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uno

Jin odia a los lobos que se visten de ovejas.

—¿Cómo está tu madre?

El castaño alzó la vista de los muebles de madera frente a él para ver al hombre oculto bajo una gran toga negra, por la puerta abierta dedujo que recién había entrado al establo junto unas bolsas donde, seguramente, traía comida.

—Murió hace una semana.

Ninguno se inmutó ante la noticia, el chico siguió ordenando el desorden a su alrededor. No estaba triste por el hecho de haberse quedado solo en el mundo, de alguna manera lo esperaba desde hace mucho cuando supo que su progenitora moriría un día cualquiera.

—¿Y su cuerpo? — preguntó nuevamente el mayor, buscando sin mucho ánimo por el lugar — ¿Lo quemaste? — asintió — ¿Ya cenaste?

—¿No deberías estar en la iglesia? — avanzó hasta el hombre con pasos lentos, no sin antes agradecer en voz baja los víveres para poder subsistir con el pasar de las semanas — Quiero decir, sabes que eres bienvenido aquí porque es tu propiedad, pero me incomodas. Y he de creer que alguien te necesita más que yo, para confesarse o algo por el estilo.

—Lo siento, sí. Cuídate.

—Adiós, padre... Conte.

Él odia a su progenitor.

A sus cortos quince años, podría decirse que sabe mucho sobre una persona hasta el punto de poder arruinarle la vida. Porque, ¿quién pensaría que, aquel Padre de la capilla, mismo que se pinta a sí mismo como un bondadoso y leal al camino del señor; tenía escondido un primogénito, víctima y heredero de todas sus mentiras?

Le desagrada lo poco y nada que ha vivido, muchas veces pensó en dormir y más nunca despertar, pero la idea de su suicidio se ha ido postergando por la más mínima cosa que le llegase a emocionar o preocupar, ya sea su difunta madre o ver un amanecer en las raíces de un árbol.

Se aferraba a los pequeños detalles al sentir que no le quedaba nada más por hacer.

Porque, realmente, ya no tiene nada que lo motive a seguir adelante. Su familia no existe, ningún chico de su edad tiene la etiqueta de amigo y no hay pasión que le haga sentir cálido a su corazón. Sólo sigue respirando mientras ve el aire pasar.

La rutina que sigue – y que en algunas ocasiones rompe – le permiten no perder la cabeza, no dar aquel paso que podría llevarlo a un descanso eterno, puesto que le prometió a su madre no hace nada que atente contra su integridad.

Ahora se arrepentía de ello.

Las noches en el establo son frías y ya no tenía a nadie quien pueda abrazarlo para darle un poco de su calor.

Decidió ir a caminar por las calles del pueblo con sus ojos inundados de lágrimas y la cabeza cabizbaja. Casi nadie se encontraba por las carreteras o callejones, a excepción que algunas cantinas y grupos de chicos o adultos jóvenes reunidos en la plaza. El ruido de borrachos a su alrededor le aturdía, nunca fue alguien que le gustara siquiera el olor a alcohol, mucho menos consumirlo.

No sabía a dónde sus pies le dirigían, pero seguía caminando resguardándose en una capa negra, como las que su padre usa. En su mano derecha, sostiene un farol con una pequeña llama de fuego para permitirle ver el terreno por el que pisa para no caerse.

Pudo respirar cuando terminó en un puente de madera, debajo de éste se encontraba un riachuelo con pocos peces a la vista. La ventisca era gélida y no dudaba en volver rápido a su establo, aquel lugar oscuro, apagado y lejos de cualquiera que podría lanzar habladurías de su persona.

Jin no era muy querido entre los pueblerinos, aunque él no los conozca del todo. Contadas fueron las veces en las que habló con alguno de allí porque a su padre no se lo permitía, no quería que nadie supiese que es su hijo y él estaba bien con eso, tampoco anhelaba que se diera a conocer su patética situación familiar.

La gente de allí era grosera, demasiado para su gusto. Porque él era delicado como sus largos dedos, no podía soportar mucho dolor puesto a que de inmediato se rompía en miles de pedazos tal espejo hecho trizas. Su cuerpo tampoco es el musculoso, es escuálido y sabe que no puede ejercer mucha fuerza porque todos sus malditos huesos duelen.

Sus labios son gruesos y se asemejan a los de una mujer, su rostro alargado – en ocasiones – logra hacer que sus mejillas se vean una más grande que la otra y ni quería hablar de sus ojos, los detesta. Ni hablar cuando hace frío, se vuelve aún más delicado.

Y lo odia, no le gusta ser así.

Su madre le decía que era como el tiempo, con el cual todos debían de tener mucho cuidado al ser frágil porque éste no tenía reparación. Pero él no quiere ser como el tiempo, él quiere ser fuerte, no llorar del dolor ante el más mínimo problema y saber cuidarse solo, no esperar nada de nadie, mucho menos cariño, aunque eso sea lo que más anhela en el mundo.

Los pensamientos propios denigrantes sobre la soledad que le abrazaba nunca abandonan su cabeza, repitiéndole lo que sabe con exactitud y como su padre le había enseñado.

