Capítulo tres.
KALA
Solté una palabrota y enfurecida, bajé la pantalla del ordenador portátil que me había dado la empresa al llegar. Google acababa de chivarme quién era esa tal Rottenmeier: una mujer con personalidad amargada, fría y seca que aparecía en una novela infantil que se llamaba Heidi. «¡Será posible!» El muy imbécil se había reído de mí en mi cara. Y de que manera.
Vi como el sol se iba apagando a través del ventanal de mi nuevo y cómodo despacho. Era más de lo que había imaginado. Las paredes estaban forradas con un tono parecido al del café, y contrastaban de una manera abrupta con los cuadros vintage. Había dos sofás de tamaño estándar en el centro del despacho, uno en frente del otro, y entre ambos, una mesa de vidrio circular. Esa zona era para las terapias, en el lugar donde pasaría más tiempo sería en el pupitre revisando expedientes y organizando papeleo.
Del archivador, cogí el expediente del recluso que iba a conocer dentro de quince minutos y lo leí:
FICHA CLÍNICA
Fecha de ingreso: 13/11/2021
Motivo de ingreso: Allanamiento de morada y
tentativa de asesinato.
Nombre: Néstor Reyes
Sexo: Masculino
Edad: 34 años
Unos nudillos llamaron a la puerta. Seguro que era el paciente con el que tenía sesión, el último en el día de hoy. Cogí aire, me planché la camisa que llevaba con las manos para quitar cualquier arruga y me alcé.
—Adelante. —le invité a pasar.
Sin embargo, quien entró, fue Itziar y el rostro de un chico que no me sonaba de nada. Era bastante alto, y tenía unos ojazos azul turquesa que me recordaron al mar. Su pelo era tan rubio como el de un Lannister, y llevaba —como no— un sofisticado traje negro. Diría que tenía mi edad, o quizá un par de años más.
—¿Esperabas a alguien?—me inquirió Itziar mientras su acompañante, sin ningún tipo de filtro, me pegaba un repaso con la mirada —. ¿O solo es mi impresión?
Ruborizada por la acción del desconocido y sin saber qué hacer, volví a sentarme en la silla de oficina que había justo detrás del pulcro y ordenado escritorio.
—Tengo una sesión con Néstor Reyes dentro de diez minutos y creí que era él. —me excusé apoyando los antebrazos en el mueble, y entonces, Itziar me miró como si estuviese advirtiéndome de algo.
Escaneé su rostro con los párpados cerrados de forma incompleta, tratando de captar cualquier detalle que se me hubiese pasado por alto, pero se dio cuenta y me vi obligada a apartar rápidamente la mirada.
—¿Te importa que te robe un minuto antes de que venga? —hizo una pausa—. Si no es molestia.
—Claro, sin problema. —acepté sin dudar a la vez que desplegaba el ordenador y lo encendía de nuevo.
Mientras ambos cruzaban la estancia, aproveché para eliminar la pestaña de mi última búsqueda en Google que aún tenía abierta en la pantalla. Cuando subí la vista, Itziar y el chico estaban delante del escritorio.
—Quería presentarte a Saúl. —él inclinó la cabeza en gesto de saludo y no dudé en responderle igual —. A partir de ahora, Saúl será tu ayudante. Se encargará de gestionarte la agenda, los documentos y atenderá llamadas. Se acaba de instalar en el despacho de al lado, así que cualquier cosa, lo tienes a tu servicio.
«¿A tu servicio?» No acababa de entender porqué me habían traído refuerzos. Me olía que esto era obra de Herrera y su ansia por complacer a mi padre. Abrí la boca con la intención de encontrar respuestas, pero inmediatamente la cerré por respeto a Saúl. Era su primer día y no quería quitarle el protagonismo.
—Bienvenido. —dije con una sonrisa, pretendiendo actuar como lo hizo Ainara conmigo el otro día.
Sin ella y su hospitalidad, mis inicios hubieran sido aún más deplorables de lo que ya fueron.
—Muchas gracias. —murmuró agradecido.
—¿Te estás adaptando bien? —irrumpió Itziar, sonando preocupada por mi bienestar.
Volteé el rostro hacia ella y la miré, pensando en qué se suponía que debía responder. Quería confiar, pero me daba la impresión de que no era trigo limpio y la verdad, es que mis instintos rara vez fallaban.
—Sí —le mentí, aunque por la expresión de sus ojos diría que se olió que no le había sido sincera.
¿Quién podía acostumbrarse a estar rodeada de criminales que hacían lo que les daba la gana?
—Me alegro. —dijo, mirándome con recelo—. Luego, cuando termines la sesión, pásate por mi despacho.
«¿Va a despedirme?»
Por un momento, me quedé paralizada. Solo fue un instante, pero bastó para que mi mente desarrollara un pensamiento negativo. Y no. No podía sacar mis propias conclusiones sin antes hablar con ella.
