━ ten: i'm sorry.
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•° CAPÍTULO DIEZ. °•
•── LO SIENTO ──•
Las estaciones pasaron y en un abrir y cerrar de ojos, el invierno llegó de nuevo, junto con una hermosa nevada gracias a cierto espíritu albino. Durante aquellos meses, Jack se había marchado en diversas ocasiones, pero siempre regresaba al poco tiempo junto a Lyanna, quien permanecía esperándolo con emoción por el reencuentro. Y aquella vez no fue la excepción, después de estar fuera por más de tres semanas, Jack regresó a la pequeña ciudad escocesa donde residían los Madden, justo a tiempo para el aniversario del día en que había conocido a Lyanna, que a su vez también era el día en el que alguien había creído en él por primera vez.
La pelirroja estaba haciendo un muñeco de nieve en el jardín delantero cuando vislumbró al albino acercándose volando. Su sonrisa fue inmediata y en cuanto él, posó los pies en el suelo, ella corrió a abrazarlo con todas sus fuerzas.
—¡Bienvenido, Jack!
—¡Estoy de vuelta, Lya! —dijo mientras correspondía al abrazo.
—¿Has hecho nevar mucho? —inquirió tras soltarlo y regresar al muñeco de nieve.
Entonces, Jack comenzó a contarle sobre todos los sitios en los que había estado en esas tres semanas, como hacía cada vez que volvía. Lyanna disfrutaba de escucharlo y sobretodo de imaginarse esos lugares, esperaba poder ir algún día junto con él.
Las horas pasaron mientras jugaban y charlaban, pero la pelirroja se distrajo en algún momento cuando un grupo de niños pasó cerca de la cerca del jardín delantero. Cargaban trineos de madera y patines para ir a jugar al lago congelado que había no muy lejos de allí y parecía que se divertían simplemente hablando de lo que iban a hacer. Incluso si quiso evitarlo, sintió cierta envida, pues ella siempre había querido ir. Jack lo notó.
—¿Quieres ir también? —cuestionó.
—Papá y mamá nunca me dejarían ir —musitó cabizbaja.
—Ya, puedo entenderlo...
Debido a la frágil salud de la pelirroja, entendía que sus padres, sobretodo su madre, fueran restrictivos con lo de dejarla salir y más para ir a patinar sobre hielo, porque si le llegaba a suceder algo no podrían perdonárselo. Su salud era un tema que los tenía a todos preocupados y siendo cautelosos, incluido a Jack, quien se había reprimido muchas veces cuando jugaba con ella para que no sufriera ningún daño. Sin embargo, no había sido capaz de no emocionarse cuando veía que ella también lo estaba y eso había causado algún que otro problema. Alguna que otra vez mientras jugaban, Lyanna había tenido problemas para respirar. Cada vez que eso sucedía, Jack sentía que se le desgarraba el alma y no podía evitar sentirse culpable, por lo que al día siguiente se obligaba a ser más cuidadoso.
Jack observó la expresión triste de Lyanna y suspiró, sintiéndose inseguro sobre lo que debía hacer.
—Si... Si me prometes que tendrás cuidado y que cuando estés cansada, te detendrás de inmediato, te llevaré mañana a primera hora —dijo tras haber dudado por minutos.
—Sí, ¡lo prometo! —contestó ella rápidamente.
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A primera hora del día siguiente, Lyanna ya estaba completamente preparada, se había puesto todo lo abrigada que había podido para que el frío no fuera un problema y se encontraba esperando a que Jack apareciese sentada en la cama. Sus padres aún dormían y era justamente por eso que Jack había escogido esa hora, para que pudiera sacarla de la casa por un rato sin que se enterasen, ya que de otra forma no lo permitirían.
Jack no se demoró mucho más en llegar y rio nada más verla, pues igual que la primera vez que habían salido a hacer un muñeco de nieve juntos, ella parecía una bola con tanta capa de ropa que llevaba.
—Jack, hay un problema —anunció mientras juntaba y separaba los dedos índices repetidamente, de forma nerviosa.
—¿Cuál?
—No tengo patines —respondió con timidez.
La risa del espíritu no tardó en inundar la habitación. Sí, en una situación normal, definitivamente sería un problema no tener patines cuando se suponía que iban a ir a patinar. Pero aquella no era una situación normal ya que él estaba allí.
—No te preocupes, yo me encargaré de eso —la tranquilizó.
Acto seguido, la cargó en sus brazos y salieron por la ventana para evitar hacer ruido. Mientras volaban, Lyanna notó que las calles de la ciudad estaban vacías. Igual que sus padres, todo el mundo dormía, pues apenas hacía una hora que el sol había salido.
