ya lo están emparejando conmigo y sólo nos manoseamos!
Las lágrimas picantes por el menoscabo de su persona resbalan por las mejillas del joven león. Sus manos se empuñan hasta sangrar sus palmas. Es... un iluso, un mocoso estúpido. Tiene razón su tío, es un niño en varios aspectos y hoy asiste a la escena más humillante de su existencia.
—Pues más vale prevenir que lamentar —asegura Kardia—. Nunca me ha gustado ser plato de segunda mesa y me importa una mierda si el gatito levanta el rabo para que lo ensartes. ¡Nosotros te vimos primero! Total, quizá y hasta sólo sea cuestión de un acostón y te olvides de él en unos cuantos días.
—¿Días? —reclama Albafica—. Le das demasiado crédito a este idiota, ¡como si no lo conocieras!
—Cierto, no deja de ser un Manidiota —se carcajea Kardia—. ¡Meterse con Regulus sin pensarlo primero! ¿A quién se le ocurre?
—¡A Manidiota! —exclaman al unísono Escorpio y Piscis.
—¡Ya basta de burlas! Veré qué hacer... Debo poner en orden todo... No puedo deshacer lo que pasó, debo responsabilizarme por ello y buscar una solución práctica.
—Sí —gruñe Kardia—, pero ya lo sabes: nada de abandonarnos. Que le quede claro al gatito o yo mismo voy y le meto una Aguja Escarlata ¡para que sepa por qué somos tu trío!
—Y si con eso no entiende —susurra Albafica con malicia—, iré con Sisyphus y le explicaré al detalle por qué debe mantenerse lejos de ti...
Es suficiente. Con la seguridad de que Manigoldo es indiferente a sus sentimientos y lo sucedido fue un error garrafal, Regulus se aleja de ahí lo más rápido posible, cerrando sus oídos a cualquier otro comentario proveniente de las acomodaciones privadas.
Entre jadeos descontrolados y piernas temblorosas, llega a su Templo. Se dirige a su habitación y al entrar, resbala por la puerta con el rostro lívido. Sus labios se extienden y una risa desquiciada sale de sus labios.
¡Es tan estúpido! ¿Cómo pudo pensar que alguien como Manigoldo se fijaría en él de verdad? En él, que sólo es un gatito, cuando tiene a Kardia y a Albafica como su trío...
No sabe cuánto tiempo permanece ahí, burlándose de sí mismo. Sólo recuerda bañarse, restregando la piel con odio y saña, quitándose el aroma y la sensación de las caricias de Manigoldo. Caricias que no debieron ser suyas.
Las lágrimas no dejan de correr. Cuando termina el aseo, se echa en la cama, se hace un bollito entre las mantas y saca el corazón por los ojos, en sollozos opacados por sus manos apretadas contra el rostro.
Ni siquiera atiende a la puerta cuando escucha los golpes. ¿Para qué? El informe para Su Santidad de la última misión de Hasgard queda en el olvido. ¿Qué más da un castigo extra? Lo importante es sacar de su sistema a Manigoldo y lo sucedido en su Templo.
Y sobre todo, extirpar de su corazón la necesidad de estar a su lado y rememorar el sabor de sus besos.
—Pasaré por Cáncer, con permiso.
El silencio le responde. Con un alivio generalizado, ordena a sus miembros continuar el camino bajo la consigna de salir de ahí rápido. En sus manos lleva el informe de Su Santidad y ruega porque el mayor no haga aspavientos por la entrega a destiempo una vez que sopese el volumen del mismo.
Sólo debe corroborar un par de datos con Hasgard y dárselo al Patriarca, quien ahora se encuentra en el Templo de Aries, con Shion.
—¡Espera, piccolo Re!
El llamado lo congela en su sitio. Su corazón traicionero palpita desenfrenado mientras su orgullo le insta a mantener la calma. ¿Por qué este Templo debe estar en su camino? Claro, porque no puede cambiar el orden de los recintos a voluntad.
Mientras continúa renegando para sus adentros, el Santo de Cáncer lo alcanza y le sonríe con reservas. Un incómodo silencio se instaura entre ellos.
»¿Cómo estás? —su curiosidad parece genuina—. Ayer te busqué en tu Templo después de despertar y descubrir que te marchaste. ¿Por qué te fuiste?
"Dudo que haya sido así, tuviste tiempo de sobra para discutir con tu trío" piensa cínico.
—Tenía cosas por hacer —responde y agradece la firmeza de su voz—. ¿Necesitas algo?
—P-pues... sí —sonríe desordenando los cabellos de su nuca con nerviosismo—. ¿Quieres cenar conmigo hoy...?
—No.
Manigoldo congela sus movimientos y sus ojos lo analizan con intensidad. Regulus se obliga a mantener la calma concentrándose en lo importante. Aplasta sus sentimientos por el canceriano y se recuerda una y otra vez, lo escuchado ayer por la tarde.
No es el elegido de Manigoldo, lo sucedido fue un error, él nunca dejará a su trío...
—Err... ¿Sucede algo?
La incertidumbre se marca en el fruncimiento de cejas y la línea de esa boca atractiva. Regulus se muerde la lengua para no ceder y continuar su decisión de alejarse del otro por su propio bienestar. Busca rápido una excusa y la encuentra, gracias a la diosa.
—Después de entregar mi informe a Su Santidad, iré a Rodorio. Buscaré a Jonathan.
—Con... —susurra tenso—. ¿Por qué? —su voz suena una micra más baja.
—Aclararé las cosas con él, detestaría perder su amistad por un malentendido.
