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IV


El candente beso que se formó entre ambos no los satisfacía, necesitaban más del otro, sentir que se pertenecían en su totalidad. Se estaban ahogando en sus propios deseos y no acabarían hasta conseguir cumplirlos. Algo extraño los seducía a la tentación, pero ninguno de los dos podía describir qué era, por eso decidieron dejarlo existir, que simplemente los consumiera. A veces la vida no se trataba de buscar explicaciones, sino de vivir los hechos y ellos, que siempre estuvieron juntos, pero nunca se miraron de tal forma, lo comprendieron.

Madelyne jamás sintió un roce tal delicado por parte de Viktor como el beso que le dio, tampoco tanta tortura porque anhelaba más. Se comenzó a desesperar, porque quería más, pecaría de ambiciosa si lo hacía, mas poco le importó. Ella quería probar todos los rincones de ese espectacular mundo que se le mostraba una vez más. Creyó que estaría recluida por siempre de las banalidades del burdel, pero comenzaba a entender por qué los hombres iban a visitarlo. Era adictivo sentir el fuego y el deseo complementándose, las caricias recorriendo su cuerpo, y besar hacía todo más mágico. Cerró sus ojos dejándose guiar por su comprador, por el sonido de su respiración agitada, por el contraste de su aliento, por la intensidad y la profanación de sus rojos labios.

Abrió los ojos con sorpresa al apoyar su cabeza en la almohada y se encontró con el rostro de Viktor contemplándola con ojos brillantes y voraces. Estaba de pie junto a la cama, debatiendo su siguiente acción.

Quedarse o marcharse, he ahí su dilema.

Luego de unos segundos de meditarlo, cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza, reacio a tener que doblegar la inocencia de la única musa que valía la pena fotografiar. No podía, era demasiado valiosa para deshonrarla. Se acomodó la ropa y deslizó sus manos el cabello para peinárselo, regresando al semblante austero de siempre. Sin decir palabra alguna, giró sobre sus talones hacia la puerta, pero Madelyne lo detuvo.

La joven abrió los labios para pedir que se quedara, que continuara, y no podía. Hablar significaba perder su lengua. Sin embargo, no necesitaba hablar para hacérselo saber. Se levantó sobre la cama y lo besó, impulsaba por el ardor que sentía en su cuerpo, pero sobre todo en el pecho. Lo besó con torpeza e inocencia, lo besó como alguien que deseaba aprender más.

Viktor le concedió el deseo. La tomó por la cintura ajustando su cuerpo tan bien estudiado frente a él, uniéndola con el suyo para que ambos intercambiaran el calor. Besó su boca y se atrevió a indagar más dentro de ella, sintiendo la tensión en los músculos de la joven. Apaciguó su sorpresa frotando sus manos por la curvatura de su espalda, lo que llevó a apegarla más a él. Qué dichoso se sintió al poder tocarla. Tocarla como sus más cautivos sueños. Tocarla sin restricciones. La llevó en un lento viaje de regreso a la cama y la dejó tendida en ella desligándose de su boca y emprender su camino de besos hacia su clavícula. La joven Madelyne era delgada, por ende, tenía su clavícula marcada, llena de huecos que formaban sombras asimétricas que Viktor detestaba ver en sus sesiones de fotografía. En ese instante, en que la bestia lo poseía, los encontró completamente adorables. Su nariz encajaba perfectamente en ellos y podía oler el exquisito olor de su piel, como si éste hubiese sido creado para él. Extasiado del aroma, comenzó a bajar hacia el canalillo. Allí se quedó un momento, divagando en la ironía de la situación, en lo ansioso que estaba. No hubo beso esta vez, sido que sacó su lengua para lamer el avistamiento del espacio entre sus pechos.

No esperó actuar de aquella forma, y Madelyne tampoco. La inesperada lamida llenó su boca de un jadeo impropio de su persona. Viktor la observó un minuto, como si le pidiera permiso para continuar. Fue la propia Madelyne quien deslizó los tirantes de su camisón por sus brazos descubriendo sus dos pechos y lo dejó arrugado en su cintura. Esto bastó para que Viktor continuara con sus besos que tentaban en llamarla al extremo de la demencia. Llevó una mano a su boca para no gemir, ni gritar. Su otra mano agarró el cuello de la camisa de su comprador y lo obligó a subir de regreso a su rostro. Le hizo una señal para que se sentara y, con fragilidad, se quitó el camisón quedando desnuda frente a él, por segunda vez.