Nadie se quedará a su lado. Y tuvo la razón porque esa noche fría, mientras sus manos temblaron al igual que todo de él, no hubo un alma que le pudiera consolar.

—¿Estás bien?

O tal vez sí.

La gruesa voz a sus espaldas le hizo pegar un pequeño brinco en su puesto, casi dejando caer el farol al agua. Rápidamente trató de secar sus lágrimas mientras se daba vuelta, aunque el desconocido al frente suyo ya se dio cuenta de las mismas, mas no dijo nada al respecto.

—S-Sí. — respondió con evidente vergüenza y nerviosismo, el contrario sonrió también dudoso de su respuesta, dejando ver un par de hoyuelos en su piel canela.

—No eres un forastero, ¿verdad?

—No, v-vivo por... ahí.

—¿Por ahí? — preguntó el otro con un deje de burla, quizás, a Jin logró confundirlo al no saber diferenciar cuándo una persona ocupa tal llamado sarcasmo — ¿Dónde es por ahí?

El castaño apuntó con su índice por donde vino y se arrepintió al segundo después de ver cómo el chico pelinegro – más bajo que él – se le quedara viendo con suma extrañeza y curiosidad —. Por la carretera que da al pueblo de Fiori.

—Oh, ya sé quién eres — un escalofrío corrió por su espalda ante esas palabras y una alerta en su cabeza gritándole que tiene que huir también lo asustó —. ¿Set? ¿Ji? Dicen que tu madre es un poco extraña.

—SeokJin — le corrigió, a lo que el chico asintió con una sonrisa más grande —. Y mi madre no es extraña, estaba enferma.

Si su padre estuviera con él, le habría abofeteado por la poca información que acaba de dar. Una regla en su desastrosa familia era que sus vidas eran un completo secreto y misterio para los demás, según ese hombre, él y su madre no son demasiado importantes como para que el mundo sepa siquiera sus nombres.

—Un gusto conocerte al fin, SeokJin. Mi nombre es Namjoon — el moreno extendió su diestra, la cual fue correspondida casi de inmediato. Aunque, en vez de saludarse, tomó con brusquedad la mano del Seok para inspeccionarla con ningún tipo de disimulo —. ¿Estaba enferma?

—A ti qué mierda te importa. — espetó, alejándose del cuerpo contrario para empezar a caminar de regreso al establo.

—Espera, dedos chuecos — el chico, de cabellos negros como la misma noche, tomó su muñeca, demasiado fuerte que le hizo soltar un quejido —. ¿Estás seguro que estás bien?

—No me llames así — intentó safarse del agarre y fracasó —. ¿Qué quieres?

—Parece como si fueras a romperte.

Y puede que no esté tan alejado de la realidad.

Jin suspira con fuerza y, esta vez, sí logra separarse, viendo así una mancha de pintura en su piel. No reclamó por nada, podría salirse con simple agua y no es de aquellos que les fastidia un poco de suciedad.

—¿Y eso te preocupa? — preguntó, haciendo que el contrario se encoja de hombros — Eres raro.

—Tú también — Namjoon sonrió y un par de hoyuelos se marcaron en su rostro, unos que pudo percibir por la poca iluminación que le daba su farol —. Me agradas. Pero debo irme porque me surgió un trabajo de última hora y no lo puedo desaprovechar porque tengo que comer.

—E-Eh, claro. Suerte — dijo, empezando a temblar por el frío de la noche —. También debo irme.

—Nos vemos luego.

» Muy raro. «pensó, antes de emprender el camino hacia lo que quedó de su hogar antes de encontrarse con alguien más.

Dos semanas pasaron y Jin no volvió a ver a aquel moreno.

Por un momento, creyó que su encuentro fue producto de su imaginación, una muy mala pasada en la que pensó en tener un conocido de su edad o eso era lo que parecía, alguien que le ayude a escapar de la rutina y monótona vida que consistía en llorar silenciosamente y preguntarse la razón de su existencia.

En ese tiempo, no se ha dedicado a nada más que ver el aire pasar y limpiar una y otra vez el establo. Las pocas pertenencias de su madre fueron enterradas junto a sus cenizas esparcidas, lo más probable era que el viento se las haya llevado y parece lo mejor, no es bueno aferrarse a quien ya no están aquí, sólo terminará haciéndole daño.

El aburrimiento lo llevó a intentar hacer cosas que no había hecho, como empezar a trabajar en las reparaciones del establo, el cual tenía unas cuantas tablas dañadas que debían ser reemplazadas, tal vez, podría aventurarse a pintar las paredes y... nada más. El lugar tampoco era muy interesante.

Masajeó con cuidado sus dedos después de medir y cortar madera para el piso, donde descubrió que bajo éste se ocultaba un gran hueco sobre la tierra, similar a lo que sería un cielorraso y se preguntó si es que existía uno en lo alto del techo, pero necesitaba una escalera para eso.