Al llegar a su destino, la pelirroja se soltó de Jack y corrió hacia el borde de la superficie del lago congelado, donde posó las manos —por suerte, al llevar guantes no notó mucho el frío— y observó su reflejó. Luego alzó la mirada y recorrió el lugar con ella. Era una vista muy bonita: el lago congelado rodeado de frondosos árboles, principalmente pinos y abetos, que tenían sus copas cubiertas de nieve. La escena se veía exactamente igual que los dibujos en sus libros.
—¿Te gusta? —preguntó Jack mientras se acercaba.
Lyanna asintió mientras se volvía a poner de pie, justo para cuando Jack se agachaba en frente suya y acercaba una mano hacia sus botas. Con un mísero toque, comenzaron a congelarse y se convirtieron en unos hermosos patines hechos de hielo. La pelirroja miró los patines y luego lo miró a él con asombro, lo había visto hacer magia muchas veces ya, pero nunca se cansaba, seguía pareciéndole tan increíble como la primera vez.
—Te dije que me encargaría —recordó él y rio levemente. Se incorporó, dio un paso hacia el interior de la superficie del lago y entonces, le tendió una mano—. Vamos, con cuidado, yo te sujetaré para que no te caigas.
La pelirroja tomó su mano sin dudarlo y muy despacio, se adentró en el lago. Sus pies bailaron y casi perdió el equilibrio, por lo que el albino se apresuró a coger también su otra mano para mayor sostenibilidad y ella las apretó fuertemente cuando él comenzó a dar pasos hacia atrás para que se fuese deslizando. Sus ojos se mantuvieron clavados en el suelo helado y su corazón iba más rápido de lo habitual. Estaba asustada por ser su primera vez y la sensación de incomodidad no se le fue hasta que pasaron unos diez minutos y comenzó a acostumbrarse. Fue entonces cuando finalmente sonrió.
—¡Da un poco de miedo, pero es divertido! —comentó.
—Y cuando te acostumbres, lo será aún más.
Jack no soltó sus manos hasta que hubo pasado un buen rato y ella ya parecía estar cogiéndole soltura. Sorprendentemente, Lyanna aprendía rápido, así que la dejó patinar sola, aunque se mantuvo cerca por si acaso.
De un momento a otro, ya que parecía que todo iba bien, decidió usar de nuevo un poco de magia y crear pequeños conejos de nieve para que acompañasen a la pelirroja. Como era de esperarse, ella se emocionó nada más verlos y trató de perseguirlos.
Y quizás ese fue el mayor error.
—¡Jack, mira! —lo llamó ella para que viese lo bien que lo hacía.
—¡Muy bien, Lya! Pero ten cuidado, no vayas tan rápido o podrías caerte.
Antes lo dijo, antes sucedió.
La cuchilla de uno de los patines de Lyanna quedó enganchada en una grieta en el suelo, provocando que perdiese el equilibro y cayese apoyando todo el peso de su cuerpo en una rodilla. Y en ese instante, mientras sonaba aquel fuerte «crack», Jack supo lo que era el verdadero terror. Un grito desgarrador escapó de los labios de la pequeña con cierto retardo debido al shock y las lágrimas comenzaron a aglomerarse en sus ojos.
—¡Lya! —gritó Jack mientras corría a toda prisa hacia ella. La desesperación era notable en su voz y sus ojos.
Se tiró en el suelo al llegar a su lado y cuando se dispuso a tocar su rodilla para calcular el daño, la escuchó gritar nuevamente. Estaba rota. Jack maldijo para sus adentros, no había habido peor momento para que su osteoporosis hiciese acto de presencia que aquel.
—¡Duele, Jack! ¡Duele! —se quejó mientras intentaba no moverse porque hasta el más mínimo movimiento le causaban un dolor atroz.
Jack no sabía bien qué hacer, estaba aterrado y el terror no hizo nada más que aumentar cuando se percató de que la respiración de Lyanna se hacía irregular. Su dificultad respiratoria también se había decidido a hacer acto de presencia debido al miedo, la angustia y el dolor. El albino posó una mano a cada lado de su cara, limpiando las lágrimas con la yema de los dedos y buscando que lo mirara.
—Lya, respira, cálmate y respira —le pidió mientras él mismo intentaba calmarse, nunca había creído que mantener la calma fuera algo tan difícil—. Sé que duele, pero tienes que intentar calmarte. Voy a llevarte con tus padres ahora para que te atiendan, ¿vale? Todo estará bien —concluyó y se forzó a sonreír para intentar tranquilizarla.