Viktor captó lo que la joven deseaba, mas no sabía si era lo correcto. Lo quería, mucho, tanto que dolía por todo su cuerpo. Tanto que el bulto en su entrepierna vibraba solo de pensarlo, pero ella era tan... pura. ¿Cómo podría ensuciarla él? ¿Cómo iba a ser tan insensato para romper su pureza interior? Volvió a negarse, mostrando su lado voluble ante la joven. Y ella volvió a detenerlo. El pecho de Viktor se colmó de culpa... o quizá de placer, no lo supo descifrar, no cuando Madelyne se acomodaba sobre él, con la curva de su trasero moldeándose a su entrepierna. De pronto ya no sintió más que ardor por llevar guardado algo que quería salir. Madelyne se movía con inquietud mientras trataba de desabotonar el pantalón, causando que la erección de Viktor se agrandara y doliera más. Palpitaba con hambre de la joven.

Con el pantalón desabrochado, solo quedaba el trabajo de bajarlo. Madelyne buscó la mirada de Viktor pidiéndole qué más hacer, pero él estaba luchando por mantener la cordura. Tenía su cabeza echada hacia atrás, su manzana de Adán expuesta. Madelyne lo encontró hermoso, le gustaba ese lado rompible de Viktor, así que aprovechó la exposición para despojarlo de su camisa. Cuando el pecho del joven fotógrafo quedó descubierto, casi todo el trabajo quedó hecho. Madelyne bajó la cabeza hacia el pantalón oscuro y observó cómo su intimidad se ajustaba a la erección oculta.

—No mires —le ordenó Viktor, regresando a su lado estricto—. Cierra tus ojos y levanta tu trasero.

La joven obedeció. Cerró los ojos y levantó su cuerpo, con las rodillas apoyadas en la cama, expectante a cualquier movimiento. Sintió un roce rápido en su intimidad y apretó su labio inferior para que su barbilla dejase de temblar. No tenía miedo, estaba ansiosa. La fuerza de sus piernas flexionadas se empezó a perder, necesitaba volver a sentarse. Soltó un jadeo y buscó apoyo en sus manos, agarrando la camisa desabonada de Viktor. La apretó con tanta fuerza en sus manos que le dolieron. Su cuerpo cayó unos centímetros, siento esto el causante del primer encuentro al desnudo de su vulva con el miembro de Viktor. De manera instintiva su cuerpo se tensó.

—No —habló Viktor, sintiendo cómo las piernas de la joven se ceñían a su lado, contrayéndose—. No entrará si lo haces.

Madelyne asintió lento, inspiró hondo calmando la agilidad de su pecho y exhaló.

—Ahora baja lentamente.

La orden de Viktor fue acatada, Madelyne comenzó su lento decline, hundiéndose en Viktor, sintiendo cómo su cuerpo menudo se complementaba al de él, acostumbrándose a su invasión.

Era curioso... Ella no sentía dolor, como algunas de sus compañeras —quienes también fueron vendidas— rumoreaban a escondidas. No, Madelyne no estaba adolorida por ser su primera penetración, lo estaba porque ansiaba sentir más. Quería saber qué era el éxtasis.

Viktor, sin embargo, sintió que estaba en el mismo paraíso. Probablemente ya había perdido la cordura, porque la sensación que lo embalsamaba no la había experimentado jamás. Llevó las manos a la cintura de Madelyne y con un repetitivo movimiento de pelvis le indicó cómo se hacía. No le fue difícil a la chica captarlo, moviéndose sobre Viktor como si siguiera un baile. Se movía como creada para vivir ese encuentro, para complacer la insania de Viktor, quien no aguantó más y tuvo que reposar su espalda en la cama. Ahí se quedó, gimiendo como Madelyne jamás creyó que lo haría. Viktor estando en un estado vulnerable le pareció adorable, querible y digerible. Totalmente diferente. Hasta sus jadeos le sonaron divinos, como la mejor de las sonatas.

