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10. Inalcanzable


Han pasado tres semanas desde ese fatídico día y Regulus se encuentra más deprimido que nunca.

Ni siquiera la sencilla celebración por su cumpleaños número 18, en compañía de sus camaradas, le permite recobrar el ánimo.

La ausencia de Manigoldo se justifica con una misión a su natal Italia, en compañía de Albafica. El joven león finge ante los demás, poniéndose una careta, pero la mirada inquisitiva de su tío y de Asmita, le mortifican. Por ello, procura mantenerse alejado de ambos para evitar las preguntas indiscretas.

En ese lapso de tiempo, se ha dedicado a recordar cada encuentro con Jonathan para ubicar dónde estuvo el desliz que motivó al otro a casi besarlo. Si bien escribe en su diario los momentos compartidos con el joven de Rodorio, la conclusión lo evade.

En realidad sí tiene una: Jonathan está equivocado en la apreciación de sus vínculos y en esa tesitura, a Regulus le preocupa la última plática sostenida. El joven león habló desde su posición de amigos, como lo haría con Yato o Tenma. Sin embargo, Jonathan parece interesado en establecer algo romántico entre ellos y Regulus es incapaz de darle ese lugar.

Jonathan sólo le provoca un cariño de amigos y su entrenamiento ha sido su meta principal, haciendo a un lado el amor de pareja. Por más juegos con Yato o Tenma sobre qué pasaría si tuviera un novio, nunca se lo tomó en serio.

Además, está la discusión con Manigoldo. Desde ese día, le fue imposible dialogar con él. Primero, porque al buscarlo a la mañana siguiente de la discusión, el Santo de Cáncer le esquivó alegando ocupaciones y ahora, por su ausencia debido a su misión.

Misión que es más larga de lo normal, cabe decir.

Le fastidia esta conducta de Manigoldo y experimenta en carne propia lo que le hizo al negarse a hablar sobre su mentoría. ¡Cangrejo descocado! Le devuelve el favor con una cucharada de su propio chocolate.

—¡Hey, Regulus! —grita Hasgard—. Ven a brindar con nosotros.

—¡Sí, ya voy!

Sin otra alternativa, sepulta sus conflictos existenciales y se concentra en celebrar con sus compañeros, aunque la mirada despectiva de Kardia le pone nervioso.

¿Qué se trae Escorpio? ¿Debería preocuparse por esos orbes que lo atraviesan hasta su esencia misma?



"¡Es estúpido! ¿Cuándo volverá Manigoldo? ¡Ya se tardó mucho! Odio que su misión se alargue tanto. ¿Qué hará con Albafica? Además, esto es una locura. ¡Yo no quería que Jonathan me besara! Si tuviera que elegir a alguien para darle un beso, mi opción sería..."

La respuesta aparece con la potencia de un rayo y la mera imagen de esos labios carnosos, con el inferior más grueso, sonroja violentamente sus mejillas. Boquea anonadado al reconocerse la atracción que el dueño de esa boca le genera.

Una descarga eléctrica lo recorre sin límites y se acumula en su estómago al imaginarse acariciando esos labios. Abrumado, agradece estar en soledad entrenando en el Coliseo porque el endurecimiento de su miembro activa sus piernas y entrecruza los tobillos para apretar la zona. En balde, su pene se niega a recobrar la normalidad.

¿Será un efecto secundario de cumplir los 18 años? Nunca antes se puso duro pensando en alguien, sólo le sucede eso cuando despierta. ¿Estará enfermo? ¿Cuándo perdió la cordura? ¿Cómo va a ser él, entre todos sus conocidos, quien le ponga a pensar en... en...? ¡Boberías!? Porque lo son, ¿verdad que sí?

Con temblores y nudos de garganta, Regulus se fuerza a admitir la verdad: si él tuviera que besar a alguien, sería a ese sujeto. El mismo capaz de respetar a los muertos, que trenza coronas de flores, que pone en riesgo su propia vida para que una madre parta al Inframundo con su bebé en brazos; que se emociona con los brotes de hierbas aromáticas y que hace figuras formidables en madera.

El mismo que... ya tiene a dos a quién elegir para besarse.

"¡Maldita sea!" piensa inconforme con su destino.

Manigoldo jamás lo tomaría en serio cuando su trío lo componen Kardia y sobre todo, el más hermoso Santo de El Santuario: Albafica. El mismo con el que se fue de misión y quien de seguro no lo ha dejado dormir todas estas noches...

