ℑℑℑ. 𝔟𝔯𝔬𝔨𝔢𝔫 𝔰𝔬𝔲𝔩
𝘾𝙖𝙥𝙞𝙩𝙪𝙡𝙤 3
𝗜𝗜𝗜. 𝗔𝗹𝗺𝗮 𝗿𝗼𝘁𝗮
Destrozada.
Esa era la palabra para describir su estado en ese momento, la joven princesa estaba destrozada así se sentía y así estaba su alma totalmente rota.
Había pasado un mes desde que se lo habían informado y se había encerrado en sus aposentos y si es que alguna persona entraba solo eran sus damas y si algún sirviente no deseado se atrevía a perturbar a la princesa era seriamente regañado y se enfrentaba a su furia.
El Duque Alessandro había partido de la capital para salir a una provincia donde se había comprometido con una hija de un boyardo para adquirir más tierras, un compromiso el cual había pactado el Gran príncipe.
Gritos se comenzaron a escuchar en el palacio.
—¡Acaso no tienes ojos mujer!—Grito la joven princesa.
La joven princesa estaba sin dudas molesta pues la sirvienta había tirado una taza de té sobre ella y había dejado caer la bandeja.
La pobre criada estaba en una esquina arrinconada.
—Viktoria—Marianne la sujetó por los hombros—¡Cálmate!.
Sus ojos verdes miraron a la nada y por un momento tomó sentido, miro a su alrededor ¿Que era lo que estaba haciendo?.
—Yo... De verdad lo lamento.
Sin dudas se sentía mal, sentía que todo en su vida estaba mal.
—Retírate—Murmuró la joven.
Esta inmediatamente salió corriendo de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.
—Santos cielos—Musitó antes de caer de rodillas.
Se sentía una mierda y no podía detener las lágrimas día y noche las lágrimas brotaban de sus ojos como si estuviera construyendo un océano entero con estas y su corazón estaba destrozado al igual que su alma, con la partida de Alessandro sentía que le habían quitado lo más importante de su vida. Una parte de ella se fue con el.
—Siento como si mi corazón estuviera seco—Murmuró mientras dejaba salir unas lágrimas de sus ojos.
Marianne cerró los ojos ante el dolor que su hermana de corazón estaba sintiendo, había sido testigo de cómo amaba a ese hombre y que ahora que le habían arrebatado a lo único que amaba se sentía completamente sola y eso lastimaba a Marianne, verla cada noche llorar mientras gritaba el nombre de Alessandro y rogarle a su padre que Anastasia pudiera acompañarla a ese infierno Otomano.
Sin duda Marianne sentía dolor por su amiga.
—Tranquila, todo saldrá bien—La envolvió en un abrazo de oso como lo llamaba la pelinegra.
Sentía la Joven princesa que se asfixiaba cada día, que tenía una cuerda en el cuello y que no podía saltar para evitar su sufrimiento.
—Hoy es el día Marianne—Murmuro tristemente la princesa.
Hoy partiría en un barco dentro de cuatro horas para encontrarse con el Sultán y así poner a su nación a salvo bajo el ala de los turcos.
—Lo se, tu siempre has sido fuerte y estoy segura de que lo seguirás siendo—Tomo su mano y la apretó fuertemente en señal de apoyo.
—Hoy es mi banquete de despedida, pero de verdad desearía quedarme—Apretó la mano de Marianne pero intentar contener sus lágrimas.
—Debes ir y debes comenzar a prepararte.
La pelinegra no se sentía con energía pero debía hacerlo, era su único deber en este momento.
Asintió mirando a Marianne la cual trajo un vestido azul demasiado hermoso, tenía piedras incrustadas en el. Para finalizar usaron un hermoso llamado el océano azul.
Este collar lo había usado su tatara abuela Lenya la emperatriz o así la llamaban, fue la primera mujer en asumir su nación y fue la más poderosa pero también la más sanguinaria. Los boyardos tenían miedo de que la joven princesa cayera en la tiranía como su pariente así que esa era la razón (además de la obvia) por la que no la querían en el trono, tenían la especulación de que las mujeres eran más propensas a caer en la locura ya que lo habían vivido, también que eran más sanguinarias que los varones.
Poco me importaba, intentaría forjar el poco destino que me quedaba, como gobernar mi nación, qué posición darle a mis hijos y claro que también que mis hijos con el bárbaro serían de mi nación. Educados de manera Rusa como todo príncipe y princesa.
Marianne toco mi brazo y me señaló la puerta, ya era hora de partir. Si bien no me hacía la más mínima ilusión era lo único que le podía brindar a mi reino. Mi vida por su bienestar y la paz.
Camine por los pasillos intentando tomar aire, partiría como prometida y si regresaba lo haría como novia, o viuda, quien sabe el destino es demasiado cruel como para asegurarme una vida feliz más allá del océano pero no me rendiré, no está en mi sangre hacerlo a menos que sea lo que corresponde.
Al pasar todos los sirvientes se arrodillaban ante mi y pedían a dios por mi vida y por que entregara noticias en poco tiempo, aún no estaba casada y ya querían que habitara un invasor en mi vientre.
Solté un resoplido.
Bebés, bebés, bebés, bebés ¿Es eso lo único que les importa? Que por cinco años expulse un bebé de mi vientre o más solo para hacer feliz a un hombre que lo más probable es que me engañe o me deteste.
Valla vida la mía.
Pronto sentí las ganas de vomitar, para mi lastima apenas estaba a punto de cruzar la puerta para la sala del trono, y así lo hice.
Rápidamente logre distinguir a mis padres en sus tronos y a una cantidad impresionante de boyardos, había un banquete, y regalos.
Muchos, muchos, MUCHOS regalos.
—No se si me están sobornando o me quieren decorar como árbol—murmuré.
Rápidamente Marianne soltó una risita.
Me sentía mejor que antes, sin dudas podía respirar.
—Majestades—Realice una reverencia y le dedique una sonrisa a mi padre.
Me tomo entre sus brazos y mirando a los boyardos comenzó a hablar.
—Queridos presentes como muchos saben mi hija la princesa se casará en pocas lunas con el gran Sultan del Oriente para traer estabilidad y unir dos reinos—Levantó su copa mirando a los boyardos (valla unión)— Salud por la paz y la estabilidad—Finalizó mi padre.
—¡Por la paz y la estabilidad!
Murmure un pequeño por la paz y la estabilidad.
Sin dudas no había vuelta atrás.
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