𝖯𝖱𝖮́𝖫𝖮𝖦𝖮

—¡Suéltame ahora mismo! —le chillé enfurecida, removiendo el brazo para librarme de su agarre.

Él agrandó la fuerza y me obligó a girarme. Le miré y puede ver como sus ojos se iban eclipsando mientras una sonrisa irónica aparecía en sus carnosos labios.

—¿De verdad eres tan ingenua para creer que voy a dejarte marchar con ese imbécil? —negando con la cabeza, me tomó la barbilla y me olió como un león hambriento desde el cuello hasta llegar a la zona de mi oído—. Eres mía. —su voz sonó floja y ronca.

Se me puso la piel de gallina y por un instante, dejé de respirar. Desconcertada, di un paso hacia atrás con la intención de apartarme de él. Por desgracia, me topé con la pared. Solté una palabrota hacia mis adentros, respiré hondo y de mi interior, robé una pizca del coraje que me había faltado este tiempo.

—Voy a hacer lo que me dé la gana —con las manos temblorosas por los nervios del momento, le propiné un empujón—. Tu no eres nadie para darme órdenes.

Sé acabó. No iba a dejar que me pisoteara más. Fui una estúpida al pensar que cambiaría. El destino no estaba de mi lado, ni tampoco la esperanza de que algún día esta enfermiza obsesión se terminara.