Eso es lo único que no logra comprender. ¿Qué hacen durante las horas nocturnas?

"Arrrgh, ¿cómo puede ser que tenga tan mala suerte?" gruñe despechado. "Ahora entiendo por qué quiero estar todo el tiempo con él... me gusta. ¡Me gusta! ¡Soy un idiota! ¿Ahora cómo se lo oculto?".

—Hey, Reg, te hablo —exige Tenma pasando su mano por enfrente de su cara.

El león respinga aturdido. Una gota de sudor recorre su espalda y parpadea con frenesí. Por fortuna, logra recuperar el control de su cuerpo antes de ser más obvio.

     »¿Estás bien? Casi pareces un gato erizado por el susto —se mofa rascándose el cabello.

—No, no, ¡estoy bien!

El alumno de Dohko lo analiza al detalle, desconfiando de sus palabras. Gracias a los entrenamientos compartidos y a sus edades parecidas, estrecharon sus lazos formando una linda amistad. Sin embargo, lo extraordinario de su interés romántico por esa persona es novedoso incluso para él. Contarlo cuando ni siquiera logra tragarlo, será contraproducente.

Regulus adopta una postura relajada para no alentar las preguntas y agradece que su entrepierna se comporte bajando la inflamación, gracias al shock provocado por el otro.

—Ah, lo siento, pensaba en una tontería —sonríe perturbado—. ¿Decías algo, Tenma?

—No sé por qué estás como ido —susurra intrigado—. ¿De verdad estás bien?

¡Claro que por supuesto que no está bien! Tampoco lo confesará. Ya puede imaginarse a Tenma contándoselo a Yato y su amigo, el bocón, gritándolo a los cuatro vientos, preferentemente en el Templo del susodicho o peor aún, en los de Escorpio o Piscis y...

¡Aguja Escarlata! ¡Rosas Sangrientas!

No, no señor. En boca cerrada no entran moscas, ni en su cuerpo técnicas venenosas...

—¡Sí, sí, estoy bien!

—Bueno —susurra poco convencido.

—¿Quieres entrenar y por eso vienes al Coliseo? —busca cambiar el tema.

—No, necesito... ¿Me ayudas con esto?

El Santo de Leo recibe un bolso, lo sopesa y otea su exterior, calibrando su contenido.

—¿Qué es? —se deja llevar por la curiosidad.

—Comida y remedios. El señor Dohko me pidió comprarlos en Rodorio y llevarlos al Templo de Cáncer.

—¡¿Remedios?! —se sobresalta—. ¿Manigoldo está enfermo? —exige saber con un peso sobre su pecho. Esto le trae recuerdos de su padre y su tuberculosis.

"No, no, por favor, diosa. Me espanta que le pase algo. Él no puede enfermarse. ¿Qué haré si no se recupera?" piensa desconsolado hasta la médula.

El aprendiz le da un coscorrón llevado por la confianza mutua. El otro se queja llevando una mano al sitio y se soba. Por dentro, agradece el golpe, pues con él se deshace de los pensamientos lúgubres. Tenma se cruza de brazos con una mueca.

—¿No lo sabes? ¿En qué mundo vives? —resopla molesto—. El señor Manigoldo fue a una misión con el señor Albafica a Italia. Anoche volvieron, dieron su informe y se encerró en su Templo. Mi mentor le manda esto por si está herido y para que coma bien. Dice que más vale tenerlo aunque no lo necesite, que no tenerlo y necesitarlo.

     »También me dijo que se lo llevara yo, pero conociendo a ese tipo, no me dejará entrar. Tú fuiste su alumno, tendrás más confianza. ¿No?

—¡Sí! ¡Yo se lo llevaré! —asegura aliviado de saberlo herido y no enfermo. Su corazón se relaja y el sabor amargo de su boca se esfuma—. Nos vemos después.

Inicia la marcha hacia el Cuarto Templo con premura, mortificado por Manigoldo y renegando porque, seguramente, el otro se puso terco y rechazó la ayuda de los otros.

Apenas llega a las inmediaciones del Templo de Cáncer, se detiene en seco.

"Soy un idiota. ¿Cómo disimularé que me gusta? ¡No lo pensé! Me preocupé tanto por su salud, que se me olvidó por completo ese detallito".

También está el hecho de que deberá confesar la verdad respecto a Jonathan. Eso será complicado si Manigoldo se pone exigente y lo presiona a hablar. Le confunden las reacciones del mayor. ¿Qué mosca le picó? ¿Por qué le molesta su relación con Jonathan?