Vio las pocas herramientas esparcidas en la mesa con un suspiro, no eran muchas, puesto a que no era costumbre usarlas, no cuando sólo vivían allí dos personas enfermas. El dolor de sus manos se extendió hasta sus hombres y poco caso les hizo, decidió ir al mercado a comprar un martillo.

Su padre le daba una cierta cantidad de dinero cada que lo visitaba junto a la comida del mes, no era mucho y espera a que le alcance, no es propio de comprar cosas para él mismo, menos de usar lo que le daba.

La única razón por la cual no lo ha abandonado a su suerte, es el hecho de que el señor Conte cree que Dios atormentará su cabeza si eso sucede. Y está bien, si con eso logra seguir viviendo, no es nadie para juzgar las creencias de otros. No es como si él creyese en la religión que aquel hombre profesa vilmente, no tiene mucho conocimiento de ésta a haber sido apartado de todo lo que le pueda relacionar a su progenitor.

Su madre, en cambio, sí era una fiel seguidora de la iglesia. Hasta donde supo, ella escuchaba la misa que su padre daba, como toda buena católica, hasta que de un día para otro – y gracias a palabras dulces en su oreja – quedó embarazada de él, trayendo con ello vergüenza hacia su familia hasta huir de su hogar.

Según ellos, ambos no eran de Rocce y poco desconoce de sus orígenes, tampoco lo ve tan importante por ahora.

Ir al pueblo, en definitiva, no era de sus actividades favoritas. Se siente como un animal reacio al agua, mismo que busca escapar de todo tacto humano, pero era lo que le tocaba como miembro de toda una comunidad, aún si no muchos estaban contentos con eso.

En sus hombros, portaba la manta negra con la que se acurruca en las noches, transmitiéndole un poco de seguridad a sus pasos y haciéndole olvidar el dolor de su cuerpo. Los rayos de sol impactaban en su piel, incluso bajo las gruesas ropas que le cubrían, dejando a un lado el calor insoportable que empezó a sentir.

Al caminar, sólo algunas miradas se posaron sobre él, los demás parecían seguir en lo suyo como debe ser. No cree que su presencia sea algo interesante de ver o criticar.

Va con rapidez hasta donde uno de los cuantos herreros del pueblo, pidiéndole con amabilidad un par de herramientas.

—Sesenta florines en total. — dice el hombre una vez le da los productos en una bolsa de tela y Jin cuenta las monedas en sus manos.

» Me faltan veinte florines. «maldijo en su cabeza, decidiendo qué dejar y qué llevar.

—Sólo quisiera el martillo y veinte clavos, por favor.

—Son treinta y cinco, entonces.

Pagó con una sonrisa, la cual fue ignorada, y volvió a emprender el viaje hacia el establo. Si bien desistió en obtener la lija y cincel que, seguramente, ocuparía, estaba feliz por estar empezando a hacer algo más que llorar y lamentarse.

Lamentablemente, tuvo que detenerse a medio camino porque, al parecer, sus escuálidos brazos no soportaban nada. Se sentó a descansar a un lado de la salida del mercado, ahora llamaba más la atención. Trató de esconderse más bajo su manta de manera inútil.

Hasta que alguien pisó fuerte frente a él.

No supo si asustarse o aliviarse de ver a Namjoon con la cabeza inclinada hacia un lado, como si estuviera pensando mientras le veía, su rostro estaba manchado de negro al igual que su ropa y sostenía un trapo – igual de sucio que él – entre sus manos.

—¿Estás bien? — fue lo primero que salió de su boca, a lo que negó — Estorbas el paso.

—L-Lo siento... — quiso levantarse, más por la vergüenza que le abrazó inesperadamente, pero fue en vano cuando sus piernas no respondieron a sus deseos.

Detuvo sus movimientos cuando vio las palmas extendidas del contrario, mismas que no tomó, sino que se las quedó viendo por unos segundos.

—Es pintura para zapatos, con agua se quita — aclaró el moreno, pensando que no aceptaba su ayuda por sus manchas —. ¿No has pensado en ir con un doctor? De nuevo parece como si fueras a romperte.

—N-No — murmuró, para seguido afianzar un fuerte agarre con sus manos para ponerse de pie —. Mis padres siempre dijeron que... era así. No hay mucho que hacer por mí.

—Es extraño.

» Tú lo eres. «pensó, mas no lo dijo.

Su toque era cálido mientras caminó con su apoyo, aún en un estado de sorpresa por su repentina aparición, le arrebató la bolsa de sus manos para cargarla y no dijo nada más en el trayecto hasta dar con el límite de Rocce.

—No puedo acompañarte más porque tengo que trabajar en el mercado o papá se enojará conmigo.

—¿Por qué?

—Porque sí, ese hombre está loco. — el pelinegro rio, sin ver que la mueca del más alto no se iba.

—¿Por qué me estás ayudando? — aclaró esta vez, deteniendo las acciones del contrario.

Namjoon se encogió de hombros —. Parece como si fueras a romperte — repitió nuevamente —. Y mi mamá dice que tenga cuidado con las cosas delicadas.

Y, por primera vez, a Jin no le molestó que alguien más le dijese delicado.

» Muy extraño. «

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