—De acuerdo. —añadí fingiendo serenidad mientras Saúl permanecía callado, escuchando la charla con los hombros derechos y la espalda recta.
Pude ver como Itziar sacaba su móvil del bolso Guess que llevaba colgado del hombro, lo desbloqueó, y de repente, dio media vuelta hacia la puerta.
—Bien, quedamos así entonces. —concluyó al mismo tiempo que atravesaba el umbral, dejándome con la palabra en la boca y a solas con mi nuevo ayudante, que ahora tenía los ojos clavados en mí.
Nos miramos de reojo sin decir ni pío. El silencio solo duró un instante, sin embargo, se me hizo tan pesado, largo e incómodo que me entraron ganas de chillar.
—¿Necesitas que te ayude en algo? —le pregunté.
Arqueó las cejas para demostrar interés y enseguida pude sentir como la tensión se iba disipando.
—Ahora que eres mi... —frunció el ceño—, ¿jefa?
Hice una mueca de desaprobación. Poner etiquetas era el claro ejemplo del porqué odiaba formar parte de la alta sociedad: estaba harta de que mirasen por encima del hombro a todo aquel que no poseyera un alto nivel adquisitivo solo para creerse mejores.
—Llámame Kala, si no te importa. —le pedí tratando de no sonar antipática. —Detesto poner etiquetas.
Una mezcla de asombro y orgullo salpicó sus íntegras facciones, y por alguna razón, sostuvo mi mirada unos cuantos segundos más de lo necesario.
—Descuida, así lo haré. —y asintió. —Por otra parte, me preguntaba si tendríamos algún tipo de medio de comunicación para trabajar con mayor comodidad.
—Por supuesto.
Me levanté, saqué el móvil del bolsillo trasero de mis vaqueros acampanados y esquivé el escritorio para ir hacia donde estaba Saúl, mientras que él, se limitaba a seguir mis movimientos con la mirada.
—Si te parece bien, voy a darte mi número de teléfono para que así nos organicemos mejor. —Saúl abrió las compuertas de su americana, introdujo la mano en el bolsillo interno y extrajo su teléfono —. Si no es algo urgente, prefiero que me escribas por WhatsApp.
Saúl levantó la vista de la pantalla.
—A sus órdenes, jefa. —bromeó, sabiendo lo mucho que odiaba ese apodo y las etiquetas en general.
Sin poder evitarlo, se me escapó una sonrisa. Saúl me estaba empezando a caer bien. No era un secreto que como el resto de los que estábamos aquí, perteneciera a la alta sociedad, tampoco podía ser de otra manera, ya que la otra parte de la población no era consciente de la existencia de Ultimátum. Sin embargo, me daba la sensación de que Saúl no se sentía especialmente orgulloso de ello, y solo por eso, ya me ganó.
De repente, oí un carraspeo en la entrada. Ambos nos volvimos hacia el origen del sonido. Los latidos de mi corazón empezaron a palpitar con tanta potencia que por un momento, creí que mi pecho se iba a abrir en dos. El aliento se me cortó cuando Beliel me observó desde la puerta con una seriedad arrebatadora.
—Vaya, vaya, vaya... —tarareó a la vez que metía las manos en los bolsillos de su sofisticado pantalón de pinza y caminaba hacia donde estábamos—. ¿La hija del vicepresidente mendigando atención masculina?
Saúl se quedó blanco, nos miramos de reojo y ambos a la vez nos echamos a un lado para separarnos.
—No digas estupideces. —rebatí mirándole enfadada por haberse atrevido a insinuar tal cosa —. Saúl solo es mi compañero de trabajo, así que ni se te ocurra ir por ahí divulgando información falsa, ¿queda claro?
—Será mejor que me vaya. —musitó Saúl echándome una mirada para trasladarme su incomodidad.
Hice el ademán de hablar para decirle que no era él quien debía irse, pero Beliel se me adelantó.
—Sí, será lo mejor.—ladró con actitud dominante, y entonces Saúl, sin decir una palabra más, se fue.
Me volví hacia él enfurecida. Sus ojos grises parecían querer perforarme, pero no me dejé intimidar.
—¿A ti qué coño te pasa? —recriminé subiendo el tono, perdiendo la paciencia que me quedaba.
—Que lengua tan sucia tienes. A ver si tendré que lavártela con agua y jabón. —se mofó de mí.
Cogí aire tratando de controlar mi temperamento. El muy imbécil sabía cómo sacarme de quicio, y no iba a darle ese poder sobre mí. La indiferencia era el mejor método de ataque que alguien como él podía recibir.
—¿Me puedes explicar qué haces aquí? —le pregunté cruzándome de brazos, esperando una explicación.
Soltó una carcajada y me observó como si hubiese dicho la insensatez más grande del mundo.
—Soy Néstor Reyes, tu nuevo paciente.