¿Y si no va con Manigoldo? No, ya dijo que le llevaría el bolso y nadie de sus compañeros querrá ayudarlo. Algunos pensarán que es parte de su penitencia.

"¡Maldita sea mi mala suerte! Bueno, no importa. Ocultaré que me gusta, le dejaré el bolso y saldré rápido de ahí, antes de que me haga preguntas. Total, él no debe saber que me gusta y de cualquier forma, teniendo a Kardia y Albafica, jamás se fijará en mí".

Es así, nada en el Santo de Cáncer le da alas para pensar que puede ser correspondido.

Sus entrenamientos fueron serios y nunca le dijo una frase fuera de lugar. Lo trató con sumo respeto, protegió su intimidad y se comportó a la altura de las circunstancias. De alguna forma, Regulus supuso que por su fama, tendrían roces debido a un actuar inapropiado y la única queja, era su maña de darle leche para recordarle que era un crío.

Eso era tan... Anti-Manigoldo. A decir verdad, ese juicio es más bien del viejo Manigoldo, el de las primeras apariencias, porque ahora que lo conoce mejor, esa forma de ser cuadra bien con su carácter.

"Una cebolla, ese tipo es una cebolla y por más capas que quito, no logro llegar al centro. Me confunde y al mismo tiempo, me gusta que sea tan enigmático. Siento que con él, puedo decirle la verdad sin ser juzgado y, también, me cuida y me hace reír con sus tonterías. ¿Por qué tiene que tener una pareja? No, una pareja no, un trío. ¡Qué acaparador!".

"¿No podríamos ser un cuarteto?".

"¡Qué estupideces pienso! Mejor me olvido de él. ¿Por qué me exaspera tanto eso? Lo que es peor, ¿por qué se puso tan idiota ese día con Nathan?".

El Templo lo recibe en silencio. Se dirige al área privada y toca la puerta con los nudillos mentalizándose para su encuentro.

"No pienses en sus labios y todo saldrá bien" se anima con brío. "Deja todo rápido y huye".

—Soy yo —se anuncia y espera una respuesta que no llega—. Voy a entrar.

Se introduce en el sitio con el corazón desbocado. Es su primera vez penetrando la verdadera intimidad de Manigoldo. A pesar de tantos años, el italiano nunca le dio ese privilegio. La expectativa le eriza la piel y cierra su garganta. Pasea la mirada y se impresiona por la sencillez de los gustos. El sitio es... acogedor y hogareño.

Tan... Manigoldo.

Llaman su atención las dos secciones de las habitaciones privadas. A la derecha, encuentra la distribución básica de un monoambiente: una cama grande, comedor, cocina y baño con la puerta cerrada. Los muebles están elaborados en madera con un cuidado meticuloso. Regulus reconoce la mano del italiano en su fabricación. Los detalles le son familiares gracias a las figurillas.

A la izquierda, tras un arco, se encuentra una terraza grande e iluminada por el sol.

Ésta brinda una panorámica espectacular desde el piso formado por piedras de río. Le sigue una hortaliza acomodada a la diestra, mostrando con orgullo sus frutos maduros. Del otro lado de la terraza, priman las hierbas aromáticas cultivadas con esmero. Las paredes son de ladrillo rojo y las enredaderas descansan en ellas, lánguidas y floridas. Parece... irreal.

Regulus reconoce una de las plantas de la izquierda, pues ésta conserva el pequeño lacito hecho por el joven y que fungió como obsequio por el último cumpleaños del mayor, antes del lío provocado por Jonathan. Entonces... ¿Manigoldo plantó los brotes que él le trajo?

Su atención es atrapada por la pared que delimita la parte norte de la terraza. Ésta presume el diseño de una vid con sus hojas y racimos de uva maduros. Regulus se acerca sin pensarlo para saciar su curiosidad. Se maravilla al descubrir de qué está hecho el paisaje. ¡Qué trabajo tan impresionante!

—¿Ya terminaste de meter tus narices en donde no te llaman?

—¡Ahhh! —salta hasta el cielo y agradece la falta de techo o estaría agarrado de éste con uñas y dientes.

¿Por qué le gusta al otro asustarlo?

Hablando del otro, sus ojos se llenan de su imagen. Manigoldo permanece tras él, con el cabello mojado y algunas gotas cayendo en su camisola. Recién bañado.

     »Y-yo... ¿está hecho de madera? —gana su curiosidad sobre el miedo por ser encontrado fisgoneando.