—Ah... —salió de su boca. Madelyne se detuvo para escucharlo—. Apártate —ordenó, escudándose tras su brazo. Madelyne le hizo una mueca y se apartó, quedando sentada sobre la cama—. Lo haremos a mí manera.

El orgulloso fotógrafo se colocó de rodillas en la cama, giró Madelyne y la acostó de espaldas a él, subió ambas piernas a su regazo, las acomodó a sus costados y volvió a anclar su miembro dentro de ella, sin un aviso previo. Madelyne gimió del asombro, trató de cubrirse la boca, pero las embestidas feroces de Viktor no se lo permitieron. Él estaba ensimismado, adicto. Se afirmaba de sus muslos para buscar seguridad hasta conseguir el ritmo que deseaba. No podía mirar la expresión de la joven, le bastaba escucharla gritar a causa de él. Gritaba tan alto que por fin logró cubrir su boca con ambos labios mientras las embestidas eran un vaivén que tenía su atesorado cuerpo en completo movimiento.

—Habla.

Oyó detrás de su espalda, no obstante, creyó que fue puro invento de su imaginación.

—Háblame —insistió Viktor—, es una orden.

La garganta seca de Madelyne requirió tragar saliva, pero no logró humedecerla, así que cuando por primera vez habló, sonó rota.

—Se-señor...

Su comprador se detuvo.

—Soy Viktor —corrigió, obligándola a girarse para que ambos pudiesen verse.

—Viktor —repitió ella, trazando una diminuta sonrisa. Dejó que su agitada respiración se apaciguara y se aventuró en hablar otra vez—: Más, por favor.

El fotógrafo se acercó a ella.

—Debes decirlo más fuerte —susurró.

Madelyne permaneció con la abro abierta intentando pronunciar las mismas palabras que hacía unos segundos había dicho. Pero no pudo. Su garganta continuaba ardiendo de manera que no podía decir nada. Pronto un fuego enloquecedor comenzó a recorrerle la piel. Entró en una desesperación interna que la mantuvo quieta ante los ojos de Viktor y, cuando él comenzó a acercarse de nuevo para examinar a su musa, todo lo que percibió fueron las gotas de sangre volando por el aire. Los dientes de Madelyne se habían encajado en el cuello de Viktor, desgarrándole la piel con una rapidez sobrenatural.

El momento en que la sangre tibia manchó el cuerpo Madelyne, ella pudo salir del letargo hallándose entusiasmada en succionar la sangre que no dejaba de salir del cuello de su comprador. Se espantó por tal atroz hecho y apartó el inerte cuerpo de Viktor de encima.

¿Qué hice?, se preguntó.

Se levantó con rapidez de la cama para contemplar con horror la escena grotesca. Viktor estaba muerto, tendido en la cama lleno de sangre y ella, Madelyne, lo había matado de un mordisco.

Se movió de un lado a otro suplicando despertar de aquella horrorosa pesadilla, se colocó el camisón y empezó a recorrer la habitación buscando nada, porque ni siquiera ella sabía qué hacer. Entonces, sobre el velador, encontró la biblia que leía en ocasiones. Su sangre se heló. Ella había pecado, fornicado con su comprador, y su castigo por hacerlo fue convertirla en un monstruo. Eso debía haber sucedido.

Colmada de arrepentimiento, clamó misericordia al cielo y en medio de la noche partió a la iglesia de The Noose, sin dar explicaciones, sin buscar otro atuendo. Iría colmada en su pecado para buscar el perdón. Llegó en la madrugada a golpear la enorme puerta de madera de la iglesia; golpeó y golpeó esperando que alguien la socorriera y limpiara del pecado.

Necesitaba confesarse.

El Padre de la iglesia, se levantó de su habitación con el tortuoso sonido de los golpes que provenían de la puerta. Sabía que en ocasiones los ciudadanos lo buscaban para hacer confesiones de fe o rezar por algún enfermo, pero nunca a esas horas. Iba en su pijama largo, con una linterna de aceite en su mano para abrir. Busco las llaves y abrió la puerta de la iglesia, topándose con la joven Madelyne cubierta en sangre.

—Perdóneme, Padre, porque he pecado —pronunció la chica comenzando a sollozar y acercándose al Padre en un ruego desesperado—. Necesito confesarle mis pecados, el crimen que acabo de cometer...