«¿Mi paciente?» «No puede ser.» Mi mandíbula se dislocó. Éramos seis psicólogos en la prisión y cien reclusos a los que tratar. ¿Como había podido tener tanta mala suerte? ¿Porqué yo y no otro de mis seis compañeros? Estaba claro que la probabilidad, en esta ocasión, estaba a favor del bando contrario.
—Por si te sirve de consuelo, a mí me gusta tan poco como a ti. —se aseguró de hacerme saber.
Cerré los ojos con fuerza y suspiré, concienciándome de que a partir de ahora las cosas iban a cambiar. No me quedaba otra opción que armarme de paciencia y centrarme en ser lo buena profesional que era.
—Será mejor que empecemos la sesión. —le dije, indicándole con un gesto que tomara asiento.
Beliel sonrió muy despacio, con una sonrisa que era un destello blanco de pura amenaza.
—¿De verdad crees que voy a aceptar que la hija de un traidor sea mi psicóloga? —reconoció mirándome con desprecio—. En cuanto salga de aquí voy a reclamarle a Herrera la calidad que me merezco, y esa no eres tú.
Pude ver como el odio se aposentaba en sus ojos. Un odio que pocas veces había visto. Pretendía hacerme sentir menos, pero no iba a conseguirlo. Le devolví la mirada para hacerle frente y siseé de rabia.
—Esta es la segunda vez que hablas mal de mi padre, y no voy a consentir una tercera. —le advertí en voz alta, mirándolo con los párpados entrecerrados a la vez que le apuntaba con el dedo como advertencia.
Sin dejar de mirarme, dio una paso al frente y luego vino otro hasta que invadió mi espacio vital. Reculé hacia atrás para separarme de él, pero entonces, mi espalda se topó con la pared y no tuve modo de huir.
«¡Mierda!» «¡No!» «¡Joder!»
—Y yo te dije que no volvieras a levantarme la voz por segunda vez,—agarró uno de los varios mechones que tenía esparcidos sobre mis hombros y lo enredó en su dedo —pero parece ser, —alzó la vista para mirarme y sin tener ni idea de por qué, mi respiración se había acelerado —, que sigues sin aprender modales.
Un instante después, tiró del mechón provocando que nuestros rostros se acercaran. Abrí mucho los ojos, y boqueé una, dos veces, sin saber qué decir. Él bajó la vista hacia mis labios durante un momento antes de mirarme otra vez a los ojos. Arrugué el entrecejo al darme cuenta de que su aliento olía a alcohol.
—¿Estás borracho? —le pregunté con un hilo de voz mientras su mirada, oscura y ardiente, me taladraba.
Por algún motivo, noté una vibración en la zona baja de mi ombligo. Parpadeé confusa. Era la primera vez que experimentaba algo así. Como Nestor aún no me había respondido, hice el ademán de irme, pero sus caderas se impulsaron hacia delante y me anclaron contra la pared para que me quedase quieta.
—Dame tu móvil, Rottenmeier. —me pidió, ignorando por completo la pregunta que le acababa de hacer.
Se había colocado tan cerca de mí que hasta pude sentir la temperatura que irradiaba su cuerpo.
—¿No tienes suficiente con el tuyo? —le recriminé intentando que no me intimidase con su altura, y aquella fechada tan terriblemente atractiva.
Encorvó los labios en una sonrisa ladeada, y entonces comprendí, que estaba tramando algo. Algo que me incluya a mí para que pudiese salirse con la suya.
—El mío me lo confiscaron al llegar y necesito hablar con tu padre. —me admitió, observándome como si estuviera esperando a que lo contradijera.
Analicé mi alrededor con la esperanza de que se me ocurriera un plan para escapar. Pensé en apretar el botón de seguridad que había debajo de la mesa del escritorio, pero me era imposible llegar hasta allí.
—¿Para que quieres hablar con él? —le pregunté, embriagada por una repentina curiosidad.
Inclinó la cabeza y se me acercó al oído.
—Para decirle que tengo a su querida hija rendida a mis pies y que si no confiesa la verdad de lo que pasó aquel día, haré con ella lo que me plazca. —dijo en un susurro, y entonces, sus labios aspiraron el lóbulo de mi oreja haciéndome tragar un gemido que no quería que saliera, porque sino, me moriría de la vergüenza.
«¡Maldita seas, Néstor Reyes!»
Mientras los labios de Beliel iban bajando por los alrededores de mi cuello, me quedé inmóvil, sin impedirle que siguiera. Sus hechizos me habían cautivado, sin embargo, tenía que frenarlo. Ya.
Aproveché que estaba distraído intentado seducirme para coger el bolígrafo que había guardado a primera hora de la mañana en el bolsillo de mis pantalones, y sin pensarlo dos veces, cogí toda la fuerza y decisión que fui capaz de reunir y se lo clavé en el antebrazo.
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