—Sí, son círculos de madera de diferentes tamaños —bosteza mostrando los dientes.

—Y los pintaste —se conmociona acariciando el trabajo con sus dedos—. ¡Y los clavaste!

—Sí, ahí perdí muchos porque no calculaba mi fuerza —le da la espalda.

—¡Estás herido! —grita preocupado, yendo veloz en dirección a la camisola impregnada de sangre—. Te ayudaré a curarte —busca los utensilios.

—Me ayudarás largándote —reniega antipático—. Anda —abre la puerta—, vete ya.

Una ceja se arquea en el rostro de Regulus y olvidando sus propias promesas de irse rápido, se coloca las manos en la cintura en franco desafío.

—No, vine a traerte esto y si no eres capaz de ir a que te curen, lo haré yo —resume convencido acercándose al Santo de Cáncer—. Además, no me asustas con esa mirada porque te conozco. No soy aquél chico que entrenaste y ya cumplí 18 años. Anda, recuéstate para hacerlo rápido y así, te deshaces de mí —negocia con él.

Porca puttana! [1] —despotrica hostil—. Ni en mi Templo me dejan en paz.

—¿Qué dijiste? Lo primero no lo entendí —cuestiona trayendo las cosas—. Recuéstate.

—Maldije en mi idioma —refunfuña y cruza los brazos—. Vete y déjame en paz.

—No quiero —lo encara con determinación—. Soy terco, ya me conoces. Anda, recuéstate.

—Más terco soy yo y no quieres que... —levanta el brazo derecho y reniega por el dolor.

El corazón de Regulus se salta un latido ante la visible muestra del sufrimiento del otro.

—Es suficiente, te acuestas ya o te empujo y allá tú si te lastimo de más —cierra la puerta.

—Eres un... —infla los labios de impaciencia, pero obedece—. Rápido y después, te largas.

Regulus lleva la pequeña mesa hasta la cama. Manigoldo se desprende de la camisola con desprecio y el otro se arrepiente por insistir. Las líneas de la orografía canceriana se muestran orgullosas y el león sufre con las heridas. Las acaricia compasivamente.

     »¿Esto fue una treta para toquetearme? —le dice con sonrisa taimada—. Lo hubieras pedido, te lo hubiera concedido sin tanta farsa —pone la mano sobre la del otro y la aprieta.

—¡¿Eh?! —salta acobardado—. Ah, n-no, es que... —jadea nervioso—. Ya me ocupo.

"Idiota, idiota, reverendo idiota. Aunque... ¡Qué suave es su piel!" reconoce con las mejillas ardiendo y las manos temblando.

Ruega a la diosa porque Manigoldo nunca se entere de su atracción por él. Estando cerca, es más obvio cuánto se le van los ojos tras su figura. La mano con que lo tocó le hormiguea. La sensación de la firme y suave piel, se queda grabada en su hipotálamo.

El mayor se sienta sobre la cama con las piernas abiertas en compás y las manos detrás de la espalda, apoyadas en el lecho, sin despegar la vista del chico, quien se apresura a limpiar la piel con un paño, ignorando sus manos nerviosas.

Presta atención al lenguaje no verbal del herido. Se detiene ante cualquier espasmo y continúa tras la relajación de los músculos. Nota dónde hay más dolor por la exhibición de las clavículas.

El Santo de Cáncer es incapaz de manifestar dolor por medio de la queja. Mantiene la careta en todo momento. A veces inspira más fuerte o contiene la respiración. En una herida del costado, Regulus nota el temblor de los brazos y levanta la mirada de inmediato.

—¿Estás... b-bien? —susurra con los ojos pegados en los de Manigoldo.

Esos orbes parecen dos fuegos fatuos impacientes y bravíos. Le recorren las facciones, pausando en los labios de Regulus, quien se halla envuelto en el magnetismo del mayor. Las mejillas se enrojecen por la intensidad de esa mirada. Manigoldo sonríe y ese gesto se torna una adicción para el menor.

Es perezoso y expresa emociones distintas a la burla. Se le cae la boca al notar la lengua de Manigoldo emerger y repasar los labios. Esa acción motiva un sentimiento extraño en Regulus y el deseo de presenciarlo de nuevo es incontrolable. Los dientes superiores del mayor atrapan el pliegue inferior y se arrastran sobre su carnosidad. El cuerpo de Regulus se siente atraído a la gravedad del otro y le exige... algo.