—¡Atrás! —gritó la voz autoritaria del Padre— ¡Vete de aquí, demonio!

Madelyne no comprendió a qué se refería el Padre llamándola demonio. Ella había pecado, estaba cubierta en sangre, pero todavía merecía el perdón.

—No lo entiende... —intentó explicar, pero el Padre le dio un empujón y la sacó de la iglesia—. ¡Padre! —chilló Madelyne— Padre, perdóneme...

—Los aberrantes como tú no merecen perdón —farfulló el hombre y cerró la puerta de la iglesia.

Madelyne quedó sola en la madrugada, vagando por los caminos terrosos de The Noose, buscando un sitio donde salir de su pesadilla. Ahogarse por ser una pecadora. Encontró el estanque de la ciudad y corrió para limpiarse de la sangre, purificarse de manera simbólica. Ansiaba quitarse el hedor de la sangre de Viktor.

Pobre hombre... de solo pensar en él su alma se partía en dos. ¿Y si no estaba muerto? ¿Y si solo estaba inconsciente? Madelyne pegó un grito ahogado con la ingenuidad de compañera, regresaría a la mansión de su comprador para comprobar que estuviera bien.

Eso haría. Pero eso no fue lo que el destino planeó que hiciera.

Al girarse se percató de la presencia de madame Brennett a una distancia prudente de donde ella estaba.

—¡Mama! —le gritó Madelyne, rompiendo en llanto mientras corría hacia la señora del burdel.

—Oh, mi niña —la consoló la mujer.

—Mama, no sé qué ha pasado... Estaba... yo...

Madame Brennett se alejó de la joven para observar su manchado rostro. Seguía siendo una niña, llena de inocencia y pureza, la chica favorita a quien quiso alejar de todos los pecados deliberados del burdel mandándola a cuidar con una mujer religiosa.

—Madelyne —la llamó con calma—, no puedes huir de lo que eres.

—¿Cómo? —preguntó Madelyne, inquietándose.

—Eso, lo que hiciste, está bien.

La calma al hablar que poseía la mujer descompuso a Madelyne más de lo requerido. Se soltó de su tacto, negándose a creer que una muerte estaba bien.

—No puedo decirte qué eres, pero sí sé lo que no. Tú no eres una humana, eres una descendiente de algo sobrehumano. Existe un motivo por el que mi burdel tiene tanta demanda, Madelyne, y es que todas las mujeres de aquí no son humanas, son seres de una belleza extremista, muy extraña. Seres que están hechos para complacer a los demás, que se alimentan de los placeres carnales. Estamos hechas para eso, para tener sexo. Fuimos creadas con ese propósito, si no lo cumplimos pasará lo que tú recientemente cometiste. Desde siglos que es así, antes de mí hubo muchas más. Nos han llamado demonios, ángeles oscuros, súcubos... y una tanda de nombres más.

Madelyne agitó su cabeza. No pudo procesar ni la mitad de las palabras de madame Brennett, todo lo que hizo fue escuchar que ella no era humana, que era alguien creada para tener relaciones.

—Pero yo... nosotros estábamos...

—Ay, mi niña —dijo la mujer con compasión, acariciando la mejilla de Madelyne—. Al cumplir los dieciocho años nuestra naturaleza se hace más incontrolable, por eso fuiste vendida para satisfacer a tu comprador, para ser diligente con él en carne, si tu naturaleza voraz despertó...

—Fue porque no tuve relaciones en mucho tiempo —concluyó ella.

Necesitó un respiro largo para ordenar todo. 

Viktor solo la quería para ser su musa, una fotografía perfecta de la belleza, no para satisfacer sus agónicos deseos viriles, por eso, cuando la fugaz entrega de sus cuerpos se llevó a cabo y las ansias por querer más se apoderaron de ella, su naturaleza despertó con violencia. Llevaba demasiado tiempo guardando lo que era, aunque no era su culpa. Al ser criada por una mujer religiosa nunca se le habló de su real propósito, tampoco de su naturaleza. Simplemente todo aconteció como si ella fuese una humana más, hasta que llegó su mayoría de edad, entonces solo pertenecería a su propia naturaleza.

En esa desolada noche, con su camisón cubierto en sangre Madelyne entendió que la bestia siempre estuvo en ella.


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FIN

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