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Prefacio

Rabia era lo único que recorría su cuerpo, caminaba con fuerza y apuro, necesitaba llegar a esa maldita oficina. Le debían una explicación y se la darían, aunque tuviera que destruir todo el edificio para ello.

El personal de aquel recinto lo observaba con sorpresa, no existía precedente de algo similar. Dos omegas bajaron la cabeza a su paso, asustados por el aura de falso control que proyectaba.

Se detuvo frente a una joven beta que lucía ansiosa de su presencia, las insignias en su uniforme militar delataban su bajo rango, no tenía tiempo que perder con ella, sus manos en puños le ayudaban a obtener una estabilidad que estaba muy lejos de sentir pero que debía mantener o todo sería un completo caos.

—¿Dónde está el intendente Catal? —gruñó con molestia, acercándose al cuerpo de la beta, una simple cadete, un peón más en un juego de reyes. No podía olerla sin embargo era claro que le temía, el disimulado temblor en su cuerpo no pasaba inadvertido para sus ojos expertos—. No estoy para perder el tiempo, Mónica, dime ¡¿Dónde mierda se esconde?!

—No tengo que darte explicaciones, no eres un militar, no eres mi superior —contestó con fingida seguridad la beta, alejándose sutilmente.

Suspiró hastiado, en otro momento habría halagado se determinación, sin embargo, justo ahora Mónica era su enemiga y la quitaría de su camino de cualquier forma.

—Soy superior a ti —su voz sonaba diferente, los colmillos le dolían exigiéndole que los dejara salir. Su lobo se descontrolaba con cada segundo que pasaba y no obtenía respuestas—. Eres solo basura bajo mis pies, si te mato nadie te llorará, nadie hará preguntas solo serás un nombre más en el cementerio. No creo que desees perder la vida por un Alfa que ignora tu existencia. Así qué Dime. Dónde. Está. Catal.


Tres pisos y una Mónica llorosa después, llegaba al puesto de control. La línea de inteligencia principal. Dos guardias lo analizaron confusos, su ropa de civil delataba que no pertenecía a ese lugar, dejó que su olor se apoderara del pasillo, demostrando su presencia, su furia palpitante, listo para arrasar con todos como el peor tornado.

Caminó decidido hacia ellos, demostrando el poder que corría por su sangre, usando su linaje para exigir el respeto que todos aquellos infelices debieron darle en primer lugar, pasaron tantas lunas desde que juró alejarse del camino que ahora recorría con poderío, pero lo haría por él. Solo por su otra mitad.

Las pupilas de los alfas se agrandaron en reconocimiento, sus cabezas se agacharon en señal de respeto, su mirada no se alejó de su objetivo, las puertas negras de metal que protegían a la basura de Catal.

Las abrió con facilidad, el metal cediendo bajo su peso, reconociendo las manos que las instalaron.

El sonido sordo de su llegada llamó la atención de todos los que estaban allí, cinco alfas, 10 betas y dos omegas que se alejaron de inmediato reconociendo la vibración en el aire, la atmósfera pronosticaba guerra.

—¿Qué haces aquí? —exclamó el Alfa que tanto buscó, sudando como cerdo y del porte de uno, su tamaño estiraba su uniforme grotescamente. Una burla de Alfa, eso era— ¡¿Quién te autorizó para entrar?! ¡Largo!

—¿Dónde está? —exigió con voz contraída, con cada segundo perdía el control de su lobo.

—Guardias, aléjenlo de mi presencia —gruñó airado Catal. Dos alfas que se hallaban en el fondo de la oficina dieron un par de pasos antes de ser detenidos por otra voz.

—No —la orden fue fuerte y clara, los alfas regresaron a su lugar y protegieron al hombre mayor que les habló.

Analizó a consciencia a los otro cuatro alfas restantes, dos guardias privados, un control y aquel Alfa, tanto años sin verse... Sacudió su cabeza y lo ignoró, no era momento para otra discusión, primero debía encontrar a su hombre.

Catal lo miró con sorna a la par que, desconcertado por la orden de su superior, el patético alfa intentó que su aroma lo asustara. Como si eso fuese posible, solo lograba que su lobo quisiera degollarlo.

Pobre intento de Alfa.

Se dirigió hasta Catal, su respiración se dificultaba con cada segundo que transcurría, necesitaba saber dónde estaba, si estaba bien, si volvería a su lado... si después de esto debía masacrarlos a todos.

En cuanto estuvo cerca del intendente desenfundó su arma y lo apuntó directo a la cabeza.

Todos en aquella habitación quedaron estáticos, casi nadie sabía cómo reaccionar, Catal retrocedió sorprendido, aunque de inmediato escondió su emoción, encuadró los hombros y lo enfrentó.

—Baja el arma, Louis. —Las omegas del fondo bajaron sus cabezas de inmediato, Catal hizo uso de su voz de alfa para imponerse sobre él— ¿Crees que puedes matarme frente al Coronel y salir libre? No tengo idea de cómo has llegado hasta aquí pero déjame decirte algo: Solo eres un Omega. Así que ¡Baja el arma, obedece a tu alfa!

Louis gruñó con poder, su rugido vibró en su pecho y quemó su garganta, quitó el seguro del arma e ignoró a todos menos al intendente que no lograba controlar su sorpresa.

—Sí, soy un Omega, pero no te confundas Catal, jamás en tu asquerosa vida intentes usar tu voz contra mí, porque pondré una bala en tu cabeza antes de que te des cuenta. Mataré a cualquiera que intente protegerte —Louis gruñó de nuevo, exigiendo que Catal bajará la cabeza en señal de sumisión—. Eres débil, una vergüenza para el uniforme.

—¿Qué eres? —masculló Catal compungido, obligando a su lobo a no bajar la cabeza, en sus 44 años jamás presenció que un alfa lo hiciera ante un inferior.

—Un omega, un omega muy enojado y lo quiero conmigo, así que dime, Catal, ¿a cuántos de aquí debo matar para que hables?

—No entiendo que mierd...

Louis se cansó, su lobo se cansó, sus ojos cambiaron de azul a rojo en un segundo, la sangre en su boca se hizo sentir, sus colmillos estaban listos para destrozar.

—¡¿Dónde está Harry?! ¡¿Dónde está mi alfa?!

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