Lyanna se limitó a asentir y cuando él la cogió en brazos, apretó los dientes para no volver a gritar del dolor, se aferró a él fuertemente e hizo todo lo posible para intentar respirar adecuadamente. Jack voló lo más rápido que pudo hasta casa de los Madden, entró por la ventana de la habitación y depositó a Lyanna con cuidado en la cama mientras pensaba como iba a hacer para llamar a sus padres cuando no podían verle. Pero no hizo falta que hiciese nada, pues el nuevo grito que se le escapó a la pelirroja al moverse sin querer, despertó por completo a sus padres y en cuestión de un minuto, ellos ya estaban entrando en la habitación.
—¡¿Lyanna, qué ocurre?! —inquirió su padre.
Todo lo que ocurrió a continuación fue tan caótico y rápido que a Jack le costó asimilarlo. Además, incapaz de hacer nada para ayudar y solo pudiendo observar, sintió la desesperación devorarlo, pero no más que el sentimiento de culpabilidad, que no hizo otra cosa más que crecer cada vez que escuchaba a Lyanna gritar o sollozar. El verla sufrir de aquella manera lo estaba matando, era como si su corazón estuviese siendo estrujado.
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La noche llegó y el médico que había estado atendiendo a Lyanna —ya que se había negado a ir un hospital porque los odiaba— se marchó. Para ese momento, su pierna estaba escayolada, el dolor había mitigado gracias a los sedantes y su respiración había vuelto a la normalidad; sin embargo, el tremendo dolor que había sentido y el esfuerzo que había hecho, le habían causado fiebre y era incapaz de conciliar el sueño.
Su madre se levantó de repente de la silla que había estado ocupando todo el rato para ir a ver como se encontraba su marido. Fue en ese momento que la pequeña aprovechó para buscar a Jack. Éste se encontraba sentado en una esquina con la cabeza entre las piernas y tirando de sus cabellos. No se había movido de allí en ningún momento, incluso sí no podía hacer nada, se había negado a abandonar la habitación.
—Jack... —lo llamó Lyanna con voz cansada, pero él no respondió hasta que lo llamó por cuarta vez.
A duras penas, se levantó y se acercó hasta la cama, desde donde Lyanna había levantado una de sus manos y la había tendido hacia él. Jack la tomó entre las suyas, al principio con cuidado, pero no tardó mucho en apretarla tras caer al suelo de rodillas.
—Lo siento, Lya —musitó en un susurro ahogado y sin ser capaz de mirarla.
Se sentía demasiado culpable como para hacerlo. A pesar de haberse prometido que iba a cuidarla y protegerla, al final no había sido capaz de hacerlo y lo peor era que él había sido quien había causado que la situación acabase así.
Si hubiese sido más estricto, si no se hubiese dejado convencer por sus ojos de cachorrito, si no se hubiese relajado, ella no habría acabado así. No tenía que haber sugerido el ir a patinar por mucho que ella quisiese, no tenía que haberla soltado cuando estuvieron allí, no tenía que haber creado esos conejos de nieve porque sabía que ella se emocionaría... No tenía que haberla consentido porque de esa forma ella no habría sufrido daño alguno. Había sido un error.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó la pequeña sin entender.
—Porque ha sido culpa mía, si no te hubiera llevado...
—Pero yo quería ir y excepto por esto, me lo he pasado muy bien, ha sido divertido —repuso ella—. Estaba feliz de que me llevases... Papá y mamá apenas me dejan hacer algo, pero con Jack es diferente, así que estaba feliz.
Jack apretó el agarre de su mano y las lágrimas que había estado conteniendo todo el tiempo comenzaron a salir. En ese instante y por primera vez, las palabras de Lyanna no lo habían reconfortado. Se habían sentido como cuchillos, porque por mucho que ella dijese que estaba feliz, eso no quitaba el hecho de que había salido dañada por estar con él. Y no era la primera vez, pues en más de una ocasión su dificultad respiratoria había aparecido por haber estado jugando juntos durante mucho tiempo y haberla hecho esforzarse demasiado. Incluso si en esos casos habían sido algo leve, no lo hacían sentir más tranquilo. Quizás ella no estaba segura a su lado y esa posibilidad le desgarró el corazón.
—Lo siento, Lya, lo siento —volvió a disculparse, a pesar de que ella no lo creía necesario.