Es sincero en ese aspecto. Ahora más que nunca, necesita la cercanía de sus amigos y, siguiendo su línea de aprendizaje, es el momento para hablar con Jonathan. La única diferencia consiste en que hoy no tiene el permiso para abandonar El Santuario, pero eso Manigoldo lo desconoce y Regulus está jugando con ese dato.
La cosmoenergía de Cáncer se remueve llamando su curiosidad. Sin embargo, Regulus dista de comprender un ápice su estado de ánimo. Se planta en su sitio recordando que, para Manigoldo, sólo es... ¿un juego? Sí, de seguro eso fue para él, un juego mientras su trío se encontraba ocupado con sus obligaciones.
—Ya... —asiente meditabundo—, y ¿cuándo hablarás conmigo?
—Estamos hablando —resalta lo obvio.
La tensión se materializa con un grosor imposible de cortar, ni siquiera con Excálibur.
—No, sobre lo que pasó ayer —asevera con una inquietud latente.
Un terremoto sacude su organismo, baja sus párpados buscando con desesperación su orgullo escondido. Al levantar sus pestañas, ladea la cabeza y se envuelve con una manta de indiferencia. ¡Cómo le cuesta fingir frente a él!
—Ayer no pasó nada importante —dice con voz más segura de lo que en realidad siente.
Las facciones de Manigoldo se desdibujan y la gruesa manzana de Adán se mueve acompañada de un sonido grueso. Eso pareciera porque al segundo siguiente, esboza una larga sonrisa torcida y adopta la típica postura arrogante que tanto detesta el menor.
—Comprendo, entonces que te vaya bien, Leo. ¡Vete por la sombra!
—Gracias, Cáncer.
Sus pies se mueven con firmeza, sale del Cuarto Templo y baja las escalinatas. Sigue así hasta llegar al Templo de Géminis. Pide paso y lo recibe el silencio. Aspros parece continuar lejos de El Santuario. Aprovechando su soledad, cae de rodillas y jadea presa del llanto.
"¿Por qué me duele tanto? ¿Por qué no puedo sacarlo de mi mente? ¿Por qué quiero seguir a su lado? ¡Soy un idiota!".
¡Hola, mis Paballed@s!
Aquí tienes otra entrega, esta semana fue doblete por las razones que ya sabes y agradezco mucho tu apoyo a este fic con tus lecturas, comentarios y estrellitas.
¡Se armó la gorda!
¿Cómo se resolverá esto? Pues... ¿te mando un adelanto del siguiente capítulo?
Ya conoces la regla: si quieres, lo lees y si no, pues no.
Yo quisiera saber si hay alguien que realmente no lee el adelanto. ¿Me avisas por aquí si tú eres de los que no muere en manos de la curiosidad? --->
¡Nos vemos el próximo martes! (Ahora sí, volvemos al ritmo normal de cada martes).
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𝐃𝐞 𝐫𝐞𝐨𝐣𝐨, 𝐯𝐢𝐨 𝐝𝐨𝐬 𝐟𝐢𝐠𝐮𝐫𝐚𝐬 𝐚𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐚 é𝐥. 𝐔𝐧𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐛𝐥𝐚𝐧𝐜𝐚, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐮𝐧 𝐚𝐮𝐫𝐚 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐞𝐥 𝐈𝐧𝐟𝐫𝐚𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨. 𝐋𝐚 𝐨𝐭𝐫𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐧𝐞𝐠𝐫𝐚, 𝐜𝐨𝐧 𝐮𝐧 𝐡𝐚𝐥𝐨 𝐥𝐮𝐦𝐢𝐧𝐨𝐬𝐨. 𝐀𝐦𝐛𝐚𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐜𝐨𝐧 𝐩𝐫𝐞𝐦𝐮𝐫𝐚, 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐚𝐭𝐫𝐚𝐩𝐚𝐫𝐥𝐨 𝐲 𝐥𝐥𝐞𝐯𝐚𝐫𝐥𝐨 𝐚 𝐬𝐮𝐬 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐢𝐨𝐬.
𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬 𝐬𝐞 𝐩𝐥𝐚𝐧𝐭ó 𝐲 𝐥𝐚𝐧𝐳ó 𝐬𝐮 𝐭é𝐜𝐧𝐢𝐜𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐞𝐥𝐥𝐨𝐬. É𝐬𝐭𝐨𝐬 𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐜𝐡𝐚𝐳𝐚𝐫𝐨𝐧. 𝐄𝐥 𝐥𝐞ó𝐧 𝐮𝐭𝐢𝐥𝐢𝐳ó 𝐭𝐨𝐝𝐚𝐬 𝐬𝐮𝐬 𝐚𝐫𝐦𝐚𝐬 𝐚 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐨𝐬𝐢𝐜𝐢ó𝐧 𝐲 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐢𝐧ú𝐭𝐢𝐥𝐞𝐬. 𝐄𝐥 𝐩á𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐥𝐨 𝐞𝐧𝐯𝐨𝐥𝐯𝐢ó, 𝐬𝐮𝐩𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞𝐫í𝐚 𝐬𝐮 𝐟𝐢𝐧. 𝐏𝐨𝐫 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐧𝐚 𝐫𝐚𝐳ó𝐧, 𝐚𝐦𝐛𝐚𝐬 𝐥𝐞 𝐝𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐦𝐢𝐞𝐝𝐨 𝐲 𝐧𝐨 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫ó 𝐥𝐚 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐳𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐚𝐫𝐚𝐫𝐥𝐚𝐬.
𝐒𝐞 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫ó 𝐩𝐞𝐥𝐞𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐢𝐧ú𝐭𝐢𝐥𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐲 𝐩𝐞𝐫𝐞𝐜𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐚𝐡í, 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐮𝐞𝐫𝐩𝐨 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨 𝐩𝐞𝐝𝐚𝐳𝐨𝐬.
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