la prueba de fleya
Capítulo 4: Paseo en la Plaza y la Prueba de Freya
Era un día tranquilo en la ciudad de Orario. Bell, por primera vez en mucho tiempo, tenía el lujo de un día libre. Su diosa, Freya, había decidido llevarlo a pasear por la plaza central de la ciudad. Aunque estaba fuera del calabozo, Bell no podía dejar de pensar en sus entrenamientos. Sin embargo, este día era diferente; estaba junto a su diosa, disfrutando de su compañía.
A su lado, Ottar caminaba, siempre atento, como un hermano mayor vigilante. Aunque Bell no lo decía en voz alta, sabía que Ottar estaba pendiente de él. El guerrero más fuerte de la familia Freya cuidaba a su "hermanito" con devoción, sin dejar que nada lo molestara. A veces, Ottar podía ser un poco sobreprotector, pero Bell lo apreciaba profundamente. Sabía que era gracias a Ottar que había podido mejorar tanto.
"Relájate, Bell. Es un buen día para descansar un poco", le dijo Freya con una sonrisa juguetona. Ella siempre sabía cómo hacer que Bell se sintiera especial. Aunque su actitud podía ser algo infantil, Freya nunca dejaba de mostrarle a Bell que era el centro de su atención.
"Gracias, Freya-sama", respondió Bell, sonrojándose ligeramente, como siempre lo hacía cuando ella lo halagaba.
Pero no todo sería tan tranquilo. En un momento, un fuerte rugido resonó desde una de las esquinas de la plaza. La multitud comenzó a dispersarse rápidamente, creando caos en la calle. En el centro de la plaza, un enorme gorila plateado apareció, su mirada feroz y su presencia imponente causando pavor.
"¡Un gorila plateado!" exclamó uno de los mercaderes cercanos, mientras trataba de ponerse a salvo. La bestia no parecía tener intención de dejar pasar a nadie, y su mirada fija en los aventureros que se encontraban cerca del lugar indicaba que no dudaba en atacar.
Ottar, al ver la amenaza, se preparó para intervenir. Su espada ya estaba desenvainada, listo para enfrentarse al monstruo.
"¡Ottar! ¡Espera!" Freya lo detuvo con una mano, levantando la voz con autoridad. "Este es un desafío para Bell, no para ti."
Ottar frunció el ceño, sorprendido por las palabras de Freya. "¿Qué quieres decir, Freya-sama?"
"Es una prueba", explicó Freya con una sonrisa misteriosa. "Quiero ver si mi pequeño Bell es capaz de enfrentarse a este desafío por sí mismo. Este gorila plateado es una prueba para él, no para nosotros."
Bell se tensó al escuchar esas palabras. A pesar de su crecimiento, el enfrentarse a un gorila plateado no era algo que pudiera tomar a la ligera. Su corazón latía rápidamente, pero sabía que tenía que demostrar su valía.
"¿Bell?" Freya lo miró con dulzura, como siempre lo hacía, pero con una firmeza inconfundible. "Confío en ti. Muéstrales a todos lo que eres capaz de hacer."
Ottar, aunque preocupado, asintió. "Hazlo, Bell. Yo estaré aquí si me necesitas. Pero este es tu momento."
Con un último vistazo a su diosa y su hermano mayor, Bell se lanzó hacia la bestia. Su espada brilló bajo el sol mientras corría hacia el gorila plateado, que rugió de nuevo al ver al joven aventurero acercarse.
El gorila desató su furia, atacando con enormes golpes que hacían temblar el suelo. Bell esquivó ágilmente, saltando y rodando para evitar el impacto de los poderosos puños del monstruo. Sabía que no podía enfrentarse a la bestia de manera directa, pero con su velocidad y reflejos mejorados, tenía una ventaja.
"¡No subestimes a un guerrero !" gritó Bell, dando un salto hacia el costado del gorila y clavando su espada en un costado del monstruo. La bestia rugió de dolor, pero Bell no se detuvo. Con cada golpe, sentía su energía aumentar, su cuerpo adaptándose al combate.
Finalmente, con un grito de concentración, Bell corrió hacia el gorila y, utilizando toda su fuerza y técnica, le dio un golpe final, atravesando su corazón con su espada. El gorila plateado cayó al suelo, derrotado.
La plaza, que había estado llena de caos, volvió a la calma. La multitud, que había estado observando la batalla, rompió en aplausos. Bell, exhausto pero satisfecho, bajó su espada y se acercó a Freya y Ottar.
Freya sonrió ampliamente, su rostro lleno de orgullo. "¡Eso es, Bell! Lo hiciste perfectamente."
Ottar, que había estado observando desde un lado, también sonrió. "No esperaba menos de ti, hermano. Has crecido mucho."
Bell, respirando con dificultad, miró a ambos. Aunque agotado, se sintió más fuerte que nunca. Sabía que este era solo el comienzo de su verdadero viaje.
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