—No pasa nada, Jack, estoy bien —mintió y esa fue una de las pocas mentiras que había dicho en su corta vida. No estaba bien, dolía como mil demonios incluso con sedantes y la fiebre no ayudaba en absoluto, pero no quería que el albino se preocupase más, pues verlo llorar y no poder siquiera abrazarlo, la hacía sentir una presión aún más dolorosa en su pecho.
Quiso decir algo más, pero su madre regresó y no pudo.
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Por la madrugada, madre e hija finalmente quedaron dormidas, y el espíritu del invierno que se había mantenido con la cabeza apoyada y escondida en la cama, finalmente la alzó. Observó el rostro dormido de la pequeña y llevó una mano hasta su frente, notando que la fiebre había bajado considerablemente, lo que lo hizo sentir un poco aliviado, aunque no lo suficiente. Había estado pensando que debía hacer tras lo ocurrido y la conclusión a la que había llegado no le gustaba en absoluto, pero creía que probablemente era lo mejor.
Se incorporó, poniéndose de pie, para poder observar mejor a la pelirroja y condujo una mano hasta su mejilla, la cual acarició dulcemente.
—Lo siento, Lya, perdóname... Yo... —Detuvo la caricia y elevó la mirada hacia el techo mientras luchaba por contener un par de lágrimas que querían salir e inspiraba hondo—. Voy a irme... —anunció con todo el dolor del mundo una vez regresó la mirada a ella.
Sí, esa era la conclusión a la que había llegado y no se refería a irse temporalmente como las veces anteriores, no, esta vez era para siempre. Incluso si sabía que esa decisión no solo le causaría dolor a él, sino que también a ella y además, existía la posibilidad de que luego se arrepintiese, en ese momento creía que aquello era lo mejor para Lyanna a largo plazo.
—Sé que prometí que nunca me iría sin despedirme, pero no podré cumplir eso... —continuó notando como un nudo comenzaba a formarse en su garganta—. Porque sé que si me espero a despedirme y me pides que no me vaya, no seré capaz de hacerlo... y tengo que hacerlo.
Finalmente, una lágrima se deslizó por su mejilla y la presión en su pecho aumentó, para acto seguido que los recuerdos que compartían juntos golpeasen su mente y lo hiciesen dudar. Pero no podía dudar. No podía quedarse. Había salido herida por su culpa, no había sido capaz de protegerla y encima no había podido hacer nada para ayudarla. Odiaba admitirlo, pero Bunny tenía razón, no tenía ni idea de como cuidar a un niño y menos a uno tan frágil como Lyanna.
—Lo que voy a decir ahora va a sonar muy egoísta teniendo en cuenta que yo no voy a cumplir mis propias promesas, pero... —Miró el rostro dormido de Lyanna y apartó un mechón pelirrojo que entorpecía su vista. Sonrió amargamente—. Prométeme que nunca dejarás de creer en mí y siempre me recordarás —pidió. Era la segunda vez que le pedía tal cosa y esta vez no iba a recibir respuesta, pero en realidad no la necesitaba, pues conociendo a la pequeña sabía que ella, a diferencia de él, sí cumpliría su promesa—. Te quiero, Lya, y lo siento.
Y con esas últimas palabras y un beso que depositó en su frente, se marchó. Se marchó con la supuesta intención de no volver, pero sabía bien que no sería capaz de hacer eso. Volvería, a esa ciudad y a verla a ella, pero con la condición de no dejar que ella lo viese, pues había decidido desaparecer de su vida creyendo que eso le traerá una mayor felicidad.
Lo que a Jack parecía olvidársele era que Lyanna no concebía una vida sin él y que, definitivamente, no tenerlo a su lado no le traería ninguna felicidad, porque él era su más preciado amigo y su persona más importante.
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Ahora es cuando queréis matarme y lo entiendo, pero que conste en acta que es a mí a quien más le duele separar a mis niños así con todo lo que los amo. ;; Pero era completamente necesario por el drama y por el desarrollo de la trama.
Deciros que hacer que Lyanna sufriese una fractura de rodilla me ha recordado a mi fractura de fémur del año pasado y lo mal que lo pasé (aunque ya está todo bien, el lunes me quitaron al fin las muletas y dijeron que todo marchaba bien). Pero, en serio, ahora que sé lo horrible que es, maldigo la hora en la que decidí que mi niña tuviera osteoporosis. D:
Y, bueno, eso es todo por hoy, espero que os haya gustado el capítulo pese a todo. Mañana estaré subiendo el último de este acto, así que esperadlo. ♥
Marie Weasley.
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