En el reconocimiento de esa nueva necesidad, Regulus acorta la distancia que lo separa de esos pliegues tentadores.

Piccolo Re?

Su voz es suficiente para recuperar el control y evitar una estupidez. Finge revisar el pómulo herido del canceriano.

—Amm... Esto está bien, ahora falta vendar —logra decir sin ponerse en evidencia.

—Adelante, soy todo tuyo.

"Ojalá fuera así, cangrejo descocado, pero tienes a tu trío".

Ese pensamiento le roba el color de las mejillas. ¿Acaso no dijo que disimularía su atracción? ¡Esto no es disimular!

Sus manos se apresuran y colocan con eficiencia la larga tela alrededor de la herida. La ajusta y la engancha con habilidad de quien atiende sus propias lesiones.

—Listo, ahora te haré de comer y después, marcharé a mi Templo.

Tarde se da cuenta de sus palabras. ¿Dónde quedó el acuerdo de dejar las cosas y correr? ¡Ahora hasta quiere alimentarlo!

"Idiota, soy un idiota. ¡Se va a dar cuenta de que me gusta!".

—¿Tan pronto te quieres deshacer de mí? —lo provoca con una sonrisa torcida—. Pensé que te gustaría celebrar tu cumpleaños conmigo.

Eso es nuevo, el joven parpadea ladeando la cabeza. Un pequeño calorcito se aloja en su corazón. ¡Manigoldo se acordó!

—Mi cumpleaños fue hace casi una semana.

—Y por mi misión, no lo celebraste conmigo. Además, un pajarito me dijo que sigues interesado en conocer el sabor del vino.

Sus ojos se encienden como estrellas en el firmamento. Regulus sonríe de oreja a oreja y confirma ese rumor con un vehemente asentir de su cabeza. ¡Aprovechará la oportunidad! Además, agradece a la diosa que Manigoldo se haya olvidado del tema de Jonathan.

—Sí, sí, me encantaría.

—Bien, tengo uno que podría funcionar —comenta levantándose y tomando la camisola sucia—. No es seco y servirá para tu paladar virgen. ¿Te quedas conmigo a probarlo?

—¡Sí, por favor!

El italiano se viste con una nueva camisola, poniendo la manchada con sangre en un cubo de madera en el que descansan otras prendas. Regulus se activa y saca del morral la comida. Un par de hogazas de pan, queso, una ración de carne de buen tamaño y unas naranjas. Así como remedios.

—¿Y eso?

—Lo mandó el señor Dohko para ti.

—Mmhh... interesante —cavila revisando los ingredientes—. Haremos algo rico con esto y contará como regalo de cumpleaños.

—¿Tú cocinas?

—¿Tú respiras?





¡Hola, mis Paballed@s!

¿Cómo te va? ¡Cumplí lo que te prometí! ¿Te gustó?

Pues también te prometí una sorpresa y es que, este Domingo 2 de junio, ponte list@ porque tendrás otra publicación de este fic.

Lo adelanto porque ese día es mi cumpleaños y quiero celebrarlo con lo que me gusta: publicar. Así que esta semana tendrás capítulo de doblete, hoy y el domingo. Seguiremos el martes 04 de junio con la siguiente actualización, como acostumbramos.

Ahora, ¿quieres adelanto de lo que se viene? Más abajo...

Yo desde ahora, me despido. ¡Hasta el domingo!


NOTAS DE LA AUTORA

[1] Porca puttana --- Básicamente, en italiano, es maldita sea.








[...]


—¿Ya lo besaste?

El menor se pasa la mano por el rostro. Manigoldo saca las semillas de su boca y se mete otro gajo para serenar sus ánimos.

—¡¿Otra vez haces la misma pregunta tonta?!

—Responde, ¿ya lo besaste? —insiste dejando las nuevas semillas en la mesa.

—¿No dijiste que los amigos no se besan?

—Eso no responde mi pregunta —sisea mostrando los dientes—. ¿Ya lo besaste?

Esta escena le frustra. ¿Cómo hacerle entender a un cangrejo terco?

—No, él no es la persona a quien quiero besar —confiesa sonrojado.

Dos golpes simultáneos contra la mesa le sobresaltan. Manigoldo bufa con las manos sobre la madera. Bajo la diestra, la naranja yace aplastada.

—¡Ah, mira tú! Como si no fuera poco el tal Jonathan, ¿ahora resulta que hay otra persona a la que sí quieres besar? —recrimina empuñando la mano mojada con el zumo de la fruta.


[...]


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